Introducción a la teta POR LEILA GUERRIERO Leila Guerriero, la gran cronista argentina, ganadora del Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2010, se le midió a contar exactamente qué es una teta, esa parte del cuerpo femenino tan fascinante como desconocida. Texto que lo dejará hecho un ducho en el tema.
No hay mucho que entender. Es, según el diccionario de María Moliner, “cada uno de los abultamientos que tienen en el pecho las hembras de los animales mamíferos, que contienen las glándulas secretoras de la leche con que alimentan a sus crías”. Es, morfológicamente, el desarrollo desmesurado de glándulas sudoríparas adaptadas a la producción de leche. De modo que, en efecto, no hay mucho que entender: abultamiento, glándulas y secreción de leche. Sin embargo, en 1996, la marca de lencería Victoria’s Secret lanzó el soutien Fantasy Bra, elaborado con piedras preciosas, que en el año 2000 costó 15 millones de dólares, y en 2012 tuvo un precio más humano de dos millones y medio. Nadie gasta tanto dinero en abultamientos que contienen glándulas secretoras de leche o glándulas sudoríparas de crecimiento desenfrenado. Es probable, entonces, que, después de todo, sí haya algo que entender. Entender, digamos, cómo una cosa que pesa 180 gramos y está formada por piel, grasa, venas y nervios, termina siendo el símbolo sexual más popular de Occidente. O, para ponerlo simple, como dice este delicadísimo refrán, entender por qué tiran más dos tetas que dos carretas. Lo primero que puede decirse es que si la mayoría de la gente viene al mundo con casi todas las partes del cuerpo en el sitio en el que, salvo excepciones, permanecerán hasta la muerte, no se llega al mundo con las tetas
puestas: las tetas llegan mucho después a un ser que nació sin ellas. Eso, supongo, debe marcar alguna diferencia. Pero no sé cuál. (Diálogo espontáneo número uno. Situación: lunes de fines de noviembre, noche, hombre preparando una ensalada, mujer salando un trozo de carne). Mujer: —Tengo que escribir un artículo sobre las tetas, explicándoles las tetas a los hombres. Hombre: —¿Y qué es lo que hay que explicar? —Lo que los hombres no entiendan. ¿Vos qué es lo que no entendés? —Nada. Si son fáciles. —¿Cómo fáciles —Lo único que importa es el pezón. Si reacciona, es una teta bien. Si no reacciona, es una teta mal. —¿Y el tamaño? —¿A quién le importa el tamaño?
En un mundo en el que las cirugías plásticas son la segunda operación más común después de las liposucciones, es probable que haya que explicar un par de cosas sobre las tetas. Pero no a los hombres, sino a las mujeres. La mama tiene dos componentes internos: parénquima y estroma. El parénquima está formado por unos 20 lóbulos radiales, formados a su vez por células glandulares secretoras de leche. El estroma es todo lo que no está hecho para lactar: la arquitectura de la mama, un edificio elástico formado por tejido graso y fibroso que se ajusta al pecho a través de los ligamentos de Cooper. La areola es el disco que rodea al pezón, y el pezón es una prominencia con diminutas aberturas que conducen la leche. La mama está recorrida por una gran cantidad de terminales nerviosas que permiten el erizamiento, la sensibilidad al tacto y los aullidos de dolor durante la lactancia. Mutante por naturaleza, crece en la pubertad, se hincha con la menstruación y triplica su tamaño en el embarazo cuando, durante los últimos meses, produce calostro, un líquido amarillento, rico en anticuerpos, que luego es reemplazado por aquello para cuya producción la mama parece estar hecha: leche. (Resultados de una serie de preguntas realizadas por periodistas de la redacción de SoHo en Bogotá) —¿Qué tienen de interesante las tetas? D.R. (hombre): Creo que son como un juguete para un bebé: el niño puede no entender qué le atrae de un muñeco, pero siempre que lo ve se pone feliz. L.R. (mujer): Nada. Todas tenemos tetas.
Todo esto —las tetas puestas al servicio de vender autos y bronceadores, vinos y afeitadoras; las tetas poblando páginas de periódicos y revistas— empezó cuando nos pusimos de pie. El zoólogo inglés Desmond Morris, en su libro El mono desnudo, de 1967, aseguraba que cuando los primeros homínidos se irguieron y dejaron de caminar en cuatro patas, la vulva femenina quedó escondida entre los muslos y el centro de interés sexual se trasladó, de abajo y atrás a arriba y adelante. Si caminando en cuatro patas la vulva enrojecida era una indicación muy clara de disponibilidad y el equivalente a un anuncio de
neón, su complicado reposicionamiento entre las piernas hizo que la parte femenina de la raza tuviera que inventar nuevas señales para la parte masculina del asunto y, así, asegurarse la continuidad. En tiempos en los que no existían las cenas a la luz de las velas ni los ramitos de flores, unos pechos bien equipados enviaban un mensaje directo: soy fuerte, soy joven, soy una máquina de parir. Así, al ponerse de pie, la raza empezó su largo camino hacia lo que vino después: el corsé, Freud, las pin up, el soutien, Marilyn Monroe, el feminismo, la liga de la leche, el escote de Penélope Cruz, el cáncer de mama y la quimioterapia. Si todavía camináramos en cuatro patas, la historia sería distinta. Los programas de televisión mostrarían imágenes de vulvas jugosas, y los anuncios de cerveza también. (Diálogo espontáneo número dos. Situación: mujer preparando un hombre sentado ante una computadora). Mujer: —¿Por qué una teta puede salir en la portada de una revista moda, pero en la misma revista sería impensable que saliera una vulva primer plano? Hombre: —Es que en la teta todo es refinado. La leche es algo refinado. la teta no salen fluidos raros. —... —Y además las tetas están más cerca de la boca. —¿Eso qué tiene que ver? —No hay que agacharse tanto.
té, de en De
“Al principio fue el pecho —escribe Marilyn Yalom, investigadora de la Universidad de Stanford, en su libro Historia del pecho (Tusquets, 1997)—. Durante la mayor parte de la historia del género humano no ha habido sustituto para la leche materna. En realidad, hasta fines del siglo XIX, cuando la pasteurización hizo que la leche animal fuera segura, el pecho materno significaba la vida o la muerte para el recién nacido. No es de extrañar que nuestros antepasados prehistóricos dotaran a sus ídolos femeninos de unos senos imponentes (...) Cuando en las civilizaciones antiguas empezó a representarse la figura humana, los pechos solían ser el rasgo que distinguía a la mujer”. Si hoy los pechos son armas de seducción masiva, en el comienzo tuvieron carácter sagrado: desde la Venus de Willendorf (una estatuilla de 25.000 años, una mujer cuyos senos cuelgan sobre un vientre hinchado y que, se supone, es un símbolo de la fertilidad) hasta las madonas redondas como duraznos de la Edad Media, el pecho fue imagen maternal y nutricia, alejada, al menos en sus representaciones públicas, de connotación erótica. El cambio llegó en el siglo XV, cuando Carlos VII, rey de Francia, conoció a una mujer llamada Agnès Sorel, y la hizo su amante favorita. Agnès Sorel fue retratada en una pintura llamada La Virgen de Melun, en la que puede verse uno de sus pechos brotando del corsé, por primera vez sin ofrecerse para amamantar a un niño (que sí aparece en la pintura, pero que mira indiferente hacia la nada). Agnès murió joven, en 1450, seis años después de haber conocido a su rey, pero el retrato marcó “la transición entre el ideal del pecho sagrado, asociado con la
maternidad, y el pecho erótico, que simboliza el placer sexual —dice Yalom—. Progresivamente, tanto en el arte como en la literatura, el pecho iba a pertenecer cada vez menos al Niño, o a la Iglesia, y más a los hombres seculares, que lo tratarían únicamente como un estímulo del deseo”. Desde entonces, y hasta hoy, la historia de los pechos es la historia de un vaivén que va de lo erótico a lo nutricio, de lo pequeño a lo descomunal. (Resultados de una serie de preguntas realizadas por periodistas de la redacción de SoHo en Bogotá) —¿Cómo le gustan las tetas? S.M. (hombre): Paradas, ligeramente cóncavas por encima, convexas por debajo; pezón céntrico y elevado con declive suave hacia la areola; que estén tan laterales que se no se presionen adelante (surco intermamario presente como un valle pequeño, no como una planicie) y tampoco tan lateralizadas que toque adelantarlas con el brazo; consistencia dura; color homogéneo. L.R.2 (mujer): Medianas o pequeñas, paraditas, pero naturales.
Durante la Edad Media, puesto que las mujeres se casaban a los 14, tenían hijos a los 15 y se morían una década más tarde, los pechos gustaban pequeños porque hablaban de una dama en edad de ejercer fornicio y con un amplio margen para la reproducción. En el Renacimiento, cuando el promedio de vida fue mayor, los pechos se prefirieron grandes y se mostraron ostentosamente. Desde entonces, el tamaño no ha dejado de aumentar y de disminuir a un ritmo en el que algunos creen ver cierta correspondencia con la época que les toca: a épocas alocadas y libres les corresponderían pechos pequeños y firmes; a épocas conservadoras y retrógradas les corresponderían pechos grandes y nutricios. Así, en 1920 y 1960, cuando las mujeres adoptaron una moda unisex o arrojaron soutiens a la basura porque había que asumir independencia, se prefería el pecho pequeño, estilizado. Pero entre ambas épocas, durante la Segunda Guerra Mundial, los pechos fueron enormes criaturas con vida propia que se pintaron en los fuselajes de los aviones y treparon a calendarios y publicidades para alentar a los soldados que iban al frente. Desde 1963, cuando se hizo en Texas el primer implante de siliconas, los pechos se han mantenido en continuo crecimiento, al punto que, según datos de Wacoal America, una empresa líder en producción de soutiens, el contorno femenino aumentó una talla en los últimos 15 años. Si es cierta la teoría de que a épocas conservadoras y retrógradas les corresponden pechos grandes y nutricios, no estaríamos, precisamente, en el mejor de los mundos. Mi padre, que fue joven en una época en la que todas las fantasías animales se derramaban sobre los pechos enormes de una actriz argentina llamada Isabel Sarli, repetía que los pechos grandes le producían horror y que, para él, no había nada más hermoso que una dama de pechos breves —no planos: breves— con un jean de tiro bajo y una camisa sin soutien anudada a la cintura. Esa imagen de muchachito salvaje era la que cultivaba mi madre que, a su vez, encontraba que el summum de la elegancia residía en una mujer de
pechos breves —no planos: breves— con un escote hasta el ombligo. Yo coincido, más o menos, con esa idea estética del mundo. Prefiero las dos elegantes dunas coronadas de Kate Moss a la doble profusión cremosa de Penélope Cruz. Pero, también hay que decirlo, a veces me sorprendo mirando otras cosas. Me pasó en un avión, hace poco. El avión había aterrizado, y casi todos estábamos de pie en los pasillos, cuando miré el escote de una mujer que permanecía sentada y vi eso que los españoles llaman canalillo, el surco de carne cimbreante que separa, removida por temblores misteriosos. La mujer se dio cuenta, se cerró el abrigo, y supongo que habrá pensado que me regodeaba en sus turgencias, pero lo que yo pensaba era otra cosa: pensaba por qué hasta ahí se puede pero más abajo no. Pensaba por qué mostrar esa parte de las tetas —que es una buena parte de las tetas— no se considera mostrar las tetas. Pensaba por qué una teta es, sobre todo, un pezón. No por sabido es menos raro: yo podría mirar tetas durante todo un día sin sentir nada parecido al afán: el afán de morder, de chupar, de tocar, de retorcer, de lamer, de acariciar. Y no por sabido es menos raro que la exposición a la misma sustancia produzca reacciones tan diversas. Y, entre una cosa y la otra, el bueno de Sigmund Freud diciendo que el acto de mamar es el punto de partida de la vida sexual del niño y de la niña, Marilyn Yalom en su libro se burla un poco y dice que “el pecho femenino ofrece un modelo psicoanalítico para el jardín del Edén. En el pasado todos nos saciábamos en el paraíso. Luego, todos fuimos expulsados del pecho materno (...) obligados a deambular en un páramo no mamario. Como adultos, buscamos incansablemente el consuelo en el seno original, y de vez en cuando lo encontramos en la unión sexual, a la que Freud considera una especie de sustitución adulta del placer primitivo”. Dicho a lo bestia: según Freud, los adultos se pasan la vida tratando de recuperar el paraíso y lo encuentran, reeditado, en la pechuga de cada mujer con la que se topan. He ahí, entonces, una explicación posible al porqué de las películas pornográficas en las que los pechos se pagan por metro, al fetichismo de la lencería femenina, a la baba derramada sobre el escote de Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Brigitte Bardot, Mónica Bellucci, Salma Hayek, Scarlett Johansson, etcétera. (Diálogo espontáneo número tres. Situación: mujer revisando apuntes; hombre limpiando la lente de una cámara de fotos). Hombre: —Mirar el canalcito de separación de las tetas en el colectivo es un placer. Mujer: —¿Y para qué mirar si no vas a tocar? —¿Y para qué vas a una exposición de autos de lujo si no te los podés comprar? —Yo no voy a exposiciones de autos de lujo. —Pero las tetas te producen como una adrenalina. Yo, de chico, me he pasado de parada de colectivo para mirar una teta un rato más.
Desde el mes de septiembre de 2012, el programa sanitario Latch on NYC insta a los hospitales de Nueva York a reducir el uso de leche artificial para los
bebés, de modo que, de ahora en más, las neoyorquinas solo podrán usar leche de fórmula si las enfermeras y los médicos lo consideran adecuado. El alcalde de la ciudad dijo que la medida se tomaba debido a que “la leche materna reduce el riesgo de obesidad en la infancia y en la edad adulta”. Curiosamente, el mismo mes, el Departamento Estadounidense de Defensa consideró que la obesidad era “un problema de seguridad nacional [puesto que] el ejército destina más de mil millones de dólares a mejorar los problemas relacionados con el peso y el seguro médico de los militares, quienes necesitan de cuidado especial en el caso de la obesidad”. Desde 2011, en Indonesia, una ley estipula que los bebés deben ser amamantados durante los primeros seis meses de vida, y quien no cumpla con esto deberá pagar una multa que puede llegar a los 11.000 dólares. El gobierno asegura haber tomado la medida debido a que los niveles de desnutrición en los niños de ese país resultan alarmantes. O sea: contra la obesidad, tetas. Y, contra la desnutrición, tetas. En Oriente y en Occidente, las tetas son la solución a problemas de Estado: a cosas que el Estado —planes de salud, comida— no quiere pagar. (Resultados de una serie de preguntas realizadas por periodistas de la redacción de SoHo en Bogotá) —¿Qué le parece más inexplicable de las tetas? D.R. (hombre): Que nos cause tanto morbo ver unas tetas y no un omoplato, por ejemplo. A.C. (hombre): Que tienen un poder insuperable de embrutecer, anular, someter y domar a cualquier hombre.
Desde 1940, la incidencia de cáncer de mama se ha duplicado y sigue en aumento, entre otras cosas porque las mamas desarrollan cierta inmunidad al cáncer cuando las células fabrican leche, pero las mujeres han retrasado la edad para tener su primer hijo o han decidido no tenerlo nunca. Para la erradicación del cáncer a veces es necesaria una mastectomía radical: la extirpación de la mama, los ganglios linfáticos y parte de los músculos pectorales. Desde que en los ochenta la escritora Dana Metzger se tomó una foto con los brazos abiertos, un pecho radiante y un tatuaje sobre la cicatriz del que faltaba, muchas mujeres han mostrado —en retratos, en reportajes, en trabajos artísticos— la mastectomía. Si las amazonas se mutilaban un seno para tensar mejor el arco, las imágenes actuales no señalan una carencia sino una belleza insolente que, en un mundo en el que los pechos han terminado por ser el epítome de la femineidad, dice (como ninguna otra cosa) “yo soy mucho más que mis dos tetas”. Florence Williams, una periodista científica, autora de Breasts: A Natural and Unnatural History, decía, en una entrevista, que “el instigador y primer beneficiario de la aparición de los senos fue el bebé”, porque los pechos, depósitos de grasa, habrían sido cruciales para soportar la lactancia en condiciones extremas. Al parecer, aún la reacción placentera que experimenta
una mujer ante la estimulación de los pezones está ligada a un circuito neural cuya finalidad es la de fortalecer el vínculo entre madres e hijos. La estimulación del pezón durante el amamantamiento desencadena la liberación de una hormona llamada oxitocina y, según estudios recientes de Larry Young, profesor de psiquiatría de la Emory University, la estimulación del pezón por manos o bocas adultas activa las mismas áreas del cerebro que despiertan la estimulación vaginal y desencadena la liberación de, una vez más, oxitocina. O sea, exactamente lo mismo que sucede cuando una madre le da el pecho a su bebé. Es agotador: se empiece por donde se empiece, todo termina en el mismo lugar. En la fábrica de leche, en la antigua costumbre de mamar. El programa de televisión se llamaba El secreto, iba por un canal llamado Ciudad Abierta, en Buenos Aires, y lo conducía una escritora llamada Marina Mariasch que, en una de las emisiones, entrevistó a una bestia luminosa de la literatura argentina, el escritor Rodolfo Fogwill. Tomaban té sobre una manta, en el Jardín Japonés, cuando Fogwill se puso las gafas y, sonriendo con la ternura de una nueve milímetros, le preguntó: “¿Qué sentís cuando te miro así ”. Ella le dijo: “Me hacés acordar a mi papá”. Y él: “¿Y te acostarías con alguien que te hiciera acordar a tu papá”. Y ella: “No sé, nunca lo hice”. Y él, que la conocía desde pequeña, dijo que estaba seguro de haberla visto por primera vez en un barco, en el Delta del Tigre. “—¿Yo estaba con corpiño? —Ese es un mito. Tu papá le dijo a alguien que yo te miraba las tetas. Yo jamás les miro las tetas a las mujeres porque las tetas de las mujeres no me interesan (...) La teta es un órgano boludo. Hasta el momento de usarla. —¿Vos decís de usarla como bebé o como hombre? —Usarla, que cambie de contextura, que cambie de dureza y, especialmente, conseguir que se erice. Pero no es una cosa que me interese. Además, si son muy femeninas no me gustan. —¿Cómo muy femeninas? —Qué sé yo, las que les gustan a los pajeros. A los babosos pajeros les gustan las tetas, que se hagan las tetas las minas. A mí me parece desagradable. —¿Por qué? —No las quiero para comer”.
Tetapedia ILUSTRACIONES: MARÍA JIMENA TAFUR Sabemos que en cuestión de tetas, los hombres desconocemos mucho. Por eso en esta edición realizamos una completa guía que lo sacará de todas las dudas y lo volverá un experto en el tema.
No podíamos ser inferiores al reto que nosotros mismos nos planteamos: explicarles a nuestros lectores todo, todo lo que habían querido saber sobre las tetas y nunca antes se habían atrevido a preguntar. Más de 50 mujeres se sumaron al esfuerzo sideral de explicar por qué nos bastan esas dos poderosas razones que tienen las mujeres para someternos a su arbitrio. ¿A qué edad les comienzan a salir las tetas y cómo se dan cuenta? Apreciado lector: si usted fue uno de esos desdichados que sufrieron de piedrilla en la pubertad —esa sensación de tener las tetillas sólidas y a punto de explotar que dolía más que jalarse un pelo de la nariz— puede imaginarse lo que siente una niña cuando le están saliendo tetas. Hay excepciones, pero, en general, ese proceso comienza entre los 11 y los 13 años, y dura poco menos de un año. Suele tener momentos dolorosos porque los pezones tienden a ponerse hipersensibles en un comienzo. ¿Cómo se cuidan las tetas las mujeres? Pongámoslo de esta manera: se las cuidan mejor de lo que Naren Daryanani se cuida su zona íntima cuando juega fútbol. De por sí, hay cremas humectantes, cremas antiestrías, cojines helados para tonificarlas; muchas hacen ejercicios (¿nunca ha visto a su pareja en posición de saludo de karateca presionando las manos frente de ella) y al menos las más responsables se hacen el autoexamen para detectar si tienen cáncer. SoHo presenta esta serie de elementos de la
industria de las tetas para que usted, amigo lector, trate de descifrar qué son y para qué sirven. Infografía de cosas para el cuidado de las tetas ¿Qué es lo más cansón de tener tetas? El 76 % de las mujeres de una encuesta que SoHo organizó para este especial, y que respondieron 50 mujeres, afirmaron que lo peor de tener tetas es aguantárselas al hacer ejercicio: la saltadera que experimentan cuando trotan, por ejemplo. Otros factores de incomodidad, sobre todo en mujeres de tetamen mayor, son dormir boca abajo (7 %) o no tenerlas del tamaño que quisieran (4 %). El 3 % dice que todo lo anterior, y el porcentaje restante se diluye en respuestas tan diversas y extrañas como aguantar el bamboleo durante el sexo, soportar que los hombres las miren y bailar merengues apretados con tipos que sudan mucho y que no les inspiran confianza. Natalia París dice que ponerse el cinturón de seguridad suele ser incómodo.
¿Por qué y cuándo se les paran los pezones? Por dos razones básicas: o por excitación sexual o porque sienten frío (“nada más rico que el primer chupetón suave cuando uno las tiene paradas”, dijo una consultada entrecerrando los ojos. Y era bonita). Cuando note que los pezones están bajo el efecto “timbre”, trate de deducir a cuál de esas dos razones obedece la situación: si está en Tunja, por ejemplo, puede que no sea por culpa suya. Pero es que nadie tiene la culpa de estar en Tunja. Pero toda mujer que en una piscina de la caliente Girardot tenga “pezones de timbre”, le está mandando un mensaje de frente: que el agua de la piscina está fría. ¿Cuánto puede pesar una teta? La teta de una mujer de 1,60 de estatura —o sea una colombiana del promedio— puede pesar entre 150 y 180 gramos, el equivalente a una manzana pequeña. Pero unas tetas grandes, a quienes los lobos llaman “melones”, para
seguir con el símil de las frutas, pueden pesar hasta 2 kilos. Estudios indican que las de Sabrina, intérprete de la canción Boys, boys, boys, pesaban 3,7 kilos cada una, lo cual no nos consta. Y que las del doctor Gerlein alcanzan, cuando no están apoyadas en la curul, la impresionante cifra de 8 kilos cada una. Lo cual nos consta. ¿Es verdad que les duele la espalda si son muy grandes? Sí, pero para que eso suceda se necesita que de verdad sean muy grandes, como las de la misma Sabrina, o muy especiales, como las del expresidente Samper, que aún hoy le causan dolores de espalda. Una mujer de generoso tetamen padece dolores no solo allí, en la espalda, sino especialmente en el cuello. Eso le sucede a la mujer del exnotario Cuello Baute. Sin embargo, hoy por hoy existen brasieres diseñados para soportar cualquier peso, y aun para que el esposo los guinde y se eche una buena siesta. En casos extremos, el peso resulta tan excesivo que las mujeres deben reducirse el tamaño para no tener severos problemas de columna, como los que puede padecer Norma Stitz, la mujer más tetona del mundo, o Hernando Gómez Buendía, cuando era columnista. ¿A qué edad debe una mujer comprar el primer brasier? A los 11 o 12 años, más o menos, una mujer recibe su primer acostumbrador, que es una suerte de sujetador primerizo, de primer brasier, que a la vista parece como un top. Y decimos “recibe” porque nuestras colaboradoras nos confesaron que, por lo general, se los compran sus mamás, y, para hacerles más ameno el uso de la nueva prenda, los escogen con motivos del gusto adolescente: guitarras eléctricas, patinetas, Jota Mario Valencia, cosas semejantes… La entrega del acostumbrador es todo un ritual, como cuando a uno el papá le regala la primera máquina de afeitar. Ahora bien: a partir de los 14 años, ya casi todas se han desarrollado y tienen sus primeros brasieres beodos, o, dicho de otro modo, de diversas copas. ¿Qué significan el número y la letra en los tamaños de los brasieres? En resumidas cuentas, el número corresponde a la medida de las costillas y la espalda debajo de las tetas. La letra es la copa, o sea la misma medida pero a la altura del pezón. Suena complicado, y sabemos que no quiere clases de matemáticas, pero si se concentra, toma nota, repasa el Álgebra de Baldor y sigue las siguientes instrucciones, podría entenderlo: tome un metro que esté en pulgadas y mida justo debajo de las tetas de su mujer. Al valor que le dé, súmele 5 y tendrá el número: 32, 34, 36, 38. Ahora vuelva a medirle el contorno, pero a la altura del pezón. La diferencia entre esta medida y la que le dio en la primera operación será la letra de la copa, así: de 0 a 0,5 pulgadas, AA; de 0,5 a 1 pulgada, A; de 1 a 2,5 pulgadas, B; de 2,5 a 3,5 pulgadas, C; de 3,5 a 4,5 pulgadas, D. ¿Por qué en pulgadas y no en centímetros? Porque así son los brasieres, qué podemos hacer. Por si acaso, una pulgada equivale a 2,54 cm.
¿Qué tan frecuente es que se reviente una prótesis? Nada frecuente. Y tranquilo que, así esté pasado de kilos o sea una real brocha para aproximarse a unas tetas, es muy difícil que el hombre sea el causante de un accidente de ese estilo. Las prótesis están hechas de un material superelástico, y si se rompen antes del vencimiento de la garantía —que suele ser de entre 7 y 10 años— es o porque el médico la perforó durante la operación sin darse cuenta o porque, como pasó en un caso real, la atacó un pez espada. Por cierto, a ella la salvó la silicona, pues si no hubiera sido por esta, el animal le hubiera perforado no un implante sino un pulmón. ¿Es cierto que pueden explotar las prótesis en los aviones? Puro mito urbano, o aéreo, para ser más exactos. De lo contrario, Carolina Cruz se desplazaría a los reinados de Cartagena en Expreso Bolivariano. En caso de que la cabina del avión se despresurice, es más probable que a usted se le explote el colon o un pulmón antes de que ocurra lo propio con una prótesis mamaria, porque las siliconas son dispositivos blandos que no tienen aire en su interior, a diferencia de algunos órganos de su cuerpo. Y a semejanza de un TransMilenio en hora pico.
¿Todas las tetas operadas tienen cicatrices? Todavía no se han inventado la forma de meter las prótesis por ninguno de los orificios naturales del cuerpo, llámese boca, nariz u otros que no mencionamos por respeto a usted. O a esa parte del cuerpo. Como sea, lo último en guarachas es que se las introduzcan por el ombligo, donde el rastro de la cicatriz no solo es más pequeño, sino mucho más disimulable. Las cicatrices más comunes son en torno al pezón y en el pliegue de abajo de la teta. Si la operación fue hecha en los años noventa o por Antanas Mockus, la cicatriz suele ser más notoria. Algunas son verdaderas zanjas que atraviesan las tetas en zigzag. Esto, porque en esa época no había mayores avances científicos para implantarlas, y porque pululaban los consultorios que ofrecían operaciones a cualquier precio. Ahora
hay más tecnología y mayor rigor para perseguir a las clínicas de taller (ver gráfico). ¿El tamaño de las tetas cambia con los anticonceptivos? No siempre, pero pasa, aunque no crecen a niveles titánicos. Lo que sucede es que algunas pastillas traen la hormona ciproterona, que hace que las tetas se llenen de agua. ¿Que si molesta? Claro: el dolor de la hinchazón sí puede alcanzar niveles titánicos. Y tetánicos. ¿Es cierto que si las masajean crecen? No. Y el mismo principio físico aplica para otras partes del cuerpo (no al pipí, que sí crece cuando se masajea). De igual forma, suéltese eso y deje la porquería. ¿Hay mujeres que tienen una más grande que la otra? Siempre: todas las mujeres tienen la teta derecha más grande. Del lado izquierdo se recuesta el corazón, y esa glándula mamaria es más pequeña y está aproximadamente un centímetro más arriba. Un dato extra: suele ser un tanto bizca la teta izquierda. Y más si es del Polo Democrático. Eso pasa porque el tórax zurdo es más redondo y la teta suele nacer con un pequeño giro hacia la izquierda. Como la gente del Polo. ¿Las tetas se agrandan con el calor? Por un principio físico que rige todos los tejidos orgánicos, el calor expande la materia y el frío la encoge. Las tetas, sin embargo, no se agrandan con el calor, pero en lugares como Melgar, Carmen de Apicalá y demás pueblos de “tierra caliente”, el pezón sí suele expandirse a veces a niveles solo comparables con la revolución chavista. Aunque nunca se ponen tan rojos. Ni censuran ni expropian a nadie. ¿Les duelen las tetas cuando tienen la regla? Les duelen y les crecen. “Sí duelen, y mucho” afirma, severa, la hermosa modelo Vanesa Mendoza, una de nuestras consultadas. Esto se debe a que después de haber ovulado, los niveles de estrógeno (la hormona femenina) aumentan y hacen que las tetas, al igual que los borrachos, retengan líquido y se pongan muy sensibles. Así que pilas: tenga en cuenta que unas 48 horas antes de que les llegue están más sensibles anímica y mamariamente, y es mejor que durante ese tiempo tenga tacto. O al revés: ni lo tenga. ¿Qué es una mamografía? Es un examen de rayos x que se practica en una especie de sanduchera: las mujeres meten las tetas, una por una, en un aparato que las comprime al máximo y les toma una fotografía para detectar cualquier anomalía. Puede ser muy doloroso. Este examen deben hacérselo una vez al año desde los 50, a menos que tengan antecedentes de cáncer u otra condición que exija empezar a revisarlas desde antes. ¿Qué es una mamoplastia?
Es el nombre técnico de la cirugía de las tetas. Hay mamoplastia de aumento, de reducción y de reconstrucción, que es la que se hace cuando una es extirpada por un cáncer. ¿Pueden hacerse una mamografía después de una mamoplastia de aumento? De poder, se puede, pero no sirve de mucho. La silicona es un material radiopaco, es decir, que los rayos x chocan contra él y es como si se velara la foto: sale blanca. Pero eso no quiere decir que no se puedan revisar. Todo lo contrario: las mujeres tienen que ir al médico con frecuencia para que este les ayude a encontrar, con otros exámenes, si algo anda mal. ¿La teta pierde sensibilidad después de operarse? Todo depende de la buena mano del cirujano, pues durante la operación se puede desconectar un nervio y generar un corto circuito. Pero, ojo, hay casos en los que, en vez de quedar insensibles, quedan hipersensibles, cual protagonista de novela. Cuando eso sucede, la teta come chasqueando ante una cámara; habla mal de los demás: tiene sexo de noche entre las cobijas con varios compañeros. Por fortuna, a diferencia de los protagonistas de novela, tanto la insensibilidad como la hipersensibilidad tienen remedio: la primera, con una nueva operación, y la segunda, con algunas dosis de complejo B. ¿Es normal que las tetas tengan pelos? Sí, y el pelo que eventualmente puede crecer en la teta no es pelo como tal: es vello púbico. Suele salir en la areola, en el borde del pezón, y no en bloque: es decir, no hablamos de bosques, sino de árboles aislados: un par de vellos púbicos cerca al pezón y ya. Aunque en algunos países disfrutan de este fenómeno e incluso lo utilizan como novedoso recurso para el aseo dental, sobra decir que el chilindrín de teta está establecido por la ley como causal de ruptura matrimonial con el correspondiente pago de indemnización al varón. ¿Qué es la “teta de gitana”? Es una expresión que señala aquella teta libre, colgante y de gran tamaño que, al carecer de brasier, pende en el pecho al vaivén de los movimientos de su dueña. Como las gitanas, viaja de lugar en lugar. Nunca se queda quieta. Y tiende a seguir creciendo con el paso del tiempo.
LACTANCIA ¿Por qué una mujer comienza a lactar? En resumidas cuentas, el cuerpo de la mujer está hecho para poder alimentar a un bebé. Así, poco antes del parto, produce unas hormonas —que no pensamos enumerar para no aburrirlo— que dan la leche. Las glándulas mamarias, a su vez, tienen unos lobulillos que son como un racimo de uvas. Estos se unen por varios conductos que llevan la leche y desembocan en el pezón, y que bien podríamos llamar “la vía láctea”. ¿Qué quiere decir “se me secó la leche”?
¡Adivine! Pues que la teta dejó de producir leche. Dicho fenómeno ocurre cuando la mujer no recibe estímulo del bebé o cuando sufre un impacto psicológico que la altera. Como verle las tetas a Gerlein, por ejemplo. ¿Qué es el calostro? Calostro no es un sufrido pueblo del Cauca, sino una suerte de simulacro de leche con que la mamá alimenta al bebé durante los primeros días de nacido. Es abundante en proteínas, sodio y potasio, y tiene más defensas que un equipo de fútbol americano, lo cual evita que el bebé se enferme. ¿Cuando una mujer tiene cáncer de seno y pierde una teta, no puede volver a amantar? Si solamente pierde una teta, puede volver a amantar. Y más hoy en día, porque las operaciones tienden a mantener la mayor cantidad de glándula y tejido mamario. Si pierde las dos, no. ¿Si una mujer tiene las tetas operadas, puede amamantar? Puede amamantar sin problema: la glándula siempre queda por encima de las prótesis, que incluso se suelen poner por debajo del pectoral. No hay lío por ese lado. Ni por debajo del pectoral. ¿Duele cuando amamantan? Sí, duele, y a veces mucho: en los casos más severos, el pezón puede sangrar, infectarse, sacar costra, y aun así sigue produciendo leche. Pero lo peor es cuando les da mastitis, infección que inflama la teta, la pone roja y puede producir fiebre... En ese momento, además, la pobre mujer suele sufrir no solo de mastitis sino de mamitis. Así que, hombre, en vez de sufrir y hacer caras de dolor mientras lee esto, entienda por qué las mujeres pueden estar un poquito de mal genio los primeros meses después del parto. ¿Si un niño chupa una teta siempre sale leche o es solo después del embarazo? Antes del embarazo, a la mujer le sale leche. Después, otro tipo de bebidas, como Pony Malta y hasta vino. Ahora bien: si su hijo estimula con succión la teta de su mamá, esta puede producir leche durante un par de años o más. Hay niños que a los cinco años siguen chupando teta. El doctor Gerlein, para volver al caso, lo ha hecho durante 41 años. Y con la teta del Estado. ¿Puede uno chupar una teta de una mujer que está lactando? Va en gustos: hay hombres que lo hacen y llevan roscones y arequipe, y se gozan ese momento. ¿Las mujeres que tienen las tetas grandes lactan más? Las tetas de las mujeres no pueden verse como simples envases de leche materna, de lo contrario, divas díscolas como Paris Hilton exigirían “la finca” a cada uno de sus ex novios. No. No existe ninguna relación directa entre el tamaño de las tetas y la cantidad de leche que producen. Hay grandes tetas que
producen poca leche, y al revés: gente plana, como Martina García o Coco, el que salía en Oki Doki, en cuyos pechos puede correr leche abundante. ¿Por qué no pueden tomar licor las mujeres que lactan? Porque a través del torrente sanguíneo el alcohol se infiltra en la leche materna y la convierte en una suerte de sabajón que el bebé termina ingiriendo con los riesgos que ello implica, como padecer secuelas neuronales o, lo que es igual, lanzarse a la política. ¿Hay una edad límite para dejar de lactar? Lo correcto es darle leche al bebé los primeros seis meses, cuando más la necesita: de ahí en adelante, el asunto es casi pedofilia, casi incesto. Señor padre: después de la excesiva frontera de los ocho meses, compre leche en polvo y no se ahorre esa platica. Señora madre: esconda ese seno que lucía con orgullo en el bus, en el centro comercial, en el parque, y permita que la teta recupere su dimensión erótica al año de parir.
CÁNCER Cuando les da cáncer, ¿cómo lo descubren? Normalmente lo descubren por el autoexamen, que muchas mujeres, a pesar de las campañas de divulgación, todavía no saben hacérselo (ver recuadro). Es importante que se miren las tetas con cuidado para cerciorarse de que estén simétricas, de que el pezón no esté invertido, de que no haya piel roja. También es clave que se las toquen por todos lados, hasta las axilas, para buscar cualquier bola o formación rara. En últimas, que no haya nada nuevo, ninguna sorpresa que amerite una visita de urgencia al médico. ¿Los tumores duelen? No siempre, por eso insistimos una y mil veces: es importantísimo que las mujeres se hagan el autoexamen y, ojo, que sus novios o esposos estén pendientes también. Porque el cáncer de seno es un cáncer que padece toda la familia, y los hombres tenemos la responsabilidad de promover la detección temprana. ¿Cuando pierden una por el cáncer, les da síndrome de amputado, es decir, sienten que la tienen sin tenerla? El síndrome del amputado o del miembro fantasma no es muy común después de perder una teta, pero puede pasar. Sobre todo si durante la operación le cortan un nervio que está entre la axila y la base del cuello que se llama el plexo braquial. ¿Cómo se combate el cáncer de seno? Hay diferentes formas de tratarlo, pero depende de qué tan avanzado esté. La cirugía es esencial: hay que resecar el tumor y quitar la masa. También hacer sesiones de radioterapia y quimioterapia, que varían según el caso. Ahora hay otro tratamiento que inhibe el crecimiento de las células mamarias. Es un
procedimiento hormonal a largo plazo, que puede durar hasta cinco años, pero funciona bastante bien. Un acompañamiento psicológico profesional y un buen estado de ánimo son trascendentales durante todo el proceso. ¿Cómo quedan las tetas reconstruidas? En este momento, la última moda es la cirugía oncoplástica, en la que el cirujano plástico trabaja de la mano con el oncólogo, que es el experto en cáncer. Hay casos en que se quita toda la glándula mamaria y se reconstruye inmediatamente, ya sea con colgajos de los músculos abdominales o de la espalda, o usando las clásicas prótesis (ver recuadro). Aunque hoy en día se trata de mantener la mayoría de la teta original, hay mujeres que pierden el pezón y se lo mandan a tatuar. ¿A los hombres nos da cáncer de seno? Sí, los hombres tenemos glándulas mamarias, aunque mucho más chiquitas. No es frecuente, pero el problema es que normalmente se detecta ya muy avanzado. ¿Entonces debemos hacernos el autoexamen? Por lo general no el de próstata, pero no sobra tocarse los pectorales y las axilas de vez en cuando y, en caso de sentir algo extraño, ir al médico para salir de dudas.
PROTOCOLO CON LAS TETAS ¿A qué número de cita se puede coger una teta? Las tetas no son una ciencia exacta, no son un asunto matemático, pero la encuesta elaborada por SoHo sirve de guía: el 62 %? dice que después del tercer beso en la boca; el 21 %, a partir del cuarto encuentro salivar; el 11 % pide abstenerse hasta que haya sexo como tal. Sin embargo, todas —o casi todas— matizaron: el factor regla puede postergar el momento. Y el factor trago también: 13 de las mujeres consultadas dicen que el trago puede desinhibir las barreras que impiden tocar las tetas, y dentro de esas barreras incluyen a Roy. Algunas consideran que, para dejar cogérselas, los martinis tienen igual proporción que las tetas: uno es muy poquito, tres pueden ser demasiados. Sin embargo: nunca coja una teta con el codo y nunca pregunte antes de coger una teta: no sea ídem. Lea el momento. O lea el libro de Baldor, al menos, que es otra manera de aproximarse a la teta. Y al coseno. ¿Cuál es la principal torpeza de los hombres frente a las tetas? 71 %: la brusquedad (“no son de goma”, afirmó una encuestada; “las tratan como si fueran pelotas antiestrés”, dijo otra; “la máxima en general es que es mejor suave que duro, y muchos hombres creen equivocadamente que mientras más duro, más excitante”, enseñó una más; “es una zona muy vascularizada y son un poco bruscos” dijo la modelo Johana Uribe). El 29 % restante se quejó del manejo que el hombre le da a la teta durante el sexo oral (“las chupan como si
fueran pitillos”), dijo una; “mordisquearlas no es morderlas y muchas veces los dientes nos destemplan”, advirtió otra; “lo que hagan mal en el pezón nos produce lo mismo que cuando una tiza chirría en un tablero”). Consejos: en vez de tocar, acariciar. En vez de morder, besar. Ante la inseguridad, abstenerse. Y practicar antes contra un tablero. O con una tiza. ¿Debe uno pedir permiso para coger las tetas? Ya lo dijimos, pero preferimos ser insistentes: en el manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño (Juan Andrés Carreño, quien fue comisionado de TV) se lee que un hombre de bien nunca debe pedir permiso para palpar el busto femenino, y menos referirse a este con la palabra busto. Tampoco a Carreño. Nunca, por el mártir San Mamés, pida permiso a una mujer para darle un beso, cogerle la mano, rozarle una teta... Tampoco mande el codo, como si fuera sin culpa: el codo, entiéndalo bien, no sirve como escuadrón de avanzada. Sea cortés, lea los mensajes ocultos de la coquetería, no se acelere. Y, no importa la circunstancia, si le dicen que no, pues es no. Eso también lo dice el manual de Carreño.
LA SENSIBILIDAD DE LA TETA ¿Cómo se debe tocar una teta? Primero: no se agarre a ella como un arquero a un balón que acaba de tapar. Sea suave, delicado, presione en los momentos de más calentura, pero no se pase de fuerza. Y ojo: no aruñe. Segundo: no se obsesione con las tetas. Que sean importantes a la hora del sexo —sobre todo en el pre— no significa que deba colgarse de ellas durante horas y olvidarse de que las mujeres tienen otros puntos sensibles, acariciables e indispensables como la espalda, el cuello o, incluso, la cartera.
¿Deben morderse las tetas? Como a los hombres nos tienen que decir las cosas más de una vez para que entendamos, le repetimos que el primer gran colorario a este respecto es: “Más vale lamer que morder”, a menos que uno sea el exconcejal embolador, en cuyo caso da lo mismo lo que haga. Es difícil dictar cátedra sobre el asunto de
morder las tetas porque es un gusto 100 % subjetivo: hay mujeres a las que les impresiona y otras a las que les gusta que les muerdan las tetas. Depende de la zona geográfica. En África, por ejemplo, hay tribus caníbales que no solo buscan morder las tetas, sino que, incluso, se las comen. Y con bocadillo. Sin embargo, a quienes les disgusta que les mordisqueen las tetas, les disgusta de verdad: les produce una sensación destemplativa horrible. En conclusión: no lo haga sin la confianza de preguntar si a la mujer le gusta. Puede salirle mal. Y en caso de lanzarse, sea gradual, lento, indague a punta de ensayo y error, que lo peor que le puede pasar es que lo rechacen las mujeres y termine en la Real Academia, pero de la lengua.
¿En qué parte de la teta sienten más? Entendamos el pezón como capital: el?100 % de las mujeres consultadas respondió que la zona en que más placer sienten es allá, en pleno down town, donde está la plaza y la alcaldía, aunque no necesariamente la de Gustavo Petro. No pierda el tiempo en Chía o aledaños, a menos de que se esté yendo al Amazonas por carretera. Un consejo: si consiente al pezón sin excesos, puede ser excitante, pero, como ya es una constante en esta investigación, mientras menos rudo, mejor: consentir no es espichar, y el pezón merece suavidad y consideración. Como el alcalde Petro. ¿Las tetas cambian con la raza? Cada raza tiene características físicas diferentes, como es obvio, pero, en términos de tetas, lo único que cambia con las razas es la coloración de los pezones, si bien las orientales, además, suelen tener pezones respingados y areolas más pequeñas. ¿Las tetas cambian con la edad? Sí, se vuelven más maduras, más reposadas, más calmadas y más seguras de sí mismas. ¿Qué sale en Google cuando uno pone la palabra teta? 1. Como era de esperarse, lo primero que aparece es Wikipedia. Ahí no va a encontrar una definición de teta, sino de palabras relacionadas como mama, glándula mamaria, pezón, ubre o, finalmente, a la letra griega zeta. 2. Primer video que le aconsejamos no ver, si no quiere perder 7 minutos y 35 segundos de su vida: se titula Desafío 2010 se le salió una teta a la costeña y es una escena de un reality en el que, efectivamente, medio se le sale una teta a una vieja después de varios minutos. Lamentable. No se le ve nada. 3. Segundo video que le aconsejamos no ver, si no quiere perder 6 minutos y 29 segundos de su vida: es todavía peor, por no decir engañoso, porque se llama Descuido si se le sale una teta, pero aparece una vieja en brasier a la que nunca se le sale nada. 4. Un blog que se llama “La teta feliz”, que ya no es feliz porque lo hackearon, por lo que lo único que dice es eso: que ya no hay más teta feliz. 5. La definición del diccionario en línea wordreference.com: “f. anat. Cada uno de los órganos glandulosos que tienen los mamíferos en número par y sirven en las hembras para la secreción de la leche”. ¿Cómo pueden reconocerse unas tetas operadas? Suelen ser rígidas ante el movimiento, duras al tacto y redondas: en vez de parecer una gota de agua, con caída natural, pueden lucir como balones de básquet que salen desde el tórax y que, incluso, a veces rebotan contra el piso. Vale decir, de todos modos, que la ciencia ha avanzado y que hoy por hoy es difícil saber cuándo una mujer tiene operadas las tetas, y no solo una, sino hasta dos veces, porque en muchas ocasiones se requiere la intervención de un
oftalmólogo que ayude a que no queden bizcas, cosa que no tiene nada de malo y por lo cual nadie se la va a montar a nadie, por favor. Respetémoslas. Ahora bien, como se planteó en diversos foros de la pasada Cumbre de las Américas, la gran duda es: ¿quedan tetas naturales en la farándula colombiana? Muy pocas, lamentablemente. Ya las tetas no son como antes, qué tristeza. Naturales quedan si acaso las de Lady Noriega y dos o tres más (también en el cuerpo de ella, porque al parecer tiene cinco, lo que no nos consta y que debe ser falso. O en plural: que deben ser falsas). ¿Cómo se puede elogiar una teta sin ser lobo? Es permitido: “Me fascinan tus tetas, mamita”. En caso, claro, de que quien lo diga esté hablando con su mamá. Lo cual no sería lobo, pero sí extraño. No es permitido: elogiar una teta de cualquier otra forma.
¿Hay algo más por aprender de las tetas? Claro que sí: la teta es todo un universo cambiante del cual nunca sabremos suficiente. Aún hoy, después de este gran especial, quedan múltiples dudas por resolver: ¿la teta nace o se hace? Si se hace, ¿qué se hace, dónde se mete? ¿La teta es loba para el hombre o nace buena pero la sociedad la corrompe? Son tantas y tantas dudas que no conseguimos resolverlas en esta única entrega. Por eso, nuestro consejo es que siga leyendo SoHo todo el próximo año para que siga observando ejemplos que en el futuro le pueden ayudar.
Qué se siente...tener tetas chiquitas POR WENDY GUERRA Esta tetapedia busca que usted entienda y conozca aquellos sentimientos y situaciones que, por se hombre, difícilmente entiende. La escritora Wendy Guerra le describe qué se siente tener tetas pequeñas.
Soy: La modelo que busca el equilibrio sobre la esfera, la andrógina niñaniño sin pechos, la gracilidad en el peligro, señales que me hablan desde de la época azul picassiana. Desnuda: Siempre voy de espaldas ante el fotógrafo maldito. Mis senos solo excitan al lobo que delira, me detuve en la adolescencia, en esa distrofia infantil de toda una generación que creció poco porque comió menos. Mis senos breves con un centro terso, elástico, exhibicionista. El fotógrafo quiere captar esos pechos que nunca amamantaron. Me despojo descuidada ante el que me desea, pero del fotógrafo me cuido, el que no toca ni goza, le doy mi espalda blanca y él abre el torso que esconde la pieza simple como dibujo japonés, como sushi de alga y luz. La proporción de mis caderas voluptuosas contradicen mi frontalidad donde puebla la ausencia. Vestida: No hay vestido que entalle bien en la parte superior de mis hombros hasta la cintura. Trucos, pinzas, rellenos aparecen en mi busto engañando a la luz como exótica modelo. Hombres TETA madre: Ninguno de mis hombres, de los 17 a los 42, ha dejado de buscar a su madre entre mis precarios pechos, también, seamos sinceros, a sus rudos y marciales padres, lo hacen a bordo de ese gesto masculino que esconden muchos de mis hombres. Alguna vez extrañan aquel ejercicio de alimentarse y vivir, otras veces se complacen con la idea de una
criatura que no sea ni hembra ni varón, que les escale como diablo bendito por el cuerpo en algunas madrugadas sin miedo, sin tetas ni testigos. No hay hombre que se queje, pero muchos muerden tragando el vacío molesto que invoca algo más que yo no tengo. Dos grandes madres tetas. Soy de esas mujeres que nunca amaron como una madre. Amo como un soldado, de pie y con las botas puestas. Abrir el cuerpo: Ya no, es tarde, ya nadie abrirá mi cuerpo para poner dos simulacros de tetas plásticas. Una muñeca erótica bajo mis pezones harían escapar el alma de la niña que aún me habita, haciendo equilibrios sobre la esfera.
Qué se siente...tener tetas chiquitas POR ANAMA De modelo solo las caderas, porque de tetas, el divino me dio una talla 32. La cinta métrica zigzaguea sensualmente en el aire que sobra a mis pechos redondos, pequeños, sobrios, elegantes y encajados perfectamente con mis abiertas caderas. Ni andrógina ni infantil. Joven, fresca, sensual y provocadora. No rebozan corporalmente, pero rebozan juventud, rebozan las ganas de los machos, rebozan mis ganas y exhalan sexo sin clemencia. ¿Quién dijo que el tamaño importa? Les he preguntado sobre las tetas grandes y los “niños” dicen que no es “ninguna experiencia del otro mundo”, “que a veces saben falso” y que se pierden entre la perfecta distribución de las tetas chicas, la cintura de avispa, las caderas abiertas, las piernas gruesas pero largas, y la energía desbordante que separa vertiginosamente la métrica del disfrute. Nunca un escote se quejó, nunca un tipo dejó de besarlas, nunca un sostén no calzó, nunca un abrazo las despreció y nunca se me ocurrió que podría operarme. Un toque de Lolita que primero le seduce a uno mismo desde la intimidad más sensual y profunda, con esa malicia inocente de la primera vez, donde la frescura de una posible virginidad retorna y llama a los sueños húmedos de más de uno. Así que nada más agradecerle al “divino”, si es el caso, por dotarme de una maldición tan angelical, que me termina convirtiendo a mis casi 35 años en una fantasía tan pueril como demoníaca.
¿Incomodan las tetas? POR CLAUDIA MORALES
Pregúntense lo siguiente, con honestidad: ¿cuántos de ustedes piensan que saben agarrar unas tetas? ¿A cuántos de ustedes les preocupa si nos ajusta bien un brasier, o si nos duelen cuando está por llegarnos el periodo, o cuando dormimos boca abajo, o si nos da pena porque son muy chiquitas o muy grandes? Como no voy a saber la respuesta, me permito entonces, después de dejar planteada la reflexión, referirme a mi experiencia con mis tetas. Lo primero que deben saber es que las tetas sí duelen. Duelen, permítanme contarles, porque nuestras hormonas nos traicionan. Sangran mientras aprendemos a amamantar. A veces son tan sensibles que cualquier roce molesta. Y en algunas ocasiones, simplemente no queremos que las toquen. A veces, incluso, incomodan. Es impensable usar un strapless sin temer, cada tanto, que se me va a descolgar una teta. Las tetas se salen de los bikinis, a veces no se ven bien con cierta ropa, las caídas tienen que ajustarse con un brasier de varilla inmundo y las muy grandes hacen doler la espalda. Así pues, tener tetas no es simplemente un asunto de sexo, señores. Por lo demás y para serles franca, mis tetas me gustan, no me incomodan y no me trastornan por una razón puntual: nunca las relacioné como la razón de mi existencia, salvo cuando lacté a mi hija y entendí que la vida que parte de las tetas en ese momento paga cualquier cosa. Por lo demás, y en lo que se refiere a los hombres, si les gustaban mis tetas chiquitas, perfecto; y si no, como siempre he dicho y aplica no solo para las tetas, si no les atrae lo que tengo, vayan y busquen en otra parte lo que se ajuste a sus gustos. En el sexo di algunas “instrucciones” que fueron bien recibidas, pero confieso que unos personajes entraron y se fueron de mi vida creyendo que les hicieron algo rico a mis tetas.
Insignificantes hombres que no ameritaban la instrucción. El que logra ver las tetas como algo más allá de un par de cosas que cuelgan de forma atractiva tiene ganado el corazón de su mujer. No se fíen, señores, del silencio de las mujeres. Pregunten y aprendan.
¿Nos engañan las mujeres con el tamaño real de sus tetas? POR MARÍA INÉS MCCORMICK Si usted quiere saber qué estrategias usan las mujeres para agrandar sus tetas, María Inés McCormick se las revela.
Tener o no tener, esa es la cuestión. Desde la pubertad, las mujeres comenzamos a obsesionarnos con el tamaño de las tetas. Andamos en la eterna búsqueda de la talla perfecta que está en algún lugar entre los mamoncillos y los melones. Antes de la aparición de Eva Herzigova y su famoso wonderbra que levanta a los caídos, une a los separados y engrandece a los pequeños, la falta de materia prima para rellenar el brasier tocaba solucionarla con remedios caseros. ¿Cuántas jovencitas no dejaron volar su imaginación y fabricaron teticas postizas con toallas higiénicas, medias viejas, hombreras, esponjas amarillas de cocina, algodón y papel toilette. Sin embargo, la magia tiene su precio y la voluptuosidad engañosa desaparece tan pronto el brasier push-up sale volando. Entonces les dimos la bienvenida a las cremas de dudosa composición y acogimos gustosas las pastillas de estrógenos probadas en ratones, las dietas de hinojo y los ejercicios pectorales. Aprovechándose de nuestros complejos y frustraciones, las diosas de las televentas no tardaron en seducirnos con los tratamientos en frío, la estimulación con electrodos y la succión de las bombas al vacío. Como era de esperarse, las únicas que crecieron fueron las billeteras de los vendedores. Frágiles y despechadas, algunas mujeres llegaron hasta el quirófano esperanzadas en la promesa del cirujano, que les aseguraba haber encontrado esa media naranja de silicona que les hacía falta para sentirse completas.
A las mujeres nos cuesta estar satisfechas con el tamaño de nuestras tetas. Resulta irónico, pero mientras los hombres fantasean con naufragar en medio de un par de senos jugosos y opulentos, nosotras nos acomplejamos si comenzamos a atraer más miradas de las deseadas. Y es que esconder las tetas es más difícil que mostrarlas. ¿Cómo atajar esas mamas poderosas que amenazan con desbordarse arrastrando a su paso cremalleras y botones? Aunque a los señores les suene a sacrilegio, existen brasieres reductores capaces de disimular lo que Dios nos dio en varias tallas y de camuflar unos potentes 40B en unos coquetos 38C. Sea como sea, grandes o pequeñas, el encanto de las tetas está en la mano del que las aprieta.
¿Entre mujeres se comparan las tetas? POR CAROLINA CUERVO Si se lo ha preguntado, ya no tiene que vivir con esta duda. Carolina Cuervo se lo responde.
Claro que entre mujeres nos miramos las tetas. Claro que nos comparamos, claro que las que tenemos poco en algún momento de nuestra vida quisimos más, y claro que las que tenían mucho, en algún momento, quisieron menos. La respuesta es que siempre vamos a querer lo que no tenemos y siempre, entre mujeres, nos estaremos vigilando. En Colombia, tener un buen par de tetas parece necesario para buscar la aceptación. Cuando uno era adolescente, las tetonas tenían, por supuesto, más iradores masculinos; jóvenes prepúberes que se masturbaban pensando en esas tetas —las únicas cercanas— que veían de arriba para abajo en la clase de gimnasia. Entonces, ¿cómo no compararse?. ¿Cómo no mirar las tetas de esas otras mejor dotadas. ¿Cómo no investigar quién más —aparte de mí— estaba en desventaja? ¿Cómo no intentar, a toda costa, hacerles creer a los hombres, junto con cuanto relleno se cruzaba por el frente, que uno también tenía lo suyo? Compararse siempre será necesario, pero no lo más importante. Las tetas han sido esenciales para el desarrollo femenino, para determinar nuestra personalidad, la manera de asumir la sexualidad, pero sobre todo, para saber que somos diferentes y que en la variedad está el placer. Porque no hay un par de tetas iguales a las otras; son un sello, único y exclusivo de cada una. Por eso, las tetas operadas pierden un poco de sentido. Aquí ya no entramos a competir porque no estamos en la misma categoría. Es como comparar el sabor natural de un jugo de naranja con uno artificial. Uno sabe que por más lindas y bien operadas que les hayan quedado, nunca serán sus tetas, las verdaderas, la esencia.
Las tetas se exhiben para los hombres, sí, pero también para las mujeres. Las mujeres competimos entre mujeres, y entre tetas pasa lo mismo. Jamás dejaremos de mirárnoslas mutuamente, bien sea para irarlas o para criticarlas. Ambas cosas son un deleite. Criticar una teta es fascinante, ver que la otra las tiene caídas, increíble, que le quedaron mal operadas, mejor… pero también ver unas tetas lindas, con el pezón perfecto, con el color adecuado, produce envidia e inevitablemente unas ganas terribles de tocarlas —como las de una amiga mía que son, a mi manera de ver, las más lindas del mundo—. Me gusta mirar tetas, claro; si una mujer llega exhibiéndolas, cómo no mirarlas, cómo no imaginarlas, cómo no desearlas. Porque nada más atractivo en una mujer que unas tetas lindas, que se sepan exhibir en la ropa adecuada, con sutileza, clase, sensualidad y sin excesos —y esto no está relacionado con el tamaño. Yo toco las mías día y noche. Me gusta meter mi mano y agarrarlas mientras miro televisión… y entonces entiendo ese placer y esa obsesión que despiertan. No podría decir con exactitud si hay discriminación entre mujeres o si por momentos me gustaría tener otras tetas que no fueran estas pequeñas... Solo sé que a veces oigo decir a las que las tienen grandes que les estorban, que les pesan, y entonces yo, inevitablemente, sonrío.
Qué se siente... lactar POR ADRIANA ECHEVERRY Tal vez usted haya escuchado, o visto, a una mujer quejándose por los dolores que le causa amamantar a un bebé, pero ¿le han explicado detalladamente qué se siente? Adriana Echeverry se lo cuenta.
Una de las asombrosas transformaciones que ocurren con el embarazo se da en las tetas. A medida que la panza crece, crecen ellas, firmes, hermosas. Un día nace la criatura y la belleza empieza a doler. Unos corrientazos las recorren todas —desde los extremos hasta el pezón— y una sustancia cerosa, amarillenta, empieza a salir. En ese punto ya es evidente que la teta ha cobrado vida propia. Recuerdo el día en que nació Elena, mi hija. Cuando me la llevaron a la habitación, la enfermera la descargó en mis brazos y me dijo: “Póngala para que coma”. Y sin decir más, sin explicar más, salió. Ahí estábamos solas, Elena, la teta y yo. Miré a mi marido, en un acto de profunda ingenuidad, pensando que él me podría indicar algo, pero estaba más asustado que yo. Así que no había de otra: me desabotoné la piyama y dije: “La naturaleza es perfecta y ya sabremos cómo es la cosa”. Acerqué a Elena y de inmediato, como un animalito hambriento, torció la boca, buscó el pezón y con furia lo atrapó. El instinto de ambas había funcionado. Fue un momento mágico, maravilloso. Y doloroso. Ella había encontrado la redondez de su mundo, su fuente de vida y no pensaba soltarla así no más. Con fuerza succionó una y otra vez, y las veces que se le resbaló el pezón de la boca usó sus encías para agarrarlo con firmeza. Pasados 20 minutos, el ritual se repitió con la otra teta. Y
así cada tres horas, o dos, o una, porque las mamás de los niños prematuros tenemos la orden médica de convertir las tetas en una “barra libre”. Entiendo que haya mujeres para las que la lactancia sea algo horrible: si no sale leche suficiente, es frustrante. Si uno produce mucha leche, las tetas se inflan como globos encendidos al punto de desatar una fiebre espantosa. Durante las primeras semanas, es común que los pezones se resquebrajen y sangren, y antes de que puedan empezar a sanar, vuelve la encía con toda la fuerza por la supervivencia. Las pocas horas en las que uno no está lactando, escurre leche y huele a guardería. A pesar de todo esto, lactar me pareció una experiencia hermosa. Todo es cuestión de adaptarse. La conexión, la complicidad y la comunicación que se logra establecer con el bebé a través de la lactancia son indescriptibles. Eso sí, esas tetas que antes estaban firmes y miraban para el cielo, se caen. Nunca vuelven a ser las mismas. Pero uno como mujer, tampoco. Jamás.
¿Por qué les da timbre? POR MARÍA ALEJANDRA VILLAMIZAR Si siempre se ha preguntado por qué a las mujeres les da timbre, María Alejandra Villamizar les da una respuesta.
Supongo que es una inquietud genuina en los hombres saber cuáles son los mensajes que envían las terminaciones nerviosas de las tetas al cerebro de una mujer. Estas piezas redondas, moldeadas y macizas se posan sobre el pecho femenino para estar ahí toda la vida. Las mujeres se adaptan naturalmente a su peso y a su vaivén. A su forma de sonrisa permanente. Y con el tiempo, algunas conocen la razón fisiológica de su existencia cuando amamantan un nuevo ser. Podría decirse entonces que las tetas tienen una vida tranquila, sin mayores exigencias de resistencia física. Su vida es como la de quien vive cómodamente instalado en una hamaca. Sin embargo, las tetas tienen sus propios diablos, que, como todos los que ejercen de malos en las películas, son los que desafían el confort e inyectan la adrenalina que producen las emociones y el goce. Esas circunferencias oscuras que como dos tatuajes tridimensionales ejercen de picos rectores del o con el exterior, y que suelen presentarse en público sin invitación. Esos puntos oscuros de doble nivel, que marcan casi siempre el norte de la teta se mandan solos. Se relajan y se contraen por razones que no se pueden interpretar siempre de la misma manera y que nunca dejan de sorprender. La más sencilla de esas razones es el frío. Esa condición climática exterior que no se puede controlar y que hace que los pezones levanten su más aireada protesta, para buscar un poco de abrigo. La solución casi siempre está en contar con una buena copa que los proteja y que les ahorre ese ime. Ahora, ese es el frío del ambiente, el viento, una baja temperatura en conjunto con una blusa
desabrigada, o un brasier muy delgado. Este episodio es tan natural como las tetas mismas, y no envía ningún tipo de señal de alerta al cerebro, simplemente hace frío y no importa. ¿Pero qué tal sentir sobre ellos unas manos frías? Ese es otro tema. Las manos propias o extrañas, frías o calientes sobre las tetas son la segunda de las razones más poderosas para que arranque la “crispación”. El roce de los dedos sobre los pezones logra que estas montañas en miniatura entren en máxima alerta. Si los dedos saben hacer su trabajo, y se esmeran en hacer sutiles movimientos a su alrededor, es inevitable que de inmediato se conecte la red de informantes sensoriales que le avisan al cerebro que algo va a pasar y puede comenzar una segunda etapa, que consiste en la demanda de decisión y fuerza. La participación de la mano entera o de la boca puede llevar el “levantamiento” a estados más tensos y más placenteros. Ahora bien, hay momentos en los que no hay ni frío, ni manos, ni bocas y aun así, los pezones se levantan. Razones inexplicables del exterior, pero con lógica en el interior. Y son las descontroladas y antipáticas hormonas que en su alboroto mensual deciden pronunciarse abiertamente. Las pobres tetas son entonces las mensajeras de la baja autoestima de las hormonas que nunca pasan desapercibidas. ¿Que si nos gustan los pezones duros y dispuestos? La respuesta es sí, la mayoría de las veces. Y no, quizá solo cuando duele, ¡ah!, porque sí duelen. Pero incluso en estado de ese pequeño padecimiento, la verdad es que los pezones son unas antenas inigualables que captan las señales de ese mundo que nos quiere seducir y que no se detiene.
¿Nos gusta la paja rusa? POR LAURA SAMPER Usted sabe qué es la paja rusa, pero seguramente no sabe qué tanto la disfruta una mujer, por eso Laura Samper le tiene la respuesta.
También conocida como española, sa, turca y collar de perlas, el nombre de paja rusa no tiene un origen etimológico o cultural claro. Algunos lo atribuyen a que era una práctica prohibida y debían nombrarla en clave y otros simplemente bautizan el acto con una nacionalidad foránea para enfatizar su naturaleza exótica de poner el pene entre las tetas. En cualquier caso, propongo que su significado sea asociado a la práctica escueta: la paja rusa equivale a una paja . Hay que considerar ciertos aspectos en la anatomía de los involucrados. Para empezar —después de consultarlo con varias mujeres—, existen tres tipos de pene. Los que se caracterizan por ser lánguidos, con testículos flácidos y tristemente flacos. Existen los que Dios se tomó el tiempo de crear porque tienen el largo y el ancho perfectos y por lo general vienen ensamblados a un culo glorioso. Y están los estándar, que son una categoría menor que los hechos en el Paraíso. En nuestro caso, tenemos que ser mínimo talla 34 para que se optimice la masturbación. En este espacio solo tiene cabida una verga estándar, porque no se resbala como la pequeña ni se sale como la grande (y bueno… Todo depende de la imaginación). Para una mujer tanta parafernalia no es erótica y el acto en sí mismo resulta incómodo. Ustedes son los únicos que satisfacen su fetiche, mientras que nosotras lo hacemos porque a ustedes les gusta.. He oído de amantes lesbianas que la rusa entre dos mujeres es mucho mejor. Una se sienta
encima del pezón de la otra y logran un ritmo único que no necesita presión (se trata de un roce suave). Las mujeres somos más sensibles. Nuestra circulación es más fluida y por eso cuando nos saben excitar nos podemos venir sin que nos penetren. Esto no sucede con la rusa. Si usted es generoso y a la vez utiliza sus manos mientras ella lo complace, entonces todos salen ganando. Aun cuando de esta práctica no resulte un orgasmo, vamos a quedar satisfechas. Ese poder tántrico de venirnos sin ser penetradas o de ser multiorgásmicas es algo en lo que se debe invertir el tiempo. Al final, ¿los complacemos o nos complacemos?
¿Cómo se deben chupar y tocar las tetas? POR MARTA ORRANTIA Si quiere saber qué hacer y qué no al momento de estar frente a unas tetas, tome nota de estos consejos que le da Marta Orrantia.
Los hombres se fijan mucho en las tetas y cuando describen a una mujer, siempre empiezan por ahí. No dicen que tiene una nariz respingada o unos pies grandes, sino unas tetas grandes o unos pezones parados, y a continuación proceden a hablar del culo. Pero siempre empiezan por las tetas, porque ejercen una extraña fascinación en ellos. Es como si fueran platillos voladores que acaban de aterrizar en la Tierra. Son bichos apetecibles que, además de resultar atractivos por sí solos, son la promesa de que hay más. Si un tipo llega a la teta, puede seguir avanzando hacia abajo, y si sabe cómo tocar las tetas, cómo estimularlas, lo más probable es que consiga que se abran las piernas. Las tetas son un punto muy sensible para nosotras, es cierto, pero a pesar de eso los hombres no tienen mucha idea de cómo acercarse a ellas. Está el pudoroso, que piensa que un roce de su piel será suficiente, y siempre se equivoca, porque lo que produce son cosquillas y no placer. También está el violento, que cree que agarrándolas duro es que nos vamos a excitar. Uno termina gritando, claro, pero no de placer. Sin embargo, en el amplio espectro entre uno y otro se encuentra la mayoría de los hombres, que creen que se las saben todas, y resulta que no. A veces a uno lo chupan con tantas ganas que es inevitable preguntarse si esperan que salga leche de ahí. O lo lamen con tanto esmero que uno no sabe si está con un hombre o con un perro. Ocurre, aunque parezca increíble, que algunos creen que al pellizcar el pezón o al morderlo con
fuerza uno va a sentir placer. ¿Será que les gusta que uno les clave los dientes en un testículo? El equilibrio es difícil y es siempre el resultado de prueba y error, porque hay mujeres a las que les gusta de una forma o de otra. A mí me gusta que me besen las tetas, que jueguen con la lengua para estimular el pezón, que usen toda la boca, siempre con firmeza pero sin ser bruscos, y también me gusta, aunque suene extraño, que no se engolosinen ahí. Al cabo de un rato me aburro del manoseo en las tetas y quiero que se muevan más allá. Las tetas son, es cierto, la puerta del resto del cuerpo, y una vez que esa puerta se abre, los hombres deben entrar y ponerse cómodos.
¿Qué son y para qué sirven? Sí, hay inventos para todo y, por supuesto, los de las tetas no pueden faltar. Los hay para mantenerlas duras, para extraer leche y hasta para hacerlas crecer sin pasar por un quirófano. Aprenda a reconocerlos con esta pequeña guía gráfica.
1. Pezoneras para lactar. Estos protectores permiten que el bebé chupe su leche mientras los pezones se recuperan del dolor que produce amamantar. 2. Pezoneras para striptease. Un detalle coqueto. Se quitan el brasier y ¡sorpresa! 3. Medela Lactina Breast Pump. Es una bomba eléctrica para extraer leche; muy útil para las madres a las que amamantar les cuesta trabajo. 4. Cojín para amamantar gemelos. Permite a la madre darles leche a dos niños al tiempo, mientras recarga su peso sobre la base. 5. Tetas de silicona. Sirven para rellenar el brasier cuando faltó desarrollo o las tetas han sido extirpadas por un cáncer. 6. Pangao Breast Enhancer. Es un masajeador eléctrico para hacer crecer y endurecer las tetas, y para luchar contra la gravedad. 7. Strapless de silicona. Estas copas se adhieren a las tetas sin dejar marca sobre la ropa. Uno de los secretos de las mujeres para lucir unas tetas perfectas.
¿Son los hombres muy evidentes al mirar las tetas? POR GLORIA ESQUIVEL Deje de pensar que las mujeres no se dan cuenta de que usted les mira las tetas. Mejor lea este artículo y dese cuenta cómo lo ven ellas a usted.
Amigo oficinista, no es fácil ser usted. Hombre tímido, lleno de torpezas sociales, que disfruta las pequeñas cosas de la vida como ver el escote de sus compañeras de oficina para irse a la casa con un par de ideas para hacerse unas buenas pajas. Últimamente, por alguna razón que no comprende, las mujeres que lo rodean dejaron de usar escote y se muestran prevenidas ante su presencia. Sépalo, buen hombre, las mujeres siempre nos damos cuenta de cuando nos están mirando las tetas. Sí, aun cuando lo hace disimuladamente mientras firma el recibo de nómina y se recuesta, esfero en mano, sobre la mesa para subir los ojos de manera discreta y veloz. Sí, cuando lo hace de forma más obvia en medio de una reunión en la que entra la buenona de contabilidad, recién operada, y usted, sentado a la altura del escote, no puede hacer nada más sino sonrojarse porque ahí se le hundieron los ojos y no hay poder humano que los mueva de esas monumentales tetas. Sin importar la duración, obviedad o intensidad de su mirada, nosotras siempre sentiremos la incomodidad de saber que no se nos está mirando a los ojos cuando hablamos. Por eso, tengo para usted una recomendación que le hará la vida más tranquila. Si se encuentra frente a unas tetas que no puede evadir —por ejemplo, las de su jefe, suculentas entre una blusa de botones casi a punto de reventarse—, concéntrese en un punto fijo que quede lejos del pecho
y, como si fuera una bailarina de ballet o un monje budista, sostenga esa mirada pensando en las cosas que le falta comprar para el mercado. Si le resulta inevitable bajar los ojos, entonces, por favor, déjelos quietos. Si hay algo más incómodo que una mirada lasciva es el síndrome perrito de taxi, en el que la mirada no se decide y salta de la cara al pecho y luego a la cara y luego al pecho otra vez en cortos intervalos que parecen brinquitos ansiosos. Si va a mirar, pues mire todo lo que tenga que mirar y deléitese tranquilo, esos son los pequeños placeres que hacen de las reuniones de seguimiento de proyecto algo mucho más llevadero.
Qué se siente... tener cáncer de seno POR MARCELA DUSSÁN CARRERA - FOTOGRAFÍA: ALEJANDRA QUINTERO Esta valiente mujer, que se le midió a aparecer en nuestra portada, nos cuenta en este texto muy personal de dónde sacó fuerzas para superar un cáncer y por qué no se ha querido someter a una reconstrucción mamaria.
A mí me lo dijo un médico de frente, sin rodeos: —Usted tiene cáncer de seno—. ¿Y ahora?, pensaba. ¿Qué puedo hacer?, ¿será que me voy a morir?, ¿por qué yo, ¿por qué en este momento en que mis hijos tienen 10 y 16 años, me preguntaba minutos después mientras caminaba por un parque y reflexionaba sobre cómo me podía cambiar la vida. Es muy difícil, sí, y traumático y doloroso y angustioso y miedoso y desesperante. Uno pasa por todas las etapas. Pero yo sabía que, en gran medida, dependía de mí. Sabía que la fuerza para salir adelante la tenía que sacar de adentro, de las entrañas, de la cabeza, del corazón. Pensaba que si todavía podía ver un atardecer o disfrutar de una buena canción, si todavía podía sentir y emocionarme, entonces había forma de salir adelante. De eso ya hace siete años, y acá estoy contando el cuento llena de vida. ¿Qué se siente? Ahí está el primer problema: que muchas veces no se siente nada, es asintomático. Se puede sentir una bolita al tacto cuando uno se hace el autoexamen, se puede sentir una rasquiña o una especie de resequedad en la piel, pero lo más probable es que todo parezca normal. Por eso siempre debemos acudir al médico ante cualquier cambio. Aunque sé de algunas
mujeres a las que les ha dolido, no me cansaré de repetir que pocas veces pasa, y de ahí la importancia de hacernos el autoexamen una vez al mes, de visitar al ginecólogo al menos dos veces al año y de hacernos un examen clínico anual de seno. Es nuestro derecho, y todo derecho es exigible. Se lo digo yo, que descubrí que tenía una bolita mientras me hacía el autoexamen. La noticia tenía para mí un carácter muy doloroso, pues mi mamá había muerto de cáncer de seno unos 20 años antes. Así que reviví todo lo que había sufrido. Miles de imágenes dolorosas se me vinieron a la mente. Por un instante pensé que viviría el proceso como si fuera ella. Pero no: el tema era conmigo y era hoy. Puede que uno relacione las palabras cáncer y muerte casi sin pensarlo, pero lo cierto es que la enfermedad diagnosticada a tiempo es curable. Yo sentía que el cáncer era un león que podía abrir sus fauces y devorarlo todo. Pero ese león estaba dentro de mí, y dependía de mí si lo alimentaba o luchaba por empequeñecerlo. ¿Cómo? Decidí oír a mi cuerpo, que me pedía alimentarme bien, estar positiva, ser paciente y apasionada, dar y recibir amor. Me aferraba a la música del barroco y a los mantras tibetanos para concentrarme; caminaba para respirar y relajarme; ponía botellas de agua al sol para que se recargaran de energía. Tenía también que asumir los tratamientos con la mayor madurez y responsabilidad posibles. Cada diagnóstico es diferente, pero hay que saber que el cáncer de mama es el que más alternativas terapéuticas tiene. Mi médico me mandó primero tres sesiones de quimioterapia cada 21 días. Era muy duro, me ponía muy débil, se me caía el pelo. Pero la idea era que los medicamentos atacaran también las células malignas que podían llegar a estar en otras partes del cuerpo. Repito que el cáncer diagnosticado a tiempo es curable, pero puede avanzar rápido y, si se le da ventaja, arremete contra todo. Luego me hicieron la mastectomía, o me quitaron una, para que se entienda bien. Pero faltaban todavía seis sesiones más de quimio y 25 de radioterapia. El médico y yo convinimos no hacer una reconstrucción inmediata, podíamos esperar. Continué con la radioterapia, que recibí diariamente durante 25 días. Me acuerdo de que terminé el tratamiento un 23 de diciembre, con muy poco pelo y menos fuerzas. Pero no me importó: ese día me arreglé, me sentí feliz y me preparé para disfrutar de las fiestas de diciembre con la mejor actitud, en compañía de mis hijos y del resto de mi familia. Bueno, acepto que, aunque el médico me había recomendado estar en mi casa, durante el proceso yo salía con amigos a escuchar música, a hablar, a estar en compañía de ellos. Porque la enfermedad le enseña a uno que es clave estar de buen ánimo. Y, como el cáncer no solo lo afecta a uno sino a todo el entorno, hay amigos que se van (supongo que les da miedo y no saben cómo afrontar la situación) y otros
que llegan. Al final, uno agradece los abrazos, las miradas, los silencios cómplices. Sobra decir que me han propuesto que me haga todo tipo de reconstrucciones mamarias. Hoy hay implantes preciosos. Y conozco —y iro— a muchas mujeres que quedaron divinas después de ponérselos o hacerse otras cirugías reconstructivas. Estuve a punto, pero me di cuenta de que no estaba convencida, de que no tenía la necesidad. Al final, las tetas no han sido definitivas para mi expresión: son una pequeña parte de mi cuerpo, y mi cuerpo, a su vez, es apenas una parte de todo lo que soy yo como ser integral. En medio de los obstáculos, sentí la necesidad de buscar compañía y apoyo en mujeres que pasaban por situaciones similares a la mía. Así que vine a Ámese (Apoyo a Mujeres con Enfermedades del Seno, www.amese.org), donde soy voluntaria y facilitadora de charlas informativas, acompaño en centros oncológicos a mujeres diagnosticadas y apoyo las campañas para que absolutamente todas estén pendientes de sus cuerpos. También estoy vinculada al departamento jurídico de la asociación, desde donde apoyamos a las mujeres sobre sus inquietudes legales y laborales. Además, trabajo en estética, como antes de ser diagnosticada. Estoy bien físicamente y en la parte anímica. He aprendido mucho, he encontrado conocimiento en los momentos difíciles. Creo que hoy priorizo mejor y trato de no hacer pataletas por cosas insignificantes. Y, lo más importante, me siento bien como soy: una mujer bonita, atractiva, que no necesita tener los dos senos para estar completa.
¿A qué edad se caen las tetas? POR PIEDAD BONNETT Tetas redondas, grandes, chiquitas, operadas o naturales, el caso es que hay para todos los gustos, pero ¿se ha preguntado a qué edad se caen? Piedad Bonnett se lo cuenta.
A mi amiga Teresa, que estaba sufriendo de pensar que pudiera venirse abajo el andamio donde se sostenía difícilmente el maestro Casilimas, este le espetó la siguiente sentencia, que la dejó fría: “Tranquila, señora Teresita, que las cosas tienden a no caerse”. Por desgracia, el maestro Casilimas, que muy seguramente no ha oído hablar de Newton, no tiene razón. Todo tiende a caerse: caen las acciones de la bolsa, cae el auge de la construcción, cae el procurador (es solo una deliciosa fantasía), cae el Loco Barrera; se nos cae la cara de vergüenza y se nos cae el cielo encima de tanto esperar maná; y se nos caen los párpados, los cachetes, el pelo, el culo. Por el contrario, difícilmente sube algo que no sean los precios y las escaleras. A toda mujer, tarde o temprano, se le caen las tetas. La pregunta científica que SoHo me hace —presuponiendo que yo tengo esa información— es a qué edad sucede ese acontecimiento, que se supone pone en riesgo nuestra autoestima (pues una ley de estos tiempos, obviamente dictada por hombres, dice que las tetas deben, para ser deseables, permanecer enhiestas como las de una colegiala en una película porno). Desafortunadamente, no hay respuesta exacta, pues la realidad no depende solo de las variables científicas sino del caprichoso azar. Pero intentaré acercarme con algún rigor al tema, para no defraudar a los que esperan de mí que trate con altura la caída de las tetas. En prácticamente todos los casos las tetas se caen, como se dice colombianamente, “de una”. Un día nos miramos al espejo y de repente notamos lo que el día anterior no vimos: que hay un pliegue debajo de las tetas
en el que un lápiz puede sostenerse. Que esa es la prueba reina de que las tetas dejaron para siempre de ser jóvenes fue planteado por Escobar, el protagonista de Sin remedio, alter ego de Antonio Caballero, cuando a este todavía no se le había caído el pelo. Ahora bien, como diría Newton, todo el problema debe tener que ver, en sus orígenes, con el volumen, pues no creo que la ley de la gravedad afecte por igual a Pamela Anderson que a Keira Knightley, cuyas tetas, creo yo, son infinitamente más hermosas que las de la primera. Con una ventaja: las probabilidades de que se le caigan son casi nulas. Que la lactancia, que vuelve a poner en evidencia que los senos son, ante todo, un par de glándulas que segregan leche, puede hacer estragos, es una verdad relativa: mujeres hay que han amamantado varios hijos y tienen la suerte de tener sus tetas casi intactas, a los cuarenta y pico. Pero casi toda teta que amamanta se resiente, a los 25, a los 32 o a los 40. También es cierto que es más fácil llegar a los 60 con ellas en su sitio si uno hace diariamente una hora de pesas y otra de aeróbicos que si solo se dedica a escribir novelas o a hacer jardinería. Y que, en caso de emergencia, el quirófano sirve para conjurar el descenso de centímetro y medio que reduce nuestro sex-appeal —aunque a riesgo, como a veces vemos, de que los pezones queden mirando estrábicos hacia el techo—. Hay quienes eligen no tener hijos, vivir mamadas, y sufrir y pagar por sufrir para tener tetas bonitas. Otras, no. Cuestión de estilo. No caeré en la tontería de decir que no es un poquito triste que se nos caigan las tetas: esa caída es un anticipo simbólico de la caída definitiva, esa que siempre estamos temiendo. Pero me consuelo pensando en que los hombres tienen también sus caídas —y un montón de tropezones— y los seguimos queriendo así. Siempre que sean de verdad, como nuestras tetas.
Qué se siente... ser talla 36 POR ANA LUCÍA DOMÍNGUEZ Por estos días, Ana Lucía anda en Venezuela grabando una telenovela para Televisa, pero no lo pensó dos veces cuando le propusimos unirse a la campaña contra el cáncer de seno, invitar a todas las mujeres a hacerse el autoexamen y ser nuestra portada en esta edición especial. Primer topless frontal de esta actriz en fotos de Pablo García y Álex Mejía.
Mentiría si les dijera que no me encantan mis tetas, que no me hace sentir bien ver que la ropa y los trajes de baño se vean espectaculares en mi cuerpo y provoquen las miradas de hombres y mujeres. Estoy de acuerdo con que las cirugías estéticas son válidas para verte y sentirte mejor. Soy una convencida de que más que una cirugía para mejorar tu aspecto, es una cirugía directa a la autoestima, algo que te ayuda a sentirte más segura y eso se proyecta a los demás. Pero en mi caso bien pude haberme evitado momentos muy difíciles, de haber sido lo suficientemente consciente para saber que cirugías como esta hay que hacerlas cuando uno ya ha terminado de formarse, cuando el cuerpo ha llegado a su etapa final de crecimiento y uno ha podido evaluar qué quiere cambiar. Tomé la decisión equivocada y a los 16 años me sometí, por terquedad, pasando por encima de la autoridad de mis padres, a mi primera cirugía mamaria, queriendo tener las tetas del tamaño que naturalmente habría tenido a los 18 o 19 años, ya que tanto mi mamá como mis tías son muy bien dotadas. Pero a esa edad, y con un contrato como imagen de una prestigiosa marca de ropa interior y vestidos de baño, no lo quise ver así. No quiero decir que el
médico actuó de manera poco ética porque finalmente fue mi decisión, pero hoy sí hago un llamado a todas las adolescentes que quieren verse como mujeres siendo aún niñas que lo piensen mejor; y a los padres y a los médicos, que no siempre consientan los caprichos de las niñas. Cuando terminé de crecer, mis tetas eran enormes y no se me veían como quería, me hacían ver y sentir casi vulgar por lo cual tuve que intervenirme nuevamente y luego, una vez más, para tener lo que habría tenido por naturaleza y que hoy me hace ver como me gusta, como soy. Así como heredé el tamaño de las tetas de las mujeres de mi familia, también heredé senos fribroquísticos, es decir, que se forman pequeñísimas bolitas en ellos por lo cual es necesario un constante monitoreo y control médico. Consciente de la situación, visito frecuentemente a mi ginecólogo: al menos dos veces al año me ordena ecografías mamarias, ya que por mi edad no es conveniente hacer radiografías, e incluso le enseñó a mi esposo cómo examinarme para detectar cualquier cambio en mis tetas. Esa puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Yo recomiendo que todas las mujeres hagan lo mismo, al menos una vez al año. Mis tetas me encantan, por eso las consiento y las cuido, porque no puede ser que algo que está tan a la vista no se mire más a fondo para evitar así una enfermedad que se puede prevenir con el conocimiento de uno mismo.
Visita a la mujer más tetona del mundo POR J. JAIME HERNÁNDEZ Su talla de brasier es 102ZZZ, cada teta pesa 25 kilos y tiene un récord Guiness que parece imposible de superar. El cronista J. Jaime Hernández la visitó en su casa, muy cerca de Washington, para saber cómo vive una mujer que alcanzó la fama por razones que saltan a la vista.
—Creo que estoy frente al centro comunitario de Fairlington —le dije por teléfono, en medio de mi despiste y aturdimiento. —Ok. No te muevas de ahí, cariñito. Ahora mismo voy por ti. Pero no te muevas, ¿entendido? —me ordenó. Ni en mis sueños más salvajes imaginé que algún día la mujer con las tetas más grandes del mundo iría en mi búsqueda. Y, además, con ese aire de resolución, fuerza y autoridad que lo deja a uno sometido, desarmado. Tras una espera de no más de diez minutos, en la que dudé sobre si acaso sería capaz de identificar a mi salvadora, un Toyota Scion de color gris metálico reptó lentamente por la pendiente con su cargamento voluptuoso. En cuanto la vi, supe que era ella. No había margen para el error. Con su ensortijada cabellera, con el rostro sonriente que parecía reposar sobre dos tetas de piel lustrosa y turgente, Norma Stitz me miró mientras me gritaba a la distancia: “¡Ven, muchacho! ¿Qué esperas? ¡Trépate a mi auto que no muerdo!”.
—Hola, Norma —le dije con tono humilde y tratando de no clavar inmediatamente mis ojos en sus tetas. Norma me observó divertida. Supongo que se percató de mi inútil intento por no mirar, por tratar de ser lo más políticamente correcto en nuestro primer encuentro. —¿Qué pasa: te da miedo mirarme las tetas? —me soltó, mientras sonreía y conducía el volante que giraba, literalmente, sobre sus enormes pechos, unos que la obligan a usar sostenes de talla 102ZZZ, la única en el mundo capaz de contenerlos. —No me da miedo, en absoluto; de hecho, creo que tienes unas tetas muy bonitas —le respondí, sorprendido de mi súbito descaro—. Mi madre también tiene las tetas grandes, ¿sabes? —proseguí, ya encarrerado y un tanto a la defensiva—. Y creo que a causa de ello mi debilidad de siempre han sido las mujeres con los pechos generosos, no lo puedo negar. Creo que nunca me había confesado en tan corto espacio de tiempo a una mujer sobre una de mis pasiones más mundanas y primitivas. Pero Norma tiene esa virtud. Le sabe sacar a uno las cosas. Esa fue mi primera experiencia con ella. Tras un corto y sinuoso recorrido por calles dominadas por jardines pulcros y cuidados con mimo, por una retahíla de casas de fachadas blancas y tejados rojos de doble agua, nos adentramos por una zona boscosa en fase otoñal que parecía la imagen de un caleidoscopio con destellos rojos, verdes y dorados. Al final del trayecto, Norma aparcó el coche, mientras un perro de raza terrier salía escopetado de su casa para recibirla. —Te presento a Cleo, es mi perra y mi amorcito —me dijo, mientras achuchaba cariñosamente a su animal. No había terminado de presentarme a su mascota, cuando por la puerta principal de la casa emergió la imagen de un joven alto, de andares ondulantes y cabellera al estilo Bob Marley. Con su peinado de rastas, unos pantalones vaqueros descolgados por debajo de la cintura, una camiseta blanca y una pañoleta negra, el muchacho de no más de 20 años me miró con curiosidad y desdeño. —Este es mi hijo —me dijo—. Mi hija está en la Universidad de Maryland, estudia Diseño —prosiguió, mientras se dirigía hacia una de las esquinas de la casa—. Y este es mi esposo, Allan Turner —me dijo con un tono melancólico, mientras me mostraba la foto de un hombre de piel clara y aspecto robusto. En la imagen, Allan tiene algunas condecoraciones sobre el pecho, pero no lleva ningún uniforme. El hombre mira a la cámara con una media sonrisa. Sabe que le están tomando una instantánea, pero él no muestra gran entusiasmo. —Fue el amor de mi vida. Murió hace nueve años de cáncer de pulmón. Era un veterano de Vietnam, un sargento de la Fuerza Aérea. El agente naranja terminó con su vida. Él fue quien me enseñó a amarme y respetarme a mí
misma, a aceptarme tal y como soy. Decía que yo era su muñeca, que era hermosa. Ya no está conmigo, pero yo sé que desde el más allá sigue cuidando de mí —me dijo con un aire de profunda convicción. La historia de amor entre Norma y Allan comenzó autobús. Mientras ella esperaba al lado de sus hijos, de 5 Allan se aproximó para ofrecerles un aventón. Después de propuso conquistar a Norma. Pasaron seis largos años de que ambos decidieran casarse.
en una parada de y 2 años de edad, llevarlos a casa, se noviazgo antes de
—Ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Allan me animó para iniciarme en este mundo del entretenimiento, de la fantasía y del erotismo. No pornografía, porque yo no hago pornografía. Yo soy una entertainer, una artista —afirmó. Su nombre real es Annie Hawkins. El seudónimo Norma Stitz nació de un juego de palabras que suena como “enormous tits” (en español, “tetas enormes”). Desde hace más de 30 años decidió incursionar en el mundo del espectáculo y hace 13 consiguió hacerse con el récord Guinness a los pechos naturales más grandes del planeta. Una marca que nadie ha logrado arrebatarle. Cada uno de sus senos mide aproximadamente 109 centímetros y pesa unos 25 kilos. Esto se debe a que Norma ha sufrido de gigantomastia o hipertrofia virginal de los senos, una condición que hace que las tetas crezcan sin parar durante la pubertad y la adolescencia —puede que nunca dejen de hincharse— hasta alcanzar, algunas veces, tamaños descomunales. En el mundo no existe otra mujer con estas cualidades, que para algunos son una forma de malformación, de monstruosidad o de maldición. Pero para Norma sus dos tetas enormes son una fortuna. Gracias a ellas ha podido forjarse un futuro e independizarse como artista de una forma de erotismo que puede ser discutible en términos estéticos, pero que le ha resultado muy redituable y le ha permitido hacerse cargo de sus dos hijos. —Dios me bendijo con estas dos tetas —dice convencida, mientras las sujeta con las manos, como si me mostrara la razón misma de su existencia—. Un día —prosigue con nostalgia—, Allan me tomó unas fotos y las mandó a una revista de caballeros para participar en un concurso. Y, para nuestra sorpresa, ganamos y nos pagaron 1500 dólares. Ese fue el inicio. Después de ganar ese concurso, una cosa llevó a la otra. Recibí propuestas para modelar en ropa interior o desnuda. Pero, insisto, yo no hago porno. Nunca lo he hecho, ni lo haría —asegura con un gesto de resolución demasiado serio, y quizá hasta un poco impostado, esta mujer que ha protagonizado más de 250 películas catalogadas dentro del género del soft porn. Norma ha asegurado en varias entrevistas que sus hijos están orgullosos de ella, pese a que a veces sienten la vergüenza típica de un joven que ve a su madre aparecer en periódicos, revistas y programas de televisión mostrando sus atributos y hablando de su vida. Una vida que ha discurrido siempre entre
la fascinación y el rechazo social. Su inherente voluptuosidad la ha convertido en una especie de Venus negra, en una mujer fetiche para los hombres. Pero, también, en una monstruosidad y en una amenaza para las mujeres. Cuando uno conversa con esta mujer, a punto de cumplir los 54 años y que nunca ha considerado hacerse una operación para reducir el tamaño de sus tetas, toda ella irradia fe, confianza en sí misma y alegría. Pero su vida ha estado también nutrida de penosas experiencias: —Me di cuenta de que tenía un busto demasiado grande desde que tenía 9 años. En la escuela no podía sentarme frente al pupitre, me estorbaban los senos y los chicos se burlaban de mí. Eran muy crueles. Me decían que era un monstruo. Los mayores me veían y decían cosas obscenas que yo no entendía porque era una niña atrapada en el cuerpo de una mujer desarrollada y con enormes pechos. Y las cosas no han cambiado mucho: —No puedo viajar en un avión si no es en primera clase. Mis senos me impiden sentarme en una butaca normal y sin demasiado espacio delante de mí. Cada vez que salgo de casa no sé con qué sorpresa o comentario me voy a topar. La gente me mira y hace comentarios soeces o burlones a mis espaldas —dice. Mientras Norma me habla de sus peripecias, de su cotidiana lucha contra las burlas, los prejuicios y maledicencias de esa sociedad que la rodea, no puedo evitar pensar en Saartjie Baartman, una esclava capturada por mercenarios ingleses cerca del Cabo de Buena Esperanza, en la parte más austral de África, en el siglo XVIII. El caso de Saartjie, conocida como la Venus negra o de Hottentote, marcó toda una era de luchas contra el colonialismo de las potencias europeas en África, contra la esclavitud, la explotación y toda esa sarta de prejuicios raciales y culturales que caracterizaron una de las épocas más crueles y oscuras en la historia de la humanidad. Su trasero in-menso, sus labios carnosos y sus pechos voluptuosos desembarcaron en Inglaterra en 1810. Sus dueños, que se hicieron pasar por sus supuestos benefactores, explotaron su físico exótico, todo un catalizador para la libido del hombre blanco de esa época, en espectáculos públicos en los que era obligada a bailar, a tocar la guitarra y a cantar con una vestimenta hecha a base de gasas y otras telas vaporosas que dejaban entrever sus enormes nalgas y sus pechos. Tuvo un gran éxito en esa sociedad europea fascinada con una raza negra que destacaba por sus “grandes protuberancias”, según descripciones de científicos y médicos de aquella época. Abusada física y sexualmente, enferma de alcoholismo y de sífilis, la Venus de Hottentote terminaría sus días en París. No había cumplido 30 años y su corta biografía había sido la de una heroína trágica. Al final, el último de sus amantes y explotadores vendería sus restos al Museo Nacional de Historia de París, donde su cuerpo sería diseccionado y disecado para ser expuesto. Dos
siglos más tarde, el presidente de Sudáfrica Nelson Mandela iniciaría una batalla histórica para recuperar los restos y repatriarla a la tierra de sus ancestros. La mañana del 22 de febrero de 2002, mientras desayunaba en Bruselas, donde trabajaba como corresponsal, devoré una amplia crónica de Le Monde que consignaba la votación de la Asamblea Nacional sa para autorizar la entrega al gobierno de Sudáfrica. Saartjie regresó finalmente a casa, donde recibió sepultura en medio de homenajes en los que se le recordaría como una víctima de las potencias coloniales y un ejemplo de la lucha contra la esclavitud y el racismo de Occidente. No estoy sugiriendo una suerte de paralelismo entre la vida de Annie Hawkins —o Norma Stitz— y la de Saartjie Baartman. Lo único que pienso, mientras la escucho, es en la suerte que ha tenido esta mujer que nació en un barrio de clase media baja en Atlanta, Georgia, hace poco más de medio siglo; que se ha abierto paso como una reina y exitosa empresaria del erotismo gracias a sus dos enormes tetas, y que hoy ha sido testigo de un cambio de fondo en la demografía, en la política y en el campo de los derechos civiles en Estados Unidos. —Todos tenemos hoy una inmensa suerte de que Barack Obama haya sido reelegido. Yo estaba loca de alegría. Lo mismo que mis hijos. Y el hombre blanco ya se puede comer su odio racial. Las cosas en este país están cambiando —me dice Norma, mientras me muestra una camiseta con la imagen del presidente Barack Obama que ha sido diseñada por su hija. A punto de concluir mi larga charla con ella, me anuncia que dentro de muy poco una conocida marca de sostenes presentará en su honor el brasier más grande del mundo: —Estoy muy ilusionada con ese evento, que me permitirá impulsar mi compañía productora y abrirles el camino a otras mujeres que, como yo, han nacido con pechos grandes —dice, mientras me habla de sus dotes como directora y productora de películas eróticas donde destacan las mujeres negras, sensuales y voluptuosas como ella. Tras una larga conversación, mis ojos vuelven a los enormes senos de Norma, que me mira con un aire coqueto. Sé que ha llegado el momento de despedirnos tras un delicioso intercambio de pareceres. —Norma, ¿qué les dirías a los hombres que verán tus fotos en esta revista?, ¿o ni siquiera quieres dirigirte a ellos? —¡Claro que me quiero dirigir a ellos! Si me permites, lo único que les diría a los lectores de SoHo es que jamás van a encontrar una cancha de placer sexual tan grande e intensa como esta —dice, mientras vuelve a sostener las tetas en sus manos y estalla en medio de una sonrisa contagiosa e inolvidable.
Unas palabras sobre las tetas POR ADOLFO ZABLEH DURÁN No hay obsesión más grande para un hombre que un par de tetas. La vida gira en torno a ellas. Eso piensa Adolfo Zableh y cuenta por qué, definitivamente, todo entra por los ojos.
Mi habilidad es adivinar la talla del brasier de las mujeres con solo verles las tetas por debajo de la ropa. Nunca fallo, y para alguien tan poco romántico como yo, tal don tiene el mismo efecto que llevarles flores. Mi vida, como la de cualquier otro hombre, se basa en la obsesión por las tetas. Ir a la universidad, hacer un posgrado, trabajar toda la vida, conocer el mundo, todas son excusas para llegar a ellas. No las entendemos, pero las deseamos. No importa cuántas hayamos visto, siempre queremos más, por eso existen revistas como esta. Si existiera el genio de la botella, yo no necesitaría tres deseos, me bastaría uno: saber cómo son todas las tetas del mundo. Veo a una mujer en la calle y lo primero que pienso es en cómo las tendrá. Eso, y luego en la cara que hace mientras tiene sexo. Es difícil dar con el momento en que nos obsesionamos. Seguro ocurrió en la lactancia, pero esa es una operación de rutina, inconsciente. En la primera infancia nos aferramos a ellas sin saber qué son e ignoramos que nunca podremos superarlas. Mi primera Playboy la compré a los 12 años, porque traía las fotos de una italiana llamada Sabrina que cantaba la canción Boys. Cantar era un decir, porque la única certeza es que en el video salía en un bikini blanco moviendo las tetas. Vi la revista a escondidas de mis padres durante mucho tiempo y empecé a coleccionarla mes a mes para ver qué tetas traía. El gusto por leer los artículos llegó después.
Y si eso somos los hombres, qué decir de las mujeres. Las adolescentes esperan ansiosas a que les crezcan, se miran desde pequeñas en el espejo y por debajo de la blusa a ver cómo van. Comen maní y usan brasieres con relleno. Muchas se desarrollan y cuando notan que no van a alcanzar las dimensiones que esperaban, terminan operándose. Se operan primero y entienden después que aumentar de talla sube el ego, pero no la autoestima. El asunto es que no se trata del tamaño, sino de la forma. No importa que las tetas sean grandes o pequeñas, sino que sean bonitas. No sabría cómo explicar eso, pero tiene algo que ver con que sean más redondas que ovaladas, tengan pezones pequeños y un poco puntudos (ojalá rosados), que sean suaves y que vengan con la caída justa. Las más bonitas que vi alguna vez pertenecían a mi exnovia; eran tal cual las acabo de describir y no pasaban del 32B (adiviné la talla en la primera cita). Pero ya sean de nacimiento o hechas en el quirófano, lo que nosotros queremos es verlas. Por eso aburre que las mujeres insistan en desnudarse por una causa (el maltrato de animales, el hambre del mundo) y que muchas se justifiquen en que el desnudo fue artístico. Nosotros iramos a las que reconocen sin pudor que mostraron las tetas porque se les dio la gana. Un par bien usado sirve para lo que sea: forja carreras en televisión y vende repuestos para carros; de ahí a que no exista taller sin fotos de mujeres desnudas. La prueba de que vivimos en una sociedad machista es que no existe mujer tetona que esté en la olla.
A favor de las tetas operadas POR POR HÉCTOR ABAD FACIOLINCE Dos grandes escritores colombianos ven las tetas desde polos opuestos y dejan por escrito por qué sí y por qué no hay que elogiar las tetas operadas. Esta es la opinión de Héctor Abad Faciolince.
Los dos pezones —casi siempre velados por la ropa— son como otros dos ojos que te miran. Por eso, después de mirar a los ojos, los hombres casi siempre queremos descubrir lo que se esconde en esa segunda mirada. Una mirada, además, que se puede acariciar, besar, lamer… Son tan fascinantes para los hombres los senos, que no creo que importe para nada si son auténticos o arreglados, originales o postizos. Yo estoy a favor de todas las tetas: las naturales y las artificiales, las grandes y las pequeñas. Cuando una mujer tiene dientes bonitos y sonrisa radiante, no me importa saber si tuvo o no tratamiento de ortodoncia. Usa lo artificial (el cepillo de dientes y la seda dental también son artificios) para ser más bonita, y nada más. Los senos son algo tan absolutamente femenino que lo primero que hacen los hombres que quieren ser mujeres es fabricarse el simulacro de unas tetas provisionales de algodón, o definitivas de silicona. No voy a criticar a ningún transexual por querer hacer esto. Quieren ser mujeres y se sienten más mujeres teniendo tetas. Hay otra circunstancia en la que no se me negará que existe el derecho a operarse. Lo explico con un caso de la vida real: cuando la hermana gemela de una amiga mía se murió de cáncer de seno a los 34 años —y como su madre y su abuela habían muerto de lo mismo sin llegar a viejas—, su ginecóloga le aconsejó hacerse un vaciamiento preventivo de sus glándulas
mamarias pues su más probable destino genético era morir joven si no se lo hacía. Tras someterse a la operación, un cirujano plástico reconstruyó la forma de sus senos y rellenó la parte vacía con prótesis. Supongo que nadie criticará el intento de mi amiga de volver a tener una apariencia lo más cercana posible a su situación física original. Me dirán que no es de esto de lo que estamos hablando, sino de las mujeres que lo hacen simplemente por motivos... ¿por cuáles motivos? Bueno, pues de eso se trata, de los motivos que pueden llevar a una mujer a operarse los senos. Porque detrás del acto hay una racionalidad, un cálculo, un deseo. Si una mujer contempla la posibilidad de operarse los senos (para agrandárselos, empequeñecérselos o darles una forma y turgencia distintas) debemos preguntarnos qué pretende. Lo más fácil sería decir que no piensa, y que simplemente está influida por una moda, por el sometimiento al deseo de los varones, o que ha caído muy bajo en la mercantilización de su cuerpo. Prefiero pensar que, consciente o inconscientemente, una mujer adulta que toma esta decisión lo hace porque cree que la operación le traerá algunas ventajas (de seguridad personal, de seducción, de tranquilidad), al menos para sus fines particulares y en el propio nicho social donde se mueve. Ante las mujeres que se ponen tetas (y las hay cultivadas e incultas, pobres y ricas, frívolas y profundas), la pregunta no es distinta a la que nos hacemos cuando un jugador de ajedrez hace un movimiento. Si el jugador mueve de tal o cual manera, es porque quiere ganar la partida y cree que la jugada es buena. Si hace una jugada evidentemente equivocada (que lo lleva al jaque mate o a que le coman la reina), nos preguntamos por qué motivo —de la ignorancia, de la psicología o de la inteligencia— habrá hecho una jugada tan mala, que en vez de conducirlo a la victoria lo lleva a la derrota. Si una mujer tiene senos hermosos, juveniles y proporcionados, difícilmente una prótesis le producirá nada mejor de lo que tiene. Es como operarse de la miopía, o ponerse gafas de aumento teniendo los ojos buenos. Porque a lo que aspira la cirugía es a algo que en general se considera bueno: tener una apariencia más hermosa, o más juvenil, o más atractiva (al menos para cierto tipo de personas) o más proporcionada de acuerdo con el cuerpo. Por supuesto el problema está en definir qué es más hermoso, qué es más proporcionado, más atractivo, e incluso si es conveniente tener una apariencia más juvenil de lo que dictan los años o la naturaleza. Los senos vienen en muy distintas dimensiones. Hay mujeres planas como efebos, a quienes apenas sí se les nota que tienen senos (muchas de ellas adoptan con orgullo una apariencia andrógina), y a partir de ahí las tallas aumentan hasta llegar a mujeres tetonas como nodrizas lactantes. O más que ellas. Porque el problema con la silicona es la espiral ascendente: cuando las mujeres empiezan a buscar atraer más hombres aumentando la talla de sus senos, algunas pueden llegar a pensar que más es siempre mejor, y así llegamos
a extremos grotescos y a la pura y simple aberración visual. Las que se las ponen inmensas se vuelven el equivalente femenino de los hombres físicoculturistas, que al perseguir tener más músculos se convierten en monstruos. También en la silicona las mujeres han llegado a tallas monstruosas y durezas marmóreas que lo único que producen es risa, no atracción. Pero el intento inicial de algunas mujeres por tener unos senos un poco más grandes (si son planas) o un poco más pequeños, si los tienen enormes, lo que busca es aumentar la posibilidad de conocer más personas y por lo tanto encontrar —pudiendo escoger entre muchos— una pareja mejor. El cálculo ajedrecístico es así de simple. Biología, más que cultura. Hay un engaño a la vista, pues los estrógenos se reflejan también en el busto, y los hombres — inconscientemente— buscan signos exteriores de fertilidad. Según estudios, a la mayoría de los hombres heterosexuales les gustan más de tetas grandes (no las gigantescas) que las pequeñas o las inexistentes. Las mujeres planas y casi anoréxicas de los desfiles de modas reflejan el gusto de los modistos, que suelen preferir a los efebos que a las chicas. Las mujeres, al aumentar de talla (con rellenos en el brasier o dentro del cuerpo) se sienten más miradas, y en esa mirada ven más ocasiones de escoger pareja. Es así de simple, y no nos debería escandalizar. Hay un beneficio grande por un costo relativamente pequeño y un riesgo no muy alto. No para llegar al paraíso, porque eso no existe, sino para que la soledad les sea más esquiva, si lo que quieren es tener compañía. ito que si la mujer es una intelectual que basa su prestigio en la educación y en la idoneidad profesional, es probable que deteste este tipo de intervenciones quirúrgicas, prefiera el modelo atlético corriente en esas esferas y se conforme con los senos que sus genes, su dieta y su gimnasia hayan querido concederle, sean como sean. Pero no me voy lanza en ristre contra las que se operan: ni son brutas ni son feas: hacen su apuesta, y no siempre les sale mal. Su segunda mirada, si no es exagerada y no es estrábica, si consigue ser más hermosa de lo que antes era, es tan seductora como la mirada de los senos naturales. Y al que no le guste mirar los senos mejorados por la cirugía, que arroje la primera piedra.
Contra las tetas operadas POR SANTIAGO GAMBOA Dos grandes escritores colombianos ven las tetas desde polos opuestos y dejan por escrito por qué sí y por qué no hay que elogiar las tetas operadas. Esta es la opinión de Santiago Gamboa.
Quisiera dejar sentado, para empezar, que defiendo la libertad de hacer con el cuerpo lo que a cada uno le dé la gana, tatuarlo o mutilarlo y por supuesto querer reducirlo o mejorarlo por cualquier vía, y todavía más en las mujeres, a las que históricamente se les confiscó por ser el hábitat donde se procrea, llenándolo de odiosas leyes religiosas y istrativas que, afortunadamente, ya van desapareciendo. Pero si hay algo que me inquieta en este extraño nuevo siglo, además del fin de la Historia de Fukuyama que nunca llega y la fijación anal de algunos senadores patrios de ultraderecha, es la creciente tetificación de la mujer, el exagerado y tiránico predominio de la glándula mamaria sobre la vida y destino de mis congéneres. Que estos “órganos glandulosos y salientes” —como dice la Real Academia— sean tan poderosos y gocen de tanto prestigio en nuestro mundo me parece anacrónico, y muy mala señal. Porque ese es el objetivo semisecreto o público de la mayoría de las féminas que se operan las tetas: el Poder con mayúscula, lo que puede resumirse, grosso modo, en recibir más por sus prestaciones, del tipo que sean, o en ser más halagadas o envidiadas. Es lo común en las jóvenes que se tetifican, la mayoría de las cuales, por cierto, no lo necesita, pero caen por contagio. Y entre las mayores es aún peor, pues defenderse del paso del tiempo es batalla perdida que lleva a la condición de ‘cuchibarbie’, una pelea por mantener y hacer duradero el poder.
Luego están las mujeres que viven exclusivamente de su cuerpo. Es el caso de dos tipos muy distintos: las modelos profesionales y las prostitutas profesionales. En ambos casos defiendo la ‘cirugía de aumento’, pues se trata de una defensa sindical del trabajo. Incluso opino que el Estado debería subvencionar los implantes mamarios en estas categorías socioprofesionales (para esto cuento con el procurador Ordóñez, quien sin duda aprobará esta iniciativa). Pero que lo haga cualquier otra mujer cuya actividad no tenga que ver con su cuerpo me parece señal de que la tetificación plena, esa atávica y asfixiante psicología machista, sigue contaminando el ambiente, gana adeptos y progresa. Soy consciente, desde otro punto de vista, de que la posibilidad de operarse corrige una ruleta injusta de la naturaleza y muy al fondo trae cierta democracia, pero aun así las prefiero naturales, incluso si son esmirriadas o caídas, diminutas o elefantiásicas; cuando se bambolean como pepinos a punto de desprenderse de la mata o cuando se deslizan hacia los lados abriendo una desoladora planicie al centro; incluso cuando, después de la maternidad, se vacían formando estrías que dejan la superficie arrugada, igual que la piel de los ombligos y vientres de las que han estado embarazadas. A partir de cierta edad, la apreciación de lo bello se va haciendo compleja e involucra más elementos inmateriales. Como en el arte del siglo XX, la belleza pura y formal, a secas, llega a ser poco pertinente. Basta que un elemento del conjunto sea bello para que la totalidad se vuelva amable, y es en esa tensión donde reside la belleza. No en el hecho de que cada parte, por separado, responda a un canon o a unas medidas. En la belleza de los cuerpos, el resultado final no siempre es igual a la suma de las partes. En cuanto a los senos, la gracia de su forma depende de la volumetría de la fémina que los porta —“en número par”, agrega la RAE—, y no solo de eso, también de otras características de la propietaria como el tono de su voz, la personalidad, los gustos, la educación que recibió, entre otros. Hay formas de hablar que van muy bien con ciertos tipos de busto. Todo depende. Dudo que una mujer que no sea atractiva acabe siéndolo por tetificarse, pues habrá un elemento fuera de contexto que tardará en ser incorporado al conjunto. Para algunos es una cuestión de gustos, pero yo creo que es sobre todo un asunto ideológico: no quiero una sociedad tetificada, que induzca a la mujer a creer que tiene más oportunidades o derechos por tener mejores tetas, ni en general por ser más bonita o deseable. He tenido que convivir a la fuerza con esa idea en varios países y es prueba no solo de falta de cultura y educación, sino sobre todo de mal gusto. Porque en los lugares que son así, la belleza no hace bellas a las mujeres. Al contrario: las convierte en monstruos insoportablemente vanidosos, autoritarios, caprichosos hasta el delirio. En megalómanas que se alteran si el universo no está a sus pies y, por eso, viven perpetuamente ofendidas, amargadas y descontentas, ya que creen merecer
más, siempre mucho más de lo que reciben. En nuestros tristes trópicos tetificados, lo que más afea a una mujer es la propia belleza. Y en el plano puramente visual o decorativo, no nos engañemos: las que se las inflan se ven más gordas y esto tiene que ver con la pérdida de la proporción, que hace que la cabeza parezca ligeramente hundida y más pequeña. Habrá cirujanos mejores y peores, pero el efecto reducidor de cabeza, como mirando entre dos cerros, permite reconocer a kilómetros a una mujer que acaba de salir del quirófano, como si tuviera un aviso sobre la frente que dijera: “Recién tetificada y con ganas de tragarme el mundo, ¡agárrense!”.
LOVE & SEX May 17, 2013
Why Are Boobs So Fascinating?
Our obsession struck long before Angelina Jolie.
BY KATE HAKALA Boobs, hooters, gazongas, whatever you want to call them—it seems they were on our minds just a little more than the usual all-day-all-the-time recently. One of those reasons is because Angelina Jolie’s double mastectomy were the boobs heard round the world. After getting her breasts removed as a preventative measure against a mutant gene for cancer she carried, the world had many opinions, questions, and claims about the pair, one of them being, now that they’re “gone”, they’ve retroactively become the generation-defining set of our time. And we’re talking about it in the public sphere because it was Angelina’s decision to put this private information in the public sphere. Which made me ask myself, regardless of what someone does in their own time and for what purposes, can’t tits just be tits, just like any other body part?
No, not now and basically, not ever. They’re too fascinating. They hold such a pull on our cultural thought—somewhere between utilitarian and completely recreational, between hidden and overexposed, between sacred and lampooned. Yesterday The New York Times covered performance artist Holly Van Voast, whose bare-chested walks around New York City were getting her arrested and detained despite a more than two decade-old court ruling that going topless for noncommercial reasons, regardless of gender, was perfectly legal. But that all changed when the NYPD were recently given specific requests not to arrest anyone for public lewdness or indecent exposure if it was just a woman showing off her knockers (and you know, nobody was jerking off or dry humping anyone). There are many other topless activists, such as Moira Johnston, taking advantage of this law slackening, who hope to educate women about their right to go topless. They also hope for a time when American street corners are lined with as many unnotable bare boobs as a French beach in July. In this video coverage of Moira Johnston’s activism (probably NSFW), what was most interesting to watch was not the pleasant and informed topless Moria speak, but the reactions of onlookers as they become an audience for what they normally see everywhere—in magazines, music videos, porn, and films— except in the street. One older woman from Kentucky is asked if she would ever try it out when she was informed toplessness was legal and she responded, “I’m not a large-breasted woman, so if I were to do that, no one would notice, but for large-breasted women, that would bother me, because I’ve always been self-conscious that I don’t have a lot.” That dear woman from Kentucky misses a point, though. She would be noticed if she walked around with her top off. Boob obsession transcends size, shape, weight, or nipple appearance. Our fervor for tits is biological, Darwinian, sexual, sensual, cultural, and political and has been for centuries. A few months ago, Playboy provided us with an “Ultimate History of Boobs” that invented few wheels and reduced decades down to breast trends. The highly scientific findings were that the 50s were large, the 60s were conical, the 70s natural, and the 80s were augmented. Of course, that’s the type of breasts that they were publishing, but biology and individual sexual preferences beat on despite the pervasive and over-generalizing hand of lad mags. If they were going to go for a more comprehensive history, they might have started in the second century AD with the polymastic statues of Artemis of Euphesus, a fertility goddess who was literally covered in breasts that gave her power. In the West, during the Middle Ages, there was a rejection of the nude body in life and art, and only in movements and art where we uncovered the
now taboo body part, did tits finally get so titillating. An early example of this fascination factor was in the Renaissance, with the portrait of Agnes Sorel, mistress to King Charles VII, whose nip-slip would have given Janet Jackson a run for her money. From then on, boobs have always been biological symbols for nursing and symbols of eroticism, with the two modes meeting in peculiarly designed champagne coupes said to have been modeled and cast from historical women’s breasts like Helen of Troy, Marie-Antoinette, and Lee Miller. We like boobs so much, we made them into everything from cups, to poetry, and chocolates. While initially a tool for our survival, boobs today are inseparable from their sexualization (in fact, while watching a news video about Jolie’s plan to remove her ovaries, I couldn’t help but notice and laugh at the website streaming a video ment for Viagra prior to the clip.) There are so many famous and revered boobs, off the top of my head: Marilyn Monroe, Halle Berry, Betty Page, Zoe Saldana, Pamela Anderson, Kiera Knightley, Christina Hendricks, thesphynx sentry statues from The Neverending Story. What do they all have in common and why are they so-called defining an age? They probably have more money than you and they also have great boobs, in their own way, shape, and size. All of these boobs tacitly tell us, "We will provide for you!" while also being incredibly aesthetically pleasing. Culturally and genetically, that's a winwin. My own, how-should-I-say, ample breasts have been a cause for my distress, especially in my adolescence. Oh man, how they sweat, how they move when I move, how whatever clothing I put on, they are still, unwaveringly, there. There’s a constant battle I fight against button-up shirts and I never win. In fact, an entire subway platform has seen my breasts as I unwittingly and briskly walked with an open blouse just because those bad-boys didn’t want to be contained. I used to hate this. In some ways, I still do. But my breasts are also too damn cool, perplexing, comfortable, and fun to feel hung up about what they’re doing or how they look all the time. Of course I care about the politics of breasts, but not when they're being squeezed by someone handsome and not when I am using them as late-night stress balls. I stopped the constant bodychecking because it’s me, it’s boobs, and those won’t change, sorta like kneecaps. I’m really sad boobs get cancer, but you know, so can every other part of our wonderful bodies and it’s great that we’re openly talking about prevention. And I’m sad that people would feel dissatisfied with their boobs enough to undergo painful surgery (since 1962), but that’s their choice, and it’s totally within their right. Despite whatever negative connotations we can dredge up, I just don’t think we will ever get off the happy, inspiring boob train—we've
been naturally selecting them way before Angelina Jolie was born, way before there were laws that permitted or disallowed their exposure. Can a cigar be just a cigar, as Freud put it? No, not when these cigars are the subject of centuries of art, writing, scholarship, and worship. Not when these cigars, are ultimately, above all political or social meaning, incredibly fun. Boobs will remain a dominant (and awesome) force in our cultural narrative because they're non-threatening, functional, but most of all, they've become recreational. They’re concealed, desired, useful, and sometimes, dirty. No matter how we configure it, the world will keep having them, loving them, and yes, for better of for worse, we will keep looking.
THE ULTIMATE HISTORY OF BOOBS by Vanessa Butler JANUARY 28, 2013 : Channeling our inner Plato and Socrates, we mused about the boobs of yesteryear as we pored over vintage issues and developed our own theories about how and why breasts have transformed throughout the years in the pages of our beloved magazine. We’re not saying we’re Darwin or anything, but our theory of evolution seems pretty sound. Here's the ultimate history of boobs.
Sock hops, doo-wops and pinups come to mind when we think of the ’50s, and trying to get to second base at make out point, too! Marilyn Monroe was all the rage with the boys and girls while on the other end of the spectrum, beatniks were rebelling against postwar social norms while they necked between taking swigs of whiskey and puffs of cigarettes. Come to think of it, there was a lot of sex in literature, too. And under those Jackie O dresses, women were sporting all shapes and sizes of breasts. There was nothing fake about ’50s boobs; they were all-natural, perky, wholesome and fun! Playmates of note: Marilyn Monroe
Boobs are groovy, baby, and the ’60s were all about living free and letting those babies loose. With a recurring role in pretty much every documentary made about Woodstock, boobs were definitely the talk of the town. While women were shakin’ what their mothers gave them at concerts and festivals, the first video game was being invented, man landed on the moon and feminism was on the rise. The basic consensus among the girls posing during this era was go big or go home: the bigger the breasts the better! Playmates of note: Connie Kreski, Lisa Baker, Donna Michelle
And just like that, the world was changing. Feminism was on its second wave and Roe v. Wadewas bringing the women’s movement to the forefront of political conversation. Disco was keeping the drug-addled dream alive with young folk while Hunter S. Thompson was Fear and Loathing his way across the Nixon campaign trail. Oh, and that little film called Star Wars made its bigscreen debut in ’77. Whatever happened to that campy sci-fi film, anyway? Ask anyone who’s laid eyes on a ’70s centerfold and they’ll tell you the wonders of
the natural-looking ’70s boob. Lots of women during that time were going braless, and their breasts were defying gravity, needing no artificial to look attractive. Playmates of note: Lillian Muller, Liv Lindeland, Cyndi Wood
Michael Jackson was the King of Pop and Madonna was the Queen. Sexuality was running rampant and the MTV generation couldn’t get enough of this new form of pop culture consumerism. Home computers were starting to crop up, and if you were cool enough to own an NES system, you’d have the pick of whichever perm-loving, neon Lycra-clad woman you wanted. This was really the first time in history breast augmentations became popular, so if you were one of the many who had a Playmate tacked beside your bed you’ll the implants many of our centerfolds rocked. Playmates of note: Shannon Lee Tweed, Kimberly Conrad, Donna Edmonson
While it was the beginning of the internet, it would take us all a while to figure out how to get naked girls onto it. Until then, we’d keep busy by plugging into the proverbial music matrix the MTV empire had caused, trying to get the attention of the group of hot valley girls at the mall by flashing our mammothsized gray flip phone, playing N64 with our roommates and secretly developing a fear of Furbies. Thanks to the girls of the WNBA and the rise of the British supermodel, the centerfold boob fad was petite and perky. Playmates of note: Jenny McCarthy, Anna Nicole Smith, Victoria Silvstedt
We finally did it, guys; we got naked girls on the internet! By the end of the ’90s it was apparent that on the World Wide Web, all tastes were being represented fairly. Whether you liked your girls with huge boobs and a butt to back it up or preferred those who are skinny and petite, it could be found. We don’t really major things that happened in this decade because of, well, naked girls on the internet, reality TV and iPods, but we not being too keen about Arrested Development being canceled. Playmates of note: Sara Jean Underwood, Jayde Nicole, Tiffany Fallon
While we made huge advancements in technology, breast implants were evolving as well. We are still in the early days of this decade, but we’ve already noticed that natural-looking fake boobs are popping up everywhere. It seems as if we’re all a little obsessed with creating the perfect-looking boob even though that concept seems to change era by era. Maybe it’s because our media is becoming hypersexualized that some choose to obsess over the “perfect” boobs. Playmates of note: Jackyln Swedberg, Claire Sinclair