Las Rollettes 2. Un, Dos, Tres... ¡equipo! 1n2s73

Índice Portada Sinopsis Portadilla 1. El equipo crece 2. No es lugar para encontrar novio 3. Una confesión en el vestuario 4. Intercambio de papeles 5. Cruasanes y secretos 6. Todo lo malo se pega 7. Un accidente sin culpables 8. Navidades ermitañas 9. Año nuevo… ¿vida nueva? 10. De hermana a hermana 11. El arte de pedir perdón 12. La magia del hielo 13. Un castigo y una promesa 14. Un, dos, tres… ¡equipo! 15. La hora de las Rollettes Créditos

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SINOPSIS

No están nada contentas cuando empiezan los entrenos… ¡Andrea y Julia se han apuntado también! ¿Qué estarán tramando?

Además, este año quieren demostrarle a su entrenadora que están listas para competir. Pero los malentendidos, discusiones y rencillas aparecen por primera vez en la pista… ¿Estarán las Rollettes preparadas para ser un equipo?

Un, dos, tres… ¡equipo!

Laia Soler y Mili Koey

1

El equipo crece

—No puede ser. La felicidad de Lira se hizo añicos en cuanto puso un patín en la pista de entreno. Frenó en seco y miró a Amelia, que la había agarrado de la mano en un gesto instintivo. Igual que Jimena y Gala, observaba a Lira sin pestañear, como esperando una explicación que esta tampoco tenía. —¿Qué hacen esas aquí? —siseó Jimena, atravesando con la mirada a las dos chicas que charlaban con Alena en un lateral de la pista para aprovechar la sombra del polideportivo. Lo de Amelia fue apenas un hilo de voz: —¿Y por qué llevan patines? Lira se cruzó de brazos. Se negaba a dar un paso más —o un impulso, en ese caso—. En lo que llevaba de curso había aprendido que a veces tenía que dejar que la vida la sorprendiera (al fin y al cabo, ¿quién iba a imaginar que empezaría el instituto montando un club de patinaje artístico?), pero aquello era demasiado. ¿Qué clase de broma de mal gusto era esa? Se suponía que el primer entreno de las Rollettes iba a ser especial. Llevaban esperando aquel momento desde que ganaron la votación, quince infinitos días atrás. De haber sido por las Rollettes, habrían empezado al día siguiente, pero la AFA no tenía ninguna prisa. «Las cosas de palacio van despacio», les dijo Samuel, el director, mientras les abría la puerta del despacho para invitarlas a marcharse. Para ellas era otra manera de decir que los adultos solo se dan prisa cuando les interesa, y estaba claro que, al director, el club de patinaje le daba igual. Dos semanas esperando aquel día, en el que por fin se convertirían en un club de

verdad, para… eso. Lira no habría imaginado ni en sus peores pesadillas que Andrea y Julia se apuntarían al club. Y, sin embargo, ahí estaban, hablando con Alena como si tal cosa. Un mal presentimiento le removió las tripas. O mejor dicho, una certeza, porque con aquellas dos en la pista, nada podía ir bien. Mina, Marta y Eloy debían de pensar lo mismo, a juzgar por sus expresiones. Lira los vio a lo lejos, bajo la portería más alejada, charlando encerrados en un corrillo. Tampoco parecían muy contentos con aquella sorpresa.

Lira atravesó a Alena con la mirada. ¿Es que no tenía nada que decir? ¿Por qué estaba sonriendo como si Andrea y Julia fueran dos angelitos? —¡Chicas, vamos! —las llamó, al percatarse de la presencia de Lira y las demás. Al momento se giró y silbó para avisar al resto del equipo—. ¡Venga, todas aquí! ¡Vamos a empezar! Las cuatro amigas se miraron, entre dubitativas y enfadadas. Amelia fue la única que se atrevió a preguntar, en un susurro, lo que todas estaban pensando: —¿Qué hacemos? Ninguna respondió. Jimena puso los ojos en blanco y esbozó una expresión entre asqueada y resignada. Como si tuvieran elección. Andrea y Julia las esperaban con una sonrisa tan ancha que Lira no pudo evitar dejar caer los ojos hacia sus patines, solo un segundo, lo que tardó en decirse que estaba paranoica. Pero para ser justos, tenía motivos para estarlo. Andrea tenía experiencia en toquetearles los patines y en amargarles la vida a las Rollettes. —¿Qué hacéis aquí? —soltó Jimena en cuanto las tuvo delante, sin disimular su asco ni preocuparse porque Alena estuviera delante. Jimena ignoró las miradas de reprobación de sus amigas. Clavó los ojos en Andrea y Julia, que ponían cara de no haber roto nunca un plato. Aun así, Julia no era tan buena actriz, y cuando habló, lo hizo con hostilidad: —Lo mismo que tú. Andrea se limitó a esgrimir una sonrisa desafiante. Lira observó al resto del equipo. Eran muchos más de lo que había imaginado al terminar la exhibición —aquella desastrosa exhibición que prefería no recordar —; a excepción de Dani, que se apresuró a anunciar que pasaba el mismo día en que aprobaron el club, todas las Rollettes que habían vivido el gran desastre de la exhibición (o, como lo llamaban ellas, el Gran Boicot), seguían en el club, y a

ninguna le hacía ninguna gracia compartirlo con aquellas dos. Ni siquiera los otros nuevos —María y Laura, de 2º B, y Javi, de 1º A— las miraban con buenos ojos. Andrea había tardado solo un mes en conseguir labrarse una reputación en el instituto, como siempre había querido… pero no la que quería. Después de la exhibición de las Rollettes, el rumor de que la pelirroja bajita de primero había boicoteado al grupo de patinadoras se extendió como la pólvora, y resultó que a muy pocos les hizo tanta gracia como Andrea había imaginado. No hubo golpecitos en la espalda ni burlas por lo cutres que eran las Rollettes, solo malas miradas por los pasillos y grupillos hablando en voz baja que callaban en cuanto ella, Julia, Tania o Rebeca se acercaban. —Chicas, dejad los temas personales fuera de la pista —dijo Alena, con una voz autoritaria que encajaba poco con su pelo azul a lo pixie—. Esa es la pri… —¡Oye, que casi nos matan! —soltó Jimena, incapaz de creer lo que estaba oyendo. ¿Dejar los temas personales fuera de la pista? ¡Que estuvieran en la pista era el problema! Ni Andrea ni Julia deberían estar ahí, no después de lo que habían hecho. Aún se arrepentía de haber decidido no chivarse al director, y que Alena fingiera que todo iba bien era la gota que colmaba el vaso de su paciencia. No estaba dispuesta a callarse otra vez. —¡Exagerada! —respondió Julia, poniendo los ojos en blanco. —¿Ves? ¡Ni se molestan en negarlo! ¡Fueron ellas, Alena, no pueden estar en el equipo! —Yo no fui —resopló Andrea. —Ni yo —se apresuró a aclarar Julia—. He dicho que eres una exagerada, porque lo eres… Lo sois. ¡Ni siquiera os hicisteis daño! Jimena abrió los ojos y dio un paso amenazador hacia ella. —Entonces te empujo y si no te haces daño no pasa nada, ¿no? Julia trató de echarse para atrás, olvidando que llevaba los patines puestos, y trastabilló. Se habría caído de culo de no haber sido por Andrea, que la cazó al vuelo y la ayudó a recuperar la estabilidad.

—¡Chicas, basta! No quiero peleas —tronó Alena, con un tono tan amenazador que nadie se atrevió a abrir la boca—, ni insultos ni violencia de ningún tipo. Si ese es el tipo de equipo que queréis, yo cojo la puerta y me voy, ¿está claro? Paseó los ojos por las Rollettes, que fueron asintiendo una detrás de otra, ninguna demasiado convencida. —Ahora parece mi madre… —le susurró Jimena a Gala, por lo bajo. Alena la miró con las cejas enarcadas, como preguntándole qué había dicho. Jimena se aclaró la garganta y agachó la cabeza. Alena estudió al grupo una vez más y, cuando estaba a punto de hablar, Mina levantó la mano. —Pero… Alena chistó para interrumpirla: —Tampoco quiero «peros». Si habéis venido aquí a pelearos, yo os deseo suerte para encontrar a otra entrenadora y me voy, ¿está claro? Pero si queréis aprender a patinar, me quedo. Vosotras decidís —dijo, con doce pares de ojos clavados en ella. Cuando calló, todas apretaron los labios. Su tono no itía discusión, y aunque las miraba esperando una respuesta, nadie se atrevía a hablar—. ¿Y bien? El grupo cruzó miradas y, de entre todas, fue la voz de Eloy la que se oyó, firme y clara. —Queremos patinar. Ya estaba cansado de tanta discusión. Siguiendo los consejos de Amelia, había convencido a sus padres para que le compraran unos patines de artístico, y se moría por estrenarlos de una vez. —Eso es lo que quería escuchar —respondió Alena, deseosa de empezar el entreno de una vez por todas—. Hemos venido aquí a pasárnoslo bien, ¿de acuerdo? No os estáis jugando nada, así que centraos en vosotras y disfrutad. —¿Eso significa que no vamos a competir? —preguntó Andrea, fingiendo sorpresa. Alena frunció el ceño.

—Esto… —Miró al grupo, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. No me lo había planteado. ¿Vosotras queréis competir? Lira sintió cómo se le desencajaba la mandíbula de la sorpresa. Alena no podía estar preguntándolo en serio. ¡Si apenas sabían hacer nada! Claro que Lira deseaba competir, bailar en un polideportivo abarrotado de gente una de esas coreos tan curradas que veía en YouTube, pero… Eso eran solo deseos. La realidad era que… —¡Con lo verdes que están! —soltó Andrea, robándole las palabras a Liras sin pretenderlo—. ¡Y mirad dónde entrenamos, no tenemos ni una pista de verdad! Los clubs escolares que sí competían tenían preferencia a la hora de asignar espacios de entreno, así que los clubs de fútbol, básquet y hándbol se habían repartido las horas de las canchas buenas y del polideportivo. Las Rollettes no habían podido decidir. Les había tocado la pista junto al polideportivo, bastante más pequeña de lo deseable. Pero lo peor era que les tocaría barrerla todos los días antes de entrenar, como ya hacían en el parque. A Andrea no le faltaba razón, pero no tenía ningún derecho a decirlo, y menos con aquel tono condescendiente. —¡Oye, que esta tiene el axel! —espetó Jimena, señalando a Amelia, que se habría sonrojado si no hubiera estado tan concentrada en mantener la calma. La palabra «competición» le provocaba taquicardia. Un agudo y molesto silbido resonó en el polideportivo. —¿Queréis competir? —preguntó Alena, de nuevo. La única que estaba preparada para aquella pregunta y lo tenía claro era Amelia, y no se atrevía a responder. No hacía falta más que ver el brillo en la mirada de Lira y Jimena para saber que no diría lo que esperaban escuchar. —Claro, pero… —empezó Lira, dubitativa. —¿No es muy pronto? —se le avanzó Mina. Lira asintió, y Alena sonrió.

—Solo os pregunto si queréis competir. Tenéis razón, aún es pronto —dijo, y viendo cómo asomaba una sonrisa en los labios de Andrea, añadió—: y no es cuestión de estar verde. Se necesita mucho tiempo y muchos entrenos para montar una buena coreografía, no es cosa de un mes. Este año vamos tarde, pero podemos plantearlo de cara a la siguiente temporada… Alena dejó la idea flotando en el aire. Amelia respiró hondo, tratando de alejarla de ella. Competir no era una posibilidad para ella, lo había dejado muy claro. Sintió la tentación de levantar la mano y recordárselo, pero prefirió no hacerlo, porque al fin y al cabo, aquel año no competirían. No tenía por qué preocuparse… aún. —Yo quiero competir —respondió Jimena—. Además, a lo mejor así nos dan una pista decente para entrenar… —Y yo —dijo Lira, y al instante aclaró en un murmullo—: Pero el año que viene. Mina levantó la mano derecha, mientras con la izquierda le hacía gestos a Marta para que se le sumara. —Yo también —dijo Mina—. Además, si competimos, tendrán que dejarnos entrenar en el polideportivo. Eso fue suficiente para convencer a María y Laura. —Pues no voy a ser menos, ¿no? —exclamó Gala, encantada de ver que sus amigas no tenían miedo a nada—. Somos un equipo. Aquellas palabras le atravesaron el estómago a Amelia, que agachó la cabeza, tratando de esconderse tras algunos mechones que no habrían podido tapar ni unas míseras briznas de hierba. Para su fortuna, se libró de que ninguna de sus amigas le preguntara. Los demás se quedaron callados. —Me alegra ver que os lo tomáis tan en serio —dijo Alena, con las manos apoyadas en las caderas—. Lo tendré en cuenta para el próximo trimestre. Si somos suficientes para competir, podemos empezar a trabajar en una coreo para el año que viene. Pero por ahora… toca centrarse en la técnica.

—¿Empezamos por fin a hacer algo? —se le escapó a Jimena, que estaba deseando darle menos a la lengua y más a los patines. Alena lo estaba deseando tanto como ella, pero… —Antes, toca ronda de presentaciones. —¡Pero si ya nos conocemos todos! —se quejó Jimena, aunque sabía que no era cierto. No tenía ni idea de cómo se llamaba el chico rubio y larguirucho. —Por si acaso —respondió Alena—. Solo será un segundo. Venga, ¿empezamos por vosotras? Decidnos cómo os llamáis y por qué estás aquí —se dirigió a Laura y María, que estaban cuchicheando por lo bajo. Callaron al notar la mirada de la entrenadora sobre ellas e intercambiaron una mirada de duda. Las dos compartían la misma nariz larga y grande y los mismos ojos castaños, pero, por lo demás, no se parecían en nada. María era alta y flaca, de tez morena y pelo largo y oscuro. Laura era mucho menos esbelta, tenía la piel rosada y mejillas prominentes. La melena, ondulada y de un castaño claro, le barría los hombros cuando se movía. Fue María la que se lanzó: —Yo soy María, voy a segundo, y estoy aquí porque mi prima me ha obligado. Laura la fulminó con la mirada y después miró al resto, tratando de disimular su vergüenza.

—Eso no es verdad. Es que va de dura —murmuró, a lo que María respondió con una mueca llena de complicidad—. Yo soy Laura, también voy a segundo y estoy aquí porque…, esto… Sinceramente, dijeron que se abría un club de patinaje artístico y dije… ¿Por qué no? Me encanta patinar, no sé hacer figuras ni nada, pero bueno, esto… Por eso estoy aquí. Cuando terminó, lo hizo más roja que al inicio, pero también más alegre. Parecía que hablar le diera energía, pensó Lira. Aunque apenas había intercambiado unas palabras con aquella chica, ya le caía bien. Alena animó al equipo a aplaudir las presentaciones y se volvió hacia Javier. No hizo falta que dijera nada para que este hablara. —Me llamo Javier, voy a primero y estoy aquí porque me gusta el patinaje artístico desde que era pequeño, pero mis padres no han querido apuntarme. Hasta ahora, bueno. —¿Sabes patinar? —le preguntó Alena, mirando las botas negras de Javier. Estaban llenas de rayadas. —Un poco —respondió él, con un tono que dejaba entrever que sabía algo más que eso. Alena asintió y tras observar al grupo uno por uno, se detuvo en Jimena. —Tu turno —le dijo, al ver que no reaccionaba—. Di tu nombre y explica por qué estás aquí. Jimena le lanzó una mirada sibilina a Andrea antes de responder. Aquello iba a ser divertido.

2

No es lugar para encontrar novio

—Y entonces va y dice… —«¡Porque a unas niñatas se les ocurrió hacer trampas en las votaciones!» — exclamó Gala, incapaz de contenerse. Lira le lanzó una mirada enfadada. —Lo estaba contando yo —masculló, estrujando el cojín que estaba abrazando. Jimena estaba a su lado, haciendo un scroll infinito en la pantalla de su móvil mientras escuchaba a sus amigas, y Gala y Amelia estaban sentadas en el suelo, sobre los cojines del sofá del comedor. Las cuatro habían coincidido en que necesitaban una reunión de emergencia, así que después del instituto, habían ido todas a casa de Lira y se habían aposentado en su cuarto para comentar el gran drama del día. —Perdón, es que ha sido buenísimo —dijo ella, sin dejar de reír. Incluso Amelia estuvo de acuerdo; ni siquiera ella se había podido aguantar la risa viendo cómo a Andrea se le desencajaba la cara al escuchar la presentación de Jimena. Esta esbozó una sonrisa de satisfacción. Olivia puso los ojos en blanco, pero no dejó de sonreír. Lira y ella eran como la noche y el día, y por eso nunca se habían llevado demasiado bien. Lo único que tenían en común era su competitividad. Ahora, sin embargo, eso había cambiado. Lira, que siempre había rehuido los patines como si fueran tóxicos, se estaba enamorando del patinaje artístico, y Olivia estaba tan emocionada que ni siquiera le importaba que fuera sobre ruedas. Le encantaba escucharla hablar de su equipo con el mismo compromiso que ella había tenido con el suyo.

—Veo que ha ido bien —comentó Olivia. —Ya, bueno —replicó su hermana—, habría ido mejor si esas dos no hubieran venido a boicotearnos. —A lo mejor han cambiado de opinión y de verdad quieren… —La voz de Olivia se fue apagando a medida que hablaba. Ni ella se lo creía. Conocía bien a Olga, la hermana mayor de Andrea; habían ido a la misma clase en primero y ahora le tocaba soportarla de nuevo. Olga era simpática con casi todo el mundo; se guardaba toda la mala leche para los profesores y, aunque a muchos les hacía gracia ver a un profesor perder los estribos por sus contestaciones, a Olivia esas ganas de llamar la atención la ponían nerviosa. Si Andrea era la mitad de buscaproblemas que Olga, seguro que no estaba tramando nada bueno.

—Ya, seguro. Por eso casi le han tirado los cordones de colores a Amelia a la cara —respondió Jimena, poniendo los ojos en blanco. —Solo me han dicho que las botas se llevan de un blanco impoluto. —Le restó importancia esta. —¡Ellas, las expertas! —bufó Jimena—. Ahora, de repente, se dan cuenta de lo guay que es el patinaje artístico en realidad y que prefieren esto a nada, ¿no? —Eso es lo que han dicho —le explicó Lira a su hermana. —Andrea no ha dicho «guay» —musitó Amelia—. Ha dicho que «no es tan cutre como pensaba». A Olivia se le escapó una risita. —Eso huele a Olga que echa para atrás… —¿Qué va a decir si no? —preguntó Lira, poniendo los ojos en blanco—. ¿Que nos odia por haber ganado la votación y que está investigando cómo destruirnos desde dentro? Solo ha dicho lo que Alena quería escuchar. Todas asintieron con vehemencia. —¿Y Julia? —preguntó Gala, haciendo un mohín, lo que provocó que Jimena estallara en una sonora carcajada. —«Me llamo Julia y estoy aquí porque se me da genial bailar y esto es bailar pero con patines, ¿no? Además, si ellas pueden hacerlo, seguro que yo también.» —Jimena imitó el tono estridente y taladrante de Julia—. ¡Qué flipada! —Pues Lira no se ha quedado corta —soltó Gala, riendo por lo bajo. Lira clavó los ojos en ella—. ¡Oye, es verdad! «Quiero demostrarme a mí misma que no hay límites.» Lira enrojeció y, avergonzada, buscó el apoyo de su hermana con la mirada, pero esta estaba demasiado ocupada escrutando a Gala con el atisbo de una sonrisa divertida en los labios. Claro que Olivia iba a reírse de ella en cuanto se

presentara la ocasión, ¿qué esperaba? Amelia fue la única en interceder a favor de su amiga. —No te metas con ella… Lo ha dicho de corazón. El hilo de voz con el que habló no hizo más que acrecentar las sonrisas divertidas de las demás y, en cuestión de segundos, Amelia se puso incluso más roja que Lira. Gala se inclinó hacia delante para dejar caer la mano en el hombro de Lira, que la miraba con el ceño fruncido. —¡Es brooooma! Bueno, un poco. Es que a veces eres un poco cursi… —dijo, con un buen humor que no conseguía contagiarle a su amiga—, ¡y por eso te queremos! Lira le mantuvo la mirada unos segundos más. Meneó la cabeza de lado a lado y soltó un suspiro. —Al menos no he dicho que estoy aquí «porque no hay equipo de hockey en el instituto». —Pero después he dicho que ahora no dejaría de ser una Rollette por nada del mundo —se defendió la otra, mirando fijamente a Olivia—. Y al menos no he mentido, como algunos que se las dan de tan sacrificados por el hockey que hasta se apuntan a artístico para «reforzar». Jimena soltó una risa burlona, y las dos amigas cruzaron la mirada antes de fijarla en Lira. —¿Quién ha dicho eso? —preguntó Olivia. —Eloy —respondió Gala. —Está claro que no quería decir la verdad —cuchicheó Jimena, riendo entre dientes. —Al menos no se ha desapuntado —intervino Amelia. Ella también se había dado cuenta de que Eloy no estaba en las Rollettes solo por el patinaje, pero por

la mirada nerviosa de Lira, sabía que era mejor cambiar de tema—. No como Dani… —¿Os ha dejado colgadas? Lira se sentía decepcionada. Poco antes de las votaciones, Dani le había dado a entender que tal vez se apuntaría al club si ganaban, y ella había confiado en que lo haría. Cualquiera que tuviera dos ojos en la cara se daría cuenta de lo bien que se lo pasaba Dani probando nuevas piruetas y saltos. Como decía Alena, era un kamikaze de manual. Le daba igual la técnica, lo importante era saltar y aterrizar, entrar y salir de una pirueta. Lo importante era disfrutar, y vaya que si lo hacía. Aun así, la semana anterior les había dicho que pasaba. —Solo se apuntó para ayudarnos a que aprobaran el club —le explicó Jimena. Lo que le había extrañado no fue que Dani se desapuntara, sino que Eloy no lo hiciera también—. Dice que ya tiene suficiente con el hockey. Olivia hizo una mueca. Todos los chicos que jugaban al hockey que conocía veían el artístico como un deporte inferior, y algunos ni siquiera lo consideraban como tal. «Es para blandas», le había dicho uno algunos meses atrás mientras le enseñaba lo que era una «buena» frenada de hockey sin que Olivia se lo hubiera pedido. Si sobre ruedas las cosas funcionaban igual que en el hielo, Jimena tenía motivos para poner esa cara de incredulidad. —Le daba vergüenza, seguro. Él se lo pierde. —Pues podría convencer a Andrea para que se borre, ya que son tan amigos — bufó Lira. —Creo que te toca… os toca aguantaros —les dijo, provocando que las cuatro hicieran una mueca de disgusto—. No podéis vetar a nadie del club. —Pues deberíamos —masculló Jimena, entre dientes. Olivia levantó las manos al aire, como diciendo que había tantas y tantas cosas

que deberían ser y no eran… Encogió los hombros de nuevo, esta vez acompañando el gesto con una sonrisa resignada. —Me voy a estudiar. No la lieis, ¿eh? Sois capaces de desatornillarles los patines a esas dos… Las Rollettes observaron a Olivia desaparecer por el pasillo mientras asimilaban sus palabras. Jimena rompió el silencio: —Pues no es mala idea. —Lo que nos faltaba, más problemas —bufó Lira. —¡Es broma! —exclamó Gala—. Qué susceptible estás hoy, Lira… Esta respiró hondo y miró a sus amigas. Llevaban un buen rato ganándose a pulso que estuviera de mal humor, pero si debía ser honesta, no tenía nada que ver con ellas. —Lo siento, chicas… Hoy no tengo el día. Andrea y Julia me lo han amargado. Soltó un suspiro tan sentido que, durante un buen rato, ninguna dijo nada. Trataban de encontrar una solución a todo aquello, pero por muchas vueltas que le dieron al tema, todas llegaban a la misma conclusión: lo único que podían hacer era aguantarse y tratar de ignorar a Andrea y a Julia en la pista, igual que ya lo hacían fuera de ella.

Durante las dos siguientes semanas, Andrea y Julia demostraron ser mejores actrices de lo que las Rollettes imaginaban. Si tramaban algo, lo disimulaban a las mil maravillas. Si no las conocieran, todas habrían dicho que se estaban implicando de verdad. Eran de las primeras en aparecer en los entrenos, puntuales y sonrientes, y desde la segunda semana, lo hacían vestidas como si fueran mellizas y con los cordones blancos. En el primer entreno, Alena les había recomendado que llevaran ropa cómoda, nada de tejanos como Javier o Laura, y ellas dos habían entendido que era imprescindible ir vestidas con mallas de color carne, shorts ajustados y oscuros y una chaqueta decorada con un patín de ruedas de brillantes en la espalda. «El buen gusto se tiene… o no se tiene», le comentó Andrea a Julia el día que estrenaban el conjunto, lo suficientemente alto para que la oyeran Lira y Jimena, que no escondieron su hastío al verlas aparecer. Tampoco faltaron los comentarios despectivos hacia los cordones de colores que ahora también usaban Javier, Laura y María. Con el paso de los días, el equipo aprendió a ignorar ese tipo de comentarios made in Andrea que iba soltando de vez en cuando.

Algunos más que otros, eso sí. Lira aún no era capaz de evitar que los «uy, esa pirueta no te ha salido muy bien…» de Andrea la afectaran. La otra seguía entrenando tan tranquila, mientras que Lira se quedaba atascada en el mismo problema. Amelia había optado por la solución rápida y se ponía los auriculares en los ratos de entreno libre. Así no tenía que oírla, y además, también evitaba los grititos exaltados de Tania y Rebeca, que de vez en cuando se sentaban en las gradas para observar los entrenos y animar a sus amigas. Los primeros días también se dedicaron a soltar algún abucheo, pero en cuanto Alena las amenazó con prohibirles la entrada en el polideportivo durante los entrenos, no volvieron a abrir la boca. Más allá de aquellos comentarios, ni Andrea ni Julia había intentado hacer nada raro, y Lira tuvo que itir que tenerlas en el equipo quizá no iba a ser tan catastrófico como había predicho. Además, aún les quedaban los entrenos en el parque. Las Rollettes que habían participado en la exhibición habían votado de forma unánime: las tardes de los viernes y las mañanas de los sábados eran solo para quienes habían participado en la exhibición en el patio, al menos por el momento. A Amelia le sabía fatal por Javier, Laura y María, que no tenían culpa de nada, pero no se había atrevido a decirlo, sobre todo porque, como bien decía Jimena, no sabían de quién podían fiarse. Solo faltaba que se lo contaran a alguno de los tres y, al día siguiente, Andrea y Julia se presentaran en la pista con sus brillantitos y sus aires de divas. No, ya las aguantaban lo suficiente en el instituto. Además, donde más disfrutaba Lira era ahí, en el parque. Los entrenos con Alena estaban bien, pero ahora que era su entrenadora de verdad, se comportaba como tal, y eso tenía su parte mala. Ya no se pasaban el entreno practicando pasos y figuras. Había sido clara el primer día: para aprender a volar, primero hay que aprender a caminar. O a patinar, en ese caso. Excepto Amelia, ninguna tenía base de patinaje artístico, así que durante las primeras semanas se centraron en hacer Escuela, una modalidad de patinaje que consistía en patinar siguiendo formas imaginarias en el suelo. Incluso Alena había itido que era aburridísimo, pero no había bajado del burro: tenían que hacerlo para adquirir una buena base de patinaje. Le daba igual haber visto a más de la mitad del grupo haciendo piruetas y saltos. Si querían que los entrenara, iban a hacerlo bien. Y aunque en el fondo las Rollettes sabían que tenía razón, no podían evitar refunfuñar cada vez que las mandaba a

hacer ochos para practicar los filos. Por eso todas aprovechaban esos entrenos libres para practicar todo lo que Alena les había prohibido hacer en clase. Excepto Amelia, que sacudía la cabeza cada vez que veía a sus amigas practicar un salto o alguna pirueta. —Vais a pillar vicios, ya veréis… —les advirtió mientras se desataba los cordones de los patines. Aquella tarde de noviembre era más fría de lo normal en el entreno. El invierno comenzaba a asomar la cabeza; se empezaban a ver las primeras bufandas y gorros, y sin el sol de principios de otoño, entrenar en el parque ya no era tan cómodo. Aquel día, Gala y Marta habían preferido quedarse en casa. —No seas plasta —respondió Jimena. El brusco ziiiiiip de la cremallera de su bolsa puso la guinda a sus palabras. Amelia le lanzó una mirada de hielo. —Luego no digas que no te he avisado… Jimena hizo un gesto de desinterés. Prefería pillar algún vicio que pasarse más horas haciendo equilibrios y practicando frenadas. Suerte que Alena les había prometido que la próxima semana les haría una pequeña prueba de nivel a cada una para dividirlos por grupos y comenzar a entrenar las primeras figuras. —¿Creéis que vamos a hacer algo de verdad esta semana? —preguntó Mina. —Eso espero —respondió Eloy, mirando al cielo de forma dramática—. Estoy harto de los ochos, en serio. —Yo hasta sueño con ellos —bromeó Jimena. —Si lo hacemos, por algo será... —Lira sintió que alguien debía defender a Alena, ya que Amelia parecía haber tirado la toalla. —¡Pero si te has pasado la tarde haciendo el salto del tres! —la acusó Jimena, riendo—. ¿Qué pasa con los equilibrios? «Pierna adelante, al lado, atrás, la levantamos y apoyamos… ¡y levantamos!» —dijo, imitando el tono con el que

Alena les daba órdenes en la pista—. No te he visto haciendo eso, eh… Lira dibujó una sonrisa culpable y desafiante. —Porque también estoy harta —itió, en voz baja—, pero bueno, eso no quita que Alena tenga razón. —Da igual, lo importante es que el martes empezaremos a hacer algo de verdad —sentenció Jimena—. Y ahora me voy a casa a cenar porque tengo mucha hambre. A Lira también le rugían las tripas, y tras mirar el reloj, se dio cuenta de que sus padres rugirían también si tardaba mucho más en marcharse. Se apresuró a guardar los patines y la botella de agua en su bolsa. —Espera, voy contigo. Jimena se aclaró la garganta, y mientras daba unos pasos hacia atrás, barboteó: —Eh… Es que tengo que ir a hacer unos recados. —¡Pero si ya estoy! —insistió Lira, apresurándose a guardar los patines en la bolsa. Jimena ya se estaba alejando. —Da igual, ve con Eloy, que también vive cerca, yo tengo prisa. ¡Nos vemos el lunes! Lira observó con perplejidad cómo su amiga se alejaba. Se puso los zapatos y se echó la bolsa a la espalda. —Bueno, pues yo me voy también. ¿Alguien viene? —Yo —respondió Eloy, al tiempo que se sacaba el patín izquierdo de un tirón. Lira se volvió hacia Mina y Amelia, que estaban poniéndose los zapatos con toda la parsimonia del mundo, sin reaccionar a la mirada inquisitiva de su amiga, que esperaba que alguna de las dos también se les uniera. No le apetecía quedarse a solas con Eloy.

Aún le daban ganas de esconderse debajo de una piedra (o mejor, mudarse a una cueva) al pensar en cómo había tratado a Dani a principios de curso. Lo acusó sin ninguna prueba de chivarse a Andrea sobre la exhibición, lo confrontó en el patio delante de todo el mundo —incluido Eloy— para descubrir, tan solo unas horas después, que Andrea se había enterado por un descuido de Olivia. Lira demostró ser una amiga desconfiada y Eloy se había distanciado de ella. Esta no le había contado a nadie que semanas atrás Dani le había dicho que Eloy no dejaba de hablarles de ella a sus amigos, porque estaba claro que eso había sido antes de que pasara todo. Era evidente que Eloy ya no tenía ningún interés en ella. Dudaba incluso de que siguiera cayéndole bien. Aunque Lira sintió que la frialdad de su amigo se había rebajado con el paso de los días, no podía evitar sentirse avergonzada y tener la sensación de que si Eloy le dirigía la palabra era solo para no ser tan borde. Las dos amigas intercambiaron una mirada. Amelia respondió por las dos: —Id tirando. Total, vamos en direcciones opuestas… —Vale, pues nos vemos el lunes —se despidió Eloy, haciendo un gesto con la mano. —Adiós, chicas. Lira cerró las manos alrededor del asa de la bolsa y echó a andar junto a Eloy. Caminaron en silencio. Dejaron atrás la pista, la pequeña arboleda que atravesaron sin seguir el sendero y el parque infantil sin que ninguno de los dos abriera la boca. Fue al atravesar las verjas que separaban el parque de la ciudad cuando Eloy pareció reaccionar, como si los cláxones y el ruido de la calle lo hubieran despertado de golpe. Se volvió hacia Lira y carraspeó: —Estás mejorando mucho con la pirueta. La chica esbozó una sonrisa cauta. —Aún me mareo como una sopa —confesó. —No hace falta que lo jures —le respondió Eloy, tratando de contener la risa entre dientes—. Te pones pálida si haces más de dos seguidas. Lira enarcó las cejas.

—Al menos a mí me salen —dijo, con tono desafiante. Lejos de ofenderlo, aquello divirtió aún más a Eloy. —Pero a mí me salen las águilas interiores. Lira pensó en contraatacar, pero algo en la sonrisa de Eloy la disuadió de hacerlo. Prefería mantener el buen rollo. —Yo te cuento mis trucos para la pirueta si tú me cuentas los tuyos. —Hecho —accedió este, sin pensárselo dos veces. Pulsó el botón del semáforo y, mientras observaba los coches pasar, dijo, como de pasada—: Oye, ¿no crees que deberíamos decirle a los demás que venimos a entrenar aquí? Lira se volvió hacia su amigo, que seguía con la vista clavada en el arcén, evitando mirar a la chica. —Si se lo decimos a alguna de las nuevas… —No las llames así —la interrumpió Eloy. Este se giró hacia Lira justo en el instante en el que el semáforo se puso verde. Antes de que Lira pudiera responder, echó a andar; ella dio un par de zancadas para alcanzarlo. —¿Así, cómo? —«Las nuevas». —Bueno, pero es que son nuevas. —Pero es como si las separaras de nosotros… Y estuvieran ellas por un lado y nosotros, por el otro —le dijo Eloy—. Si somos un equipo, deberíamos ir todos a la de una. Deberíamos entrenar juntos, Lira. —¿Por qué me lo dices a mí? Fue decisión de todos, por si no te acuerdas. —Pues a mí no me parece bien —se cuadró él. Habló con tanta dureza que a Lira se le hizo un nudo en el estómago. Tampoco a ella le gustaba esconder los entrenos del resto del equipo, y mucho menos oír que estaba creando una fisura en el grupo. Alena les había explicado que en un

equipo de patinaje no hay capitanes, y que por eso precisamente todas y cada una de ellas tenían que comportarse como si lo fueran si querían mantener el equipo unido. —¿Qué sugieres? ¿Que se lo contemos a Andrea para que nos incordie aquí también? —Últimamente va a la suya, no creo que nos molestara si viniera… Eloy decía la verdad: durante aquellas últimas semanas, Andrea se pasaba más tiempo maldiciéndose a sí misma cuando no le salía algo que preocupándose por soltar comentarios ingeniosos sobre los demás. Aun así, no se había librado de sus aires de abeja reina, y no dudaba en fulminar con la mirada a quienes hicieran algo mejor que ella. Lira lo tenía claro: en el fondo, Andrea seguía siendo la misma, y lo último que esperaba era que Eloy saliera en su defensa. —¿Olvidas lo que nos hizo? —masculló. —No sabemos si fue ella. —Venga, eso no te lo crees ni tú. Eloy soltó un suspiro. —¿Y qué si fue ella? La gente cambia, tenemos que darle una oportunidad al menos. Además, a lo mejor ni quiere venir. —Claro que no quiere venir. —Lira puso los ojos en blanco—. Le caemos mal. Antes y ahora. La gente no cambia. —Claro que sí —respondió Eloy. —No. —Que sí. —Lo que tú digas —se rindió Lira. —Te puedo dar un ejemplo, si quieres. —Eloy se volvió hacia ella con una

sonrisa confiada que Lira no llegó a ver. Estaba demasiado ofuscada imaginando formas en que Andrea podía fastidiarles los entrenos libres. Mejor no correr el riesgo—. ¿Te cuento un secreto? Lira enarcó las cejas. —Claro —respondió, sin atreverse a decirle que los secretos hay que guardarlos. Lira tenía demasiada curiosidad. —Te enterarás el martes de todos modos —dijo Eloy, como tratando de justificarse—. Pero hasta entonces, tú no digas nada. ¿Quieres que te lo cuente? —Por la sonrisa que blandía, estaba claro que él quería hacerlo. Lira no tuvo que decir nada para que Eloy lo escupiera, como si el secreto fuera una piedrecita molesta que tenía bajo la lengua—: Dani se apunta. Lira se detuvo en seco. —Perdona, ¿qué? No podía haber escuchado bien. —Dani se apunta al club. —¿Dani? ¿Dani, tu amigo…? ¿Dani? —Lira no entendía nada. Ya había perdido la cuenta de las veces que Dani había cambiado de opinión respecto a apuntarse o no—. ¿A nuestro club? —Claro, qué Dani va a ser, y claro que a nuestro club —exclamó Eloy, ahora exultante. Qué bien sentaba poder compartir las buenas noticias. Lo mejor de estar en un club es poder compartirlo con tu mejor amigo. Y, ahora, ellos ya compartían dos. —¿Qué bicho le ha picado ahora? Eloy soltó una carcajada. —El de la razón, está claro… —Primero nos dice que solo firma para ayudarnos, después que seguramente se apuntará, luego nos deja colgadas por mensaje y ahora vuelve. ¿Por qué?

Lira habría jurado que a Eloy se le congelaba un poco la sonrisa. —Bueno… —«Bueno…», ¿qué? —le pinchó Lira, que intuía que Eloy sabía qué había detrás del cambio de opinión de su amigo—. ¿Qué pasa, que de repente ya no le da vergüenza? Así, de repente, ha tenido una iluminación o algo… —Eh, él no dijo que… —No somos tontas. —Tanto Lira como las demás habían oído alguna que otra burla dirigida a Eloy solo por ser de las Rollettes. Él las ignoraba sin más, pero Dani tenía la piel más fina. Por mucho que tratara de ocultarlo, era evidente que odiaba que hablaran de él a sus espaldas—. Bueno, da igual. ¿Lo has convencido tú? —Más quisiera —respondió Eloy—. Pero ¿ves cómo la gente puede cambiar? —Entonces, ¿quién lo ha convencido? —incidió Lira, ignorando la pregunta de Eloy. Este le respondió con una mirada inquisitiva que empujó a Lira a encajar todas las piezas por sí sola. Abrió mucho los ojos y, más sorprendida por no haberlo adivinado que por el hecho en sí, se aventuró—: ¿Le gusta alguien del equipo? La sonrisa de Eloy le confirmó que estaba en lo cierto, aunque él evitara hacerlo. —Puede ser —se limitó a responder. —¿Quién? —Solo he dicho que puede ser. —Eso es un sí. —No. —Es un «sí» en clave. ¿Quién le gusta? ¿Jimena? ¿Amelia? ¿Alguna de las nue…? Ya me entiendes —dijo Lira, atropelladamente. Le dio tiempo a Eloy a responder, pero este tenía los labios apretados y la mirada fija en el frente, como si ni siquiera estuvieran teniendo una conversación—. ¿Es que no me vas a decir nada?

—No estoy autorizado para confirmar ni desmentir ninguna información — respondió él, con una voz nasal y tono robótico que provocó que Lira estallara en una carcajada.

Aun así, le insistió durante el resto del camino y Eloy esquivó cada pregunta con un silencio, una sonrisa enigmática o una respuesta vaga. En cuanto se separaron, a dos manzanas del bloque de Lira, esta sacó el teléfono móvil y buscó el grupo que tenía con Gala, Amelia y Jimena y les explicó las novedades. Evitó mencionar que Dani volvía al equipo, pero no se calló nada de lo demás. Eloy no le había pedido que guardara silencio acerca de eso. Y de hecho, como él había querido dejar claro, no le había confirmado nada. Las reacciones no se hicieron esperar.

Ni de coña les vamos a decir dónde entrenamos.

¿Estamos locas?

Deberíamos hablarlo, al menos….

Mina y Marta odian a Andrea y Julia tanto como nosotras.

Qué fuerte lo de Dani.

Fijo que es una de las nuevas.

Lira leyó los mensajes, asintiendo sin darse cuenta, inflamada por la rabia que rezumaban los mensajes de Jimena. Gala trataba de contenerse, mientras que Amelia parecía la única dispuesta a valorarlo siquiera.

Yo creo que es Andrea.

Le había prometido a Eloy no avanzar nada sobre la vuelta de Dani al club, así que Lira dejó de lado el teléfono para evitar ir más allá. Dani sabía cómo era Andrea y, aun así, era su amigo; eso solo podía deberse a que sentía algo por ella. Al menos, eso creía Lira. Además, todo encajaba. Dani se había borrado porque no imaginaba ni en un millón de años que Andrea se apuntaría. Y en cuanto se enteró, decidió volver al equipo por ella. —Bueno, tal vez ni siquiera se apunte —masculló Lira para sí misma. No le apetecía nada tener a un irador de Andrea revoloteando por la pista para impresionarla. Ella se tomaba el patinaje muy en serio. No era sitio para encontrar novio, se dijo. A la pista se iba a patinar. Debían olvidarse de todo lo demás.

3

Una confesión en el vestuario

El martes siguiente, Dani apareció en la pista enfundado en un jersey negro, blandiendo una sonrisa encantadora. Entró con los brazos en alto y acompañándose con un sonoro «¡Ya estoy aquí, he vuelto!». Lira miró al equipo, tratando de leer las expresiones de sus amigas. Jimena, Gala y Amelia tenían cara de haber atado cabos y paseaban los ojos por las chicas del equipo, tratando de adivinar por quién se había apuntado Dani, pero nadie parecía tener la menor idea. Andrea y Julia se miraban intercambiando expresiones de incredulidad, mientras que Javier, Laura y María observaban la escena sin entender nada. —¿Y este quién es? —les preguntó Javier a las chicas, mientras se acercaban al centro para empezar con los ochos. Laura estaba segura de reconocerlo. —Creo que estaba el día del baile en el patio —dijo. —¡Ah, sí, es verdad! —coincidió María. La más entusiasmada por el regreso de Dani era, sin duda, Alena, y eso que se las vio negras para conseguir que siguiera los ejercicios cuando le daba la espalda. Cada vez que se daba la vuelta, Dani se lanzaba a hacer una pirueta o algún salto. Alena no se cansaba de echarle bronca, sin perder ni un segundo la sonrisa, lo que la hacía todavía más intimidante. A falta de quince minutos para acabar el entreno, Alena lanzó un silbido. El equipo, que estaba diseminado por la pista practicando águilas, se acercó al instante y creó un corro a su alrededor. —Tengo una propuesta que haceros —soltó, sin perder tiempo en explicaciones

innecesarias—. ¿Queréis participar en el festival de Navidad del instituto? Participan todas las clases cantando villancicos, y también el coro. He hablado con el director y está de acuerdo en que las Rollettes actúen también. —Perdona… ¿QUÉ? —farfulló Jimena. Alena ensanchó aún más la sonrisa. —¿No habíais dicho que queríais hacer «cosas de verdad»? —Ya bueno, de eso a participar en el festival de Navidad hay un paso, eh — masculló Jimena, mirando al resto del equipo en busca de un poco de apoyo. A juzgar por sus caras, a nadie le hacía demasiada ilusión. —Ni de coña —soltó Andrea. Lira le lanzó una mirada inquisitiva a Eloy, como diciendo: «¿Ves? No le caemos bien. Si quiere venir a las entrenos libres, será para fastidiar». Él se limitó a encogerse de hombros. —Menudo suicidio social… —farfulló Julia. Andrea se volvió hacia su amiga, pero no hizo nada para darle la razón. En lugar de eso, masculló, con más temor que enfado: —Casi no sabemos hacer nada, vamos a hacer el ridículo. —Eso decíais antes de la exhibición ¡y mirad dónde estamos! —exclamó Alena, golpeando el suelo de cemento con el patín—. Tan mal no lo hicisteis, ¿no? Alena se dio cuenta al instante de que había metido la pata. —Podría haber estado mejor —soltó Jimena, clavando los ojos en Andrea y Julia. La primera miraba para otro lado, mientras Julia enarcaba las cejas, desafiante. La profesora se apresuró a echar tierra de por medio. —Podéis hacerlo, chicas. —Casi no sabemos hacer nada —insistió Andrea. Lo diría cuantas veces hiciera

falta. No quería hacer el ridículo delante de todo el instituto. —Lo que importa no es la dificultad de la coreografía, sino la actitud. Se pueden hacer cosas muy muy chulas con elementos muy muy básicos. Confiad un poco en mí, venga. Además, os servirá como entrenamiento para al festival de final de curso. —¿¡Cómo!? —exclamó Julia, incrédula—. ¿También tendremos que participar? —Claro. —Alena pronunció esa palabra como si fuera una obviedad—. Participan todos los clubes extraescolares del instituto. —¿Delante de… nuestras familias? —preguntó Dani, con expresión nerviosa, aunque conocía la respuesta. Era de segundo, así que ya sabía que el festival de final de curso era una especie de puertas abiertas en el que se celebraban partidos, exposiciones y, para acabar el día, un concierto del coro. El instituto estaba tan lleno que había colas de veinte minutos para conseguir algo de comer en los puestos organizados por los alumnos. —Pero… ¿es obligatorio participar en los festivales? —murmuró Marta. No le hacía ni pizca de gracia tener que salir delante de todo el instituto. A Amelia se le dispararon los ojos hacia Alena, que parpadeó. —Bueno… Supongo que no —itió, con desgana—. Pero lo divertido es hacerlo todas juntas. Sois un equipo, ¿no? —Lo seremos si competimos —respondió Jimena. Alena la atravesó con la mirada. Así no ayudaba. —Ya me diréis cómo pretendéis que os federe si ponéis pegas para participar en un festival de Navidad. —En eso tiene razón… —intercedió Eloy—. A mí no me importa participar en el festival. Estaría guay hacer y acabar una coreo, ¿no? Andrea soltó un bufido tan sonoro que, cuando habló, lo hizo en un silencio sepulcral. —¿Tú estás tonto? Eres el primero que debería no querer salir… ¡Tú, Javier y

Dani! Se van a reír de vosotros lo que queda de insti como salgáis a bailar con lentejuelas. —¿Por qué, porque somos chicos? —Eloy enarcó las cejas. —¡Venga, Andrea, no seas tan carca! —le espetó Jimena. Antes de que esta pudiera defenderse, Dani dio un paso al frente. —Yo no pienso llevar lentejuelas. —Ni yo —aprovechó para recordar Gala. Nunca era mal momento para proclamar su odio por cualquier cosa que brillara. —Ni falta que hace —los tranquilizó Alena—. De hecho, he tenido una idea para la coreo, pero si no queréis participar en el festival, no hace falta que perdamos el tiempo. Venga, acabemos el entreno con equilibrios, ¿de acuerdo? Eso fue suficiente para que el grupo al completo quisiera alargar un poco más la conversación. —¿Qué idea? —preguntó Mina. —Eloy tiene razón —respondió Alena, y el aludido levantó la cabeza para mirarla, expectante—. Es una pena que no pudieseis terminar vuestra coreo, así que os propongo repetirla. Como ahora somos más, habrá que pensar nuevos pasos y reorganizar algunos elementos, pero vamos bien de tiempo. Quedan seis semanas. ¿Qué decís?

Amelia sabía que en cuanto empezaran a ser un club de verdad, todo cambiaría. Había estado tres años en un equipo y sabía cómo funcionaban: al principio todo era de color de rosa, pero cuando empezaban las exhibiciones y las competiciones, el ambiente se enrarecía. Aparecían las envidias, la competitividad, los reproches… Y si ahora ya tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para ignorar la presencia de Julia y Andrea, cuando se pusieran en plan competitivo iban a ser completamente insoportables. Por eso era incapaz de concentrarse. No dejaba de imaginar todo lo malo que estaba por venir, y en cuanto lo hacía, lo único que le venía a la cabeza eran sus recuerdos de las últimas semanas en su anterior equipo. Alguien llamó a la puerta del lavabo con los nudillos. —Amelia, ¿estás bien? —La voz de Lira sonó dubitativa. Nadie más se había dado cuenta de que Amelia tenía la expresión desencajada al avisar a Alena de que iba un momento al baño. Lira no se lo había pensado dos veces y había ido tras ella. —Estoy en el baño. —La voz de Amelia sonó más débil que de costumbre. —Eso ya lo veo —respondió Lira, sonriendo aunque sabía que no la veía—. Pero… ¿pasa algo? —preguntó otra vez, balbuceante. Tras un largo silencio, se aclaró la garganta—: ¿Estás bien? —Sí. Ese «sí» seco y deshinchado no convenció a Lira. —Abre la puerta. Bueno, acaba, tira de la cadena y abre la puerta. —Estoy bien —insistió Amelia. A Lira le daba igual cuántas veces se lo dijera; si lo hacía con aquella voz ahogada, no iba a creerla. —¿Es por el festival? ¿O por lo de competir?

Sin saberlo, Lira pronunció las palabras mágicas. Unos segundos más tarde, un sonido metálico resonó en el cubículo y la puerta se abrió con lentitud. Al otro lado apareció Amelia con cara de haber visto un fantasma. Amelia estaba acostumbrada a tragarse sus sentimientos. De pequeña, había tenido que aguantar mil veces la frase «Las niñas guapas no lloran» de su abuela, y aunque sus padres siempre le habían dicho que las lágrimas estaban mejor fuera que dentro, y que no debía avergonzarse por ser sensible, Amelia había aprendido que mucha gente no pensaba lo mismo. Su sensibilidad no era un superpoder, como le decían sus padres. Sus compañeros solo miraban con iración a quienes destacaban en algún deporte o cantaban como reinas del pop, no a una chica capaz de sentir con mucha intensidad. Más bien se burlaban de ella si se le entelaban los ojos cuando un profesor le llamaba la atención en clase o la acusaban de querer ser la protagonista si lloraba en una discusión con sus amigas. Dijeran lo que dijesen sus padres, Amelia había aprendido a esconder sus sentimientos, a encerrarlos dentro de su pecho igual que ella se había encerrado en el lavabo. Y, normalmente, la gente no la veía. Pero Lira era diferente. Amelia sentía que se entendían, y su amiga acababa de demostrar que estaba en lo cierto. Amelia la miró de arriba abajo y, tras secarse las mejillas aún húmedas, itió: —Las dos cosas. Lira la arrastró hacia las banquetas. —No tienes que hacerlo si no quieres, Amelia —le aseguró Lira mientras se sentaban. Deseaba compartir todo aquello con ella, pero sabía que, en aquellos momentos, lo único importante era lo que su amiga necesitara—. Alena lo entenderá. —Pero… —susurró Amelia. Levantó la mirada, que hasta ese momento había mantenido clavada en sus rodillas, y buscó los ojos de Lira. Tragó saliva—. Somos un equipo, ¿no? Lo decís todo el rato. Si yo no participo… La sonrisa que trató de esbozar se quedó en un trazo incierto.

—Seguirías siendo del equipo. Amelia meneó la cabeza de lado a lado. —No, entrenaría con vosotras, pero ya está… Eso no es ser parte de un equipo. —Amelia, a nosotras nos da igual, en serio. Quiero decir, ¡ojalá compitieras! Y ojalá te dieras cuenta de lo bien que lo haces porque ¡uuuf!, nos das mil vueltas a todas. Eres superbuena —dijo Lira—. Pero si no quieres competir ni hacer nada en público, ¿para qué vamos a obligarte? Al final es solo un ratito… Lo importante son los entrenos. Amelia no estaba de acuerdo. En su antiguo equipo había tenido compañeras que entrenaban pero no competían; sabía que esas eran las que acababan siempre en un rincón, o mirando al techo mientras las demás hablaban durante horas y horas de coreos, vestuarios, resultados, equipos rivales… Aun así, prefirió no decírselo. —No es que no quiera —itió, entre dientes, con los ojos clavados en los frenos de sus patines—. Es que… no me atrevo. Amelia hubiera jurado que en el preciso instante en el que pronunció esas palabras se volvió más ligera. Acostumbrada a guardarlo todo dentro, aquello le quitó un gran peso de encima. Tardó unos segundos en empezar a hablar cuando Lira le preguntó por qué. La primera vez que Amelia sintió que había nacido para patinar, tenía siete años. Sus padres la habían apuntado al curso intensivo que organizaba el ayuntamiento del pueblo de sus abuelos, en el que Amelia pasaba casi todo el verano. Era un pueblo pequeño con menos niños de lo que a ella le hubiera gustado, así que cuando le dijeron que iba a pasar el verano aprendiendo a patinar, le pareció mejor que nada. En septiembre, cuando volvió a casa y a la rutina, lo tenía claro: no había nada mejor que el patinaje. Les pidió a sus padres que la apuntaran al equipo del colegio. Poco después de empezar, ya competía. Todas las entrenadoras que había tenido decían que tenía talento natural, pero lo cierto era que Amelia le echaba muchas horas. Le encantaba patinar y nunca había tenido miedo de hacerlo en público. Se le daba bien. Era la mejor de su equipo, aunque eso ella no lo itiría jamás. Durante el último curso, aun así, sí había meditado el consejo de su entrenadora para que al terminar el colegio buscara un

club más profesional. Pero antes de decidirse a hacerlo, sucedió algo que lo cambió todo. —Fue en una competición, la penúltima de la temporada. Tenía que hacer una pirueta con un pie, pero me equivoqué, hice una camel y al levantar la pierna… Le di a una compañera. En el brazo. —¿Se hizo daño? —preguntó Lira, para empujarla a seguir hablando. —Le hice daño —corrigió Amelia—. Se cayó y se rompió el brazo, no sé si por mi golpe o por la caída… Y perdimos muchos puntos, claro. No nos jugábamos el campeonato, terminamos terceras, pero… Podríamos haber quedado segundas si yo no la hubiera cagado así… Y Miriam estuvo dos meses sin patinar. Por mi culpa.

Lira, que había tratado de no interrumpir a su amiga, dejó fluir el silencio antes de hablar. —¿Por eso dejaste de patinar? —le preguntó. Su amiga asintió, avergonzada, y al ver cómo Lira arrugaba la cara, dijo, entre sarcástica y apenada: —¿Qué, vas a decirme que no fue mi culpa? —Un poco sí lo fue —respondió Lira, esgrimiendo una sonrisa que estalló en una risa cómplice con la que trató de aliviar la tensión—. Vale, fue culpa tuya al cien por cien. ¿Y qué más da? Tía, ¿tú sabes la de futbolistas que fallan penaltis decisivos y se quieren morir? ¿Te crees que los echan del equipo o qué? Todo el mundo falla. —Pero yo hice daño a alguien. —Fue sin querer. —Eso da igual —dijo Amelia, meneando la cabeza de lado a lado—. El resultado es el mismo… —Pero no puedes dejar de competir por un error. Amelia le lanzó una mirada desafiante. Separó los labios para responder, pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, el sonido de la puerta la desconcentró. Levantó la cabeza para mirar por encima del hombro de Lira y vio entrar a Andrea, con su equipación de diva y sus aires altivos. Amelia se llevó las manos a la cara, de forma instintiva, para limpiarse los últimos restos de lágrimas que pudieran haberle quedado. Andrea se detuvo a apenas un metro de ellas y, tras escrutarlas de arriba abajo, se impulsó hacia la banqueta donde había dejado sus cosas. —Me estoy helando —les dijo, mientras agarraba su abrigo. Esperó a que alguna de las dos respondiera, y al ver que no lo hacían, clavó la mirada en Amelia. Aún tenía la cara enrojecida y algo hinchada—. ¿Estás bien?

Lira y Amelia intercambiaron un vistazo desconfiado antes de clavar los ojos en Andrea, que observaba a Amelia sin parpadear. —Sí, bueno, es que… Llevo fatal las águilas interiores. Andrea trató de esconder su incredulidad. Amelia era la mejor patinadora del equipo, por mucho que Andrea odiara itirlo; no podía ser que estuviera sentada en un rincón del vestidor con Lira agarrándola de las manos solo porque tenía el día cruzado con las águilas. Sin embargo, se encogió de hombros, soltó un «ya saldrán» y siguió con su camino. Cuando se oyó el pestillo del lavabo, Amelia se inclinó hacia Lira y, tras hacerle un gesto para que se marcharan, le pidió que nada de lo que habían hablado saliera de aquel vestidor. A Lira le encantaba escuchar secretos; guardarlos era otra cosa muy distinta. Aun así, no dudó en prometérselo.

4

Intercambio de papeles

Aquel viernes, Lira llegó al instituto veinte minutos antes de lo normal, con el libro de Historia debajo del brazo. Se había despertado tan pronto para repasar el examen que tenían a primera hora que al final había decidido ir tirando hacia el instituto antes de tiempo. Le había dicho a su madre que iba con Jimena, aunque ni siquiera le había respondido al mensaje que le había enviado a las seis y cuarenta y siete. A Jimena no le iban los madrugones, ni siquiera para un examen. Lira, por el contrario, era de las que prefería ir con tiempo para poder repasar un poco antes de que llegara el profe. Qué mala idea había tenido. No pudo evitar hacer una mueca al ver a Andrea sentada en su pupitre. Esta levantó la cabeza cuando Lira dio los buenos días, sin mirarla a ella, por descontado, sino a dos compañeras que se consultaban dudas de última hora en voz baja en la otra punta de la clase. Lira dejó el abrigo en el colgador de la entrada y se sentó en su sitio para hundir la cabeza entre neandertales. —¿Cómo lo llevas? Lira se dio la vuelta y escrutó a Andrea, sentada unas mesas por detrás de ella Llevaba el pelo recogido con pasadores de brillantes y un top blanco en el que se leía: «Better than you». —Bien —se limitó a responder Lira, antes de volver a lo suyo. —A mí se me atascan las fechas —comentó Andrea. Esperó a que Lira dijera algo, pero ni siquiera reaccionó. Andrea insistió—: Pues… qué marrón lo del

festival, ¿eh? —volvió a intentarlo. Aquello consiguió que Lira levantara una ceja, sorprendida por el cambio de tema—. Es que no queda ni un mes y medio. No era tiempo suficiente para aprender a hacer nada digno de ver. Andrea soltó un suspiro. Lira se sintió tentada a ignorarla, pero recordó su conversación con Eloy. Aunque el resto del equipo había vuelto a votar en contra de invitar a nadie más a los entrenos, Lira no se la había quitado de la cabeza, sobre todo desde que, dos días atrás, Andrea sorprendiera a Amelia sincerándose con Lira en el vestuario. Estaba convencida de que se había dado cuenta de que Amelia había llorado y, aun así, Andrea no se lo había contado a nadie. Por mucho que Lira odiara itirlo, Eloy tenía razón. Dos meses atrás, Andrea no habría dejado pasar la oportunidad de machacar a Amelia. Andrea estaba cambiando, y era injusto que Lira no lo hiciera también. —Nosotras lo hicimos con menos tiempo —le recordó, enfatizando el «nosotras» para dejar claro que Andrea no formaba parte de él. Andrea trazó una sonrisa incómoda. Tamborileó con los dedos sobre el libro, que tenía abierto por la misma página que Lira. —¿Qué vamos a llevar? No vamos a ir en chándal… ¿verdad? Lira alzó las cejas. Ellas habían hecho su exhibición en chándal. —Qué quieres, ¿un vestido de princesa? —le espetó Lira. Parecía que aquella mañana era la única de las dos con energía o ganas de discutir, porque Andrea parpadeó al tiempo que sus labios se iban torciendo en una mueca. —Pues no, pero si vamos a tener que patinar delante de todo el insti, espero que al menos llevemos algo chulo. Y por chulo se refería a algo parecido a los maillots que llevaban las patinadoras en las competiciones que había empezado a ver unos días atrás. Andrea no había compartido aquel secreto con nadie porque, de hacerlo, se habría visto obligada a itir lo evidente: estaba un poco obsesionada con el patinaje artístico. Sobre ruedas y sobre hielo. En realidad, estaba obsesionada con el vestuario, para ser

más exactos. Es decir, disfrutaba viendo las coreografías, pero lo que de verdad la dejaba con la boca abierta eran las obras de arte que vestían muchas patinadoras, especialmente en patinaje sobre hielo. Maillots con la espalda al aire, con tiras de brillantes, juegos de transparencias que convertían los brazos en lienzos cubiertos de pedrería, monos de cuerpo entero que estilizaban cada salto… A Andrea le encantaba la moda y, para ella, los vídeos de patinaje que veía casi cada noche antes de ir a dormir eran como desfiles sobre patines. No era tan ingenua como para creer que podrían llevar algo ni remotamente parecido, pero entre los brillantes y el chándal había muchas opciones intermedias. Lira se encogió de hombros con desinterés, pero Andrea no iba a darse por vencida. Se levantó y se sentó en el pupitre aún vacío que había delante de Lira. —Ni idea. Pregúntaselo a Alena —le dijo Lira, quien dando la conversación por acabada, se dispuso a volver a centrarse en lo importante: repasar para el examen. Pero Andrea debía de sabérselo todo o estar muy aburrida, porque apenas unos segundos después, Lira oyó cómo se aclaraba la garganta. —¿Y si vamos a mirar tiendas de patinaje esta tarde? La sorpresa golpeó a Lira tan fuerte que se quedó aturdida durante unos segundos, preguntándose si había oído bien. Se volvió hacia Andrea, que la observaba expectante, sin perder su habitual seguridad.

—¿Por qué? —preguntó Lira, en un siseo. —Pues para ver maillots y proponerle algo con cara y ojos a Alena… ¿Has visto cómo va vestida? ¿Y el pelo que lleva? ¡Como tenga que elegir ella, vamos apañadas! —exclamó, y al darse cuenta de que Lira estaba arrugando la nariz, añadió—: Que está muy bien, eh, pero a mí eso de las cazadoras de tío con chapas no me va. Ni a ti tampoco. Lira abrió la boca para replicarle que no hablara por ella, pero la cerró al darse cuenta de que tenía razón. —No, quiero decir que por qué me lo preguntas. —¿A quién quieres que se lo pregunte? —suspiró Andrea, como si fuera evidente que Lira era su único recurso—. Eres la única del equipo que está aquí. —¿Por qué no vas con Julia? Andrea trató de disimular una mueca. —Siempre está muy ocupada el finde. Y a las otras, estas cosas no les van. —Y a ti sí. A Andrea no le pasó por alto el tono envenenado con el que habló Lira. —Pues sí —respondió. En aquel momento Amelia entró en clase. Andrea le dedicó un vistazo rápido y volvió a dirigirse a Lira. Amelia se encaminó a su mesa para dejar las cosas, sin perderlas de vista. —Ya sé que no empezamos con buen pie y que no te caigo bien, pero ahora estamos en el mismo equipo y, aunque no te lo creas, no es por fastidiaros. —Pues no hace tanto es a lo único a lo que te dedicabas. Andrea miró de reojo hacia la puerta y, tras exhalar un suspiro quedo, itió, en un susurro:

—Vale, me pasé un poco. —¿Has llegado tú solita a esa conclusión? —bufó Lira. —Dani ha ayudado un poco —itió Andrea. —¿Estás confesando que boicoteaste la exhibición? Andrea tardó unos segundos en reaccionar. Se mordió los labios y arrugó la nariz. Justo en aquel instante, Amelia apareció a su lado. Miró a las dos chicas inquisitivamente, hasta que Andrea terminó por apartar los ojos de Amelia y responder a Lira. —No. Pero me reí de vosotras y no está bien. —Andrea se había dado cuenta de que se había equivocado. Había resultado que el patinaje era un deporte genial; a ella se lo parecía, al fin y al cabo, y con su buen gusto no podía estar tan equivocada—. No sois cutres. No… La frase se quedó colgada en sus labios, que se quedaron tan helados como sus ojos. Amelia y Lira se volvieron hacia donde estaba mirando y vieron que Rebeca acababa de llegar. —¿Hola? ¿Estás ahí? —Lira le pasó la mano por delante de la cara para espabilarla. — Sí —respondió, con sequedad—. Mira, si no queréis quedar, vale. Ya iré yo. Aunque seguro que ni me lo agradeceréis. Andrea se marchó sin darles tiempo a responder. Amelia y Lira se quedaron observándola en silencio, tratando de entender qué acababa de pasar. —¿A qué ha venido eso? —le preguntó Amelia, en un susurro, en cuanto Andrea se hubo sentado en su pupitre. —Ni idea, pero juraría que Andrea me ha pedido perdón. A su manera, al menos.

Amelia no tardó ni dos minutos en abordarla después del examen. En cuanto el profe salió de clase, con las hojas bien guardadas en una carpeta a punto de estallar, corrió hacia la mesa de Lira, se puso en cuclillas junto a ella y le hizo un gesto para que se inclinara. No quería que Andrea las oyera. —¿A qué ha venido lo de antes? —le preguntó a Lira en un susurro casi inaudible. Lira meneó la cabeza de lado a lado. —No lo sé. Dice que Julia está siempre ocupada. Amelia entrecerró los ojos, pensativa. —Ya —susurró, y se quedó con los labios separados, preparada para hablar, pero sin encontrar las palabras ni el valor para hacerlo—: ¿Y si…? ¿Por qué no la… invitamos? —Ni de coña. —Y también al resto… ¿No somos un equipo? —Trató de sonreír, recordando la conversación que había tenido con Lira unos días atrás. —No hace falta que lo hagamos todo juntas —rebatió Lira, entre dientes—. Díselo a María, Javier y Laura, si quieres… Pero Andrea y Julia nos amargarían la fiesta. Amelia no se atrevió a añadir nada más. Volvió a su sitio y mientras sacaba una libreta de la mochila, observó de reojo a Andrea y a Rebeca, que estaban absortas en sus móviles, escondidos bajo las mesas. Lira se pasó el resto del día con un nudo en el estómago. Se sentía mal por haberle mentido a Andrea de forma tan descarada, y encima se odiaba por sentirse mal por ello. Sus padres siempre le decían que había que saber perdonar, pero con Andrea le costaba horrores. No confiaba en ella, y no era la única. Aun así, no se quitaba la conversación con Eloy de la cabeza. Jimena y Gala no se mostraron tan comprensivas como Amelia. Les indignaba

que ahora Andrea pretendiera ir de amiguitas del alma. ¡Y un cuerno iban a ir de compras juntas! Jimena repitió unas ochocientas veces lo falsa que podía llegar a ser Andrea, mientras que Gala refunfuñaba cada vez con menos energía. Su atención se había ido a otra parte: el festival. Andrea había pensado en el vestuario del festival antes que ella. ¡Qué despiste! ¡Y los decorados…! Alena era una profe guay (¡tenía el pelo azul y vestía con cazadoras de motera!) y les dejaría ser creativas. Estaba convencida de que Alena diría que sí. Tenía que aprovechar la oportunidad. El lunes iban a tener que hablar con ella. Era urgentísimo. Gala y Jimena llegaron a la misma conclusión: lo de invitar a Andrea, ni de broma, ni en un millón de años. Se lo habían dejado claro a Lira cuando les contó su conversación con Eloy y lo reiteraron el lunes a mediodía, cuando quedaron en el patio para decidir si mantenían los entrenos en secreto. El único voto en contra fue el de Eloy. Amelia se abstuvo. Así pues, aquel viernes Lira, Amelia y Jimena se encaminaron hacia el parque, dispuestas a disfrutar de la tarde al aire libre. En la entrada se encontraron con Mina y Eloy. Este último, como era habitual, llevaba una escoba vieja para barrer la pista. Sería imposible decidir quién se llevó la decepción más grande al vislumbrar la cancha entre los árboles. En el centro se distinguía la figura de una chica que todos reconocieron al momento. Las Rollettes se miraron unas a otras, entre confusas, indignadas y enfadadas. El único que no parecía molesto era Eloy; Lira apretó los labios cuando le pareció ver el esbozo de una sonrisa en su rostro. ¿Habría sido cosa suya? Lira no se atrevió a preguntarle nada, porque no quería volver a hablar con él de Andrea. Además, por su expresión de sorpresa y por cómo apretó el paso, estaba claro que no tenía ni idea de qué estaba haciendo ahí. Lira oyó la voz afilada de Jimena tras ella. —¿La has avisado tú? Tenía los ojos clavados en Amelia, completamente ruborizada ante la acusación. A una parte de Amelia le habría encantado poder responder que sí, pero ella no hacía nada a escondidas, aunque creyera que fuera lo correcto. No se atrevía a

llevar la contraria a sus amigas. Meneó la cabeza de lado a lado. —No, claro que no —susurró. —¿Y qué hace aquí? —masculló Jimena. Eloy quiso quitar hierro al asunto. —Será coincidencia —dijo, dibujando una sonrisa de resignación al tiempo que reprendía el paso hacia la pista. El resto de las Rollettes lo imitaron, una a una y de mala gana. A Lira, la rabia se le entremezclaba con la mentira de esa mañana que le había anudado el estómago. Apenas dieron media docena de pasos cuando se dieron cuenta de que Andrea no estaba sola en la pista. —¡Pero si está con Dani! —exclamó Gala—. Será traidor… —¿Veis como no tendríamos que haberle dicho nada? —se lamentó Jimena, hablando sobre todo por Eloy, que había sido el que más había insistido. Al fin y al cabo, Dani los había ayudado a que aprobaran el club. —Seguro que es un malentendido. —Eloy defendió a su amigo en un tono tan firme que ninguna se atrevió a llevarle la contraria—. Miremos el lado bueno… ¡Ya habrán barrido la pista! Nadie hizo caso a su broma. —Sea como sea… Vaya pillada —soltó Jimena, con una despreocupación que Lira envidiaba. A ella no le importaba, claro. No era ella la que iba a tener que itir delante de Andrea que era una mentirosa. Y delante de Jimena, Mina, Amelia, Dani… y Eloy. Andrea se detuvo en el centro de la pista en cuanto se dio cuenta de su presencia. Tras ella, Dani seguía con las águilas. La chica se cruzó de brazos y clavó la mirada en Lira, que se acercaba incapaz de apartar los ojos. —¡Ey, Dani! —gritó Eloy, ajeno a la tensión del ambiente—. ¿Cómo van esas agujetas? Pasó por delante de Andrea saludándola con un fugaz gesto para acercarse a su amigo. Esta le devolvió el saludo, inmutable, y esperó a que el resto de las

Rollettes empezaran a cruzar la pista en dirección al banco para hablar. —Qué bien, eh, os habéis librado de los recados —pronunció, con un tono pausado y monótono que hizo que Lira agachara la cabeza de pura incomodidad. Lira siguió caminando, aunque sabía que Andrea le estaba hablando a ella. Mina y Marta intercambiaron una mirada de incomprensión. —Hola, Andrea —le susurró Amelia, mientras pasaba por su lado. Esta la siguió con la mirada. Las demás empezaron a dejar sus cosas junto a las bolsas de Andrea y Dani. —Eh, esperad, no tan rápido. Estamos practicando nosotros. Las seis chicas se miraron unas a otras, incrédulas. —El parque no es tuyo, Andrea —le dijo Gala. Se dejó caer sobre el banco y abrió la bolsa con despreocupación. —¿No se suponía que teníais cosas que hacer? —preguntó Andrea, levantando la voz lo suficiente como para que Dani y Eloy se giraran hacia ella—. ¿Todas? — gruñó. Esta vez paseó la mirada por sus compañeros de equipo hasta fijarla en Lira—. Eso me has dicho, ¿no? Lira se mordió el interior de las mejillas, deseando desaparecer de la faz de la Tierra. Pero los segundos pasaban, cada vez más lentos y pesados, y Lira supo que solo tenía tres opciones: seguir mintiendo y decir que había habido cambio de planes, inventarse cualquier excusa que no se tragaría, o decir la verdad y acabar con aquello cuanto antes. La elección estaba clara, pero era la más difícil. Lira tragó saliva antes de hablar. —Es evidente que no. —No querías decirme que quedáis para entrenar —acabó Andrea. —Perdona por no quererte aquí después de todo lo que has hecho —saltó Jimena, en apoyo de Lira. Gala asintió y Amelia agachó la cabeza.

El resto se miró, confusos. —¿De qué estáis hablando? —preguntó Dani. —Tú calla, que te la has traído a entrenar aquí cuando sabías que habíamos quedado —la acusó Jimena. —Pero ¡qué os pasa conmigo! —exclamó Dani, con un suspiro exasperado—. ¿Por qué os creéis todas que soy un chivato? —Me he enterado solita. —Me ha seguido —aclaró Dani. —Sabía que quedabais para entrenar fuera para preparar la exhibición, y mi madre se ha cruzado con Dani en el portal y… —¿Eres Superwoman o qué? —cuestionó Jimena. Era imposible que le hubiera dado tiempo a alcanzarlo. Se volvió hacia Dani y le aconsejó—: Si se lo has contado, mejor que lo digas ahora. —Ni que fuera yo el demonio… —masculló él. —Casi —resopló Jimena. A rencorosa no la ganaba nadie. —No le he dicho nada —insistió este, molesto. Eloy, Mina y Marta seguían tan perdidos como al principio. Los tres miraban a Lira y a Andrea alternativamente, esperando que alguna explicara algo. —Pero ¿nos vais a contar lo que ha pasado o no? —insistió Mina. —Andrea me ha… Bueno, nos ha propuesto quedar, como equipo, para ir a ver vestuario para el festival. Pero teníamos entreno. —No nos has dicho nada —respondió Eloy, dirigiéndose a Lira. —Os lo iba a contar ahora —se defendió ella. Quería añadir que si le había mentido a Andrea había sido solo porque apenas dos días atrás, todas excepto Eloy y Amelia habían votado a favor de seguir guardando el secreto del parque.

Lira se había limitado a cumplir con los deseos del grupo. No se merecía que Eloy la atravesara con la mirada como si hubiera cometido un delito mayor. —Pensaba que todo eso te parecía cutre —le dijo Mina a Andrea—. ¿Por qué quieres venir a entrenar? —Porque estoy en el equipo. Nadie supo qué responder a aquello. Se miraron unas a otras, intercambiando dudas y culpabilidad. Solo Mina y Jimena se mantenían tan firmes como al principio. —¡Pero si te has pasado semanas metiéndote con nosotras! —explotó Jimena. Andrea tenía más cara que espalda. —¡Eso no es verdad! —¡Pero tendrás cara! —Andrea, en eso tiene razón… Te has pasado mucho con el equipo, y lo sabes. Te has reído de nosotros y bueno, todos sabemos que tuviste algo que ver con lo de la exhibición. —Eloy no se atrevió a acusarla a la cara. Andrea le mantuvo la mirada, tratando de adivinar adónde quería ir a parar con aquello. Entonces Eloy se volvió para dirigirse al resto del equipo—. Pero hace un montón que no lo hace. —Ah, bueno, entonces démosle el Nobel de la Paz —resopló Jimena. —Y, además, está aquí, ¿no? —siguió Eloy—. Eso es que quiere… —… fastidiarnos más la vida. —¿Pero tú te crees que mi vida gira a vuestro alrededor? —soltó Andrea—. ¡POR FAVOR! Solo quería entrenar con todo el equipo. Vosotras no me interesáis, ya sé que me odiáis, pero no sois el centro del universo, ¿eh? —Miró a Dani, que esbozó una sonrisa tímida. —Ya, claro, como que me voy a creer que quieres patinar porque te gusta patinar.

—Pues sí —masculló Andrea, ahora roja de rabia—. ¿Qué pasa, no puede gustarme? —No me lo creo —dijo Jimena. —Pues es tu problema. Porque ¿sabes qué? Ya estoy harta. Vale, me porté mal con vosotras, pero he intentado no dar problemas, y aun así, me tratáis como si no formara parte del equipo. Seguís sin saludarme en los entrenos, ya no digamos hablarme o pensar en meterme en el grupo de WhatsApp… ¡Que sé que lo tenéis, y no es que quiera que me metáis, es por respeto al equipo! La mitad os burláis por cómo voy vestida y la otra mitad ni me habla desde el primer día. Esto no va por ti, Dani. Va por las demás. Porque yo habré hecho cosas mal… — Dejó las palabras colgadas, seguidas de un silencio que hizo que muchas esperaran oír una confesión que no llegó—, pero vosotras tampoco sois las más majas del universo, ¿eh? ¿Dónde está el resto del equipo? ¿Javier, Laura y María? ¿Tampoco los habéis invitado? ¿Cuál es la excusa? El grupo se miró, sin saber qué decir. —Tiene razón —señaló Dani. Lira sentía tal ardor de estómago que se sentía incapaz de decir nada. Buscó a Jimena con la mirada. Su amiga no parecía tan preocupada como ella. Jimena era impulsiva, solo atendía a un sentimiento a la vez y, en ese momento, era su odio por Andrea. Aun así, tampoco dijo nada. —Andrea, lo… Lo sentimos mucho —susurró Amelia. El resto del equipo se giró hacia ella, pero continuó de todos modos—: Quédate a entrenar con nosotras. —Pues claro que me quedaré —espetó Andrea. Jimena disimuló una mueca de asco y Eloy le dio un codazo. —Y ven cuando quieras —dijo el chico. —Ahora ya no me sirve de nada. —Oye, tampoco te hagas la digna —intervino Lira. Se alegraba de que Eloy y Amelia hubieran hecho lo que ella no tenía ninguna gana de hacer aunque

supiera que era lo correcto. —Te has portado fatal con nosotras… —susurró Amelia, con tono calmado y dulce—, es normal que quisiéramos que estos entrenos fueran secretos. No es cómodo practicar con alguien que se burla de ti, ¿sabes? Y vale, sí —dijo, cuando vio que Andrea iba a replicar—, hace tiempo que no lo haces, pero ¿en serio te extraña que desconfiemos de ti?

—Ya lo he dicho —respondió Andrea—. Ese es vuestro problema. —Andrea, ya te hemos pedido perdón —intercedió Eloy—. ¿No lo podemos dejar estar? ¿Borrón y cuenta nueva? Dani se apresuró a dar un paso al frente. —Yo voto por eso. Si llego a saber que montáis tantos dramas, no me apunto… —Eso, hacedlo por el equipo —insistió Eloy—. Este mal rollo no mola nada. —No tenéis ni que ser amigas —le apoyó Dani. —Hay algún chico del equipo de hockey que no soporto, y no pasa nada —dijo Eloy. Dani le dio la razón asintiendo con la cabeza. —Y yo. Sed compañeras. Las chicas intercambiaron miradas en silencio, con los labios apretados. Ninguna estaba dispuesta a dar el brazo a torcer. Lira sabía que Dani y Eloy tenían razón, y aun así, no era capaz de decir nada. Sentía demasiada vergüenza y demasiada rabia en aquel momento como para pensar con claridad. —Yo paso —masculló Andrea, lanzando al resto de chicas una mirada de desprecio—. Paso de vosotras. Haced como si no existiera, ¿vale? Se os da muy bien. Después de aquello, Andrea patinó hacia un extremo de la pista y se puso los auriculares para que nadie le hablara mientras practicaba la pirueta con un pie. Estaba de tan mal humor que logró dar más vueltas que cualquier otro día, pero ni siquiera eso consiguió que cambiara de expresión. —Estaréis contentas —le susurró Eloy al resto del equipo. —Pues no especialmente, pero es lo que hay —soltó Jimena, levantando la barbilla en un posado digno—. Se lo merece.

—¡Jimena! —la reprendió Dani, al tiempo que señalaba con la cabeza a Andrea, que seguía practicando con los auriculares puestos. —Me da igual que me oiga. Yo no soy una falsa como ella, yo digo lo que pienso. Eloy la atravesó con la mirada. —¿Sabéis qué? Yo también paso. He venido a entrenar, no a pelearme con criaturas. Sin darle tiempo a nadie a responder, el chico empezó a patinar. Dani lo siguió y poco a poco, todas retomaron el entreno. Esa tarde, sin embargo, fue diferente a las demás. Hubo pocas risas y mucho silencio. Lira no podía evitar buscar a Andrea con la mirada cada dos por tres, empujada por el remordimiento, y siempre la encontraba cerca de Dani o de Eloy. No se separaron de ella en toda la tarde. De hecho, se marcharon juntos, sin esperar ni invitar a nadie. Lira los observó alejarse, con las verdades de Andrea grabadas a fuego en la cabeza, y la culpa ardiéndole en el estómago.

5

Cruasanes y secretos

Por votación unánime, el entreno del sábado se canceló. Dani y Eloy dejaron clara su postura: hasta que no hablaran con el resto del equipo, no volverían a los entrenos libres. Las demás estuvieron de acuerdo, aunque por motivos distintos. Ninguna tenía demasiadas ganas de entrenar después del mal rollo del día anterior, ni les apetecía pasar la mañana del sábado temiendo que Andrea apareciera y tuvieran otra bronca. Pero lo que más temía Lira era otra cosa: la expresión enfadada y decepcionada de Eloy. Gala propuso un plan alternativo. Lira y Jimena fueron las primeras en llegar a su casa, con una bandeja de minicruasanes que los padres de Lira habían comprado para la ocasión. —Os recojo a las dos menos cuarto. Lira le dio un beso en la mejilla a su madre y Jimena se despidió mientras salía del coche. —¡Gracias por traernos! —¡Adiós, mamá! En lugar de ir al parque, las cuatro Rollettes habían quedado en casa de Gala. Era la que quedaba más alejada de todas, pero su madre había insistido: quería conocer a las nuevas amigas de su hija. —Ya nos podría haber avisado de que era un cuarto sin ascensor… —refunfuñó Jimena mientras subían la escalera.

—No seas quejica. Piensa en positivo, nos estamos poniendo en forma —le dijo Lira, al tiempo que se volvía hacia su amiga con una sonrisa que esta recibió con una mueca. —Lo que tú digas. Cuando llamaron al timbre, unas voces sonaron al otro lado, seguidas de pasos acercándose. Se oyeron los sonidos metálicos de dos pestillos y, finalmente, el cerrojo. Al otro lado apareció Gala, vestida con un mono blanco de tela de peluche, solo manchado de color por un óvalo rosado que cubría la barriga de Gala. —¿Qué llevas puesto? —Jimena se olvidó incluso de saludar. Gala sonrió y, sin decir nada, se puso la capucha. Era blanca, con un cuerno plateado en el extremo delantero. —Soy un unicornio —respondió Gala, con los ojos escondidos tras la capucha y una sonrisa exultante. —No sabía que teníamos que venir disfrazadas —bromeó Jimena. Gala fingió indignación. —¡Es mi ropa de estar por casa! —dijo, mientras invitaba a Lira y a Jimena a pasar. Esta apretó los labios, arrepintiéndose de lo que había dicho, pero Gala le quitó hierro al asunto—. Deberías probarlo, es súper calentito. —Pareces un peluche enorme —rio Lira, entre dientes. —Eso es lo que más me gusta. Venga, deja ahí el abrigo —le dijo, señalando un perchero de pie con las patas en forma de retorcidas raíces de árboles. El resto del recibidor era igual de estrambótico. Las paredes, decoradas con papel de girasoles, estaban recubiertas de pequeños cuadros que parecían hechos por un crío de preescolar. Como todo lo demás, estaban repartidos por el espacio sin orden ni concierto. Junto a la puerta había una mesa de cristal y un paragüero con forma de pelícano que a Jimena le pareció grotesco. Se esforzó por disimular su perplejidad con la decoración de la casa mientras seguía a Gala a través del pasillo, decorado con el mismo papel; como Lira, avanzó mirando los cuadros,

que parecían mejorar un poco con cada paso que daban. Los del final del pasillo ya parecían pintados al menos por alguien de primaria.

—¡Bienvenidas, mis soles! Una mujer de pelo revoltoso apareció acercándose a ellas con los brazos abiertos de par en par. —Esta es mi madre —la presentó Gala. —Tengo nombre, cariño. Soy Nuria. Gala no les había hablado demasiado de sus padres —ni de nada, en realidad; era muy reservada—, así que ni Jimena ni Lira sabían cómo eran. Pero, desde luego, no habían imaginado a la mujer que tenían delante, sonriendo como si estuviera recibiendo en su casa a de la realeza. Por lo menos. Las chicas no tardaron en darse cuenta de que Gala había sacado toda su vitalidad de su madre. Las agarró de las manos y, sin darles tiempo a replicar, las llevó hacia la cocina mientras hablaba de lo contenta que estaba de que estuvieran ahí, porque su hija hablaba tanto de ellas que debía conocerlas. Gala, mientras tanto, las seguía con expresión mortificada. —Venga, mamá, no las atosigues. Pero ni Lira ni Jimena parecían molestas. Al contrario, les caía bien Nuria. Era tan vivaracha como Gala, e incluso vestían de forma parecida. Aquel día, Nuria llevaba unos pantalones bombachos con un estampado verde y mostaza, y un jersey holgado de rayas blancas, turquesas y amarillas. Físicamente, sin embargo, no se parecían en nada. Nuria era baja y redonda, con mejillas gruesas y prominentes mofletes. Era más morena que Gala, tanto de piel como de pelo. Lo único que compartían era el castaño claro de los ojos. Nuria fingió no oír a su hija. —Ayer fuimos a hacer la compra y cogimos algunas cosas para el desayuno. Tenéis leche, de vaca y de avena, galletas y fruta y… ¡Oh! —De pronto reparó en la bandeja de cruasanes, envuelta en papel—. ¿Lo habéis traído vosotras? ¡Qué encanto! Qué bien, Gala, estas amigas sí me gustan…

—¡Mamá! —estalló Gala. En aquel preciso instante, sonó el timbre. Gala le lanzó una mirada de reproche a su madre antes de ir a abrir. —Así que vosotras sois las que fuisteis a quejaros al despacho del director, ¿eh? —dijo Nuria, en cuanto su hija hubo desaparecido—. Muy bien hecho. En el instituto nada que tenga que ver con el arte se valora lo suficiente. En mi época ya era así, y veo que la cosa no ha cambiado. Está muy bien que os quejéis. Jimena frunció el ceño, en parte porque no creía que hubieran hecho nada por «el arte» y en parte por el estrambótico grifo del que no podía apartar la mirada. Sobre el lavadero se asomaba la cabeza de un dragón, con las fauces abiertas como preparado para escupir fuego. Era una escultura de alambres que se había fusionado con el grifo, convertido ahora en el cuerpo del animal, con las alas pegadas al lomo. Jimena tuvo que aguzar la vista para darse cuenta de que la palanca del grifo se escondía bajo la cola. Nuria, que se percató de qué había atrapado la atención de Jimena, se encaminó hacia el lavadero y, sin decir nada, accionó la palanca. El agua empezó a correr, propulsada de la boca del dragón como una lluvia de fuego. —¡Qué guay! —exclamó Lira.

Jimena parpadeó y asintió, más por quedar bien que por honestidad. Lo cierto es que aquello le parecía una inutilidad. —Lo hicimos nosotras —les explicó Nuria. —¿Gala ha hecho eso? —Lira abrió la boca de par en par. —Parte del cuerpo y las alas —respondió Nuria. —Pues qué pasada —tuvo que itir Jimena, que aunque seguía prefiriendo su grifo de toda la vida, tenía que itir que la escultura estaba muy currada. Gala tenía talento. Rebosada creatividad, aunque tampoco es que eso fuera ningún secreto. Nuria cerró el grifo y sonrió, orgullosa. —Ya veis, toda la casa está así —respondió, abriendo los brazos de par en par como tratando de abrazar la cocina. Era pequeña, con un mármol en forma de ele en el que apenas cabía el lavadero custodiado por su dragón, un microondas de un dorado envejecido y una tostadora que parecía sacada de los sesenta. La estancia estaba iluminada por una lámpara de techo muy parecida a la del recibidor. —Tenéis una casa muy bonita —comentó Lira. —Oh, gracias, cariño —respondió Nuria, complacida. No le dio tiempo a añadir más. En ese momento se oyó la puerta de la entrada y la voz de Gala anunciando a gritos la llegada de Amelia a través del pasillo. —Ya estamos todas —dijo, y se detuvo frente a la puerta para invitar a pasar a Amelia primero. —Hola —saludó esta con timidez, y le sonrió a la madre de Gala, quien se apresuró a estrecharla entre sus brazos y plantarle un beso en cada mejilla. —Encantada de conocerte, cariño. Eres Amelia, ¿verdad? —preguntó, y en

cuanto la chica, asintió, se presentó y le preguntó si quería tomar algo—. ¿Un vaso de agua? —Mamá, nos vamos a mi cuarto. Nuria puso los ojos en blanco. Ya le extrañaba haber tardado tanto en oír eso. —Vale, vale, ya os dejo en paz. Me voy al comedor, llame si necesitáis algo. —Gracias —respondió Amelia, sonriendo. Nuria se marchó. Gala le hizo un gesto a Lira para que cogiera la bandeja de dulces. —El resto está en mi habitación —le dijo, al ver que miraba a su alrededor como buscando algo. Lo primero que pensó Lira en cuanto pisó el cuarto de Gala fue que su padre habría puesto el grito en el cielo. Y su madre también, de hecho. Las paredes habían sido blancas mucho tiempo atrás; ahora eran un lienzo en el que se repartían mil dibujos como los del pasillo, solo que directamente en la pared. —Mi padre me ve pintar con rotulador en la pared y me mata —murmuró Lira, sin poder evitar acercarse a examinar el dibujo de un huracán tragándose una casa. —Ese lo hice después de ver El mago de Oz. Es supervieja, pero la música mola. Es de las favoritas de mi madre. Pero las paredes no eran lo único que llamaba la atención. La cama era de hierro forjado, con un dosel cayendo alrededor de la cabecera y el lateral de la pared. Olivia siempre había querido una de esas, solo que Lira estaba segura de que la de Gala no le gustaría: cada pieza de la estructura de hierro estaba pintada de un color diferente, y en el dosel se entremezclaban luces y hojas de plástico. La lámpara del techo era una luna gigantesca. Estaban en un cuento de hadas. El cuento de hadas de Gala, para ser más exactos. Cada pequeño rincón de aquel cuarto destilaba su personalidad. —Qué chulada —murmuró Lira, con los ojos abiertos de par en par.

Gala dibujó una sonrisa y dejó caer la vista hasta las manos de Lira, que seguía sosteniendo la bandeja. —¿A que sí? Puedes dejar ahí los cruasanes —le dijo, señalando el suelo, junto a la cama. Lira había estado tan embobada maravillándose con la habitación de Gala que no se había preocupado en mirar al suelo. Gala había preparado una manta de pícnic para cuatro, con sus platos, sus vasos y un apetitoso desayuno en el centro. El estómago de Jimena rellenó el silencio con un gruñido. —Uf, me muero de hambre —murmuró Jimena. Unos minutos más tarde, ya estaban hincándole el diente a la comida. —¿Los dibujos que hay en la entrada y en el pasillo son tuyos? —preguntó Lira, mirando a Gala. Las demás se volvieron hacia ella. —Le dije a mi madre que me dejara quitar al menos los primeros, pero ni caso. —Gala rezumaba hartura. Le dio un pequeño mordisco a la galleta que tenía en la mano y, cuando hubo tragado, se irguió y añadió, imitando la voz de su madre —: «Es nuestro pequeño museo personal». —A mí me parece muy bonito —dijo Amelia. —Y a mí, que imitas fatal a tu madre —se rio Jimena. —Oye, ¿y dónde está tu padre? En cuanto lo hubo dicho, Amelia se dio cuenta de que había metido la pata. El rostro de Gala se oscureció durante unos segundos hasta que forzó una sonrisa queda. —No tengo… —¡Oh, Gala…! —se lamentó Amelia, compungida. Qué tonta era, no debería haber preguntado eso—. Lo siento, no quería… —Eh, que no pasa nada —se apresuró a asegurar esta, con tono tranquilizador.

Echó un vistazo a sus amigas, que la miraban con cara de lástima e incomodidad —. Por eso no me gusta sacar el tema, la gente siempre se pone… así. —¿Cómo que «así»? —bufó Jimena, cruzándose de brazos. —Así, como si hubiera que sentir pena. Nunca he tenido padre, siempre hemos estado solo mi madre y yo. Bueno, y sus novios, pero eso es distinto —les explicó ella. —¿Está muerto? —¡Jimena! —le espetó Lira, roja de pura incomodidad. Si Gala hubiera querido contárselo, lo habría hecho. Esas no eran cosas que ir preguntando… Y aun así, Gala no parecía molesta en lo más mínimo. Se limitó a encogerse de hombros. —Ni idea —respondió. Las demás esperaron a que añadiera algo, pero Gala parecía más interesada en su zumo de naranja. —¿Cómo que ni idea? —le preguntó Jimena, tratando de no sonar brusca. Aquel tema empezaba a tenerla intrigada. Gala las miró una a una. —No tienes que responder si no quieres —dijo Lira. Amelia asintió. —Da igual, tampoco es importante, pero… No me gusta hablar del tema porque la gente empieza a hacer muchas preguntas y… —Gala dejó colgada la frase. Soltó un hondo suspiro antes de hablar de nuevo—. No sé quién es mi padre, y tampoco mi madre. La biológica, digo. No hizo falta que dijera más para que sus amigas la entendieran. Aun así, Jimena tuvo que preguntar lo obvio: —¿Eres adoptada? Gala asintió lentamente con la cabeza. Su madre nunca se lo había escondido, así

que Gala había crecido sabiendo quién era y que debía estar orgullosa de ser, como decía su madre, parte de una familia elegida con el corazón. Aun así, no solía mencionarlo. Gala sabía por experiencia que algunas personas toman cualquier cosa como motivo de insulto, y lo último que quería era que la atacaran por algo de lo que ella estaba orgullosa. Ahora solo se lo contaba a personas en las que realmente confiaba, y tratándose de ella, no era una tarea sencilla. Se aclaró la garganta y les contó lo poco que sabía sobre su adopción y cómo su madre siempre había sido sincera con ella. —Tengo una madre que me quiere muchísimo y que me da todo y más. Creo que tengo suerte, ¿no? —terminó Gala. Las tres Rollettes asintieron, casi al mismo tiempo. —¿Y no quieres saber quién es tu madre de verdad? —preguntó Jimena. Por la cara que puso Gala, supo que debería haberse callado. —¿Ves? —soltó, mirando a Lira, y después a Jimena—. Ese es el tipo de preguntas estúpidas que hace la gente. Mi «madre de verdad» está en el comedor ahora mismo. —Ya, ya, no quería decir eso, yo me refería a que… —Jimena trató de explicarse, pero las palabras se entremezclaban en su cabeza antes de que pudiera formar una frase con sentido. Terminó por menear la cabeza de lado a lado y a murmurar—: Ya sabes lo que quiero decir. —Sí —respondió Gala, aún más seca de lo habitual—. Porque me lo han preguntado MILLONES de veces. Al final cansa, ¿sabes? Jimena dijo que sí con la cabeza y susurró otro «lo siento» antes de apretar los labios. Había decidido que mientras hablaran de ese tema, no abriría la boca. Estaba claro que no sabía cómo expresarse bien. —¿Por eso no nos lo has contado antes? —preguntó Amelia, aprovechando el repentino silencio para preguntar. Gala asintió. —Es que la gente se pone muy pesada. Y siempre me hacen las mismas

preguntas… —murmuró. Al ver que Jimena fruncía el ceño, dibujó una sonrisa traviesa y, para disipar la tensión, añadió—: ¿Veis como esto es mejor que entrenar? Comida, secretos inesperados… Las demás se contagiaron de su sonrisa, incluida Jimena, que aún sentía las mejillas arder. —No vas a mejorar si no entrenas —terció Lira, deseosa de cambiar de tema. —He estado haciendo otras cosas —rebatió Gala, y al momento añadió—: Relacionadas con el equipo. —¿Ah, sí? —preguntó Lira, entre incrédula y desafiante. Gala se limitó a esbozar una sonrisa enigmática. Se levantó sin decir nada, se acercó al escritorio turquesa de madera lacada, y rebuscó entre los papeles esparcidos por la mesa. —Llevo tiempo pensando en algo… —anunció, mirándolas con tres carpetas repletas de papeles apretadas contra el pecho—. Y no quiero que Andrea se me adelante. Se sentó en su sitio junto a Lira y dejó las carpetas detrás de ella antes de apartar algunos platos. —¡Eh, que estaba cogiendo uva! —se quejó Jimena, estirando el brazo para agarrar algunos granos más. —Yo no estoy entendiendo nada —le susurró Amelia a Lira, por lo bajo. —Ni yo. Gala dejó las carpetas en el centro del mantel. —Andrea quiere que compremos los maillots para el festival, pero ¿sabéis lo que valen? —Un ojo de la cara —respondió Amelia—. Los bonitos, al menos. El de mi club era bastante cutre.

—He hablado con mi madre y, si queremos, ella nos ayudará a hacerlos —les propuso Gala. —¿Es costurera? —No, pero le encanta coser, ¡y se le da genial! Nos hace un montón de ropa. —Ya decía yo que vistes muy raro… —se rio Jimena, mirándola con una sonrisa bonachona, y Gala le devolvió el gesto—. Pero es una buena idea. Y más si así podemos hacer algo bonito y barato. Porque estaba convencida de que sus padres la iban a mandar a paseo si les pedía más dinero para patinaje. Suficiente hacían con pagar la cuota mensual. Amelia y Lira asintieron, sin mucho entusiasmo; la primera, porque odiaba hablar de nada que tuviera que ver con exhibiciones de patinaje, y la segunda, porque no veía claro nada de aquello. Aun así, Gala parecía tener mucho que decir aún, por lo que prefirió callar. —Podemos comprar maillots básicos y arreglarlos a nuestro estilo. Solo tenemos que decidir un diseño. —¡Pues ya verás para ponernos de acuerdo…! —musitó Amelia. Lira asintió y dijo: —No llegaremos a tiempo para el festival. Las demás se miraron con los labios entreabiertos, echando cuentas mentales en silencio. —Podemos dejar el maillot oficial del club para el festival de fin de curso — propuso Gala—. También tengo propuestas con ropa de calle. Por ejemplo, para ti, Amelia, he pensado que podrías ir con un vestido rosa como el que llevaste en la exhibición, pero lo podríamos cambiar un poco, si nos dejas, claro. Le podemos añadir alguna flor en los tirantes, recortar el cuello y usar tela de gasa en la falda… Amelia tenía los ojos clavados en su amiga, pero todo cuanto podía ver era el vestido que acababa de describirle.

—No pareceremos un equipo —comentó Lira. —Podemos llevar algo distintivo… ¡Podríamos pintar las botas! —exclamó Gala, tan entusiasmada por la idea que se le escapó un chillido agudo. —¡Qué dices! ¿Estás loca? —Una sombra de horror atravesaba el rostro de Amelia. —Con pintura especial, claro. ¡Podría llenarlos de estrellas de colores! ¿Qué os parece? Amelia, que meneaba la cabeza de lado a lado, no dio oportunidad a que ninguna de sus amigas opinara. —Ni de broma. Los patines se llevan blancos. Gala soltó una risa divertida. —¿Y eso quién lo dice? —Eh… Pues… —Amelia frunció la boca, empezando a arrepentirse de haber dicho nada—. Es así. Por eso llevo fundas en los entrenos, para que en las competiciones estén impolutos. —¡Pero si no compites! —le soltó Jimena. Amelia agachó la cabeza. —Bueno, pues… entonces solo dos o tres estrellitas —resolvió Gala—. ¿Así mejor? —Ni un poquito —murmuró Amelia. —¡Venga, no seas aburrida! —A mí no me parece mala idea —intervino Jimena. —Haré la prueba con los míos y así verás lo chulos que quedan —decidió Gala, mirando a Amelia con una sonrisa de oreja a oreja—. Acabarás pidiéndome que te pinte también los tuyos.

—Ya veremos —dijo Amelia—. Además, da igual que no parezcamos un equipo. Es un baile de exhibición. —Eso, eso. Da igual. Venga, enséñanos tus diseños —la apremió Jimena. Estaba deseando ver el conjunto que había diseñado Gala para ella. —Os lo advierto: tengo muuuchas propuestas —dijo, mientras se inclinaba para coger una de las tres carpetas. Amelia se rio por lo bajo. —Miedo me das. —Seguro que todas tienen tutú —bromeó Jimena. Gala dibujó una sonrisa sarcástica. —Qué bien me conoces.

6

Todo lo malo se pega

Aquel mismo martes, los entrenos libres dejaron de ser un secreto. Lira creyó que en el momento en el que se tragaran la vergüenza e invitaran al resto del equipo, se sentiría mucho mejor, pero no fue así. Mientras les explicaba a los nuevos dónde y cuándo se reunían, sentía la mirada helada de Andrea clavada en ella. Casi agradeció que Gala la interrumpiera para hablar del vestuario, según ella algo muuucho más importante que los entrenos libres. Andrea trató de convencerlas de que era mucho mejor comprar maillots. Julia se puso de su lado y la conversación acabó en un intercambio de insultos velados que Alena cortó de inmediato en cuanto llegó. Lo resolvió con una votación rápida que Gala ganó por ocho votos contra cuatro. A favor de Andrea solo votaron ella, Julia, Dani y María. Eloy y Laura prefirieron no elegir bando. De modo que en el siguiente entreno, Gala apareció con sus carpetas, y pasaron el resto de la semana aprovechando los recreos para elegir los diseños. No podían hacer grandes cosas porque no tenían mucho margen, así que debían encontrar formas de ser creativas con poco tiempo y dinero. Por suerte, aquella era la especialidad de Gala. En dos semanas, Gala y su madre ya se habían puesto manos a la obra. Para Andrea, aquello fue la gota que colmó el vaso. Se negó a llevar ninguno de los diseños de Gala y, como Julia, dijo que si no iban a llevar un maillot oficial, se encargaría de su propio vestuario. Como Jimena había predicho, ninguna de las dos apareció en ningún entreno libre. Jimena estaba convencida de que solo había montado aquel numerito para llamar la atención y crear mal rollo. Aun así, Andrea volvió a sus viejas costumbres de insultos y burlas, como Jimena había augurado. Se dedicó a hacer como si la mitad del equipo fuera invisible. En la pista solo se juntaba con Julia,

Dani y Eloy. Ignoraba al resto, y a los únicos a los que respondía si le decían algo eran Javier, Laura y María. De los demás, no quería saber nada. Las Rollettes no tenían ni dos meses de vida y ya estaban divididas. Y lo peor es que Lira no podía dejar de repetirse que era culpa suya. Sabía que habían hecho mal, no podía ofenderse porque Andrea hiciera como si no existieran. Le habían escondido lo de los entrenos en el parque, le habían mentido a la cara. Y encima no iban a llevar el vestuario que ella quería. Entendía que no estuviera contenta. Qué rabia le daba entenderla. Y qué rabia sentía cada vez que veía a Eloy riéndose con ella en la pista. Eloy aún iba a los entrenos libres, pero Lira sentía que algo había cambiado. Eloy ya no alargaba los ratos después del entreno para charlar, casi no hablaba en el grupo del equipo. Estaba distante. Como si solo fueran compañeros de equipo. Lira se consolaba pensando que, al menos, contarles lo de los entrenos libres había tenido su lado positivo: María y Laura no se habían perdido ni uno. A lo largo del mes y medio que llevaban en el equipo, las dos habían demostrado que apuntarse por probar algo nuevo no significaba hacerlo con desgana. Al contrario, eran de las que más esfuerzo le ponían. En el extremo opuesto estaba Julia. No estaba contenta en el equipo, y no se preocupaba en disimularlo. Cogía el móvil en cuanto Alena se despistaba, ponía pegas a todo, se pasaba los entrenos quejándose de lo aburrido que era hacer Escuela, del frío que hacía, de la pista mal barrida… Era especialista en encontrar un problema nuevo cada día. Aquel jueves de noviembre, sus quejas se debían al vestuario del festival. Todos habían traído los materiales para que Gala se los llevara a casa. —Yo no pienso pintar nada —advirtió Julia, malhumorada. Entre los diseños de Gala había muchas propuestas para el escudo del club, y en cuanto Alena las vio, se empeñó en que todas llevaran una «R» pintada en las fundas de los patines. Gala había propuesto pintarla en las botas, pero Julia y Andrea se habían negado en redondo, y por una vez, Amelia se había puesto de su parte.

—Ya os dije que lo haremos todo mi madre y yo —les aseguró Gala, haciendo un esfuerzo para no sonar enfadada. Julia siempre buscaba problemas donde no los había. —Como quede mal, me pagas el maillot —masculló. Había accedido a que le cosiera la «R» del equipo solo por insistencia de Andrea. Así irían iguales. La semana anterior, Andrea había arrastrado a Julia a una tienda, acompañadas por sus madres, para comprar algo decente. Julia habría preferido quedar con Tania y Rebeca, pero tampoco quería salir al escenario en vaqueros. Se conformaron con un sencillo maillot azul, sin brillantes ni transparencias ni nada. Eran más bien aburridos, pero los bonitos tenían unos precios desorbitados. —Es solo coser una letra —bufó Gala. —Ya, bueno —resopló Julia—. Suerte a las demás. Mira que haceros vosotras la ropa, qué cutre… —Hecho a medida, ¿qué más quieres? —intervino María, que después de que Gala le enseñara las ideas que tenía para ella, se alegró de que la propuesta de Andrea no hubiera salido adelante. Había decidido dejarle un vestido negro a Gala. Era de hacía tiempo y las mangas le quedaban cortas, así que Gala (o su madre, mejor dicho) lo arreglaría para que pareciera un vestido de bailes de salón. En la exhibición, María bailaría algunos segundos al son de un tango, así que ese sería su tema. Llevaría la melena recogida en un moño y una enorme flor amarilla junto a él. Estaba encantada. «Un maillot de pedrería como los de las competiciones de patinaje sobre hielo», pensó Andrea. Al contrario que Julia, ella había ido a comprar su maillot con ilusión, sabiendo bien lo que quería… y esa ilusión se había roto con la primera etiqueta que su madre había mirado. Al final se marchó con un maillot que la dejaba más bien fría. Eso es lo que deseaba responder Andrea, pero apretó los labios y lo contuvo en una mueca de disgusto. —Y, encima, más barato —dijo Jimena. Esta vez fue Julia la que respondió con una mueca de asco. Pero al contrario que Andrea, no se guardó su opinión:

—Si no tienes dinero para un maillot, a lo mejor te has equivocado de deporte — le soltó a Jimena. —¡¡Julia!! —tronó Alena. Se quedó unos segundos observándola con el ceño fruncido—. No acepto esos comentarios en mi clase. —Es verdad. ¿Qué va a hacer cuando se tenga que comprar unos patines buenos, y no esos casi de juguete…? —Ni siquiera se dignó a terminar la frase. Le bastó con deslizar la vista hasta los patines de Jimena. —¿Y a ti qué más te da? —le espetó esta—. Lo que te molesta es que no hayamos votado vuestra propuesta. —Eso os pasa mucho, ¿eh? —se mofó Mina. El equipo estalló en una carcajada que provocó que a Julia casi se le salieran los ojos de las órbitas. Por suerte, Alena no le dio tiempo a responder. —Ya basta —zanjó, con ese tono de entrenadora enfadada que no dejaba lugar a réplicas—. Luego vamos a hablar tú y yo, ¿vale, Julia? Y relajaos un poco. Todas. «¡Como si fuera tan fácil», pensó Lira. Como si no tuvieran suficiente con los nervios por el festival —para el que quedaban apenas quince días—, en dos días empezaban los exámenes trimestrales, y los profesores del instituto estaban hechos de otra pasta: parecía que les gustaba torturar a los alumnos, porque no se conformaban solo con meterles el miedo en el cuerpo en cada clase que tenían, sino que se encogían de hombros si se quejaban de que tenían más de un examen el mismo día. Y también estaban los deberes, que se acumulaban día tras día, y las preguntas de sus padres sobre las clases y las notas y su insistencia para que los acompañara alguna vez a una competición de Olivia, algo que a Lira le apetecía entre poco y nada. Y encima, tenía que compartir equipo con alguien que, ahora sí podía decirlo con casi total certeza, la odiaba. Sin embargo, Lira no dijo nada. Ninguna Rollette abrió la boca, de hecho. Alena abrió los ojos de golpe, como si hubiera recordado algo importantísimo.

—Tengo una idea. Les pidió que esperasen sin armar alboroto y salió patinando hacia la zona de las gradas donde dejaban las mochilas y los abrigos. Volvió en menos de tres minutos, con una bolsa de tela colgando de su hombro derecho. —Vamos a hacer un amigo invisible. —¿Perdón? —soltó Jimena. —Sois un equipo. Tenéis que aprender a llevaros bien. —Y quieres que hagamos un amigo invisible… —Pues sí. A ver si así empezáis a pensar un poco en las demás —sentenció Alena, ignorando las miradas incrédulas. Agarró cada asa de la bolsa con una mano y las invitó a mirar dentro—. He preparado papeles con los nombres. Yo también participaré, así somos pares. ¿Os parece bien poner un máximo de cinco euros? Y puntos extra para quien lo haga a mano. —¿Puntos extra para qué? —preguntó Julia, que no había perdido el mohín de asco. Alena se obligó a sonreír. A veces, llevar al equipo era exasperante. —Es una forma de hablar. Venga, coged un papel.

—¿Es obligatorio? —preguntó Andrea. No hizo falta que Alena contestara. Alargó el brazo para ofrecerle la bolsa y dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

El frío echó raíces más pronto que tarde. Diciembre llegó envuelto en una borrasca que mantuvo a las Rollettes lejos del parque durante dos largas semanas. Anularon los entrenos libres y trasladaron los del instituto al interior del polideportivo. Habría sido un cambio ideal de no haber sido porque tenían que compartir la pista con el equipo masculino de básquet y con sus quejas sobre por qué el club de patinaje tenía que entrenar ahí en los días de lluvia. Las Rollettes se enteraron de que tras el primer entreno compartiendo pista, algunos chicos habían ido a quejarse al director. Por suerte, Alena intercedió por el equipo y se negó a anular ningún entreno. Sus chicas soportaban los entrenos al aire libre sin quejarse, por muy incómodo que pudiera ser entrenar con abrigo; el equipo de básquet no se iba a morir por entrenar con la mitad del campo durante unos días. Nada de esto llegó a afectar a Lira. Tenía otras cosas más importantes en las que pensar. El cambio de mes, además del frío, también había traído los primeros exámenes trimestrales. De hecho, Lira casi agradecía tener que cancelar entrenos libres por el mal tiempo, porque así podía quedarse en casa para estudiar. No había día en que sus padres no le preguntaran por alguna nota, incluso cuando hacía días que no había hecho ningún examen. La idea del amigo invisible tampoco ayudó a mejorar los ánimos. De hecho, desde el momento en que Lira había leído el nombre de su papel, supo que tenía otra preocupación. Le había tocado Dani y no tenía ni idea de qué regalarle. Lo único que la consolaba era que, al menos, no le había tocado Andrea. Ni Eloy. Un par de meses atrás habría cruzado los dedos para que le tocara él, pero ahora el horno no estaba para bollos. Apenas hablaban fuera de la pista. Estaba claro que aún no las había perdonado, y eso sí afectaba a Lira, que no sabía cómo conseguir que las cosas volvieran a la normalidad. Entonces se dio cuenta de que tenía la solución delante de sus narices. Podía matar dos pájaros de un tiro: si le preguntaba a Eloy qué regalarle a Dani, tendría una excusa para hablar con él. El jueves le pidió a Jimena que la esperara en la entrada para volver juntas a casa y, tras prometerle que no tardaría, se encaminó hacia el pasillo contiguo, donde estaban las clases de segundo y tercero. Esperó de pie en una esquina, quieta como una estatua de mármol, hasta que acertó a ver a Eloy entre la multitud. En

cuanto él se dio cuenta de que lo estaba esperando a él, les hizo un gesto a los chicos con los que estaba y tras despedirse con unos golpecitos en el hombro, se encaminó hacia Lira. —¿Qué pasa? ¿Se cancela el entreno de hoy? —No, no —se apresuró a responder ella. Se aseguró de que Dani no estuviera por ninguna parte y le explicó—: Me ha tocado Dani en el amigo invisible y quería preguntarte qué puedo regalarle. Eloy la miró de arriba abajo, frunció los labios y respondió, al tiempo que reemprendía el paso: —Algo de hockey. Lira dio un par de zancadas para colocarse a su lado. Se esforzó por ignorar la sequedad de Eloy. —¡Eso es carííísimo! —Pues un llavero de un patín —respondió, encogiéndose de hombros. Lira se cruzó de brazos. —Tampoco hace falta que te rompas la cabeza, eh —le reprochó. Meneó la cabeza de lado a lado. Era evidente que Eloy no tenía ganas de ayudarla—. Da igual, déjalo. —La gracia es que cada uno piense su regalo. La chica lo miró de arriba abajo. —No hace falta que te pongas borde —le dijo, y apretó el paso al tiempo que decía—: Ya veo que lo malo se pega. Tras unos segundos de estupefacción, Eloy fue tras ella, sorteando a la gente. —¿A qué viene eso? —le recriminó, al alcanzarla. —Ya lo sabes. —Esquivaron a un grupo de chicas sentadas en lo bajo de la escalera, y al ver que la expresión de Eloy empezaba a arrugarse, sintió que la

rabia se apoderaba de ella—: Últimamente siempre estás con Andrea. «No me hablas a mí», había querido decir Lira. Eloy agarró a Lira de la manga del abrigo en un gesto instintivo. La chica se detuvo y él apartó la mano. Se quedaron de pie en medio del vestíbulo, mirándose con los labios apretados y el ceño fruncido. Ambos estaban muy seguros de llevar la razón. —¿Estás celosa? —le soltó Eloy, y Lira enrojeció con tal intensidad que se arrepintió al instante de habérselo preguntado. —No es por eso, creído —respondió ella, cada vez más enfadada—. Pero… No lo entiendo. Después de lo que nos hizo, tú incluido, no entiendo que quieras ser su amigo. Eloy se cruzó de brazos. —Andrea ya pidió perdón, y yo la he perdonado. Si tú no lo has hecho, ¿pues sabes qué te digo? Que le doy la razón a ella: es tu problema. Soy su amigo porque resulta que es supermaja. —Ya, seguro. ¿Te está enseñando a desmontar patines? —le espetó Lira. Sabía que se arrepentiría antes de decirlo, y aun así, la rabia le pesó más. Eloy separó los labios para decir algo, pero se lo pensó mejor. Movió la cabeza de lado a lado, como sabiendo que aquella conversación no iba a ninguna parte, y se encogió de hombros con total desidia. —No sabía que fueras tan rencorosa. Se marchó sin decir nada más, y Lira se quedó sola, entre las oleadas de estudiantes que caminaban apresurados, deseosos de salir a la calle y saborear el tan ansiado fin de semana.

7

Un accidente sin culpables

El día del festival de Navidad, Lira se levantó de la cama sintiéndose más cansada que cuando se acostó. Los nervios no la habían dejado descansar; en pocas horas, el equipo tendría que demostrar, delante de todo el instituto, que podían hacer una coreografía en condiciones, que estaban preparadas para empezar a pensar en federarse. Durante aquellos últimos meses, Lira no había hecho más que convencerse de que quería competir. Sin embargo, tenía un mal presentimiento. O tal vez fuera su humor, que no la había acompañado del todo durante las últimas semanas, al menos en la pista de patinaje. Las cosas no estaban bien en el equipo. Estaban divididos en bandos por una muralla invisible de culpas y reproches. ¿Cómo iban a demostrar nada? Sus padres, sin embargo, no se dieron cuenta de que no tenía el día, y como habían hecho con Olivia el primer día de competición de ese curso, le prepararon un desayuno especial y la colmaron de deseos de buena suerte. —Y, sobre todo, haz muchas fotos —le pidieron a Olivia. —Claro, claro. Estaré en primera fila. Pero mejor que nos vayamos ya, ¿eh, Lira? Esta no se lo pensó dos veces. Agarró sus cosas, se despidió de sus padres y salió de casa a toda prisa. —¿Tantas ganas tienes de llegar? —le preguntó Olivia, mientras bajaban la escalera casi trotando. —Más bien de salir de casa —refunfuñó Lira—. Se ponen muy pesados. Es solo un festival de instituto.

—No te quejes tanto, al menos se preocupan. Más de una de sus amigas de la pista de hielo no tenía esa suerte. Olivia no había visto nunca a los padres de Natalia en una competición. Los suyos, sin embargo, no faltaban a ninguna. —Suerte que no dejan ir a los padres. —Y suerte que estoy yo, ¿eh? —le respondió—. Al final te veré patinar esta temporada antes que tú a mí… Lira salió a la calle sin esperar a Olivia, que atrapó la puerta al vuelo y se acercó a su hermana a zancadas. Las dos se abrocharon el abrigo al mismo tiempo. —No me hagas fotos —le advirtió Lira. —Alguien se ha levantado con el pie izquierdo. —Olivia fingió no darse cuenta de cómo la fulminó su hermana con la mirada—. ¿Qué te pasa? ¿Estás nerviosa por el festival? Lira deseaba hablarle a Olivia de esa sensación de que algo iba a salir mal, pero sobre todo, de lo mal que estaban los ánimos en el equipo, de las discusiones con Andrea y Julia y ahora también con Eloy. Pero ya veía a Jimena a lo lejos, esperando sentada en su portal, así que decidió mentir y decir que sí, que era solo por el festival. —Es el primero de verdad —le dijo—. Quiero hacerlo bien. Aquella mañana solo tuvieron la clase de primera hora, e incluso entonces todos estaban más pendientes del festival que de otra cosa. Las Rollettes se reunieron a las diez para un último entreno y una hora más tarde ya estaban en el vestidor del polideportivo, rodeadas de las bolsas y la ropa de las chicas de los otros clubs, que en aquel momento estaban disputando sus partidos. El equipo de patinaje artístico actuaría más tarde, justo después del coro de Bachillerato. Lira apartó un par de bolsas para hacer hueco y empezó a sacar sus cosas de la mochila. Lo primero que hizo fue coger con cuidado la bolsa de tela donde guardaba su maillot. Gala y su madre habían aprovechado un maillot viejo de Olivia. Lo habían teñido de un verde claro y cubierto las mangas de una fina capa de purpurina. En la espalda habían dibujado una «R» con pequeños

brillantes. «Son de plástico, pero ¿a que dan el pego?», le había dicho Gala al enseñárselo, una semana atrás.

Lira desdobló el maillot con cuidado para observarlo una última vez, y en cuanto lo hizo, las mangas cayeron de sus manos. La chica se quedó helada, mirando cómo aquellos dos trozos de tela aterrizaban sobre sus pies. —Pe… Pero… —tartamudeó, confundida. No podía ser real. Tenía que ser una pesadilla. ¡Claro que era una pesadilla, aquello no podía estar pasando de verdad! Lira estaba a punto de pellizcarse cuando oyó el chillido agudo de Amelia junto a ella. —Pero ¿qué has hecho? Lira se volvió hacia ella, con los ojos abiertos como platos. —¿Yo? ¿Por qué tendría que hacer esto? —chilló, al borde de las lágrimas. Alguien había cortado las mangas de su maillot. Primero había pensado que se habrían descosido, pero había un corte limpio en las dos mangas, un poco por debajo del hombro. A su alrededor, se había hecho el silencio. Nadie más había visto el estado del maillot de Lira, así que las observaban extrañadas. Gala estaba a punto de preguntar qué pasaba, pero Lira se le adelantó. Se volvió hacia el equipo con el maillot en las manos. —¿¡Y las mangas!? —Gala se olvidó de que llevaba su mono a medio poner, así que trastabilló al ponerse de pie, casi tan nerviosa como Lira. —Alguien las ha cortado —murmuró esta, tan perpleja que sentía que sus neuronas habían entrado en huelga—. ¿Los vuestros están bien? —¡¿Qué?! ¡¿El maillot verde?! ¡Pero si era una preciosidad! ¡Era el más bonito de todos! —exclamó María, acercándose a Lira con cara de angustia mientras el resto comprobaba su vestuario e iba asintiendo. Al parecer, el problema era solo de Lira. —Estaba bien esta mañana —susurró, con el maillot entre las manos y María

examinándolo de cerca. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Lira, que los apretó aun sabiendo que iba a ser inevitable que empezara a llorar. —¿A quién le has robado el novio? —¿Qué? —Lira enrojeció de golpe—. A nadie, ¿por qué preguntas eso? —Te tienen que odiar mucho para hacer esto… —murmuró María, sinceramente afectada. Lira tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no volverse hacia Andrea y Julia. Eran las primeras sospechosas en la lista, pero no podía hacer nada. —Vamos a hablar con Alena —intervino Amelia, insegura. Lira se negó en redondo. No tenía pruebas, una vez más. Y, sobre todo, no quería montar un espectáculo ni quedar como una paranoica. No quería darle más motivos a Eloy para criticarla. —¿Para qué? ¿Qué quieres que haga ella? ¿Que saque una varita mágica y lo arregle? —O que expulse del club a la que lo haya hecho… —terció Jimena, con la rotundidad que le faltaba a Amelia. No tuvo ningún problema en clavar la mirada en Andrea y Julia, que aunque observaban la escena con atención, lo hacían desde la distancia. El resto del equipo rodeaba a Lira. —¿Lo dices por nosotras? —Julia levantó las cejas, incrédula. —Tenéis experiencia en estropearnos actuaciones —la acusó Jimena. Andrea se puso de pie apretando los puños. —Yo no he sido —masculló, con la voz temblorosa. —Ni yo —se defendió Julia—. No os creáis tan importantes, guapas. Tenemos

mejores cosas que hacer que estropearos la ropa, que ya es lo suficientemente cutre, todo sea dicho de paso. Jimena hizo ademán de acercarse a Julia, pero Lira la detuvo agarrándola del brazo. —Déjalo —le dijo, mientras la tiraba hacia ella—. Tenemos que actuar en menos de una hora. —¿Y qué? —Que deberíamos estar preparándonos —susurró Amelia, con la cabeza gacha. —Eso, centraos en lo vuestro y dejadnos en paz —les soltó Julia. —Estás más guapa callada —le espetó Jimena. —Jimena, en serio, déjalo —le pidió Lira, esta vez en voz baja. Al mismo tiempo, Andrea terminó de colocarse las fundas con el escudo de las Rollettes. —Yo salgo ya —dijo, sin mirar a nadie en concreto. Julia no tardó ni dos minutos en seguirla. Cuando la puerta se cerró, Lira se dejó caer en el banco y escondió la cabeza entre los brazos. —Lira, ¿y si le pides a Olivia que te deje un maillot? —le propuso Amelia, acercándose a Lira. Le puso la mano en el hombro—: Os da tiempo a ir a tu casa y volver antes de que salgamos. —No nos van a dejar salir —respondió Lira, con la vista clavada en aquella pieza de ropa. Estaba tratando de dar con una solución, pero en aquellos momentos estaba tan desanimada que solo veía una salida: conformarse—. Saldré con el maillot. —¡Pero cómo vas a salir así…! —se escandalizó María. —Solo le faltan las mangas.

—Las mangas eran la gracia del maillot. Ahora solo parecerás un apio. —¡María! —la riñó Laura—. No le hagas caso, estarás guapa igual. Lo importante es la actitud, ¿a qué sí, María? Esta puso los ojos en blanco. —Si tú lo dices… —Es eso o la ropa de calle. Y Alena me mata si me ve actuar con un mono vaquero —dijo Lira. Tendría menos flexibilidad que un bicho palo—. En serio, no pasa nada. Al final solo le faltan las mangas, podrían haberlo roto entero, ¿no? Jimena soltó un bufido de incredulidad. —¿En serio vas a dejar que se salgan con la suya? Lira tragó saliva antes de responder: —No sabemos quién ha sido. Aunque no se creyera sus propias palabras, lo dijo por el bien del equipo. Y porque por mucha rabia que le diera, era verdad. No lo sabían, no con seguridad. Y el ambiente ya estaba lo suficientemente mal como por dar por verdad simples acusaciones, por muy fundamentadas que estuvieran. Solo Julia y Andrea podían estar detrás de aquello. Eran las únicas con malas intenciones. Jimena meneó la cabeza de lado a lado. —No te entiendo, Lira, en serio. Por mucho que le insistieron sus compañeras, Lira no cambió de opinión. Ni siquiera dejó que Gala le arreglara las mangas. Prefería hacer como que nada había pasado, al menos hasta que bajaran del escenario, o acabaría de bloquearse por completo. Cuando por fin el equipo salió del vestuario, lo hicieron con los patines puestos y envueltas en el mismo silencio tenso en el que habían terminado de cambiarse.

Fuera las esperaban Dani, Javier y Eloy, sentados en la escalera con cara de aburrimiento. Unos peldaños por encima de ellos, Andrea y Julia estaban enfrascadas en sus móviles. —Tardonas —resopló Dani, al verlas aparecer. —¿Y a qué vienen esas caras largas? —preguntó Eloy. —Pues mira, me alegra que lo preguntes —espetó Jimena, y le echó un vistazo a Andrea. —Jimena, déjalo —la interrumpió Lira—. He tenido un accidente con el maillot, pero no pasa nada. Vamos dentro, venga. Y sin esperar a que nadie respondiera y sin girarse a comprobar si la seguían, Lira entró en el polideportivo.

Cuando entraron en el polideportivo, la mitad de las sillas ya estaban ocupadas. Las Rollettes patinaron hacia la primera fila, que les habían reservado para que pudieran llegar al escenario rápido y sin problemas. El escenario era una amplia y brillante plataforma de madera, habitualmente oculta tras una gruesa y larguísima cortina. Se accedía a él a través de dos puertas laterales. Las Rollettes debían subir por la derecha y bajar por la izquierda. Alena lo había repetido unas veinte veces, lo que hizo pensar a Lira que ella no era la única que estaba nerviosa. A las once y media exactas salió el primer grupo, la clase de Lira. Ella, como las demás Rollettes, se había librado de tener que participar en la canción de grupo. No les daba tiempo a cambiarse entre actuación y actuación. Fue el único número que Lira recordaría. Después de su clase, empezó a ser más consciente de las risas y las burlas que arrancaba cada actuación, y lo único en lo que podía pensar era en sus mangas estropeadas. ¿A quién se le ocurría subirse a un escenario delante de todo el insti con un maillot roto? Iban a reírse de ella para lo que quedaba de curso. Aun así, a menos que actuara con la chaqueta puesta, no le quedaba más opción que hacer de tripas corazón y creer que, como había dicho Laura, lo importante era la actitud. Era mucho más fácil de decir que de hacer. Cuando anunciaron la actuación del equipo de patinaje, Lira se levantó como un resorte. Miró a sus amigas antes de encaminarse hacia el escenario. Alena las esperaba en la puerta, y aunque Lira oyó que les decía algo, estaba tan nerviosa que no la entendió. Subió la escalera con cuidado mientras se bajaba la cremallera de la chaqueta. Con un suspiro, la dejó sobre el colgador de metal que había a su derecha, escondido del público. Amelia le dio la mano y, sin decir nada, le dio un abrazo. Jimena le dio unos golpecitos en la espalda y Lira se dejó empujar hasta el escenario. Lira respiró hondo, cerró los ojos y trató de alejar su atención del maillot para centrarla en escuchar cómo el resto de Rollettes se ponían en posición. Pero… ¿oía risas? ¿Se lo estaba imaginando? Apretó más los ojos, como si así pudiera hacer desaparecer todo lo que la rodeaba.

Hizo falta que la música empezara a sonar para que Lira despertara. Sobresaltada, miró a Gala y Jimena, a quienes tenía delante y que ya habían empezado con el primer paso. Lira levantó las manos de forma brusca para intentar engancharse. El corazón le latía a mil por hora. Por más que trataba de concentrarse, su atención estaba fuera del escenario, entre los comentarios de la gente. ¿Cómo lo hacía Olivia? ¿Cómo era capaz de actuar sola delante de tantas personas? ¿Se reirían de ella cuando caía? ¿Le importaba? Debería haber ido a verla competir, se dijo Lira. Olivia llevaba semanas lanzándole indirectas, que Lira esquivaba al momento. Hacía mucho tiempo que no iba a ver las competiciones de Olivia. Si lo hubiera hecho, quizá habría aprendido a calmar los nervios. Olivia le habría enseñado. Pero ahora solo dependía de ella. Salvó su parte como pudo: la pirueta con un pie terminó siendo de dos, y del salto del tres solo hizo la entrada. Sentía que sus nervios se habían convertido en una gran bola pesada. A lo que más se atrevió fue a la patada de la luna con la que se despedía para dar paso a Laura. Y entonces, al tratar de detenerse entre Gala y Jimena, colocó mal el patín y se cayó de bruces, apoyando todo su peso en la mano derecha, en la que sintió un pinchazo agudo. Lira levantó la mirada y, nerviosa, buscó a Laura, que como esperaba se había girado hacia ella, y le hizo un gesto para que siguiera. Se puso de pie a toda prisa, mortificada por la vergüenza. Se había caído. Se había pegado el trompazo más estúpido del mundo delante de todo el instituto, y miraba a sus compañeras mientras trataba de reengancharse a los pasos de country. Lira soltó un gruñido al hacer picar las manos. —¿Estás bien? —le susurró Gala, mirándola de reojo sin dejar de bailar. —Sí, sí —respondió esta, aún más bajo. Desde aquel momento, la actuación se convirtió en un suplicio para Lira. La mano le dolía cada vez más, tanto que sentía cómo empezaban a humedecérsele los ojos. Se dio cuenta de que Alena le decía algo desde un lateral, pero fingió ignorarla. No iba a ser la chica que las dejaba colgadas en una actuación. Ya

había hecho suficientemente el ridículo por hoy. Aguantó hasta que el público estalló en un aplauso tibio, saludó forzando la sonrisa más falsa de toda su vida y se adelantó al resto del grupo para salir del escenario. —¿Estás bien? —Alena se lanzó sobre ella para examinarle la muñeca. A su espalda estaba Olivia, mirando a su hermana con la misma preocupación. —¿Te duele mucho? —le preguntó Olivia Lira no fue capaz de responder. Se echó a llorar. Por el dolor, pero sobre todo por la rabia que le provocaba saber que, aquella vez, se había boicoteado ella solita. Había permitido que se metieran en su cabeza.

8

Navidades ermitañas

Cuando Lira era pequeña, su lista de los Reyes Magos siempre empezaba con el mismo regalo: un perro. Cada año, sus padres trataban de convencerla de que una bici o unos patines eran igual de divertidos y daban mucho menos trabajo, pero Lira no cedía y todos los días de Reyes acababan en una decepción tremenda. Dos Navidades atrás, Olivia le había hecho creer que en una de las cajas que aparecieron mágicamente bajo el árbol había un gatito. Lira abrió el regalo con una emoción que no había sentido nunca, lista para darle a su nuevo mejor amigo la bienvenida a la familia. Pero cuando vio lo que había dentro, Lira se echó a llorar. Era un gato, sí, pero de juguete. Estuvo un mes de morros y enfadada con su hermana. Para Lira, sin duda aquellas habían sido sus peores Navidades… hasta ahora. Descubrió que había cosas mucho peores que un regalo que nunca llega: tener que ir a todas las reuniones familiares con la mano enyesada y soportar las burlas de su tío Jorge, por ejemplo, o empezar las vacaciones antes de tiempo, sin poder despedirte de sus amigas en condiciones, o perderse los entrenos libres del equipo. Amelia la había estado bombardeando con mensajes desde el último día de instituto, y las demás tampoco se habían quedado cortas. Le propusieron quedar un millón de veces, pero Lira siempre decía que no. No tenía ganas de ver a nadie. Dos días antes de fin de año, Olivia se hartó de ver a su hermana dando vueltas por casa, pegada a su ordenador o a su móvil. Entró en su habitación sin llamar y se acomodó a los pies de la cama, donde Lira estaba tumbada leyendo un libro. —¿Vas a pasarte las vacaciones encerrada? —Olivia no estaba para rodeos. Lira se incorporó y, mientras cerraba el libro, enarcó las cejas, como si su hermana hubiera hecho la pregunta más estúpida del universo.

—Tengo la muñeca rota —soltó, de mal humor. —Ya lo veo. Pero las piernas las tienes bien, que yo sepa —dijo Olivia. Su hermana le respondió con una mueca—. ¿Qué te pasa? Mamá y papá están preocupados. —Ah, así que estás espiando para ellos —gruñó Lira. —Eres imposible, eh. Yo también estoy preocupada por ti. ¿Estás enfadada con tus amigas? —No. —¿Es por lo que pasó en el festival? —He dicho que no estoy enfadada. —Esta vez Lira sonó más dura. —Así que es por eso —concluyó Olivia, y la forma en que Lira apretó los labios no hizo más que darle la razón—. Oye, a mí también me ha pasado. A todas. Es normal caerse en una actuación, Lira, no somos robots. Sé que cuando pasa…, bueno, es fácil sentirse culpable o pensar que has estropeado el número, o que el equipo te odia… Y, uhum, no sé si es eso lo que te pasa, claro. Pero si es eso, hazme caso, que tengo experiencia en esto: no le des más vueltas. Céntrate en la siguiente actuación. —No es por eso —respondió Lira, con un hilo de voz. Carraspeó antes de seguir —: Bueno, sí, me preocupaba, pero… Se limitó a menear la cabeza de lado a lado. No se trataba solo de la vergüenza que sentía. Ya había hablado de eso con el equipo y todas le habían asegurado que nadie la culpaba. «Casi ni se ha notado», le aseguró Amelia, para darle ánimos. Lo único que les preocupaba era su muñeca rota. Estaba enfadada. Con Andrea, por haberse apuntado al equipo; con Alena, por haber permitido que pasara; con Eloy, por ponerse de parte de Andrea a la primera de cambio, y consigo misma, porque se mirara por donde se mirara, ella era la única culpable de lo que había pasado. Un maillot estropeado había sido más que suficiente para que perdiera los nervios y la concentración. Estaba enfadada consigo misma y con el mundo. No le apetecía ver a nadie.

—¿Qué pasa entonces? —preguntó su hermana, acercándose un poco a ella—. Cuéntamelo, prometo que no se lo contaré a mamá y a papá si no quieres. ¿Andrea te está volviendo a molestar? Lira no había mencionado en casa lo de las mangas cortadas. A Olivia le dijo que se le habían enganchado con la cremallera de la mochila y habían tenido que cortarlas. —No sé si esto del patinaje es para mí —masculló Lira, ignorando la última pregunta deliberadamente. No le apetecía hablar de Andrea, porque entonces tendría que posicionarse: ¿creía, como Gala y Jimena, que estaba detrás del destrozo del maillot, o le daba el beneficio de la duda, como Amelia, Dani y, cómo no, Eloy? Eloy. A Lira se le hizo un nudo en el estómago en cuanto el nombre cruzó sus pensamientos. Eloy le había escrito solo una vez en todas las vacaciones para preguntarle qué tal el brazo, y la conversación había muerto apenas cuatro mensajes después. —¿Y a qué viene esto ahora? No será por la caída, ¿no? Lira soltó un soplido. —Es por todo. —¿Qué es todo? —Pues todo. Olivia miró a su hermana de arriba abajo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —Ya. Si alguna vez me contaras algo, sabría qué es «todo» —le recriminó. Lira se quedó mirando a su hermana; tenía tantas cosas que contarle que no sabía por dónde empezar. Pero Olivia se tomó ese silencio como desinterés y terminó levantándose bruscamente. Soltó un bufido—. En fin, tú sabrás. Yo solo venía a decirte que me he encontrado con Jimena al volver de la pista de hielo. Me ha dicho que tiene tu regalo del amigo invisible; vendrá a verte mañana por la mañana.

A las diez y cinco de la mañana siguiente sonó el timbre, y en el interfono, tal como había avisado Olivia, Lira vio a Jimena, refugiada bajo un gorro y una gruesa bufanda, y a tan solo un centímetro de la cámara. —¿Nos dejas pasar o qué? —¡Nos estamos congelando! Lira observó como Jimena se apartaba de la cámara, sonriente, y entraba en el vestíbulo seguida de Mina, Gala, María y Laura, todas cargando con sus bolsas de patinaje. Gala, además, llevaba una escoba de colores en la mano, que blandía a modo de espada mientras entraba en el portal. La imagen se cortó justo cuando la puerta se cerró tras Gala. —¿Tus amigas ya están aquí? —preguntó su padre a gritos, desde el cuarto de baño—. Judit, Olivia, ¿estáis preparadas? En cuanto los padres de Lira habían sabido que sus amigas irían a verla, habían dejado de insistir en que los acompañara a comprar algo de decoración y cotillones para Nochevieja. En lugar de eso, habían ajustado sus horarios para poder conocer a las chicas antes de marcharse. Diez minutos más tarde, las seis Rollettes estaban en la habitación de Lira, repartidas entre la cama y el suelo. —Qué lámpara más chula —murmuró Laura, señalando la lámpara con forma de flor de campana que tenía sobre la mesilla de noche. Laura se acomodó en la cama, entre Gala y María, y separó las piernas para que Mina pudiera sentarse en el suelo, entre ellas. —Gracias —respondió Lira, mientras se sentaba en su silla. Se cruzó de piernas y miró a sus amigas antes de preguntarles—: Bueno, ¿qué tal las vacaciones? —Eso deberíamos preguntártelo nosotras —repuso Jimena, sentándose sobre el escritorio de un salto—. Estás desaparecida. Hace días que no hablas en el grupo. —Lo siento —murmuró Lira—. He estado…

—¿Deprimida? —inquirió María. —Desanimada —acabó Lira, y antes de que nadie pudiera decir nada, añadió—: Pero ya está. Mañana es el último día del año. Año nuevo… ¿vida nueva? No estaba muy segura de si el dicho era así. Y tampoco de que fuera tan fácil, pero Olivia tenía razón. Darle vueltas al asunto no servía de nada. Lira prefirió cambiar de tema. Señaló la pequeña bolsa de plástico que Laura había dejado sobre la mesa. —¿Es el regalo del amigo invisible? El resto de las Rollettes se miraron unas a otras, dubitativas. María fue la primera en reaccionar. Asintió con la cabeza y le acercó la bolsa a Lira. —No lo hemos abierto —le dijo Jimena, llena de orgullo. Resistirse a la tentación no había sido fácil. Lira sacó un paquete alargado, no más grande que su mano, envuelto en papel turquesa, y lo abrió bajo la atenta mirada de sus amigas, que la observaban como si estuvieran a punto de oír el número de la lotería. —Es… precioso —susurró Lira. —Pero ¿qué es? ¡Enséñanoslo! —le pidió Jimena. Lira le dio la vuelta a la caja para sus amigas vieran lo que había dentro. Se trataba de un punto de libro de metal, con una cadena de la que colgaban dos pequeños patines. —Uf, a la basura directo —soltó María, sin ningún reparo—. ¿Para qué quieres un punto de libro?

—Pues para leer… —respondió Lira, al tiempo que sacaba el marcapáginas de la caja para que el resto lo viera mejor. —Es perfecto para ti —le dijo Gala. —¿Leer? Qué aburrimiento —murmuró María por lo bajo. Lira prefirió ignorarla. —¿Es tuyo, Jimena? —le preguntó, y cuando esta negó con la cabeza, el resto lo hizo también. Tampoco era de ellas—. ¿Sabéis de quién es? Jimena se aclaró la garganta antes de responder. —Pues… —Se detuvo unos segundos, sabiendo que a su amiga no le gustaría la respuesta—: De Andrea. Lira parpadeó, incrédula. No podía creerse lo que acababa de escuchar. —Qué dices. Andrea no me regalaría esto. ¿Os lo ha dicho? Más bien aprovecharía para hacerle el regalo más cutre posible, como un llavero en forma de caca de perro, una vela o algo por el estilo. —Nosotras sabemos quién nos ha tocado. Por descarte… —Pero… —murmuró Lira, incapaz de apartar los ojos del marcapáginas. Era bonito. Estaba claro que quien fuera que lo hubiera comprado, le había dado vueltas a qué regalarle, y Lira no imaginaba a Andrea malgastando ni un segundo de su tiempo en ella. —Pues para ser que os odiáis, ni tan mal —bromeó Jimena. —No nos odiamos —saltó Lira. Esa era una palabra muy fuerte. —No, claro, sois amigas del alma. —Por el regalo, cualquiera lo diría —intervino Laura—. Es bonito.

Lira sacudió la cabeza, cerró la caja y la dejó tras ella. —Está claro que lo ha hecho para quedar como la niña buena —resopló Jimena. No entendía cómo alguien no podía ver que Andrea no era de fiar. —Yo aún tengo mi regalo. Pensaba dárselo hoy a… —empezó a decir Lira, pero calló de golpe. —A Dani, ya —acabó Jimena—. Es el único que se quedó sin regalo. ¡Tú sí que te tomaste lo del amigo invisible literalmente, eh! —Qué chispa tienes, Jimena —dijo Gala con tono seco, pero al momento se echó a reír. —Lo sé —respondió esta, tratando de reprimir una carcajada—. Y él también se lo ha tomado de forma muy literal… —Dani estaba demasiado ocupado para venir. Ya se lo darás después de las vacaciones. Gala pronunció aquellas palabras con las cejas tan enarcadas y un tono tan cargado de insinuaciones que Lira no pudo más que preguntar qué quería decir con eso. —¿No lo sabe? —preguntó entonces María, y cuando nadie respondió, exclamó —: ¡Pero si es el cotilleo del año! —Tampoco te pases —respondió Gala, poniendo los ojos en blanco. —¿Qué es lo que no sé? —preguntó Lira, en un susurro. No sabía si quería saberlo. Jimena trazó una sonrisa. —Amelia vio a Dani y a Julia en el centro comercial hace tres días. Lira soltó un suspiro de alivio y se puso roja, todo al mismo tiempo. Lo primero que se le había pasado por la cabeza había sido que el cotilleo era sobre Eloy, y la mera idea la había puesto nerviosa.

—¡E iban de la mano! —añadió Gala. —Así que misterio resuelto —concluyó Jimena—. Ya sabemos por quién se apuntó Dani al equipo. Lira hizo una mueca. —Pues qué mal gusto —se le escapó. —Ya le vale —gruñó Jimena—. Mira que hay chicas en el insti, ¿eh? Y tiene que ser Julia… —Pues si se ha apuntado por ella, no durará mucho —comentó Laura. —Ya, está claro que a Julia le da igual el patinaje. Y, si no, tenía una forma muy rara de demostrarlo. —¿Le habéis dicho algo a Dani? —quiso saber Lira. —¡Claro! —exclamó Jimena—. Y fue superborde, nos dijo que éramos unas cotillas. —Eso es un sí como un piano —opinó María. Jimena asintió. —Pero no creo que nos cuente nada más. —Ni Eloy; ya lo he intentado —intervino Gala. —¿Creéis que Dani sabe lo que tramaban Andrea y Julia? —preguntó Jimena, clavando los ojos en la férula de Lira. —Jimena, ya lo hemos hablado, no sabemos… —empezó a decir Lira. Gala la interrumpió sin ningún miramiento. —Más le vale que no. Como nos enteremos de que lo sabía, lo echamos del equipo —aseguró, con la firmeza de quién no da opción a discutir.

Jimena se volvió hacia Lira y cruzó los brazos. —Y espero que vayáis a hablar con el director. —¿Vayáis? ¿Cómo que «vayáis»? —Tus padres y tú, claro. Supongo que no van a dejar las cosas así. ¡Te han hecho daño, Lira! —Nadie me tiró, Jimena, y ya lo hemos discutido, no quiero ir a hablar con nadie. Ni siquiera les he dicho a mis padres lo del maillot. —¿No se lo has dicho? —Jimena abrió los ojos de par en par—. ¡Pues deberías! ¡Y deberían hablar con el director! Esto es la guerra, Lira. —No seas exagerada —le respondió su amiga—. Fue una broma de mal gusto. Lo del brazo fue culpa mía… … Por mucho que le pesara. —Andrea y Julia tienen que pagar —refunfuñó Jimena. Lira soltó un suspiro. —Insisto: no sabemos si fueron ellas. Y yo paso de liarla más, ya tenemos suficientes malos rollos en el equipo. —Fueron ellas. Me juego un pie. —Pero ¿quién se juega un pie? —Laura soltó una risita. —Pues una patinadora. —Jimena le sacó la lengua. —Yo no creo que fuera Andrea —dijo Laura—. No le habría regalado algo tan bonito a Lira. —O lo ha hecho precisamente por eso —rebatió Jimena, golpeándose la sien con el índice de forma teatral—. Para despistar. Siguieron hablando del tema durante más rato del que Lira habría deseado. Cada vez que intentaba desviar la conversación, Jimena se las ingeniaba para volver a

sacar a relucir su odio por Andrea y Julia. Lira casi dio las gracias cuando Gala les enseñó la hora en su móvil. Tenían que marcharse o llegarían tarde al entreno. —Ven con nosotras —le propuso a Lira. Esta levantó el brazo derecho y señaló la férula. —No puedo patinar —le recordó. —¿Y qué? Al menos estaremos juntas. ¿Tienes algo mejor que hacer en casa? — dijo Jimena. —Además, he aprovechado las vacaciones para pintar mis botas —terció Gala, al tiempo que se colgaba la bolsa del hombro. Agarró su escoba y la plantó junto a ella como si fuera una lanza, y ella, un soldado. Con su seriedad, dijo—: Si quieres verlas, tendrás que venir. Apenas tardaron diez minutos en convencerla. Lira llevaba demasiados días encerrada en casa; las ganas de estar un rato en el parque, con sus amigas, pesaba más que su desánimo. Por primera vez en muchos días, tenía ganas de algo más que estar tumbada en el sofá leyendo o viendo series. Lira llamó a sus padres para pedirles permiso, y con la ayuda de Jimena, se calzó los botines y se puso el abrigo.

Todo cuanto necesitaba era a sus amigas. Gracias a las Rollettes, los días de ermitaña acabaron. Durante el resto de las vacaciones, Lira se apuntó a todos los entrenos libres, aunque fuera para sentarse encima de una manta doblada a ver cómo las demás patinaban. Casi la mitad del equipo estaba fuera de la ciudad, así que eran pocas, pero para Lira fue más que suficiente. Además, no tener ni a Eloy ni a Dani rondando por ahí la hacía sentir más tranquila. Los dos eran amigos de Andrea; no tenía ninguna gana de hablar con ellos sobre las mangas cortadas de su maillot, y menos después de la discusión que había tenido con Eloy.

9

Año nuevo… ¿vida nueva?

Lira solía contar los días que quedaban de vacaciones, pero aquel año no lo hacía para lamentarse por tener que volver a la rutina, sino porque estaba ansiosa por hacerlo. Quería que le quitaran la férula de una vez y olvidarse de lo que había pasado en el festival. Año nuevo, vida nueva. Eso le había repetido su madre durante las vacaciones hasta la saciedad, y Lira había asentido todas las veces. «Claro, como si fuera tan sencillo», se decía en silencio. Por dentro, no le resultaba tan fácil sonreír. No le quitarían la férula hasta el once de enero, así que le tocaría continuar sentada durante los entrenos, como una simple espectadora. Podría irse a otra parte, pero tampoco tenía nada mejor que hacer; al fin y al cabo, todas sus amigas estaban en el club. Y además, no quería perderse nada. Alena podía empezar con la coreo de final de curso en cualquier momento y quería estar ahí cuando hiciera el reparto de personajes. Así que cuando llegó el primer entreno oficial de las Rollettes del año, Lira se enfundó sus guantes y su bufanda y fue a la pista con sus amigas. Se sentó en las gradas, preparada para una tediosa y fría hora observándolas patinar, pero no tardó mucho en darse cuenta de que no iba a aburrirse. No había sido la única en pensar eso de «año nuevo, vida nueva». Julia no había aparecido en la pista con el resto del equipo para empezar el entreno. Amelia le preguntó a Andrea, pero esta se limitó a encogerse de hombros, con las manos en los bolsillos de su abrigo de plumas y la mirada clavada en el suelo. Dani tampoco sabía nada, y en cuanto le preguntaron, se cerró en banda, como llevaba haciendo desde las vacaciones cada vez que alguien mencionaba a Julia en su presencia. Apareció diez minutos más tarde, caminando como si nada junto a la pista

flanqueada por Rebeca y Tania. Las tres chicas pasaron junto a Lira, pero antes de que a Lira le diera tiempo de abordar a Julia, oyó algo en la pista que llamó su atención. Se volvió hacia el equipo. Seguían en el centro, como segundos antes, pero ahora Alena tenía cara de pocos amigos. Lira trató de aguzar el oído, pero solo pilló algunas palabras sueltas. Lo que sí sacó en claro es que había oído bien y que estaban hablando de competiciones. Se puso de pie para acercarse y, entonces, Amelia vio a Julia. Le dio un codazo a Jimena y, en apenas unos segundos, todos estaban mirando a Julia, que se limitó devolverles la mirada por encima del hombro y susurrarles algo a sus amigas, sin dejar de avanzar. En la pista, todas lucían la misma expresión perpleja. Lira se acercó al equipo. La primera a la que oyó fue a Jimena. —Ya, y eso tampoco lo sabías. —¿Julia ha dejado el equipo? —le preguntó Lira a Amelia, por lo bajo. Esta se encogió de hombros. Lira no pudo evitar mirar de reojo a Dani, que tenía la vista clavada en su patines, como si aquello no fuera con él. —Eso parece, ¿no? —A mí no me ha avisado —dijo Alena. —Pues no. Julia no me lo cuenta todo —dijo Andrea. —Y yo voy y me lo creo —intervino Jimena. —Ese es tu problema —le respondió Andrea, con el mentón alzado. Jimena hizo una mueca y masculló un «Pues ya podrías hacer como Julia y pirarte» que no sonó tan flojo como había pretendido. —¡Jimena, ya basta! —tronó Alena—. Dejadlo ya u os voy a expulsar a las dos. —¡Pero si yo no he hecho nada! —se defendió Andrea. —No, claro, tú nunca haces nada… —dijo Gala. —Las mangas de Lira se cayeron solas. —Jimena estaba harta de callarse. Alena

no debería haber itido a Andrea en el club. Le daba igual lo que dijeran las normas—. Fuisteis vosotras, me juego… ¡Me juego los patines! —Jimena —la llamó Lira, lanzándole una mirada furiosa. Ya habían hablado de eso, y habían quedado en que era mejor no remover el tema. Lira no pudo evitar mirar hacia Eloy. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los labios apretados en una mueca de hartazgo. —Dejadlo ya. —Eloy salió en defensa de Andrea con voz clara y enfadada. —Ya os he dicho que no fui yo —bufó Andrea. Estaba harta de repetirlo—. Si no me creéis es vuestro problema. A mí me da igual. Alena dio un paso al frente y levantó los brazos para dar un par de palmadas por encima de su cabeza mientras soltaba un silbido. —He dicho que ya basta. Todas. —Se tomó unos segundos para observar al grupo antes de seguir—. Ya os lo dije el primer día: si venís a pelearos, yo me voy. Apretó los labios y cruzó los brazos encima del pecho, esperando alguna reacción. —Yo no tengo nada que ver —dijo Javier, que lo único que quería era seguir con el entreno para entrar en calor. Entreno al aire libre e invierno no eran una buena combinación. —Me da igual. Sois un equipo, y si no os comportáis como tal, esto no tiene sentido. ¿Cómo queréis montar una coreo juntas si no paráis de pelearos? No me importa quién haya hecho qué o quién sospeche de quién. Hasta aquí hemos llegado, ¿de acuerdo? Os daré una última oportunidad. Como no cambiéis de actitud, el año que viene no os seguiré entrenando. Y, por supuesto, olvidaos de federaros. Lira sintió un pinchazo en el estómago. —¡Eso no es justo! —Andrea fue incapaz de reprimirse. —Comportaos como un equipo y veremos qué pasa —les recomendó Alena, con

un tono que no dejaba lugar a réplicas—. No quiero ni una discusión más en la pista. Y ahora, quiero veros a todos haciendo ochos. Repartíos en dos grupos, y no quiero oír ni una palabra. El equipo reemprendió el entreno en silencio y Lira volvió a las gradas arrastrando los pies, pensando que el año nuevo había durado poco. Empezaba igual que había terminado el anterior, al menos en la pista.

Las Rollettes se tomaron en serio la amenaza de Alena. Durante las siguientes semanas, Gala y Jimena se esforzaron por morderse la lengua y dejar en paz a Andrea —y resistir la tentación de preguntarle a Dani por Julia—, y esta siguió ignorando a la mitad del equipo, pero al menos empezó a responder si le decían algo. Lira estuvo a punto de acercarse a ella muchas veces para darle las gracias por el regalo del amigo invisible, pero nunca encontraba el momento. Seguía sospechando de Andrea, y eso la hacía sentir aún peor, porque recordaba la acusación de Eloy sobre lo rencorosa que era. Pero no podía evitarlo. Sabía que si Andrea se ponía borde, ella acabaría estallando, así que prefería mantener las distancias. A mediados de mes, tal y como habían prometido los médicos, le quitaron la férula a Lira, pero su alegría desapareció muy pronto. Sus padres le prohibieron patinar durante otras dos eternas semanas. «Es solo por precaución.» Lira no solía desobedecerlos, pero durante aquellos días inacabables, lo intentó varias veces hasta que su padre decidió esconder los patines. De modo que durante aquel mes de enero, Lira se pasaba los entrenos revisando las carpetas de diseños de Gala. Alena aún no había mencionado siquiera la coreo de final de curso, ni cuál sería el vestuario, y como Gala no podía pensar en la ropa ni en los decorados, estaba trabajando en los maillots oficiales. Además, cuando Gala había aparecido en el primer entreno con sus botas personalizadas con la constelación de estrellas de colores decorando el lateral de su patín derecho, a la gran mayoría le pareció que sus patines blancos, pese a los cordones de colores, eran muy aburridos. Las únicas que se negaron a que les pintara los suyos fueron Amelia, Javier, Andrea y María. Ellas seguirían llevando las fundas blancas con el escudo de las Rollettes en las exhibiciones, mientras que el resto lo llevarían pintado en el lateral exterior de la bota izquierda. Gala había dejado el espacio en blanco porque también había tenido tiempo para rediseñar el escudo del equipo. Era muy similar al que había pintado en las fundas para el festival, solo que esta «R» era naranja en lugar de negra y más estilizada, con las colas alargadas, y enmarcada por un círculo hecho de puntos turquesa. Lo único bueno de no poder patinar fue que Lira había sido la primera en tener los patines personalizados. Su padre accedió a dárselos después de que Olivia intercediera por Lira asegurándole que esta no iba a patinar y que de verdad los quería para dejárselos a una amiga. A Olivia no le entusiasmaba la idea de los

patines con «garabatos de colores», como lo llamó, pero tampoco trató de disuadir a Lira. Parecía muy convencida y era, si cabía, aún más cabezota que ella. No la haría cambiar de opinión. Así que cuando por fin Lira volvió a la pista, lo hizo con los patines de siempre, solo que parecían nuevos. Gala había pintado el escudo en el lateral exterior de la bota izquierda, y un girasol en el derecho. Para finales de febrero, casi todos tenían sus patines decorados con el escudo del club en la bota izquierda y un dibujo en la derecha. Los de Jimena tenían un rayo dorado; los de Mina, una calavera con cara de cansancio; los de Marta, dos nubes de un azul intenso; los de Laura, un pequeño cactus; y los de Eloy y Dani, un emoticono pensativo y un cohete, respectivamente. Todos colmaron de alabanzas a Gala a medida que fue devolviendo los patines a sus dueños, pero ni siquiera eso convenció a los demás de que cambiaran de opinión. A Lira, aquellas primeras semanas del año le parecieron una vida nueva, pero en absoluto era la que quería. Le habría gustado una vida donde no hubiera malos rollos en el equipo, donde Andrea no estuviera siempre cerca y no tuviera que preocuparse por si podía fiarse de ella o no y donde Eloy no le respondiera siempre con monosílabos.

Poco se imaginaba que iba a echar de menos aquellas primeras semanas del año. El equipo no estaba en su mejor momento; en la pista solía imperar el silencio, roto de vez en cuando por alguna broma compartida en voz baja. Pero, al menos, hasta entonces las Rollettes se habían esforzado por hacerle caso a Alena y dejar los malos rollos fuera de la pista. Todo cambió con la llegada de febrero. Sus esfuerzos cayeron en saco roto el mismo día en que Alena les anunció la canción que bailarían en la exhibición. Era de la banda sonora de una peli de los noventa que ninguno conocía. Hubo malas caras, quejas y muchas propuestas alternativas, pero Alena se mantuvo firme. Aquel festival era para centrarse en el equipo y en el patinaje. La música debía ser lo de menos, y también el vestuario. Al principio sugirió ropa negra, pero Gala la convenció de que pudieran llevar maillots si lo preferían. Alena aceptó con la condición de que fueran todos iguales —no quería peleas por quién llevaba el mejor maillot—, a lo que Gala aseguró, con una sonrisa de oreja a oreja, que no había ningún problema. Tenía una carpeta entera con posibles diseños para el maillot oficial del club. Alena les repetía mucho que eran un equipo, que debían llevarse bien y que todas eran igual de importantes, y por eso a algunas les sentó tan mal descubrir que no lo creía de verdad. No podía creerlo, o al menos eso pensó gran parte del equipo cuando les explicó la coreografía que había ideado. No hablaba sugiriendo, ni les preguntaba su opinión. Alena tenía muy clara la coreografía del festival, e iba a ser muy diferente a lo que habían hecho hasta entonces. En esta ocasión, no todos tendrían su momento de gloria. Aunque no lo había dicho así, todas habían entendido lo mismo: Amelia, Eloy, Lira, Gala y Javier, que eran los que mejor patinaban, serían los protagonistas, coparían el centro de la pista con sus saltos y las piruetas más complicadas, mientras las demás se quedaban en segundo plano con simples pasos, águilas y piruetas de dos pies, siempre actuando en grupo o en parejas. Alena les había soltado un discurso sobre la importancia de ser un equipo y de verse como tal; lo importante no era lo que hacían de forma individual, sino en conjunto. Amelia y el resto de los elegidos estuvieron muy de acuerdo con ella. Los demás, no tanto. Solo Jimena y María se atrevieron a quejarse, pero en cuanto Alena las cortó diciéndoles que sus saltos del tres aún no eran de exhibición, las

chicas se ofendieron tanto que prefirieron no insistir. Era evidente que no lo hacían tan bien como Amelia, pero no entendían que Alena eligiera a Javier para estar en primera fila y no a ellas, cuando lo hacían mucho mejor que él. Y ese, de hecho, fue el gran problema: todas creían que lo hacían un poco mejor que la otra. Aparecieron las primeras miradas de reojo, los primeros comentarios hirientes hechos en voz baja, las sonrisas escondidas de satisfacción cuando una veía a otra fallar en la pista. Dejaron de ser compañeras para verse como competidoras dentro de su propio equipo.

10

De hermana a hermana

Lira llegó a casa de un humor de perros. Aquella tarde, en el entreno libre, había discutido con Jimena. Lira había tratado de darle algunos consejos para mejorar su salto del tres, con el que llevaba atascada desde hacía semanas, y Jimena le soltó que no sabía tanto como para enseñarle. Lira se alejó, cabizbaja, y aunque después Jimena la trató como cualquier otro día, no lo olvidó del todo. Saludó a su padre y a su hermana con un gruñido al pasar por delante del salón y se encerró en su habitación hasta que prácticamente la obligaron a salir. Era primer viernes de mes, lo que significaba que era noche en familia. Irían al cine a ver la peli basada en un libro del que Olivia llevaba meses hablando; a Lira no le interesaba en absoluto, pero era mejor que quedarse en casa, y tampoco era que sus padres le dieran opción de elegir. A nadie le pasó por alto que no tenía el día. Su madre esperó hasta haber salido de casa para preguntarle qué le pasaba. Caminaban hacia el cine con los abrigos abrochados hasta arriba y paso rápido para dejar atrás el frío de la calle cuanto antes. —¿Ha pasado alguna cosa en el instituto? —insistió el padre de Lira, Álvaro, al ver que esta solo se encogía de hombros—. ¿Te han dado alguna nota? —Sí, la del examen de Historia de la semana pasada, pero no… —¿Y qué tal ha ido? —la interrumpió su madre. Lira tragó saliva antes de responder. —Bien. Eh… He sacado un ocho y medio. Judit se volvió hacia ella para dedicarle una mirada extrañada.

—¿Un ocho y medio? ¿Qué te ha pasado? Lira apretó los labios con fuerza. Estaba harta de oír aquella maldita pregunta aquel año. El instituto no estaba resultando tan difícil como lo habían pintado sus profesores del colegio, pero tampoco estaba siendo un camino de rosas. Sus notas habían bajado un poco y a sus padres no les acababa de entrar en la cabeza que era lo más normal. —No ha pasado nada —masculló Lira. Olivia se volvió hacia ella, pero no intervino. —Pues tendrás que estudiar un poco más —dijo Álvaro. —¡Pero si es una buena nota! —estalló Lira. Se detuvo de golpe y, con ella, el resto de su familia. Se quedaron quietos en medio de la acera, mirándose en silencio. Lira masculló, entre dientes—: La madre de Gala le montaría una fiesta por esa nota. —Me da igual, a nosotros lo que nos importa es lo que hagas tú. —Y tu obligación es sacar buenas notas —apuntilló Judit. Lira soltó un suspiro exasperado. Se sabía aquel discurso de memoria. Normalmente esa frase iba seguida de un: «Y es tu única obligación». —Ya es una buena nota —repitió, malhumorada. —Pero puedes hacerlo mejor —le respondió Álvaro. Lira puso los ojos en blanco, exasperada. —Ay, no seáis así —intervino Olivia, dispuesta a rescatar a su hermana—. Está estudiando un montón. —Yo solo espero que el equipo no te distraiga. Si no… Esta vez, Lira prefirió no responder a su padre. En casa siempre habían apoyado a Olivia con el patinaje, pero con condiciones: no debía dejar de esforzarse en los estudios, y tenía que hacerlo también en la pista. A los padres de Lira y

Olivia no les valía aquello de «Lo importante es intentarlo». Pero su hermana mayor, cómo no, siempre dispuesta a dar buen ejemplo, casi nunca fallaba. Judit asintió con la cabeza en forma de apoyo. —Siempre hay problemas —dijo, como si supiera de lo que hablaba—. ¿Te acuerdas de cuando esa niña del club de Olivia, esa rubia…? ¿Cómo se llamaba? Da igual, ¿te acuerdas que una vez le quitó los cordones a tu hermana antes de una competición? Y unos meses después… Judit se perdió entre recuerdos de las afrentas a su hija mayor. Lira guardó las manos en los bolsillos y exhaló. Por eso no le gustaba hablar de las Rollettes con su familia. Siempre acababan hablando de Olivia. Era el ejemplo para todo. Pero esta, más que sentirse halagada, desvió el tema de conversación hacia la peli y así, mientras empezaba a destriparles lo que pasaba en los primeros capítulos del libro, llegaron al cine. Olivia se llevó a Lira a comprar palomitas mientras sus padres compraban las entradas. Había mucha cola, así que Olivia aprovechó para ir al baño. Lira estaba a punto de ver el mismo tráiler por tercera vez en las pantallas que había tras la barra de aperitivos cuando escuchó su nombre detrás de ella. —¿Has venido al cine sola? —Qué triste… Al girarse se encontró con Julia, Rebeca y Tania. Se cruzó de brazos, casi como un automatismo de defensa. No se habían acercado para decirle lo bonita que era su falda, eso seguro. —No estoy sola. —¿Ah no? —le preguntó Tania, enarcando las cejas. De repente, recordó algo y su rostro se iluminó—. ¡Claro, hoy es viernes…! Has venido con tus papis, ¿a que sí? Se acordaba de que Lira nunca podía quedar los viernes; era su noche familiar. Lira sintió cómo su cara empezaba a arder. —Cállate, Tania.

—Ay, pero si no he dicho nada que no sea verdad —dijo esta, poniendo cara de niña buena—. Aunque seguro que te habría gustado venir con otra persona, ¿verdad? —añadió, y soltó una risita—. Venga, no disimules… —Es taaan evidente —intervino Julia. Lira la miró sin acabar de entenderla y la chica hizo una mueca—. Y taaan triste. —Patético —coincidió Rebeca. —Deje en paz —les espetó Lira. —Si yo lo digo por tu bien —insistió Julia—. A Eloy no le gustas. Lira frunció la boca. Sentía que el nudo de su estómago empezaba a trepar por su garganta. —Y a mí qué —masculló. Tania soltó una risita condescendiente. —Como si no fuera evidente que intentas impresionarlo con tus saltos… —Eso no es verdad. —Bueno… —Julia soltó una risita—. «Intentas», claro. Porque siempre acabas en el suelo. Las tres chicas estallaron en una carcajada estruendosa. —Ya, y qué casualidad que tú y Andrea siempre estáis cerca. —Lira no fue capaz de contenerse. Julia entornó los ojos. —Ay, Lira. Siempre echándole la culpa a los demás. —Deberías aprender a cerrar la mochila con candado —le recomendó Rebeca—. Aunque yo creo que te hicieron un favor con el maillot. —Es verdad, con las mangas, tus brazos habrían parecido dos morcillas… —De hecho, sí… Deberías darme las gracias —soltó Tania, con tal

despreocupación que Lira estuvo segura de no haber oído bien. Pero por la expresión desafiante de la que una vez fue su mejor amiga, sabía que no era así. Su mohín de superioridad atravesó a Lira como una flecha en llamas. No podía creerse lo que estaba diciendo Tania.

—¿Fuiste tú? —Si hubiera sido yo, claro… Pero ¿cómo iba a hacerle eso a Lira la Perfecta? No, claro que no —dijo, con una sonrisa tan falsa que Lira no tuvo ninguna duda. Lira vivió los siguientes segundos como horas enteras. Su mente se llenó de todos los recuerdos con Tania, de todos los años que habían compartido deberes, risas y cotilleos. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que aquella chica ya no existía. No quedaba rastro de su mejor amiga. A la Tania que ella había conocido le gustaba cotillear y, de acuerdo, a veces lo hacía con lengua viperina. Lira sabía que muchas veces se pasaba, pero eran solo palabras. Tania jamás había hecho algo así. —¿Qué te he hecho yo? —Existir —le soltó Julia. —Y llevar ese peto tan hortera —dijo Tania—. El abrigo no lo esconde, ¿sabes? —Bueno, ya lo dicen, el estilo se tiene o no se tiene… —comentó Rebeca. —Y tú, Lira, tienes menos estilo que mi abuela la del pueblo —se rio Tania. Lira se quedó muda. El nudo se había atascado en su garganta y, con él, todas las respuestas que se le ocurrían. ¿Cómo no había visto antes que Tania era una víbora? ¿Cómo no veía Dani con qué clase de chicas se juntaba su novia? —Bueno, nosotras nos vamos, ¿no? —dijo entonces Julia. Si Lira no reaccionaba, meterse con ella no tenía gracia. Antes de que ninguna de sus amigas pudiera responder, se oyó, a sus espaldas: —¡Eh, Lira! —Olivia las había visto desde lo alto de la escalera y al darse cuenta de que Lira estaba al borde de las lágrimas, había acelerado el paso. Se colocó entre las chicas y Lira, a modo de escudo, y clavó la mirada en Tania—: ¿Va todo bien, Tania?

Ni siquiera las ganas de Tania de pavonearse delante de sus nuevas amigas eran capaces de conseguir que no se empequeñeciera delante de Olivia. Tania y Lira habían sido amigas desde crías, así que Tania había crecido viendo a Olivia siempre por delante de ellas, como la hermana mayor que no tenía. —Sí, ya nos íbamos —respondió Julia por su amiga. Tania asintió con la cabeza. —Solo queríamos saludar. Decidles hola a vuestros padres. —No te olvides el sillín para niños para que puedas ver bien la peli. Desaparecieron entre carcajadas. —Perdón, había mucha cola —se disculpó Olivia, cuando estuvieron solas de nuevo—. ¿Y papá y mamá? —Aún estarán con las entradas —respondió Lira, incapaz de apartar la mirada de las tres chicas. Algo en ella necesitaba comprobar que se marchaban de verdad. —¿Qué te estaban diciendo? —Da igual. —¿Te están molestando? ¿Es Tania? ¿Por eso estás de tan mal humor últimamente? Olivia insistió algunas veces más antes de que Lira le susurrara que no quería hablar ahí. Su hermana la miró con las cejas enarcadas y le hizo prometer que se lo contaría todo cuando llegaran a casa. Lira asintió. Cualquier cosa con tal de dejar el tema de una vez.

La habitación de Olivia era más grande que la de Lira, pero tenía tantas cosas por todas partes que parecía que faltara espacio. Las paredes estaban llenas de pósteres de pelis, imágenes de patinadores y fotos de Olivia y sus amigas. El escritorio estaba escondido bajo una inundación de libros, libretas y apuntes, e incluso alguna camiseta perdida. «Olivia debe de tener más ropa fuera de los armarios que dentro», pensó Lira mientras apartaba unas mallas térmicas para sentarse sobre la cama. —A ver si ordenas, eh… —le dijo, mientras observaba la ropa amontonada en la silla de hierro forjado que había junto a la puerta. Tras esta colgaban un montón de chaquetas y fulares. —No seas plasta —le respondió Olivia, y le dedicó una sonrisa amable antes de sentarse delante de ella. Le ofreció una tableta de chocolate con leche y señaló el segundo cajón de su escritorio—. También tengo chuches y patatas fritas. Pero no se lo digas a mamá y a papá. Lira dibujó una sonrisa traviesa antes de partir una onza de chocolate. —Gracias. —¿Y ahora, me vas a contar qué te pasa? —le preguntó Olivia, sin molestarse en allanar el terreno de la conversación—. ¿Es por Tania? Porque si… Lira meneó la cabeza de lado a lado, así que Olivia no terminó la frase. —He tenido un mal día. Y estoy cansada —respondió. —Ya. —Olivia la escrutó con atención—. Eso dices siempre que te pasa algo y no quieres contarlo. —Se quedó callada durante unos segundos, esperando a que su hermana reaccionara, pero todo cuanto hizo fue morderse el labio inferior con la mirada gacha—. Llevas muchos días de mal humor. Lira, si Tania te está haciendo la vida imposible, dímelo. No serás una chivata. —Eso no me preocupa —dijo Lira. El primer día de instituto había terminado en el despacho del director acusando a un chico que la había llamado gafotas. Aun así, Olivia no suavizó su expresión, y finalmente Lira soltó un suspiro—. Lo de Tania ha sido solo hoy.

—Ya. ¿Entonces por qué estás así desde antes de las vacaciones de Navidad? Siempre estás enfadada, te quejas por todo… —¡Mira quién habla! Eres la reina de las quejas. —Eso es lo normal en mí. Además, estamos hablando de ti. ¿Por qué no me lo quieres contar? —Porque no me pasa nada. —No me lo creo. —Olivia se cruzó de brazos, y esperó a que Lira reaccionara —. Pues vale, no me lo cuentes. Ya veo que solo te importo para lo que te importo. Se levantó de la cama bruscamente y, bajo la sorprendida mirada de Lira, se encaminó hacia la puerta. Antes de que llegara a poner la mano en el pomo, Lira le preguntó: —¿A qué viene eso? —Me pediste ayuda para aprender a patinar y, en cuanto has tenido a tu equipo, te has vuelto a olvidar de mí. —No es verdad. —Ah, no, claro, has venido a todas mis competiciones. —Olivia la fulminó con la mirada. —Porque siempre las tienes el sábado por la mañana, y yo tengo entreno — susurró Lira, en parte para no hacer ruido y en parte para conseguir que Olivia se acercara otra vez a la cama. —No te vas a morir por ponerme por delante de las Rollettes un día —le dijo Olivia, entre dientes—. Pero da igual. Ya veo que solo te importo para lo que te importo. —Así que es por eso. Eres tú a quien le pasa algo. ¿Estás enfadada conmigo? —¡Pues claro! —exclamó Olivia, llevándose las manos a la cabeza—. Claro que estoy enfadada, no has venido a verme ni una vez.

—El año pasado tampoco fui y… Lira calló, porque por cómo empezaba a fruncir el ceño de Olivia, supo que solo iba a empeorarlo. —Pensaba que ahora que también patinabas, se te habría pasado la alergia a la pista de hielo. Y no sé, que entenderías lo importante que es que te apoyen… Llámame loca —dijo, entre dientes. Lira se quedó mirando a Olivia con los labios entreabiertos, tratando de encontrar algo que decir. —No sabía que era importante para ti. —Pero ¡si te he invitado a que vinieras mil veces! —Eso no es lo mismo —dijo Lira, en un hilo de voz—. Pero… lo siento. No es que no quiera apoyarte. —¿Entonces? ¿Te caigo mal o algo? Lira meneó la cabeza de lado a lado. No le gustaba ir a las competiciones de Olivia porque se traducían en mañanas enteras hablando de Olivia, pensando en Olivia, observando a Olivia, aplaudiendo a Olivia… Y lo que realmente la hacía querer mantenerse alejada de la pista: oyendo las alabanzas de sus padres. No tanto lo que decían sobre Olivia, sino los comentarios sutiles sobre Lira. Ella, al contrario que su hermana mayor, no había encontrado nada en lo que destacara. Le gustaba todo y nada a la vez. Por eso no le gustaba ir a las competiciones de Olivia, porque se sentía menos que ella. Había sido muy egoísta. A Lira le habría gustado ser capaz de decirle todo aquello. Sin embargo, lo único que salió de su boca fue una disculpa. —Lo siento, Olivia. De verdad. Si es tan importante para ti, iré a verte a la próxima competición que tengas. Te lo prometo. —Da igual, déjalo —le dijo Olivia.

Lira insistió. —Y no es que no quiera contarte mis cosas, es que… Me cuesta. Lira era extravertida, le gustaba hablar con todo el mundo, pero en cuanto era momento de abrirse y hablar desde el corazón, se bloqueaba. Por eso tuvo que ordenar bien las palabras y respirar profundamente antes de empezar a contarle a Olivia todo lo que había pasado en su vida aquel último curso. Fue un torrente de palabras que Olivia no cortó en ningún momento. A Lira le costaba abrirse cuando tenía problemas, y cuando lo hacía, era mejor dejarla avanzar. Y así, frente a una Olivia comprensiva, Lira habló por primera vez del daño que le había hecho Tania al dejarla de lado, de la estupefacción que había sentido ese mismo día al descubrir que ella había estado detrás del boicot de su vestuario en el festival de Navidad, y de la vergüenza que la acompañaba desde entonces, mezclada con la rabia y la frustración con la que acababa casi todos los entrenos del equipo. Había fallado porque había estado más preocupada por su maillot que por patinar. —La he cagado con Andrea —murmuró, como punto y final. Esta había asegurado mil y una veces que ella no había estropeado el maillot, y Lira no se la había creído en ningún momento. Si había decidido dejar pasar el tema era porque estaba convencida de que había sido Andrea y no quería más problemas en el equipo; si no, Alena no las federaría en la vida. De haber sabido que era Tania la que estaba detrás de todo eso, las cosas habrían sido muy diferentes. Y más teniendo en cuenta que Julia ya no estaba en el equipo. —Pues pídele perdón. —Ya, claro. No es tan fácil. —¿Por qué no? Porque Andrea se había reído de su nombre a los dos minutos de conocerla. Porque se había pasado meses metiéndose con ellas y sus amigas.

Porque aunque no lo hubiera confesado, tuvo algo que ver con los tornillos flojos de los patines en la exhibición. Porque no confiaba en Andrea. —Porque me da vergüenza —acabó murmurando—. ¿Y si no me perdona? —¿Y si lo arregláis? —rebatió Olivia, poniendo los ojos en blanco. Lira tendía al catastrofismo. Lira soltó un suspiro. —El lunes hablaré con ella. —Ve mañana a verla —le aconsejó Olivia—. Si quieres, yo te acompaño a su casa antes del entreno. Si es cosa tuya, no lo hagas con las demás. Sois un equipo, pero hay cosas que una tiene que hacer sola. —Ya te he dicho que no viene a entrenar —le recordó Lira. —Invítala entonces —concluyó Olivia—. En serio, hazme caso: hablando la gente se entiende. Lira no las tenía todas consigo, pero sabía que era lo único que podía hacer. Tenía que pedirle perdón a Andrea y quería demostrarle a ella, a Eloy y al resto, que no era rencorosa. Como si le hubiera leído el pensamiento, Olivia dibujó una sonrisa pícara y se atrevió a preguntarle a Lira por Eloy. Al instante, Lira abrió tanto los ojos que Olivia no pudo reprimir una risa suave. —Jimena insinuó hace tiempo que se había apuntado al equipo por ti… Eso bastó para que el rostro de Lira se tiñera de rojo, perceptible incluso en la semioscuridad de la habitación. Las evasivas de Lira fueron la gasolina necesaria para que Olivia quisiera saber más. Sacó una bolsa de patatas del fondo del tercer cajón de su escritorio y se preparó para escuchar. Había conseguido traspasar la muralla tras la que se protegía Lira y no iba a dejar pasar la oportunidad.

11

El arte de pedir perdón

Lira tenía muchas virtudes, o al menos eso le repetía su abuela cada vez que iban a visitarla, pero entre ellas no estaba itir que se había equivocado. Y mucho menos pedir perdón. Tal y como le había prometido, Olivia la acompañó hasta el edificio de Andrea. Esperó con ella en la calle a que le abrieran la puerta y se marchó, no sin darle un abrazo y desearle buena suerte. Lira la observó desaparecer desde el portal, preguntándose por enésima vez si aquello era una buena idea. Sus padres siempre le habían dicho que presentarse en casa de alguien sin avisar era de mala educación, y se estaba saltando aquella norma básica. A lo mejor Andrea aún estaba durmiendo, se dijo mientras abría la puerta del ascensor. Le dio al botón del tercero. O a lo mejor había salido. O no había dormido en casa. O le cerraba la puerta en las narices en cuanto la viera. Seguro que pasaría eso último. Es lo que Lira hubiera hecho. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lira se recolocó la bolsa de los patines, inhaló profundamente y salió a un rellano elegante, de paredes tan blancas como impolutas, con una puerta de madera maciza a cada extremo del pasillo. Antes de que Lira pudiera comprobar cuál era el piso A, la puerta de la izquierda se abrió. Tras ella asomó la cabeza un hombre rubio, de facciones redondeadas, ojos almendrados y una barba prominente manchada por un copo blanco en la zona de la barbilla. —Hola —lo saludó Lira, mientras se acercaba—. He venido a ver a Andrea. El hombre echó la cabeza hacia atrás para llamar a la chica con un grito agudo. Volvió a mirar a Lira y le hizo un gesto para que entrara. Se encontró con un

recibidor de suelo, paredes y muebles blancos. El único toque de color lo daban los abrigos del colgador y un gran ramo de rosas rojas. —A ti no te conozco —le dijo el hombre tras cerrar la puerta y mirar a Lira de arriba abajo—. ¿Cómo te llamas? —Soy Lira. Prefirió no añadir que quizá sí había oído hablar de su hermana Olivia, porque iba a la misma clase que Olga, la hermana mayor de Andrea; si era así, no habrían sido buenas palabras. —Yo soy Juan, el padre de Andrea —se presentó el hombre—. ¿Eres amiga del instituto? —Sí, eh… —¡Ah, si llevas los patines! Andrea, sin saberlo, salvó a Lira de tener que responder. Apareció por el pasillo con un pijama rosa de conejitos y unas zapatillas enormes de peluche con forma de oso. —¿Qué haces tú aquí? —preguntó en cuanto vio a Lira. Fulminó a su padre con la mirada; no debería haberla dejado pasar. ¡No debería ni haberle abierto la puerta! —Eh… —balbuceó Lira, mirando alternativamente a Andrea y a su padre. —¡Eres del equipo de patinaje! —exclamó Juan, reparando de pronto en el dibujo de los patines de la bolsa de Lira—. ¿Dónde vais? ¿Tenéis excursión? Cariño, no me… —Papá, ¿podemos ir a mi habitación? —lo interrumpió Andrea, procurando usar un tono suave—. Creo que Lira quiere contarme algo. Personal. Es que tiene muchos problemas, ¿sabes…? Antes de que su padre respondiera que por supuesto, Andrea ya estaba arrastrando de la mano a Lira hacia su cuarto.

La habitación de Andrea no tenía nada que ver con la de Lira. Como el recibidor de la casa, parecía sacada de una revista de decoración. Todo estaba en su sitio. Incluso la cama estaba hecha, y eso que eran poco más de las diez de la mañana. —¿Qué haces aquí? —le espetó en cuanto cerró la puerta. Se sentó en la silla del escritorio, pero no le ofreció asiento a Lira. Lira tomó aire. Había ensayado esa conversación mil veces con Olivia la noche anterior. Tenía claro lo que quería decirle. Pero no era fácil itir que se había equivocado y mucho menos estando en el territorio de Andrea. —Quería pedirte perdón. —Lo mejor era ir al grano—. Sé que tú no estropeaste mi maillot. Siento… Siento haberme portado tan mal contigo. Andrea trató de disimular la sorpresa con una mueca de desprecio.

—Ya. —He sido una borde contigo. —Pues sí. Lira agachó la cabeza, incómoda. —Lo siento. Andrea la miró de hito en hito con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Y a qué viene esto? —He descubierto quién rompió mi maillot. —¿Ah sí? —preguntó, esta vez sin esconder su interés—. ¿Y quién fue, si se puede saber? Lira soltó un suspiro. —Tania. —¿En serio? —exclamó Andrea. —¿Por qué te sorprende tanto? —Pues, la verdad… Pensaba que había sido Julia. Lira le contó el encuentro con Julia, Tania y Rebeca en el cine, omitiendo los detalles de los insultos y del rescate de Olivia. —Seguro que lo planearon juntas —concluyó Lira. Andrea se quedó mirándola durante unos segundos que se le hicieron eternos a Lira. —Vale, pues ya está, ya me has pedido perdón, ya puedes irte —le dijo finalmente, señalando la puerta.

Lira se quedó quieta y susurró, dubitativa: —Eh… Andrea… ¿Quieres… venir al entreno? —No, gracias. —Va, ven, te lo pasarás bien, ya verás —insistió Lira. —Seguro que a tus amiguitas les encanta verme ahí. —En serio, Andrea, lo siento mucho —repitió Lira, y lo haría cuantas veces fuera necesario—. Siento haber pensado que habías sido tú, y no haberte creído. Y también haberte mentido sobre lo de los entrenos en el parque. No debería haberlo hecho, me he portado muy mal contigo. Entiendo que no quieras venir —dijo, tan deprisa que tropezaba con sus propias palabras—. Pero somos un equipo, y tú formas partes de él. Tienes tanto derecho como cualquiera de nosotras a estar ahí. Además, a las otras les caerás mejor cuando sepan que tú no tuviste nada que ver con lo de mi maillot. —¿Y cómo sabes que no? —preguntó Andrea, lo que pilló a Lira por sorpresa—. ¿Cómo sabes que no lo planeé con Julia, Tania y Rebeca? Lira parpadeó, tratando de comprender qué pretendía Andrea con aquella pregunta. Una duda fugaz atravesó sus pensamientos, pero se esforzó por ignorarla. —Dices que no has tenido nada que ver… —susurró. —¿Y ahora me crees, mágicamente? —Ya no vas con Julia y las demás. Y si estás en el club por fastidiarnos, lo haces muy mal —soltó una débil risita para tratar de romper la tensión—. Te lo curraste mucho para el festival. Estás mejorando un montón. —Porque me esfuerzo. —Ya. —Así que ya me crees.

—Sí —respondió Lira, y tras unos instantes de duda, dijo—: Pero lo de la exhibición no me lo creo. Andrea soltó un bufido hastiado. —¿No puedes olvidarlo? Al instante, Lira oyó con nitidez la voz de Eloy en su cabeza: «No sabía que fueras tan rencorosa». —Sí. —Y al momento añadió, con voz amable—: Pero que quede claro, sé que fuiste tú. Andrea carraspeó. —¿Y te da igual? Es decir, si lo hubiera hecho, claro… ¿Te daría igual? —Pues no, pero yo también he hecho mal algunas cosas, y no puedo esperar que me perdones si yo no te perdono a ti, ¿no? Si lo hubieras hecho, claro —dijo Lira, y esbozó una sonrisa cómplice. A Lira le había caído mal Andrea desde el momento en que se había reído de su nombre, y más allá de sus insultos, que se hiciera amiga de Tania no había ayudado precisamente. Aún se sentía dolida por lo que había pasado con Tania; olvidar tantos años de amistad no era fácil, y ver a su ex mejor amiga con otras la hacía sentirse aún más rechazada. Por eso había sido tan dura con Andrea y no había sabido ver que sus intentos de hacer las paces eran honestos. Andrea le había dado motivos a Lira para caerle mal, pero esta se había aferrado a ese odio incluso cuando el rencor y la envidia se habían convertido en sus únicas motivaciones. Desde luego, Lira también se había equivocado. —Claro —respondió Andrea, a modo de eco, replicando la sonrisa de su compañera de equipo. —¿No podemos hacer las paces? ¿Borrón y cuenta nueva? Estoy harta de malos rollos. Le quitaban demasiada energía.

Andrea tardó unos segundos en responder. —Yo también. Por mí estamos en paz. Pero tranquila, no hace falta que me invites a entrenar con vosotras. —Ya sé que «no hace falta». Pero en serio, vente. ¿Tienes algo mejor que hacer? —le preguntó, echando mano del recurso que sus amigas habían utilizado con ella en Navidades. Andrea la miró de arriba abajo. Esta vez, la sonrisa se le escapó sin que pudiera hacer nada para evitarlo. En realidad, se moría por ir. Las dos horas de entreno semanal en el instituto se le quedaban cortas, y aunque a veces iba a patinar los findes, hacerlo sola era terriblemente aburrido. —Vale, pues si me dejan, voy. Pero antes… Quiero contarte algo. —No tenía pensado hacerlo nunca; durante los últimos meses había creído que se llevaría el secreto a la tumba. Sin embargo, Lira se había tragado el orgullo y había ido a su casa a pedirle perdón. Si quería hacer borrón y cuenta nueva de verdad, debía contar la verdad.

Andrea se lo confesó todo sentada en la silla de su escritorio, apartando los ojos de Lira cada dos por tres. Julia y Andrea se habían apuntado al club para crear malos rollos entre las Rollettes y conseguir romper el club desde dentro. «Se nos fue la pinza, estábamos muy enfadadas y queríamos el club de vóley», se justificó. El plan era conseguir que se enfadaran las unas con las otras hasta que no quisieran volver a verse ni en pintura y disolvieran el club. Unas semanas después de empezar los entrenos, Andrea se echó para atrás. No era justificación, pero era muy impulsiva, y más cuando estaba enfadada. El paso de los días la había ayudado a verlo todo en perspectiva. Al fin y al cabo, nadie les aseguraba que conseguirían el club de vóley si acababan con las Rollettes, y el patinaje le gustaba. El esfuerzo de fastidiar a las Rollettes ya no valía la pena; prefería invertir el tiempo en aprender a patinar. Cuando le propuso a Julia ir a ver ropa de patinaje un viernes por la tarde, esta se rio en su cara. Aquella tarde fue el inicio del fin de su amistad. Desde entonces, Julia había dejado de confiar en ella y de compartir cotilleos y comentarios crueles en el patio. Aun así, siguió juntándose con ella y con Rebeca y Tania porque eran las únicas amigas que tenía en el instituto. Las Rollettes no la soportaban —solo Dani—, y el resto de su clase le tenía manía por culpa de los rumores sobre el boicot de la exhibición. La ruptura definitiva fue su particular regalo de Navidad. Quedó con las tres durante las vacaciones, y pronto se dio cuenta de que ya no tenía nada en común con ellas. Sus constantes burlas a las Rollettes ya no le hacían ninguna gracia, y odiaba que Julia negara estar detrás del maillot roto cuando era evidente que era así. Andrea insistió hasta que Julia perdió la paciencia y le preguntó si quería que confesara para chivarse al director, porque ahora parecía una de ellas. Hasta le había regalado un punto de libro con un patín a Lira por el amigo invisible. La discusión escaló y terminó con Andrea gritándole a Julia que era una amargada sin vida propia. No habían vuelto a hablar desde entonces. A Andrea le hubiera gustado poder decir que se plantó frente a sus amigas para defender el honor de sus compañeras de equipo, pero lo cierto es que fue la rabia y la impotencia que sentía al saber que ahora las Rollettes la odiaban más que

nunca por culpa de Julia. No quería ni imaginar la de miradas que recibiría cuando volvieran al instituto. Lira escuchó en silencio, inundada por un extraño alivio. Al final las Rollettes no habían sido tan paranoicas respecto a las intenciones de Andrea y Julia. La Andrea que le había confesado todo aquello, vestida con un pijama rosa y unas zapatillas de peluche, no se parecía en nada a la chica que se había reído despiadadamente de ella a principios de curso. Parecía que hacía una eternidad de aquello. La gente puede cambiar. ¿Y qué podía hacer Lira sino tenderle la mano a Andrea? Esperó en la habitación, curioseando los pocos libros que Andrea tenía en las estanterías a los pies de la cama, mientras esta iba a hablar con sus padres. Volvió diez minutos más tarde, ya vestida con su chándal de patinaje y el pelo recogido en dos coletas altas, decoradas con borlas plateadas. —Ya estoy lista —anunció, sonriente. Salieron de casa tras despedirse a todo correr. Llegaban más de cuarenta minutos tarde. —Oye, Andrea… ¿Tú crees que Dani sabía que fue Tania? Julia lo sabía y, bueno, salen juntos, ¿no? Andrea meneó la cabeza de lado a lado. —Me lo habría dicho —afirmó con un convencimiento del que Lira no se atrevió a dudar—. Además, Julia rompió con él en vacaciones. Andrea lo anunció con una sonrisa contenida que disparó las alertas de Lira. ¿Eran imaginaciones suyas o Andrea se había puesto un poco roja? —¿En serio? No nos ha dicho nada —respondió Lira, sin pensar. En realidad, lo más normal era que no se lo hubiera contado. Tampoco les había dicho que salían, al fin y al cabo. Andrea se encogió de hombros.

—Lo que me extraña es que no se haya desapuntado del equipo. —Yo creo que le da vergüenza —se rio Lira—. Cantaría mucho. —Ya —coincidió, y se sumó a la risa de Lira. —¿Sois muy amigos? —Desde pequeños. No hay muchos niños en el edificio. —¿Te gusta? —le preguntó Lira, sin rodeos, lo que pilló a Andrea de improviso. Se volvió hacia Lira con los ojos abiertos de par en par. —¡No! Lira soltó una risa. —Bueno, bueno, tranquila. Era por hablar de algo. —¿Y por qué no hablamos de ti? —terció Andrea, y a Lira se le heló la sonrisa. —Pues tengo una hermana —dijo, antes de que Andrea pudiera añadir nada más —, ya la conoces. Y un padre, una madre, y ninguna mascota. Quiero un gato. Me gustaría tener un gato. Mi color favorito es el azul y… —¿Quién te gusta? —… Y no me gusta nada de nada el negro. Ah, me encanta el zumo de piña. Y el limón. Cuando era pequeña me comía limones con piel, a mordiscos. Andrea soltó una carcajada. —¡Qué asco, Lira! —Ya, ahora no soy capaz —dijo esta—. Lo he probado. —Genial. Pero responde: ¿quién te gusta? —¿Tú has sido sincera? —Es Eloy, ¿verdad?

Lira apretó el paso de forma instintiva. Cuanto antes llegaran al parque, antes terminaría aquella conversación. —¿Por qué yo tengo que responder y tú no? —Eso es un sí. Y yo ya te he respondido. —Pues no me lo creo. Parecía que te alegrabas de que Dani y Julia hubieran roto. —Porque Julia es mala —respondió ella, y tras recibir una dura mirada de Lira, añadió—. Venga, no se lo diré a nadie. Si no te gusta, lo parece… Lira tragó saliva. —¿Tanto se nota? Y lo más importante: ¿se habría dado cuenta él? —Bueno… Un poco. Pero da igual, a él también se le nota que le gustas. Lira soltó una risa amarga. —Claro, por eso ni nos hablamos. —Nosotras hemos hecho las paces, ¿no? ¿Por qué vosotros no? —Es él el que está enfadado. Andrea meneó la cabeza de lado a lado. —Tenemos que hacer algo —resolvió Andrea—. Quedar todos un día y… —¿Como ahora? —Entrenar no vale. Algo diferente… —¿Para qué? —Pues para que os veáis fuera del insti y habléis tranquilamente. Si quieres me las apaño para dejaros a solas.

—Ni de broma, eso sí que cantaría. —Lo digo en serio. Además, nos iría bien, ¿no? Como equipo, digo. Quizá hacer algo diferente todos juntos nos ayude a…, bueno, a arreglar los problemas. «A hacer que las demás dejen de odiarme», quiso decir. —¿Y qué hacemos? ¿Ir al zoo? —No me gustan los zoos; son prisiones para animales —respondió Andrea, con seriedad. —Era broma —aclaró Lira—. Pero en serio, ¿tienes alguna idea? —Podríamos ir a patinar sobre hielo. La propuesta de Andrea tomó a Lira completamente desprevenida. —¿Lo dices en serio? —Claro, ¿por qué no? —¿No decías que patinar no cuenta? —Entrenar no cuenta —corrigió—. Y patinar sobre hielo no es lo mismo que patinar sobre ruedas. —Ya lo sé. Mi hermana hace patinaje sobre hielo. Compite desde hace tiempo. —¿De verdad? —A Andrea se le iluminó la mirada. —Pensaba que tu hermana te lo habría dicho. Al parecer son archienemigas a muerte. Andrea le explicó que Olga y ella se llevaban bien por obligación, y que casi nunca se contaban sus cosas. Olga tampoco hablaba mucho del instituto en casa, así que no había ni oído hablar de Olivia. —¿Será esta la primera que vez que las hermanas pequeñas demos ejemplo a las mayores?

—En mi caso, seguro. —Lira sonrió. Se había pasado el camino a casa de Andrea pensando en todo lo que esta podría echarle en cara; ni se le había pasado por la cabeza que aceptara ir al entreno y aún menos se había atrevido a imaginar que estarían hablando como buenas amigas. —Entonces, ¿qué te parece? ¿Quieres que propongamos ir a patinar algún día? —preguntó Andrea. —Vale, pero… ¿lo dejamos para más adelante? Creo que hoy no van a estar de humor —dijo, y en cuanto vio el mohín preocupado de Andrea, se apresuró a aclarar—: Ya conoces a Jimena. Le cuesta cambiar de opinión. Pero si no está a malas, es muy maja, ya verás. —Pero iremos. —Andrea señaló a Lira de forma amenazadora con el dedo índice—. Así hacemos equipo. Y si tú y Eloy aprovecháis y hacéis las paces, mejor que mejor. Pero todo es por el equipo, claro. A Lira se le ensanchó la sonrisa. —Claro.

Para ser fieles a la verdad, Lira no las tenía todas consigo cuando invitó a Andrea al entreno libre. Las reacciones de perplejidad cuando llegaron al parque no se hicieron esperar. Gala, Jimena y Mina fueron las que más rato estuvieron de morros, pero en cuanto Lira les contó las novedades, no tuvieron más que tragarse su desacuerdo. Y aunque ese día Andrea y el resto de las Rollettes enterraron el hacha de guerra, no fue suficiente para mejorar el ánimo del equipo. A medida que ensayaban la coreografía, las envidias se fueron ahondando y los resentimientos se volvieron cada vez más evidentes. Mina estaba empezando a convertirse en una borde integral en la pista; siempre contestaba mal a cualquier comentario o crítica y se centraba solo en lo suyo, lo que provocaba que perdiera la coordinación en todos los ensayos. María llevaba dos semanas sin hablarle a Laura porque a la otra le salía la pirueta alta y a ella no, y Jimena estaba tan frustrada con los saltos que había tomado por costumbre reírse por lo bajo de las piruetas de los demás. Era lo que mejor le salía. No había entreno en que no hubiera al menos una bronca y la advertencia de Alena de que no iba a federarlas, ni día en que Lira no terminara quejándose del equipo en casa. Lo único que consiguió devolverle la esperanza fue que el equipo al completo se había apuntado a la idea de ir a patinar sobre hielo. Bueno, y que Eloy ya no la mirara como si fuera lo peor del mundo tampoco estaba mal. Claro que no iba a itirlo en voz alta, aunque por lo que había podido comprobar (para mortificación suya), no se le daba bien disimular. Andrea había adoptado la costumbre de guiñarle un ojo a Lira cada vez que la pillaba mirando a Eloy de reojo. —Tengo grandes planes para el sábado —le anunció el lunes anterior a la salida, y convirtió aquella frase en una especie de mantra, que pronunciaba siempre con una gran sonrisa en la cara. Quería demostrarle a Lira que podía contar con ella. Iba a ayudarla a hacer las paces con Eloy.

12

La magia del hielo

Las doce Rollettes se encontraron el sábado a las diez de la mañana en la entrada de la pista de hielo, con la emoción imponiéndose al cansancio. Entraron corriendo y prácticamente se abalanzaron sobre el mostrador de los patines; las únicas que se quedaron atrás fueron Olivia, Lira y Amelia, que se quedaron pagando las entradas con el dinero que los demás le habían dado a Olivia en la puerta. Era la mayor, y la única razón por la que a los padres de Lira no habían insistido en acompañarla. Las Rollettes se abrieron paso con los patines de alquiler por el vestidor, repleto de gente cambiándose de calzado y niños pequeños tratando de mover pingüinos de madera más grandes que ellos. —Son para que no se caigan en el hielo —les explicó Olivia cuando se sentó junto a Laura. Saludó con familiaridad al hombre de gafas que repartía los patines tras el mostrador y abrió su bolsa para sacar sus patines. Laura los observó sintiendo cómo la envidia la inundaba. Eran tan blancos como la nieve, muchísimo más bonitos que aquella birria de patines de plástico que Laura sostenía. Olivia no había dudado en apuntarse al plan de Lira y Andrea en cuanto estas se lo contaron. Ni siquiera se lo preguntó, dio por sentado que la querían ahí, y Lira la vio tan emocionada por patinar juntas que no se atrevió a decirle que era una salida de equipo. Olivia las había ayudado a aprender lo básico para la exhibición; si habían conseguido formar el club era también gracias a ella. Hacía años que Lira no patinaba sobre hielo, tantos que le parecía que aquella era la primera vez. El patinaje sobre hielo siempre había sido cosa de Olivia. —¡Pero si no pesan nada! —se sorprendió Lira, en cuanto dio dos pasos sobre el

suelo engomado con los patines puestos. —Así cualquiera hace un axel… —murmuró Amelia, dedicándole una sonrisa amable a Olivia, que refunfuñó por lo bajo. —No empecemos… —Olivia le devolvió la sonrisa a Amelia. —Yo voy a entrar ya —comentó Javier. Mina, Andrea y Dani se sumaron a él al instante. Los demás fueron entrando a medida que estuvieron listos. Las últimas fueron Olivia, que había ayudado a casi todos las Rollettes a comprobar si llevaban el número de patines que necesitaban en lugar de atarse los suyos, y Lira, a quien le supo mal dejar a su hermana sola en el vestidor. No les costó encontrar a las Rollettes en la pista. Estaban en una esquina, formando un corro enorme. —Ya están hablando… —Olivia puso los ojos en blanco. Una de las cosas que más odiaba cuando iba a patinar eran los grupos que creían que la pista era una plaza. Los estudiantes de la escuela de patinaje no podían molestar a los patinadores de sesión libre, y Olivia lo entendía. Lo que no entendía es que los estudiantes no pudieran ni quejarse cuando eran ellos los que molestaban, contándose sus vidas en grupo en medio de la pista o tirándose bolas de nieve que creaban recogiendo el hielo que se desprendía de la pista. Sin embargo, las Rollettes no estaban haciendo ninguna de aquellas cosas. En el centro del corro estaba Javier, acabando una pirueta más que decente a ojos de Olivia y perfecta a los del resto. —¡Uau! —exclamó Olivia al verlo—. Te sale muy bien. Javier se detuvo y, con la cara roja, murmuró: —¿En serio? —¿Has dado clases? No me suenas —comentó Olivia. Si había aprendido a patinar en la ciudad, sería en esa pista; era la única que había. Javier meneó la

cabeza de lado a lado, lo que provocó que Olivia abriera los ojos de par en par —. ¡Pues uau al cuadrado! Javier les explicó que lo que él siempre había querido hacer era patinaje sobre hielo. Su prima mayor lo hacía y, cuando se encontraban en Navidades, en el pueblo, Javier se moría de envidia al oírla hablar sobre sus competiciones. Las Navidades pasadas, ella había tratado de convencer a los padres de Javier para que lo apuntaran a clases, pero se habían negado en redondo. El patinaje sobre hielo era demasiado caro, y más si pretendía competir. Olivia insistió en ver qué más sabía hacer y poco a poco, las Rollettes se fueron dispersando por la pista en pequeños grupos. La mayoría daban vueltas a la pista mientras charlaban, probando de vez en cuando un águila o un ángel. A medida que fueron tomando confianza con el hielo, algunas, como Amelia, se atrevieron hasta a probar algún salto simple. —¿Ves? Ha sido buena idea —le dijo Andrea a Lira, absorta por seguir los intentos de salto del tres sobre hielo de Amelia. Olivia le indicó a Amelia que se acercara y se apoyó en ella para doblar la pierna derecha y señalarle la cuchilla mientras le decía algo que Lira no llegaba a oír. Esta apartó la mirada y se volvió hacia Andrea. —Eso parece, ¿no? —Ahora solo falta… —susurró esta, alargando la voz en tono insinuante. Lira habría sabido a qué se refería aun si Andrea no hubiera señalado con la cabeza a Eloy como estaba haciendo, sin ningún disimulo. El chico trataba de coger velocidad yendo hacia atrás, sin dejar de vigilar por encima de su espalda. Pasó por delante de ellas sin mirarlas y Andrea se volvió hacia Lira, que entornó los ojos. —¿Y yo qué quieres que haga si sigue enfadado? —No sé, ¿hablar con él, por ejemplo? ¿Hacer las paces? —Es él el que está enfadado —le respondió Lira. —No seas orgullosa.

Lira meneó la cabeza de lado a lado. —¿Por qué no dejamos el tema? Dijimos que esto era por el equipo. —Claro —le respondió Andrea con una sonrisa ladina. Le agarró la mano a Lira para que se detuviera y le pidió que la esperara. Le dolía algo en la bota. Se apartaron hacia un lateral y Andrea se agachó—. ¿Puedes mirar si la lengüeta está bien? Creo que está rota. —A ver… —Antes de que Lira hubiera terminado de agacharse, Andrea la agarró de la manga de la chaqueta y pegó un tirón para hacerla caer de culo al suelo—. ¡¡Auuu!! ¡¿Pero qué haces?! —¡¡AY, LIRA!! —Andrea elevó su voz por encima de la de su amiga—. ¡¿ESTÁS BIEN?! ¡¿TE HAS HECHO DAÑO?! —Pero baja la voz —siseó Lira, que no pudo evitar mirar por encima del hombro para comprobar si habían llamado la atención. Solo se giraron siete personas, y habían perdido el interés casi al instante, pero a Lira aquello le parecía suficiente para morirse de vergüenza. Se sentía tan angustiada que ni siquiera oyó la frenada de los patines de Eloy tras ella. —¿Estás bien? A Lira le dio un vuelco el corazón al ver al chico junto a ella, con el rostro teñido de preocupación. Se puso de pie casi de un salto y se sacudió los restos de hielo del culo con nerviosismo. Ir a patinar no había sido tan buena idea. —Ha sido culpa mía —intervino Andrea, levantándose también—. No he podido frenar y me he chocado contra ella. Lo siento mucho, Lira. Esta tardó aún unos segundos en reaccionar y entender lo que estaba haciendo su amiga. Podría haberle preguntado si estaba de acuerdo con el plan, o haberla avisado al menos. —No pasa nada, estoy bien. —Uf, qué alivio —comentó Andrea con un vdeje exagerado—. Yo voy a atarme mejor los patines, no hace falta que me esperéis.

Y al instante se impulsó hacia la portezuela, mientras Lira y Eloy observaban cómo se alejaba en un silencio incómodo. Andrea podría haber sido un poco más disimulada. Pero si Eloy sospechó algo, lo disimuló a las mil maravillas. —Me alegra ver que ya os lleváis bien —le dijo a Lira. Esta se volvió hacia Eloy, algo cohibida, y asintió. —A mí también —dijo. La vida era mucho más fácil sin enemigas. —Me dijo que le pediste perdón —comentó Eloy, bajando la voz. Lira había omitido aquella parte cuando les había contado la visita a casa de Andrea al resto del equipo. Lira prefirió no darle demasiada importancia. —Es lo que tocaba. Eloy separó los labios para decir algo, pero se lo pensó mejor y los cerró. Los dos empezaron a patinar a la vez, con impulsos suaves. Pasaron unos segundos antes de que Eloy se decidiera a hablar. —¿Te dijo Tania por qué lo hizo? —Me odia —respondió Lira, sin pensárselo. Eloy le respondió que eso era decir mucho, pero ella insistió—: Me odia, no sé por qué, y me utiliza para hacerse la guay delante de Julia y Rebeca. —Claro, meterse con la gente es superguay —respondió Eloy, poniendo los ojos en blanco. —Para Tania, sí. Lira recordaba muchas tardes en casa de Tania, tiradas en el sofá hablando de las pintas de Carla, de 5º B, una chica tan alta que todos los pantalones le quedaban cortos, o de Casandra, la profesora con nombre y pintas de vidente, o de Juan, aquel chico tan rarito que había repetido tres veces cuarto de primaria. Tania siempre tenía una diana lista para sus dedos y ahora, al parecer, su favorita era Lira.

—Creo que deberías ir a hablar con el director. —No tengo pruebas, y de todos modos, ¿qué va a hacer? Mejor dejarlo pasar — dijo Lira—. Pero si vuelve a hacerme algo… Bueno, más le vale no intentarlo otra vez. Desde el encuentro en el cine, Lira no había vuelto a hablar con Tania. Se cruzaban en los pasillos, donde intercambiaban miradas heladas, si es que aguantaban sin apartar la mirada, con orgullo la una y rabia la otra. Ahora que sabía cómo era Tania, Lira estaba prevenida. Guardaba las distancias aún más que antes. Si algo había aprendido Lira ese curso era que la gente puede cambiar. Algunos, como Tania, a peor. Y otros, como Andrea, a mucho, mucho mejor. Prefería quedarse con aquellos últimos cambios, y creer que esa salida ayudaría a que olvidaran las discusiones tontas. Al menos María y Laura estaban trabajando juntas para conseguir transformar sus pasos de vals sobre ruedas en algo digno sobre hielo. Llevaban muchas semanas sin hablar más que lo justo y necesario, así que era un gran paso. —Si te vuelven a molestar, dímelo —dijo él, con total seriedad—. Somos un equipo, te ayudaremos. Lira se volvió un segundo para observar su cara. —¿Ya no estás enfadado? —No estaba enfadado. —Ah, ya, así que eres así de borde de verdad. Eloy hizo un mohawk para cambiar de dirección. Así podía mirar a Lira a la cara mientras hablaban. Eso sí, le hizo un gesto para que corriera menos. —Estaba molesto. —¡Ves como estabas enfadado…! —Estaba molesto. No es lo mismo exactamente —dijo Eloy, y cuando Lira

enarcó las cejas, se encogió de hombros—. Me pareció muy mal lo del parque, ya te lo dije. Hicisteis sentir fatal a Andrea, y de verdad estaba intentando comportarse mejor. —Ya lo sé, no hace falta que me lo repitas —dijo Lira, entre dientes. —Has sacado tú el tema —se defendió él—. Mira, me molestó cómo tratasteis a Andrea. De Jimena, de Gala, de Mina incluso… me lo habría esperado. Pero de ti no, y por eso me molestó tanto. No me gusta la gente que se mete con los demás. —Yo no soy así —barboteó Lira, ansiosa por defenderse—. Si tuviera un giratiempo, iría atrás en el tiempo y haría las cosas bien, pero no lo tengo. —Bueno, le pediste perdón a Andrea y has convencido a las demás para que la acepten en el grupo. Eso está bien, ¿no? Lira esperó hasta ver cómo los labios de Eloy se curvaban en una sonrisa incipiente, y entonces asintió. —Ha sido buena idea venir a patinar, ¿verdad? Eloy asintió e hizo otro mohawk para volver a colocarse al lado de Lira. —Deberíamos hacer esto más veces. O ir a patinar por la avenida o… —Y entonces su rostro se iluminó bajo la que le pareció la mejor idea del mundo—. ¡Enseñaros a jugar a hockey! Seguro que Dani se apunta. Podemos quedar donde siempre, solo necesitamos conseguiros unos sticks. Pero no te preocupes, seguro que alguien del equipo nos deja alguno viejo que tenga por casa. Y por los patines, aunque Gala te diga lo contrario, ya sirven los de artístico. Lira no pudo reprimir una carcajada. —Y después podemos ir a hacer freeride —bromeó—, ya sabes, patinar en rampas y barandillas… Patinaje urbano, vamos. ¡Pero era broma! —se apresuró a aclarar antes de que Eloy pudiera reaccionar. El chico puso los ojos en blanco. —Yo lo digo en serio. ¿Por qué no?

Lira frenó suavemente, tratando de encontrar una buena respuesta. —Vale —respondió, resuelta, apenas unos segundos más tarde—. ¿Por qué no? —En verano os podemos dar un curso intensivo —propuso Eloy—. Si el resto del equipo está de acuerdo, claro. Así nos veríamos y no sería siempre entrenando… —Estaríamos patinando igual, eh —comentó Lira, sonriendo. —Pero el hockey y el artístico no tienen nada que ver. —Ni ruedas y hielo — añadió Lira. —Es verdad. Olivia me ha dicho que se patina con los filos, los lados, casi todo el rato, y esto de no tener freno me está matando. Casi me caigo de cabeza tres veces intentando frenar. —¡Pero si tú haces hockey! ¡Haz la frenada de hockey, debería ser lo primero que te salga! —dijo Lira. Se dio un par de impulsos fuertes y frenó de golpe, moviendo el cuerpo hacia la izquierda para frenar de lado. No logró clavar bien la cuchilla en el hielo y trastabilló, pero consiguió mantener el equilibrio y, finalmente, detenerse. Sonrió y saludó como si tuviera un gran un público delante y Lira le aplaudió antes de seguir patinando.

—Yo qué quieres que te diga —le dijo Eloy cuando la chica pasó por su lado—, a mí me gusta frenar con los tacos, ¡y es lo que me sale! —El artístico te ha intoxicado, eh —bromeó Lira, impulsándose hacia delante. Eloy sonrió y dijo, encogiéndose de hombros: —Qué le vamos a hacer. Pero las frenadas de hockey se me dan genial. —¿Mejor que a mí? —respondió Lira, forzando un tono ofendido—. Eso me gustaría verlo. Eloy no se hizo de rogar, y de la frenada de hockey pasaron a los mohawks, los ángeles y las águilas. Acostumbrados como estaban a las ruedas, les costaba controlar las cuchillas, así que la mitad de las veces terminaban en un intento poco digno para no caer. Se juntaron con Amelia, Javier y Gala, que también estaban practicando el salto del tres siguiendo los consejos de Olivia, y a ellos se unieron Andrea y María, y poco a poco el resto del equipo. A media mañana, los altavoces anunciaron que iban a pasar la máquina para arreglar el hielo y que se rogaba a los clientes abandonarla. Podían aprovechar para acudir al bar de la segunda planta. Las Rollettes no se lo pensaron dos veces. Se estaban muriendo de hambre. ¡El frío y el ejercicio abrían mucho el apetito! Las tripas de Lira rugían. Pero no estaba cansada. Esperó a Olivia y caminó junto a ella, detrás de todo el equipo, que trataban de decidir quién estaba más hambriento. —Yo quiero un bocata largo como mi pierna —oyó que decía Gala, lo que hizo estallar un enjambre de carcajadas a su alrededor. Lira sonrió, complacida con la escena, y miró de reojo a su hermana. Tenía razón: el hielo tenía algo de magia. —Parece que están de buen humor —comentó Olivia, como leyéndole los pensamientos—. Y ya te he visto a ti… —¡Olivia! —chistó Lira, por lo bajo. Le hizo un gesto para que callara y señaló

sutilmente a Eloy con la cabeza. Su hermana dibujó una sonrisa cómplice y le guiñó un ojo. —Lo pillo, lo pillo —susurró, y tras inclinarse hacia ella, le dijo, en voz aún más baja—. Hablamos luego. Que por cierto… vendrás a la competición, ¿verdad? Lira asintió. Le había prometido que iría a la próxima competición que tuviera, e iba a cumplir su palabra aunque eso significara tener que estudiar en el coche para el examen de Historia de primera hora del lunes. —Claro que iré. ¿Y por qué estás susurrando? —Pues también es verdad —respondió Olivia, alegre. Agarró la puerta que sujetaba Jimena y dejó pasar a su hermana, a quien le dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. Después me lo cuentas todo. Qué gran sábado, eh. Patinar sobre hielo por la mañana y ver una competición, ¡y mía!, por la tarde. ¿Quién te lo iba a decir a ti? —Yo creo que me estás echando algo en los cereales —dijo Lira, agarrada a la barandilla. Se volvió hacia ella un segundo para devolverle la sonrisa. Su hermana tenía razón. Aquel estaba siendo un gran sábado, y subiendo la escalera engomada detrás de todo el equipo al completo, sentía que el resto del año también podía serlo.

13

Un castigo y una promesa

Lira no tenía claro si había sido la magia del hielo de la que les habló Olivia mientras se ponían los patines, el vértigo al verse a un mes exacto del festival o el miedo a quedarse sin competir el año siguiente, pero fuera lo que fuese, funcionó. Tras la salida a la pista de hielo, el ambiente entre las Rollettes mejoró muchísimo, tanto en la pista como fuera de ella. No era que las pequeñas rencillas y envidias hubieran desaparecido del todo, pero al menos las mantenían a raya. Sabían que no iban a sacar nada bueno enfadándose entre ellas. Verse fuera del instituto, de los entrenos, las había ayudado a recordar que antes que compañeras de equipo, eran amigas. El festival de fin de curso empezó a monopolizar las conversaciones de las Rollettes, y también su tiempo. Aumentaron los entrenos a cuatro por semana para que todas pudieran ir al menos a dos (aunque algunas, como Lira, no se perdían ni uno), y empezaron a quedar también para comprar materiales para las decoraciones y los maillots y ayudar a Gala. Aunque les hubiera asegurado que ella y su madre podían con todo, a las demás no les parecía bien que cargaran con todo el trabajo. Así que se reunieron una tarde en el recreo de la mañana y decidieron que los sábados empezarían el entreno antes, después irían a comprar los materiales para las decoraciones y los maillots e irían a casa de Gala para ayudarla. No todas a la vez, porque no cabrían, pero las suficientes para adelantar el trabajo. Tras una reñida votación entre dos de los diseños de Gala, ganó la propuesta más colorida: un maillot de tirantes de color azul y turquesa, a juego con el escudo de sus patines, con una falda diagonal. Una raya blanca dividía la pieza en dos, desde el hombro hasta la cadera opuesta. Los chicos llevarían mallas ajustadas de color turquesa y una camiseta que la madre de Gala cosió especialmente para ellos, con la misma tela azul del maillot de las chicas.

Las Rollettes habían comprado decenas y decenas de brillantes de plástico, que con más y menos destreza, la mayoría aprendió a coser en la parte superior de los maillots, las camisetas y en las mangas. Los que se dieron por vencidos o prefirieron ni intentarlo, como Dani, Mina y Marta, se dedicaron a pintar las decoraciones. La peli de la banda sonora tenía lugar en un campo, así que crearon árboles, matas, hierba y hasta un molino —poco proporcionado respecto al árbol, todo sea dicho— con cartones que pidieron a las tiendas justo cuando cerraban y sacaban la basura. Ni siquiera con la llegada de los primeros parciales dieron al equipo de lado. Gala, Eloy, Dani y María faltaron a más de un entreno porque necesitaban estudiar también para los exámenes de recuperación, pero iban siempre que podían. A veces Lira se llevaba un libro escondido en la mochila cuando iba a casa de Gala, para repasar mientras cosían un brillante tras otro, aunque no duraba mucho encima de la mesa. —Al arte hay que entregarse en cuerpo y alma —decía Gala teatralmente cada vez que se lo escondía. Y así, entre entrenos, costura y manualidades, llegó mayo, y fue entonces, a dos semanas del festival, cuando Lira sintió que las Rollettes por fin eran un equipo. Sucedió el primer sábado de mes. Las Rollettes habían quedado en casa de Gala para acabar de dar los últimos retoques a las decoraciones. Esa tarde no iban a ir a patinar, y aun así, Andrea, Amelia, María y Javier aparecieron con los patines a cuestas. —Queremos que los pintes —le dijo Andrea a Gala mientras dejaba los suyos encima del sofá. —Por favor —añadió Amelia, casi al momento. Gala se volvió hacia ella, con los ojos abiertos como platos. —¿En serio? —Si todas lo hacéis… No voy a ser la única con los patines blancos —dijo, y dejó los patines junto a los de Andrea. Javier y María hicieron lo mismo con los suyos.

—No tienes por qué hacerlo si no quieres, puedes usar las fundas —le aseguró Lira. Amelia había sido tajante en su negativa a llevar botas pintadas. Esta dibujó una sonrisa tímida y dijo: —Quiero, de verdad. Somos un equipo, ¿no? Eso es más importante que el color de las botas. Lira no pudo evitar preguntarse si eso significaba que Amelia estaba dispuesta a pensarse lo de competir, pero prefirió no preguntarle nada. La conocía lo suficiente para saber que no era buena idea hacerla pensar en algo que la ponía tan nerviosa teniendo el festival a la vuelta de la esquina. No había vuelto a quejarse por actuar en público, pero aun así, Lira sabía que tampoco era lo que más disfrutaba en el mundo. Una semana más tarde, Andrea, María, Amelia y Javier tenían sus patines oficiales de las Rollettes, con el escudo en el patín izquierdo y un dibujo en el derecho. Andrea había elegido un diamante de colores con una pizca de purpurina; María, una mariposa violeta; Amelia, la silueta de un unicornio trazada en una fina línea azul, y Javier, un trébol blanco de cuatro hojas. Ahora todos tenían sus patines pintados. Todos llevaban las Rollettes en las botas, allá donde fueran. Ahora, por fin, Lira sintió que eran un equipo.

Lira no tenía tiempo para pensar en nada que no fuera el equipo o los exámenes, pero Andrea se empeñaba en distraerla. No había día en que no aprovechara algún momento para preguntarle por lo bajo qué tal iban las cosas con Eloy. Lira no sabía qué esperaba escuchar Andrea, pero estaba claro que todas sus respuestas la decepcionaban. Eloy y Lira hablaban todos los días en el instituto, en el parque o por el móvil. Hablaban de la idea de las clases de hockey, de los exámenes, la coreo o cualquier otra cosa. Habían vuelto a ser amigos. No había mucho más que contar, y a Lira le parecía más que suficiente. No estaba segura de que le gustara a Eloy, dijera lo que dijese Andrea, y de todos modos, tampoco tenía tiempo para preocuparse por eso. Debía centrarse en los exámenes y en los entrenos. —Tsss —Andrea llamó a Lira con un chistido. Esta levantó la cera del papel y vio que Andrea le señalaba su móvil. Aunque se suponía que estaban prohibidos en clase, la profesora de Plástica les dejaba sacarlo cuando tenían sesiones de dibujo libre como esa. Así podían buscar inspiración o, si lo preferían, un cuadro que copiar. Lo importante era que dibujaran. —¿Qué? —preguntó Lira, impaciente. Si no se daba prisa, no terminaría ni siquiera la cordillera del paisaje montañoso que estaba copiando de una foto en su móvil. Andrea lo señaló y justo en aquel momento, Lira vio cómo desaparecía una notificación de la pantalla. —Era un mensaje de Eloy. Lira contuvo la sonrisa y le hizo una mueca a Andrea. —No seas cotilla. Andrea pasó de insistir. O eso creyó Lira, hasta que unos minutos después de que Andrea se girara hacia su dibujo, recibió un mensaje suyo. A Lira ni siquiera se le pasó por la cabeza ignorarlo; con lo pesada que era Andrea, iba a insistir por una vía o por la otra.

Q kiers?

Q le pidas salir a E

A Lira se le escapó la risa. Dejó el móvil encima de la mesa y apretó los labios, meneando la cabeza de lado a lado. Se inclinó hacia delante para acercarse a Andrea y susurró, a unos centímetros de su nuca. —Tú sueñas. Lira supo que la había oído porque encogió ligeramente los hombros, pero no respondió. Volvió a sentarse en su silla y segundos después, recibió un mensaje:

Xk no???

Y luego otro:

Tienes q intentarlo antes de q se acabe el curso!!!

Y otro:

Seguro q te dice q sí

Lira soltó un suspiro y tras comprobar que Esther, la profesora, estaba entretenida ayudando a alguien en la primera fila, agarró el móvil y tecleó con rapidez:

Eso no lo sabes

Cobarde

«…»

No t atreves a decirle a Eloy q te gusta, eso es d cobardes

Es mejor q solo seamos amigos

Pq?

Pq estamos en el mismo equipo… x ejemplo???

EXCUSAS

Lira aún estaba pensando en la respuesta cuando oyó una tos forzada junto a ella. Levantó la vista para encontrarse a Esther, que le tendía la mano con la palma abierta y la miraba con cara de pocos amigos. —¿Qué, nos lo estamos pasando bien? —le preguntó a Lira, y al instante se volvió hacia Andrea, que justo en ese momento se dio cuenta de la presencia de la profesora. Escondió el móvil bajo la mesa demasiado tarde—. De los móviles. Las dos. Ni Lira ni Andrea se atrevieron a rechistar. Esther hacía la vista gorda con las normas del instituto, pero si alguien rompía las suyas, era inflexible. Y una de sus normas básicas era que, en sus clases, los móviles se utilizaban solo para trabajar.

—Per… Per… dón —balbuceó Lira, completamente paralizada. —Ya hablaremos después de clase —se limitó a responder Esther, arrebatándole el móvil de las manos primero a Lira y después de Andrea. Después señaló la puerta—. Ahora, salid las dos. —¡No! Lira no pudo reprimir el grito. Nunca la habían castigado en clase, pero sabía que eso significaba un parte seguro. Un parte que sus padres iban a tener que firmar, claro. A Lira se le removió el estómago solo de pensar en ellos. Se la iba a cargar, estaba convencida, y más estando tan cerca de los exámenes finales. ¡¿Y si la castigaban dejándola sin festival de final de curso?! Esther ignoró todas sus súplicas y promesas de que no iban a volver a hacerlo. En menos de cinco minutos, Andrea y Lira estaban sentadas en los bancos que había frente a secretaría. Dolores las observaba desde su pecera con vistazos rápidos por encima del ordenador. —Como si estuviéramos pensando en fugarnos —susurró Andrea. Buscó un gesto de apoyo en Lira, pero esta estaba demasiado ofuscada por la preocupación —. Oye, ¿qué te pasa? —¿Tú qué crees? —espetó Lira, fulminando a Andrea con la mirada. —¿Estás así porque nos han echado? —Pues claro. Andrea hizo un gesto vago con la mano para restarle importancia. —Es solo un parte. —Es culpa tuya. —¡¿Perdona?! No te he obligado a responder, eh… —¡Si no parabas de decirme tonterías! —Oye, no eran tonterías —se defendió ella, ofendida.

Lira se cruzó de brazos y miró para otro lado. —Mis padres me van a matar. Y será por tu culpa. —Exagerada. A Andrea se le escapó un bufido divertido que consiguió que Lira se volviera hacia ella, aún con cara de malas pulgas. —Bueno, vale, no me matarán, pero me castigarán fijo —aseguró, y frente a la cara escéptica de Andrea, continuó—. Son superestrictos, y ahora están muy pesados con el insti: a mi padre le preocupa que el patinaje me distraiga de los estudios, y cuando les diga que me han echado de clase porque estaba hablando con una compañera de equipo… —Pero no hablábamos de patinaje. —Claro, mejor les digo que estábamos hablando de un chico —respondió Lira, sarcástica. Se puso roja solo de pensarlo—. Ni de broma. Ya se conocía los sermones de sus padres sobre los chicos y la distracción innecesaria que suponían. Olivia los llevaba aguantando desde que empezó el instituto, y Lira no se había librado. Ventajas de ser la hermana pequeña: todo llegaba antes. —Pues diles que te estaba contando algo importante, no sé… Invéntate algo. Y así quedas como una buena amiga, al menos, y no serán tan duros. Diles que ha sido culpa mía. —Tú no conoces a mis padres —dijo Lira y esbozó una sonrisa—, pero gracias. Solo espero que no les dé por prohibirme participar en el festival. Aquella llevaba años siendo la amenaza favorita de sus padres para Olivia; si no se portaba bien, sacaba buenas notas y hacía sus tareas en casa, se acababa lo de patinar. —Si hacen eso, voy a hablar con ellos —le aseguró Andrea, sin pensárselo—. Te necesitamos en la coreo. Lira movió la cabeza de arriba abajo sin demasiada convicción.

—Gracias —volvió a decir. Andrea apretó los labios y, tras unos segundos observando a Lira en silencio, le preguntó, en un susurro: —No estás enfadada, ¿no? Lira meneó la cabeza de lado a lado para tranquilizarla. —Pero mejor guardemos los móviles en clase. Andrea soltó un suspiro de alivio. No quería que algo tan tonto —y sobre todo, inintencionado— estropeara su amistad con Lira. Tal vez la palabra «amistad» aún les quedaba un poco grande, pero sin duda, hacia ahí era adonde se encaminaban. Desde que hicieron las paces en casa de Andrea, las Rollettes habían acogido a Andrea sin rechistar. Las que aún tenían objeciones se las callaron, porque ya no tenían nada en contra de ella más que resentimiento y desconfianza, y con el tiempo, ambos sentimientos desaparecieron a base de entrenos y horas del recreo compartidas. Y ahora que llevaba las botas pintadas, ya nadie podía negarlo: era una Rollette de pies a cabeza. En octubre, lo único que Andrea y Lira tenían en común era que se habrían reído frente a aquella idea. Y en septiembre, ninguna de las dos se había imaginado ni siquiera en un club de patinaje. Andrea, porque tenía claro que quería un club de vóley y no estaba dispuesta a valorar otras opciones, y Lira, porque en su casa el artístico era algo de Olivia y ella jamás se había planteado en serio hacer algo parecido. Al contrario, hasta entonces se había alejado de los patines tanto como había podido. Aquel curso había estado lleno de cambios y descubrimientos inesperados, y Andrea estaba impaciente por ver qué le deparaba el curso siguiente. Tenían los exámenes finales casi encima y, aun así, había algo que la preocupaba todavía más. —Oye, ¿tú crees que vamos a poder competir el año que viene? Lira lo meditó unos segundos hasta que se encogió de hombros mientras dibujaba una sonrisa torcida. —Quién sabe…

—Yo creo que sí —dijo Andrea con voz segura—. Hace tiempo que Alena no nos amenaza con no federarnos. Es buena señal, ¿no? —Hace trece días. —¿Qué? —Que hace trece días que no dice que no nos federará. —¿En serio llevas la cuenta? Bueno, da igual, yo quiero creer que podremos competir, tengo un buen presentimiento. —Ya, eso dijo Jimena sobre su club de ballet —respondió Lira, enarcando las cejas. No hacía falta que dijera cómo había acabado eso. —Consiguió el club que quería, no está mal —insistió Andrea, aferrada a su optimismo—. En serio, Lira, Alena tiene que haber visto que nos llevamos mucho mejor. —El otro día Marta y Javier se picaron en el entreno. —Tampoco vamos a ser perfectas. —Andrea le quitó hierro al asunto—. No seas aguafiestas y déjame soñar un poco, ¿no? —Vale, vale. Yo solo digo que mejor no te hagas muchas ilusiones. —¿Qué te apuestas a que sí? Lira esbozó una sonrisa incrédula y con las cejas levantadas, dijo: —Nada. —¿Qué te apuestas? —insistió Andrea, y al ver que Lira no estaba por la labor, hizo una mueca pensativa, que estalló en una expresión confiada—. Pues yo ya lo sé: si Alena nos dice antes de que acabe el curso que nos federa, tienes que decirle a Eloy que te gusta. —Sí, claro, y si quieres lo hago delante de todo el equipo. —Los detalles ya son cosa tuya —respondió Andrea, divertida.

—Que no, Andrea. —Venga… —No. Además, ¿yo qué gano? Si solo ganas tú no es una apuesta. Pretendía que dejara el tema, pero Andrea estaba decidida a convencerla. Y sabía cómo hacerlo. —Si no nos federa, te cuento lo que quieras. Como quién me gusta, por ejemplo. La verdad, cien por cien, te lo juro. Sobre tu libro favorito, si quieres. Lira puso los ojos en blanco. Andrea sabía que Lira no la había creído al decirle que no le gustaba Dani, y también sabía que era terca como una mula y que no dejaría pasar esa oportunidad. Si quería algo, no pararía hasta conseguirlo. En eso eran muy parecidas; era otra de las cosas que había descubierto aquel curso. Y por eso Andrea supo de qué hilos tirar para que Lira aceptara el trato. Solo puso dos condiciones: si perdía la apuesta, Andrea no se pondría pesada y le daría tiempo para cumplir con el trato, y tampoco le hablarían de la apuesta al resto del equipo. Lira no quería que Eloy se enterara, por supuesto, pero aún le preocupaba más convertirse en la comidilla de los cotilleos del equipo.

Aquello quedaría entre ellas dos.

14

Un, dos, tres… ¡equipo!

El Día de las Familias amaneció tan nublado que Lira sintió ganas de llorar en cuanto levantó la persiana de su habitación. Apenas despegó los ojos de la ventana mientras desayunaban en familia, ni siquiera después de que su madre le asegurara que iba a despejarse pronto y que, en cualquier caso, no iba a llover. Lo había consultado en el móvil nada más levantarse y daban menos de un diez por ciento de posibilidades de lluvia. Aun así, ese diez por ciento fue suficiente para tener nerviosa a Lira toda la mañana, hasta que poco después de llegar al instituto, el viento empezó a correr y, con él, también las nubes. Pero Lira siguió con los nervios a flor de piel. Era su primer festival con público de fuera del instituto, el primero que habían preparado con tiempo y a consciencia, cuidando cada detalle y trabajando duro para sacarlo adelante lo mejor posible, tanto en la pista como fuera. Era el paso previo para competir, y quería que saliera bien. Por eso ni siquiera pensó en la posibilidad de dejar la bolsa de los patines y la mochila en el vestuario. Aquella vez no iba a correr ningún riesgo. Cuando Lira llegó al instituto con sus padres y Olivia, una hora y media antes de la actuación, los arrastró hasta el polideportivo, donde había quedado con el equipo. Llegaba antes de tiempo, pero Alena ya estaba en la puerta, hablando con la madre de Gala y con quienes Lira supuso que eran los padres de Jimena. La mujer era clavada a Jimena, solo que un par de cabezas más alta. Por lo demás, tenían el mismo tono de piel, los mismos ojos rasgados y vivos, y la misma melena, tan brillante como negra. Jimena y Gala estaban sentadas en las gradas de la pista. Las dos levantaron la mano y saludaron a Lira con entusiasmo. Esta les hizo un gesto para que esperaran y les dijo a sus padres que quería presentarles a su entrenadora. —Mamá, papá, esta es Alena.

Judit y Álvaro se presentaron y le dieron la mano en un gesto que a Lira le pareció demasiado formal. Tampoco le pasó por alto la forma en que ambos la estudiaron, de arriba abajo. —Encantada de conocerlos —los saludó ella. —Un placer —saludó Álvaro. —Nosotros somos los padres de Jimena —dijo la mujer a quien Lira no conocía, señalando al hombre bigotudo que tenía al lado. —Juan Camilo y Daniela, mucho gusto —dijo el hombre, tras saludar a los recién llegados. —Yo soy Nuria, la madre de Gala —se presentó esta, dando un paso adelante para saludar a los padres de Lira con dos besos en las mejillas. —Ah, sí. ¿Te han dado mucho la lata con los maillots? —le preguntó Judit, y tras echarle una mirada fugaz a Lira, añadió—: Ya le dije que era mejor que los compraran ya acabados. —¡Al contrario, es maravilloso tenerlas en casa! Dan tanta energía… Y tienen tanta creatividad que es imposible que no se te pegue algo —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. Buscó el apoyo de Olivia, que asintió sin dudarlo. Judit pensó que si había algo de lo que Nuria no iba faltada, era creatividad. Si acaso, incluso diría que le sobraba un poco. Iba vestida con una falda hasta los tobillos, de rayas amarillas y verdes, una camiseta blanca con una estrella amarilla enorme en el pecho y una chaqueta vaquera. Unas botas militares daban el toque al conjunto, demasiado estridente para el gusto de Judit. En realidad, a quien quería conocer era a los padres de Andrea. Y a la tal Andrea, la misma de la que se había estado quejando Lira todo el curso anterior y de quien últimamente no se separaba. ¡Hasta les habían puesto un parte por hablar por el móvil en clase! Ella y Álvaro lo habían dejado pasar porque, en aquellos momentos, lo único en lo que pensaba Lira era en el festival, y no querían estropeárselo. Eso sí, le habían prometido que el castigo llegaría, aunque esta vez tardara un poco más. Todos los actos tienen consecuencias. —Estábamos hablando de que es una vergüenza que tengan que entrenar en el

exterior todo el año. En invierno hace demasiado frío. —Daniela puso al día a la familia de Lira, y miró a la chica como buscando su aprobación. —Y en verano demasiado calor —opinó ella, encogiéndose de hombros. —Pagamos igual que el resto, ¿no es cierto? —preguntó Daniela, y Lira vio cómo Alena entornaba los ojos; ya debía de haber oído eso antes—. No es justo que las muchachas tengan que congelarse. Un día alguien agarrará una pulmonía y tendremos un disgusto, ya verán. —Ya se lo he dicho, no depende de mí —explicó Alena, mirando primero a los padres de Jimena, y después a los de Lira en busca de un poco de comprensión —. Pueden hablar con la AFA, a mí me harían un favor… Yo también me muero de frío, ¿qué se creen? —se encogió de hombros, con una sonrisa resignada. —Si os federáis, espero que entrenéis dentro. No podéis competir con esos patines —intervino entonces Olivia, mirando a su hermana, que frunció el ceño. Al darse cuenta de que no la entendía, le explicó—. Necesitáis botas y ruedas más duras, y como se os ocurra entrenar en el exterior con los patines buenos, os van a durar dos días. Y las ruedas son casi tan caras como las cuchillas… Antes de que Olivia pudiera decir nada más, Daniela preguntó, volviéndose hacia la entrenadora con gesto brusco. —¿Necesitarán nuevos patines? Lira no pudo evitar girarse hacia Alena con la misma brusquedad. Ella tenía aún más ganas de saberlo que Daniela. Como ella, no había caído en la posibilidad de que si competían necesitarían mejores patines. Les echó un vistazo a sus padres, pero no parecían compartir la preocupación de Daniela y Juan Camilo, y tampoco Nuria, aunque a juzgar por la cara de preocupación de los padres de Jimena, no esperaban escuchar lo mismo. —Claro que valen los patines que tienen ahora —intervino el padre de Jimena —. Si sirven ahora, sirven en unos meses, no veo el problema. Clavó la mirada en la entrenadora, que bastante intimidada se sentía por la expresión urgente con la que la atravesaba Daniela. —Si quieren competir, no pueden hacerlo con los patines que tienen ahora —

respondió Olivia, antes de que Alena pudiera dar alguna respuesta vaga. Sabía que los patines que llevaba ahora Jimena habían sido un regalo del equipo porque sus padres no podían permitirse el gasto en ese momento. —¿Pero van a competir? —quiso saber Juan Camilo—. No tenemos noticia de esto. Buscó el apoyo de su mujer, que meneó la cabeza de lado a lado. —El instituto no puede decidir algo así sin consultar a los padres —terció Daniela. Iba a seguir hablando, pero Alena la interrumpió. —Aún no he decidido nada. Competir siempre es una posibilidad, pero aún no he tomado una decisión. —¿Así que es posible que suceda? Alena miró a Lira, sin ser capaz de disimular del todo su incomodidad. A duras penas fue capaz de ignorar la mirada interesada de Lira mientras se escabullía de dar una respuesta concreta. —Todo es posible. —No es necesario —aseguró Juan Camilo—. Las muchachas se lo pasan bien así, no hace falta complicarlas con competiciones, patines nuevos, ropa… —Hombre, digo yo que, ya que pierden el tiempo patinando, mejor que valga para algo —comentó Álvaro. Se giró hacia Alena, que hizo un mohín incómodo. Evitó tener que responder, porque Judit se le adelantó. —Nuestra hija mayor compite desde hace tiempo —dijo, orgullosa, mientras señalaba a Olivia, que clavó los ojos en sus pies, avergonzada—. Este es su primer año en individual, y le está yendo muy bien. Es una gozada ver cómo mejora día a día, como padres…, eso no tiene precio. Alena, que no había dejado de observar a la mujer mientras parloteaba, no tuvo reparos en llevarle la contraria antes incluso de que hubiera terminado de hablar, negando con la cabeza.

—Lo importante es que las chicas disfruten con lo que hacen. Y si el año que viene finalmente compiten, encontraremos la manera para que, quienes quieran hacerlo, puedan. —¿Cómo que «y si»…? ¿Usted no es la entrenadora? Si no lo sabe usted… —Hoy lo importante es que se concentren en la exhibición —respondió Alena —. De hecho, Lira, podríais ir a cambiaros y hacemos un último entreno. —¿A cambiarnos? ¡Pero si falta más de una hora! Ya sentía suficiente vergüenza por tener que salir delante de todo el instituto con aquel llamativo maillot. Le encantaba, y en otro momento no le habría importado que la miraran. Sin embargo, con los patines en los pies se sentía mucho más expuesta. Quizá era la sensación de que podía caerse de un momento a otro y hacer el ridículo más estrepitoso. Trató de decirse que no pasaba nada; al fin y al cabo, ya había hecho el ridículo en el festival y ahí seguía. Sabía que ni llamar la atención ni caerse iban a ser el fin del mundo. —¿No queréis hacer un último ensayo? Ahora terminan la segunda ronda de partidos de hándbol y el polideportivo va a estar libre tres cuartos de hora. No lo tuvo que preguntar dos veces. Lira se despidió del grupo y se encaminó hacia sus amigas.

Las Rollettes estaban listas. El equipo al completo estaba vestido y con los patines bien atados, a punto para su exhibición. Patinarían justo después de los grupos de baile; al contrario que en el festival de Navidad, participar en el de fin de curso era voluntario, así que quienes lo hacían con bailes o canciones era porque querían, y eso se notaba tanto en los resultados como en los ánimos de la gente. Ir al instituto en sábado no era tan terrible si significaba pasear por los pasillos vacíos e ir a comprar refrescos y chuches al comedor. Era el único día del año en que ahí podían conseguir algo dulce que no fuera una manzana. El instituto se convertía en un lugar completamente diferente, casi como un universo paralelo, uno donde la gente había llegado al instituto de buen humor y ganas de pasar horas y horas ahí metido. En los últimos festivales de final de curso de su colegio, Lira había aprovechado por investigar hasta el último rincón del espacio vacío con sus amigas. Tania siempre la convencía de comprar chuches sin que sus padres las vieran y esconderse en algún rincón para que no se las racionaran. Estos terminaban cada año desesperados, creyendo que sus hijas se habían fugado o las habían secuestrado. En aquello, los padres de Lira y los de Tania eran igual de exagerados. Aquel primer año de instituto, sin embargo, llevaba más de una hora en el centro y solo había visto el vestuario, el camino que la había llevado hasta ahí y el interior del polideportivo. Ni siquiera había pensado en comer. —Faltan solo diez minutos —dijo Andrea. Dani, Javier y Eloy se habían vestido en el vestuario de chicos, que quedaba en el otro extremo del polideportivo, pero después del último ensayo, se habían reunido con las chicas en su vestuario. Era mucho más amplio y aunque estaba lleno de las cosas de las chicas de los otros equipos, en aquellos momentos estaba vacío y, para ser sinceros, olía un poco menos mal que el de los chicos. Lira consultó su reloj de pulsera en un gesto automático. Quedaban solo nueve minutos, en realidad. —Deberíamos ir saliendo —propuso María. Ella, al contrario que Lira, estaba deseando que todos la vieran con el maillot, y aunque le hubiera gustado tener

un poco más de protagonismo, también tenía ganas de salir a bailar. María no sabía lo que era la vergüenza; estaba deseando que sus padres, su hermano y sus amigas del colegio vieran lo que sabía hacer. No todos se sentían como ella. A Amelia le daba igual que sus padres la vieran; ya tenían que estar hasta cansados de hacerlo. Quienes le importaban eran los demás, los que no conocía, frente a quienes se exponía a hacer el ridículo. Aun así, en ningún momento trató de echarse a atrás. Ahora solo tenían una opción: salir a darlo todo. Esta vez harían la exhibición en la pista donde solían entrenar; no era una maravilla, pero al menos era más grande que el escenario que habían usado en el festival de Navidad. La gente estaría sentada a unos cuantos metros por encima de ellas, en las gradas. —¿Estamos todos preparados? —preguntó Eloy, echando un último vistazo al vestuario. —Hace siglos que estamos preparados —se quejó Dani, al tiempo que se ponía de pie. Gala, Lira y Javier lo imitaron, pero Andrea levantó la mano de golpe, como si estuvieran en medio de la clase de Historia. Todos la miraron, esperando a que hablara. —Yo quería decir algo. —Uy, se va a poner intensita… —se burló Dani, con sorna. Andrea le sacó la lengua. —Solo quería deciros que me alegro mucho de haberme apuntado al club, y que pase lo que pase… —¡Pase lo que pase! —la interrumpió Dani, imitándola. Andrea lo miró colmada de paciencia. Se conocían bien y Andrea sabía que solo trataba de chincharla; si no le hacía caso, al final se cansaba. Dani miró a Andrea con una sonrisa condescendiente—. ¿Ves cómo te ibas a poner intensita? Tampoco nos jugamos nada, eh… —¿Cómo que no? —replicó Andrea.

—Si es un desastre, Alena no nos dejará competir el año que viene —dijo Lira. Estaba de acuerdo con Andrea, aunque aquel día no estuvieran compitiendo, se jugaban muchísimo. —Así que, pase lo que pase… —Andrea aprovechó para volver a su discurso—, espero que el año que viene volvamos a estar todas en el club, compitamos o no. No había ninguna cara sin sonrisa en el vestuario. Las demás Rollettes se sentían como Andrea; casi todas habían llegado al equipo por casualidad o por descarte. Solo a Amelia y Javier les gustaba de verdad el patinaje antes de empezar el curso; los demás habían descubierto su pasión por él, con diferentes intensidades, a lo largo de ese año. A nadie se le había pasado por la cabeza desapuntarse. Ni siquiera a Dani. Amelia se acercó a Andrea y le ofreció la mano al tiempo que decía: —Somos un equipo, y lo seremos el año que viene, ¿verdad? Se giró hacia los demás, que empezaron a asentir y, poco a poco, también a acercarse. —Somos un equipo —dijo Lira, colocando su mano encima de la de Andrea y Amelia. Jimena la imitó y miró a las tres chicas una por una antes de hablar. Lo hizo sin apartar la vista de Andrea, con una sonrisa tímida. —Quién iba a decirlo. Aún seguían trabajando para limar asperezas y ser más simpáticas la una con la otra. Jimena había sido de las más duras con Andrea y a ninguna de las dos les resultaba fácil olvidarlo. Sin embargo, estaban dispuestas a hacerlo. —¡¡Equipo Rollettes!! —gritó Gala, al tiempo que se lanzaba sobre sus amigas. Se agarró de Lira y colocó la mano sobre la de Jimena. Tras ella, el resto se fue acercando y poniendo las manos sobre la torre. Dani fue el último en hacerlo. —¿Qué se dice antes de una actuación? ¿Rómpete una pierna?

—Mejor solo decimos «suerte», ¿no? —Yo lo repito: ¡no vamos a competir! ¡No necesitamos suerte! —se rio Dani. —Pues… ¡suerte para que nadie se rompa una pierna! —exclamó Gala, lo que arrancó una risotada alegre de sus compañeras—. Un, dos, tres… Y entonces, al tiempo que levantaban las manos hacia el techo, gritaron, al unísono: —¡EQUIPO ROLLETTES!

15

La hora de las Rollettes

Las nubes habían desaparecido por completo. A las doce y media del mediodía, el cielo lucía un azul blanquecino, iluminado por un sol cálido. La brisa también había arreciado, como si solo hubiera aparecido para darle a las Rollettes el día soleado que merecían para su actuación. Ahora que se acercaba el momento, ya no eran solo Amelia, Lira y Jimena las que estaban muertas de nervios. La hora había llegado. Estaban colocados en dos filas, preparados para salir a la pista en cuanto Alena les diera la señal. La entrenadora se había situado en el centro de la pista con el micro en la mano; observó al público, repartido por las gradas y la explanada de gravilla contigua a la pista. —Queridas madres, padres, familiares, alumnos y amigos… —Alena fue aumentando el tono de voz a medida que hablaba—. Os damos la bienvenida. A continuación, veremos la actuación del club de patinaje artístico, formado por estudiantes de la ESO. Este ha sido el primer año de vida del club, y yo quería aprovechar que tengo el micro para agradecer a estas chicas que me hayan dado la oportunidad de entrenarlas este curso. La mayoría no sabían nada de patinaje artístico, y solo unos cuantos meses después, con mucho trabajo y, tampoco vamos a mentir, algunas broncas, hoy nos harán disfrutar con su coreografía. ¡Un fuerte aplauso para LAS ROLLETTES! Lira intercambió una última sonrisa de ánimo con Amelia, a quien tenía al lado, y se impulsó hacia delante en un silencio lleno de murmullos. Patinó con los ojos clavados en los patines hasta su posición. Se agachó y por el rabillo del ojo observó cómo Javier se detenía a su lado. Amelia y Eloy se colocaron unos metros a su izquierda y, a medida que el resto iba creando un círculo tras ellos, el público fue callando. Para cuando estuvieron todos en la pista, agachados y con la cabeza bajada, el silencio era casi sepulcral. Solo estaba roto por algunos murmullos débiles y algún grito lejano.

«Concéntrate», se dijo Lira a sí misma, con los ojos cerrados. Debía olvidarse de dónde estaba. Había practicado aquella coreografía tantas veces que podría hacerla hasta dormida. No iba a perderse, y sabía que cuanto más pensara, peor le saldría. Tenía que dejarlo fluir. Las primeras notas de aquella canción que tan bien conocía Lira resonaron por los altavoces. La chica tomó aire y se dejó llevar por las notas picadas del piano. Forzó una sonrisa y empezó a levantarse, siguiendo el ritmo de la música con los brazos, para terminar mirando a Javier, que estiró los brazos hacia ella. Juntaron las manos durante un segundo, antes de alejarse con un impulso hacia atrás, y detenerse. Amelia y Eloy quedaron en el centro de la pista, donde hicieron una pirueta alta que hizo estallar al público en un sonoro aplauso. Las chicas se retiraron para volver a buscar a sus parejas y los cuatro empezaron a patinar alrededor del círculo creado por el resto del equipo. Lira patinaba observando al resto por el rabillo del ojo cada pocos minutos. No se trataba solo de acordarse de sus pasos, también tenía que coordinarse con el resto del equipo. Las patinadoras del círculo se levantaron con una sincronización casi perfecta y mientras hacían una pirueta, Lira, Amelia, Javier y Eloy patinaron entre los huecos hasta quedarse en el interior del círculo. El piano subió su intensidad y con él se expandió la sonrisa de Lira, que perdió rigidez. Ahora venía su parte favorita de la coreografía, los pasos sincronizados. La fuerza del piano flaqueó unos compases, que las Rollettes acompañaron con un patinaje suave hacia atrás. Se colocaron en dos grupos, situados cada uno en un extremo de la pista, y justo cuando se detuvieron, una orquestra entera se unió al piano con una potencia dramática. Lira se dejó arrastrar por la música, ajena al resto del mundo, y concentró toda su atención en seguir los pasos de vals al ritmo del grupo. Trastabilló con el segundo, pero consiguió mantener la estabilidad y seguir adelante sin chocar con nadie. Tragó saliva, respiró hondo y tensó las comisuras de los labios, recordando las palabras de Alena: «No olvidéis que esto es artístico; la actitud cuenta». Los dos grupos se entrecruzaron haciendo ángeles. Lira oyó un ruido a su espalda y la multitud soltando un «¡oooh!» seguido de un inmediato aplauso de ánimo. Esperó a detenerse para mirar hacia atrás, donde el resto del equipo se repartía en dos uves abiertas. Vio a Laura acariciándose el muslo

disimuladamente, sin dejar de sonreír. Lira volvió a mirar al frente y cerró los ojos una fracción de segundo para inspirar profundamente. El resto de la actuación le entusiasmaba un poco menos. Lira era consciente de que Alena le había dado más protagonismo que a la mayoría, junto con Amelia, Eloy y Javier, y también de que a muchas les había sentado mal. Y sí, en parte se sentía orgullosa de que Alena confiara en ella y creyera que podía hacerlo bien, pero tampoco se sentía cómoda estando en primera línea, y menos si tenía que saltar. Normalmente era lo que más le gustaba, pero cambiaba mucho si tenía público delante. Era más fácil salvar una mala pirueta que un mal salto. Javier, Eloy, Gala y Andrea, que estaban en los extremos de los dos triángulos, se separaron del grupo, y mientras estos bailaban, como si fueran los coristas de un concierto, patinaron hasta el centro de la pista. Lira siguió bailando, y aunque trataba de concentrarse en sus pies, no podía evitar quedarse embobada con las piruetas de Gala y Javier. Aquel año, Alena no había querido enseñarles prácticamente nada nuevo, e incluso les había hecho retroceder. En patinaje artístico importaba tanto aterrizar como hacerlo con la posición y el filo correcto y, a poder ser, con elegancia. Gala se había quejado mil veces de que no la dejara ir más allá del salto del tres, y aunque Lira siempre había entendido a su amiga, porque a ella Alena tampoco le quería enseñar nada más allá del metz, ahora se daba cuenta de que Alena había hecho bien. Gala había perfeccionado sus piruetas. Entraba y salía sin esfuerzo, con una gracia natural siempre acompañada de una sonrisa arrebatadora. El público estallaba en aplausos con cada pirueta que hacía, combinadas con pasos de vals y entrelazadas con las figuras de Javier, que arrancaban aplausos aún más fuertes si cabe. Eloy y Andrea acompañaron la serie de piruetas cruzándose con ángeles hacia atrás en el espacio libre entre Gala y Javier y el resto del equipo. Cuando estos clavaron la última pirueta, intercambiaron los papeles. Eloy y Andrea se metieron al público en el bolsillo con sus saltos del tres, y volvieron al triángulo junto a los otros dos envueltos en un aplauso estruendoso. Lira no llegó a escucharlo. Su momento había llegado. Miró a Amelia por el rabillo del ojo y se impulsó hacia delante un segundo después de que lo hiciera ella. Hicieron un mohawk para cambiar de dirección, se impulsaron con fuerza y realizaron dos metz totalmente desincronizados pero perfectos. Lira salió del salto con el corazón yéndole a mil por hora, pero no tenía tiempo para pensar en sus nervios.

Clavó todos sus saltos. Incluso el doble salto del tres. No llevaba la velocidad que acostumbraba a llevar en los entrenos, y tampoco llegó tan alto. Lira sabía que había tenido fallos, pero eso no hizo que su sonrisa se empequeñeciera. Los había aterrizado todos. Amelia brilló. Nadie en el equipo patinaba con su seguridad y su elegancia. Amelia no miraba a sus compañeras buscando una guía; sabía lo que tenía que hacer y lo hacía. En la pista, era una persona completamente diferente. Miraba al público con absoluta seguridad y confianza. Patinaba sin esfuerzo, como si se deslizara sola y los patines no pesaran. Lira estaba tan absorta mirando a su amiga que perdió el equilibrio mientras hacía un ángel tras ella. Cayó al suelo a cámara lenta, o al menos eso le pareció, y en cuanto sus manos tocaron el suelo, se impulsó hacia arriba y volvió a ponerse de pie sin dudar. Amelia hizo su último axel y las dos volvieron a sus posiciones en el triángulo antes de que las patinadoras empezaran a diseminarse por la pista. El resto de la coreografía fue un paseo para Lira. Se había caído, pero había salvado todos sus saltos. Los ángeles no le habían quedado tan bien como habría querido, y en las piruetas, como de costumbre, le había faltado fuerza. Pero no le importaba, o no demasiado. Había algo que pesaba mucho más: estaba disfrutando.

Tiempo después, Lira describiría aquella exhibición como estar en una nube. Por primera vez, había patinado en público libre de preocupaciones. En cuanto saludaron para despedirse y el público intensificó su aplauso, salpicado de vítores y silbidos de iración, sintió una oleada de orgullo. Entendió que a Olivia le gustara competir; si sentía aquel subidón de energía al acabar un buen programa, no quería ni imaginar lo que sería subirse a un podio. La alegría acompañó a Lira el resto de la mañana. Todo el equipo estaba de buen humor, en realidad. La exhibición no había salido perfecta —Lira y Laura se habían caído, algunas se habían equivocado con los pasos unas cuantas veces y la sincronización podría haber estado mejor— y, sin embargo, no podían sentirse más orgullosas. Se dejaron felicitar por sus padres y sus amigos, que llenaron la pista en cuanto Alena les agradeció la asistencia y los invitó a ir a ver la final del equipo de balonmano femenino, que tendría lugar en el polideportivo en veinte minutos. Lira abrazó a Olivia con tanta fuerza que esta se echó a reír. —¡Cómo saltas! ¡Pareces una rana! —Lo has hecho muy bien, hija —la felicitó Judit, pidiéndole paso a su hija mayor para poder abrazar a la pequeña. Mientras tanto, Álvaro se unió al abrazo y le dio un beso en la frente a Lira. —Está claro que lo lleváis en la sangre —dijo, al tiempo que le pasaba un brazo por encima de los hombros a Olivia. Volvió a mirar a Lira y añadió—: Eso sí, tienes que trabajar esos ángeles. Ni siquiera eso consiguió empañar la alegría de Lira. Cuando llegó al vestuario, las chicas ya estaban cambiándose, repasando todos los detalles de la actuación, entre voces alegres y cumplidos. —Amelia, eres una máquina —exclamó Gala, mientras se ponía los pantalones. Se abrochó la cremallera e, ignorando el rubor de Amelia, dijo, con la misma emoción—: ¡Has clavado dos axels! —Vosotras también lo hacéis muy bien —respondió Amelia, deseosa de desviar

el foco de atención—. Las piruetas te han salido genial, Gala. —Gracias —respondió esta, levantando el mentón en un gesto henchido de orgullo—. Pero la estrella del equipo eres tú. No nos abandones para competir sola, ¿eh? Aunque Gala estaba bromeando, Amelia no tardó ni medio segundo en negar vehementemente con la cabeza. —¿Pero querrás competir? —le preguntó entonces Andrea. —Ya veremos —respondió Amelia, y para tratar de zanjar el tema, añadió—: Aún no sabemos ni si competiremos. Pero el efecto que consiguió fue justo el contrario. Lira clavó los ojos en ella y le preguntó, entre sorprendida y expectativa: —«¿Ya veremos?» ¿Eso es que te lo vas a pensar? Amelia asintió en silencio. Una sonrisa incipiente tiraba de las comisuras de sus labios. —Cuantas más seamos, más fácil será convencer a Alena —resolvió Andrea—. ¿Quién querrá competir? Lira levantó la mano sin dudarlo, seguida de Jimena, Gala, Marta y, tras un intercambio de miradas dubitativas, también María y Laura. Las únicas que no levantaron la mano fueron Amelia y Mina. —Yo no lo creo —dijo Mina, encogiéndose de hombros—. Patino para divertirme, no para competir. —¡Pero competir es divertido! —exclamó Lira, y Andrea le dio la razón. —Y tú qué sabes, ¿has competido alguna vez? —le preguntó Mina, a lo que Lira tuvo que responder que no—. Pues eso. Prefiero no competir, y tampoco pasa nada, ¿no? Podéis competir sin mí. —Pero juntas es más divertido —le dijo Lira.

—El equipo al completo —la apoyó Andrea. Mina entornó los ojos y se abrochó la chaqueta. —Si hace que os quedéis más tranquilas, digo lo mismo que Amelia: ya veremos. Algo más tarde, las chicas salían del polideportivo cambiadas y con las mochilas a cuestas. Lira no era la única que no se fiaba de dejar solas las cosas en el vestuario. Fuera, junto a la puerta, las esperaban los chicos, que hablaban con Alena y Olivia, tan animadamente que no se dieron cuenta de que las chicas habían salido del polideportivo. —¡Holaaaa! —gritó Gala, colocando las manos junto a la boca para hacer de altavoz. Alena y Olivia se giraron de golpe hacia ellas y las saludaron con la mano. —¡Por fin! —exclamó Olivia—. Sois unas lentas, eh. —Quítate tú estos patines, guapa —le respondió Jimena, sacándole la lengua—. No sé si me los ha atado Lira o Hulk… Jimena se detuvo a su lado y Olivia la abrazó con cariño para felicitarla por la actuación. —Lo habéis hecho genial —le dijo, cuando se separaron. —¡¿A que sí?! —Gala se tiró encima de Olivia, que soltó una carcajada. —Habéis mejorado un montón. —Estoy muy orgullosa de todas vosotras —dijo Alena, lo que hizo que Gala se descolgara de Olivia y, como el resto, se volviera hacia la entrenadora—. Habéis hecho un muy buen trabajo. Lo que he dicho en la pista, lo he dicho de corazón. Me ha encantado entrenaros este año. Amelia hizo un mohín al escuchar eso.

—¿Te estás despidiendo? —preguntó, en un susurro—. ¿Vas a dejar de entrenaros? —¡Claro que no! Yo también llevo a las Rollettes aquí —aseguró, golpeándose suavemente el pecho—. Dejad que me ponga un poco solemne de vez en cuando, ¿no? Es la última actuación del curso. —Ni que hubiéramos hecho muchas… —respondió Jimena, poniendo los ojos en blanco, lo que provocó algunas risas a su alrededor y algún asentimiento de cabeza. —Pues de eso quería hablaros también —aprovechó para decir Alena, sin perder una pizca de seriedad—. El año que viene, si queréis, actuaréis muchas, muchas veces más… Eso bastó para que gestos de sorpresa y expectación sustituyeran las risas. El equipo enmudeció al instante. —¿Quieres decir…? —Andrea estaba tan emocionada que no pudo ni terminar la frase. Al ver que Alena asentía, se llevó las manos a la boca y se giró automáticamente hacia Lira, que lucía una expresión igual de emocionada. —¿Vamos a competir? —Si vosotras queréis, yo estoy de acuerdo. Os lo quería decir en el último entreno, pero vuestros padres han insistido mucho en saberlo. ¿Para qué esperar, además? Ya he hablado con la AFA, así que, si vosotras queréis, el año que viene, las Rollettes competirán por primera vez —anunció. La alegría estalló al instante. Incluso Amelia se dejó llevar por los abrazos de Andrea y Lira, que estaban tan emocionadas que no podían estarse quietas. —Pero esperad, esperad… —Jimena levantó los brazos de golpe para llamar la atención del equipo y entonces se dirigió a Alena—. ¿Eso significa que podremos entrenar en el polideportivo? El escueto «claro» de la entrenadora fue suficiente para hacer encender la mecha de la celebración de nuevo. —Lo hablaremos mejor en septiembre, ¿de acuerdo? Por ahora seguid

practicando, y si de verdad queréis competir, no dejéis de entrenar en verano. —Quedaremos todos los días —le aseguró Andrea, sin pensárselo dos veces. —Bueno, eso es decir mucho —intervino Jimena—. Pero sí todas las semanas. Alena dibujó una sonrisa de oreja a oreja. Si le hubieran dicho que aquellas dos terminarían el curso habiendo aprendido si no aún a ser amigas, al menos a tolerarse, no se lo habría creído. —Estoy muy orgullosa de vosotras, chicas. Ya lo hablaremos mejor en los entrenos. Aún nos queda una semana —les dijo, guiñándoles un ojo—. Nos vemos por aquí, ¿de acuerdo? Se despidió con un largo abrazo de cada una de las Rollettes, que se quedaron mirándola en silencio mientras se alejaba. —¡Eso sí que ha sido una sorpresa…! —exclamó Andrea. Sí creía que Alena terminaría por federarlas, pero estaba convencida de que las tendría sin saberlo hasta la última clase, si es que no esperaba al curso siguiente para anunciarlo, y mucho menos que ya se hubiera encargado de conseguir la aprobación de la Asociación de familias de alumnos. Le dirigió una mirada a Lira cargada de intenciones. Esta apartó la vista, incómoda; sabía de sobra qué le estaba pasando por la cabeza a Andrea. Lira acababa de perder su apuesta. —Dani y yo queremos proponeros algo —anunció entonces Eloy, lo que hizo que todo el equipo se girara hacia él—. Hemos pensado que podríamos aprovechar el verano para enseñaros un poco de hockey. Gala no necesitó más para que los ojos se le iluminaran como luces de Navidad. —¡HOCKEY! ¡SÍÍÍ! ¡YO ME APUNTO! —Pero ¿para qué? —preguntó Marta. —Pues… porque sí, para divertirnos —respondió Eloy—. Así no quedamos siempre para entrenar… y cambiamos un poco. Podemos probar ni que sea un día, ¿qué os parece? Ya hemos hablado con unos amigos del equipo y nos van a

dar sticks viejos suyos y de sus hermanos. Tenemos para todas. —Así que no nos lo estás preguntando —dijo Jimena, enarcando las cejas—. Ya habéis decidido que lo haremos. —Quien quiera, claro —respondió Eloy—. Por ahora somos Dani, Lira, Gala y yo, y creo que Andrea también, ¿verdad? —le preguntó, y ella asintió—. ¿Alguien más se apunta? —¿Cuándo ha dicho Lira que sí? —preguntó Jimena. Debía de haberse quedado momentáneamente sorda y ciega, porque su amiga parecía estar de acuerdo con lo que decía Eloy. —Lo hablamos hace un tiempo —dijo Lira. Jimena le echó una mirada interrogativa tan intensa que Lira sintió cómo le subían los colores. Conocía a su amiga y sabía bien lo que le estaba preguntando sin pronunciar palabra: «¿Qué más no me has contado?». Amelia y Gala la atravesaban con miradas muy similares. Lira apartó la mirada para cruzarse con la sonrisa pícara de Andrea. —Yo también me apunto —dijo entonces Javier, y al momento, Mina y Laura se sumaron también. Lira respiró aliviada, ahora lejos del foco de atención. —¿Pero el hockey no es superviolento? —preguntó María. —¡Uy, qué topicazo…! —bufó Dani, llevándose las manos a la cabeza. María había tocado su fibra sensible con aquella pregunta; empezó a soltar un discurso sobre los valores del hockey que Eloy trató de cortar varias veces, hasta que asumió que su amigo no callaría hasta haber convencido a todas las Rollettes. —¿Queréis ir a por un refresco? —propuso Eloy, levantando la voz—. Me estoy muriendo de sed. —¡Sí, por favor! —gritó María, tan deseosa de beber algo después del esfuerzo físico como de dejar de escuchar hablar a Dani sobre hockey.

Laura, Marta, Javier y Andrea asintieron. —Tengo que pedirles dinero a mis padres —dijo Lira. Andrea se volvió hacia su amiga y, tras un mohín fugaz, en su rostro apareció una sonrisa decidida. —Ahora que me acuerdo, mis padres me están guardando el móvil. Voy a pedírselo. —Vale —dijo Eloy, haciendo ademán de irse. Los demás ya habían empezado a caminar hacia el comedor—. ¿Los demás qué hacéis? —Voy con vosotros —le respondió Mina. —Yo, con Lira. Tampoco llevo dinero —dijo Jimena. Gala asintió al instante, y sin preguntarle a Amelia, aseguró: —Vamos con ellas. Eloy levantó el dedo pulgar y gritó, mientras empezaba a correr para pillar al resto del grupo: —¡Genial, pues nos vemos en la cafetería! Gala los despidió moviendo los brazos con una efusividad exagerada. Cuando se volvió hacia sus amigas, la sonrisa le seguía ocupando toda la cara. Clavó la mirada en Lira, que no hizo más que parpadear, confusa. —¿Por qué me miras así? ¿Pasa algo? —Ahhh… Esa es la pregunta… —dijo entonces Jimena, lo que descolocó aún más a Lira. Buscó la ayuda de Amelia, pero parecía tan perdida como ella, y Andrea tampoco tenía pinta de estar enterándose de mucho más. Lira puso los ojos en blanco y esperó a que o Gala o Jimena le dijeran algo. Pero no hacían más que sonreír y mirar a Lira, como esperando. —Me voy a buscar a mis padres —respondió ella, molesta.

—¡Eh, no huyas! ¡Responde! —exclamó Jimena, y dio una zancada para colocarse a su lado y agarrarla del brazo. El resto fue tras ellas; no querían perderse detalle de esa conversación. —¡Pero si no me habéis preguntado nada! Solo me miráis y sonreís. —¿No tienes nada que contarnos? —le preguntó Gala. —Pues… no. —¿Seguro? ¿Nada de nada? —insistió Jimena. —Seguro. Jimena enarcó las cejas antes de pasar al plan B. Últimamente, Lira quedaba mucho con Andrea, y a Jimena no le habían pasado por alto las sonrisitas cómplices que le echaba de vez en cuando Andrea a Lira. —Pues yo creo que sí —respondió Jimena—. ¿Y tú, Andrea? ¿Crees que Lira tiene algo que contarnos? Andrea buscó a Lira con la mirada antes de responder. La chica no reaccionó. —Yo prefiero no meterme. —Eso es un sí como una catedral de grande —resolvió Jimena, estudiando a Lira sin parpadear—. Venga, suéltalo. Lira respondió apretando los labios. Gala vio claro que la fórmula de Jimena no funcionaba, así que iba a hacer las cosas a su manera. Nada de sutilezas. —¿Estás saliendo con Eloy? —le preguntó, a bocajarro. Lira se detuvo de golpe y miró a su alrededor, convencida de que, por alguna terrible casualidad, Eloy habría vuelto atrás y lo habría escuchado todo. Sin embargo, solo vio a un grupito de chicas de bachillerato charlando sin prestarles ningún caso a las Rollettes. —¡Claro que no! —exclamó Lira. —Bueno, bueno, no te pongas así, Eloy tampoco está mal… —bromeó Jimena.

—¿Y cómo es que solo te ha contado a ti lo de las clases de hockey? Lira se encogió de hombros. —Estás roja como un tomate, Lira —apuntó Amelia, con un hilo de voz. El comentario hizo que le subieran aún más los colores a Lira. —Eso es porque le gustaría salir con Eloy… —susurró Gala. Lira soltó un bufido. —¿Tenemos que hablar de esto ahora? —se quejó. Andrea ya no era capaz de mantenerse más tiempo al margen de la conversación. —A mí me parece un buen momento —dijo, lo que provocó que Lira la fulminara con la mirada. —Ese es otro tema —aprovechó para decir Jimena, señalando a Andrea con el dedo de forma acusadora—. ¿A qué han venido tantas sonrisitas antes? Lira sabía que, si seguía dándoles largas a sus amigas, lo único que conseguiría era que no la dejaran en paz lo que quedaba de día. —Si os lo cuento, me tenéis que prometer que hoy no hablaremos más del tema —les dijo. Al principio Gala y Jimena se negaron, pero Amelia las convenció; esta ya estaba empezando a sentirse mal por Lira. Lira les habló de la apuesta que había hecho con Andrea y que acababa de perder hacía menos de una hora. Andrea acompañó la explicación de Lira con grititos ilusionados, feliz de compartir aquello con Jimena, Gala y Amelia. Andrea tenía alma de casamentera y veía en las tres chicas a tres cómplices perfectas. —¡¿Le vas a pedir que salga contigo?! —exclamó Gala, llevándose las manos a la cara. —Eso, pídeselo tú, ¿qué es eso de esperar a que los chicos den el primer paso? —proclamó Jimena. —Bueno, no… —balbuceó Lira, incapaz de decir una frase coherente.

—No te irás a echar atrás… —susurró Andrea, entrecerrando los ojos con desconfianza. —Una apuesta es una apuesta —sentenció Jimena, antes de que Lira pudiera responder. —¿Quieres que te dejemos a solas con él? —propuso Gala. —Podemos buscar una excusa para que no cante mucho —dijo Jimena. —Eso, eso, buena idea. ¿Qué podemos hacer? —¿Pero aquí, en el insti? Es un poco cutre… —opinó Andrea—. Podríamos quedar esta tarde y… Lira, que había estado observando a sus amigas esperando el momento en que se dieran cuenta de lo incómoda que la estaban haciendo sentir, terminó por estallar. —¡No! —estalló Lira—. Hoy no le pienso decir nada. —Pero… —Dije que se lo diría, pero no cuándo —dijo Lira, y Andrea se vio forzada a apretar los labios; Lira tenía razón. Jimena soltó un suspiro decepcionado. —Vamos, que no se lo vas a decir en la vida. —Una apuesta es una apuesta. —Lira repitió las palabras de Jimena con la misma solemnidad—. Pero esto es cosa mía, lo haré cuando yo quiera. —Pues nunca —se rio Gala. —Dejadla en paz, no tiene por qué decirle nada a Eloy si no quiere. —Amelia salió en su defensa con el ceño fruncido. Pero la cuestión era que, en el fondo, Lira quería hacerlo, por eso había aceptado la apuesta de Andrea; si la perdía, encontraría una motivación para hacerlo. Como había dicho Jimena, no quería sentarse a esperar que algún día Eloy diera el primer paso. Si es que quería darlo. Y si no quería, al menos Lira lo sabría.

—Vale, vale, perdón… —musitó Gala. —Además, hoy es nuestro día —le dijo Lira, dibujando una sonrisa, y después miró a Gala, Jimena, Amelia y Andrea—. Tenemos que celebrar que vamos a competir, ¿no? Sus amigas no pudieron hacer sino darle la razón. —Y que hemos bordado la actuación —añadió Andrea. Lira hizo un mohín y dijo: —Bueno, tanto como bordado... Yo me he caído. —Y yo me he liado con los pasos. —Bah, ¿y qué más da? —le quitó importancia Gala—. La gente ha aplaudido igual. —Han aplaudido un montón —itió Lira. —Ya veréis cuando empecemos a competir —dijo Jimena—. ¡Seremos imparables! —Tampoco te emociones, que acabamos de empezar… —le dijo Amelia. Tenía experiencia en competiciones y sabía que, por mucho que hubieran mejorado las Rollettes a lo largo de aquel curso, el nivel estaba muy alto. Las Rollettes eran unas recién nacidas; les tocaría trabajar muy duro si querían llegar a un buen nivel de competición. —¡Ay, no seas aguafiestas! —le recriminó Jimena, pero al momento se lanzó encima de Amelia para abrazarla por la espalda. —De una cosa estoy segura… —dijo Lira, mirando a sus amigas una a una—. Las Rollettes daremos mucho que hablar. Amelia dibujó una sonrisa. En eso sí estaba de acuerdo.

Las Rollettes 2. Un, dos, tres… ¡equipo! Laia Soler y Mili Koey

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© del texto: Laia Soler, 2020

© de las ilustraciones: Mili Koey, 2020

© Editorial Planeta, S. A, 2020 Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona [email protected] www.planetadelibrosinfantilyjuvenil.com idoc-pub.descargarjuegos.org

Editado por Editorial Planeta, S. A.

Primera edición en libro electrónico (epub): octubre de 2020

ISBN: 978-84-08-23512-5 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L. www.newcomlab.com