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El agua corría calle abajo, saltando por las aceras y jardines. La corriente ya había volcado a varios coches que se hallaban aparcados a ambos lados de la calle. ³¿Qué ha pasado?´ -gritaba la gente desde las ventanas. Había llovido intensamente, pero no como para provocar esa inundación. Otras veces había llovido más y el agua desaparecía por las alcantarillas. El sistema de desagüe era maravilloso en la ciudad. A pesar de eso, el agua y el barro había entrado en algunas casas. No hubo que lamentar casos de muerte, pero varias personas habían sido llevadas al hospital. El aluvión les cogió en la calle y sufrieron heridas graves. Poco a poco fue bajando la riada y enseguida llegaron dos coches de bomberos y dos camiones del municipio. Los bomberos empezaron a echar agua a presión en las aceras y en la calle para limpiarlas de barro. Los obreros del ayuntamiento se dedicaron a recoger la basura con mangueras aspiradoras. Algunos coches tuvieron que ser levantados con una grúa. Los daños eran tremendos. ³¿Qué ha pasado´ -seguían preguntando los vecinos-. ³¿De dónde ha venido tanta agua?´ Algunos agentes de la policía trataban de mantener apartada a la gente para que los obreros pudieran realizar su trabajo sin muchos impedimentos. ³Ha reventado el depósito de agua. Eso ha sido todo´. El depósito había sido construido en una colina de quince metros de altura al término de la calle. Lo llenaron de agua, pero se conoce que el hormigón aún no estaba bien seco y reventó. Unos coches que habían sido volcados se lo llevaron en un camión-remolque y lo dejaron en en patio que el ayuntamiento tenía para tales casos. Algunos de aquellos vehículos estaban completamente destrozados. Un par de ellos se podrían reparar. Entre estos últimos se encontraba el Peugeot de Adriano. ³Nunca te he visto viajar en autobús´ -dijo Herminio, vecino de Adriano-. ³¿Qué pasó con tu coche?´ ³El coche lo volcó el aluvión y se lo llevaron los obreros del municipio. Voy a ver si puedo traérmelo´. ³Yo voy a ver si encuentro tablas para arreglar el vallado del jardín´ -dijo Herminio-. ³La empalizada quedó completamente destrozada. Quizá encuentre algo que me sirva en el almacén de reciclaje´. ³Pues, te deseo suerte´. ³Igual te digo´. Pero, a pesar de los deseos de ambos, ni Adriano pudo recuperar el coche porque tenía que esperar que diera el alta el ingeniero del ayuntamiento y la policía. Herminio tampoco encontró las tablas que necesitaba. Cinco días más tarde todos los vecinos damnificados recibieron una circular del ayuntamiento para una reunión en la sala de un hotel cercano. El día convenido los vecinos fueron recibidos por el alcalde y dos concejales, además del comisario de la policía local. Primeramente fueron obsequiados con una bebida a elegir. La mayoría tomó café con tarta. Otros preferieron un refresco o una cerveza. Herminio le tocó sentarse a la derecha de una guapa chica de cabellos rojos. ³Permítame que me presente´ -dijo la chica-, me llamo Helga y soy alemana de nacimiento, pero vivo en España desde la edad de ocho años. Mi padre fue ingeniero de la fábrica Philips de Bercelona, pero él y mi madre volvieron a Alemania cuando yo estaba estudiando en la Universidad y por eso me quedé aquí´. ³¡Mucho gusto! Yo me llamo Herminio y trabajo de carpintero particular. No sabía que en mi
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calle había una chica tan guapa´. Helga se ruborizó. ³¡Muchas gracias!´ -agradeció la chica, con una sonrisa. De pronto el alcalde se puso en pie, levantó una copa y repiqueteó en ella con una cucharilla para llamar la atención. ³Me alegra ver que habéis venido todos los vecinos de la calle damnificada, pero al mismo tiempo, siento mucho lo ocurrido...´ El alcalde siguió hablando durante más tiempo del necesario para informar a todos de lo que el ayntamiento se disponía hacer para arreglar la calle y edificar una nueva torre para depósito de agua, pero esta vez se tendría en cuenta la catástrofe y no se darían tanta prisa en llenarlo de agua. ³Ahora tenemos que darles una mala noticia. El señor comisario tiene la palabra´. ³El señor alcalde ya lo ha dicho; tenemos una mala noticia´. El comisario hizo una seña y entraron dos agentes de la policía local. Éstos se acercaron a la silla donde se sentaba el vecino Adriano. ³Tenemos que detener al señor Adriano Muñoz por haberse encontrado en su coche material ilegal y drogas. Señor Muñoz; haga el favor de acompañar a los agentes que están a su espalda´. Un murmullo general llenó la sala. ³¡Yo no he hecho nada!´ -gritó Adriano- ³¡Soy un vecino damnificado y aún se me detiene como a un criminal!´ ³Usted lo ha dicho´ -contestó el comisario-: ³como a un criminal. Haga el favor de no armar un escándalo mayor y vaya con los agentes sin alborotar´. Cuando la calma volvió a reinar en el local los vecinos siguieron haciendo preguntas y a hablar entre ellos. Al otro lado de Herminio estaba sentado un señor que se presentó de esta forma: ³He oído hablar entre usted y la señorita Helga. Mi nombre es Günther Kohl. Yo también soy alemán. Quisiera hablar con vosotros cuando terminemos esta reunión´. ³No sé si la señorita Helga aceptará. Yo la he conocido hoy, pues ella vive casi al final de la calle y yo vivo mucho más para arriba´. ³¡Ah! Eso no importa. Yo vivo casi al principio de la calle y no conocía a ninguno de los dos. Por eso yo quiero empezar conocimiento con ella y con usted. Y, perdone mi español, que no es perfecto, que digamos´. ³Tú ¿que dices?´ -preguntó Herminio a Helga- ³¿Has escuchado lo que dijo tu paisano?´ ³Sí, estoy conforme, pero primero quiero decirte que quiero hablar contigo a solas´ -contestó Helga´. Cuando salieron a la calle dijeron a Günther que se reuniera con ellos en el café µPinocho¶ dentro de media hora. Primero tenían que hablar de un asunto privado. Helga y Herminio fueron andando, pues el café elegido estaba cerca. Por el camino Helga cogió a Herminio del brazo. Él notó en la parte superior de su brazo el agradable o del pecho derecho de Helga y no pudo remediar una erección. ³Herminio´ -dijo Helga cuando ya estaban sentado en un rincón del café µPinocho¶-: Tengo en mi jardín muchos tableros que quitaron y me estorban. Los quitaron hace más de seis meses para ponerme otra valla nueva y no vinieron a llevarse las tablas viejas. ¿Quieres hacerme el favor de alquilar una furgoneta o algo por el estilo y llevar esa madera al depósito del ayuntamiento. Yo ya llamé y me dijeron que tenía que llevarlo yo misma, ellos no vienen a recogerlo´. ³¡Qué casualidad!´ -exclamó Herminio- ³Yo estoy buscando algo parecido para arreglar el vallado de mi jardín que el aluvión me destrozó por completo. Esta misma tarde voy a por esas maderas. Espero que me sirvan´. ³Yo creo que te servirán, porque muy estropeadas no están. Me das una gran alegría´ -al decir ésto Helga acercó la cara a Herminio y le dio un beso en la boca. La erección de Herminio se incrementó de tal forma que éste creyó que iba a tener una eyaculación. De pronto apareció en escena Günther.
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³Bueno´ -dijo cuando estuvo junto a ellos-, ³ahora quiero presentarme como vecino y como amigo...´ Günther hablaba por los codos. De pronto, Hermino se levantó diciendo: ³Voy a alquilar un vehículo para transportar la madera. Dentro de media hora estaré en tu casa Helga, ¿de acuerdo?´ ³Bueno´ -dijo ella, y le alargó un papelito-, ³aquí tienes el número de mi casa. Allí te espero´. Cuando Herminio llegó a casa de Helga encontró al µamigo¶ Günther hablando con ella. Herminio cargó las tablas en un remolque y, antes de marcharse dio un beso a Helga, diciéndole-: ³Cuando deje estas tablas en mi jardín vendré a verte, ¿vale?´ ³¡De acuerdo, cariño!´ Herminio tardó tres cuartos de hora en llevar las tablas a su casa y descargarla. Después se duchó, se afeitó, llevó el remolque de vuelta y después fue a casa de Helga. ³¡Hola!´ -dijo a Helga cuando le abrió la puerta- ³¡Perdona! Hoy no puedo recibirte´. ³¿Por qué?´ -preguntó Herminio con extrañeza- ³¿No habíamos quedado...?´ ³¡Lo siento! Hoy no puede ser´. Herminio no pudo entrar, pero vio a Günther recostado en el sofá de Helga. Tenía medio cuerpo descubierto. Herminio se marchó para no volver jamás. Al día siguiente, cuando Herminio se dedicaba a quitar las tablas rotas del jardín hizo un descubrimiento inesperado. Al retirar la tablas de su cobertizo vio que en el roto cobertizo del vecino había un par de armas automáticas y varios cajones con paquetes de cocaína. Se acordó que a Adriano se lo habían llevado detenido y aún no sabía el por qué, pero empezó a sospechar. ³¿Qué hacer?´ -Herminio no sabía si ir a la mujer del vecino y decirle lo que cuasualmente había descubierto o, por el contario, llamar a la policía. ¡Vaya problema! Era su vecino, pero se dedicaba a negocios ilegales, criminales. Al fin se decidió por decírselo a a la vecina y que ella hiciera lo que creyera conveniente. ³Mi marido ha hecho algo que es muy malo´ -le dijo la vecina-. ³Yo no sabía nada. Pero ahora quiero que lo juzguen y lo condenen para que así escarmiente. Y, gracias por venir a mí y contarme lo que ha encontrado. Estoy completamente deshecha´. La policía vino a recoger el material que había en el cobertizo del vecino. ³Muchas gracias por avisarnos. Lo que hemos encontrado en el cobertizo podría haber causar muchas enfermedades y muertes. Lo sentimos mucho, pero su marido estaba metido en una organización muy peligrosa que traficaba con armas y drogas´ -dijo el policía y se despidió de la señora dándole la mano.
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V Celeste, fanática de las películas de terror, de las de suspenso y de las películas en general, no podía dejar de pensar en la vista la noche anterior. La historia era simple, una joven que se había visto envuelta en drogas y prostitución, simplemente por no escuchar los consejos de su padre. Lo bueno era que se trataba de las películas en que estaba el efecto Van Damme presente, ese que se aflora, cuando en una película, alguien que parecía más bien simplón, terminaba siendo el principal atacante, con movimientos precisos y certeza a la hora de actuar. Esto, se intensificaba, pues en este caso, se trataba del padre de la chica, quien la adoraba y por si fuera poco, era un ex guarda espalda de gobierno, lo que remataba en que por supuesto todo terminaba bien. Celeste pensaba, pensaba y pensaba mientras permanecía quieta, muda y descolocada. Sus ojos estaban fijos en la bolsa de cocaína puesta en su mesa. Sus piernas permanecían inmóviles. Intentó mover su mano y no logró hacerlo. Por unos breves segundos sintió miedo, había escuchado de esas parálisis que dan sin motivo, mucho más comunes aquellas que se producen por el consumo de drogas. Minutos más tarde, y en estado de pánico y tranquilidad a la vez, al fin, pudo mover sus dedos y sonrío. Su mente no reparó demasiado en el hecho y volvió a la pensar en la película. -Cuanto desearía que yo consumiera drogas, siquiera por una razón como el amor, quizás así valdría la pena, quizás lo habría de mirar de una mejor manera, pensaba. Cuanto desearía haber tenido un padre sin efecto Van Damme, que me adorara, que intentara detenerme« Celeste hace cinco años, prácticamente no salía de su casa. Pasaba los ratos viendo películas, entreteniéndose con alguna telenovela, cocinando un cup cake lo mejor decorado posible. Ella simplemente adoraba cocinar por cinco horas uno de estos pastelitos, esmerarse en su decoración y comerlo poco a poco mientras veía la pantalla. Siguió pensando. -Quizás debí ser chef. En ese minuto observo por su ventana, una caravana se asomaba, se trataba de un funeral. Celeste lo disfrutó. Si no sales de tu casa, cualquier cosa es interesante. Estaba por terminar el desfile de automóviles, cuando comenzaron a abrirse lentamente sus puertas, cerca de doscientos policías bajaron de ellos. El interrogatorio se salió de las manos, el novio de Celeste sacó un arma que guardaban bajo el sillón e intentó hacer una aparición del tipo efecto Van Damme, cinco segundos después cayó muerto. Celeste no volvió a mover sus dedos.
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¢ - Mi hijo no debe llorar. Intentó detener aquella catarata, pero el líquido se abrió paso hasta llegar a los pies de Jack Seis dedos. Dos zancadas le bastaron para cruzar el zigzagueo de orina y pararse frente a su hijo. - Mis cigarros no los traes, mi dinero tampoco. Eres una calamidad. Simón ya conocía el modus operandi de su padre. No debía llorar ni orinarse, pero a sus siete años era imposible no temer. - Eres como tu madre, débil como una perra. Jack Seis dedos con una impresionante cachetada le limpió las lágrimas, incluso las que estaban por venir. - Habla, y deja de gemir! Simón temblaba, corría evitando las pozas de agua, con firmeza sostenía tanto el dinero bajo el cinturón de vaquero, como los revólveres de plástico. Un juguete así le daba cierta seguridad en un barrio como ese, aunque sólo fuera ilusoria. Si no era la pandilla, sería su padre quien desatara la frustración acumulada. Pero, aún así, con esa ira y su indiferencia, era su padre. El único nexo con la raíz, con ese símbolo de pertenencia. Lo iraba, quería ser como él; seguro, frío, con el aura de hielo que sólo se ve en los héroes del cinematógrafo. No debía tardarse y para no cometer errores repetía una y otra vez la marca de cigarrillos. Pero al doblar la esquina se encontró con la tropa del barrio. El Gordo Harry le cerró el paso, Simón retrocedió, pero tres de ellos le quitaron el dinero. Entre risas y burlas lo empujaron, lo botaron y escupieron, pero Simón se incorporó. Con cierto aire de dignidad pandillera llevó sus manos a las pistolas de plástico. Quiso desenfundar, pero aunque eran sólo un juguete, no poseía la sangre fría de su padre. Huyó secándose las lágrimas después que el Gordo Harry lo golpeara. Un pequeño mensaje para su padre. Jack Seis dedos cogió la chaqueta de cuero, se calzó la manopla y antes de dar el portazo, dijo: - Debiste defenderte, no mereces llamarte mi hijo. A lo mejor nunca lo fuiste, ella era una ramera. Simón miró la foto de su madre, intentó traer algún recuerdo, pero su memoria no poseía otra imagen. Lloró un par de horas. Buscó sus pistolas de plástico y luego de jugar tuvo una idea. Saldría en busca del Gordo Harry, le demostraría a su padre que era de la peor calaña. Aunque Harry le matara a golpes, lo enfrentaría y desenfundaría sus pistolas. Cogió su cinturón de juguete, lo abrochó y salió. Fuera del bar, Simón se escondió hasta que vio llegar al Gordo Harry. - Miren muchachos, el hijo del ahora Cuatro dedos Jack. Harry rió, extrajo del cinturón un pequeño bulto. Lo abrió y tiró en el callejón varios trozos de carne. - Llévaselo a tu padre. Que conserve sus dedos, nadie se mete con el Gordo Harry. Fue en ese instante que Simón se incorporó. Llevó sus manos al cinto de plástico y con aire a lo Clint Eastwood desenfundó sus pistolas similar a como lo mostraban en televisión. El Gordo Harry rió al ver a ese muchacho esquelético, sin miramientos se burló mientras calzaba la manopla. Simón disparó y el tiro dio en plena barriga, el proyectil despedazó la grasa y la camisa se tornó rojiza. La segunda bala penetró la rótula destruyendo algunos trozos de hueso. Incrédulo, Harry cayó de rodillas. La tercera, entró en el cráneo, le voló parte del parietal y los sesos cayeron al pavimento. Con el cuarto tiro mató a uno de su pandilla, la bala entró en el pecho haciendo estallar el corazón. Y con el quinto hirió de muerte a su guardaespaldas, el tiro expuso el globo ocular y la sangre quedó como una estela al momento de caer. El resto de
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la pandilla huyó. Al otro día, la policía introdujo a Jack Seis dedos en la patrulla, aún sangraba su mano. Simón jugaba en la puerta mientras, en el interior de la casa, un oficial sacaba las armas de Jack envueltas en un plástico. De seguro le darían veinte años por los tres asesinatos. Simón cantaba, despreocupadamente extrajo de su bolsillo la foto de su madre y sonrió. Al doblar la patrulla por el callejón, lo último que Jack vio de su hijo fue una inquietante sonrisa seguida de una mirada de hielo similar a la suya.
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¢ I Cuando el tren cruzó la frontera comprendieron que no regresarían. Mariela dormía entre ellos. Pedro los esperaba en la estación de trenes y los albergaría en su casa por un tiempo. II - Mejor no pensar - se dijo Juan Diego Albarracin. Estaba de vacaciones y aprovecharía para componer música . Preparo las valijas, dobló las camisetas sobre sí mismas para hacerlas más pequeñas, hizo lo mismo con los calzoncillos y shorts, puso las sandalias en una bolsa de plástico, comprobó que tendría todo lo necesario, buscó otra valija para la computadora, ipod y todas las chucherias electrónicas. Abrió el baúl del coche y después de acomodarlas se fue a descansar antes de partir. Saldría por la madrugada para evitar el tráfico El viaje, fue un placer de unas dos horas. Entró a la casa, deambuló por la cocina, los dormitorios y se fue a dormir. Cuando se despertó los cuartos estaban invadidos por el sol de agosto que se colaba por los intersticios de las puertas y ventanas. Quemaban los muros de piedra y las baldosas de los patios, a él, se le humedecían las rodillas y le transpiraban las manos. Todos los veranos cuando esto ocurría y ocurría todos los veranos se inquietaba, angustia creativa le había dicho una vez Pepita, él lo llamaba sofocación meteorológica. Con curiosidad envidiaba a los gatos que dormían tirados en los rincones escondiendose del sol. Sentado en el patio oscuro, donde el olor a humedad penetraba lentamente primero el olfato hasta llegar con insidia hasta los huesos, pensó en componer un homenaje a John Cage, al concierto 4 minutos 33 segundos en total silencio. Sonrió con exagerada complacencia. Contó los segundos en silencio, cerró los ojos para no distraerse, 1 2 3... hasta llegar a los 60 segundos. Repitió el 1,2,3... Al llegar a 120 no se detuvo continuo hasta 180, decidió dividirlos por 60 y le dió exactamente 3 minutos , pero al detenerse, perdió el ritmo y debió comenzar nuevamente. Está vez se molesto porque entre el segundo 18 y el 19 se había detenido más de lo necesario. Golpeó la mesa con el puño cerrado. Necesitaría de alguién que controle en silencio su silencio y el silencio miéntras él descubría el significado del silencio y lo transformaba en sonido. Quién podría ayudarlo? Recorrió posibilidades hasta que los redujo a tres, Juan, Francisca o Pepita. Juan es puro nervios. Francisca se reiría, pensando que es una estúpidez. Solo quedaba Pepita, la que fuera su novia en los veranos de su adolecencia. Pepita la fea. A Juan Diego, le gustaba sus ojos humedecidos de risas, el tamaño desproporcionado de la nariz y los labios tan húmedos como sus ojos, al besarlo le mojaba las mejillas. Pepita se jactaba con arrogancia que en Francia para saludar se dan dos besos, uno en cada mejilla. - Saludo Francés- decía con placer. Ella era ideal para sentarse a su lado en silencio por 4 minutos y 33 segundos. La llamó por teléfono invitandola para almorzar el domingo al mediodía... Pepita, vestía de domingo. Un traje azul masculino y un sombrero de paja de ala muy ancha para protegerla de la tormenta de verano que habían anunciado.
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En los Arcos de la Calle principal entraron al Restaurant La Farsa, sentándose en la ventana que da a la calle, callaron las transformaciones del pueblo, ella con felicidad, el con indiferencia. - Pepita-. dijo de pronto Juan Diego. Se sorprendió al escuchar su nombre. - Sí. - Necesito pedirte un favor. - Dinero o sexo?- dijo con sorna - Lo primero no tengo y lo segundo debería pensarmelo aunque todavía me gustas sin embargo te diría no. - Quiero que te sientes a mí lado con un cronómetro . Yo estaré en silencio por 4 minutos y 33 segundos vos marcando cada segundo. - Para qué? - Quiero sensibilizarme, para poder describir la escencia del silencio y componer una pieza musical en homenaje a John Cage. Necesito meditar sin ser interrumpido durante 4 minutos y 33 segundos. - Cuántas veces? -No sé, imaginate un alquimista que repite las mismas acciones hasta que el material que esta manipulando se transforme en oro. Por decirlo de alguna manera. A Pepita se le dibujaron pequeños hipos en los labios hasta que no pudo contener la risa. - El significado del silencio está subordinado a las circunstancias en que se produce. Es la ausencia del ruido. Puede expresar diferentes vivencias, si te reclaman un minuto de silencio por la muerte de alguién es para interrumpir la dinámica de la vida y entrar en un espacio de dolor. Por otro lado podes ingresar al silencio con placer después de hacer el amor Juan Diego se sintió incomprendido. - Lo harás o no. - Sería inútil . Salieron del restaurant separados por silencio. Para evitar la tormenta de verano, se refugiaron debajo del paraguas. Los persiguió una joven africana con la cara hinchada de lágrimas y un bebé en sus brazos , camino al lado de ellos mientras con la voz entrecortada de lágrimas y urgencias intentaba comunicarles algo que no alcanzaban a descifrar. Desconcertados, miraron al bebé que dormía y se pusieron uno de cada lado de ella protegiéndola. - qué te pasa?. Barajaron todas las posibilidades. Llego aquí después de una travesía infinita que la llevo por varios continentes, está en el país ilegalmente y si la descubren los de inmigración la suben a un avión y la devuelven a su país, cuál país?. Quizás cayo en manos de una banda de traficantes humanos que la empujan a prostituirse o la explotan en los sudaderos, tal vez fue usada por contrabandistas de drogas como mula , ella se escapó y ahora la abandonan a su suerte. Tal vez es inocente y esta asustada del futuro. - Ayudénme -.dijo ella con cierta claridad - Vienen por mí - Quiénes? preguntò Pepita. Al doblar en la esquina - ahí están - dijo ella, dándole el bebé a Pepita y lanzandose a correr bajo la lluvia . Antes que pudieran reaccionar se fue perdiendo detras de la cortina de agua, allá a lo lejos pudieron distinguir las siluetas de dos hombres que la forzaban a entrar en un coche. Escucharon gritos y el rugir del motor del auto antes de desaparecer. - Vamos a devolver el bebé. - A quién? '. Ahora es mío - dijo la Pepita
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- Qué dices? - Que es mío o mejor es nuestro. - No, mío no es. Dejémoslo en el hospital. - Cómo lo vamos a explicar? . Una señora nos siguió, depositó el bebé en mis brazos y se fue corriendo, vimos como la introdujeron por la fuerza en un coche sin identificación para luego desaparecer. Eso no es creíble. - No lo sé. - Tienes miedo que el bebé interrumpa tu silencio. Ella lo apretó entre sus brazos, buscaron un testigo que los ayudase, pero las calles estaban desiertas. - Podemos ir a la Policía. - No entiendes, nos preguntaran hasta el nombre de nuestros abuelos, no creeran ni una palabra, ser polícia es tener la virtud de revolver mierda y nos interrogaran para saber que hicimos con la madre del bebé. Dónde está? . No podemos decirles desapareció adentro de un coche. Nos preguntaran por el color, la marca y el número de la matrícula del coche, cuantos hombres la forzaron a entrar al auto, cómo estaban vestidos, tenían uniforme estaban de civil? Estoy segura que nuestra descripción serían contradictorias y nos meteríamos en un lío. Quién nos va a creer, te repito , tenemos que buscar un testigo si querés deshacerte del bebé, alguién que vió todo y nos de una coartada. - Mirá, no hay nadie. Lo podemos dejar aquí e irnos. - Andáte con tus silencios y dejáme sola, yo me las arreglaré. - No seas pendeja, en esto estamos juntos nos guste o no. El bebé lloraba. - Tiene hambre. Encontraron una farmacia de turno. La empleada desconfió. Qué hacían con un bebé negro ? - Cómo se llama el bebé? - preguntó al pasar la farmaceútica. - Pedro - dijo la Pepita sin darse cuenta que el manto que lo cubría era de color rosa. - Creí que era una nena.- dijo la farmaceútica. En casa de Pepita, la bautizaron Mariela. La Farmaceútica llamó por teléfono a la policía para advertirles que una pareja de jovenes actuaban sospechosamente . Han comprado cosas elementales para el cuidado de un bebé. El policía de guardia escuchaba y anotaba en una libro con la neutralidad de quien había perdido la facultad de asombrarse. - Y qué piensa usted que han hecho? - No lo sé. - Gracias - dijo el policía terminando la conversación El inspector estaba furioso, se les había perdido la hija de la inmigrante que habían arrestado. Las ordenes de actuar con discreción se veían comprometidas, debían evitar cualquier publicidad negativa, y expulsarlas discretamente. La farmaceútica del pueblo nos ha dado una indicio, les vendió a una pareja que llevaba un bebé de origen africano - Es posible que sea nuestro bebé. - Sí. Desde las oficinas se podía escucharla murmurando en francés, mientras se golpeaba contra las paredes y lloraba con todo su cuerpo . Cuando se calmo, la hicieron compartir la celda con dos jovenes recién arrestados. El inspector, estaba organizando un grupo de agentes de civil, para ir en busca del bebé, cuando escucharon gritos y golpes provenientes de la celda, vieron los jovenes golpeándola
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ferozmente. Ella tirada sobre el suelo, cubriendose la cara con las manos, ellos pateándola indiscriminadamente por todo el cuerpo . Al escuchar los pasos de los carceleros se retiraron a un rincón de la celda. - Que hicieron? - La matamos. - Qué? Locos de mierda. Porqué lo han hecho? - Vienen a nuestro país a robarnos a prostituirse, decidimos darle una lección -. dijo uno de el ellos -En nuestro país no queremos este tipo de gente. -Ustedes son un par de asesinos. - Gente como ella no merece vivir. Desesperado el inspector los envío a otra comisaría mientras decidía como deshacerse del cuerpo de la víctima. Cómo presentar la muerte bajo su custodia, sin despertar sospechas de brutalidad policial. Sin ser acusado por la prensa de la oposición al gobierno de utilizar métodos violentos para controlar la inmigración. - Mierda, esto tenía que pasarme a mí. Juan Diego y Pepita, la alimentaron y discutieron como deshacerse de Mariela y resolver el misterio de la mujer raptada. Decidieron que él iría a la comisaría a denunciar la desaparición de la mujer y luego ella a entregar el bebé al hospital. Juan Diego se presentó a la comisaría. - Nombre? - Juan Diego Albarracin - Profesión? - Musico - Numero de documento? - 022247680 En que puedo servirlo? Sorprendido el policía de guardia dedujo que ocultar el crimen iba a ser más complicado de lo esperado. Creían que nadie los había visto raptarla. Se equivocaron porque del otro lado del mostrador que separaba los agentes de policía de los civiles había un hombre denunciando el secuestro. - Perdón, usted está acusando a la policía del rapto de una mujer?. - No, no estoy seguro quién lo hizo, he visto a dos hombres arrebatarla de la calle y desaparecer antes que pudiese reaccionar. El policía lo abandono sin responder, pretendió ocuparse de otros asuntos, salió y entro varias veces de la oficina ignorándolo. Entre entradas y salidas, Juan atisbo el cuerpo de la mujer sobre el piso del pasillo. - Es ella - , dijo. - Quién? - Ella, la mujer, está tirada ahí sobre el suelo. El policía se desentendió y salió nuevamente, al rato volvió. - Estábamos dónde? - En el cuerpo que está en el pasillo. - No entiendo, en el pasillo no hay nada. - Yo la he visto. - Miré, usted asegura que vió cuando la raptaban y no puede describir nada, no sabe la marca, ni siquiera el color del auto y ahora dice que esta en el pasillo, puede pasar y comprobar que no hay nadie, me parece que usted tiene alucinaciones - dijo abriendo la puerta.
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Se asomó y el corredor estaba vacío. Descubrió un jirón de la tela del vestido que ella llevaba y lo escondió en su bolsillo. - El bebé lo...- trato de decir. - Me parece que usted está fatigado- dijo con desprecio,- como comprobó aquí no tenemos a nadie. Por favor vayase, me está haciendo perder tiempo. Juan Diego apretó el pedazo de tela que había levantado y salió de la comisaría. -Puto silencio- dijo en camino a la casa de Pepita. - La ví tirada sobre el suelo después la hicieron desaparecer pero no del todo se olvidaron de ocultar un pedazo de tela de su vestido que tengo aquí - dijo abriendo la mano y mostrándoselo a Pepita que escuchaba aterrorizada. - La mataron? - Es posible. -Tienen todos tus datos. - Si. Mariela dormía. Ellos agotados se sentaron en el sofa frente a la televisión. Una locutora leía initerrumpidamente la mezcla de informaciones y desastres cotidianos. Ultimas noticias. - Dos jovenes drogadictos fueron encontrados muertos, baleados posiblemente por narcotraficantes. En la misma casa se hallaba el cadáver de una inmigrante ilegal. Se sospecha que fue asesinada por los jovenes, en una pelea cuya naturaleza no podemos determinar hasta nuevas investigaciones.
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Quien cree en el destino, rara vez hace una saludable autocrítica de sus decisiones o mejor dicho de cómo sus decisiones van forjando un camino o más bien forzándolo. Particularmente, creía que el destino era una fuerza tangible que, por nuestras acciones, nos arrastra en un único sentido, de tal manera que, será y debería haber sido, se convierte en la misma cosa. Yo siempre creí fervientemente en el destino. Hasta que decidí ponerlo a prueba. Confrontarlo. Desafiarlo a que, algo suceda como yo quería y no como, suponía, ya estaba escrito. Hasta ese momento en cuestión, se podría considerar a mi vida como un intrascendente transcurrir. Pasaba de etapa a etapa, de día en día, sin hacer mella en el aquí y ahora; sin dejar una huella que demuestre mi paso por este lugar. Todos mis días comenzaban de la misma manera. Me levantaba exactamente a las seis y cuarto. Cinco minutos después del sonido de la alarma del despertador; caminaba descalzo los diecisiete pasos que separan mi habitación del cuarto de baño para lavarme la cara y los dientes. Afortunadamente, soy calvo y para evitar demoras innecesarias llevo la cabeza rapada hace varios años. Por eso, en total, no me lleva más de cinco minutos asearme por la mañana. Todavía descalzo, encendía la cafetera que siempre quedaba preparada de la noche anterior y mientras se hacía el café, regresaba al dormitorio para terminar de cambiarme. Al regresar a la cocina, el aroma a café recién hecho, me terminaba de despertar. Desayunaba de parado, comiendo cualquier galleta o pedazo de pan que andaba dando vuelta por la mesa y exactamente a las seis y cuarenta, salía hacia la empresa donde trabajo, siguiendo el mismo camino desde hace casi 17 años. Cinco cuadras caminando hasta la estación de subtes, luego por metro hasta la plaza principal y finalmente tres cuadras más de caminata, hasta el edificio, donde la empresa donde trabajo, ocupaba la totalidad del quinto piso. Un día de aquellos en los que me solía replantear toda mi existencia, decidí que debía dar un cambio radical en mi vida. Tentar al destino. Retarlo. Es por eso, que elaboré un cuidadoso plan, modelando minuciosamente como un verdadero artesano, a punta de cincel, los contornos de un nuevo destino. Con premeditación, atrasé la alarma de mi reloj despertador, a las siete. Pensé que para cambiar mi destino, bien podría comenzar por llegar tarde al trabajo. Si bien ese cambio no representaría demasiado en cuestión de tiempo, todas las cosas que hice luego de levantarme, me llevaron a salir de mi casa casi a las ocho de la mañana. Al salir, enfilé como siempre hacia la estación de subtes, pero a diferencia de lo habitual, lo hice por el camino más largo. Caminaría alrededor de ocho cuadras en lugar de cinco. Caminaba a paso lento, como disfrutando del nuevo panorama, cuando de repente, la imagen de una bella dama me hizo despojar de todos mis pensamientos y me hipnotizó por completo. Sentada en un bar, en una mesa ubicada al lado de la ventana; me llamó la atención su increíble falta de decoro para hacer lo que estaba haciendo. Con mucho cuidado, y mirando en todas las direcciones, para asegurarse de que nadie la veía; introducía su dedo meñique en uno de los orificios de la nariz y rascando con la uña, arrastraba un asqueroso contenido que luego, sin demasiadas parsimonias, lo llevaba a la boca. Con una mezcla de asco y repulsión, apuré el paso, pero no pude dejar de mirarla. Para mi asombro, lo hizo una vez más. Era tal el grado de atención que tenía en ella que no reparé en la cantidad de peatones que venían hacía mi y se iban haciendo a un lado, para no chocarme. En cuestión de segundos había recorrido todo el ancho de la vereda y a punto estuve de bajarme a la calle, si no hubiera sido por un fuerte bocinazo, que, si bien me hizo volver en sí, no fue suficiente para evitar el mal mayor. Sin darme cuenta del error que estaba por cometer, continué caminando sin mirar hacia el frente, hasta que un estallido me hizo caer pesadamente en el lugar donde estaba. Me había
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reventado la cabeza contra un cartel de publicidad que exponía la tapa de una revista de actualidad, donde aparecía una de las modelitos de turno mostrando algo más que una cálida sonrisa. Casi no pude reaccionar por el golpe. Sentía que todo me daba vueltas, y me descomponía el dolor de cabeza. Una de las personas que me había esquivado y había presenciado el accidente, me ayudó a incorporarme lentamente. Me hizo algunas preguntas un tanto incómodas (supongo que para evaluar mi estado confusional), y luego de averiguar mis datos, se ofreció a llamar a mi trabajo para avisar lo acontecido. Después de todo, era en el único lugar donde me echarían de menos, en ese momento. Lo siguiente que recuerdo, fue que la luz del sol me pareció de pronto, demasiado intensa y luego de un fuerte ataque de náuseas me desmayé. Apenas si pude percibir una borrosa imagen de alguien que se acercaba y decía muy resueltamente: - Yo lo conozco, vivo en este edificio, en el cuarto piso. Ayúdenme a subirlo. Lo cuidaré hasta que despierte y esperaremos la ambulancia en un lugar más cómodo. Desperté con un terrible dolor de cabeza y una sensación muy similar a una resaca después de una fea borrachera. Me molestaba la claridad de la habitación. Como si estuviera en un sueño, me costó calcular el tiempo que estuve dormido. A pesar del fuerte dolor en las extremidades, intenté moverme. Fue bueno descubrir que podía hacerlo. De alguna manera, no se porqué, me dio mucho alivio. A tientas comprobé si tenía todas mis pertenencias encima. La billetera, el celular, la agenda electrónica. Todo estaba en su bolsillo correspondiente. Haciendo foco con el ojo derecho, entrecerrando el izquierdo, pude divisar no sin dificultad, mis pantalones y mi mochila sobre una silla frente a la cómoda y más abajo alineados a la junta del cerámico, uno al lado del otro; mis zapatos. Me encontraba en un dormitorio un tanto amplio, con una inmensa cama matrimonial, sobre la cual me hallaba ahora. Una mesa de luz a cada lado del inmenso lecho y una cómoda enfrentada a la cama que, llamativamente, nada tenía que ver con el estilo del resto del mobiliario. Un extraño mueble de doble puerta y con solo dos cajones en la parte inferior completaba la decoración y obraba de placard. Tampoco hacía juego. Daba la sensación de que quien había decorado la habitación, no tenía muy desarrollado el sentido del buen gusto. Un poco más sereno y con relativa lentitud, comencé a incorporarme. No quería provocar ningún mareo innecesario por levantarme bruscamente. En ese instante apareció ella, en el vano de la puerta. Con el mismo tic que le había visto en el bar, entró refregando la uña de su dedo índice en los dientes inferiores. Con una nueva oleada de asco y nauseas que intente disimular, sin mucho éxito, me dí cuenta de donde había estado ese dedo, tan solo segundos antes. Me dedicó una sonrisa y se volvió como yendo a buscar algo a la sala. El desagrado que me produjo aquella situación, me hizo saltar de la cama. Me incorporé, me vestí lo más rápido que pude y cuando enfilaba hacia la puerta principal, me volví a topar con ella: -¿Estás seguro de que quieres irte?-me preguntó-Creó que te convendría quedarte, ¿o no deseas saber un poco más? Sin dudarlo, crucé el umbral procurando no mirar atrás. ¿A qué se refería con saber más?. Todo me parecía tan raro. Volví a comprobar que tenía el celular en el bolsillo de mi camisa y una vez en la calle lo saqué para llamar a la empresa y dar aviso de mi tardanza. Cuando miré la hora no lo podía creer. Eran casi la una de la tarde. Llamé igualmente y dejé el aviso en la recepción. Mentí que estaba enfermo e informé que al día siguiente llevaría un certificado para justificar la falta. Sin intención de demorarme más llamé un taxi y volví a mi casa. Luego de un reparador sueño de casi cinco horas en la comodidad de mi cama, me desperté realmente renovado. No había signos del dolor de cabeza y al lavarme la cara y mirarme al espejo, noté que tampoco había quedado marca alguna del golpe. De solo pensar en como
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debería justificar una lesión así, me invadía un claro sentimiento de vergüenza. Todo había sido demasiado embarazoso. Luego de darme un buen baño, me cambié y me acomodé en el sillón a mirar televisión. Después de todo, debía hacer valer el día libre haciendo lo que nunca podía; disfrutar de mis momentos de ocio. Eran casi las veinte. Movido por la insistencia del parpadeo, me di cuenta que la luz del contestador automático titilaba sin cesar. Me extrañó no haber oído el teléfono mientras dormía, ya que ciertamente, la luz no estaba encendida cuando regresé a casa. Aunque dado mi estado de conmoción esto no puedo aseverarlo con seguridad. El primer mensaje era de la oficina. Mi amigo, el jefe de personal, me daba las gracias por comunicar mi ausencia y con una voz que deliberadamente no disimulaba su enojo, me regañaba por no haber llamado para comunicar mi situación y, por enésima vez, me amenazaba con ir a hablar con el gerente. Si bien me sorprendió la llamada (sobre todo porque no solo había comunicado la inasistencia sino que lo había hecho dos veces. Según tenía entendido, una vez lo había hecho el peatón que me ayudó en la calle y más tarde había llamado yo, personalmente); la segunda fue todavía más desconcertante. Un tal, inspector subcomisario Alcina, quería ponerse en o conmigo para discutir los avances de una investigación. A esa altura del día, ya nada me resultaba extraño. Lo que sí tenía claro, es que si quería jugar con el destino, seguro que lo había hecho, puesto que nada de eso habría pasado, o eso supongo ahora con lo hechos consumados, si no hubiera cambiado mi recorrido habitual al trabajo aquella mañana. Mientras terminaba de escuchar los mensajes, me llamó la atención la imagen que devolvía el televisor. Como había silenciado el sonido, para poder atender el contestador, no había oído a los conductores presentar la información. En la pantalla, había algo que me resultaba bastante familiar y aunque no lograba darme cuenta, sentía que conocía ese lugar. Levanté el volumen y agucé el oído justo cuando el periodista informaba que la policía había dado con la guarida de quienes supuestamente habían cometido el ³robo del siglo´ hacía casi dos años atrás en el Banco Provincia. Ahí caí en la cuenta de porque me resultaba familiar el lugar. De fondo se veía la misma confitería donde había visto a la muchacha rubia esa mañana. Cuando dijeron que tenían identificado al líder de la banda, pero que aún no daban con su paradero, manifesté cierta curiosidad que se transformó en absoluto terror cuando apareció, en un cuadradito a la derecha de la cabeza del conductor, una fotografía mía. La misma que adornaba la tarjeta de identificación de la empresa donde trabajo. Me refregué varias veces los ojos, creyendo ingenuamente que así borraría esa ridícula foto de la pantalla del televisor, pero lamentablemente seguía ahí. Me planteé por un momento, si no estaría sufriendo algún trastorno de múltiple personalidad y que, dominado por ³mi otro yo´ había sido posible que cometiera ese robo. Intenté, pensando lo más rápido que me daba mi aturdida cabeza, cual sería el mejor camino a tomar. Todavía pasmado, llamé al asesor letrado de la empresa. Suponía que si alguien me podía ayudar, era él. Demoró casi un siglo en responder. O eso me pareció, dado lo crispados que tenía mis nervios. Le comenté brevemente la situación y le pedí ayuda y asesoramiento. - Flaco ±me dijo con voz serena y pausada - ¿Existe alguna prueba fehaciente, que demuestre que vos vivís o viviste en aquel departamento? - ¡Por supuesto que no! ± le contesté encolerizado. - Quedáte tranqui entonces ± me dijo con la misma voz ± nadie te va a tocar. Espérame en tu casa sin hacer nada, que ya voy para allá. Como si fuera posible que me quedara tranqui en esa situación. Para él era muy fácil decirlo. Me quedé parado con la mirada fija en el televisor, mientras buscaba la noticia en otros canales. Estaba absorto, haciendo zapping, cuando tocaron el portero eléctrico. Pensando que era el abogado, instintivamente abrí la puerta del Palier y corrí a esperarlo a la salida del ascensor. Casi se me sale el corazón del pecho, cuando al abrirse la puerta del aparato, aparecieron ante mi, cuatro fornidos policías armados hasta los dientes como si los hubieran sacado de algún capitulo de la vieja serie SWAT. En cuestión de segundos, me enceguecieron con una linterna, me empujaron hacia adentro y de un soplido me tiraron en el sillón, me
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redujeron y me ataron. En el aturdimiento, solo alcance a oír en el crepitar de un walkie talkie: -Tenemos al líder, estamos bajando. Me llevaron encapuchado como si estuvieran tratando con el criminal más peligroso de la historia de la humanidad. Entre aturdido y adolorido, por la extraña contorsión que me hicieron hacer para colocarme las esposas, ya no tenía fuerzas para resistirme. Encima, al mínimo quejido, un grandote con cara de gorila, me descargaba, casi de forma sistemática, un codazo en las costillas. No podía moverme. Transité todo el trayecto desde mi departamento hasta el juzgado, todo acalambrado, apoyando una mejilla contra la ventanilla fría de la camioneta. No entendía nada. Me bajaron a los tumbos y me trasladaron por una suerte de pasillo subterráneo hasta un despacho muy iluminado, con un inmenso mesón rodeado de 15 sillas. Me quitaron las esposas, solo para volvérmelas a colocar por detrás de la silla donde me sentaron. Al cabo de unos eternos cinco minutos, se abrió una gran puerta ubicada en unos de los laterales de la sala, por donde entraron tres personas. El primero, era un sujeto alto, distinguido, con un corte de cabello estilo militar y prolijo bigote que no disimulaba para nada sus abundantes canas. Se acercó hoscamente y sin dirigirme la mirada, se presentó como el juez Cenci. Se sentó al frente y abrió delante de él una fina carpeta negra que contenía 3 o 4 papeles cuidadosamente dispuestos. Detrás apareció, con andar elegante el asesor letrado de la empresa, quien se presentó como mi abogado y con una seña trató de apaciguarme. Si bien me tranquilizó un poco su presencia, me resultó un tanto inquietante que apareciera tan rápidamente. Me indicó que sería sometido a un breve interrogatorio, luego del cual el juez decidiría que medida cautelar tomaría conmigo. Un instante más tarde, ingresó una muchacha pelirroja, muy joven. Vestía un trajecito color caramelo que, ridículamente, hacía juego con su cabellera. No se quitó los anteojos oscuros que llevaba, ni saludó al aproximarse a la mesa. Se sentó al lado del abogado. El Juez Cenci, comenzó haciéndome una serie de preguntas personales. Nombre, edad, trabajo, Nro. de documento, dirección. Me miró por primera vez, cuando le dije mi domicilio, que obviamente no concordaba con la residencia que me querían endilgar en aquel departamento. Luego continuó con una serie de preguntas un poco más específicas. -¿Dónde se encontraba usted entre las 22.30 y las 0.40 del día 18 de Mayo de 2008? Atontado como estaba no podía ni pensar. Le contesté bruscamente: -Escuchemé. Como puedo acordarme donde me encontraba específicamente en ese momento hace 2 años atrás. ¿Está usted loco? Mi abogado, me miraba pálido, haciendo millones de gestos tan solo con movimientos imperceptibles de los ojos y las cejas. Intentaba decirme que no hablara. Que me quedase callado. Pero el juez insistía: -¿No tiene coartada posible, que lo sitúe en un lugar diferente al del hecho, en la noche del 18 de Mayo de 2008? Otra vez el gesto imperceptible que me hacía permanecer en silencio. -¿Que relación lo une con Lautaro Morales, alias ³Cachimba´? - continuaba preguntando el magistrado. -¿Conocía usted a ³Loro negro´? Impávido, mantenía mi postura de silenzio stampa, ante cada pregunta del juez. Hasta que el gesto, en principio, indiferente y relajado, se trocó casi simultáneamente en una mueca de furia y disgusto: -Miré joven ± gritó descolocado ± demasiado me rompe las pelotas, tener que venir a hacer un interrogatorio a estas horas de la noche y más aún si no obtengo nada de colaboración por parte del imputado. Me corrió un sudor frío por la espalda cuando escuche esa palabra y más todavía, por la forma y el grado de indignación con que la dijo. Mi abogado, continuaba haciendo gestos, por lo que supuse que quería que continuara guardando silencio. Al cabo de unos eternos minutos, el Juez, lanzó un exagerado suspiro de impaciencia y vociferó mirando a todos los presentes:
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-Bueno, señores, viendo que solamente se ha tratado de hacerme venir a perder el tiempo, determino que el imputado quede detenido hasta tanto se resuelvan las cuestiones istrativas y los avances de la investigación. Se fija una fianza de 1 millón de pesos. Literalmente se me congeló la sangre cuando escuche la cifra. ¿De donde sacaría ese dinero? ¿Como podía ser posible que esto me estuviera pasando a mi? Mi abogado seguía taladrándome con sus tics, y yo no sabía como iba a librarme de semejante situación. Dicho eso, el Juez se incorporó y salió con la misma premura con que había llegado. Mi abogado se le acercó, le susurró algo al oído y luego vino a sentarse a mi lado. -Bien, tenemos unos 20 minutos - me dijo acelerado - Estamos un poco complicados. Según las pruebas periciales no queda lugar a dudas de que ese departamento es tuyo. -¿¡Como!? - mi asombro era pavoroso. -Mirá -me dijo, al tiempo que sostenía a la altura de mi vista, una docena de fotografías en blanco y negro. Las imágenes hablaban por si solas. Me veía sentado en el sofá del living, sosteniendo una copa de champagne, rodeado de un grupo de personas con los ojos tapados con un rectángulo negro. En la cocina, al lado de un par de chicas un tanto ligeras de ropa, sacando algo de la heladera. En el dormitorio, cambiándome los zapatos. Colgando un cuadro en la pared del living. Obviamente se trataba de un montaje muy bien hecho con algún programa de computadora. -Lamentablemente se movieron muy rápido, así que estás hasta las manos -me informó sin ningún tacto, el abogado. -Estas fotos no valdrían nada, sin una prueba pericial más completa. Se secuestraron todos los items que salen en las fotos y en todos se hallaron tus huellas dactilares, por lo que, no solo se confirma que las fotos son auténticas, sino que te posicionan a vos, como morador permanente de ese departamento. -¿Morador permanente? -pregunté atónito- Si solamente estuve ahí esta mañana y por un accidente. ¡No pase más de 2 horas en ese lugar! -No es lo que puede apreciarse por las pruebas presentadas. -¡¿Cómo que no?! -No podía entender el cariz que estaba tomando la conversación ¿Con solo un par de fotos van a demostrar que el departamento es mío? -No. Es un poco más delicado el tema. El departamento está a nombre tuyo. Hay una escritura y todos los impuestos vienen también a tu nombre. Metió la mano en el sobre y escarbó mirando en su interior hasta que sacó otra fotografía y me la enseñó. Se veía un cajón a medio abrir, donde sobresalían una cédula de identidad, un DNI, un pasaporte, un registro de conductor, un carnet de gimnasio, varias tarjetas de crédito. Todas las credenciales tenían en común mi nombre y fotografía. -Esto se encontró en un cajón de la mesa de luz del dormitorio ± me dijo lacónicamente- y cuando te capturaron corroboraron que no llevabas ninguna identificación encima. Dentro del aturdimiento que tenía, se me ocurrió una idea, una luz de esperanza, algo mínimo, pero que, a mi entender, podría salvarme. -Explicame lo siguiente. - le dije nervioso al abogado - Si prueban que ese es mi departamento, por 4 fotos de mierda, como pueden comprobar que yo estuve relacionado con el supuesto robo del siglo. Volvió a meter la mano en el sobre y extrajo otra foto. -Eso es tan solo el diez por ciento. El resto sigue desaparecido. Al verla me terminé de hundir en el sillón. Era como una broma macabra, la peor pesadilla hecha realidad. Se veían varios fajos de billetes, guardados en las placas de durlock entre el living y la cocina. Era una camionada de plata, más de 100 fajos de billetes de 100 dólares. Millones. En ese momento supe que estaba acabado. En cuestión de horas, mi vida se había derrumbado increíblemente. El abogado continúo hablando, pero yo no podía escucharlo. Me costaba respirar. El sudor frío que recorría mi cuerpo me había anestesiado las articulaciones y casi no podía moverme. -Lo mejor es que te declares culpable, que devuelvas la plata que encontraron y rogar que no
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encuentren la otra. No podía creer que este pelotudo, realmente considerara la posibilidad de que yo tenga algo que ver con semejante robo. No dejaba de preguntarme como podría estar pasándome esto a mí. -Deberías entregarte, y esperar un juicio beneficioso con algún arreglo de por medio, por ahí conseguimos 12 o 15 años y con buena conducta salís en 6 o 7. No lo escuchaba. Estaba nadando en una nube de espuma de cerveza, sostenido solamente por la fuerza que hacía para mantener los ojos abiertos. -Quedate tranquilo, que con mi asistente vamos a apelar para que te reduzcan la fianza. Su asistente. Recordaba haberlo visto entrar acompañado por la pelirroja, pero luego la había ignorado por completo. Recién ahora, reparaba en ella. La miraba fijamente. Había algo que me resultaba tremendamente familiar. No podía decirlo con certeza, pero hubiera jurado que la conocía de otro lado. -Disculpen Dres. - dijo con brusquedad el oficial que se encontraba detrás mío- Se ha cumplido el plazo estipulado por el juez. Por favor, no lo hagan más difícil para nosotros. El imputado debe acompañarnos ahora. Me ayudaron a incorporarme, al tiempo que mi abogado y su asistente juntaban las fotos, y una serie de papeles que habían dispersado sobre la mesa. -Quedate tranquilo-me dijo palmeándome la espalda- Vas a ver que esta es la mejor estrategia. Va a salir todo según lo planeado. Confía en mi. Pidiéndole permiso un pie al otro, intenté caminar, con la poca dignidad que me quedaba, hacia la salida. Me sentía abatido. Como si me hubieran tirado con un tractor encima. Casi al llegar a la doble puerta, volví la cabeza para mirar por última vez a quienes tenían mi libertad en sus manos. Quería refrendar mi confianza en ellos. Sentir que podía confiar, realmente, en esas dos personas. Giré la cabeza y los miré por última vez. Entonces todo se aclaró. Paralizado por el miedo, observé como la asistente, se metía el dedo meñique en la nariz y seguidamente se lo llevaba a la boca. No quise seguir mirando. No tuve necesidad. Me dejé llevar sin oponer la mínima resistencia. En ese mismo momento, lo comprendí todo. Como había sido víctima de una trampa fabulosa. De un plan urdido milímetro por milímetro. No tuve que atar demasiados cabos, ni resolver ecuaciones incomprensibles para saber que iba a estar adentro por mucho tiempo. Sin embargo, no me lamento por nada de lo sucedido. Después de todo, esa fue mi intención aquella mañana: Desafiar al destino ¿verdad?. Todavía pienso que si no hubiera cambiado de ruta para ir al trabajo, nada hubiera sucedido. Pero todo es relativo. Al fin y al cabo, nunca podré aseverar con certeza, que esto que pasó, no fue más que el desquite del destino por haber querido jugar con él.
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V Con perdón de Stephen King Cuando las encontraron les fue imposible reconocerlos. En sus cabellos tenían lodo y en lo que quedaba de sus cuerpos huellas de que los animales habían merodeado durante la noche. El trabajo era d un experto. No cualquiera tenía la habilidad ni la experiencia necesarias para lograr que dos mujeres se vieran así. La lluvia arrasó con todo, haciendo el trabajo de la policía mucho más difícil. Para cuando el sol dejó de verse, seguían recogiendo pedazos de dedos. La impresión que se llevó el joven oficial Ray McDonald fue terrible. Nunca antes había participado en una investigación como esa; lo más peligroso que había hecho era sacar borrachos de una cantina. Cuando llegó a su casa vomitó de nuevo. En la escena se alejó varias veces para hacerlo. Tomó tres tranquilizantes del botecito amarillo y se acostó a mirar la televisión pero en todos los canales se hablaba de lo mismo. Apagó el aparato y trató de dormirse, pero las imágenes que tenía grabadas en la memoria se lo impidieron. Toda la sangre que salía en las películas no podía compararse con lo que había visto. Cuando por fin concilió el sueño, el reloj marcaba las tres de la mañana. Despertó sintiéndose enfermo, pero sabía que no podía faltar al trabajo. Con la cantidad de papeleo y tanta ``evidencia ´´ que procesar, una par de manos extra nunca estaba de más. En la estación lo recibieron con la orden de pasar al despacho del comandante. Esas cosas no pasaban muy a menudo, lo normal hubiera sido que recibiera una llamada telefónica para darle indicaciones. Le pidió que se sentara y comenzó a darle los pormenores del caso. Dijo que el sería el investigador en jefe, que era su oportunidad para hacer carrera. El jefe sonrió y le dijo que se retirara; tenía mucho trabajo que hacer. Salió de la oficina y se sentó en su escritorio. Sentía que si se hubiera tragado dos huevos podridos no se encontraría mejor. Su estómago quería vaciar el desayuno, pero supuso que no era buena idea. Llenó un par de informes sobre el día anterior y se montó en el coche patrulla con dirección a la escena del crimen. Cuando llegó, el forense aún estaba fotografiando los pequeños detalles. Los pedazos de la ropa de las víctimas parecían interminables y a Ray le pareció curioso que ambas llevaran lunares verdes en las camisetas. Eran Andrea Loosel y Carla Smith. Nunca nadie las había visto y sus familias vivían al otro lado del país. Ray no alcanzaba a comprender como es que algo tan horrible pasara en un
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pueblo tan pequeño, pero lo que lo asustaba en verdad, era que aun no tuvieran a nadie detenido. No podía pensar en que alguien fuera capaz de hacer algo así sin dejar pistas, ni siquiera un cabello, nada. Estaba enfrascado en sus pensamientos cuando el forense lo llamó. Por fin, un hilo que seguir. II En lo profundo del bosque se ven las luces de una cabaña. Dentro se esconde un cazador. Tiene sus armas a punto; afilados los cuchillos y bien engrasados los rifles. Está asustado. No es la primera vez que hace algo así, pero siempre se asusta. Las voces en su cabeza le dicen que lo van a atrapar, que esta vez no lo salvará nada. Trata de ignorarlas, pero son cada vez más insistentes. Las lágrimas de rabia brotan de sus ojos y se levanta para destrozar sus cosas. Su respiración agitada rebota entre los árboles; tiene de nuevo esa sensación, esas ganas. Hoy saldrá a cazar. III Ray despertó en medio de la noche sudando. Estaba soñando con el caso, como le pasaba cada vez más a menudo. Desde que se lo habían asignado, no se lo había podido quitar de la cabeza. La primera pista que siguieron no los había llevado a ningún lado; era solo un pelo de oso. Seguían en un punto muerto. Las demás pistas tampoco sirvieron. La causa de que se despertara no era solamente la pesadilla, el teléfono estaba sonando. Lo levantó y escucho una voz apurada diciéndole que se levantara rápido, tenían dos cuerpos más. Maldijo por lo bajo y se visitó velozmente. Se tomó con prisas un café y salió de su casa. No había llegado a la esquina cuando se pregunto sin no había olvidado cerrarla. Lo estaba esperando el jefe. Le dijo que tenía que apurarse con esto si no quería ser despedido. En su voz se apreciaba con exactitud que a él también lo habían despertado. Ray se encargó de tomar las fotografías esta vez. EL forense no trabajaba de noche así que también recogió los trozos de las muertas. Mujeres. Las dos veces habían sido mujeres. LA forma en que las mataba era de verdad horrible; siempre había que pasar horas limpiando y siempre se les escapaba algún detalle. Las vísceras estaban esparcidas por el suelo y las piernas y brazos cortados en cinco partes. Esta vez logró contener sus ganas de vomitar. Sabía que si lo hacía arruinaba la escena. Le estuvo dando vueltas a todo en la cabeza, algo no encajaba. Se fue a la estación e hizo unas llamadas. Envió unas fotos y al poco tiempo le contestaron que a esas mujeres las habían cazado. Le dijeron que por la forma en que las habían destripado, estaban buscando a un experto y que por como las había maltratado debía se un hombre grande. Las cosas se aclaraban en su menta a una velocidad asombrosa. Marcó otro número y pidió una lista con todas las licencias de cazador expedidas en el condado. Esta vez tuvo que esperar hasta medio día para recibirla. Mientras, las llamadas indignadas no dejaron de llegar. Tuvo que dar la orden de que o le pasaran llamadas. Cuando tuvo la lista de los cazadores en sus manos se sorprendió; más de la mitad eran mujeres. Revisándolo bien, la lista no le sorprendía en lo absoluto, en el pueblo casi todas las mujeres disfrutaban cobrando piezas y casi todas lo hacían mejor que los hombres. Descartó los nombres femeninos y se concentró en los que sobraban. Por las fotos que los
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acompañaban pudo deshacerse de unos cuantos más. Después eliminó a los que vivían demasiado lejos y a los ancianos. Para cuando terminó, la lista tenía poco más de veinte . Se dirigió al domicilio que la encabezaba. Era un negro que vivía en un remolque cerca del bosque. Cuando abrió la puerta, le pareció bastante probable que alguien como él matara a dos mujeres blancas pero en cuanto comenzó a interrogarlo, se dio cuenta de que el hombretón era incapaz de matar algo más que no fuera un venado. En la mayoría de las casas que visitó le ocurrió lo mismo, una primera impresión asesina y luego una actitud que la desmentía. Solo fueron tres personas las que habían despertado sospechas en Ray. Uno tenía cincuenta años y vivía en una cabaña. Dentro de su casa tenía más cabezas de ciervos y osos que fotos de su familia y cuando habló con él, se mostró evasivo y hasta violento en sus respuestas. Otro tenía las manos moradas y cuando le preguntó que le había pasado le dijo cortante que había tenido una pelea en el bar. Al último lo rehuían hasta sus hijos y su esposa tenía los ojos morados; éste fue el que más lo hizo sospechar; si era capaz de golpear a su mujer y a sus hijos porqué no mataría a cuatro desconocidas. Tomó nota mental de los tres sujetos y se dijo que los llamaría a la estación para tener una charla un poco más severa. Al final del día solo le quedaban cinco casas por revisar. Las dos primeras fueron fáciles; estaban en pleno centro de Castle, pero la otra estaba dentro del bosque, así que decidió dejarla para el después. Por ese día había tenido suficientes tipos grandes y peludos. IV Las voces le advierten que la policía lo está buscando. No es la primera vez que lo hacen pero ahora suenan serias. Ya no siente ese impulso asesino. Sabe que en Castle Rock las mujeres duermen con miedo, pero él no las lastimará. Solo mata a esas putas sucias que se atreven a mirarlo, solo mata cuando quiere hacerlo. Está tranquilo. Se acerca al refrigerador y saca una cerveza. La destapa y se la bebe de un sorbo; las voces se callan y lo dejan tranquilo, sabe que la policía no vendrá. V Ray McDonald no pudo dormir esa noche. Se quedó en la mesa de la cocina, comiendo un sándwich y bebiendo una cerveza. Estaba bastante preocupado pero creía haber hecho avances en la investigación. Por lo menos ya tenía sospechosos, pero no se lo diría a los medios, los hostigarían hasta la muerte. Se acostó pasada la meda noche y estuvo dando vueltas hasta que amaneció. En la estación le dijeron que con esas ojeras parecía mapache. También le dijeron que pasara con el jefe. Se estaba convirtiendo en una costumbre, se dijo. Entró en la oficina de Don Greyson y se sentó. El jefe le dijo que el caso lo estaba absorbiendo mucho, que era demasiado personal. Le preguntó si se encontraba bien y que si necesitaba descansar. Contestó que si y que no, pero se puso furioso cuando Don le dijo que él tomaría el caso. Le dijo con ira mal contenida, dijo que el caso era suyo y que había ahora que tenía sospechosos no se lo podían quitar. Don le respondió que si los sujetos de los cuales hablaban no acudían esa mañana a la estación, no solo le quitaría el caso, también el arma y la placa.
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Salió de la oficina enojado. ¿Cómo (necesitas descanar) se atrevía a insinuar (quitarte el caso) que no podía (arma y placa) manejarlo? Se sentó en su escritorio y rompió la punta del lápiz cuando la presionó contra el papel. No tenía ni el humor ni la concentración para rellenar un informe así que revisó su agenda y recordó que le quedaba una casa por revisar. VI Las voces le han dicho que por la carretera viene una patrulla. Se levanta y se sujeta la cabeza; no debió haber tomado tanta cerveza. Se viste con lentitud y haciendo muecas. Toma sus cuchillos, su rifle y sale de su cabaña. Vista desde afuera, le parece solo un cuartucho, pero no necesita más. Con un lugar donde dormir y donde guardar sus trofeos le basta. Camina en zigzag cubriendo sus huellas con una rama. Mira su sombra extrañado por el bulto que sobresale de su espalda. Detrás de él, se mueven muchas cosas, pero él no las ve, está demasiado absorto en alejarse de ahí. VII Ray tuvo que bajar de la patrulla porque el camino terminaba de forma abrupta, pero no tuvo que andar mucho; en la distancia podía ver una casucha de madera comida por la humedad. Se acercó y tocó la puerta. Esperó varios minutos a que alguien le abriera pero cuando nadie lo hizo, tiró de la manija y la puerta cedió sin dificultades. Dentro se podía observar que claramente alguien vivía ahí y de acuerdo con su lista, ese alguien era Cartman Charmicael hijo. El único registro que se tenía de él era su certificado de nacimiento y su licencia de cazador. No tenía permiso para conducir ni antecedentes penales. Solo había un cuarto por lo que registrarlo no le llevó mucho tiempo. No le pareció encontrar nada extraño, fuera de que alguien viviera en esas condiciones. La cama estaba pegada a la pared frete a ella estaba el único aparato eléctrico a parte del refrigerador: un pequeño televisor en blanco y negro. Abrió el refrigerador y en él solo había cerveza, un trozo rancio de queso y enormes cantidades de cecina de venado. Lo cerró y sacó una tarjeta con su nombre, su teléfono y su dirección aunque se preguntó para qué le serviría el número si no tenía teléfono. Detrás escribió `` He pasado a visitarle Señor Cartman, espero que se comunique conmigo ´´, después se dirigió a la salida pero antes de que tuviera tiempo de abandonar la cabaña algo llamó su atención. De una caja de municiones vacía asomaba un pedazo de tela con lunares verdes. Tomó la caja y la abrió. Lo que vio dentro le hizo descartar a los demás sospechosos; había trozos de la ropa de las cuatro mujeres muertas. Ese era un momento crucial. No debía precipitarse o echaría todo a perder. Dejó la caja donde estaba y salió de la cabaña con el corazón latiéndole a mil por hora. VIII Ya se ha ido. Lo sabe porque las voces se lo dijeron. Al principio le asustaban las voces pero ahora estaba acostumbrado. Recuerda la primera vez que las escuchó y vuelve a ver la luna llena que brilla en el cielo. Parece hablarle, piensa, y segundos después escucha las voces. Si Cartman, somos la luna y te hablamos, tienes que ir a tu casa por el rifle, tienes que ir a tu casa por tus cuchillo, tienes que buscar a esa zorra que te ha estado mirando y tienes que matarla. Mueve la cabeza y los recuerdos se desvanecen. Había matado a la (zorra que te ha estado mirando) mujer, vaya que lo había hecho y había dejado California. Lo mismo le pasa en Arizona y en Boston.
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Se detiene y mira hacia atrás. Las voces le dicen que puede regresar así que lo hace. Entra a su cabaña y mira el desorden que el policía ha dejado. La puerta del refrigerador está movida y puede asegurar que le faltan cervezas. El queso se echó a perder y en la mañana estaba bueno. Da media vuelta y busca su caja. Son sus trofeos; por lo menos no ha visto esos. Pasará por la estación mañana, después de todo tiene que mantener las apariencias. IX Llegó a la estación e informó de inmediato a Don. Él le dijo que tuviera cuidado, y que antes de arrestarlo se asegurara de hacerle un buen interrogatorio. Incluso le recordó como hacerlo. Ray se limitó a asentir y forzar una sonrisa. Cuando se sentó en su escritorio tenía la cabeza despejada, mierda tenía la cabeza como si hubiera aspirado una buena línea de coca, pensó. Tomó de nuevo los informes de aquella mañana y los completó en un instante. Estuvo esperando con nerviosismo toda la tarde pero Charmicael no llegó. Esa noche tampoco pudo dormir, pero esta vez era a causa de la emoción. Sabía que no estaba bien sentirse feliz, pero no podía evitarlo; era su primer gran caso y estaba a punto de resolverlo impecablemente. Al día siguiente entró a la estación con un humor mejor del que había tenido desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera los comentarios del jefe lo harán sentirse peor. Se prepara para salir; lleva su rifle colgado de la espalda. Camina rápido, no quiere perder el tiempo. Se sentó en su escritorio y se puso a esperar. El día sería demasiado largo y aburrido antes de que llegara el culpable. Ahora puede ver la Estación de Policía del Condado de Castle, el rifle es invisible a los ojos de todos y las voces le aseguran que nada puede herirlo. Antes de dirigirse allá, les ha dejado otro regalo. Nunca lo atraparán. Ray puede ver a Cartman entrando por la puerta principal antes de tomar el teléfono. La alegría que creyó inquebrantable durante la mañana se acababa de desmoronar en un instante. Más cuerpos. Se acerca al escritorio de McDonald y saca el rifle. Tiene tiempo de hacer dos disparos antes de que una lluvia de plomo se cierna sobre él. Lo último que pasa por su mente es que las voces le han mentido. Sus carcajadas hacen eco en su craneo antes de que reviente por las balas. X Ray McDonald está tendido en el suelo con dos enormes agujeros calibre .50 en el pecho. El suelo se puede ver a través de ellos. A su alrededor toda la policía, sus amigos está llorando. Todos menos Don Greyson. Él solo menea su pequeña cabeza de lado a lado y dice: ``Mierda, tenía una carrera brillante por delante´´.
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¢ Esta historia relata una de las miles de intervenciones de una Unidad Policial ante un posible artefacto explosivo, veamos lo que sucedió« Eran las 9 de la noche, la luna apenas se había asomado y las estrellas titilaban cual luciérnagas en el firmamento chiclayano, el personal de servicio de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE), se encontraban, algunos fumando, otros atentos a las hermosas mujeres que por ahí circulaban, otros cumpliendo atentamente su servicio, cuando una llamada telefónica vino a ³revolucionar´ el macizo local policial. - Aló, buenas noches, Policía Nacional a sus órdenes, se le escuchaba decir al Comandante de Guardia, un veterano y todavía ágil policía. - Señor, es una emergencia, estoy hablando desde Lambayeque, al otro lado de la línea se escuchaba una voz masculina de hablar pausado y nervioso, frente al Museo Brunning han dejado un paquete, su voz casi temblaba, creo que es una bomba. El Comandante de Guardia tomaba nota de todos los datos, a veces hacía preguntas y más preguntas, con la finalidad de verificar la información. Corría los días y meses del año 85, la subversión en nuestro país estaba ocasionando estragos en la Policía Nacional, Fuerzas Armadas, en la población civil y en los lugares públicos. La población vivía atemorizada por los constantes apagones y las acciones terroristas, la UDE ± PNP., tenía bastante trabajo. Esa noche iba a ser una larga jornada. Se le dio cuenta de esta novedad al Oficial de Servicio. - Que esté lista una unidad móvil con personal de la UDE, ordenó. Al momento cuatro efectivos de la UDE, el Oficial de Servicio y su adjunto, luego de revisar todo el equipo necesario para estos menesteres y de persignarse, en estos casos Dios es el único que los protege, abordaron la camioneta RAM CHARGER de color verde, verde como el color de la esperanza, esperanza de regresar con bien, sanos y salvos, de esta patriótica, pero peligrosa labor. Salieron por la avenida Balta, con circulina y sirena funcionando, a toda velocidad, abriéndose paso por la avenida Bolognesi hasta la avenida José Leonardo Ortiz y luego doblaron por la avenida Salaverry, rumbo a la ciudad evocadora. Los vehículos que a esa hora se desplazaban a Lambayeque, y que estaban acostumbrados a esta clase de hechos, abrían camino para que la unidad policial llegase prontamente a su destino: salvar vidas y proteger la propiedad pública y privada. La camioneta se estacionó entre las calles Huamachuco y Atahualpa, casi a la entrada de la ciudad, los policías del Destacamento del Museo ya se encontraban acordonando el lugar. Los recibió un Suboficial quien les indicó el lugar exacto donde se encontraba el ³paquete maldito´. La fachada era de color celeste, de material noble, de un piso, se observaba un jardín amplio, rodeado de rejas, daba la impresión de ser una cárcel. En una parte de la reja estaba colgada una bolsa de tela color oscuro, oscuro como su contenido. El personal de la UDE., tomó su emplazamiento, mientras bajaban de la camioneta sus implementos uno de ellos se acercó con sumo cuidado, en puntas de pie, como cuando los maridos llegan tarde y borrachos a sus casas para que no los descubra la señora, y observó detenidamente aquél, aparentemente inofensivo, peligroso paquete. Para la desactivación de un artefacto explosivo, se siguen dos técnicas: por la desactivación de sus componentes, fulminante, cordón detonante, mecha lenta; y por destrucción, consiste en colocar un fulminante y mecha lenta al paquete y hacerlo explotar en un lugar donde no cause daño. El más antiguo del grupo ordenó traer el gancho para jalar el paquete, pensaba que al jalarlo
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éste explotaría, dos del grupo se acercaron sigilosamente y elevando una plegaria al todopoderoso colocaron el gancho, jalaron y por instinto de conservación se arrojaron al piso para cubrirse de una posible explosión. Pero nada. No había explotado, el peligro seguía latente. Fue entonces que se tomó la decisión de cortar las amarras que lo sujetaban a las rejas, con la finalidad de que al caer explote. Uno de los integrantes de la UDE, al ser ordenado que realice esta maniobra, por ser el más ³palillo´, el menos antiguo, objetó: ³Yo soy soltero, que vaya otro, al menos déjenme conocer a mis hijos, a mi todavía no me llaman papá´. Entonces se escuchó una voz que decía: ³PAPA´. Y los demás al unísono le gritaron: ³Ahora si puedes ir, ya te llamaron papá´, causando la hilaridad de los presentes en ese tenso momento. Todavía sonriendo, se encaminó al paquete, sereno, tranquilo, tratando de no cometer errores, pues, su primer error sería el último. Respiró profundamente, estiró la mano con la navaja, cortó las amarras, el paquete cayó pesadamente a la acera. No explotó. Estando el paquete en la vereda, se determinó desactivarlo por destrucción, se le colocó un fulminante con mecha lenta y se procedió a hacerlo explotar. Se escuchó un sonido no muy fuerte producto del fulminante, pero el paquete, cual terco animal, seguía igual. El oficial entonces dispuso subir el paquete a la camioneta con la finalidad de llevarlo a un lugar desolado. Luego, todos subieron a la RAM CHARGER. Nadie hablaba, claramente se escuchaban los latidos acelerados de sus corazones, parecían los tambores de guerra de una tribu amazónica. Al llegar a la entrada a Chiclayo, el oficial ordenó estacionar el vehículo a un costado de la carretera, después con un palo sacaron el paquete y lo arrojaron a un descampado. Todos retuvieron la respiración. Ahora sí explota, pensaron. Pero nada. Con la ayuda de un reflector alumbraron el paquete y uno de ellos se acercó resueltamente y de un tajo, lo cortó. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que el paquete contenía: una botella rota con residuos de chicha, dos portaviandas con restos de comida, una cuchara, un mantel de costalillo de harina, todavía se podía observar, un tanto descolorida, la marca ³Harina Santa Rosa´. Esta era la ³bomba´, que los había hecho sudar la ³gota gorda´. Abordaron la RAM CHARGER, alegres, carcajeándose durante todo el recorrido. Al llegar al local de la UDE., el personal de servicio, que esperaban ansiosos noticias de sus compañeros, se alegraron cuando los vieron llegar sanos y salvos. ³Gracias a Dios, les fue bien´, pensaron. Siguieron al Oficial, quien en forma muy policial, se cuadró ante el Mayor, Jefe de Cuartel, y luego de saludarlo gallardamente, dijo: - Permiso, mi Mayor, artefacto explosivo conteniendo: una botella rota con residuos de chicha de jora, portaviandas con comida, cuchara y mantel, sin novedad. Una risa franca, sincera, alegre, solidaria, se escuchó por todo el local policial, contrastando con el silencio de la noche. Esta vez había sido Sin Novedad.
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Filomena Carpajo de 52 años de edad, vivía junto a su esposo Plutonio Carimba y sus tres hijos: Rember, Carmelo, y Eufrasio, en una lejana y selvática población del sur de tierralta. El lugar tornaba un ambiente solitario, la casa era de tablas con un techo pulido en fina palma de cera, el piso aterronado y húmedo fatigaba a Plutonio cada vez que se levantaba de su rugosa y remendada hamaca, y el temor que flotaba por los alrededores, en especial el que tenía Filomena de que en cualquier momento la guerrilla acabaría con lo que ellos durante muchos años habían criado y cultivado. Una mañana, Filomena estaba sentada en su taburete mientras las urracas aclamaban la llegada de un fuerte aguacero. Rember y Carmelo limpiaban el cultivo de hortalizas y Eufrasio junto a su padre cortaban grandes gajos de plátano para el desayuno. De pronto, Filomena escucha unos disparos y muy asustada empieza a gritar: Pluto! Pluto!! ³Se metió el ejercito´ Corre! Plutonio manda a Eufrasio donde su madre para ver que sucedía, este sale corriendo y se tropieza con una gruesa raíz de un árbol de mango, rápidamente se levanta y mientras se proponía avanzar, observa varios hombres vestidos con ropas de manchas verdes y unas botas pantaneras muy lustradas, entre sus brazos llevaban varias ³escopetas´ y descendían de la montaña que estaba detrás del pilón del frente de la maracuyá debajo del mango por encima del loro que charlaba día a día con Rember. Sin prestarle mucha atención a lo que había visto, Eufrasio llega a su casa y encuentra a sus dos hermanos debajo de la cama, y su madre arrodillada orando frente a una vieja foto de la virgen, mientras las gallinas cacareteaban como si ya fuesen a poner. Filomena lo toma del brazo y lo esconde debajo de la cama junto a sus otros hermanos. Una lagrima de sudor deslizaba sobre sus lucias mejillas, cuando de momento, hay un sesee al fuego, Filomena se pone de pie y se asoma a la descubierta y enterrada sala. Lo primero que ve, es desastroso. Pedazos sangrados de la cabeza de se esposo plutonio, y un gran suspiro marca en ella, una fuerte aceleración cardiaca, de pronto, Eufrasio escucha un leve ruido; como si algo se hubiese caído, sale debajo de la cama y se asoma a la sala, trinchado de dolor cae arrodillado frente a sus padres muertos ya por el suelo. Sus dos hermanos escuchan su llanto y salen a ver lo sucedido. Era horrible. Eufrasio no sabía que hacer, tenía tan solo 16 años y no contaba con nadie cerca mas que sus hermanos en especial Rember quien era un año mayor que Carmelo de 11. Los llantos de sus hermanos atormentaban sus oídos, entró un momento crítico de desesperación en el cual lo único que se le ocurrió fue llevar a sus hermanos a las orillas de las crecidas aguas de una quebrada cercana al cultivo de arroz donde los lanzó sin ninguna piedad, mientras estos chapoteaban tratando de salvar sus miserables vidas. Se quedo observándolos con una marca de tristeza y dolor en el rostro, pero a la vez con una cruda satisfacción y una leve tranquilidad amarga. No se ha sabido nada más de él, nadie en el pueblo ha vuelto hablar de ese suceso, nunca se supo en realidad lo que paso con la familia Carimba. Hasta el día de ayer donde sale publicada la noticia de que un coronel del ejército, había acabado con la vida de todo un batallón de hombres, instalando una potente bomba en las instalaciones de la brigada 11 del ejercito. Según las noticias, el coronel Carimba Carpajo Eufrasio miguel había sufrido un desequilibrio mental por causa de un pasado oscuro que lo llevo a la tragedia. Se dice que fue
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¢ El sol emergía entre las montañas que rodeaban al pueblo. A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió con la calma. Las nubes se tornaron negras de pronto y la neblina llegó de quién sabe dónde, para destruir el sosiego que había reinado en Segarra durante muchos años. - ¿Ésta muerta?-preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no estuvieran llenas de curiosidad. - Eso parece- contestó el jefe de la policía, que había llegado hasta ahí guiado por los gritos. Movió el cuerpo de la joven con el pie. - ¡Oiga, no haga eso!, ¿qué no es capaz de un poco de respeto?- le gritó él. - En cuestiones como estas, ¡el respeto me importa un carajo!; además, ¿usted que chingados está haciendo aquí? - Yo la encontré y; además, era su amigo. - ¡Ahhh, entonces está usted detenido! - ¿Detenido? ¡Pero está usted completamente loco!, ¿por qué quiere llevarme detenido?- dijo estupefacto. - Pues porque usted es el principal sospechoso; estaba aquí cuando llegué y ; además, todo mundo sabe que un hombre y una mujer no pueden ser amigos. - ¿Y eso qué tiene que ver, pretende detenerme sólo por esa estupidez?- replicó furioso. - No, lo detengo también por estar jodiendo« La noche cayó en las calles de Segarra acompañada con el sonido de los grillos y el rumor lejano del río que bordeaba el pueblo. Las casas con sus puertas cerradas parecían albergar pequeños y tranquilos mundos; sin embargo, tras de esas puertas se fraguaban historias que nada tenían de tranquilas. - Dicen que fue el otro maestro el que la mató. - La señora de la fonda escuchó cuando él le confesaba al jefe de la policía que eran amantes. - A mi me dijeron que la mató porque estaba celoso del Doctor Martínez, ya ves que desde el mes pasado ella empezó a ir bien seguido a su casa, ¡que dizque porque estaba enferma! - ¡Ja, se ha de ver ido a dar sus buenos revolcones con el Doctor! Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle. Ahí adentro el calor era inimaginable y el olor lastimaba los ojos. Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante conforme pasaba el tiempo. - ¡Tú, arrímate pa¶ca!- dijo el policía. Aturdido, no se movió ni respondió. - ¿Qué no estás oyendo cabrón?- gritó el uniformado. - Yo no la mate- dijo de pronto. - Entonces, ¿quién fue? - ¡No sé, ya le dije que no sé!, éramos amigos; pero cuando llegue a la escuela ya estaba ahí tirada. Muerta. - ¡Y a poco piensa que le voy a creer! Los chamacos dicen que cuando llegaron ella estaba tirada y que usted estaba ahí. - ¿Y qué es lo que les estoy diciendo? ¡Llegué y estaba muerta! En eso llegaron mis alumnos, y fue cuando se armó el escándalo. ¡Usted está loco! ¡Esta empeñado en acusarme y todo porque no le caigo bien, yo no la mate!- gritó desesperado. El policía le dio la espalda; él se dio cuenta de que ignoraba sus palabras. Intentó cambiar de actitud con el fin de intentar conseguir un arreglo. - Disculpe si le he hablado de manera impropia; pero comprenda que mi situación es desesperante y pues, ¡no es para menos! Pero estoy seguro que esto se arreglará. Soy inocente y no me pueden culpar de algo que no hice. - ¡Ja, ja!- rió estrepitosamente el policía- ¡a que maestrito tan ingenuo! ¿De cuándo acá no se
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puede culpar y encerrar a alguien que es inocente? ¿Pues en que país cree usted que vive? ¡No sea pendejo, si se me da mi gana puedo conseguir que lo manden a un reclusorio de esos de máxima seguridad, haber como le va ahí!, ¡ja, ja!- Se sentó mientras rascaba su grasienta calva- Ya mejor cállese no gaste saliva. - Pero« ¡tengo derecho a un abogado!- la desesperación se apoderaba más de él. - Puede que mañana venga el tinterillo del pueblo a ofrecerle sus servicios; eso sí usted le cae bien; sino, ¡ya se jodió! Se dejó caer en un rincón de la celda sin importarle el desagradable olor que emanaba del piso. En su mente todo era confuso; el asesinato; las acusaciones; su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a casa del Doctor. - ¿Estás segura?- le dijo - Completamente; ¡ella también está enamorada de mí! - Pero, ¡está casada y uno de sus hijos es tú alumno! - Por lo mismo, ¡tienes que jurarme que no le vas a decir a nadie; júrame que aunque sea cuestión de vida o muerte, no le vas a contar esto a nadie! - Pero« es que- vaciló. - ¡Por favor!, si esto se llega a saber su marido la puede matar a golpes, además el pobre niño también sufriría las consecuencias. Y lo más importante; piensa en mis padres, ellos crecieron aquí y si la gente se entera sufrirán mucho, ¡y eso no puedo soportarlo!. - Esta bien, no le voy a contar a nadie, jamás; pero por favor, cuídate mucho; dicen que el Doctor es de armas tomar; he escuchado que ha balaceado a más de uno por poquedades; ¡imagínate si lo llega a descubrir! - No te preocupes, seremos cuidadosas. Te prometo que nada va a pasarme. La mañana lo sorprendió sin dormir, se sentía cansado y enfermo. - ¿Por qué no cumpliste tu maldita promesa? ¡Me mentiste, dijiste que nada te pasaría!murmuró cuando el tañido del campanario le avisó que la misa acababa y la procesión se dirigía al cementerio. - Buenos días- interrumpió sus pensamientos un joven alto y desgarbado- Soy José Gutiérrez, vengo a ofrecerle mis servicios; soy abogado. - Buenos días, sé quién es usted. Me alegra que viniera, ¡creí que ni siquiera me iban a dar la oportunidad de defenderme! Supongo que ya me conoce; soy Bruno Márquez, el maestro de la primaria. - Entiendo, ¡en este mugre pueblo se hace lo que al jefe de la policía y al Presidente Municipal se le da la gana! Y sí, ya había oído hablar de usted. Mi hermana es su alumna. No le respondió, se sentía demasiado cansado como para iniciar una plática que en nada ayudaría a su situación. El abogado pareció entender su silencio porque agregó: - Dígame, usted que era tan amigo de la maestra, ¿Sabe de alguien que quisiera matarla? - No- mintió- Laura no tenía problemas con nadie- dijo mientras imaginaba al Doctor en medio del salón de clases, disparándole a quemarropa a su amiga. - ¿Está seguro? - Sí- Mintió de nuevo. La tarde cayó en Segarra. La plaza principal se fue vaciando; los perros se desaparecieron en los solares baldíos; disputándose a las únicas dos hembras de la cuadra. Solo, en mitad de la celda, pensó en Laura; en su sonrisa perfecta y contagiosa; en sus ojos grandes ±enormes de hecho-; en el olor que emanaba de su cuerpo; en la manera en que lo miraba cuando estaba triste. Recordó la tarde en que ella le confesó sus preferencias sexuales. - Me gustan las mujeres, quizá por eso te adoro tanto; ¡porque compartimos los mismos gustos! Ahora, al recordar aún sentía ese vacío en el estomago; esa rabia recorriéndole el cuerpo; los celos detenidos en sus puños; su voz temblorosa cuando preguntó: - Y« ¿estás con alguien«? ¡es decir! , no sé cómo preguntar. Ella sonrió con tranquilidad, como si entendiera su turbación.
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¢ # $ -Ave María Purísima. -Sin pecado concebida. -Perdóneme, padre, porque he pecado. Este es mi pecado: Maté a un hombre. Alguien rezó el rosario con voz monótona. Fue cortado por breves instantes por el llanto de María, a quien manos piadosas la tomaron de los hombros y la llevaron con delicadeza fuera de la sala. Sus desgarradores sollozos arrancaron las frases clásicas que las beatas, infaltables en los velorios, suelen pronunciar. Pobre, María. Sin mamá y ahora sin papá. Pobre, don Ramón. Tan bueno que era. Tan justo y cabal. La muerte lo sorprendió una mañana en el despacho de su casa, mientas el sol de enero cocinaba las plantas del jardín y convertía en polvo rojo la tierra de las calles. Nadie vio nada. Sólo se oyó un disparo. Cuando lo llamaron, el silencio fue la respuesta. Rompieron la puerta para entrar. Y ahí, con la cabeza reventada, sobre el escritorio lleno de libros y actas de nacimiento, se desangraba don Ramón. A su lado, un revólver, que después los hijos reconocieron como suyo. Parecía un suicidio. Claro que era imposible. ¿Don Ramón quitarse la vida? Jamás. Era un hombre tranquilo, bondadoso, solícito, buen padre y buen vecino. Además, un mes más y se casaría con la maestra más bonita del pueblo, la más codiciada por todos los solteros de la región. La señorita Rocío. ¿Quién haría algo así a las nueve de la mañana? Nadie. Después de un buen desayuno, como tomó él. No. Todos repetían lo mismo. Alguien lo asesinó. Pero...¿Quién? ¿Un político opositor? Tal vez. Los ánimos habían quedado algo caldeados después de las elecciones, así que esta era una buena teoría. ¿Algún enemigo? Los perdedores de pleitos nunca aceptaban un fallo adverso. Y sí, en un puesto así, se tienen enemigos. ¿Y los Gómez? Juraban que los había arruinado en no sé qué juicio por dinero. Otro recordó a los Benítez, que perdieron muchos animales por su culpa. ¿Y el odio que sentían por él los Montero? Decían que don Ramón era un ladrón con patente y que les había robado limpiamente diez hectáreas de tierra, las que están cerca del arroyito, las más lindas, para más. ¿Y Saturnino? Estuvo muy enamorado de la maestra. Pero ella eligió al juez. Y la lista continuaba, de boca en boca, de tereré en tereré bajo la fresca y tupida sombra de los paraísos y obeñas que salpicaban el patio de la casa del señor juez. Dios no recibe en su seno a los que se quitan la vida, la iglesia no puede darle cristiana sepultura-la voz del padre Venancio sonó segura en la sala caliente de la parroquia. Y todos dijeron que sí, que era cierto, pero no era menos cierto que don Ramón no se quitó la vida y que eso sólo lo decían las malas lenguas y hacía mucho calor y lo tenían que velar y enterrar. Tal vez hubo otras razones que alegaron los parientes. Fueron convincentes, porque se consiguió el permiso para darle "cristiana sepultura" Al rato ya estaba el finado en lo que sería su "lecho eterno", un cajón lustrado con asas doradas en la sala de su casa. Recién pintada, con piso de cerámica brillante y otros arreglos
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que se hicieron para celebrar la boda en febrero. Ahora no habría casamiento. Sólo funeral. La gente iba y venía. El calor era húmedo y pegajoso. Todos mostraban rastros de sudor en las ropas de algodón. Las sillas en el patio estaban siempre ocupadas por algún vecino, familiar o amigo del difunto. Ya no había un lugar vacío en ninguna parte de la casa. Los chismes volaban como palomas en los tejados. ¿Qué no son esos los hermanos Benítez? Sí, esos que bajaron del caballo. Y dan los pésames a María y a su hermano. ¿Vieron que hablaron de balde? Si lo hubieran matado no hubiesen venido. ¿Y quién es la gorda que grita? ¿Es María Elena, la hermana del juez? Sí. Ella es.¿Y quién es la Juana, a quién acusa de asesina ? ¿Qué no sabes? La mujer del juez, hace tiempo, desde que enviudó. ¿La que tiene un hijo de seis años? Ese mismo, no reconocido, pero hijo suyo. Miren, miren. Ahí está la maestra con Sor Teresa. ¡Qué linda es Rocío! ¡Y qué cutis blanco y qué hermosos ojos! Huellas de llanto en las mejillas. Llora frente al que debía ser pero no fue. En una tregua de las conversaciones, se oyeron los Dios te salve.... Que se vaya esta mujer, asesina, caradura, sinverguenza, grita María Elena arrojándose sobre Juana Déjenme, que yo haré justicia..Lo mataste porque nunca se casó contigo. No sea así señora, ella tiene derecho a estar aquí. ¿Por qué me acusas a mí? ¿Por qué no a Eulalia, que siempre lo odió porque no volvió jamás con ella? ¿O Blanca, que tuvo un hijo suyo y él jamás lo reconoció? A mí siempre me quiso, nunca me abandonó. Alguien pidió más respeto y por un instante todos guardaron silencio. Como si hubieran obedecido una orden, todas las miradas se posaron en Rocío. Seguida de Sor Teresa, se dirigió hacia la puerta con un resto de su dignidad perdida después de todo lo que se enteró. ¿Quién era el hombre con quién iba a casarse? ¿El que decía amarla sólo a ella? ¿El que le cantaba canciones de amor y la había conquistado con su sencillez y ojos sinceros? ¿El que le escribía cartas cómplices y la hacía sentir feliz? ¿El viudo solitario que al fin había encontrado el amor? Qué no tenía compromisos con nadie. No, este hombre de quien todos hablaban no era Ramón, su Ramón, el que ella conoció, el que amaba a su familia, ayudaba a los demás y censuraba los vicios y la corrupción. No podía tener otras mujeres, otros hijos, otros compromisos mientras la enamoraba. Unas horas en su velorio le hicieron conocer más sobre él que en un año de relaciones. ¡Qué risa! ¿Qué no es que cuando morimos todos somos buenos? El dicho se había vuelto al
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revés. Su cuerpo estaba aún caliente en el cajón y lo tachaban de corrupto, mal padre, mujeriego, ladrón y ¡horror! hasta se insinuaba que había asesinado a su mujer. ¿Era Ramón el hombre que estaba en el féretro? Para ella se convirtió en un desconocido. Al día siguiente el sol pintó el horizonte de naranja furioso, anunciando otra jornada salvajemente calurosa. El viento norte sopló con fuerza alterando todos los ánimos. La comitiva llegó al cementerio con el ataúd sostenido por amigos y parientes. El sonido de la tierra sobre el cajón volvió lúgubre el llanto de las mujeres en la mañana estival. Una lluvia inesperada mojó a los presentes que se mantuvieron impávidos hasta que desapareció el féretro bajo tierra. Los comentarios sobre la misteriosa muerte de Don Ramón no amenguaron, al contrario, recrudecieron después de la novena. Los hijos del finado pidieron una investigación. Querían saber el nombre del asesino. Exigían justicia. Y acudieron al comisario del pueblo. Ocupaba el cargo desde las últimas elecciones, unos tres años atrás. Su obesidad lo había convertido en un hombre afable y tranquilo. Solucionaba los problemas que se presentaban eligiendo el camino más sencillo. Su lema era "no complicarse la vida" porque esta era complicada de por sí. Preocupado por su futuro, decidió estudiar en la ciudad vecina la carrera de Derecho. No le importaban las canas que peinaba, porque decía que nunca era tarde para el estudio. Después de tres años cursaba el segundo curso en horas de la noche. Así que esclarecer la muerte del juez fue un terrible problema. . Porque eso significaba trabajo. Y él era alérgico a una sobredosis, y ya la estaba teniendo. Para él, la cosa era suicidio cantado. Todos decían que no, que no podía suicidarse en vísperas de su casamiento. ¿Cómo que no podía suicidarse? Nadie sabía qué pasaba por la cabeza de un viudo con más de cincuenta años. Tal vez tenía una enfermedad terminal y no quería amargar a sus parientes con eso. O no podía olvidar a la finada. O tal vez fuese verdad lo que veloces lenguas repitieron cuando ella murió. Que la mató porque no la soportaba más. Y los remordimientos dormidos, despertaron. Vaya uno a saber. Además, en el lugar de los hechos, comprobó que la puerta del despacho estaba cerrada con llave. Por dentro. Él la cerró para llevar a cabo su propósito. Y el revólver, era suyo. Claro que la ventana abierta podía ser una salida para el asesino, si fue asesinado. Y no podía negar que mucha gente se alegró con su muerte. Muchos tenían motivos para matarlo. Si los exámenes no estuvieran tan cerca... Maldijo por lo bajo. Si lo mataron, ¿por qué no lo hicieron en otra fecha? Si se quitó la vida, porqué no esperó el otoño? Comenzó la investigación.
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Los hermanos Benítez acudieron a la comisaría con cara de pocos amigos. Dijeron que estaban en el monte esa mañana a las nueve. Marcaron algunas reses. Qué quién podría corroborar la historia? Cayetano, el capataz. Y Kaí, el mitái que cebaba tereré. Pero el capataz no sabía si eran las nueve o las nueve y media. Kaí tenía siete años y no recordaba ni el día lunes. Sí, marcaron animales, pero no estaban seguros de la hora. Encerró el apellido con un círculo rojo y maldijo soezmente. No podía eliminarlos de la lista de sospechosos. Los Gómez. ¿Nosotros? No tenemos nada que ver con la muerte del juez. Si llega a saber quién lo hizo, nos avisa, eh? le vamos a regalar el mejor caballo de la estancia. ¿Cómo que por qué? Por limpiar de carroña el pueblo. ¿Qué dónde estaban a las nueve de la mañana ese día lunes? Pues dónde iba a ser. En el campo, arando la tierra, aprovechando que la lluvia del sábado la había dejado justa para labrar.¿ Quién podía dar fe de eso? Después de las explicaciones de lo que significaba" dar fe" respondieron: sólo los cuervos que sobrevolaban el lugar porque había muerto un carpincho y los restos....interrumpidos por la autoridad, agregaron que siempre iban solos a la chacra. Nadie podía decir que estaban ahí, pero aclararon, tampoco nadie podía decir que estaban en lo de don Ramón,¿Cómo que por qué? Porque estaban en la chacra. Un nuevo círculo rojo sobre el nombre de los hermanos le dejó con malhumor. Días después interrogó a Saturnino. A esa hora estaba en el almacén que atendía con su hermana.. ¿Por qué habría de odiar al juez? En todo caso debería odiarla a ella, que lo había rechazado. Le pareció lógica la respuesta. El problema fue que nadie estuvo en el almacén a esa hora, nadie lo vio. O sí. Sor Teresa pasó por la vereda, iba hacia la iglesia, pero no estaba seguro que lo viera. Sólo su hermana podía atestiguar. Pero ¿era su hermana, no? ¿Quién entiende a las mujeres? Saturnino era un joven bien parecido, alto, fuerte, cuyos bíceps potentes escapaban debajo de las mangas de su camisa, mientras que el finado era bastante mayor, obeso y muy lejos de ser apuesto. Ambos tenían la misma posición económica, así que no tenía nada que ver el dinero con la elección. ¿Qué conquistó a la maestra? Algo habrá tenido el juez para despreciar a Saturnino por él. Los Montero parecían nerviosos. Dijeron alegrarse por la muerte del viejo. Que seguro estaría en el infierno pagando por todas sus tropelías. Con gusto lo hubieran matado. Pero no lo hicieron. Y si hay justicia, esas tierras que les pertenecieron desde la llegada de los españoles, esas, que están cerca del arroyito, volverían a ser de la familia. ¿A las nueve?
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Estaban todos en el campo. Pregunte a todo el personal, claro. Al fin eliminó un nombre de su frondosa lista. Juana contó llorando cómo amaba al juez. Él no quiso casarse por los hijos, pero se entendían así. Cuidaba bien de ella y de su pequeño. Y si tenía otras no le importaba, ¿para qué preocuparse si le respondía siempre?. Se estremeció su busto impresionante al compás de los sollozos. ¿Matarlo por qué iba a casarse? No. Lo prefería casado con otra que muerto. Sin él no podría vivir. Y él había prometido asistirla. Siempre cumplió con sus promesas. ¿A las nueve? En la cocina. Preparando la comida. No. Nadie la vio. No, no tenía empleada. Era de poco salir. Un nuevo círculo rojo alrededor de su nombre indicaba que no tenía coartada. Pero tuvo la corazonada que ella era inocente. Eulalia era algo mayor.¿Por qué la molestaban? Hacía años que no hablaba con el juez, seis, para ser exactos, uno después de enviudar.¿Por qué habría de matarlo? Lo suyo era historia antigua. ¿A las nueve? En la misa. Claro. Ella no faltaba ni un día de la semana. ¿Quiénes la vieron? Todos los feligreses. Y el padre Venancio, por supuesto. Con satisfacción tachó otro nombre de la larga lista. Blanca. Fue una burla ponerle ese nombre. Negra como el demonio. Mulata de piel lustrosa. Hijo negro como noche sin luna. Tal vez por eso Don Ramón no le dio su apellido. Mi negrito es hijo del finado. Claro, él no lo creyó. Y que se pudra en el infierno por lo injusto que fue con nosotros. ¿Qué por qué lloro? De rabia, nomás. Pero no lo maté. Y eso que lo merecía. Sus pechos inmensos se agitaban como botes en aguas tormentosas cuando gesticulaba. Juro que quise matarlo, muchas veces. Pero no lo hice. ¿A las nueve? En casa de los Sarquis, todos los días, de lunes a lunes. Hago los trabajos de la casa. Hace años. Y borró su nombre de la lista. Llamó a Rocío y le preguntó dónde estaba a las 9 de la mañana ese funesto lunes. Fue al convento para buscar a Sor Teresa, su confidente. Sor Teresa dijo que no vio a Saturnino en el almacén, porque no se fijó, cuando pasó para ir a la Iglesia. No sabía la hora. Pero a eso de las nueve estaba en su despacho, ordenando los documentos que debía entregar a un superior. La señorita Rocío había venido a verla. Cerca de las nueve, tal vez nueve y media. No lo recordaba con exactitud.
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¢ % & Dos hombres entraron a la casa, y esperaron en silencio a que los ojos se les acostumbraran a la oscuridad. Hemingway dormía al fondo, y afuera una fina lluvia empañaba los cristales. Acariciaban en sus manos revólveres, y al cabo de un rato pudieron caminar por entre los muebles, en la penumbra. Oían como un rumor los ronquidos del viejo Hem. -¿Qué hacemos ahora?-preguntó uno. -No sé exactamente-respondió el otro. En las ventanas la lluvia aumentaba, se escuchaban truenos y podían ver las sombras de los árboles al viento, que opacaban la luz de los faroles. Caminaron hacia una habitación que parecía ser una oficina, en la que había una mesita repleta de libros, una máquina de escribir, hojas blancas y una botella de whisky con un vaso a medio usar al lado. Revisaron en las gavetas. No encontraron nada. Pasaron a un cuarto amplio, acomodado con dos camas, donde también habían libros y colgaderas de animales. Vestían ropas negras apretadas, capuchas que solo dejaban ver sus ojos, y aunque sus estaturas eran diferentes al igual que su complexión física, en medio de la noche parecían hermanos vestidos igual para la misma ocasión. Uno le extendía al otro de vez en cuando manuscritos corregidos, buscando su aprobación. -¿Es este? -No, el muy desgraciado lo tiene bien escondido. -¿Y ahora? -A seguir buscando, vivo. La tormenta arreciaba, y las luces de afuera amenazaban con quedar completamente apagadas. De repente oyeron que el ronquido de Hemingway cesaba, y el susurrar cada vez más cercano de unas pantuflas afelpadas. Se escondieron bajo las camas, y divisaron las piernas del viejo que se dirigían al baño. Oyeron el largo chorro que soltaba Hemingway, y el sonido de descargar el inodoro. Otra vez se acercaron las pantuflas, que sin sospecha se detuvieron en la puerta del cuarto, y ellos apretaron por instinto los revólveres. Pero Hemingway siguió camino hasta su habitación, y en breve volvieron a sentir sus ronquidos. La búsqueda no prosperaba. A la poca luz de los relámpagos solo podían distinguir las cabezas muertas en las paredes, que parecían vigilantes silenciosos de ojos cristalinos, y los papeles se les perdían en la oscuridad. Se movieron por toda la casa, evitando el cuarto del viejo. Abrían libros, levantaban almohadas y sábanas viejas, colchones húmedos, pero no aparecía lo que los había llevado allí. Comenzaron a sudar, a pesar del frío que entraba por las ventanas. Durante días habían ido a vigilar al escritor, atisbando por entre las ventanas y las veladoras, disfrazados de extranjeros. Verificaron los horarios de apertura y cierre del museo, el movimiento de las personas, la estructura de la casa, sus alrededores, la rutina de Hemingway
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y los cambios de guardia de los custodios. Ahora sentían que todo el esfuerzo se podía ir a la mierda, si no encontraban algo. Empezaron a desesperarse, pero decidieron mantener la calma. Ya estaban en el interior, sólo tenían que buscar. En sus ojos se dibujaba una impaciencia, un deseo inaudito de no ser sorprendidos. Los truenos sucedían, llenando de un silencio pavoroso el intervalo entre ellos. Después de una última mirada confusa, se dirigieron hacia el fondo de la casa, más allá del comedor. Chequearon los revólveres, y en una fracción de segundo pudieron ver en los cristales el rápido desplazamiento de las nubes. Afuera las luces se habían apagado ya definitivamente. Hemingway dormía boca arriba, acurrucado con sobrecamas rojos y bufando el aire de los pulmones. Los hombres lo miraban con terror, y sin decirlo agradecieron que la más plena oscuridad los cobijara. Se miraron sin saber que hacer. -Haz algo. -No sé qué. -Lo que se te ocurra, vamos. -No, tengo miedo. -Bah, parece mentira, vivo. Con sigilo examinaron el cuarto, abriendo pequeñas gavetas y el escaparate de espejos. Les impresionó ver su propia imagen reflejada con total exactitud. Cerraron las puertas asqueados de tanta lluvia y silencio, de no encontrar nada, y con las manos señalaron los revólveres. No había otra solución. El disparo sonó en medio de la madrugada, disimulado por un trueno que estremeció los cristales.
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V -Un vino excepcional-, apuntó el inspector mientras dejaba el catavinos encima de la mesa. -Efectivamente, he de reconocer que el enólogo este año se ha superado-, asintió Martín mientras servía otra generosa copa a su interlocutor. -¡¡Basta, basta!!-, indicó gesticulando el inspector, -que aunque el vino me guste, el asunto que me ha traído hasta aquí es otro bien distinto-. -ya supongo que es lo que le trae por nuestra bodega«..si no me equivoco vendrá por el asunto de la desaparición de Andrés, el encargado de las cubas, ¿no?-, indicó mientras alargaba la copa rellena al inspector. Este, aunque hizo un ligero amago de declinar la invitación, al final tomó la copa y la apuró de un solo trago. Después y con el pensamiento más centrado en el regusto del caldo ingerido que en la conversación, asintió lentamente con la cabeza: -exacto-. A continuación volvió a dejar la copa encima de la mesa de caoba del despacho y se inclinó hacia delante en el sillón, con objeto de acercarse más a su interlocutor. -¿podría hablar con alguna persona que trabajase con Andrés?.. -No hay problema-, indicó Martín levantándose del sillón e invitando al inspector a que le acompañara hacia la puerta. ±Hablaremos con su compañero Antonio. Es la persona que trabaja con él- aclaró. -¿Qué le ha sucedido en la cara?-, preguntó el inspector al observar de cerca de Martín. -¿Cuál, esto?-, respondió señalándose su ojo derecho, que presentaba un pequeño moratón. ±El otro día, que me di un golpe con la puerta del tractor«.pero no es nada grave-, respondió. Mientras andaban por el pasillo en dirección a la bodega el inspector comenzó un sutil interrogatorio: -¿Cuándo echaron en falta a Andrés?. Martín levantó la mirada hacia el techo, tratando de recordar: -veamos«yo marché a Madrid el martes y cuando regresé el miércoles por la tarde me comentaron su ausencia«-, indicó. -¿Y en qué consiste el trabajo de Andrés? -Pues que quiere que le diga inspector, depende de la época del año pero ahora en septiembre es cuando mas se intensifica la labor: hay que recibir la uva, descargar los remolques, preparar los contenedores de fermentación, limpiar las barricas ,etc«..¡total! un follón«..y este hombre nos ha dejado tirados precisamente ahora«.-, se lamentó; -como no aparezca antes de mañana voy a tener que sustituirle«.y mire que lo siento porque el muchacho trabaja bien, pero«.-. -¿sabe si tenía problemas o gente que le quisiera mal?-, siguió inquiriendo el inspector
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-¿quién Andrés?-, respondió Martín sorprendido, -pero si es un trozo de pan«..no creo que tenga enemigos-, confirmó mientras abría, no sin esfuerzo, el portón de la bodega. Se trataba de una gran sala, con mas aspecto de aséptica nave industrial que de romántica y añeja bodega. El suelo era de baldosa rústica, al que se quedaban adheridas las suelas de los zapatos debido a los restos de mosto derramado. Distribuida regularmente se situaba una hilera de diez inmensos contenedores de aluminio de los que emanaba un olor dulzón propio de los vapores de la fermentación. Al fondo de la sala aparecía una cristalera a través de la cual se distinguían las siluetas de dos personas que cacharreaban entre frascos y tubos de ensayo. Martín entró primero en el laboratorio y procedió a las presentaciones. Juan, el enólogo de la bodega, que parecía muy ocupado con una probeta, saludó brevemente con la cabeza y se excusó por no poderles atender en ese instante ya que tenía que marcharse, indicando que a la hora de la comida hablarían tranquilamente. La otra persona era Antonio, un muchacho joven, tímido y aparentemente con un ligero retraso (al menos en el habla, según pudo comprobar el inspector). - A ver Antonio-, le dijo Martín pasándole un brazo por encima del hombro cariñosamente; -el inspector quiere hacerte algunas preguntas acerca de Andrés«. El muchacho asintió con la cabeza mientras su mirada se centraba en una pequeña uva aplastada del suelo. -Veamos-, comenzó el inspector, -¿tú eres compañero de Andres, no?-. El muchacho volvió a asentir levantando la cabeza, aunque mantenía la misma expresión de mirada perdida. -¿Desde cuándo le conoces?-, prosiguió el inspector. -Desde chicos-, respondió,-nuestros padres son vecinos en el pueblo. -¿notaste algo raro en Andrés estos últimos días?, ¿algo que no fuera habitual, fuera de lo común?...... -no señor-, respondió el muchacho encogiéndose de hombros, -toda esta semana hemos estado juntos limpiando las barricas,«la de los grandes reservas, -aclaró mirando a Martín quien le dio la razón, -y no me dijo nada« -¿cuándo fue la última vez que le viste? -¿a Andrés?,«..creo que«a última hora del martes, cuando me iba a casa; estaba rellenando las cubas-, dijo dirigiéndose a Martín -¿«las cubas?-, preguntó el inspector. -Se refiere a las cubas de fermentación-, aclaró Martín señalando con el dedo los contenedores metálicos. -¿y no te extrañó ver su coche parado a la puerta de la bodega toda la semana?-, siguió preguntando el inspector. -pues no señor; muchas veces marcha a casa andando, sobre todo a final de mes cuando
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suele andar justo de dinero« -es cierto-, corroboró Martín, -aunque es muy buen muchacho tiene un pequeño vicio con las tragaperras, pero nada serio«. unas caminatas a casa para ahorrar en gasoil y punto-, añadió quitando hierro al detalle. En ese momento se acercó el enólogo solicitándole a Martín que le acompañase. -Adelante, vaya-, le indicó el inspector, -yo me quedo aquí charlando con Antonio-. Cuando quedaron solos el inspector cambió de registro: -¡Menuda bodega tenéis aquí!-, exclamó mientras miraba a su alrededor -si, señor-, respondió Antonio siguiéndole con la mirada. El inspector se acercó a uno de los contenedores metálicos y, ajustándose las gafas, observó la lectura de uno de los relojes. -Es un termómetro-, aclaró Antonio,-lo usamos para controlar que la temperatura no varíe durante la fermentación. El inspector siguió caminando por la bodega seguido de cerca por Antonio. Al llegar a la última de las cubas se acercó al termómetro y después de darle unos golpecitos con el dedo índice para verificar la lectura continuó paseando mientras proseguía con el interrogatorio: -¿«y tú no tienes problemas con el sueldo?-, -yo es que vivo con mis padres-, respondió Antonio. -ya., respondió el inspector mientras revisaba unas cajas de botellas apiladas«..¿pero nunca le habéis pedido a Martín que os suba el sueldo?-, insistió. Antonio se encogió de hombros: -yo no, pero Andrés si que ha tenido varias peloteras con el jefe-, dijo sonriendo divertido. -¿bueno, pero la cosa no habrá llegado a las manos?-, siguió insistiendo el inspector aunque continuaba dándole la espalda y andando entre las cubas aparentemente distraido. -¡qué va!-, contestó Antonio agitando su mano derecha; -precisamente el martes tuvieron una bronca aquí mismo y Juan y yo tuvimos que separarles«.-. -¡Ah sí!-. -Si señor-, asintió Antonio, -Andrés incluso llegó a golpear al señor Martín-. El inspector se volvió súbitamente: -¿Y qué hizo Martín?-. -El señor Martín se encaró con él y gritó: ³Si no fuera por tu padre, hace tiempo que estarías en la calle´-, respondió Antonio, -«luego se marchó-. -¿Qué quería decir con esa frase?-, siguió preguntando el inspector, cada vez mas interesado.
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Antonio bajó el tono de su voz y se acercó al inspector: -Al parecer el padre de Andrés y el señor Martín se criaron juntos aquí en la finca y desde entonces son muy buenos amigos; por eso aceptó contratar a Andrés a pesar de sus vicios«-, concluyó Antonio. En ese momento apareció Martín por la puerta: -espero que pueda acompañarnos en la comida inspector, porque he avisado que seríamos dos mas a comer-. -Se lo agradezco-, respondió éste, -ya es un poco tarde para bajar a comer al pueblo-. -Además Juan me ha dicho que tiene lista la primera prueba de vino del año y que nos llevará una jarra para catarlo durante la comida-, puntualizó Martín.
Efectivamente el enólogo acudió a la mesa portando un par de jarras de vino recién fermentado. La comida transcurrió en un ambiente agradable y todos dieron buena cuenta de las viandas y los caldos. -un vino excepcional, Juan-, señaló Martín -Es cierto-, corroboró el inspector sirviéndose otra copa. ±No es que yo entienda mucho de vinos, pero éste tiene un sabor muy agradable, ¿no?. -si, si,«..-, asintió el enólogo gesticulando con los brazos, -me recuerda a cuando era pequeño; mi padre hacía vino y para que le diera sabor lo que hacía era sumergir un jamón dentro de la barrica-. -¿cómo?-, preguntó extrañado el inspector ante tal ocurrencia. -sí-, aclaró Martín dirigiéndose al inspector, -hay gente que mete jamones enteros en las cubas durante el proceso de fermentación; el jamón se disuelve por completo y algunos creen que el sabor se transmite al vino«pero eso no son mas que sandeces-, finalizó sonriendo. Entonces el inspector abrió unos ojos como platos, pareció estar meditando durante unos segundos y a continuación se volvió hacia Juan: -¿Dime que no es cierto que cuando sumerges un jamón aumenta la temperatura de la cuba?. Juan miró extrañado a Martín y a continuación se volvió hacia el inspector para responder: pues si, aumenta unos cuantos grados la fermentación, ¿por qué?-. El inspector palideció. Se levantó enérgicamente de la silla y apoyando ambas manos en la mesa, le preguntó: -¿este vino es de la última cuba?-. El enólogo aún mas extrañado asintió mientras se encogía de hombros. En ese instante el inspector notó un vuelco en el estómago que hubo de contener; a continuación se sirvió compulsivamente dos grandes vasos de agua, derramando gran parte del contenido por el mantel y bajo la mirada incrédula del resto de comensales que lo miraban extrañados.:
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