¡PREGUNTAME SI SOY FELIZ! (*) Angela Sannuti
¿Dónde reside la felicidad que cada ser humano busca a tientas y se esfuerza por lograr? El dolor y el padecimiento con que transitamos la vida, a veces, no tienen límites; raramente encaramos con madurez y hondura las heridas que han cercenado nuestra auténtica vitalidad.En nuestra sociedad hay muchas y muy variadas formas de adicciones -algunas censuradas y otras legitimadas- pero lo cierto es que todas, son respuestas fallidas y dolorosas ante la propia infelicidad. ¿Por qué los seres humanos, con mayor o menor conciencia, nos dañamos unos a otros? ¿Y qué es lo que hace que una persona se dañe a sí misma, a través de conductas autodestructivas? ¿Está en la naturaleza misma de lo humano el dañar o es consecuencia de una larga y silenciada historia de padecimientos que, inexorablemente, sale a la luz bajo formas insospechadas? Detrás de toda conducta humana fallida, por más incomprensible que nos resulte, siempre hay un drama oculto para descifrar y que, imperiosamente, necesita ser escuchado y tenido en cuenta. Todos queremos ser felices pero, para casi todos, vivir se ha convertido en un enorme esfuerzo y en una lucha continua; el gozo y la serenidad de una vida plena y creativa se nos esfuma en un horizonte cada vez más lejano. La gran mayoría se esfuerza constantemente por ser mejor, por cambiar, por encajar dentro de cierto molde, por llegar a “ser alguien”, pero ¿todo ello trae consigo verdadera dicha y felicidad? El bienestar o el malestar de un ser humano ¿dependen de la posesión de cualidades extraordinarias o de la posibilidad de desplegar su verdadera e íntima esencia, su auténtico ser? La integridad psíquica de una persona arraiga en la autenticidad de sus necesidades y anhelos más legítimos, en el respeto y en el despliegue de sus potencialidades. ésto se oponen, muchas veces, los intereses de aquello que llamamos “educación”, ya que, los adultos -padres, educadores y formadores- suelen moldear el alma del niño a su imagen y semejanza para obtener sus sacrosantos objetivos, con lo cual, se impide el desarrollo genuino de su vitalidad y se coarta su capacidad de aprender. Si observamos con detenimiento, ésto mismo no sólo se comete con los niños también afecta a la mayoría de las relaciones humanas; la estructura social que hemos creado se basa, también, en el amoldamiento y en el miedo a salir de él. Toda creatura viviente es una fuerza creativa y única en sí misma pero, cuando esa vitalidad ha sido sofocada, reprimida o cercenada por distintos medios, su destino inevitable será la anulación parcial o total de ese auténtico ser, de esa cualidad que nos constituye en verdaderos individuos. En todo comportamiento absurdo siempre hay una lógica oculta que encubre un hondo dolor, del cual, se es prisionero hasta tanto no sea adecuadamente comprendido. La educación, tal como está planteada, ¿facilita el despliegue de nuestro verdadero ser o fomenta el cumplimiento ciego y obediente de mandatos ajenos? ACOSO A LA VITALIDAD. Todos nacemos llenos de vitalidad, con una capacidad intacta para sentir y vivenciar y con dones que sólo esperan salir a la luz en un clima de respeto, protección y cuidado. Pero algo sucede en el camino de la infancia y de la adolescenecia -que, sin duda, son los momentos claves de la estructuración humana-; ya que en el sufrimiento de muchos jóvenes y adultos se puede percibir, la
dimensión exacta de la soledad y el abandono afectivo a los que estuvieron expuestos cuando niños. Durante la infancia, nos hallamos totalmente indefensos frente a las manipulaciones de los adultos, frente a su insensibilidad y, muchas veces, frente a su no disponibilidad para atender necesidades tan primarias como las de ser tenido en cuenta, valorado y querido como lo que se es en cada momento de nuestro crecimiento. Las vivencias conflictivas y traumáticas de la niñez, a menudo, permanecen en la oscuridad, por lo cual, perduran en nuestro inconciente activamente y son las raíces de todos los trastornos de conducta que afectan nuestra personalidad, impidiendo el desarrollo pleno de nuestro auténtico ser. Todas nuestras limitaciones psicológicas y emocionales suelen ser potencialidades heridas. ¿Por qué la educación, en lugar de formarnos y capacitarnos para experimentar la vida como seres humanos confiados, libres e íntegros, termina siendo un acoso a nuestra vitalidad? No hay nadie de nosotros que no padezca alguna carencia o limitación y nuestro crecimiento y madurez comienza precisamente allí, es decir, en el reconocimiento, aceptación y elaboración de las heridas que las provocaron. Ello da como resultado la recuperación de nuestra auténtica vitalidad, tempranamente perdida, y el encuentro con nuestro verdadero ser que nos libera, además, de culpas y miedos que ocasionan esas serias distorsiones de nuestra personalidad. Una persona que ha crecido con necesidades fundamentales insatisfechas –carencias- y que permanecen inconcientes porque –debido a temores y a un estado de desorientación y confusión- son rechazadas y reprimidas, se ve sometida a una compulsión que intenta satisfacer estas necesidades recurriendo a vías sustitutivas. Estas vías sustitutivas son, casi siempre, inadecuadas y provocan mayor malestar y frustración; son los síntomas que manifiestan la tragedia psíquica y emocional que se oculta en toda enfermedad. Las adicciones constituyen una de las tantas vías sustitutivas con que un ser humano se aferra desesperadamente a la inherente y legítima necesidad de ser feliz en esta vida. EL RESPLANDOR DE LA FELICIDAD. Si los padres apreciaran verdaderamente a sus hijos, sintieran junto a ellos las búsquedas y hallazgos de cada etapa, respetando y amando su ser más auténtico, no generarían, bajo ningún aspecto, seres dependientes, por lo tanto, inseguros, con una vitalidad espontánea frenada y con conductas basadas en el amoldamiento y la mera imitación. Padres carentes e inmaduros forman hijos carentes e inmaduros; la inmadurez es el resultado de carencias afectivas tempranas y en toda persona inmadura podemos rastrear la historia de un niño débil y despreciado en sus más genuinos dones y necesidades. La pubertad debería ser la nueva y gran oportunidad para reencontrarse con la propia identidad y recuperar con ella las raíces de la propia creatividad. Allí donde los sentimientos y vivencias son recuperados, los muros de resistencia autoprotectora se derrumban y nada puede detener la irrupción de nuestra vitalidad; un ser humano con sentimientos vivos sólo podrá ser él mismo, con el valor, la honestidad y la capacidad de amar no como “virtudes” impuestas sino como la consecuencia de un destino benigno. La adolescencia debería ser una explosión de vida y de creatividad pero, sin embargo, la gente en su gran mayoría, no sólo no la experimenta de este modo sino que la vive –como popularmente se la llama- como la “edad
del pavo” y, más grave aún cuando, hasta el sacralizado discurso científico –en este caso la psicología que, como cualquier otra ciencia, está plagada de falsedades convertidas en dogmas- ha instaurado la desorientación, la inestabilidad y labilidad afectiva, con la consiguiente crisis de identidad, como rasgos constitutivos del adolescente, en lugar de ver en todo ello, la consecuencia de una errada educación que domestica y avasalla la sensibilidad y la inteligencia con que un ser viene a este mundo. ¿Qué sucedería si los adultos acompañaran con más afecto, con más atención y con un interés más profundo y real los procesos de crecimiento de un adolescente, en lugar de defenderse o atacar todo lo que aparece como diferente a los esquemas propios? El abismo que se abre y se agiganta entre una generación y otra se pone de relieve en las enormes dificultades para comunicarse y cuando no, en la más profunda incomunicación. (1) Lamentablemente, para muchos, la pubertad termina convirtiéndose en otra oportunidad perdida para crecer, madurar y disfrutar de la vida pero, esta vez, con consecuencias más serias y de mayor riesgo: esa espontaneidad vital que, en algunos casos, es sacrificada y, en otros, literalmente exterminada, además de daños profundos en su afectividad, dejará un vacío y un dolor interior que, el adolescente tratará vanamente de llenar y acallar, entre otras cosas, con drogas, alcohol, tabaco y cualquier tipo de sustancia que estimule o anestesie su padecimiento emocional. La necesidad de acceder a su verdadero ser, a su verdadera identidad – algo tan justificado como indispensable para la vida- induce a un adolescente, cuando no es acompañado y comprendido en su dolor, a recuperar esa vitalidad perdida con la ayuda –ilusoria y fallida por ciertode algún tipo de droga, viendo en ello, además, una vía de escape y aislamiento de un entorno familiar y social que le resulta hostil o indiferente y ajeno. Los jóvenes –como muchos adultos también- ven en estos escapes un “resplandor” que confunden con supuestos estados de bienestar o felicidad; nada prueba mejor la miseria y la pena en que están sumidos que esta búsqueda compulsiva e irrefrenable. Luego, se va estableciendo ese circuito infernal del cual resulta sumamente arduo y difícil salir: a mayor frustración, mayor es el abuso no deseado de aquella sustancia que le proveerá un alivio sustitutivo pero que, no hace más que ahondar el sufrimiento y autocastigo infligido. Cuando nos encontramos con jóvenes que están arruinando su vida con cualquier clase de droga, tendemos con excesiva facilidad a aproximarnos con argumentos meramente racionales o, lo que es peor aún, con preceptos moralistas o pedagógicos, en lugar de escuchar y comprender la verdad oculta en ese grito de dolor, soledad y desesperación. (2)
EL A LA PROPIA VERDAD. El verdadero trabajo de la madurez es saber nuestra verdad; poder conocer nuestras heridas y nuestros dones. Cuánto más tempranas son nuestras heridas mayores son las zonas vitales sofocadas y reprimidas; y con ellas se alejan también los recursos potenciales con los cuales nacemos y con los que, cualquier ser humano, podría transitar la vida con sencillez y felicidad. ¿Quién de nosotros no está invadido por sentimientos de miedo, de ansiedad, de angustia y de dolor? Pero raramente encaramos nuestra propia insuficiencia e inmadurez interna; la encubrimos, la reprimimos o escapamos de ella y no conocemos lo que realmente somos. Utilizamos
múltiples vías de escape : el trabajo, la bebida, las relaciones, los entretenimientos y hasta lo que llamamos “vida religiosa” puede convertirse en una manera de escapar de nosotros mismos, de los conflictos que nos perturban. Hay muchas otras formas de adicciones pero que están “legitimadas” socialmente; toda conducta adictiva es una vía de escape que se vuelve crónica porque no se puede prescindir de ella. Pero cuando podemos enfrentarnos a lo que realmente somos y lo hacemos sin miedo, ni condenando ni justificando, llegamos a descubrir la propia verdad de nuestra vida. Ser concientes de nosotros mismos es la tarea más ardua y difícil porque vivimos tan desconectados de nuestra interioridad que resulta fatigoso y desconocido para muchos; por eso, en nuestra cultura vivimos disociados y escindidos -refugiándonos en las palabras, en las teorías y más teorías- mientras nuestra existencia cotidiana no sólo está cada vez más lejos de lo que pensamos o postulamos sino que, además, carece de ese dinamismo e impulso vital que trae consigo una vida auténticamente creativa. La vida está para ser vivida, explorada y experimentada a cada instante. El vivir ¿es tan sólo técnica, capacidad para ganar dinero, acumular conocimientos o propiedades para obtener reconocimiento social y prestigio o un proceso creativo de comprender el sentido total de nuestra existencia tan rica, compleja y misteriosa? La felicidad no es una meta, sólo cuando somos desdichados la buscamos como un fin, como una meta; no necesita ser invitada o invocada, ella adviene en medio de la serenidad y la quietud interior, cuando nuestra mente y nuestro corazón están en paz, cuando nuestro verdadero ser florece.
NOTAS : (*) Título del film italiano de Aldo Giovanni Giacomo (2000). Volver al texto (1) La sexualidad es un ejemplo de la dificultad que tienen padres, educadores y adultos en la transmisión de un aspecto tan vital y esencial para el crecimiento humano. Hay mucho desconocimiento, ignorancia y confusión en esta área de la vida, pero los adultos, en lugar de remediarlo, revisando sus “puntos ciegos”, sus miedos y tabúes, siguen silenciando este aspecto o lo abordan a través de teorías, prohibiciones o preceptos que alejan de una verdadera comprensión vital. Por eso, los adolescentes viven en soledad y con gran angustia -y, a veces, traumáticamente- el despertar de la propia sexualidad, que es una expresión legítima de nuestra rica vitalidad. Volver al texto (2) En este sentido trabajan incluso muchos grupos terapéuticos, preocupados por “encauzar pedagógica, religiosa y moralmente” al paciente, sustituyen un mal por otro peor; sin despertar en el joven el interés genuino por averiguar qué sentido tiene realmente la adicción en su vida y qué verdad dolorosa se oculta en su entorno familiar y en su propia historia personal. Volver al texto