Para llamar a la luna. Escritora Mexicana de cuentos infantiles. Cuentos de la luna. Para llamar a la Luna no se necesita ser científico,ni hechicero,ni loco, ni malo, ni bueno. Sólo debes ser tú mismo y llamarla con todas tus ganas, y verás que te seguirá de la noche a la mañana. Tal véz pienses que con el primer rayo del alba ella te olvide y se vaya; pero la Luna no es así. La Luna es como tú y como yo, juguetona, caprichosa, berrinchuda ¡ah! Pero éso sí,amiga fiel en las buenas y en las malas. Llámala ésta noche y verás como llega corriendo hasta tu ventana para arrullarte cada madrugada, verás cómo su luz es capaz de ahuyentar monstruos de debajo de la cama,duendes y sombras tercos y tramposos que se esconden cuando a mamá llamas. Llámala de día y, si en el cielo no la vez aparecer, entonces mira alrededor pues talvéz te esté guiñando un ojo desde el plato de leche de un gato orgulloso,o quizá esté hecha garabato entre dibujos y borrones o en aquellas hojas hechas girones. Para llamar a la Luna no hace falta dinero, ni aparatos extraños o complejos; basta con que la llames cualquier noche de abril u octubre o cuando sea que la necesites y ella gustosa tomará tus manos, las llenará de luz de estrellas, de soles ¡en fín! De todo cuanto ella ve a sus alrededores y te contará en sueños historias de los siete mares, leyendas del otro lado de la tierra, te dirá de los tesoros enterrados en lejanas arenas. Sabrás las canciones más hermosas que el viento le ha cantado a las nubes y a las rosas; te relatará de sus amigos los unicornios y del valle encantado que habitan en un sol muy lejano. Si llamas a la Luna será por siempre tu fiel compañera y te darás cuenta cómo cada noche la hallarás en puntual espera, con su tenue luz encendida por si la noche miedo te diera ; porque la Luna es como tú y como yo, curiosa, aventurera, valiente y traviesa, gentil princesa que busca
en tu cabeza un escondite que sólo tú y ella conozcan, donde ambos puedan soñar sin que nadie les diga que volar no es posible o que las estrellas no se pueden ni se deben alcanzar. La Luna sabe que éso es mentira, que si la llamas y se hacen amigos no habrá para tí camino cerrado o cielo que no puedas surcar; porque al llamar a la Luna ésta será tuya y nadie te la podrá quitar. Fin Gregoria, la tortuga. Escritora Argentina de cuentos infantiles. Cuento de tortugas. Tema del cuento: La vejez En el Jardín de Doña Ana vivían muchos animalitos. Los había grandes y pequeños, fuertes y débiles, mansos y peligros. Gordos y flaquitos y también lisos y arrugados. Allí vivía, Gregoria una tortuga que tenía tantos años, como arrugas en su piel. Sin embargo, a pesar de ser una tortuga llenita de años y arrugas, Gregoria mantenía las ganas de jugar y divertirse. Si bien nunca había sido muy rápida, con el tiempo su andar se había vuelto un poco más lento aún. Los animales que vivían con ella, sobre todo los más jóvenes, muchas veces no querían jugar con Gregoria porque se aburrían. Solían jugar al fútbol con un bicho bolita que amaba la velocidad y el peligro, entonces se ofrecía como pelota. – ¡Así no vale!- se quejó un día el cachorro de Doña AnaUno le tira al bichito y tarda un siglo en pasarlo al compañero. Me da sueño que tarde tanto ¡mejor me voy!. Cuando jugaban a las escondidas era todavía peor. Gregoria demoraba tanto en buscar a cada amigo que llegaba la noche, sin haber encontrado a nadie. Por otro lado, a muchos de los animalitos no les gustaba ver la piel de la tortuga tan, pero tan llenita de arrugas. Decían que era feo llegar a la edad que tenía Gregoria y que se perdía la belleza cuando uno era mayor. Algunos otros se quejaban porque la pobre tortuguita
contaba siempre cosas de cuando era más joven y se olvidaba de las que había hecho hace un rato. En rigor de verdad, Gregoria era el animal más viejo del jardín y no siempre sabemos comprender a quienes tienen muchos años. Gregoria lo sabía, pero no decía nada. Creía que, en cierto modo, era lógico que a los demás no les gustara su lentitud, sus olvidos, sus arrugas y sus demoras. No se enojaba con nadie, pero muy en el fondo de su corazón un poquito le dolía la actitud de sus amigos. Cierto día Muchaspatas, el ciempiés, cayó de una rama y fue a dar justo arriba de un rosal. Las espinas lo lastimaron mucho. Llorando empezó a pedir ayuda. Todos los animalitos corrieron a socorrerlo. También Gregoria, pero claro ella tardó un poquito más. Cuando la tortuga llegó al lugar donde había caído el ciempiés lo vio muy lastimado. El cachorrito trataba de curarle las heridas, pero era grande para el tamaño del ciempiés y muy torpe además. Popi, así se llamaba el pequeño perrito, se había puesto muy nervioso. Inquieto como buen cachorro, más que arreglarle algunas de las tantas patitas que tenía Muchaspatas, terminó enredándole unas con otras, lo cual aumentó el dolor. – ¡Me estás lastimando peor! – se quejaba el pobrecitoDejá no me ayudes más mejor. – Dejame a mi- intervino Gregoria, quien con su modo pausado pudo ordenar las patitas del ciempiés y comenzar a curarlo tan suavemente que no le hizo doler ni un poquito. – No es nada – dijo el caracol – ¡Está exagerando, qué ciempiés flojo habías resultado! – No señor, esto igual necesita un especialista- Dijo la tortuga muy firme- Hay que llevarlo a lo del Sapo doctor. La gran experiencia de Gregoria le decía que era necesario pedir más ayuda. El Sapo Doctor era un sapito que vivía también en el jardín, pero al cual no se lo veía mucho, pues le gustaba esconderse en agujeros diferentes. Le decían doctor porque si bien no lo era, se las arreglaba siempre para curar a quien estaba enfermito.
El problema era que hacía mucho que no lo veían y ya nadie recordaba en qué agujero se habría metido. Hicieron memoria, pero había pasado tanto tiempo que nadie pudo recordarlo. – ¡Ya se! -Gritó Gregoria eufórica- Está en el agujero al lado de la pileta Todos quedaron sorprendidos por la memoria de la tortuga, el sapo se había metido allí hacía ya muchísimo tiempo -No recuerdo que comí ayer, agregó Gregoria, pero de esto me acuerdo perfecto. Ahora había que llevar a Muchaspatas hasta aquel agujero que quedaba al otro lado del jardín. Un gusano se ofreció a cargarlo, pero el ciempiés sintió que estaba arriba de una gelatina y no quiso seguir viaje. Muchos bichos bolita también se ofrecieron, pero se movían tan rápido que le causaban más dolor. – Yo te llevo- Dijo Gregoria. Acomodaron a Muchaspatas sobre el caparazón de la tortuga. El ciempiés se acostó sobre Gregoria y apoyó su cabecita en el cuello de nuestra amiga. Jamás hubiera dicho que esas arrugas que tan feas parecían, podían resultar la mejor de las almohadas. Gregoria se movía tan lentamente que Muchaspatas viajó tranquilo y sin molestias hasta el agujero del sapo Doctor. Los demás animalitos también habían ido, pero por supuesto habían llegado mucho antes. Como todos esperaban, el sapo doctor curó al ciempiés, le puso un remedio y le vendo ochenta de sus cien patitas, lo cual llevó su buen tiempo. Cuando todo terminó y Muchaspatas ya estaba vendadito y listo para volver a casa, empezaron a pelearse entre todos los animalitos a ver quién lo llevaba. – Dejen chicos gracias – Dijo el ciempiés- Yo prefiero irme con Gregoria, si no les molesta. – ¡Pero todos nosotros somos más rápidos! Dijeron muchos – Y no olvidaremos donde vives – agregaron otros. Nadie pudo convencer al ciempiés que volvió feliz y contento muy cómodamente acostadito sobre el caparazón de Gregoria. – No entiendo, dijo la tortuga – ¿por qué me elegiste a
mí? Soy lenta, viejita, tal vez no recuerde a dónde tengo que llevarte… – Vos me ayudaste más que nadie Gregoria. Fuiste la única que recordó dónde encontrar al sapo, me curaste tan suavemente que no me dolió, me llevaste tan despacito a lo del doctor que ni me di cuenta y me enseñaste algo muy, pero muy importante. Gregoria escuchaba alagada, pero sin entender demasiado ¿Qué podría haberle enseñado ella a Muchaspatas? – Me enseñaste que ser mayor no es malo, que la experiencia que te dan los años es muy importante, que ser más lento no es ser peor. Que las arrugas pueden no molestar si se las sabe llevar, que puede haber olvidos, pero que las cosas importantes se siguen recordando. Gregoria hubiera querido abrazar a Muchaspatas, pero no le era fácil semejante movimiento, le concedió una sonrisa arrugadita pero preciosa y comenzaron el viaje de regreso. Los demás animalitos, quienes habían llegado antes que la tortuga y el ciempiés, se sentaron a esperar al herido. Estaban avergonzados porque también ellos habían entendido que no habían sido piadosos con la vieja tortuga y reconocían que sin Gregoria, el pobre ciempiés no habría podido curarse. Apenas llegaron, todos se apresuraron, ya no a ver cómo se sentía Muchaspatas, sino a disculparse con Gregoria. Los años traen mucho más que arrugas y entre las tantas cosas lindas que nos dan, está la sabiduría. Gregoria era una tortuga sabia y no guardaba rencor a nadie pues sabía bien que el rencor no es un buen sentimiento. Las cosas en el jardín de Doña Ana empezaron a cambiar. Por decisión de todos, la vieja tortuga se convirtió en la directora técnica de quienes jugaban al fútbol. Le sobraba experiencia y no era necesario ser rápido para ello. A la hora de jugar a las escondidas, consultaban a Gregoria sobre aquellos escondites más lejanos y de los cuales ya nadie se acordaba. La tortuga se divertía más que nunca pues era la única que sabía dónde estaba cada uno. Todos los animalitos habían entendido que no importa los años que uno tenga, sino las ganas que tenga de vivirlos y que, un día u otro, todos seremos grandes y que a cada
edad hay que encontrarle su parte buena, porque de verdad la tiene. Fin Manchitas. Escritora española de cuentos infantiles. Cuentos de gatos. Esta es la increíble historia de Manchitas, una gata de verdad. Manchitas es de Ademuz, un pueblo en el que todas las puertas de las casas viejas tienen… un agujero…¿un agujero?. Sí, ‘una gatera’ que permite a los gatos entrar y salir cuando quieren. Porque los gatos son los vigilantes de las casas y mantienen alejados a los ratones del trigo o el maíz, como buenos cazadores que son. Aunque los gatos tienen fama de ariscos y solitarios, no todos lo son. La historia de Manchitas te lo demostrará. Empieza así… Una primavera, una gata tuvo cinco cachorrillos. Todos tenían pelaje blanco excepto uno, una gatita que tenía manchas de distintos colores que le recordaban al apuesto gato ademucero que la conquistó. Con el suave ronroneo de la gata, los cachorrillos sentían el amor de su madre a través de su propia piel y le respondían con sus trinos o chirridos de cachorro. Un lazo de amor cada vez más intenso. Al llegar el verano, los cachorrillos eran ya gatitos lindos que gustaban de juguetear y recorrer las calles para descubrir mundo: descubrir Ademuz. En sus andanzas, la gatita moteada descubrió a dos hermanos, un niño y una niña, jugando al lado de un olivo. Le gustaron tanto que la gata decidió ‘adoptarlos’ como su nueva familia. Así que se les acercó, frotó su cabeza y cuerpo en sus piernas y luego les siguió por las calles del pueblo allí donde iban. Los niños quedaron cautivados por la gatita. Pero llegó la tarde y regresaron a casa. La gatita les siguió. Pasó la noche buscando la gatera sin saber que en las casas nuevas ya no se guarda el grano y no hacen falta agujeros en las puertas para dejarles entrar. Triste y
desolada, quedó dormida a los pies del olivo. Al día siguiente la gatita despertó con el alba y maulló insistentemente para que los niños la oyeran y le abrieran la puerta. Los niños, sorprendidos por la insistencia de la gatita y creyéndola perdida, rogaron a sus padres podérsela llevar cuando regresaran a casa al acabar las vacaciones. Preguntaron al padre, pero les dijo que no, porque los gatos necesitan libertad y en la ciudad aquello sería imposible. Preguntaron a la madre, pero les dijo que no, porque la gatita tendría dueño y la echaría a faltar. La abuela consoló a sus nietos diciéndoles que cuando volvieran a Ademuz seguro que la gatita les estaría esperando. Pero, finalmente, la tristeza de los niños y el maullido insistente de la gatita convencieron a los padres. Así que pusieron las maletas dentro del coche y los cinco y la gatita subieron en él para emprender el camino de regreso a la ciudad. Pero entonces, de repente, apareció un hombre en medio de la carretera que les obligó a parar. Dijo ser el amo de la gatita y la reclamó para él. Los niños empezaron a llorar desconsoladamente. La gatita maulló también de tristeza cuando vio que los niños marchaban dejándola atrás, así que el amo de la gatita cambió de opinión y corrió apresuradamente tras el coche para regalársela a los niños.. Los seis llegaron felices a la ciudad y la noticia sobre el nuevo miembro de la familia fue a oídos de familiares, amigos y vecinos. -¿Cómo se llama la gatita? – preguntaba por teléfono la tía. - Manchitas- respondía el sobrino – Manchitas, porque su pelaje está lleno de motas de bellos colores. Manchitas era tremendamente cariñosa, dócil y sumisa, pero el padre continuaba pensando que ‘tener un gato en casa’ no era lo mejor. Así que siempre decía que la gata estaba en casa de forma provisional, hasta que volvieran a ir al pueblo de vacaciones. Pero Manchitas iba ganándose el corazón de todos. Incluso cuando la familia recibió las felicitaciones de Navidad,
Manchitas estaba incluida como un miembro de la familia más. Se había convertido en la mascota de toda la familia, sobrinos, primos y tíos incluidos. Es difícil decir quien quería más a quien. La madre hablaba de ella embelesada, contando lo que Manchitas hacía y las cosas ‘que daba a entender’. Contaba que, por las mañanas, Manchitas siempre se acercaba sigilosamente a su cama, husmeaba para comprobar que era el lado de la madre y le maullaba suavecito para despertarla. Cuando por las noches la madre de los niños se sentaba un momento a descansar en el sofá, Manchitas se le acercaba y se sentaba plácidamente en su regazo. Empezaba a ronronear y con sus patas hacía el gesto de amasar recordando los momentos de su infancia. Ahora tenía una nueva mamá. Apenas llegaba una visita, Manchitas corría a la puerta para ver quien era y les recibía con la cola en alto en señal de amistad. Al siguiente verano, volvieron todos al pueblo. Los niños temieron que su padre cumpliera sus advertencias. Pero durante los paseos por las callejuelas de Ademuz, por la huerta, los pinares y los almendros, Manchitas sorprendía a todos. Les seguía a un paso por delante, al lado o por detrás, respondía a la llamada y mil cosas increíbles más. Las gentes del pueblo quedaron maravilladas de la condición tan sociable de la gata. Pero lo más sorprendente sucedió un día, al atardecer. La familia había pasado la tarde en el merendero de ‘Los Arenales’, cerca de la huerta donde Manchitas gustaba fisgonear. De pronto, regresó de allí y empezó a maullar desesperadamente, a rasgar con sus uñas las piernas de todos. Parecía que la apacible gata había enloquecido o – como dijeron algunos – había recobrado el instinto felino que hace a los gatos animales ariscos y traicioneros. Pero la abuela, la madre y los niños, no daban crédito a que Manchitas se comportara de forma tan extraña. Incluso el padre se extrañó. Así que le prestaron atención y la gata les llevó a la huerta, al lado de los manzanos y un palosanto. Entonces, Manchitas maulló tristemente, como si fuera el llanto de un niño.
Cuando llegaron encontraron a un viejecito malherido que había caído en la acequia y no lograba salir por causa del fango. El padre se sintió orgulloso de ella. Todos se sintieron orgullosos de ella. La heroicidad de la gata fue en boca de todos. Incluso de regreso a la ciudad los niños explicaban la historia de su gata en la escuela y los profesores y compañeros les pedían escucharla una vez más. Así que su tía decidió dedicarle un cuento, este cuento, para que todos los niños supieran de la bondad de los gatos, que desde que dejaron de ser cazadores solitarios y ariscos forman parte de nuestras familias como un miembro más. Han pasado ya cuatro años y Manchitas va y viene del pueblo a la ciudad. En cada viaje el padre advierte que es la última vez que ‘la gata se viene con nosotros’, pero creo que desde su acto heroico algo ha cambiado porque hoy los niños, mis sobrinos, me han contado algo: Han descubierto un aviso de la biblioteca dirigido al padre… … que le recuerda que debe devolver un libro: ‘El lenguaje de los gatos: Cómo se comunican entre ellos y con nosotros’. Dedicatoria Este cuento está basado en la historia real de Manchitas, la gata de mis sobrinos Jaume y Núria. Los códigos de lenguaje que aparecen en el cuento provienen del libro ‘El lenguaje de los gatos’ de Santiago G. Caraballo. Este cuento forma parte de la colección de cuentos infantiles ‘El Rincón de Ademuz’ que da a conocer las tradiciones que aún se mantienen en este rincón de la geografía española que un día fue punto de encuentro de tres reinos. Tradiciones y personajes ‘importantes’ en su historia, como Manchitas, una gata ademucera que nos enseña que la bondad y el amor son capaces de conquistarnos. Sólo hay que darles una oportunidad para hacerlo. Fin Noche Valbyana. Escritores de Dinamarqueses de cuentos infantiles. Historias urbanas.
Ilustración de Maritza Álvarez. Verano 2009. Villa Alemana Esta es una noche valbyana muy especial. El sol se ha pusto a brillar confundido y las palomas vuelan atolondradas entre las campanas de la iglesia que despiertan a todos los habitantes de la zona con sus tantaneos alegres y madrugales. “Pero si son las doce de la NOCHE! Qué sucede aquí! Orden! Orden y silencio” grita desconcertado el policía azul mientras que escolares diabólicos desafían con audacia y displicencia juvenil a los automovilistas y ciclistas coléricos e irrespetuosos. Luego los estudiantes se sientan a descansar y a tomar cerveza en el célebre Café Cire donde además se dedican a molestar a un viejito solitario que sin hacerle daño a nadie toma té en silencio. Él los increpa duramente y de pronto observa estupefacto como una figura humana crece en su taza de té con leche. “Es una viejita!” exclama con alegría. Los jóvenes ríen y se burlan mientras que el anciano no puede creer sus propios ojos. En unos pocos segundo la criatura se transforma en una abuelita y le da un beso al viejo. Ambos se van felices tomados de la mano y al doblar la esquina se encuentran con un espectáculo muy curioso. Los valbyanos han salido medio dormidos a la Calle Larga de Valby. En pijamas y con sus cepillos dentales en una mano deambulan como zombis por la Plaza Central, cantando canciones de cuna y gritando slogans pacifistas. Multitudes africanas, asiáticas, españolas, sas y chilenas llegan al país con ofrendas artesanales
en medio de la noche, bailando y tocando sus músicas peculiares. Millones de seres humanos se aprietan en la placita para compartir momentos de hermandad mientras que el pobre policía azul corre de un lado para otro intentado hacerlos callar. Pero el único que finalmente calla es él. Se despoja de su uniforme azul y huye derrotado y humillado por las oscuras calles adyacentes sollozando “Ya no hay respeto por la autoridad en este mundo! A dónde vamos a ir a parar, Señor!”. Pero el Señor, Andersen, parado en una esquina, guapo y extremadamente acicalado como siempre, no se da por aludido. Al contrario, flemáticamente grita los nombres de Luya y Ale. Estas acuden prontas a su llamado, tomándolo amorosamente de sus brazos dándole besitos en las mejillas y abriéndole paso entre las multitudes internacionales que lo aclaman como al mandatario poderoso que es. Luya y Ale reparten sonrisitas y ósculos oficiciales mientras que el célebre carterista chileno El Rata, recien salido de la cárcel, les roba las billeteras con una destreza sorprendente. “Esto es como estar en el cielo!” piensa El Rata, hurtando relojes, joyas, tarjetas de crédito y dinero de papel a los tumultuosos congregados en La Plaza Central de Valby. Va echando sus ganancias en una gran maleta Nike que le roba a un distraido turista japonés que andaba por ahí sacando fotos con su nueva cámara digital. Tan distraido era que el carterista también le usurpa la cámara fotografica literalmente ante sus propios ojos. Y siendo un hombre bueno e ingenuo, invita al Rata a tomar una cerveza en el Café Ciré.
Luego de varias poderosas cervezas danesas, ambos se juran amistad eterna. Salen a la calle abrazados gritando “Gloria eterna a la amistad de los pueblos Chile y Japón!” “Y que viva la excelente cerveza danesa!” “Cerveza danesa?” pregunta indignado un niño que viene dirigiendo a una enorme columna de infantes huérfanos del tercer mundo. “Nosotros somos millones que necesitamos agua, pan, padres, educación! Y ustedes andan por aquí alabando a la cerveza? Deberían avergonzarse, borrachos inconcientes!”. Los niños vienen armados con ametralladors automáticas y son fieros como panteras hambrientas y heridas. “Qué tienen en la maleta!?” Pregunta severamente el pequeño guerrero. “Una fortuna, señorito…” Contesta El rata tambleándose. “Una fortuna?” Pregunta el japonés ingenuamente. “De quién es?” Pregunta nuevamente el niño. “De él” Dice El Rata señalando al japonés. “Si, es mío” Dice el japonés convincentemente. Los niños abren la maleta y gritan “Luya y Ale!” al ver la inmensa cantidad de tesoros. Dejan a El Rata y al japonés en sus horribles borracheras y se dirijen rápidamente al Café Ciré para comer. “Mais, ques` que cé? Monsieurs, je ne se pas! Yo no teniendo lugar para tanto niñó hambrientó!” dice alegremente Piérre, el dueño francés. “Mais, ils tener d´árgent? Dineró? Dollars? Oui?” Los niños hambrientos le muestran el contenido de la maleta y a Piérre se le iluminan los ojos. Se soba las manos y grita “Mais oui! Ce magnifique! Yo proponer un trató. El famosisimó Café Ciré pog la maletá, tres bién?” Y así es como Piérre sale por primera vez en su vida a La Calle Larga de Valby.
Se va paseando asombrado por entre las multitudes de esta noche inusual exclamando sus “Bon! Bon!” Y sus “Tre bién” y deseandoles “Bon nuit” a cada persona con la cual se topa. Piérre se siente ahora dueño del mundo, creyendo que el mundo es así, como esta noche valbyana, lleno de seres amables y de colores diferentes. Cual niño hambriento, pero de vida, grita eufórico “Viv la liberté! La egalité! y abraza y besa a cuanta persona encuentra a su paso. Y ahí se nos va Piérre para siempre, el ex dueño del célebre Café Cire, ahora dueño del mundo. Camina hasta la Plaza Central y se pierde en la multitud que está que arde de indignación porque el Primer Ministro del reino de dinamarca ha declarado que “…los invasores indeseados y los mendigos serán expulsados del reino por la fuerza o la razón! Y el conocido activista chileno-valbyano será condenado a cadena perpetua!” “AH no! Cadena perpetuna no porfavor!” exclamo horrorizado ante los paparazzis, camarógrafos y periodistas del mundo entero. “Es un castigo tan cruel y desalmado… Soy inocente!” El viejo policía azul ha reaparecido con unifome y todo, intentando disolver esta magífica reunión mundial soplando en un instrumento pequeñito que produce un sonido agudo y alarmante. La gente lo ignora y él se pone a llorar y gritar cual niñito con pataleta. Yo camino entre el gentío y me encuentro con mi novia Jakeline, abrazando y besando a un gigantezco vikingo. “Adiós mi amor…” le digo con lágrimas en los ojos. Tengo la impresión de que estoy perdiendo muchas cosas queridas esta noche. Mis vecinos Niels Winter, La Chancha, el Milico, el Ciclista Solitario y El Jabalí sueco junto a los amables milagreros de La Calle Larga de Valby, se me acercan para darme abrazos de consuelo y deseme valor en estos momentos
amargos. Las larguísimas columnas de visitantes africanos, asiáticos, españoles y chilenos abandonan tranquilamente el país. Los millones de niños hambrientos, luego de comer y beber a destajo en el otrora mágico Café Ciré, se van acompañados por los fantasmas de Pablo Neruda, Pablo piccaso, Pablo Cassals, Kandinski, Kirkegaard y Kafka. Y los valbyanos soñolientos, en sus pijamas y con sus cepillos de dientes en las manos, se van por fin a dormir, dejándome solo en la Plaza Central junto al viejo y agotado policía azul. Ya está amaneciendo. Las campanas de la iglesia cesan de campanear y las palomas cierran sus alas y sus ojos para descansar de esta noche tan especial. Los automovilistas y ciclistas agresivos y coléricos ya han desparecido de las calles y se han ido junto con los estudiantes audaces a su sesiones de terapias antiagresivas. Y llega la mañana. El sol de oculta satisfecho de su obra maestra y la luna vuela por el cielo azul del Reino de Dinamarca. Todos duemen menos yo. Cien guardias reales armados aparecen de súbito y me me suben esposado a un camión del ejército. Me conducen a mi casa. Y aquí me han dejado diciéndome “La magnánima reina Margrette ha conmutado su sentencia por arresto domiciliario bajo la condición de que Usted no escriba mas milagros subversivos!”. Fin Corazón de piedra. Escritora Argentina de cuentos infantiles. Cuentos de ratones. Corazonada era una ciudad muy pequeña habitada sólo por ratones, todos bigotudos y orejones. El nombre de la ciudad se debía a que, si bien en apariencia todos los ratones eran igualitos, se distinguían por su corazón. Los había con corazones grandes, otros pequeños, algunos más enamoradizos, otros un poco más duros y
algunos más blandos. Corazón de Piedra era un ratón de mediana edad al que todos llamaban así porque realmente daba la impresión de tener una roca en lugar de corazón. No era que fuese malo, sino que parecía siempre enojado y tenía muy pocos amigos. Todos decían que, con el tiempo, su corazón se había endurecido y era cierto. Corazón de Piedra no siempre había sido así. Cuando era un pequeño tenía el corazón blandito, tierno y de color rosa. Era un ratoncito como todos, excepto por un problema: no sabía perdonar. Cuando tenía apenas un añito, un amiguito –sin maldad alguna y sólo por hacer una travesura- le escondió su chupete preferido que tenía sabor a queso Roquefort y era de color azul. Nuestro ratoncito lloró mucho al no encontrar el chupete, tanto que hubo que sacar el agua de su cuevita con veinte baldecitos. Como su amiguito vio que la cosa se estaba complicando, fue en búsqueda del chupete de Roquefort y se lo devolvió. –¡Pensé que lo había perdido! ¡Sos un tonto! Gritó Corazón de Piedra enfurecido, mientras chupaba el chupete y se secaba las lágrimas. –Perdón amigo, no pensé que te pondrías tan mal, sólo quise hacer una broma. Se justificó Corazón de Chocolate (así le decían porque era un ratón de color marrón oscuro). – ¡Qué perdón, ni perdón! Ya no soy más tu amigo y no te voy a perdonar jamás. Volvió a gritar el ratoncito que seguía muy enojado. Corazón de Chocolate se fue muy triste, pues realmente no había querido dañar a su amigo. Pensó que, con el tiempo, el enojo pasaría pero no fue así. Corazón de Piedra jamás volvió a dirigirle la palabra. Cuando empezó el colegio, un compañerito un poco atolondrado tropezó con nuestro ratoncito, quien con el golpe dejo caer los útiles al piso. La cartuchera con aspecto de quesera que Corazón de Piedra tanto amaba, quedó aplastada y muy sucia. Inútil fue tratar de hacerle entender que había sido un accidente y que nadie había querido dañarlo a él o a su amada cartuchera. Como una vez más, nuestro ratón no quiso perdonar a su compañero, perdió así otro amigo más y fueron muchos los
que quedaron en el camino. El tiempo fue pasando y parecía que con cada perdón no dado, su corazón se convertía más y más es una roca. Perdió su color rosa, se volvió gris, duro y seco, como si no tuviese vida. Corazón de Esponja, en cambio, era un ratón que siempre perdonaba y que tenía muchísimos amigos. Decía que en cada poro de esa hermosa esponjita que era su corazón, había un amor y sus poros eran muchos realmente. Como era muy bueno, pensó en que algo debía hacer por Corazón de Piedra. No se resignaba a que el corazón de este ratón siguiera endureciéndose más y más cada día. Ideó un plan. Debía hacer que Corazón de Piedra entendiese realmente el valor del perdón. Llamó a todos aquellos ratoncitos a quienes nuestro amigo no había perdonado. Eran muchos por cierto. Les pidió su ayuda para solucionar el problema de Corazón de Piedra y como por suerte, ninguno era rencoroso, todos aceptaron ayudar. Faltaba muy pocos días para el cumpleaños de nuestro amigo, ésa sería una oportunidad ideal llevar a cabo su plan. El mismo día del cumpleaños, reunió a todos los ratones que no habían sido perdonados en la plaza de la ciudad que tenía forma de corazón, como podrán imaginarse. A cada uno le puso un sombrerito de cumpleaños y un globito atado en la colita y les pidió que no trajeran regalo alguno. Cuando estuvieron todos reunidos, fue a buscar a Corazón de Piedra. Primero le dijo “Feliz Cumpleaños” y luego le tapó los ojos, pidiéndole que lo acompañara a la plaza. Cuando llegaron, Corazón de Esponja con una seña les indicó que todos juntos cantaran el feliz cumpleaños, cosa que así hicieron. Al terminar la canción, destapó los ojos de su amigo. Corazón de Piedra no podía creer lo que veía, Todos aquellos ratones a los que él había dado la espalda y les había cerrado su corazón estaban allí agitando globitos con sus colitas y cantándole el feliz cumpleaños. Se sintió realmente conmovido. Pero eso no era todo. – Todos ellos tienen un regalo especial para darte- Dijo Corazón de Esponja.
– Un … regalo… no …. No …. Hace falta- Contestó un poco avergonzado Corazón de Piedra. – Sí que hace falta y mucha. A ver ahora todos juntos y en forma clara ¿qué tienen para darle al cumpleañero? Preguntó el noble ratón. - Nuestro perdón – Dijeron todos. - Creo que no entiendo – comentó confundido Corazón de Piedra. - Es evidente que no entendés. En distintas oportunidades no perdonaste a cada uno de estos ratoncitos. Les cerraste las puertas de tu corazón y los alejaste de tu vida. Ninguno de ellos, por más que quisiera, pudo volver a ser tu amigo. Dijo muy firme Corazón de Esponja. Luego continúo. – Espero hayas aprendido con la soledad de todos estos años, que el perdón nos acerca al otro, nos une y nos hace más buenos. Perdonar a un amigo ablanda nuestro corazón, le da energías, lo hace brillar más. Corazón de Piedra escuchaba atento y con la cabeza baja. Su amigo siguió hablándole. – Son ellos los que ahora tienen que perdonarte y como te quieren y desean tener corazones rosas y mulliditos lo hacen justamente desde lo más profundo de su corazón. Parecía raro, él que jamás había perdonado, ahora deseaba con toda el alma ser perdonado por los demás. Ahora sí que Corazón de Piedra había entendido Agradecido y emocionado aceptó el regalo de sus amigos: el perdón. El ratoncito jamás olvidaría ese cumpleaños. Había recibido el mejor de los regalos pues también se perdonó a si mismo. Así, dándose una nueva oportunidad, volvió a tener muchos amigos, aprendió a ser feliz y su corazón de a poquito fue cambiando de color, de textura y de forma. Con el tiempo nadie recordaría su viejo nombre, ahora todos los llamaban Corazón Algodón de Azúcar. El nombre era largo pero a él no le importaba, lucía muy orgulloso un corazón rosa, grande, blandito y muy dulce. Fin El hombre que llevaba sombrero de Panamá. Escritora española de cuentos infantiles.
Cuentos con dedicatoria. Hubo una vez un hombre que era muy inteligente y amable, el hombre más inteligente y amable que jamás pudieras imaginar. Los médicos querían descubrir la razón de su extraordinaria sabiduría, así que aceptó que le operaran. Los médicos investigaron dentro de su cerebro pero no pudieron encontrar nada especial, nada que fuera diferente de cualquier otro hombre. Así que hubo una gran discusión científica sobre la ausencia de hallazgos… y la comunidad científica sugirió que debía ser examinado una vez más. Así que volvió a llevar vendas alrededor de su cabeza para evitar que escapara su ‘sabiduría’. Pero Ángela, su bella y encantadora esposa, decidió hacerle un regalo. Era un bonito sombrero de Panamá. Llevó el sombrero de Panamá durante la primavera y todo el verano para cubrir su cabeza y evitar que su ‘sabiduría’ escapara como predecían los médicos. Pero el hombre se acostumbró a usar el sombrero y lo continuó llevando durante todas las estaciones del año. Así que pronto los sombreros de Panamá se pusieron de moda. Todo el mundo quería llevarlos porque se habían convertido en símbolo de su sabiduría.
Algunos años después, los médicos se dieron por vencidos porque no lograban encontrar ninguna pista sobre la razón de su sabiduría, ni siquiera con las más sofisticadas técnicas de neuroimagen. Lo que los médicos no sabían era que la sabiduría de ese hombre no provenía de su cabeza sino de un lugar más profundo. Un lugar en el que los médicos nunca pensaron, donde nunca miraron… y sólo su esposa y su hija, Tristin Elizabeth, sabían. El secreto familiar se transmitió de generación en generación. Los descendientes del hombre sabio continuaron usando sombreros de Panamá y cuando veían a una mujer hermosa ,que les recordaba a Ángela, .. o alguien que merece respeto, hacían un gesto aprendido de sus antecesores: se quitaban el sombrero, inclinaban la cabeza y amablemente apoyaban el sombrero cerca del corazón. Todavía hoy, alguna gente lo hace, como símbolo de sabiduría, de simpatía y amabilidad sin saber que este gesto desvela el secreto familiar… Que la sabiduría de ‘El hombre que llevaba sombrero de Panamá’ no provenía de su cerebro sino de su gran corazón. Fin Una enorme responsabilidad. Escritora Mexicana de cuentos infantiles. Cuentos de dragones. Dicen que para resolver los problemas, el primer paso es itir que se tiene uno … pues yo soy Lirón (sí, ése es mi nombre, pero no es el mayor de mis problemas) y ito que tengo un problema, el segundo paso es hablar de ello, así que ésta es mi historia:
Todo comenzó cuando tenía cuatro años y ví en televisión un programa de competencias caninas, por supuesto quedé fascinado y al instante le pedí a mis padres que me compraran un cahorrito, sin embargo, al vivir en un diminuto apartamento mis padres me lo negaron alegando que no había espacio, que yo era muy pequeño para sacarlo a caminar, que ellos no tenían tiempo, y claro, la frase que todo padre digno de llamarse padre usa: “es una enorme responsabilidad”; así que decidí pedirles algo más pequeño, un gatito, a lo cual me respondieron con la misma cantaleta agregando que los gatos no son muy buenas mascotas porque son muy huraños; entonces pensé bajar un poco más mis expectativas y pedí un hamster, desde luego que mi madre se horrrizó tanto con la simple idea de tener un roedor en la casa que de inmediato se trepó a una silla, se aferró a su falda y comenzó a gritar “¡un hamster no!”. Yo seguía intentando y les rogué que me dejaran tener un par de pececitos dorados, pensé que ya los tenía asegurados pero mis padres me miraron de pies a cabeza y me dieron un rotundo ¡NO! A lo que respondí indignado con un muy buen dicurso, les dije que los peces no ocupaban mucho espacio, ni había que sacarlos a pasear, que tampoco comían mucho y que no ensuciaban, no hacían ruido, eran bonitos, no morderían los muebles y que no asustarían a mamá. Y su respuesta fué : “¡pues por éso! ¡los peces no hacen nada ¿cómo vas a tener unas mascotas tan aburridas?” . Debo itir que ésa respuesta nunca me la esperé, y que por ser tan originales y tramposos, mis padres habian ganado la batalla … pero no la guerra. Ante tal escenario no me quedaba más que acatar sus órdenes … o jugar mi último as bajo la manga. Así comenzó mi obsesión por tener mascotas; primero fueron unas cuantas hormiguitas que alimentaba en el alféizar de la ventana, pero luego de unos días fueron llegando más y más y más, hasta que el apartamento completo se convirtió en un hormiguero gigante y tuvimos que irnos a un hotel mientras fumigaban el lugar, porque además nos dijeron que entre tanta hormiga había unas
caníbales de raza africana sumamente peligrosas … ¿cómo llegaron hasta el apartamento hormigas africanas? Aún no lo sé. Con éso debió bastarme para darme cuenta de que tener mascotas no era lo mío … ¡ah pero no! Yo estaba terco conque encontraría una mascota digna de mí. Después de aquel día todo fue de mal en peor, porque cuando me encontré un ratoncito … o lo que parecía serlo, cerca de una alcantarilla, se me ocurrió llevarlo a escondidas a casa, pero al pasar de los días el ratoncito fue creciendo y creciendo hasta que un día al volver de la escuela mis padres me veían con ojos de furia cuando tuvieron que llamar a los cuidadores del zoológico para que se llevaran a mi ratón, que había resultado ser un canguro y que le había quebrado en tres partes la nariz a mi papá con tremenda patada cuando quizo entrar a mi habitación. Después de dejar pasar un tiempo luego del desafortunado incidente, volví a las andadas, aunque ésa vez fue por pura suerte … mala suerte, porque al estar caminando por el parque me topé con un chico muy peculiar, con el cabello de colores y bien puntiagudo, gafas oscuras y pantalones de cuero, una camiseta agujerada y una chaqueta toda vieja y apestosa sobre la cual cargaba una guitarra electrica muy bien cuidada. - oye niño-me dijo el extraño chico- ¿no podrías quedarte con mi gato? Es que me voy de gira y ya no podré cuidarlo, quisiera que encontrara un hogar en el que sea querido. - ¡Seguro!-respondí más rápido que un rayo- … pero ¿si es un gato verdad? Digo no es un cahorro de tigre o de león o alguna cosa rara o sí? - No, sólo es un gatito común y corriente. ¡Ah! se llama aullido, le gusta escuchar música y por favor ve que no le falte su leche … - ¡Claro!-dije de lo más contento mientras me enfilaba a casa para cuidar al gato. Desde que el chico me dijo el nombre del animal debí sospechar que algo raro pasaba ¿qué clase de gato se llama “aullido”? Llegué a casa y muy cuidadosamente oculté al gato, y cuando mis padres se durmieron lo solté en mi habitación,
el minino estuvo explorando un rato y cuando se se cansó se encaramó sobre el monitor de mi computadora y se quedó profundamente dormido, yo no dejaba de irarlo y ya soñaba en que sería mi mejor amigo por largos años, y con ése pensamiento me fuí a dormir tranquilo; pero justo a las dos de la mañana el condenado gato me dejó saber porqué se llamaba aullido, se me trepó encima y comenzó su extenso repertorio de alaridos, aullaba como si lo estuvieran torturando, jamás antes había escuchado de un gato que aullara pero ahí lo tenía, lo cargué, lo acaricié para tratar de calmarlo y sólo empeoré las cosas, pues con cada segundo sus aullidos se hacían más fuertes y agudos, entonces pensé que debía tener hambre y corrí a la cocina a buscar leche, pero justo cuando tenía la botella en las manos mis padres se despertaron al escuchar al loco gato, y antes de que pudieran interrogarme o yo defenderme, el gato lanzó tal aullido que todos los cristales del edificio estallaron en mil pedacitos, aterrando a todos los vecinos, activando todas las alarmas de los autos y atrayendo a cientos de policías a mi casa. Claro que no opuse resistencia cuando el ejército vino por el gato para ponerlo en un entrenamiento militar y usarlo como un arma aturdidora. Sé que ahí debí aprender mi lección y quedarme en paz … ¡y por un tiempo lo hize! Pero cierto día fuimos de excursión a unas cuevas y escalando unas rocas encontré un pequeño huevo, por más que busqué no encontré el nido y se me hizo fácil llevarlo a casa, lo puse en una cajita y por días lo mantuve abrigado usando una lámpara, las semanas pasaron y el huevo seguía igual, pero seguí cuidándolo de todas formas, al llegar de la escuela me gustaba contarle de mi día y sé que suena tonto, pero pienso que me escuchaba; resulta que una tarde el cascarón comenzó a quebrarse y algo emergió de él … sólo que no era un ave, tenía alas, pero parecía una especie de lagartija, como no sabía que era me dirigí a la biblioteca, y luego de varias horas y docenas de libros llegué a la conclusión de que mi extraño amiguito ¡era nada más y nada menos que un auténtico y genuino dragón! Tenía un par de alas muy flexibles, brillantes y duras escamas, garras, colmillos, cola y con el paso de los días parecía que
intentaba escupir fuego, de inmediato busqué toda la información que pude acerca de los dragones y me enteré de que adoran guardar objetos, sobre todo si son brillantes, y están obsesionados con comer rocas, que según creo las usan para poder escupir fuego. Como podrán imaginarse yo no sabía que hacer, por un lado sabía que no podría cuidar de un dragón en mi habitación y por otro … ¡era mi amigo! Así que decidí cuidarlo lo mejor que pude hasta que ya no tuviera más remedio que decirle a mis padres. Junté cientos de rocas y las forré con papel aluminio y otras las pinté con colores metálicos para que mi dragón,que porcierto llamé Dorito, se mantuviera entretenido mientras yo iba a la escuela, pero con el paso de las semanas Dorito notó que aquellas rocas no eran un verdadero tesoro y una mañana cuando la casa estaba vacía se le hizo fácil meterse al guardarropa de mamá y tragarse todas sus joyas. Pero éso no fué todo, también su apetito se incrementaba y los emparedados de jamón y queso o jalea y crema de maní que le daba ya no le eran suficientes, así que también se comió todo lo que había en la despensa y el refrigerador … ¡se tragó el refrigerador completo! ¡con cubitos de hielo y todo! Y también un buen trozo de las paredes de la casa, que además resultaron ser de la piedra exacta que Dorito necesitaba para escupir bocanadas de fuego … y como nunca antes lo habia hecho no pudo controlarse y chamuscó todo el apartamento, ése día cuando iba saliendo de la escuela y ví los camiones de bomberos ir a toda prisa por la calle supe sin ninguna duda que se dirigían a mi casa;así que con más miedo que otra cosa corrí hacia allá para encontrar a los bomberos y mis vecinos completamente boquiabiertos mirando a través del boquete en los muros cómo mi dragón se disponía a sentarse en el sofá a ver televisión como lo hacíamos todas las tardes. - ¡Que alguien llame a la guardia nacional!-gritó una señora- ¡No!-dije yo a todo pulmón-¡Dorito no es malo! Sólo es un bebé dragón … Cuando Dorito escuchó mi voz se alegró tanto que salió volando a toda prisa para encontrarme sin darse cuenta que en su desenfrenada carrera volteó el camión de bomberos, abrió otros dos enormes boquetes en el
edificio,aplastó los autos de mis vecinos y nos chamuscó a todos un poquito dejándonos sin cejas. Como ya podrán imaginarse la ciudad entera, incluyendo a mis padres estaban sumamente furiosos conmigo y con Dorito, claro está, y aunque el dragón sigue siendo mi amigo ahora vive en el campus de la universidad, donde puede volar a sus anchas y es vigilado por los mejores y más reconocidos científicos … y yo … pues tengo que trabajar todos los fines de semana vendiendo las hamburguesas al carbón que prepara Dorito para poder reparar todos los daños que causó, causa y muy seguramente seguirá causando. Que mi historia sirva de lección para todos aquellos niños que se empeñan en no escuchar los sabios consejos de sus padres; porque sin duda alguna tener una mascota ¡es una enorme responsabilidad! No importa si estamos hablando de unos pececitos, un gato o un perrito … y mucho menos de un dragón que apenas está aprendiendo a ser dragón. Yo soy Lirón, sí, ya sé … pero ése no es mi mayor problema ¡porque mi mascota es un dragón! Fin La mentira de Coco. Escritora Peruana de cuentos infantiles. Cuentos para el colegio. En una ciudad muy grande vivía Coco, un niño muy travieso y feliz, al que no le gustaba llevar un huevo en la lonchera que le preparaba su mamá para que coma a la hora del recreo en el colegio. Pues no le gustaba el olor que dejaba en todo el aula cuando abría la lonchera. Sus compañeros de clase le preguntaban: - ¿Coco, por qué no traes dulces en tu lonchera como nosotros? - Si coco, ¿por qué tu mamá te manda un huevo siempre? Un día se armó de valor y le dijo a su mamá:
- Mamá, por favor ya no me mandes un huevo en la lonchera nunca más. - ¿Por qué hijito? - Porque no me gusta el huevo. - Coco, sabes cuántos niños en el mundo no tienen nada que comer y tú te das el lujo de despreciar lo que humildemente te puedo dar con mucho amor. - Pero mamá. - Está bien, si te hace sentir mejor, ya no te voy a mandar un huevo en la lonchera. - Gracias mamá, eres la mejor. En un principio sintió felicidad al saber que ya no tendría que comer huevo en público, pero pronto se sintió terrible y con cargo de conciencia. Pues sentía en el fondo de su corazón que estaba mintiendo porque le encantaba comer huevo de todos los tipos: frito, sancochado, batido, homelet; y sabía que su mamá no creía que de la noche a la mañana ya no le gustara. Pero le importaba más el que sus compañeros no lo criticaran ni se rieran de él a la hora del recreo. Su madre le quiso dar una lección y a la hora de la cena cocinó huevo revuelto para ella y su esposo. Coco se quedó mirando el sabroso huevo que había preparado su mamá y le dijo: - Y para mí, ¿no me vas a dar mamá? - Pero hijo ¿acaso no me dijiste que no te gusta? No te preocupes si gustas te sirvo. - No gracias mamá tienes razón en realidad ya no me gusta tanto. Esa noche no pudo dormir por varias e interminables horas con el estómago vacío sonándole y con el cargo de conciencia de haberle mentido a su mamá y tuvo una pesadilla. Soñó que su casa era de la forma de un huevo duro, que su mamá se había convertido en un homelet, y que el piso de toda la ciudad era de huevo revuelto.
Todos los niños felices jugaban y saltaban encima del huevo que era muy suave y rico. - Miren chicos, podemos jugar al huevo saltarín. - Si, y después podemos comer todo el huevo que queramos. Y empezaban todos a saltar encima de los distintos tipos de huevos que habían. El único que no se divertía era Coco quien en su afán de no comer huevo prefería pasar hambre y soledad. De pronto se dio cuenta que lo único que había en su nuevo mundo para comer eran huevos y que los niños se podrían comer a su madre que ahora era un homelet. Empezó a llorar y a corrió rápidamente a su hogar que estaba siendo devorado por todos los niños, quienes estaban trepados en el techo de su casa comiéndose todo el huevo que encontraban y empezó a gritar: - No se coman a mi mamá. - ¡Por favor, el homelet es mi mamá! Al despertar de aquel sueño terrible fue al cuarto de su mamá y le dijo: - Mamá, soñé que te convertiste en huevo y que te iban a comer unos niños, pero yo te defendí. - Hijo, no te preocupes tanto pues ha sido sólo un sueño, mírame estoy bien y aquí a tu lado como siempre. - Mamá lo que sucede es que te mentí cuando te dije que ya no quería comer más huevo ni llevarlo en mi lonchera. - Coco, me di cuenta de eso desde un principio pues yo soy quien te prepara un huevo todos los días, veo como te agrada, lo saboreas y te lo acabas todo de un bocado. - Yo he sido niña igual que tú y también no me gustaba llevar un huevo en la lonchera por el olor que emanaba y las burlas que generaba en mis compañeros de colegio. Hijo, no debes avergonzarte de la comida que Dios nos da con todo su amor para nuestro bienestar y salud, los niños que se burlan de ti también comen huevo sólo que no son tan valientes como tú para llevar uno al colegio y comerlo libremente sin importarles el que dirán. A muchos adultos
también les pasa lo mismo, comen alimentos o dejan de comerlos por complacer a los demás cuando en el fondo van contra ellos mismos y no son auténticos ni libres. - Mamá, no lo volveré a hacer. - Estoy orgullosa de ti y que me hayas dicho la verdad pues se requiere mucho coraje para hacerlo. Te quiero mucho. - Yo también te quiero Mamá. Coco le pidió a su mamá que le sancochara un huevo para el desayuno y otro para la lonchera, pues quería comer un nutritivo huevo todos los días. Desde aquel día Coco llevó ya no sólo un huevo sino dos uno para él y otro para compartirlo con sus compañeros. Fin Estrellas en el techo. Escritora Peruana de cuentos infantiles. Cuentos para dormir. Minsy y Katsy eran unas hermanitas muy hermosas y amorosas, les encantaba mirar el cielo lleno de estrellas desde la ventana de su casa de playa, mientras su madre les contaba un cuento a la hora de dormir. Un día al llegar a la ciudad se dieron cuenta que en las noches no se veían las estrellas en el cielo y se pusieron muy tristes. - Mamá, preguntó Katsy, ¿a dónde se fueron las estrellas? - Si, mami, ¿por qué ya no están pegadas en el cielo?, preguntó Minsy. - Es que aquí en la ciudad, las nubes tapan a las estrellas, queridas hijitas. Al otro día, la mamá de Minsy y Katsy le comentó a su hermana Vivi la pena que tenían sus niñas de no tener un cielo estrellado al dormir. Sucedió que a Vivi se le ocurrió una gran idea: -Espera y verás que felices estarán. Cuando se hizo de noche y Minsy y Kaysy fueron a su cuarto para dormir, su mamá apagó la luz y se llevaron una enorme sorpresa, sus rostros resplandecían de emoción. El techo de la habitación parecía un cielo estrellado pues habían muchas estrellas de diferentes tamaños que
brillaban a su alrededor. Las niñas saltaron de alegría sobre sus colchones tratando de tocar las estrellas con la palma de la mano. Y agradecieron a su tía con todo el corazón. Desde ese día las estrellas las iluminaron y velaron sus dulces sueños de la niñez. Fin El alma de Soledad. Escritores infantiles de Dinamarca. Historias de amor. Un amor me sorprendió desprevenido en mi temprana infancia. Tenía aproximadamente seis años de edad cuando en el colegio conocí a Soledad. Era alumna nueva. La profesora la sentó a mi lado y en ese instante milagroso algo inesperado y perturbador ocurrió en mi vida: desde que me sonrió y me preguntó mi nombre y me dió la mano, jamás volví a ser el mismo de antes. Sin tener realmente a quién pedirle consejo acerca de este fenómeno tuve que dejarme guiar por mi intuición: me había enamorado. Yo jamás había pensado que amar sería tan doloroso y confuso. No podía concentrarme en clases, hacer mis tareas, jugar con mis amigos, comer o dormir. Lo único que me calmaba era estar cerca de ella. Y armándome de valentía y valor, se lo dije…
Para mi sorpresa y profunda alegría, Soledad me confesó que a ella le sucedía exactamente lo mismo. Y sin saber que hacer con nuestro amor decidimos solemnemente que nos casaríamos cuando fueramos adultos y que hasta entonces jugaríamos siempre juntos. Esto ocurrió en la década de los cincuenta en la ciudad de Birmingham, estado de Alabama, USA. Y cuando mis padres decidieron irse a vivir a Santiago de Chile, nuestro universo se derrumbó estrepitosamente cual castillo de arena. Más de medio siglo ha transcurrido ya desde nuestra despedida. No ha habido un solo día sin pensar en ella. Soy ahora un viejo contento y la vida me ha regalado una suculenta porción de problemas y alegrías, hijas y amigos. Y amores para siempre. Pero jamás como Soledad. Hoy iba caminando por mi barrio, la Calle Larga de Valby, con mi bastón y mi perro, cuando una hermosa mujer de aproximadamente mi edad se me acercó y me dijo “Ian, espera… no te acuerdas de mi?”. Una profunda serenidad me invadió la existencia. Era ella. Yo sabía que tendría que ocurrir un día. Su aparición no me sorprendió porque yo la
estaba esperando. Nos sentamos en un banco de la plaza. Soledad parecía tener prisa. Me dijo “…voy a cumplir ya sesenta años de edad, Ian. Soy feliz como tú. Vengo de Birmigham a verte por última vez porque me estoy muriendo. Estoy muy enferma. Jamás he dejado de amarte y si tu aún lo quieres, te proponngo que cumplamos nuestra promesa de niños, casémosnos!” Reímos y lloramos y volvimos a reir. Ella me pidió que le mostrara mi barrio, mi ciudad, mi vida, todo. “Te voy a mostrar mi vida, Soledad”. La Calle Larga de Valby estaba bullendo de milagros. Tanya, la hechizera de Constantinopla estaba sacando planetas y soles de las nubes y Pedro Sotomayor, el malabarista chileno, jugaba football con ellos. Los hermosos y brutales hombres vikingos exhibían sus relucientes escudos y armas de hierro mientras que las mujeres recitaban versos de Pablo Neruda a los transeúntes. Fátima, Amira y Adeba y todas las otras niñitas somalíes sacaban música multicolor del aire y Per, el organillero finlandés, producía sombras de cristal cada vez que giraba su manivela. Luego fuimos al famoso Café Ciré, donde Piérre, el célebre garzón francés nos saludó con amables “Sa va, monsieur Ián, madame. Tres bien, tres bien…bienvenue…”.
En el pequeño escenario cantaba el fantasma de Sitting Bull y en torno al bar las siluetas de Kirkegaard, Kafka y Kandinsky discutían solemnemente. En fín, la eterna rutina del Café Ciré, que a mi ya no me sorprende pero que fascinó a Soledad. Al día siguiente cumplimos nuestro juramento. Fuimos a la Iglesia de Valby, donde un querido amigo mio, el pastor Hans C. Andersen, no cásó. Pasamos nuestra luna de miel conversando. Me habló de su cercanía con la “muerte”. “Porque yo ya tengo mi alma allá”, me dijo misteriosamente. “En el universo”. Al amanecer del tercer día me susurró “Debo irme, Ian. Sé que seguirás siendo feliz. Te estaré esperando…” Nos despedimos con un profundo beso y se fué caminando por La Calle Larga de Valby hasta desaparecer en el horizonte. En ese instante el mundo pareció desparecer nuevamente bajo mis piés. Hasta que comprendí. Sin perder un minuto más y con mi uniforme escolar y mis libros destartalados bajo el brazo corrí a alcanzarla. Le regalé una manzana y nos fuimos caminando tomados de la mano hacia el colegio. Fin
Comodín, un pajarito holgazán. Escritora Argentina de cuentos infantiles. Cuentos para reflexionar en familia. Tema del cuento: La pereza – ¡Mami tengo hambre! Se escuchó gritar desde el interior del nido. – Calma hijito, no puedo volar más rápido. Contestó mamá gorriona mientras se apresuraba a juntar con su pico todo el alimento que podía para sus pichones. – ¡Es que tengo hambre mami! volvió a decir Comodínel gorrión. – No entiendo porque no salís vos mismo a buscar tu alimento en vez de esperar que te lo traigan. Lo retó Picudita, su hermana mayor, quien iba y venía en busca de alimento para sus propios hijitos. Comodín, ya no era un pequeño pichón que no podía salir del nido. En realidad, era un joven muy, pero muy perezoso. Sabía que su mamá lo consentía demasiado y que podía pedirle toda la comida que quisiera y así no tener que levantar vuelto. Nuestro joven gorrión casi nunca volaba, decía que se cansaba mucho. A Comodín todo lo cansaba, lo único que le gustaba hacer era holgazanear en el nido. A su padre le molestaba mucho la actitud de su hijo, pero la mamá, cometiendo un grave error, le daba todos los gustos. Cada día que pasaba la situación era peor. Comodín crecía y crecía, pero seguía en el nido como sus hermanitos menores, quienes sí realmente eran pichones a los cuales había que alimentar en la boca. – ¡Por todos los cielos! ¿Hasta cuándo te quedarás en este nido? ¡Ya no hay lugar para nadie Comodín, nos terminaremos cayendo todos! Rezongaba su papá. El gorrión hacía oídos sordos a lo que le decía su padre. Era cierto que cada día ocupaba más lugar y todos estaban muy incómodos, pero a Comodín no le importaba. Mientras estuviera en el nido, seguiría sin hacer nada y su mamá lo seguiría alimentando como cuando era muy pequeño.
Finalmente, lo que el papá del gorrión había dicho sucedió. Un día el nido no soportó el peso. Había cinco pichones pequeños, Comodín que ya tenía un tamaño considerable y los papás que iban y venían trayendo comida. De repente, cuando Comodín se disponía a dormir una siestita… ¡zas! Se cayó el nido, con tanta mala suerte que rebotó en la rama del árbol y salió disparado al aire. En ese viaje impensando, todos aterrizaron en diferentes lugares. Los pequeños pichones quedaron en la copa del árbol, los padres en un árbol vecino y el pobre comodín en otro jardín. Con los pequeños no hubo problemas, pues los papás volaron presurosos para rescatarlos y colocarlos en el nido que ahora estaba en otra rama lejana a la anterior. La situación de Comodín era muy diferente. Había quedado en otro jardín, lejos de su familia. Por primera vez, tendría que arreglarse sin ayuda y no sólo para poder alimentarse, sino para reunirse nuevamente con los suyos. – Caramba, caramba. Decía Comodín mientras se frotaba su pancita con las plumas. Parece que he comido demasiados cereales y semillas. Al fin y al cabo papá tenía razón. Lo lógico hubiera sido que el gorrión saliese a buscar a su familia, pero se sintió cansado de haber volado por los aires y se dispuso a dormir una siesta. Cuando se despertó había empezado a anochecer. Los papas habían salido a buscarlo sin éxito, por lo que Comodín seguía en el otro jardín. – Bueno, será cuestión de volar y volver al nido no más. Dijo el gorrión y comenzó a prepararse para el vuelo de retorno. No pudo elevarse. Su panza pesaba demasiado y las plumas estaban entumecidas por no haberse movido en tanto tiempo. Comodín insistió un par de veces más, pero como de costumbre, se cansó y se tendió en el piso. Una vez más se quedó dormido, pero su sueño esta vez no duraría demasiado. - ¡Mirá mamá un pollito marrón! – ¿Marrón? No hay pollitos marrones hijo, dijo la mamá
gallina, quien daba un paseo con su hijo, cuando ambos encontraron a Comodín plácidamente dormido en el pasto. – ¡Que es un pollito mami! Tiene plumas, tiene pico, es un pollito oscurito y muy gordo no más. Mamá gallina no sabía qué hacer primero, si convencer a su pequeño hijo que el ave que dormía en el paso no era un pollito, o despertar al gorrión que dicho sea de paso roncaba mucho y desafinado. Cuando por fin lograron despertarlo, Comodín les contó lo ocurrido y cómo había llegado hasta allí. – Debes volver con tu familia, estarán muy preocupados. Dijo mamá gallina. – Si he tratado de levantar vuelo, pero me cuesta no estoy acostumbrado. – Te dije mami es un pollito por eso no sabe volar. Agregó el pequeño que no terminaba de entender. – No amiguito- respondió Comodín- soy un gorrión y debería poder volar, pero no lo he hecho en tanto tiempo, que ahora se me hace realmente difícil. El pollito se sintió decepcionado al saber que se había equivocado, estaba realmente convencido que nuevo amigo era un pollo hecho y derecho. – ¿y por qué no vuelas? Preguntó mamá gallina. – Es mucho trabajo, mucho esfuerzo. Levantar vuelo, recorrer distancias, ir en búsqueda de comida. En fin, no es para mí. – Pues deberás esforzarte si querés volver con los tuyos. Le dijo muy seria la gallinita. Así fue que Comodín decidió quedarse un tiempo con la gallina y sus pollitos, mientras se ponía en forma para poder volar. Los problemas no tardaron en llegar. Comodín esperaba a que mamá gallina lo alimentara en la boca, cosa que por supuesto nunca ocurrió. Empezó a tener que procurarse su propio alimento. Papá gallo lo despertaba muy temprano con su canto para hacer ejercicio y bajar de peso. Su vida, ya no era cómoda como antes. Comodín veía como cada uno en la familia hacía su tarea, como se ayudaban entre sí y como cada uno también procuraba su alimento o lo que necesitara. De todos modos, él seguía prefiriendo no hacer nada y como esa
forma de vida no le convencía, se fue. No tardó mucho en darse cuenta que no se puede vivir holgazaneando, que sin esfuerzo, trabajo y voluntad nada se consigue, ni comida, ni refugio, ni volver a su hogar. Ya nadie le alcanzaba el alimento, no tenía su abrigado nido donde descansar y extrañaba a su familia. Por primera vez Comodín se puso a pensar cómo había llegado hasta allí. Primero le hecho la culpa a la rama en la cual rebotó el nido, haciendo volar a la familia por los aires. Luego se dio cuenta que, de no haber estado él allí, gordo por no hacer nada, eso no hubiese ocurrido. Ahora estaría con su familia y no solito y sin saber qué hacer. Es bueno aprender de los errores y Comodín lo hizo. Para empezar, decidió volver con la familia de la mamá gallina, se puso a las órdenes de papá gallo, quien lo entrenó con mucho gusto. Ayudó a los pollitos a conseguir comida, a cuidar a los más pequeños y un montón de cosas más. Tanto se esforzó y trabajó que en poco tiempo estuvo en forma para volar con su familia. Le dolió mucho despedirse de sus amigos, quienes más allá de compañía y ayuda, le habían dado una lección que Comodín jamás olvidaría. Cuando su familia lo vio llegar, no podía creerlo. Comodín estaba delgado, ágil, volaba como nunca antes y como si esto fuera poco traía el pico lleno de comida para ofrecer a los demás. Desde que regresó, nuestro gorrioncito no paraba de trabajar y ofrecer su ayuda a los demás. Ahora sabía lo que es sentir el inmenso placer de valerse por uno mismo y había aprendido que pollito, gorrión, gallo o gallina, todos nos sentimos mucho mejor cuando hacemos algo, que cuando no hacemos nada. Fin Un trío extraordinario. Historias infantiles de escritores de dinamarca. Ilustración de Maritza Álvarez
En un país paradisíaco por su sorprendente naturaleza arrogante, ubicado allá abajo donde termina el planeta, hay un valle verde como la esperanza y la envidia. En este valle hay una ciudad gigantezca rodeada por cordilleras y montañas. Y en esta ciudad viven Juan, Pedro y su perro Rodrigo. Juan y Pedro son dos niños de diez años de edad que viven junto a muchos otros niños bajo el Puente Colo Colo a orillas de un río heladísimo del mismo nombre. Sus padres murieron en una bestial guerra el siglo pasado y son por supuesto pobres como una papa. Viven de limosnas y tachos de basura y de las piruetas milagrosas de su perro Rodrigo. Nadie sabe realmente de dónde apareció Rodrigo. Algunos dicen simplemente que lo trajo una cigueña. Otros, que lo creó el Pillán, dios de los indios mapuches, para ayudar a Juan y Pedro en sus difíciles existencias. Pero el hecho es que Rodrigo es un perro que ama a sus dueños por sobre todas las cosas del mundo y es capáz de sorprender a los paseantes de las calles de La Ciudad del Valle con sus actos de levitación, desapariciones y cantos. Rodrigo y los niños se instalan todas las mañanas en el centro de la ciudad y el perro canta las viejas canciones de Los Beatles con una voz profunda y bien entonada. Y luego ante los ojos atónitos de los mirones, comienza a elevarse un par de metros de la vereda y termina su acto simplemente
desapareciendo… Y apareciendo nuevamente para mover su cola y lamerle las manos y las caras a Juan y Pedro. Ocurre que la mayoría de los caminantes de la gran ciudad van tan absortos en sus complicados problemas económicos y existenciales que andan como ciegos por las calles, con sus cabezas gachas y bien metidas entre los hombros, asustados y silenciosos. No ven al perro y sus milagros. Pero los pocos que no le temen a la vida y a sus semejantes y tienen los sentidos bien abiertos, aplauden, dan unas moneditas a Juan y a Pedro y le hacen cariño a Rodrigo. Luego los niños se van a comprar un poco de pan y Cola Cola y vuelven a su fria y triste morada bajo el puente. Este peculiar trío conoce casualmente a un amigo mío, Mario Benedictus, que vive al otro lado de la ciudad. El sector donde hay casas grandes con árboles y jardines, el cielo es celeste y calentito y siempre hay sendas cazuelas de ave sobre las pulidas mesas de los comedores. Mario es uno de esos personajes con los sentidos bien abiertos. Es un artista tan sensible que llora cuando abre un tubo de óleo verde para pintar o ríe a carcajadas cuando ve a la cordillera fresca y nevadita por las mañanas. Un día iba pasando en su auto por una esquina donde un grupito observaba a Rodrigo levitar y conversó con los niños. Se enteró de sus vidas, de los milagrosos talentos de Rodrigo, y les sacó una foto sin no antes darles un reluciente billete de diez mil pesos. Mario y yo nos conocemos desde niños y seguimos siendo
amigos aún, en que yo vivo al otro lado del mundo, aquí en la cabeza del planeta, en el célebre barrio milagrero de Valby, Reino de Dinamarca. Mario me llamó por teléfono el otro día para contarme acerca de los niños y su perro y me dijo que me los iba a enviar por avión para que conocieran la famosa Calle Larga de Valby, cuna y lugar de encuentro de todos los milagreros del mundo. LLegaron un poco atontados por el larguísimo viaje, pero con los ojos bien abiertos observando los edificios de ladrillos rojos y techos de cobre verde y los gigantezcos daneses rubios con sus pequeños bebés pálidos y calvos en una bolsa en las espaldas. El perro ignoró displicentemente al Reino Danés y levantaba una pata cada vez que veía un poste o un semáforo. Lo primero que hice fue servirles grandes porciones de frikadeller con kartofler y salsa de chili og créme fraiche. Para mi sorpresa no quisieron comer este distinguido plato danés que tradicionamente se prepara a las visitas distinguidas. Ellos prefieron comer mi pan negro y tomar agua de la llave. Rodrigo devoró todas las frikadeller. Luego fuimos a pasear por la célebre Calle Larga de Valby. Para gran sorpresa de los tres se desató una fenomenal tormenta de nieve. La Calle Larga se cubrió de blanco. Rodrigo se revolcó en ella cantando twist and shout con un perfecto acento liverpooliano. Todos los niños salieron de sus casas e invitaron a Juan y Pedro a jugar a la guerra de las pelotas de nieve pero mis amiguitos declinaron
amablemente diciéndoles a través de mi que odiaban las guerras. Y ahí estaban los milagreros de Valby, activos y eufóricos como siempre. Gerda, la mujer de los tatuajes móbiles nos saludó con alegría y nos mostró sus pechos y sus nalgas cubiertos por maravillosos veleros de colores que se trasladaban de un lugar de su robusto cuerpo hacia el otro. Y los fieros vikingos y vikingas con sus vikinggitos volando como globos de gas entre las nubes blanquísimas. Fedora, la medusa griega, hipnotizaba a la concurrencia con sus ojos de diamantes verdes, haciéndolos saltar de un lado a otro como cangurúes. Per, el organillero sueco, como siempre produciendo fantasmas de gente famosa cada vez que giraba su manivela. Y el otrora perdido Pedro el Vagabundo, viejo milagrero originario de La Ciudad del Valle que luego de tirarle kilos de monedas de bronce romano a los grupos de observadores, reconoció por instinto natural a sus compatriotas Juan y Pedro y Rodrigo. Los saludó y abrazó efusivamente y Rodrigo se sentó tranquilamente, meneó la cola, cantó All you need is love, levitó, desapareció y volvió a aparecer al lado mío como si fuera la cosa mas natural del mundo. Causó sensación y los tres fueron remunerados con huesos con carne, tarjetas de crédito y monedas de plata sterling 24 de enorme valor en los mercados bancarios mundiales. Y estuvieron aquí en La Calle Larga todo el día y toda la noche compartiendo momentos felices con los otros milagreros, los niños de las guerras de bolas de nieve y los
paseantes, haciéndose además muy muy ricos. Volvimos a mi casa al amanecer y alguien había construido un gigantezco hombre de nieve en mi jardín. Rodrigo lo inspeccionó, levantó una pata y lo orinó. Cesó de nevar y salió el sol pálido y tímido del invierno danés. Yo les propuse quedarse a vivir en El Reino de Dinamarca para siempre pero me dijieron que no gracias. Ya extrañaban mucho su Puente Colo Colo, sus compañeros de vida, su Ciudad del Valle y sus habitantes silenciosos y aproblemados. Llamé a Mario Benedictus por teléfono y le comuniqué las últimas novedades. Los niños querían volver lo antes posible. Sufrían de nostalgia. Les regalé un teléfono celular para que me llamaran de vez en cuando y y me dieron un abrazo que me hizo llorar de emoción. Rodrigo me dió un efusivo beso en la boca. Los milagreros de La Calle Larga de Valby nos acompañaron al aereopuerto para despedirlos y ayudar a cargar con las bolsas llenas de dinero y huesos carnosos. Pero Juan y Pedro, antes de subir al avión, regalaron toda su fortuna a la asombrada concurrencia. Y ahí están ahora de regreso. Sus vidas no han cambiado mucho. El viaje a Valby fue una ráfaga onírica, una visita fugaz a otro mundo. No sé de qué les habrá servido. No creo que les haya hecho daño. Su firme lealtad con el puente y sus amigos y la Ciudad del Valle me impresiona y me hace pensar que estos niños
saben lo que hacen y lo que quieren. No es el Reino de Dinamarca en todo caso. Y Rodrigo? Bueno, Rodrigo es un perro felíz y milagroso, parte esencial de un trío extraordinario. Fin El sueño del bebé elefante. Escritora Colombiana de cuentos infantiles. Cuentos de animales. La alborada se despierta engalanada de nubes, presumiendo de su radiante esplendor. El reloj del tiempo, marca el inicio de una nueva semana, la brisa juega con las hojas de los árboles difundiendo el aroma de las flores. Toda la naturaleza, está cubierta entre un mágico hechizo de hermosura y música. Lunes y martes, los dos primeros días de la semana, parecen dormir, abrazados junto a la orilla de un pequeño riachuelo, extasiados ante tanta belleza. Se escucha el trinar de un alegre ruiseñor que contempla un poco sorprendido a Bebé Elefante. Hoy ha sido un verdadero día de aventura para él; pues ha llegado hasta el pequeño riachuelo y feliz, se está dando un baño mientras canta, sin percatarse que los pececillos y el sapito que allí estaban, han tenido que nadar con mucha prisa, despavoridos por el chapuzón de Bebé Elefante. Muy cerca de allí, mientras volaba entre las flores, una hermosa mariposa blanca llamada Luz de Luna, degustaba el delicioso néctar. Bebé Elefante, al descubrir la gracia y agilidad de Luz de Luna para volar y quedarse suspendida sobre las delicadas flores, quedó asombrado y dirigiéndose a la mariposa, exclamó: -¡Cómo quisiera volar, como lo haces tu! Si yo tuviera ese don tan maravilloso, seguramente tendría muchos amigos y volaría muy alto; quizás podría dormir plácidamente sobre las nubes acolchadas y contemplar desde allí, la belleza del paisaje.
Luz de Luna casi no podía creer lo que estaba escuchando y pensaba: ¿Cómo podría Bebé Elefante, siendo tan grande, a pesar de ser solo un bebé, desear ser pequeñito como ella, una mariposa frágil, cuyas alas pueden ser lastimadas aún por una brisa suave…Luz de Luna se sintió entre incrédula y ruborizada, realmente no sabía que responder ante un piropo de tal magnitud. Nadie se había dado cuenta aún de la presencia de doña Tortuga Encorvada, pues ella oculta en su caparazón, pensaba en aquella ocasión cuando le ganó la carrera a una liebre veloz. Doña tortuga, ya estaba muy vieja y por causa de su experiencia, también había adquirido mucha sabiduría; además su sentido del oído, era muy desarrollado, así que había escuchado atentamente, todas las palabras que Bebé Elefante dijo a la bella mariposa; por ésta causa, decidió salir de su caparazón y manifestarle su opinión al gentil elefantito. _ Discúlpame si te parezco entrometida, dijo la tortuga encorvada. Realmente no ha sido mi intención expiarte; pero sin querer, escuché lo que le dijiste a Luz de Luna, la hermosa mariposa blanca, que se alimentaba entre las flores. Tus palabras, me hacen pensar que no estás muy satisfecho con tu aspecto; es que aún eres muy joven y no has descubierto las hermosas cualidades y talentos que posees. Dios te ha dotado de grandes privilegios. Yo te sugiero y aconsejo que te instruyas cada día, sobre todo que adquieras el hábito de la lectura. Cuando lo haces, es como si vivieras una aventura diferente en cada libro; tus facultades se despiertan de tal manera, que descubres y aprendes a valorar tanto la belleza que te rodea, como la que hay dentro de ti; así cada día te parecerá mas bello, no importa si es invierno, primavera o verano, apreciarás todo el bien que trae la lluvia, el sol te parecerá que sonríe para ti, verás el encanto sublime de la luna y al contemplarla, podrás tejer en tu imaginación una corona con los luceros mas hermosos y obsequiársela a ella, todas las veces que lo desees. Bebé Elefante, quedó extasiado ante el consejo de doña tortuga Encorvada, y pensó que desde éste momento,
empezaría a seguir su sabio consejo. Así pasaron los días, las semanas, los meses y los años, mientras los nardos y las rosas esparcían aromas fragantes y cada amanecer era más bello, ante los ojos de aquel elefante, que se había convertido en un sabio irador de toda la naturaleza. Esta mañana temprano, mientras el señor elefante se dirigía al río, se detuvo a contemplar a una pequeña araña que diligente tejía una hermosa bufanda de muchos colores, para obsequiarla a don Grillo, el esbelto cantor que le había robado el corazón a la arañita. Ella, mientras teje, no deja de pensar en lo feliz que se sentirá don Grillo, por tan precioso regalo. Quizás el como un gesto de gratitud y aprecio, le dedique a ella una canción, al compás de su guitarra, ésta misma noche, que es noche de luna llena… El sabio elefante, se despide de la arañita y prosigue su camino, cuando descubre un acontecimiento que le causa mucha gracia: La ardillita Cascanueces, le ha jugado una broma al Gato Gruñón Valiente. Aprovechando que el está profundamente dormido, le amarró las patas y la cola. En éste preciso instante, mientras les narro éste cuento, don Ratoncito, quien escuchaba oculto en el cajón de mi escritorio, ha salido para contarme, que don Gato Gruñón ya no es tan valiente, pues casi no le quedan dientes para hacer sus fechorías. En otro tiempo, todos los ratoncitos le tenían mucho miedo a don Gato Gruñón, pues el fue uno de los felinos mas temidos en éstas tierras. Aquella noche, don Elefante, se ríe a carcajadas recordando la broma que le hizo la ardillita al Gato Gruñón. Los cálidos rayos del sol, se desplazan iluminado las majestuosas montañas. Es la mañana de un día miércoles y a lo lejos, se escuchan las estruendosas carcajadas del señor Elefante, quien disfruta su matutino paseo, ésta vez, en compañía de Bin Bin, su pequeño nieto, quien insistente le pide que cante. El señor elefante, recuerda aquellos lejanos tiempos cuando el, tan solo era “Bebé Elefante”.
Cierta nostalgia invade su espíritu, mientras con gran esfuerzo, continúa su camino apoyado en un bordón. Cuando se acercan al río y todos sus mas hermosos recuerdos de la niñez, fluyen en su memoria, sus torpes patas, ya cansadas por el embate de tantos años, vacilantes en su bordón, intentan sumergirse en las cristalinas aguas, en ese preciso instante, escucha una temblorosa, pero mágica voz, que se abre paso, entre la suave brisa… Allí está como siempre, en el momento que mas la necesita, doña Tortuga Encorvada, ya anciana y desdentada, le sonríe con ternura. Los ojos del abuelo Elefante, se iluminan de alegría. _ Oye, mi amigo gigante, le dice la sabia tortuga al apreciado elefante: Ya es hora de que enseñes a tu nieto Bin Bin a descubrir toda la belleza que hay a su alrededor… Ya es hora que le enseñes a leer y a crear sus propias aventuras. También los ojos de Bin Bin, empiezan a iluminarse y su espíritu aventurero, ya quiere descubrir mil mundos, se imagina ser pirata, conquistando muchos mares… Entre tanto, Luz de Luna, la hermosa mariposa de alas blancas, la misma que despertó hace tantos años en Bebé Elefante, el anhelo de volar, continúa degustando flores nuevas y contemplando ocultos paraísos que han quedado plasmados entre las amarillentas páginas de un libro de hermosos cuentos que mi abuela me obsequió cuando aún yo era niña. Fin El hada celeste y los inmigrantes. Escritores de cuentos infantiles Españoles.Cuentos de hadas. El hada Celeste era el hada de los cuentos. Vivía en un palacio de color azul, cerca de allí vivía el brujo Malacabrú que odiaba los cuentos. Tengo que destruirlos. decía
Para poder entrar en el palacio del Hada tuvo que hacer un hechizo, durmió a todos los que estaban dentro, entró y destruyó todos los cuentos. ¡Por fin los he destruido,! ahora no habrá fantasía. Cuando el hada Celeste se despertó y vio lo que había hecho el brujo se quedó muy triste ¡Tengo que hacer algo!, los niños no pueden quedarse sin la magia y la fantasía de los cuentos. El Hada Celeste cogió una bolsa mágica y se fue a recorrer el mundo, y a todos los que se encontraba les preguntaba: ¿sabéis cuentos?.¿Sabéis historias? y cosa curiosa todos se sabían cuentos y todos se sabían historias. El hada lo escuchaba, lo guardaba todo en su bolsa mágica y después lo contaba, ella decía: Mientras haya alguien que cuente y alguien que escuche, no habrá servido de nada que el brujo Malacabrú haya destruido todos los cuentos. El hada siguió su camino, y llegó a un pueblecito, allí se encontró con una niña que estaba llorando, ¿Por qué lloras?, le preguntó. La niña respondió. Lloro porque los niños no querrán jugar conmigo ¿Por qué dices eso? Le preguntó el Hada Hace poco tiempo que he llegado a este país, no entiendo lo que dicen ni me entienden a mi, soy diferente ¿Y crees que eso importará a los demás niños?, ven sientate que voy a contarte un cuento.. Y el hada empezó a contar el cuento de ZORAIDA
Zoraida era una niña árabe, que hacía poco tiempo que había llegado a aquel pueblecito a vivir, un día estaba en el parque, sola, estaba muy triste, lloraba y decía: ¿Por qué mi piel tiene que ser de otro color? ¿Y las costumbres de mi país tan distintas a las de este lugar?, conmigo no querrán estar y tener amigos muy difícil será. María Clara, era una niña mejicana, hacía un tiempo que vivía en ese pueblecito, se acercó a Zoraida y le dijo: No llores, mira yo vengo de Méjico, al principio a nadie conocía y mis costumbres nadie las entendía , pero ahora me alegro de estar aquí, tengo muchos amigos y soy feliz. Zoraida miró a María Clara, pero no le hizo ningún caso ella siguió llorando y diciendo: ¿Por qué mi piel tiene que ser de otro color y las costumbres de mi país tan distintas a las de este lugar, conmigo no querrán estar y tener amigos muy difícil será. Yu-Lan era una niña china, hacía un tiempo que vivía en ese pueblecito se acercó a Zoraida y le dijo: No llores, mira yo vengo de China, al principio a nadie conocía y a nadie entendía, pero ahora estoy muy contenta de estar aquí tengo muchos amigos y soy feliz. Zoraida miró a Yu-Lan, pero no le hizo ningún caso, ella siguió llorando y mientras lloraba decía: ¿ Por qué mi piel tiene que ser de otro color? Y las costumbres de mi país tan distintas a las de este lugar, conmigo no querrán estar y tener amigos que difícil será. Javier era un niño que vivía en ese pueblecito desde que nació, se acercó a Zoraida y le dijo: No estés triste, vente con nosotros a jugar, si sigues aquí sola, sólo pensarás en llorar y lo pasarás mal.
Zoraida lo miró pero no le hizo caso, la mamá de Zoraida lo había visto todo se acercó a su hija y le dijo: Hija mía, no debes de llorar, piensas que estas sola, que no tienes amigos pero eso no es verdad, he visto como tres niños te han ofrecido su AMISTAD y a ti te ha dado igual Zoraida miró a su mamá y comprendió que tenía razón por eso a los tres niños se acercó, y les pidió perdón. Perdone, me he portado muy mal me habéis ofrecido vuestra amistad y no lo he querido ver, muy feliz seré si vuestra amiga puedo ser. Los tres niños abrazaron a Zoraida y fueron amigos, y Zoraida en aquel pueblecito vivió feliz hasta que un día pudo regresar a su país. El hada terminó de contar el cuento, la niña había dejado de llorar y le dijo:. Me ha gustado mucho tu cuento gracias por contármelo me iré a jugar con los niños, seguro que no les importará que yo sea de otro lugar. El hada Celeste, estaba contenta, guardó este cuento en su bolsa mágica y siguió buscando mas cuentos para contárselo a los niños. IRINA El Hada Celeste llegó a la plaza de una ciudad, en ella había un grupo de chicos, hablaban discutían, uno de ellos que se llamaba Carlos decía
Vamos a ver ¿Por qué, tenemos que ser amigos de la gente que viene de otro país, ellos vienen a este pueblo a trabajar nos dejarán sin trabajo a los demás. Lucas le contestó:
Carlos, no tienes razón, ellos vienen a trabajar, pero trabajo para todos habrá, lo que pasa es que a los que vienen de fuera los tratas muy mal. Silvia otra amiga de Carlos le dijo: ¿Te acuerdas? De cuando Irina llegó a nuestro pueblo de ella siempre te reías y nos decías: ¡Mirad! Cómo habla, nunca la vamos a entender, que regrese a su país, allí estará mejor que aquí. Carlos enfadado les contestó: Yo le decía eso porque no nos entendía, no se enteraba de nada. No te entendía Carlos pero se enteraba del odio que veía en tu mirada. Carlos muy enfadado dijo: Esta bien, no me vais a convencer, ¡Deje en paz! La gente de otro país no tendrán mi amistad. Los niños dejaron solo a Carlos, el Hada Celeste lo había oído todo. ¡Tengo que hacer algo!, Carlos tiene que comprender que se está portando mal. Miro en su bolsa mágica y sacó de ella muchas estrellas de colores, las colocó en su mano y se las envió a Carlos. Por la noche cuando Carlos se durmió, en el sueño las estrellas de colores que el Hada le había enviado lo llevaron a un lujar muy lejano. Lo llevaron a una casita muy pobre, muy pequeñita, en ella vio a Irina a sus padres a sus hermanos, estaban muy tristes, el papá decía: Querida familia, nos tenemos que marchar de aquí, no tengo trabajo ni nos queda dinero para vivir, tengo unos
amigos que han encontrado trabajo en otro país, me han dicho que también lo hay para mi. Irina con lagrimas en los ojos decía: Papá, yo no me quiero ir,todos mis amigos están aquí. Carlos vio como Irina lloraba cuando se despedía de sus amigos con los ojos llenos de lágrimas les decía: Nos tenemos que marchar de aquí, no os preocupéis donde vamos la gente será buena y nos querrá, algún día regresaré y nos volveremos a ver. Carlos cuando despertó se dio cuenta de lo mal que se había portado y pensó en Irina. Pobrecilla que mal lo habrá pasado, tan lejos de su país sin conocer y sin tener amigos aquí. Y ese día cuando llegó al colegio buscó a sus amigos y les dijo: Sabéis teníais razón con la gente de otros países me he portado muy mal, pero no lo volveré a hacer más. Después buscó a Irina y le dijo: Irína perdóname, contigo me he portado muy mal, pero tu amigo quiero ser y en lo que pueda te ayudaré. Carlos e Irina se hicieron amigos y el sueño que había tenido nunca lo olvidó y cuando alguien llegaba de otro país, decía: Hay que tratarles bien, cuando dejan su país es porque no tienen trabajo allí y no tiene dinero ni para vivir. EL Hada Celeste, guardó esta historia en su bolsa mágica, estaba contenta Carlos había comprendido, y siguió su camino en busca de mas cuentos. Fin
La corderita Lola. Escritora de Olleros de Sabero, León, España. Cuentos de corderitos. Amanecía en la granja y como cada día el gallo Kiko despertaba a todos con su canto: Kikiriquiiiiiiiiiiiiii De pronto la gallina Tina salió corriendo a la cuadra gritando: “¡Ya están aquí!” y volvió a entrar. Todos los animales se acercaron a mirar y vieron en un rincón a la oveja Gilda y a su lado había dos pequeños corderitos. -Os presento a mis bebés -dijo Gilda-Este es Toni Y el pequeño corderito se levantó dando saltos por encima de su mamá -Y esta es Lola Pero la corderita, al contrario que su hermano, no podía levantarse -¡Ánimo Lola! –La decía su mamáPero Lola no podía levantarse, había nacido con las patitas delanteras torcidas y no se podía sujetar. Todos estaban muy tristes por la cordertita y más pensando lo que haría su amo Rober, cuando la viese. Al cabo de un rato llegó Rober para sacar las ovejas al pasto y vio a los dos corderitos. Se acercó y se dio cuenta de que Lola no se ponía en pie, frunció el ceño y dijo: -“No sobrevivirás si no puedes andar”. Pensando en cómo podía ayudarla, Rober, puso unas pequeñas tablas en sus patitas para que se pudiese poner de pie, pero no podía andar. Pasaban los días y la pobre Lola se esforzaba por caminar. -¡Venga Lola, tu puedes! –La animaba su hermano¡Primero una patita y después la otra! Lola iba muy despacio y enseguida se cansaba, pero no se daba por vencida, ella lo intentaba una y otra vez. Un buen día, su amo Rober, decidió llevarla a pastar al monte con las otras ovejas, la llevaba en brazos, ya que Lola, no podía seguir el paso de las demás. Después de estar toda la mañana paciendo, llegaron a un prado, donde se tumbaron a echar la siesta. Hasta Camilo y Rulo, que eran los perros encargados de cuidar el rebaño, se tumbaron debajo de un árbol a dormir. Mientras tanto, Lola seguía haciendo ejercicios y dando
pasitos, quería andar como las demás. A veces, en sueños, se veía corriendo por el monte, sin necesidad de que su dueño la ayudase, por eso se esforzaba, cada día más, quería que su amo Rober, se sintiese orgulloso de ella. Seguía dando pasitos, cuando oyó un ruido entre la maleza, al mirar, vio un animal enorme acechando a las ovejitas, tenía unos dientes enormes y se relamía. Fue entonces, cuando Lola se dio cuenta, de que era un lobo, su mamá, la había hablado de él, ¡¡Era un ser malvado y venía a comérselas!! Entonces Lola, sin pensarlo, comenzó a dar saltos con todas sus fuerzas y a gritar: -“¡Camilo, Rulo! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!” Todos se despertaron y empezaron a correr de un lado a otro, mientras Camilo y Rulo espantaban al lobo con sus ladridos y enseñando los dientes, muy enfadados. El lobo, al ver que eran dos perros contra él, se dio la vuelta y se marchó. La pobre Lola estaba en el suelo, agotada, no podía ni ponerse en pie, pero estaba contenta, el lobo se había marchado. Sintió que la levantaban del suelo y miró hacía arriba: ¡Era su amo, que la cogía en brazos! Su amo la había visto dar saltos alrededor de los perros y comprendió que gracias a eso, ella les había avisado y el lobo, no había atacado al ganado. El amo Rober, la llevaba en sus brazos y la miraba con dulzura, mientras decía: -¡Estoy muy orgulloso de ti!, ¡Has hecho un esfuerzo muy grande y has sido muy valiente! Al llegar a la granja, todos felicitaron a Lola por su valentía, ella se sentía muy feliz, pero no por eso, dejó de esforzarse y siguió dando saltos, hasta que sus patitas, se hicieran fuertes. Tiempo después, se podía ver a Lola subir con sus compañeras a pastar, no tenían que llevarla en brazos, iba dando saltos, cuando la gente la veía, les hacía mucha gracia, pero su amo Rober exclamaba: -¡Es mi mejor oveja! Lola, vivió muchos años feliz en su granja. Fin La Lila. Escritora Española. Cuentos de hadas.
Inspirado en unas simples palabras leídas en unos deberes de mi enana, a saber: hila, lila, ala, ola… Ellas inspiraron esta pequeño jugueteo con palabras. Bueno, ellas y “ella”, mi enana : ) Para ella, para todos. Hila la lila gotas de rocío, el hada Clara sacude sus alas y se eleva apartando los frágiles hilos que hila la lila. Vuela el hada Clara sobre el río y el lago y, de puntillas sobre las olas, hace reverencias a las elegantes grullas y recogiendo las burbujas que tras sí los peces dejan, se hace un collar, una pulsera y hasta un fular. Hila la lila gotas de rocío, el duende Vicente – nadie dijo que los seres fantásticos tuvieran nombres fantásticos… – da tres volteretas, una pirueta, cinco zapatazos y, de un salto, atraviesa los frágiles hilos que hila la lila. Corre el duende Vicente hacia el prado dorado por el sol de la mañana y, trepando a la flor más cercana, la más alta, la más galana, grita, arma jarana, despierta a las perdices, las alondras, los gorriones… Y entre trinos y aleteos, gritos y jaleo, el duende Vicente recoge plumas y se hace un sombrero. Hila la lila gotas de rocío, la bruja Maruja se arregla la falda, se ajusta el corpiño y, moviendo la escoba de izquierda a derecha, con delicadeza y sumo cuidado, acaricia los frágiles hilos que hila la lila. A grandes pasos se acerca Maruja la bruja al claro del bosque y, barriendo las hojas caídas, recogiendo las ramas partidas, cantando y bailando, da los buenos días a conejos y ardillas, al lobo que vigila, al búho que se adormila. Y recoge la bruja Maruja hierbas y flores, y setas y cosas misteriosas que lleva a su casa y guarda en potes y botes. Hila la lila gotas de rocío, la Luna da los buenos días al Sol y, como cada aurora, se lleva los hilos que hila la lila para tejer, en la noche, su manta de estrellas. El Sol, entretanto, juguetea y se recrea con el frío rocío.
Hila la lila gotas de rocío y, mientras se agotan las últimas gotas, aumentan los gritos, los cantos, los ruidos. Hila la lila las últimas gotas de rocío y la vida retoma a su rutina. Y así, mientras la lila hila los últimos hilos, comienza la mañana en este pequeño mundo, con la Luna que se retira, con el Sol que aparece, con el hada que revolotea, el duende que corretea, la bruja que “recolectea” y, sobre todo, con el continuo hila que te hila de la lila. Fin Las hadas de colores. Escritora Española de cuentos infantiles. Cuentos sobre hadas ¿Cómo Sería un mundo sin cuentos? Es mejor no imaginarlo. Los cuentos forman parte de nuestra vida Para que nunca perdamos la fantasía ¡ESTE CUENTO! Había una vez un país, llamado Fantasía, donde vivían hadas de colores, duendecillos, brujos y brujas que no querían que el reino de la Fantasía estuviera lleno de color y alegría. Lumilda , era una bruja, que vivía sola en su castillo, Se enfadaba mucho, cuando contaban cuentos a los niños. -No quiero que cuenten cuentos a los niños, porque aprenderán a escuchar, tendrán imaginación, fantasía, ilusión, y lo que es peor, buenos sentimientos en su corazón. -¡ No dejaré que ocurra eso!, ¡Tengo que hacer algún hechizo! Entró, en su castillo, y cogió su libro embrujado y con voz muy fuerte dijo:
-Brujos y brujas que queréis el mal, que mi voz podáis escuchar, nuestra magia, tenemos que unir, para que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar. Cuando dijo esto, en el cielo, se vieron relámpagos y se escucharon truenos, la magia de los brujos se había unido y el hechizo de Lumilda se había cumplido. Y desde ese momento, en el mundo de la realidad, no se volvieron a contar cuentos. El Hada Arco Iris, había visto lo que había hecho Lumilda y fue a contárselo al hada Naranja que era el Hada de los niños. -Hada Naranja, Lumilda y los brujos del mal, han unido su magia, y han hecho que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar. -Eso no puede ser!, llamaré a las hadas de colores, para ver que podemos hacer. Cogió su campanilla mágica y empezó a tocarla: TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN Cuando las hadas de colores escucharon la campanilla mágica, fueron al palacio del hada Naranja, y allí se enteraron de lo que había hecho Lumilda. -¡No dejaremos que se salga con la suya! Dijeron enfadadas. -¡Claro, que no la dejaremos!. Dijo el Hada Naranja. -Nosotras, al mundo de la realidad iremos, y cuentos a los niños contaremos, de este modo, no perderán la fantasía, la ilusión, la imaginación y los buenos sentimientos en su corazón. Todas las hadas, hicieron un corro, y con una voz muy dulce cantaron:
-Somos hadas de colores, -que al mundo real iremos, -y allí a los niños, -muchos cuentos contaremos. Mientras cantaban, iban colocando una piedra de color en el centro, de las piedras de colores salieron muchos caminos, y cada hada cogió uno distinto, que las llevaría al mundo de la realidad, para contar cuentos a los niños. Gracias a las Hadas de colores, los niños pudieron seguir escuchando cuentos. Fin La pequeña casa de Gastón. Escritores de cuentos infantiles Peruanos. Gastón era un niño que soñaba con tener una pequeña casa de madera en el árbol de su patio. Todos los días le pedía a su papá que le ayudara a construir una, pues era muy pequeño para intentar hacerlo solo. - Papá, ¿cuándo vamos a construir mi casa? - Dentro de poco, hijo. - Pero papá, siempre me dices lo mismo y hasta ahora no te das tiempo para ayudarme. - Ya Gastón pronto tendré vacaciones en el trabajo para complacerte. - Lo prometes. - Palabra de papá. - Gracias papá. Un día el papá de Gastón llegó a la casa de noche y aprovechando que Gastón dormía, su esposa le comentó: - Gastón está muy ilusionado con construir su casa del árbol contigo.
- Si mi amor, pero bien sabes que no tengo tiempo, llego cansado de trabajar y mis fines de semana son para descansar. - Pero, es la ilusión de tu hijo, de hacer algo contigo, si quieres yo también puedoayudar a diseñar la casa. - Está bien, tienes razón, debemos de darle calidad de tiempo a nuestro hijo para compartir con él. Pediré vacaciones en el trabajo y lo ayudaré a construir su casa. A los pocos días, llegó el papá de Gastón a su casa y dijo: - Gastón, hoy empiezan mis vacaciones y las voy a dedicar por completo en ayudarte a construir tu casa en el árbol. - En serio papá. - Si hijo y la haremos juntos, como siempre la has imaginado. - Pero yo soy muy pequeño, ¿qué voy a hacer? - Yo haré la parte peligrosa como es clavar y cortar la madera y tu harás la parte más difícil que será diseñar tu casa del árbol, hacerla como siempre la haz soñado. Mamá te ayudará a hacer el diseño. - Ya papá, será la casa más linda de todo el mundo. - Cuenta conmigo Gastón, le dijo con entusiasmo su madre. Hace tiempo que no dibujo pero igual te ayudaré en todo lo que necesites. - Gracias mamá, nos divertiremos mucho dibujando. - Claro que si hijo. En un principio parecía una tarea fácil dibujar la casita que tanto anhelaba, pero poco a poco Gastón empezó a preocuparse y angustiarse porque el dibujo que haría tendría que ser perfecto, sin ningún error y no debería olvidarse de ningún detalle. Se dio cuenta que crear algo requería de mucha imaginación y al mismo tiempo de inspiración, por lo que le dijo a su mamá: - Mamá, no tengo idea de como poder empezar. - Mira Gastón, primero haz una lista de todo lo que deseas que tenga tu casa, empezando por lo esencial.
- Pero y si me olvido de algo, y si por mi culpa fracasa nuestro proyecto. - No te preocupes hijito, todo va a salir bien. Tienes que tener fe en ti mismo, cree en lo que tu corazón te manda y verás que encontrarás la mejor forma para diseñarla. En la vida, cuando hacemos algo con amor siempre encontramos una solución. Además, yo te voy a ayudar. - Así lo haré mamá. Gastón fue al patio de su casa y en medio del jardín floreado con la mirada hacia el cielo y el árbol frente a él imaginó una pequeña casa muy sencilla y hermosa, con un techo triangular, una puerta rectangular y dos ventanas circulares a los costados. - Que lindo está quedando tu dibujo, hijo. - Mamá, ¿te parece bien si le dibujo dos ventanas circulares? - Que gran idea, para que haya mucha iluminación. No sabía que en la familia había un gran dibujante. - Dos, diría yo. Gastón abrazó a su mamá con todas sus fuerzas y continuaron trabajando en equipo. Ella le ayudaba amorosamente y le daba ánimo en todo. . Cuando terminó de dibujarla su rostro resplandecía y una enorme sonrisa se dibujaba en él, pues había conseguido diseñar la casa de sus sueños. Fue corriendo para mostrar el dibujo a su papá: - Papá, Papá mira, lo logré, lo logré, gritaba lleno de alegría. Su papá vio un dibujo muy sencillo y a la vez muy valioso pues se trataba del esfuerzo de su hijo y le dijo: - Muy bien Gastón, ahora si podremos construir la casa que siempre has soñado.
Trabajaron juntos por dos semanas con mucho entusiasmo y esmero, Gastón estaba impresionado de ver a su papá como clavaba con tanta precisión en los tablones de madera, hasta que la casita quedó terminada, luciendo reluciente y colorida. Entonces Gastón lleno de felicidad, preguntó: - Papá, ¿mi casa durará para siempre? - Si hijo, porque esta casa del árbol la construiste primero en tu corazón. Ahora solo la has plasmado materialmente, pero esta casa vivirá siempre dentro de ti pues la hiciste con todo tu amor. - Tienes razón papá, que feliz me haces, muchas gracias por ayudarme a hacer mi sueño realidad. Mil gracias a ti también mamá. - De nada hijo. - Estamos orgullosos de ti. - Y yo de Ustedes, son lo máximo. Gastón, su papá y mamá se abrazaron y besaron, ese fue el día más feliz de Gastón quien descubrió la verdadera felicidad al compartir sus sueños y alegrías con unos padres tan buenos y comprensivos. Fin El cuentero que se equivocó. Cuentos online para chiquitos. En el país de las maravillas, habitan todos los seres maravillosos, brillan por su inteligencia y su bondad, es ahí donde nacen las maravillas. Dentro de las muchas maravillas, encontramos los cuenteros, seres preciosos que nacen para hablar y entretener un publico, hasta que todos queden maravillados de la gracia y el ingenio de su cuentero. En un hermoso día de cuentos maravillosos llego el narrador, el mejor, el más autorizado el que si debía
contar un cuento, puesto que se celebraba el gran día del cuento. Todos los cuenticos lo esperaban con ansiedad , era el día del aprendizaje de la enseñanza nadie se lo podía perder de repente… apareció en medio de aplausos manifestaciones de halagos, fue tanta la algarabía que… se descontrolo , se enrojeció y se puso tan nervioso que se le olvido… entonces, un cuentico chiquitico en medio del descontrol se paro y dijo:- El día del gran cuento llego, el día de la enseñanza empezó y nosotros cuenticos bonitos, pequeñitos debemos tomar nuestra responsabilidad, desde hoy contaremos cuentos, seremos aplaudidos y recibiremos halagos. Gracias, señor cuentero por la enseñanza de hoy, por empujarnos a ser, tomaremos la batuta, seremos los cuenteros y cuentos del país de las maravillas. En ese instante, el señor cuentero entendió la enseñanza que dio rio, lloro y agradeció a sus alumnos por tan madura decisión. Fin Peter Pan es fantasía. Cuentos con moraleja para niños. Tema del cuento: El miedo a crecer Mateo tenía cinco años. Era un niño alegre y muy mimado por sus papás. Iba al jardín de infantes, cosa que lo divertía mucho y lo hacía muy feliz. Tenía un hermano mayor que ya iba a la escuela primaria y al cual lo veía hacer mucha tarea, cosa que no le gustaba demasiado. Mateo tenía, como todo niño, algunos miedos; pero el mayor de todos era crecer. Tenía la idea que cuando uno creía se perdían muchas cosas divertidas y lindas y que lo que venía cuando uno ya era grande eran sólo problemas, cosas aburridas, tareas y responsabilidades. No había aprendido aún que cada edad tiene sus cosas lindas y las que no lo son tanto también. Nuestro amiguito era muy aficionado a los cuentos. Todas las noches su papá o su mamá le leían uno antes de dormir. Tenía un montón de libros, pero había uno que era su preferido Peter Pan. Lo escuchaba una y otra vez, jamás
se cansaba. No es casual que a Mateo le gustara tanto esa historia pues habla de un niño que no quiere crecer y que se queda como niño para siempre. El quería ser como Peter, no crecer nunca, quedarse así chiquito, ir al jardín siempre, no hacer tarea, ni tener mayores responsabilidades, sólo jugar y divertirse. Un día frente al espejo tomó una equivocada decisión. Se propuso a si mismo que haría todo lo posible por no crecer, cosa que no era posible, pero que Mateo tardía un poco en aprender. Para lograr su objetivo, pensó que debía hacer sólo cosas propias de los chicos chiquitos y no aprender nada que fuese de niños más grandes. Comenzó a chuparse el dedo como cuando era bebé. Lloraba al despedirse de su mami en el jardín. Quería dormir en la cama de sus papás. Se negaba a aprender las primeras letras que le enseñaban en la salita del jardín, decía que no le salían, que él era chiquito y lloraba. La maestra preocupada llamó a sus papás, todos coincidieron en que Mateo no estaba bien y que algo no muy bueno le estaba pasando. A pesar de la preocupación de sus papás, Mateo estaba contento pues creía estar logrando su objetivo. Cada vez iba más para atrás, cada vez –creía él- se volvía más chiquito. La fantasía de quedarse para siempre como niño como Peter Pan se estaba haciendo realidad, estaba decidido a no crecer y haría todo lo posible por lograrlo. Jugaría todo el día, no tendría tarea, lo mimarían siempre, no tendría mayores responsabilidades, no tendría por qué colaborar con las tareas de la casa y por sobre todas las cosas estaría siempre muy pegadito a su papá y su mamá. Para completar su plan y quedarse chiquitito decidió también dejar de comer, así no crecería, cosa por demás peligrosa. Su mami le hacía las más ricas comidas, pero Mateo no comía. Al poco tiempo su cuerpito se debilitó de tal manera que se enfermó. Empezó a tener fiebre muy alta. A veces, cuando esto pasa, la gente dice cosas que luego no recuerda. En su camita y tiritando por la fiebre Mateo nombraba una
y otra vez a Peter Pan, hablaba de su eterna niñez, de las cosas divertidas que hacía. Al principio, sus papás creían que era porque ése era su cuento preferido, pero luego se dieron cuenta de lo que realmente estaba pasando. Sin que Mateo dijese nada, sus padres se dieron cuenta que lo que realmente tenía su hijo era un miedo enorme a crecer. No era fácil ayudar al pequeño, se negaba a comer, no iba al colegio porque estaba enfermo y seguía chupándose el dedo gordo. Su mamá tuvo una gran idea. Tomó todos los cuentitos de Peter Pan que su hijo tenía y volvió a leérselos uno por uno, sólo que esta vez, enfatizó ciertos aspectos de la historia del niño eterno que Mateo no había tenido en cuenta. Empezó a contarle cómo por haber elegido no crecer, se había tenido que ir a un país lejano y así dejar a su familia, como extrañaba a su mamá. También le contó que por no haber crecido nunca, había perdido la posibilidad de enamorarse, formar su propia familia y tener hijitos. Le recordó que Peter Pan jamás había estudiado y eso había limitado sus posibilidades y capacidades. Cada día le contaba un cuento y con cada aventura de aquel que Mateo consideraba un modelo a imitar, la mamá le iba demostrando que no es bueno luchar contra la naturaleza, que por algo nacemos niños pero destinados a crecer. También le demostró que en esa historia había niños que sí querían crecer como Wendy y que aún así disfrutaban la vida. Que había adultos como los papás de los tres niños que eran buenos y vivían felices. Mateo empezó a entender lo que hasta ahora no había podido. Una historia puede tener dos lados y nuestro amiguito siempre había visto uno solo, la comodidad de ser niño. A través de las palabras amorosas de su mamá, de su sufrimiento y el de aquellos que más lo amaban, Mateo aprendió que no es bueno y además imposible, detener el tiempo. Aprendió también que cada etapa de la vida tiene sus cosas buenas y cosas que no lo son tanto. Entendió que sólo creciendo podría vivir diferentes etapas,
aprender y desarrollarse y que no por ser grande y tener más responsabilidades se pierden las ganas de reír y divertirse. Por sobre todas las cosas aprendió que Peter Pan vive en una fantasía y que las fantasías son hermosas, pero que la realidad, si la sabemos vivir puede ser más hermosa aún. Fin Colibrí. Escritores de cuentos infantiles Mexicanos. Cuentos de pájaros. A la sombra de una bugambilia se encontraba jugueteando un tornasolado colibrí, cuando una enorme nube se acercó y le dijo :colibrí,colibrí ¿qué haces tan solito ahí? Ven conmigo y te covertiré en nube y verás que bonito es el mundo recorrer. -Pero mi madre me espera en casa y yo quiero a lado suyo el mundo ver, dime nube viajera ¿acaso me puedes prometer que siendo yo una nube mi madre será montaña y en su nevada punta descansaré? -No, no puedo tal cosa prometer. -Entonces gracias y buena suerte en tu camino. El viento que todo lo escuchó se acercó y dijo: colibrí, colibrí ¿qué haces tan solito ahí? Yo puedo hacerte brisa y jugaremos noche y día, no tendremos reglas ni castigos ¡libres seremos! -Pero si me voy contigo ¿puedes prometer que cada noche vendré a casa a dormir entre las cálidas alas de mamá? -No, éso no te lo puedo prometer. -Entonces gracias y buena suerte en tu camino. Volando volando llegó el colibrí a la orilla de una playa y vió una juguetona ola aparecer y desaparecer, pero al fin se acercó y dijo: “colibrí, colibrí ¿qué haces tan solito ahí? ¿No quieres conmigo ser una ola y juntos surcar los océanos,pelear con piratas, buscar tesoros, bailar con delfines y cantar con sirenas? -Si me voy contigo ¿puedes prometer que al final del día cuando me sienta cansado o asustado mi madre será una hermosa playa y me cobijará en sus arenas? -No, no lo puedo prometer. -Entonces gracias y buena suerte en tu camino.
Volando volando regresó a casa el colibrí y su madre le dijo: “colibrí, colibrí ¿por qué llegas tan tarde a mí? -Hoy una nube, el viento y una ola me invitaron a partir, me hablaron de viajes, juegos y aventuras; pero con ellos no quise ir porque tendría que partir sin tí. -Colibrí, colibrí, mi pequeño colibrí, sé que un día habrás de partir, pero puedo pometer que a tu lado siempre estaré. Seré el viento bajo el cual vueles, seré el frondoso árbol en el cual de la noche te resguardes, y cuando mucho me extrañes recuerda que seré el sol que te abraze desde el alba hasta el ocaso; y por la noche, si miedo sintieras, seré luz de luna que calme tus sueños. Colibrí, colibrí, mi pequeño colibrí de ver el mundo nunca debes sentir temor, porque yo estaré en derredor; y si un día quisieras a mí volver y el camino no pudieras encontrar sólo deberás escuchar en tu interior, porque seré el ritmo de tu corazón, ahí por siempre juntos vamos a estar, y ése será nuestro eterno hogar. Fin Los pájaros…¿Bobos? Escritores de cuentos infantiles Mexicanos. Cuentos de pingüinos. Lejos, bien lejos; allá donde las luces boreales pintan el cielo, los hielos son eternos y las noches parecen serlo, hay un basto territorio donde reinan libres y soberanos los pingüinos. A simple vista todos parecen iguales, todos son blanco y negro, esponjositos, ninguno puede volar y todos, pero todos, caminan graciosamente. Sin embargo, al igual que nosotros, cada uno es diferente y tienen distintas capacidades;algunos son magníficos pescadores, otros pueden entonar ingeniosos cantos,o recordar complicadas rutas hacia lugares secretos donde nacen los bebés pingüinos. Justo en uno de ésos lugares fué que un pingüino llamado Mabo se convirtió en papá por primera vez … ¡y por mera casualidad! Porque en un día de muchas tormentas y ventiscas alguien había perdido un hermoso huevo de polluelo, Mabo recorrió todo el lugar, cada iceberg y cada
cueva, preguntó por aquí, por allá y acullá,interrogó a cada papá pingüino,y miraba con sospecha a cada mamá,pero al no encontrar a los padres decidió adoptar al polluelo. Desde el principio todos los demás pingüinos dudaban que Mabo fuera un buen padre, porque era muy distraído y nunca de los nuncas hacía las cosas como los demás; por ejemplo, él rara vez caminaba largas distancias, prefería tirarse de barriga y deslizarse sobre ella, aún le encantaba jugar sin cesar todo el día, se lo pasaba haciendo bromas a diestra y siniestra y realmente no le importaba no ser un buen pescador, porque le encantaba comer nieve; además, y como si todo éso fuera poca cosa era el único pingüino que no había encontrado esposa, por lo que en vez de llamarlo Mabo le decían Bobo. Sin embargo Bobo no podía abandonar a aquel ser tan indefenso, lo mantuvo a salvo y abrigado y con el paso de los días nació una hermosa pingüinita a la que llamó Anja … Anja Bobo. Bobo estaba muy orgulloso de su pequeña, era fuerte y muy lista, fué la primera en aprender a caminar y era sumamente curiosa, hecho que no alegraba mucho a las mamás pingüinas que se sentían celosas al ver que nuestro amigo era un buen papá … y mamá. - No puedo creer que ésos … ésos pájaros Bobo sean mejores-decía enojadísima una pingüina- Sí, yo creo que es pura suerte-decía otra- ¿acaso no han visto como es que pesca? ¡no parece uno de nosotros! ¡un pingüino pescando con una caña y carnadas! ¡cuando se ha visto! - ¿Y ya vieron que le enseña a jugar pelota a la pequeña? ¡una chica jugando pelota! ¡qué escándalo! Todo éso era cierto,Bobo no sabía pescar de la misma forma que todos ¡pero funcionaba! Ellos no pasaban hambre y hasta atrapaban peces demás para darle a aquellos que no habían conseguido nada, y él no veía que había de malo en que su pequeña Anja supiera jugar pelota o se deslizara por empinadas colinas igual que hacían los chicos. Después de todo, su hijita jugaba igual con muñecas que con balones de fútbol, lo mismo dibujaba que
ganaba carreras. Aún así, todos les hacían burla porque además, nuestro amigo sabía cocinar, hacer la limpieza, zurcir calcetines,lavar la ropa y hasta cantar canciones de cuna que pararan el llanto de su pequeña cada vez que le hacían burla en el colegio gritándole “pájaro bobo”. - Dulce Anja no llores más, la Luna contigo vendrá a jugar y papá te dará un helado color del cielo que sepa a vainilla y mil cosas más … - ¡Ay papi!-lloraba Anja- ¿Qué pasa princesita? - Esque en la escuela dicen que no somos una familia normal. - ¿Normal? … ¿y qué es normal Anja? - No sé… - ¡Exacto! Mira, lo que es normal para alguien no lo es para otros, por ejemplo,uno pensaría que es normal que todos los pájaros vuelen;pero nosotros sómos pájaros y no podemos volar, y, sin embargo, éso no nos hace anormales, nos hace diferentes, un león jamás podría encontrar normal vivir entre tanta nieve, ni nosotros en aquel calor abrazador de la sabana y no por ello el león deja de ser normal, todos somos diferentes ¡y éso es bueno! Así podemos aprender mucho de otros seres, si todos fuéramos iguales ¡qué aburrido! ¿no crees? - Sí … pero … - ¿Qué mas sucede en ésa cabecita tuya? - Los chicos dicen que tu yo no somos realmente familia porque no soy tu hija … - ¡Qué tontería más grande!-decía Bobo indignado-tú y yo somos familia tanto o más que cualquier otra familia en toda la Antártica ¿sabes porqué? - No - Porque yo elegí ser tu papá, porque yo te cuidé desde que eras un hermoso huevo, porque la vida me envió el regalo más grande y bonito que jamás hubiera podido desear … verás Anja, lo que nos convierte en una familia es nuestro cariño, porque yo te quiero muchísimo … dime ¿tú me quieres? - ¡Más que a nadie! - ¡Éso es todo lo que importa! Nos queremos mucho, yo te cuido, veo que no te falte nada y también nos divertimos
…y no hay algo en este mundo que yo no haría por verte feliz … y, hasta donde yo sé, éso es lo que hacen los papás,además aquí hay muchas familias que son distintas, algunos pingüinitos sólo viven con sus mamás o con sus abuelitos y éso no quiere decir que no sean una familia, mientras se quieran y sean felices son una familia … puede que sea una familia pequeña o algo fuera de lo común como tú yo, pero una familia al fin y al cabo ¿entiendes? - Si papi . Desde ése día Anja no volvió a llorar cada vez que la llamaban pájaro bobo, porque;después de todo, ése era su apellido. Y tampoco le importaba que todo mundo la observara asombrado cuando jugaba a la par con los chicos, porque así era feliz, y con el tiempo otras pingüinitas aprendieron de ella y todos jugaban juntos sin importar si eran chicos o chicas; porque después de todo ¡todos eran pájaros! Aunque sólo dos eran pájaros bobos. Fin Laly la tortuga. Cuentos de animales para niños. Cuentos de tortugas. Todavía recordaba con nostalgia los días en que alegre se divertía, dando saltos con sus hermanos y amigos, en las heladas aguas del lugar donde vivía. Pero, desde que fue atrapada, Laly la tortuga sólo se había convertido en objeto de diversión, entretenimiento y burla. Una tarde, se celebraba una fiesta en la casa donde ahora habitaba; por ello fue sacada del lugar donde se encontraba prisionera para ser mostrada a los invitados. Un momento después, la atención cambió hacia la música, el baile y el licor. Hasta los niños estaban distraídos. La puerta permanecía abierta. Ésta, era una buena oportunidad para tratar de buscar su ansiada libertad. Salió. Había caminado varios metros cuando de repente, vio un grupo de niños avanzando en dirección a ella. Sintió miedo y optó por quedarse inmóvil. Su intento de escape quizá llegaba a su final; así pensaba al verlos cada vez más
cerca. Mas los niños pasaron raudamente y no se dieron cuenta de su presencia. Respiró profundo y avanzó sin detenerse. Después de un tiempo, llegó a un hermoso río. Se arrojó al agua, nadando para alejarse de la cercanía del pueblo. Llegó a un lugar donde encontró tranquilidad, aunque se le veía siempre triste por estar sola. A veces, permanecía por largas horas dentro de su caparazón, saliendo sólo para darse un chapuzón en las frescas aguas del río. Meses después, cuando las aves alegraban el atardecer, alguien llegó a aquel paraje donde vivía Laly. En ese momento, ella tomaba un baño. Al salir, notó algo extraño en el ambiente. Se dio cuenta entonces que alguien se ocultaba detrás de un árbol. Rápidamente, regresó al agua y desapareció. Era un hombre que salió de su escondite con un saco en la mano. Pasado un tiempo, cuando volvió la calma, Laly salió del agua. Ni bien puso sus cortas patitas en la orilla, el hombre la capturó. Ella se estremeció al recordar sus días de cautiverio. Desesperada, comenzó a gritar: - ¡Déjame libre!, ¡no me lleves! - ¿Qué dices?, te atrapé y ahora me perteneces – le dijo el hombre. - Ten compasión de mí, también soy un ser con sentimientos. - ¿Tú?, tú no eres más que un animal insignificante, pero me servirás como entretenimiento y cuando me aburra podré matarte o venderte. - Por favor, no me hagas daño, quiero vivir libremente. - No sigas hablando, torpe animal, porque si lo haces te daré una paliza. La tortuga se echó a llorar ante la actitud indiferente del hombre. Escondidos detrás de unas hierbas, una ardilla y un zorrillo habían escuchado la conversación. Por ello, rápidamente idearon un plan. Fue entonces que el zorrillo apareció frente al hombre y le dijo: - Esa tortuga está encantada. Suéltala o los amos del río te capturarán y devorarán. - ¿Amos del río? ¿Quiénes son ellos? -preguntó asombrado
el hombre. - Los amos del río son el Lagarto de Oro y el Tapo; pronto oscurecerá y ellos aparecerán. El lagarto de Oro era un devorador de hombres, en especial de aquellos que les gustaba practicar la maldad; y el Tapo, un ágil animal con cuerpo de pato y cabeza de sapo, de enormes y filudos dientes. De los dos se contaban historias terribles y espeluznantes. Además tenían algo en común: eran los habitantes más antiguos del caudaloso río Chira. El hombre se notaba ahora sorprendido y dudoso. - Tratas de engañarme. - Yo que tú correría en busca de refugio –dijo en tono de advertencia el zorrillo. - Pero, ¿qué te pasa, piensas que creeré en tus mentiras? - ¡Mentiras!, o sea que me crees un Pinochito, ya veremos que dirás cuando te estén devorando. De pronto, el silencio se rompió, comenzaron a caer piedras, acompañadas por unos gritos disonantes y aterradores. - Me voy. Debe ser alguno de ellos, después no digas que no te lo advertí -dijo el zorrillo. -¿Es el Lagarto o es el Tapo? -interrogó el hombre asustado. - No lo sé, pero mejor me voy de aquí. El zorrillo huyó velozmente. El hombre asustado, arrojó el saco y se alejó despavorido. La tortuga permanecía quieta y aterrorizada por lo escuchado. Cuando alguien abrió el saco, su pequeño corazón estuvo a punto de estallar. Felizmente, eran el zorrillo y su amiga ardilla que reían alegremente por el engaño que le hicieron al hombre. Luego, los dos le contaron todo a Laly. Desde aquel día, antes de irse a bañar al río, la tortuga jugaba con sus amigos y nunca más volvió a sentirse sola, pues ahora tenía con quienes compartir sus sueños, penas y aventuras. Fin