Jesús convence de la incredulidad ¿Es pecado la duda? Cuando algunas personas dudan simplemente porque se niegan a creer están en seria posición de nunca descubrir la verdad. Pero es evidente que existe la duda sincera. El que duda sinceramente es aquel que está dispuesto a que se le convenza. Está resuelto a cambiar sus dudas por la fe. La duda sincera quizá podría describirse como cautela: de cerciorarse de la veracidad de una cosa. Pero una de las características de la duda sinceras es que puede convertirse en creencia o fe también sincera. El siguiente episodio nos señala lo que le ocurrió a un discípulo del Señor llamado Tomás. Aunque la Biblia no nos habla respecto mucho de él, hay algunos incidentes que al parecer indicarían su tendencia pesimista. En el primer incidente Jesús acababa de recibir la noticia de la enfermedad de Lázaro. El Señor se había mantenido alejado de Jerusalén por algún tiempo a causa del resentimiento de los dirigentes judíos. Cuando anunció que retornaría a esa zona, los discípulos pusieron objeciones, diciendo que los judíos lo matarían. Tomás dice algo que demuestra tanto valor como pesimismo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él”. Tomás esperaba que acontecería lo peor (Juan 11). En el segundo incidente el Señor Jesús preparaba a sus discípulos para la muerte que se avecinaba, diciéndoles que retornaría al Padre. Luego añadió: “y sabéis a donde voy, y sabéis el camino”. Tomás respondió con pesimismo: “Señor, no sabemos dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino”?. Al parecer todo lo que Tomás podía ver en la muerte de Cristo era el fin de todas sus esperanzas (Juan 14). Tomás no estaba presente cuando el Señor se le apareció la primera vez a los apóstoles después de su resurrección. Quizá se debiera a que había perdido toda la esperanza después de la muerte del Señor Jesús, o porque se sintiese cohibido de hacer frente a los demás discípulos después de haber abandonado a Jesús en la hora de necesidad. Pero en alguna forma, durante la semana, los apóstoles se encontraron con Tomás y le comunicaron la noticia de que Jesús vivía y que le habían visto. Tomás no lo podía creer. Al domingo siguiente los apóstoles se reunieron de nuevo; Tomás se encontraba con ellos. Como lo había hecho anteriormente, el Señor Jesús se les pareció de repente. Después de saludarlos, se vuelve hacia Tomás. La conversación sostenida por el Señor Jesucristo con Tomás indica que nuestro Salvador escucha todo lo que decimos; que está interesado por los individuos; que espera que hagamos nuestra parte en cambiar de la incredulidad a la fe. Las demandas de Tomás solicitando pruebas parecen haber sido olvidadas al instante mismo cuando el Señor Jesús le ofreció la oportunidad de tocar sus heridas. “¡Señor mío, y Dios mío!” exclamó Tomás. La expresión: “Señor mío”, indica que era este en realidad el Señor Jesucristo; dijo también: “Dios mío”, dando a entender así que reconocía a Jesús como divino, como el Hijo de Dios. (Juan 20). El Señor elogió a Tomás por su fe. Pero indicó también que existe una fe superior, una fe fundamentada en la Palabra de Dios. “La fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). Sólo cuando Tomás creyó podía llevar adelante su misión apostólica de esparcir las buenas nuevas respecto del Señor Jesucristo. La tradición nos dice que Tomás llevó el mensaje del evangelio a Persia y más tarde a la India. Se nos dice también que por su fe fue martirizado. Tomás pasó de la duda genuina a la fe sincera, sacrificando de buena voluntad su vida por el Señor Jesucristo. Las dudas de Tomás nos enseñan lo importante que es no fundamentar nuestra fe en nuestros sentimientos. Nos declaran que el ver es creer y que la incredulidad puede ser transformada en fe. Toda generación debiera descubrir por sí misma las verdades de la Palabra de Dios. Recordemos lo siguiente: las dudas sinceras se convertirán en fe sincera cuando el hombre conozca
la verdad. La persona que duda con sinceridad buscará ser convencida por el descubrimiento de la verdad que se halla en la persona de Cristo.