La Navidad de Romina Romina era una niña muy simpática que vivía con su padre en una cabaña alejada de la gran ciudad. Su padre era leñador y ella solía ayudarlo muchísimo. Pero la niña deseaba tener una vida distinta. A su escuela iban niñas de todas las clases y muchas de ellas pertenecían a familias acomodadas. Iban al colegio con sus mejores galas y cuando se estaba acercando la época de la Navidad no se aburrían de contar todas las cosas que le pedirían a Santa Claus, convencidas de que él se las dejaría junto a la chimenea de sus fabulosas casas. Romina nunca había tenido un regalo de navidad. Su padre le había explicado que ésta era una fiesta creada para demostrar cuánto se podía comprar y que él no estaba de acuerdo con eso; además, no tenía dinero para comprar regalos. Romina lo entendía, pero en el fondo sufría muchísimo su situación porque también le habría gustado contar lo que pensaba pedir para Navidad. Cuando llegó el día de la Nochebuena Romina preparó como siempre algo para comer y estaba por irse a dormir cuando oyó un ruido en la puerta de la casa. Salió con una linterna y encontró metido en una lata vieja un gatito que chillaba sin césar. La niña se le acercó, logró cogerlo y lo llevó junto al fuego para que se calentara. Cuando pasaron las vacaciones de Navidad y le tocó regresar al colegio su alegría era tan grande que no cabía en sí de la emoción. Y cuando todas sus compañeras hablaron de las muchas cosas que le había traído Santa Claus sintió pena por ellas. Se pasó todo el día pensando en qué estaría haciendo Michón, que así le había puesto a su nuevo amigo, y comprendió con total certeza a qué se refería su padre cuando decía que esas eran fiestas para personas que no tuvieran un objetivo claro en la vida . Ella sabía que quería a Michón y a su padre y que vivir en el bosque era una de las grandes suertes de su vida.
El árbol de navidad Esa mañana Paula se despertó más contenta que nunca. Por la tarde, iría con su padre a buscar el árbol de navidad para colocarlo en el salón de la casa y adornarlo con muchos objetos que ella misma había pintado y decorado. Era la primera vez que su padre accedía a que lo acompañara a recogerlo en la tienda, y eso significaba que ya era mayor. Paula estaba realmente entusiasmada. Al llegar al vivero el frío se hizo más intenso: cientos de arbolitos colocados en hileras esperaban por una familia que viniera a buscarlos. La mano de su padre la mantenía a salvo del frío de esa tarde de diciembre, pero dentro sentía un ávido temblor. Vino a atenderlos un señor muy amable que, después de buscar una pala, les pidió que lo siguieran. Cuando Paula vio cómo el hombre arrancaba aquel pequeño pino de su espacio se sintió muy triste y comenzó a llorar desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó calmarla no lo consiguió. A tal punto llegó su exasperación que tuvieron que abandonar el lugar sin el árbol de navidad. Nada calmaba a Paula. Se pasó el resto de la mañana y toda la tarde llorando y gritando, y preguntándole a su padre por qué le hacían eso a los arbolitos. Su padre intentó explicarle que se trataba de una tradición y que ellos habían sido sembrados con ese objetivo, que esa era su misión en la tierra. Al escuchar eso, la tristeza de Paula se convirtió en ira y le dijo: —¿Su misión? ¿Y cuándo esos arbolitos decidieron que esa sería su misión? No hubo nada que su padre pudiera decir para convencerla. La decepción que invadió a la niña la llevó a encerrarse en su dormitorio. Solamente salía para comer, porque su padre la obligaba, y se pasaba el resto del día aislada e inaccesible. Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué hacer con ella, Paula lo llamó desde su habitación. Al entrar en ella descubrió que la niña había armado un arbolito navideño precioso; y lo había hecho con objetos que estaban en su habitación. —¿Ves cómo podemos tener un precioso arbolito sin dañar a otros seres vivos?— le dijo con una hermosa sonrisa. Su padre la abrazó con ternura y comprendió cuán equivocado había estado. La lección de su hija no se quedó en esa experiencia. A partir de ese año y cada navidad, padre e hija brindan un taller de manualidades para que todos los niños del barrio armen su propio arbolito de navidad sin talar un árbol. Su barrio es el más verde de toda la ciudad.