Joan Johnston - Serie Corazones Cautivos 01 - Cautiva 73254i

PRÓLOGO La novia llegaba tarde. Los huéspedes estaban empezando a susurrar. Lionel Morgan, Conde de Denbigh, estaba esperando cerca del altar de St. George en Londres con su mejor amigo y padrino de boda, Percival Porter, Vizconde de Burton, que también era el hermano mayor de la novia. —¿Dónde está ella, Percy? —preguntó Denbigh. —¿Qué crees que está causando su retraso? —Conoces a las damas, León. Les lleva una eternidad terminar de vestirse. Alice no ha llegado puntualmente a nada en su vida. Incluso nació con dos semanas de retraso. No se puede esperar que un pájaro raro como Alice cambie sus plumas simplemente porque se va a casar —Percy sonrió y dio un apretón amistoso a Denbigh en el hombro. —Se paciente. No puede demorar mucho más. —Espero que no —murmuró Denbigh. Se resistió a la tentación de meter el dedo entre la corbata y la garganta y dar un tirón. El intrincado nudo que realzaba su camisa almidonada parecía haberse endurecido en la hora que había estado esperando que Lady Alice apareciera. Una conmoción en la sacristía atrajo la atención de Denbigh. Las cabezas se volvieron para ver lo que estaba mal. Le tomó a Denbigh sólo un momento reconocer al Marqués de Peterborough, el padre de Alice y Percy, y otro momento para ver que la Marquesa estiraba la mano, tratando en vano de detenerlo.

—¡Está loca como una cabra! —dijo Peterborough, su voz haciendo eco en el alto techo de la iglesia mientras marchaba por el pasillo hacia Denbigh, sacudiendo un trozo de pergamino arrugado en su cara y que aparentemente era una nota que Alice le había dejado. —Esa tonta mocosa se ha escapado. Dice que no va a casarse. Los invitados a la boda dieron un suspiro colectivo y comenzaron a susurrar creando un zumbido muy parecido a un enjambre de avispas. Denbigh sintió que se le erizaba la piel. Su corazón retumbaba en el pecho, mientras la adrenalina se arremolinaba en su sangre. Estaba teniendo dificultades para comprender la enormidad de la catástrofe que le había sucedido. La mujer que amaba, la mujer que había creído que lo amaba se había escapado para no casarse con él. Se volvió hacia Percy con incredulidad. —¿Percy? ¿Cómo…? ¿Por qué…? ¿Alice te dijo algo? ¿Te dio alguna pista que te hiciera suponer que no estaba contenta con esta boda? Percy le devolvió la mirada. —Estoy tan sorprendido como tú, León. Tiene que haber alguna explicación para el comportamiento de Alice, pero no puedo imaginar cuál —se dio la vuelta con una mirada confusa hacia sus padres. —¿Qué dice la nota, Padre? —Por favor, ¿podemos ir a un lugar privado? —rogó Lady Peterborough. —Ya ha habido escándalo suficiente para mantener esas bocas ocupadas durante tres vidas. Denbigh observó el rostro de Lady Gawking Hornby, una notoria chismosa que rápidamente escondió su rostro detrás de un abanico de marfil, pero a medida que los ojos entrecerrados de Denbigh barrían las bancas, descubría sonrisas burlonas y expresiones divertidas. Nunca se había considerado un hombre orgulloso, pero ese día su humillación se había puesto al descubierto ante la alta sociedad. Sentía frío, como si su corazón palpitante hubiera dejado de bombear la sangre a sus extremidades. Apenas se dio cuenta de que Percy los estaba

conduciendo a una habitación cercana utilizada por el clero. Vio, que recuperaba la nota arrugada de la mano de su padre y la extendía para leer su contenido. —No dice precisamente a qué lugar se dirige —anunció Percy. —Sólo que no debemos intentar encontrarla. Y que lamenta cualquier dolor que pueda haber causado. —Tengo que encontrarla —dijo Denbigh. —Tengo que hablar con ella. —Yo no te lo aconsejaría amigo —dijo Percy con suavidad. —Nada bueno puede salir de ese encuentro. —¡No me importa! —dijo Denbigh con voz agónica. —Tengo que saber por qué huyó —luchó con el nudo en la garganta mientras encontraba la mirada compasiva de Percy. —La amo, Percy. Aunque me haya hecho esto. Percy vaciló un momento antes de decir: —Muy bien, León. Vayamos tras ella. —Iré solo —dijo Denbigh. —No puedo dejar que hagas eso —dijo Percy, moviendo la cabeza rubia. —Esa mocosa puede ser una desgracia, pero es mi hermana y sigue siendo una dama soltera. Si vas a reunirte con ella debe tener a alguien de la familia para que pueda protegerla. —No pretendo hacerle ningún daño —dijo Denbigh. —Te creo —dijo Percy. —Pero iré contigo de todos modos. Percy se despidió de sus padres y prometió traer a Alice a casa cuando la encontraran. —No —dijo la Marquesa. —No la traigas a Londres, Percy. Llévala a la casa de verano cerca de Brighton. —Muy bien, Madre —dijo Percy. —La llevaré a la casa de Sussex. Pero te adelanto que a Alice no va a gustarle que la exilies en el campo.

—No me importa nada lo que Alice quiera en este momento —replicó el Marqués. —Haz lo que dice tu madre. —Sí, padre. El rostro de Denbigh estaba tan pétreo cuando se despidió formalmente del Marqués y su esposa, que ambos evitaron confrontar sus atormentados ojos grises. —¿Hay alguna manera de salir de aquí que no requiera atravesar el pasillo de la iglesia? —preguntó Denbigh al clérigo que se había mantenido en un segundo plano. —Hay una salida posterior, mi Lord. Sígueme, por favor. Una vez que León y Percy comenzaron la búsqueda, no fue difícil rastrear los movimientos de Alice. Había escapado en uno de los carruajes de su padre que llevaba su escudo de armas estampado en la puerta y había llevado a su criada con ella. El coche se había dirigido hacia el sur, hacia Peterborough Manor en Sussex, cerca de Brighton. Era como si esperara que la siguieran. Como si quisiera que la encontraran. Denbigh quería seguirla inmediatamente, sin cambiarse la ropa de la boda, pero Percy y la razón prevalecieron. —Vamos a ser todo un espectáculo viajando por el campo vestidos en terciopelo y satén. Y me niego a arruinar el equipo que Weston preparó para mí. Me tomó bastante tiempo convencerlo de hacerme un abrigo en este tono de amarillo. —Muy bien —itió Denbigh. —Nos encontraremos en la posada dentro de una hora. —¿Una hora? ¡Imposible! —protestó Percy. —Una hora.

Denbigh llegó a la taberna que estaba en el cruce de la carretera que conducía hacia el sur de Londres por una ruta más corta hacia Brighton y que estaba en mejores condiciones, mucho antes de la hora convenida. Vestido con una chaqueta y pantalones de montar de ante de color verde botella, se paseaba inquieto en uno de los comedores privados, sus botas repiqueteando sobre las tablas del suelo, mientras esperaba que apareciera Percy. Cinco minutos después de la hora señalada, salió de la taberna y se metió en su carruaje. —Dile a Lord Burton que me fui —le dijo al mozo que había estado cuidando su par de briosos castaños. —Podrá alcanzarme si se apura. A lo largo de la nueva ruta, Denbigh hizo paradas para preguntar si un carruaje con el escudo de armas de Peterborough había pasado por allí antes que él. En cada cambio de caballos, le pidió al mozo que dejara el aviso para Lord Burton de la dirección que tomaba. Había seguido el rastro de Alice al sur de Londres durante cuatro horas cuando llegó al “Pato y al Ganso”, una pequeña posada en uno de los cruces al oeste. Se detuvo para preguntar si alguien había visto a lady Alice. —La dama se encuentra arriba en estos momentos, mi Lord —dijo el posadero. —Se rompió una rueda de su carro lujoso unas pocas millas más abajo en la carretera. Smithy fue a repararla y ella está esperando su regreso. —¿Cuál es su habitación? El gerente se pasó la mano por la barbilla. —¿Quién sabe? Tal vez la dama no desea recibir la visita de gente como tú. Denbigh podría haber ofrecido dinero al hombre. Eso era, obviamente, lo que el posadero quería a cambio de su información, pero León no tenía paciencia para sutilezas. Agarró la camisa del hombre en un puño, lo levantó sobre los dedos de sus pies, y le preguntó: —¿En qué habitación? —La primera en la parte superior de la escalera, mi Lord —baló el posadero.

León subió los escalones de dos en dos, levantó el puño para golpear la puerta y vaciló, sin saber que iba a decir, con miedo de lo que pudiera hacer, cuando se abriera la puerta. Antes no había reconocido su ira, pero hervía a fuego lento bajo la superficie. No estaba del todo seguro de si cuando viera a Alice de pie delante de él, sus rizos dorados apilados en lo alto de su cabeza para agregar pulgadas a su pequeña estatura y sus ojos azules atisbando con timidez debajo de sus largas pestañas negras, su primera inclinación sería besarla o estrangularla. Tendría que haber esperado a Percy. No podía esperar más. Dio a la puerta dos golpes suaves, y esta se abrió al instante, revelando a la doncella de Alice. —Oh, gracias al buen Dios que ha llegado —la cara de la joven estaba surcada de lágrimas, sus ojos color marrón oscuro velados por la angustia. Ella extendió la mano como para agarrarlo, luego pareció darse cuenta de quién era, y que no podía arrastrar a un noble al interior de la habitación por las solapas. —Entre — dijo y luego retrocedió hacia la cama, dejándolo parado en la puerta abierta. León entró en la pequeña habitación, con su techo inclinado, los muebles baratos y dispersos, y cerró la puerta tras de sí. Había soportado lo suficiente de ventilar su ropa sucia en público. Lo que él y Alice tenían que decirse sería a solas. No necesitó más de una mirada para darse cuenta de que Alice no estaba en condiciones de decir nada a nadie. Estaba tumbada completamente vestida encima de la cama y podía adivinar en base a las capas elaboradas en satén azul pálido y encaje francés que llevaba su vestido de novia. Tenía los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre el pecho. Su cara casi blanca, sus labios tan pálidos como la muerte. Por un momento pensó que estaba muerta. Se acercó a su lado con una sensación de horror de que eso no podía estar sucediendo. Entonces vio el brillo

del sudor en la frente y por encima de su labio arqueado. No está muerta, gracias a Dios. Casi. —¿Qué pasa con ella? —exigió. —Ha tomado demasiado —sollozó la criada, retorciéndose las manos. —Traté de detenerla, pero lo tragó todo. —¿Todo qué? —El láudano, mi Lord. Una botella entera —la doncella señaló una botella de vidrio vacía en la mesita de noche. León la recogió y olió. El dulce olor nauseabundo del láudano asaltó sus fosas nasales. Arrojó la botella contra la chimenea de ladrillo a los pies de la cama, donde se hizo pedazos. —¡Maldita sea! La criada se encogió contra la pared, actuando más como cómplice, que como testigo inocente. —¿Qué es lo que no me estás diciendo? —exigió. —¡Nada, mi Lord! Yo no sé nada. Estaba seguro de que sabía más de lo que estaba diciendo, pero no tenía tiempo suficiente para cuestionarla. Levantó a Alice por los hombros y trató de pararla. Estaba tan floja como muñeca de trapo. —Vamos, Alice. Despierta —le golpeó las mejillas, pero sus ojos permanecieron cerrados. Cuando se dejó caer contra él, casi sin vida, sintió una rabia incontrolable. Porque temía que fuera a morir. Porque no podía vivir su vida sin ella.

La sacudió con fuerza para despertarla, pero dejó caer la cabeza sobre sus hombros. Ella no hizo ningún sonido. —Por favor, Alice —le rogó a su oído. —Por favor, tratar de vivir. Se volvió a mirar a la doncella y la encontró devolviéndole la mirada de terror. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó. —S-Sally, mi Lord. —Ve a buscar a un médico, Sally. Ella se quedó paralizada y demasiado asustada para moverse. —¡Ve! —bramó. La joven huyó como si los perros del infierno estuvieran persiguiéndola. León pasó un brazo por la cintura de Alice y la paseó por la habitación, tratando de hacer que su sangre se pusiera en movimiento. Como estaba inconsciente, tenía miedo de hacerla vomitar la droga, por miedo a que se asfixiara. No sabía qué más hacer. —Te amo, Alice. No entiendo que es lo que salió mal, pero podemos solucionarlo juntos. Por favor, no me dejes —repitió las palabras sin fin, porque era lo único que se le ocurría decir. No estaba seguro de cuando su espíritu la abandonó, pero con el tiempo su cuerpo perdió el calor. Finalmente, tuvo que reconocer que estaba muerta. Un sollozo se liberó en su garganta, y se tragó otro que amenazaba seguirlo. La levantó en sus brazos y la depositó sobre la cama, una vez más, colocando los brazos sobre su pecho. Parecía como si estuviera durmiendo tranquilamente. Un nudo se formó en su garganta, demasiado doloroso para tragar. Estaba furioso con ella por desperdiciar su vida de esa manera. Enojado lo suficiente como para matarla.

Pero ella ya estaba muerta. La puerta se abrió y apareció la criada. —El médico está en camino, mi Lord. —Es demasiado tarde —respondió León. —Está muerta. —Oh, no —exclamó la joven arrojándose sobre el cuerpo sin vida de su ama. —¡Oh, Dios, no! ¡No! León apoyó la cabeza contra la pared sucia de la posada y dejó que la mujer derramara las lágrimas que se había negado a arrojar. ¿Por qué se había matado? ¿Qué había hecho para decepcionarla? Si no lo había amado, ¿por qué no se lo había dicho? ¿Por qué, Alice? ¿Por qué? Esa era la pregunta que daba vueltas y vueltas en su cabeza. Lo peor de todo era, que nunca sabría por qué, porque había terminado su vida sin darle la oportunidad de saberlo. Las respuestas que buscaba se irían con ella a la tumba. A menos que hubiera dejado una nota. La idea le vino a la mente de forma espontánea, y trató de aplastarla porque tenía miedo de alentar una esperanza. Pero tenía que saberlo. Le pidió a la criada, —¿Dejó una nota para mí? —Ella escribió una, mi Lord —dijo la dama. —Pero... —ella rompió en sollozos. —Pero entonces… Denbigh agarró a Sally por los hombros y la sacudió. —¿Dónde está? —La quemó. Denbigh dio un grito de angustia y la dejó ir. Era demasiado duro de soportar. No saber. Nunca saber. El vidrio crujió bajo sus pies mientras cruzaba hasta la chimenea y se quedaba mirando las llamas que le habían robado la explicación de esa tragedia.

El fuego se sentía caliente contra sus pantalones de ante, pero se quedó clavado en el suelo. No podía soportar la idea de girar y mirar el cuerpo de Alice. Quería fingir por un tiempo más que nada de esto estaba sucediendo. León no creyó a sus ojos en un primer momento, cuando vio el trozo de pergamino a medio quemar en la parte posterior de la parrilla. Sabía que había muy pocas posibilidades de que fuera la nota que Alice le había escrito. Si tenía la intención de destruir la nota, se habría asegurado de que el fuego la consumiera. Pero cuanto más tiempo se quedara mirando el remanente de papel carbonizado, más irresistible se convertía el impulso de meter la mano en la chimenea y sacarlo. ¿Y si ese fragmento de papel en realidad era la nota de Alice? ¿Y si tenía las respuestas a todas sus preguntas? Se estiró, inconsciente del fuego abrasador en su muñeca mientras arrancaba el trozo de papel de donde había caído detrás de la rejilla. Crujió mientras lo desdoblaba, y cenizas ennegrecidas del pergamino quemado se desintegraron en sus manos. Su corazón comenzó a golpear violentamente al reconocer la letra de Alice. —“Mi querido, querido León" —comenzaba la carta. Las lágrimas le picaron en la nariz. Cerró los ojos, con miedo de leer más. ¿Cómo podía haber comenzado una carta con esas palabras, si no lo hubiera querido? Si lo había amado, ¿por qué se había quitado la vida? Detrás de sus párpados cerrados, se presentó la imagen del rostro de Alice la última vez que le había dicho esas palabras. Cuando la había dejado en la puerta principal de su casa de Londres la noche anterior, le había besado la mano, y luego, envalentonado por la mirada de adoración en sus ojos, le había tocado los labios con los suyos. Ella había bajado los párpados y se había sonrojado por la intimidad que le había permitido, luego con una voz tan suave que había tenido que agacharse para oírla había susurrado: —Mi querido, querido León, te amo. Siempre recuerda eso.

Se había preguntado en aquel momento por qué había añadido esas últimas palabras. No había tenido mucho sentido en ese momento. Ahora sí. Debía haber contemplado la idea de abandonarlo en el altar mientras prometió su amor. Debía haber estado considerando el paso drástico que tomaría incluso entonces. ¿Pero por qué? Abrió los ojos y se obligó a seguir leyendo. Apretó los dientes para reprimir el llanto de angustia mientras su carta revelaba la verdad. Una parte de la nota había desaparecido. Algunas de sus razones que nunca sabría. Pero sabía lo suficiente. Sabía demasiado. Hizo un sonido ahogado con la garganta mientras aplastaba la carta en su puño. No había sido por accidente que había tomado una sobredosis de láudano. Se había matado deliberadamente. Levantó el puño cerrado hacia la doncella, que retrocedió como si la hubiera amenazado con un puñado de serpientes. —¿Sabes lo que dice? —exigió. Los ojos de la criada se abrieron por el miedo ante la violencia en su voz. —No sé leer, mi Lord. León se la quedó mirando un momento más antes de arrojar el pergamino arrugado en el fuego. —Dile a Lord Burton cuando llegue que he vuelto a Londres. Se volvió sobre sus talones y salió de la habitación, sus lágrimas marcando regueros sobre sus mejillas, su corazón ya no de carne, sino de piedra.

CAPÍTULO 1 —¿Es a tu hermana a quién veo montando a pelo sobre los campos como una marimacho? —preguntó lady Frockman. —Pensé que habías dicho que estaba incapacitada. —Lo está —el Conde de Denbigh se asomó a la ventana de su carruaje para identificar al jinete que lady Frockman había señalado en una lejana colina cubierta de hierba. —Evidentemente Olivia ha aprendido a montar de nuevo desde la última vez que la vi. —¿Cuándo fue eso? —preguntó lady Frockman. El Conde frunció el ceño. —Seis meses, por lo menos —tampoco estaría yendo a su casa ahora si no fuera por la serie de cartas indignadas que había recibido de la señora Killington, esposa del hacendado, rogándole que viniera a hacerse cargo de su nueva protegida americana, lady Charlotte Edgerton. Parecía que la jovencita se negaba a respetar el convencionalismo y había alterado todo el vecindario con sus actividades extravagantes. Había llegado al Castillo Denbigh para amonestar a su protegida y asegurarse de que cesara con su extraño comportamiento. No es que diera mucho crédito a los cuentos increíbles relatados en las cartas de la señora Killington. Ninguna chica de diecisiete años, podría haber hecho todas las cosas que la señora Killington le había acusado de hacer, tal como hacer subir una vaca por las escaleras de la iglesia, vestirse con una sábana como un fantasma y asustar de muerte a la mitad de la servidumbre, invitar a los niños a recoger rosas del jardín del conde, y, para colmo de males, usar las calabazas del hacendado para prácticas de tiro con su arco y flecha.

Había decidido que el mejor curso de acción era casar a la chica lo más rápido posible para que se convirtiera en el problema de algún otro hombre. —¿Quién está con su hermana? —preguntó lady Frockman. —Parece ser un terrateniente —dijo el Conde con voz fría. Lady Frockman chasqueó la lengua. —Y ni un acompañante a la vista. ¿Quién sabe lo que podría sucederle a su hermana en circunstancias tan indecorosas? El Conde arqueó una ceja. —Ese es el burro hablando de orejas, Claudia. Lady Frockman sonrió con diversión. —Pero, León, yo no tengo la reputación de estar arruinada. —Es cierto —el Conde estuvo de acuerdo. Claudia había sido su amante durante los últimos cuatro meses, y había sido una relación satisfactoria para ambos. Lo había acompañado durante un mes más que cualquiera de sus dos amantes durante el año anterior. Denbigh había empleado al sexo débil para un solo fin desde su boda catastrófica apenas un año antes. Cuando una mujer dejaba de complacerlo, o comenzaba a importunarlo, se separaba de ella. Aunque Lady Frockman era viuda y podía casarse de nuevo, había tenido cuidado de no presionarlo con compromisos futuros, ni hacer demandas de ninguna clase. Se había contentado con las piezas de joyería que le prodigaba y la notoriedad de ser vista en su compañía. Los ojos plateados de Denbigh se estrecharon mientras dirigía la mirada hacia la enorme casa a la que hacía tanto tiempo sus antepasados habían añadido almenas a lo largo de la parte superior y torretas en las cuatro esquinas, haciendo que se pareciera mucho a un castillo. La estructura de piedra de tres pisos, contaba con un patio central que contenía un magnífico jardín de rosas. La hiedra trepaba por las paredes, suavizando la dureza del lugar. Pero en lo alto de un acantilado con vistas al mar, se erigía el Castillo Denbigh. Las corrientes

de aire hacían que cuando el viento pasaba a través de las ventanas, la vieja casa sonara como si estuviera llena de espíritus fantasmales. La mirada de Denbigh saltó desde la casa a los jinetes. El hombre joven que montaba con Olivia tenía un excelente gusto por los caballos, su semental negro era un animal poderoso y rápido como el viento. El pura sangre de su hermana tenía dificultades para mantenerse al paso de la bestia. Sin embargo, tenía la intención de darle al joven una severa advertencia por atreverse a buscar la compañía de la única hermana del Conde de Denbigh sin el consentimiento del mismo. El carruaje llegó a la puerta de entrada del Castillo de Denbigh unos momentos antes que los jinetes. El Conde apenas había detenido el carro, y aún no había ayudado a Lady Frockman a apearse, cuando el brioso corcel echó a correr hacia él. El joven tiró hacia atrás con tanta fuerza las riendas, que el caballo se encabritó y Denbigh tuvo que hacerse hacia atrás para evitar ser pisoteado. Un momento después, el jinete se había bajado del semental y estaba de pie delante de él pidiendo disculpas. —Lo siento mucho, mi Lord. A Mefistófeles no le gusta perder. A veces es difícil hacerle comprender que la carrera ha terminado. Denbigh no daba crédito a sus oídos. O a sus ojos. Delante de él no se encontraba un hombre joven, sino una señorita. Su voz era ronca, y sensual que hacía que los pelos de la nuca se le erizaran. Las caderas reveladas por un par de pantalones ajustados y los pechos resaltados por una camisa de lino fino que se adhería a su torso por el fuerte viento que venía del mar eran definitivamente femeninas. Pero ella no actuaba como ninguna mujer que hubiera conocido. Había montado a horcajadas en ese enorme semental y se enfrentaba a él con las manos en las caderas, las piernas separadas como un hombre, y lo miraba directamente a los ojos sin ningún rastro de vergüenza por su atuendo lamentablemente indiscreto.

Su pequeña nariz estaba cubierta de pecas. No era de extrañar, ya que se exponía al sol sin sombrero. Su cabello era dorado y lo llevaba recogido en una cola, con zarcillos más claros que enmarcaban un rostro femenino, en forma de corazón. Los ojos verdes de gato lo miraban con curiosidad abierta, y su mentón cuadrado lo retaba a... ¿Qué estaba diciendo? No podía haber hablado de salvar su vida. Todavía no podía creer lo que veía. Esa tenía que ser su pupila. Tal vez la señora Killington no estaba tan loca después de todo. Su hermana se unió a ellos pero se mantuvo montada de costado sobre su yegua. Llevaba un traje de montar de terciopelo con adornos perfectamente respetable. Al menos no había sido corrompida por ese engendro de Satanás. —¡León! No te esperábamos —dijo Olivia. —Obviamente no —respondió. —No sabía que habías comenzado a montar de nuevo, Olivia. Ella se sonrojó. —Oh. Bueno, Charlie dijo que no había ninguna razón por la que no pudiera hacerlo. Dijo que no debería dejar que mis temores me ataran, por así decirlo. Así que he probado, y pude —dijo encogiéndose de hombros como haciendo gala de lo que había logrado. León levantó una ceja desdeñosa. —¿Charlie? —Lady Charlotte —corrigió Olivia rápidamente. —Te envié una carta cuando llegó, León. Debes haberla leído. —Lo hice —hacía cuatro meses. Había sido nombrado tutor de la chica hasta que se casara o alcanzara los veintiún años, lo que ocurriera primero. Había ignorado esa responsabilidad no deseada durante el mayor tiempo posible. Obviamente, ya no podía seguir ignorándola. León se quedó mirando al duendecillo frente a él que había convencido a su hermana, de que el terrible accidente que había sufrido durante una cacería hacía

ocho años y que la había dejado con una incómoda cojera no era ningún impedimento para volver a montar. No sólo para montar, sino para ir al galope como lo había hecho cuando era una niña despreocupada. No era nada menos que un milagro. —Estoy feliz por ti Olivia, pero las señoritas no deberían montar sin una chaperona. —Sólo fuimos al pueblo ida y vuelta —dijo Olivia. —Buen Señor —dijo Denbigh. —Parece que las cosas son tan malas como sugirió la señora Killington —dijo Lady Frockman interrumpiendo con una risa. —Algunos cambios serán necesarios —estuvo de acuerdo Denbigh. —Olivia, lleva tu caballo al establo, y luego ve a tú habitación. —Sí, León —dijo obedientemente. Su protegida comenzó a seguirla, pero Denbigh dijo: —No tú. Tengo un par de cosas más que decirte primero. La cabeza de la chica se ladeó cuando lo miró especulativamente. —Ya que eres el hermano de Livy, supongo que debes ser mi tutor —dijo. —No te ves tan viejo como pensé que sería, mi Lord. Es decir, para un hombre de su edad. A los veintinueve años se es prácticamente… viejo. La mandíbula de Denbigh se apretó por su impertinencia. —Ella es deliciosamente franca, León— dijo Lady Frockman con una risa. —Y por supuesto tiene razón. Denbigh dio a Claudia una mirada helada que la hizo callar. Se volvió de nuevo hacia la chica y le dijo: —Mi edad no está en cuestión. Y es preferible que te dirijas a mí como “Lord Denbigh” o “mi Lord”.

—Mis amigos me llaman Charlie —respondió la chica con una sonrisa que era tan inocente como encantadora. —Charlie es nombre de niño —dijo con voz desaprobadora. —Te llamaré “Lady Charlotte”. —Preferiría que no —dijo sustituyendo la sonrisa por un ceño fruncido que lo hizo sentir como un patán. —No soy una Lady inglesa. Soy americana. —Tu padre era Lord Edgerton, ¿no es así? —Supongo que sí. Pero eso fue hace mucho tiempo, antes de trasladarse a Nueva Orleans, antes de casarse con mi madre, antes de nacer yo. No hay Lores ni Ladies en América, solamente gente común. ¿No podrías llamarme Charlie? —Ninguna mujer que resida en mi casa va a ser llamada Charlie en público ni en privado —dijo con voz fulminante. —¡Bien! —replicó ella. —Porque no quiero ser tu pupila. Me puedes poner en el siguiente barco de vuelta a América y hacernos felices a ambos —se dio la vuelta y se subió sobre el lomo del semental en un movimiento gracioso que lo sorprendió tanto que ni siquiera trató de detenerla. Ella lo miró y dijo: —Me alegro de que por fin llegara, me hizo ver que no pertenezco aquí. Tengo amigos en Estados Unidos que estarían encantados de dejarme vivir con ellos. Por favor, déjele suficiente dinero a su para pagar mi pasaje de regreso a Nueva Orleans. Puede retener el resto de mi fortuna hasta que esté lista. Se dio cuenta de que estaba volviendo a su caballo sin esperar a ser excusada por él. En ninguna parte de su discurso había dejado escapar un solo “Lord Denbigh” o “mi Lord”. De hecho, había renunciado a llamarlo “Lord”, también. Estaba irritado por haber sido obligado a hacer el viaje a Sussex desde Londres, en primer lugar, preocupado por ver a su hermana montar sin compañía, y horrorizado ante la visión de su protegida vestida con pantalones. Ser despedido por ella como si fuera el encargado de los establos fue la última gota.

—Alto ahí, Lady Charlotte —ordenó. Para su sorpresa, la muchacha clavó sus talones en los lados del semental. Si los reflejos de León no hubieran sido rápidos, se habría ido antes de que pudiera detenerla. Si no hubiera sido tan fuerte como era, el semental habría salido en estampida, en lugar de dar un tirón abrupto por su rápida comprensión de la brida. El semental corcoveó y se encabritó, relinchando su furia por las contradicciones del jinete y el hombre en el suelo. Denbigh estaba seguro de que la chica se resistía, pero se mantuvo sobre la montura, hablando al animal hasta que dócilmente se calmó. —¡Eso que le hizo a Mefistófeles fue espantoso! —acusó. —No debería haber tratado de irse sin mi permiso —replicó Denbigh. —No necesito su permiso para montar mi caballo. —A partir de ahora necesita mi permiso para hacer cualquier cosa que desees. —¡Eres monstruoso! Denbigh había sido llamado un montón de cosas en el último año y había peleado varios duelos como consecuencia. No tenía por qué escuchar los insultos de esa malcriada mocosa americana. Extendió la mano, le pasó un brazo alrededor de la cintura y la bajó de la silla de montar, y colgada del hombro como un saco de remolacha enfiló hacia la casa. Luego llamó al cochero: —Toma las riendas Henry, y devuelve la montura de Lady Charlotte al establo. Asegúrate de que sea cepillado antes de encerrarlo. —Sí, mi Lord —contestó Henry, mirando la gran bestia negra con recelo. Por supuesto, León dio las directivas por sobre los gritos de la chica que estaba dando patadas y retorciéndose y gritando como una loca. Dio un suspiro, la niña tenía un genio del demonio, y no tenía miedo de mostrarlo. Estaba muy lejos de la joven recatada que había esperado encontrar. Experimentó una sensación de

agobio al darse cuenta de que ningún caballero ingles estaría dispuesto a hacer la corte a un diablillo semejante. Lo más probable era que… ¡Dios misericordioso! Tuviera que cargar con ella los próximos cuatro años. —¿Qué vas a hacer con ella, ahora que la tienes? —preguntó lady Frockman con una sonrisa divertida. —Llevarla a su habitación, por supuesto. Perdone, Lady Frockman. Póngase cómoda en el salón. Me reuniré con usted a la brevedad. —¡No voy a quedarme en mi habitación! —exclamó la chica. —No puedes obligarme a obedecer. ¡Me escaparé! Denbigh la ignoró en la medida de lo posible, mientras marchaba por los escalones de la entrada. Samuels, el mayordomo, al parecer, había oído la conmoción, porque abrió la puerta, incluso antes de que Denbigh alcanzara a golpearla. —Gracias, Samuels —dijo León al entrar en el pasillo de baldosas negras y subir las escaleras de mármol de dos tramos, cada una conduciendo a un ala separada de la casa. —Es bueno tenerle en casa, mi Lord. —¿Cuál es la habitación de lady Charlotte? —preguntó. —La Sala Azul, mi Lord —respondió Samuels. Denbigh se encaminó hacia las escaleras de la izquierda, sus botas amortiguadas por la alfombra persa que las cubría. La habitación azul había pertenecido a su madre. Se sorprendió de que su ama de llaves, la señora Tinsworthy, hubiera permitido que esa plaga Americana lo ocupara. Se dio cuenta, con disgusto, que si dormía en la habitación de su padre, como era su costumbre, estaría justo al lado suyo. Esperaba que no tuviera intención de

seguir con su griterío toda la noche. Tenía planes en la noche para Lady Frockman que no quería fueran perturbados. La chica se retorció tanto que estuvo a punto de caer por las escaleras. —¡Guarda silencio! —rugió. Ella cayó floja tan de repente que pensó que se había desmayado. Cuando aflojó su agarre para tomarla entre sus brazos, se sacudió para liberarse. Antes de que pudiera atraparla, cayó de cabeza por los escalones alfombrados. Bajó las escaleras de dos en dos y la atrapó justo al llegar a la parte inferior. —¿Estás bien? —preguntó mientras le daba la vuelta. Sus ojos verdes parecían aturdidos, y un chichón estaba formándose en su frente. Se sentía culpable por su lesión, pero enojado, también. Si no se hubiera resistido tanto, no se habría herido. —¿Estás bien? —repitió, rozando suavemente lo que resultaron ser unos rizos rubios muy sedosos en su frente. Sus labios se fruncieron en un puchero que la hacía parecer de la mitad de su edad, pero su barbilla era lo suficientemente altanera como para pertenecer a una dama de la alta sociedad. Le dio una palmada en la mano. —Estoy bien —dijo tragando un sollozo. — Déjame sola. —¡Charlie! Denbigh alzó la vista para ver a uno de sus hombres avanzando hacia la chica. Estaba horrorizado al oír ese apodo dirigido a la joven ¡y por uno de sus servidores! El lacayo, Galbraith, reconoció su error inmediatamente y dijo, —Con perdón, mi Lord, pero Charly, lady Charlotte es… —se interrumpió de nuevo y pasó su peso de un pie a otro.

—Lo que Timoteo está tratando de decir es que somos amigos, y que está preocupado por mí —dijo la chica. ¿Timoteo? Denbigh no había sabido el primer nombre del hombre si Charlotte no lo hubiera mencionado, Galbraith enrojeció hasta las raíces de su pelo por esa confesión y se puso rígido cuando el conde lo miró con los ojos entornados. Por primera vez se dio cuenta de que el lacayo era joven y guapo. La mirada del Conde se desplazó desde el lacayo a su pupila. Lo que estaba pensando debió plasmarse en su rostro, porque Galbraith se apresuró a tranquilizarlo, —Lady Charlotte sólo es lo que ha dicho, mi Lord. Una amiga. Ella no cree en la distinción de clases como hacemos en Inglaterra. Char-Lady Charlotte dice que en América todos son iguales. Denbigh se volvió para mirar a su pupila. ¿Habría puesto en práctica ese tipo de herejías desde que había llegado? No era de extrañar que la señora Killington estuviera molesta. Recorrió los rostros de los sirvientes que estaban observando. —Que alguien vaya por el ama de llaves —instruyó. —Dile a la señora Tinsworthy que lleve todo lo que se necesita para atender la herida de lady Charlotte a la habitación azul. Los sirvientes permanecieron inmóviles, obviamente tratando de proteger a la joven, hasta que dijo: —Si no tienen nada mejor que hacer que estar allí curioseando, quizás es el momento de reducir el personal —con lo cual se dispersaron a toda prisa. —¿Vendrás conmigo por las buenas? —pidió Denbigh a su pupila. —No veo por qué debería hacerlo. —La amenaza de recibir más moretones debería ser una buena razón —dijo Denbigh. —¿Planeas golpearme? —exigió la chica.

—La idea tiene cierto atractivo —dijo Denbigh para sí. La chica lo estaba mirando directamente a los ojos, y no pudo resistir la tentación de replicar: —¿Irás arriba por tus propios medios, o debo llevarte? Ella envolvió los brazos alrededor de sus rodillas. —No iré a ninguna parte contigo. Desearía nunca haberte conocido. Quiero recuperar mi vida tal como era antes de la muerte de mi papá. No puedo imaginar en que estaba pensando mi padre al nombrarte mi tutor. Eres un matón y un bruto. Un gusano en la hierba. Eres una serpiente. Un… —Has dejado tu opinión extremadamente clara, lady Charlotte —dijo él, interrumpiéndola. Su pulso latía en las sienes, y parecía que ella estaba entrando en calor. No tenía ninguna intención de esperar a que los sirvientes volvieran a oír su diatriba. Sin previo aviso, la tomó en sus brazos, con la intención de llevarla donde ella no iría por su cuenta. Dio un grito indignado cuando su mano rozó accidentalmente su pecho. Si le hubiera dado una bofetada habría aceptado su respuesta. Podía estar vestida como un hombre, pero sin duda era una mujer. Su cuerpo había reaccionado con rapidez a la sensación de la suave carne femenina bajo su mano. —Usted... es... —farfulló. Obviamente estaba teniendo problemas para encontrar una palabra lo suficientemente desagradable para describirlo. Estaba horrorizado ante la idea de los sirvientes corriendo a rescatarla y convertirse en testigos del estado de excitación en que estaba. Las modas actuales no dejaban nada librado a la imaginación. —¡Eres despreciable! —balbuceó finalmente. —Eres… Él puso una mano sobre su boca para cortar una nueva ola de insultos, la cogió con más fuerza en sus brazos, y comenzó a marchar hacia las escaleras.

Tuvo cuidado de no volver a subestimar a la joven, pero ella logró morderle la mano que ahogaba los gritos mientras la llevaba a su habitación. La arrojó sobre la cama con dosel y se chupó la sanguinolenta marca de dientes en su pulgar. Ella en encogió en el lugar donde la había dejado. —Eres más repugnante que una serpiente rastrera —dijo entre dientes. —No puedo ni pensar en nada tan repugnante. —¡Eso es más que suficiente! Si no lo he hecho, quiero dejar perfectamente claro que deberás reformar tu comportamiento conforme a las normas que se esperan de una dama inglesa. —¡No soy una dama inglesa maldito seas! —exclamó. —Todavía no —estuvo de acuerdo. —Pero antes de salir de esta casa, vestirás, actuarás y hablarás como una dama. —¡No lo haré! —No saldrás de esta habitación hasta que aceptes mis condiciones —dijo implacablemente. Se enfrentó a él sin arrepentimiento, sin inmutarse. Denbigh tuvo que irar a la chica. Casi lo mortificaba tener que frenar su espíritu. No era difícil dejarse impresionar por el fuego de sus ojos verdes o la belleza en los despeinados rizos dorados que caían sobre sus hombros libres. El rubor rosado en sus mejillas la hacía parecer como si hubiera participado en... en una actividad que no podía siquiera pensar en asociar con la joven que era su protegida. Él retrocedió hacia la puerta. Antes de que hubiera dado dos pasos ella se levantó y se dirigió a la puerta, también. —¿Dónde crees que vas? —preguntó. —No puedes mantenerme prisionera aquí.

—Puedo hacer cualquier cosa que crea que es necesaria para tu bienestar. Soy tu tutor. —No necesito un tutor. Usted no me quiere aquí. ¿Por qué no me deja volver a los Estados Unidos? —Su padre, obviamente, creía que necesitabas un tutor. Y puedo ver por qué —ella había resultado ser algo menos y más de lo que esperaba. —Eres mi responsabilidad hasta que te cases, aunque sólo Dios sabe dónde podré encontrar un inglés que te acepte. Cuando hayas aprendido las artes femeninas necesarias, te presentarás en la corte y recibirás una invitación a Almack, donde podrás buscar un marido adecuado. Una elección que, por supuesto, deberé aprobar. Hasta entonces, o hasta que cumplas la mayoría de edad deberás hacer lo que yo digo. —¡No lo haré! —Muy bien. Volveremos a hablar cuando estés lista para entrar en razones — en lugar de seguir discutiendo, salió de la habitación, cerró la puerta, giró la llave en la cerradura, y se quedó esperando para ver lo que hacía. Lady Charlotte no le defraudó. Golpeó la puerta con los puños y dio patadas con sus botas, hizo temblar el pomo, pero la puerta estaba firmemente cerrada. —¿Estás lista para hacer lo que te pido? —exigió a través de la puerta. —¡Nunca! —gritó de nuevo. No había esperado que se diera por vencida sin luchar. Pero él tampoco iba a renunciar. La dejaría sola para pensar. Con el tiempo, su ¿Encantadora? ¿Hechicera? ¿Perturbadora? ¿Deliciosa? prisionera entendería que no tenía otra opción excepto la rendición. Charlotte nunca había estado tan furiosa ni se había sentido tan frustrada. ¿Mantenerla prisionera? ¿Casarla con un almidonado viejo inglés? ¡Al diablo si pensaba que lo haría! Nunca renunciaría ni cedería a sus demandas. Moriría como

solterona antes de concederle esa batalla. Después de todo, en tan sólo cuatro años cumpliría los veintiuno. Oh Dios. ¡Cuatro años! El sonido de su semental anunciando su ira mientras se resistía al encierro la envió corriendo a la ventana. Miró a través de las frondosas ramas de la majestuosa encina y vio a dos mozos de los establos tratando en vano de someter a Mefistófeles. Ella y su caballo eran iguales. Los dos eran renegados, libres para hacer lo que quisieran, para correr salvajemente. Hasta el arribo del Conde. Charlotte recorrió de esquina a esquina la elegante habitación mientras lágrimas de ansiedad caían desapasionadamente por sus mejillas. Se sentía dolorida y magullada por todas partes debido a su caída por las escaleras, pero sus huesos doloridos no eran lo que más le preocupaba. No podía soportar la idea de vivir bajo el pulgar de ese hombre detestable durante los años venideros. ¿Cómo se atrevía a confinarla? Nunca cumpliría las promesas que demandaba a cambio de su libertad. Vestirse como una dama. Actuar como una dama. Hablar como una dama. Se vestiría, actuaría y hablaría como siempre lo había hecho, y ¡al diablo con él! A pesar de que su padre había sido un Lord inglés, ella no era una dama inglesa. Era americana. El guardián prepotente que había sido nombrado en el testamento de su padre cometía un gran error al tratar de forzarla en un molde que no encajaba. Era como embutir los pies en delicadas zapatillas de raso cuando las botas de montar de cuero encajarían mucho mejor. Le gustaba llevar pantalones. Le gustaba montar a horcajadas. Le gustaba decir exactamente lo que le venía a la mente. ¿Y qué había de malo en eso? Había estado bien para su querido padre. ¡Oh, cómo lo echaba de menos! Si tan solo no hubiera caído enfermo. Si tan sólo se le hubiera permitido permanecer en su casa de Nueva Orleans en vez de enviarla a vivir a ese castillo húmedo, con corrientes de aire en Inglaterra. De repente el caballo furioso quedó en silencio. Charlotte volvió corriendo a la ventana para ver qué había pasado con Mefistófeles.

Él estaba ahí. Su mano sobre la nariz de Mefistófeles, calmando al caballo, que estaba de pie en silencio, como hechizado. Charlotte se estremeció de indignación por el hecho de que Mefistófeles debiera soportar mansamente a otra persona, y porque le hubiera concedido la victoria tan rápidamente a su mutuo enemigo. Un suave golpe en la puerta le llamó la atención lejos de la ventana. — Charlotte, lo siento. Ella corrió a la puerta y habló a través de ella. —Oh, Livy, gracias a Dios. Gira la llave y déjame salir. —No puedo, Charlotte. León se pondría furioso si lo hiciera. —No seas tonta —reprendió Charlotte. —¿Cómo va a saber quién abrió la puerta? —Preguntará. Y no podría mentirle. Charlotte apoyó la frente contra la puerta de madera. Lady Olivia, hermana del Conde, era ocho años mayor que ella. Pero a sus veinticinco años era tan tímida como un ratón, y se parecía mucho a uno, también, con su cabello castaño claro y sus grandes ojos de color avellana. Charlotte había hecho todo lo posible durante los últimos cuatro meses para animar a Livy a rebelarse contra las restricciones en su vida. Hasta ahora Livy era una mariposa que seguía atascada en su crisálida. —No sé por qué tu hermano está tan molesto, en primer lugar —se quejó Charlotte. —Todo lo que hicimos fue correr tras su carruaje hasta la casa. —No se puede culpar a León por estar enojado de verte vestida con pantalones y montando a horcajadas sobre esa enorme bestia —dijo Livy a través de la puerta. —Sabes que yo casi me desmayo cuando te vi por primera vez montando a Mefistófeles llevando pantalones. —Mefistófeles nunca me haría daño —protestó Charlotte. —Y me niego a montar a mujeriegas cuando montar a horcajadas tiene mucho más sentido.

—Me temo que León no se convencerá con tus argumentos, Charlotte. Te lo advertí, ¿no? —¿Por qué has dejado de llamarme Charlie? —preguntó Charlotte en voz baja. —Pensé que éramos amigas, Livy. Una pausa y luego, —León no aprueba ese apodo. —Tienes mente y voluntad propias, Livy. No siempre tienes que hacer lo que dice tu hermano. Hubo una larga pausa antes de que Charlotte oyera el movimiento de la llave en la cerradura. Se abrió la puerta y Olivia entró. —Oh, Charlie, ¡mira tu cara! ¿Qué pasó? La frente de Charlotte latía, pero muchas otras cosas habían ocupado su mente como para preocuparse por ello. Fue hasta el espejo en la esquina de la habitación y con cautela se tocó el huevo negro y azul. En ese momento la señora Tinsworthy golpeó la puerta y entró. —Oh, mi querida Charlie —dijo la anciana cuando entró con un puñado de productos medicinales. —¿Qué demonios estaba pensando ese pobre muchacho? Charlotte nunca había sido una muy buena paciente, y era difícil sentarse quieta recibiendo las atenciones de la señora Tinsworthy sobre su cara magullada. Lo que mantuvo su silencio durante sus cuidados eran las palabras de la Sra. Tinsworthy refiriéndose al Conde de Denbigh como “ese pobre muchacho”. El ama de llaves lo hacía sonar simpático. Por lo que Charlotte podía decir, el conde no le preocupaba un ápice. Después de todo, era ella la que tenía las magulladuras. Charlotte había descontado todas las historias que había oído sobre el conde desde que había llegado al Castillo de Denbigh. Cómo había matado a un hombre simplemente porque no le gustaba la forma en que ataba su pañuelo. Que era tan peligroso con los puños que nadie deseaba compartir el ring con él en el salón de caballeros Jackson. Que sus combates de esgrima en Angelo habían dado lugar a graves lesiones a por lo menos tres jóvenes de la alta sociedad que habían querido

probar suerte tratando de abatirlo. Y que era inmejorable arriesgando su vida para enlazar ganado, y siempre ganaba. Ahora que lo había conocido, creía cada palabra. Peor que todo eso, era la forma en que ignoraba a su familia. Tenía abuelos enfermizos y ancianos que rara vez visitaba, y su hermana menor, Olivia, se había quedado sola en el campo extinguiéndose como una solterona. No era de extrañar, pensó Charlotte, que su novia se hubiera suicidado para evitar casarse con el hombre. Pero podía entender cómo lady Alice se había sentido atraída por Denbigh. Sus ojos eran sorprendentes, de color gris plateado, tan impresionante que le habían hecho contener el aliento en la garganta la primera vez que la había mirado. Tenía una nariz aristocrática y los pómulos angulosos. Su boca era amplia y generosa, aunque la mayor parte del tiempo la mantenía apretada en una línea sombría. Aún más extraordinario era el hombre mismo. Su chaqueta bien ajustada resaltaba sus anchos hombros, mientras que su estómago plano y sus muslos fuertes se exhibían descaradamente en sus pantalones de ante muy ajustados. Oh, era atractivo, debía reconocerlo. Pero no iba a permitir que cambiara su opinión sobre él. ¿De qué servían las miradas cuando el hombre mismo era tan insufrible? Livy le obedecía como un perro de aguas. Charlotte nunca le llegaría al talón. El Conde de Denbigh había encontrado a su igual. Ya era hora de que aprendiera a tratar mejor a su familia y a sus sirvientes. También podría instruirlo en el cuidado y la consideración de una pupila. Oh, sí, Charlotte Edgerton tenía algunas lecciones para enseñarle al conde arrogante. —Vamos, Livy —dijo Charlotte, cuando la señora Tinsworthy terminó con sus cuidados. —Vamos a hablar con tu hermano. —No creo que sea una muy buena idea, Charlie. Está en el salón con Lady Frockman. Además, no tienes el permiso de León para salir de esta habitación.

Charlotte dio un resoplido burlón, poco femenino. —No veo como podría detenerme. —León no apreciará ser interrumpido —dijo Olivia. —No me importa —respondió Charlotte. —No quería estar encerrada en mi habitación. ¿Le importó acaso a tu hermano? No, me encerró, de todos modos — dio unos pasos hacia la puerta, pero Olivia la contuvo. —¿Vienes? —No. —Muy bien, Livy, hazlo a tu manera. Desafiaré a León por mí cuenta —sonrió por el juego de palabras. Livy no se veía divertida. Su ceño se frunció por la ansiedad, y sus ojos parecían preocupados. —Buena suerte Charlie. —¿Estás sugiriendo que la necesitaré? —preguntó Charlotte. —Oh sí. Más que suerte. Valor. Y fortaleza. Y un imperturbable temple británico. Charlotte se rió mientras se dirigía hacia la puerta. —Olvidas que tengo algo mucho mejor que un imperturbable temple británico. —¿Qué? —Un fuerte carácter americano.

CAPÍTULO 2 Charlotte abrió la puerta del estudio del Conde sin llamar, con la intención de enfrentarse a él, y se quedó sin aliento. El Conde estaba sentado en el borde de un sofá con patas de garra, su oscura cabeza apretada contra el pecho desnudo de una mujer reclinada. Charlotte se quedó helada, con los ojos clavados en la boca del conde succionando un húmedo pezón rosado. —Mi Lord —susurró. Se levantó como un león hambriento por encima de su presa, su salvaje melena oscura, sus ojos fulminantes, oscureciéndose brutalmente a medida que se centraban en ella. —¡Fuera! —dijo con voz áspera. —¡Sal! Ella retrocedió, luego se volvió y corrió. Pero no a su habitación, donde se le había ordenado permanecer. Se dirigió hacia la puerta donde le estaba prohibido ir cerrándola con un golpe desafiante detrás de ella. Denbigh reacomodó el inmaculado nudo que su ayuda de cámara había creado con su pañuelo de cuello, pasó una mano por los rizos oscuros y se inclinó con gracia hacia la mujer medio desnuda recostada en el sofá. —Va a tener que disculparme, lady Frockman —dijo a través de las mandíbulas apretadas. —El deber llama. —Quédate conmigo, León —murmuró seductoramente Lady Frockman. —Esa plaga ya se ha ido, y podemos continuar donde fuimos interrumpidos.

Los ojos grises de Denbigh se tornaron témpanos de hielo. —Ten cuidado, Claudia. Estás hablando de una jovencita. —¡Pero León! Tú la has llamado de peores maneras —protestó Lady Frockman. Por supuesto que lo había hecho. La pícara incorregible lo estaba volviendo loco. Pero no podía permitir que su joven pupila fuera menospreciada por una dama que, a pesar de su título, no lo era realmente. —No deberás estar aquí cuando regrese, Claudia. Samuels se encargará de proveerte un coche que te llevará de vuelta a Londres —sin otra palabra giró sobre sus talones y salió por la puerta del salón. —Si me voy, León, no regresaré —amenazó Lady Frockman. Denbigh ni siquiera se detuvo. Nunca debería haber llevado a su amante a su casa. Había sido una decisión atroz. Pero no se había permitido un error desde hacía mucho tiempo. Su abuelo, el Duque de Trento, había estado enfermo durante años, él y su duquesa residían en su finca en Kent. La responsabilidad de la familia había caído sobre los hombros de Denbigh cuando todavía era un muchacho, pero junto con las obligaciones le había sido otorgada la libertad para hacer lo que quisiera. Esa no era excusa para someter a su hermana y su pupila a la presencia de su amante. De repente estaba contento de que Lady Frockman se fuera. Estaba claro que iba a necesitar todo su tiempo y atención para hacer frente a su nueva protegida. Hizo una nota mental para instruir a su mayordomo para que enviara a Lady Frockman un brazalete de diamantes, junto con una carta terminando su relación. Pero su mente ya estaba corriendo hacia la inevitable confrontación con su protegida. Suponiendo que pudiera encontrar a la rebelde muchachita. Samuels, el mayordomo, estaba de pie erguido, las mejillas rojizas, sosteniendo la puerta abierta para él. —Lo siento, mi Lord. Ella me tomó por sorpresa. No tenía idea de que…

—No importa, Samuels. Dudo que el diablo mismo pudiera haberla detenido. Denbigh dio un paso fuera de los portales del Castillo de Denbigh y miró más allá del césped hacia el bosque de fresnos y robles. Proporcionaban un refugio frondoso que fácilmente podría ocultar a lady Charlotte. Pero se encontraba demasiado lejos como para que hubiera podido llegar hasta ellos en esos pocos minutos desde que había interrumpido tan precipitadamente su vida sexual. Denbigh se estremeció al pensar en lo que la chica había visto. Una imagen del rostro pálido con los ojos abiertos de asombro se le presentó y sintió algo que no había creído que aún podía sentir después de todo un año de excesos. Vergüenza. ¿Qué habría pasado si hubiera sido Olivia la que habría abierto la puerta? Por supuesto, Olivia hubiera golpeado, pero eso no era excusa. Probablemente le debía una disculpa a la jovencita. Maldita sea. Miró hacia el este, a los acantilados sobre el mar, y el traicionero camino que conducía hacia las olas. Intentó imaginar el tiempo transcurrido desde que había cerrado de golpe la puerta principal. Imposible. Era rápida, pero no tan rápida. Miró hacia el oeste a los establos. Estaba más cerca que los otros dos escondrijos que podría haber buscado. Echó a andar hacia allí, sin más consideraciones. Probablemente estaba ensillando el semental para efectivizar su fuga. Era un jinete brillante, especialmente a horcajadas. Si la memoria no le fallaba, la mocosa todavía llevaba los pantalones cuando lo interrumpió en el estudio. Denbigh frunció el ceño. La niña no tenía ningún sentido de la decencia. Vestida con pantalones, cada línea exquisita de su cuerpo era visible para cualquier pícaro que se preocupara por mirar. El cielo lo ayudara, él era tan culpable como el peor de ellos. Y cada vez que la miraba, recordaba que su pupila era una mujer adulta. No es que actuara como tal.

Ya era hora de que lady Charlotte Edgerton supiera que no toleraría sus jugarretas. Él tenía el control. Daba las órdenes en esa casa. Era su deber obedecerle. Entró en el establo y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Estaba más frío dentro que fuera, y se quedó en silencio, inhalando los olores familiares de cuero y estiércol de caballo y, escuchando, esperando una señal. No podía verla, pero sabía que estaba allí. Uno de sus capones castaños agitó su cola para espantar a una mosca. Un gato del granero rozó sus botas, metiéndose entre sus piernas, ronroneando suavemente. Se esforzó por escuchar algo de movimiento humano, cualquier cosa que pudiera dar parte de la chica. Y oyó sus jadeos. El sonido provenía de la buhardilla por encima de él. Miró hacia arriba, pero no pudo ver a través de las grietas estrechas en el suelo de madera. ¿Estaba asustada? Debería estarlo. Estaba lo bastante furioso como para darle una lección que la mantendría a raya durante días. Pero no podía azotarla. No era una niña. Era una mujer joven. Por difícil que le resultara recordarlo a veces. Miró a su alrededor buscando al encargado, pero recordó que había pedido a Jeremy que llevara sus botas de cazar preferidas al pueblo para reemplazarlas. —Sé que estás ahí arriba, lady Charlotte —dijo Denbigh. —Te oigo respirar. No hay nadie aquí, excepto nosotros dos. Baja y acepta tu castigo. Oyó el crujido de la paja, y varias briznas cayeron desde arriba al suelo de tierra. Pero ninguna cara rebelde, en forma de corazón rodeado de rizos dorados apareció sobre el borde de la buhardilla. —Si no bajas, voy a tener que ir por ti —advirtió. Aún nada. —Muy bien —Denbigh puso las manos en la tosca escalera y empezó a subir.

La oyó andar a las corridas por encima de él y apuró su ascenso. Cuando sus ojos asomaron por el borde del altillo, la vio corriendo hacia las puertas abiertas del segundo piso por donde se cargaba el heno en el granero. Por un instante pensó que iba a saltar a través de las puertas para escapar de él. Se rompería una pierna por lo menos, y muy probablemente el cuello. —¡No lo hagas! —gritó, trepando al desván y corriendo hacia ella. En el momento preciso en que se lanzó a apresarla, Charlotte se dio la vuelta. Demasiado tarde vio que sostenía una horquilla defensivamente frente a ella. No había manera de que pudiera detener su impulso. Dos de los cuatro dientes afilados como cuchillas se clavaron profundamente en la carne de su muslo. Estaba demasiado sorprendido incluso para gritar. Sus ojos se abrieron con dolorosa sorpresa cuando los levantó para encontrar los sobresaltados ojos verdes de la chica. —¡No fue mi intención hacerte daño! —exclamó. —Si no me hubieras atacado así… —Estaba tratando de salvar tu vida —dijo con los dientes apretados. El dolor aumentaba a medida que el asombro se disipaba. —Pensé que ibas a saltar. —¿Saltar? —Por las puertas del altillo —explicó, haciendo un gesto hacia la puerta doble con la barbilla. —¿Estás loco? —dijo con incredulidad. —Me hubiera roto el cuello. —Esa fue mi conclusión. Vio el momento en que se dio cuenta de que todavía estaba sosteniendo la horquilla por el mango de madera que estaba profundamente incrustada en su carne. Comenzó a soltarla, y las púas agudas le provocaron un grito de agonía en su garganta. —No la sueltes —dijo con voz áspera.

Ella agarró el peso de la horquilla de nuevo y gimió. —Oh, Dios —dijo con voz ronca. —Está realmente clavada—miró a su alrededor en busca de ayuda. No había nadie. Estaban solos. —¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó. —Vas a tirar de ella. —¡No puedo! —Tú me la clavaste maldita sea, tira de ella—gotas de sudor se habían formado en su labio superior, y sus manos estaban cerradas en puños, uno de los cuales presionaba contra su muslo lesionado para contrarrestar el dolor de la herida. Se tragó un gemido cuando la chica dio un ligero tirón. Las púas no se movieron. Ella le lanzó una mirada desesperada. —Están clavadas muy profundo. —Lo sé —dijo. —Vas a tener que esforzarte un poco más. Se quedó mirando fijamente los regueros de sangre que salían de las dos heridas en el muslo. Su cuerpo empezó a temblar, y se balanceó sobre sus pies. Por primera vez, vio un rastro de vulnerabilidad por debajo de la fachada de valentía que llevaba. Ahora veía a una joven aún de duelo por la muerte de un padre amado, obligada a viajar a una tierra extraña, y frente a una situación ante la cual cualquier señorita inglesa se habría desmayado hacía mucho tiempo. —No te vas a desmayar, ¿verdad, Charlotte? Los americanos jamás sucumben a la impresión —le reprendió suavemente. Tan pronto como la máscara terminó de caer, volvió a colocarla en su lugar. Sus hombros rectos, y respondió, —Nosotros no nos desmayamos.

Antes de que estuviera listo, y con toda su fuerza, tiró de la horca. Cuando lo liberó, ella cayó de espaldas sobre la paja. —¡Salió! —dijo con una sonrisa de alivio. Se sentía mareado y por un momento temió que iba a desmayarse. Antes de que pudiera caer, ella estuvo a su lado con su brazo alrededor de la cintura, y el suyo sobre sus hombros como apoyo. Lo sostenía más cerca de lo que su prometida lo había tenido alguna vez. —Apóyate en mí —dijo. No quería su ayuda, pero debía apoyarse en ella o se caería. Esperaba que su peso no fuera demasiado para ella, pero aunque era pequeña, era sorprendentemente resistente. —¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó, mirándolo. —Voy a tener que bajar. —Va a dolerte como el demonio cuando lo hagas —dijo. —Gracias por la advertencia —dijo. —¿Ves alguna manera de evitarlo? Ella sacudió su cabeza. —Al menos déjame atar algo alrededor de la herida para detener la hemorragia primero. Él la miraba fijamente. Hacía un momento había estado a punto de desmayarse. Ahora se estaba ofreciendo a curarlo. Lady Charlotte era una mujer de lo más inusual. Se encontró irándola de nuevo, y se dio cuenta de que era un error. Era la razón por la que había terminado empalado en una horquilla. Y no habría estado en el establo si no le hubiera desobedecido desapareciendo de la casa. Ella sacó la camisa de lino de sus pantalones y arrancó una tira lo suficientemente extensa como para atender su herida. Seguía de pie aturdido cuando el engendro de enfermera se acercó a su muslo, para vendar la herida.

—Yo lo haré —dijo, tomando la tela de sus manos. Tuvo una pequeña satisfacción al ver el alivio en su rostro. —Déjame bajar primero —dijo. —De esa manera, si te caes, podré atraparte. —No voy a caer. —Por supuesto que no —dijo en una voz que encontró irritante porque no tenía la intención de calmar su ego. —¿Puedes sostenerte de pie? —preguntó. Cuando lo soltó, se dio cuenta que era capaz de mantener el equilibrio sobre la pierna sana. —Sí, puedo manejarlo. Ella se dirigió hacia la escalera tan rápido como un mono y bajó unos escalones para luego mirar hacia arriba con ojos ansiosos. —Baja —dijo, haciendo un gesto con las manos. —Te atraparé si te caes. Le hizo sonreír la imagen de su pupila aplastada debajo de su cuerpo, pero la diversión no le duró mucho. Su pierna lo estaba matando. —No voy a caer —dijo apretando los dientes cuando se volvió y comenzó a bajar por la escalera. La pernera izquierda de sus pantalones de ante estaba empapada de sangre, y podía sentir que el fluido viscoso goteaba en la bota. Dolía como el mismo diablo cada vez que movía la pierna. Mantuvo su mente alejada del dolor al imaginar la expresión de su ayuda de cámara cuando se presentara en semejante estado. Theobald se enorgullecía de la pulcritud permanente de su amo. La suerte quiso que su bota resbalara en el último peldaño de la escalera, y estuvo a punto de caer. Si no hubiera estado detrás de él para apoyarlo, habría ido a parar sobre su espalda. Sus orejas se pusieron roja de vergüenza. —Puedes soltarme —dijo, quitando sus brazos de alrededor de su cintura. — Puedo llegar a la casa por mí cuenta.

Ella estaba mordiendo su labio inferior, algo que ninguna dama inglesa jamás haría en público. Ahora sabía por qué. Era increíblemente erótico imaginarla haciendo lo mismo en la intimidad. —Será mejor que me dejes ayudarte. —Dije que puedo arreglarme solo —espetó. —¡Terco! Adelante. Se encamino hacia la casa corriendo -las damas inglesas nunca corrían, caminaban tranquilamente- gritando con toda la fuerza de sus pulmones en busca de ayuda. Las damas no gritan, podría haber señalado. Antes de llegar a la mitad de la casa, se vio obligado a itir que nunca habría llegado por sus propios medios, se encontró con Samuels y Galbraith, que hicieron una silla para él con sus brazos y lo condujeron de vuelta a la casa. Mientras tanto, la mocosa no satisfecha con la atención de sus servidores, comenzó a darle órdenes a su hermana, también. —Dile a la señora Tinsworthy que prepare la cama de tu hermano, y que envíe a su ayuda de cámara, ¿cuál es el nombre de ese hombre? para que venga a desnudarlo. Yo iré a buscar al médico. Estaba corriendo, no caminando, no deambulando o paseando, sino corriendo a toda velocidad mientras Galbraith y Samuels lo subían por las escaleras. —Más despacio, lady Charlotte —la llamó. —Camina con tranquilidad. —Cuanto más pronto pueda ensillar mi caballo, más pronto llegará el doctor para examinar su pierna —respondió ella. —¡No puedes montar vestida de esa manera! —todavía llevaba esos malditos pantalones ceñidos. —¡Intenta detenerme! —gritó mientras revoloteaba por las escaleras.

—¡Charlotte! —rugió. La joven no le hizo caso. Dio un respingo al oír el golpe de la puerta principal. —¡Esa chica es increíble! —murmuró. —Sin duda lo es —estuvo de acuerdo Galbraith. —Realmente asombrosa, ¿no le parece, mi Lord? No imagino a ninguna dama inglesa que pudiera manejar la situación la mitad de bien. Denbigh se dio cuenta de que su criado le había entendido mal. Había estado criticando a Charlotte, no elogiándola. Tenía que itir que ni lady Alice, ni su hermana Olivia, habrían salvado la situación con tanta eficacia. Por desgracia, Charlotte Edgerton carecía por completo de la capacidad de lo único que se requería de ella en Inglaterra, ser una perfecta dama. Su ayudante de cámara estaba tan consternado como Denbigh había esperado. Theobald había estado vistiendo al conde desde que era un muchacho, y en ocasiones aún lo trataba como tal. —Sus pantalones de ante están arruinados, mi Lord —regañó Theobald, moviendo la cabeza como si la joyas de la corona hubieran sido dañadas. —Y aunque pueda limpiar sus botas, nunca serán lo que eran. Me temo que no recomendaría que volviera a usarlas. —Puedes deshacerte de ellas —dijo Denbigh. —Muy bien, mi Lord. Si eso es todo, le dejaré hasta que llegue el médico. —Ve, Theobald. Por favor, vete —el hombre estaba verde, nunca había sido capaz de soportar la vista de la sangre. Denbigh se había desnudado, debido a que las púas de la horquilla le habían atravesado los calzones también, y se había puesto una bata para esperar al médico en la cama. Por desgracia, tenía demasiado tiempo para pensar antes de que llegara el médico.

Más pensaba, más se convencía de que había manejado el asunto de Charlotte Edgerton mal desde el principio. Debería haberla enviado con su abuela en primer lugar. La Duquesa de Trento habría sabido el modo de suavizar los bordes ásperos de la chica. Sin embargo, cuanto más tiempo ponderaba esa alternativa, menos le gustaba. Su abuela tenía una salud debilitada. Tener a alguien tan estrepitoso como Charlotte a su alrededor todo el día era agotador sólo de pensar en ello. Sus abuelos ancianos no debían ser cargados con lo que, después de todo, era su responsabilidad. Tenía un montón de trabajo por hacer si quería que su pupila estuviera lista para ser presentada ante la reina y pudiera convertirse en un diamante de primera en Almack. Tendría que llevarla a una modista de Londres para que le confeccionara un guardarropa, y poder deshacerse de todos sus pantalones. Tendría que enseñarle a no mirar a un hombre directamente ni responderle de manera desafiante. ¿Sabría bailar? Tendría que ocuparse de eso, también. Charlotte tenía mucho que aprender para llegar a ser una adecuada dama inglesa. Y él era el hombre indicado para enseñarle. Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. —¿León? ¿Puedo pasar? Se aseguró de sonar lo más natural posible. —Entra, Olivia. Ella se asomó por el borde de la puerta de su habitación antes de entrar, como un ratón comprobando la presencia del gato antes de salir de su agujero, y luego avanzó con torpeza a través del cuarto. Su pierna lastimada no había sanado completamente, y había quedado un poco más corta que la otra. Había perdido tristemente su presentación en sociedad, pero en los años transcurridos desde su accidente, nunca había expresado ningún deseo de reinsertarse en la sociedad.

—Desde la ventana de mi habitación pude ver al médico bajando de su carruaje —dijo. —Pensé que te gustaría saber que estará aquí pronto. ¿Estás muy dolorido? —No mucho —su pierna estaba en llamas, pero no tenía sentido preocuparla. —¿Me puedes decir que es lo que pasó? —Fue un accidente. —¿Charlotte tuvo algo que ver con eso? —Estaba portando una horquilla en el momento en que me encontré con ella —dijo con una vuelta de tuerca irónica de sus labios. —Oh, querido —Olivia se paró a los pies de la cama retorciéndose las manos. —Estoy segura de que no tuvo intención de hacerlo, León. Es sólo que es una chica muy animada. Y a menudo no piensa antes de actuar. —Lo que me gustaría saber es cómo salió de su habitación. Ella bajó la mirada y dijo: —Yo le abrí la puerta. —¿Por qué? Le molestaba que no lo mirara. Lo cual no tenía sentido, ya que criticaba la mirada directa de Charlotte. Se dio cuenta de que no tenía forma de saber lo que estaba pensando cuando Olivia ocultaba los ojos de él de esa manera. —Puedo entender el desafío de la niña, Olivia. Lo que no entiendo es por qué tú me desobedeciste. Sus dedos jugaban con los pliegues de su vestido sencillo de día. —Te equivocaste al encerrarla, León. Yo la dejé salir porque no tenías derecho a confinar a Charlotte en su habitación. —Soy su tutor, Olivia. Tengo todo el derecho. —Que tengas el derecho, no significa que sea correcto —persistió Olivia.

—Ven aquí, Olivia. Dio dos pasos torpes. Cuando llegó a su lado, le levantó la barbilla. Mantuvo los ojos bajos a pesar de sus esfuerzos por ver en ellos. —Estoy sorprendido de tu defensa, Olivia. La chica no tiene sentido de la modestia y no obedece ni siquiera a las reglas más básicas de la etiqueta. En resumen, es un desastre. Olivia le lanzó una mirada rápida antes de bajar los ojos y dijo: —Me gusta, León. Ella es mi amiga. León suspiro. —No puedo discutir eso. Muy bien, Olivia entonces has tu mejor esfuerzo para influir en ella para bien, en lugar de permitirle que influya en ti para mal. —No hay maldad en ella, León —Olivia dijo con seriedad. —tiene un corazón enorme, y está abierta a todo el mundo. —Es su cabeza liberal lo que está causando tantos problemas —dijo. Fueron interrumpidos cuando Charlotte irrumpió a través de la puerta con el médico, Lord Rowland, justo detrás de ella. —¡Charlotte! —rugió Denbigh. —¿Qué haces en mi habitación, y por qué no tocaste la puerta? —Traje al médico —dijo con aspereza. —Una joven no entra en la habitación de un caballero con quien no está casada —replicó Denbigh. —Entonces, ¿qué está haciendo Olivia aquí? —preguntó. —Olivia es mi hermana. —¿Y? —Tú eres mi protegida.

—¿Y?" Olivia rió. —Oh, León, nunca ganarás una discusión con Charlotte. Créeme, lo he intentado. Denbigh miró a su hermana. —A menos que te guste ver a tu hermano desnudo, sugiero que salgas de la habitación, Olivia. Y llévate a esa señorita contigo. —Vamos, Charlotte. No hay nada que podamos hacer aquí —dijo Olivia, poniendo un brazo alrededor del hombro de Charlotte. —Podría ayudar —ofreció Charlotte. —Sácala Olivia, antes de que la estrangule. —León nunca fue un muy buen paciente, Charlotte. Y el Dr. Rowland puede arreglárselas solo. Denbigh observó mientras Charlotte abandonaba la habitación. Lo miró por encima del hombro por última vez antes de irse. Sintió una punzada de emoción, una que se negó a identificar, cuando reconoció la mirada en sus ojos. La jovencita lo había mirado con preocupación... Se recordó lo que Olivia había dicho. La niña tenía un gran corazón y se lo ofrecía a todos. No había nada personal en la mirada que le había dirigido. Él no significaba nada para ella. Lo que estaba bien. Él no quería tener nada que ver con ella, tampoco. Excepto, por supuesto, prepararla para convertirse en la esposa de otro hombre.

CAPÍTULO 3 Charlotte llamó a la puerta de la habitación del Conde y dijo: —Soy Charlotte. ¿Puedo pasar? Oyó al Conde y su ayuda de cámara hablar en voz baja, luego la voz del Conde diciendo, —¿puedes esperar? —No —dijo Charlotte. Su suspiro fue tan fuerte y quejumbroso que lo oyó incluso a través de la puerta. Un crujido como si las sábanas estuvieran siendo reorganizadas y la puerta se abrió y se encontró frente al ayuda de cámara del Conde, Theobald. —Puede entrar ahora, lady Charlotte. Charlotte cruzó directamente hacia la cama y se puso delante de su tutor. — Espero que su pierna esté mejor —dijo. Su muslo herido estaba oculto debajo de la sábana, y pensó que tal vez a eso se había debido el crujido. Todavía llevaba una bata, lo que supuso significaba que todavía le dolía demasiado como para soportar los pantalones además de los vendajes. —Se curará —dijo el Conde. —Con el tiempo —agregó. —Su señoría está muy dolorido —anunció Theobald. Denbigh le lanzó una mirada de reproche, pero el hombre no pareció intimidado en lo más mínimo.

—Lo siento mucho —dijo Charlotte. —Es por eso que he venido, ya ves. A hacer las paces. —Y llevas un vestido —dijo el Conde. —Esa es una mejora que puedo aplaudir. Charlotte miró la muselina verde que había elegido para su visita al Conde. El vestido la hacía parecer incluso menor que sus diecisiete años, si eso fuera posible. Pero tenía la esperanza de derretir el corazón frío del Conde, y había decidido que no le vendría mal parecer joven y vulnerable. Hasta ahora parecía que su plan estaba funcionando. —Los traje para que haga lo que quiera con ellos —dijo, extendiendo los brazos, donde se apilaba un surtido de ropa doblada. —¿Qué, exactamente, tienes ahí? —preguntó el Conde. —Todos mis pantalones —dijo. Excepto el par escondido debajo de mi colchón. —Ah —dijo el Conde. —Puedes dárselos a Theobald, Lady Charlotte. Las cejas de Theobald se pusieron en línea recta, pero no era una tarea demasiado repugnante, y podía manejarla con sumo cuidado, así que aceptó la pila de pantalones remendados y manchados de hierba de sus manos. —¿Qué debo hacer con ellos, mi Lord? —preguntó Theobald. —Quémalos. Charlotte vio que el conde esperaba ver su reacción, y apenas logró evitar un gesto de dolor. Todos esos maravillosos pantalones convertidos en cenizas. ¡Un desperdicio! —Será como usted desee, mi Lord —dijo Theobald. —Hazlo ahora, Theobald —dijo Denbigh. —Muy bien, mi Lord —dijo. —Disculpe, Lady Charlotte. ¿Necesita algo más antes de irme?

Charlotte acarició la entrepierna de ante de sus mejores pantalones de montar por última vez y dijo: —No, gracias, Theobald. Pero... —se volvió hacia el conde y le dijo: —¿No cree que sería mejor regalar los pantalones en vez de quemarlos? Hay varios niños en el pueblo… —Encárgate, Theobald —dijo el Conde. —Si mi Lord. ¿Algo más? El Conde hizo un gesto a Charlotte, y Theobald se volvió para ver si necesitaba más ayuda. —Una cosa más —comenzó Charlotte. Demasiado tarde se dio cuenta de que ese, probablemente no era el momento para tocar el tema. Pero el Conde y su ayuda de cámara seguían mirándola, así que soltó: —Theobald necesita un aumento. —¿Qué? —exclamó el Conde. La cara de Theobald se puso roja como un cangrejo de río hervido. Charlotte había comido un montón de ellos en Nueva Orleans, así que era buena para juzgar su color. —Mi Lord, jamás me dignaría a sugerir… —Suficiente, Theobald —el Conde se volvió a Charlotte y dijo: —Esa es una petición inusual, lady Charlotte. Me preguntaba si tendrías alguna razón particular para formularla. —Bueno, la señora Tinsworthy me dijo que la hermana de Theobald, volvió de la India con su bebé recién nacido y que los nativos mataron a su esposo, y que no tiene a nadie más excepto su hermano. Y aunque Theobald ha sido el más frugal de los hombres, simplemente no tiene suficiente para brindarle su ayuda. Así que ella tendrá que ir a una casa de indigentes y dar a su bebé a un orfanato. Como puede ver, usted es su única esperanza —dijo dramáticamente. —¿Es esto cierto, Theobald? —preguntó el Conde.

—Esencialmente, sí, mi Lord. —Considere el aumento un hecho, lady Charlotte. Charlotte le sonrió al Conde y le dio un abrazo a Theobald. El pobre hombre casi expiró de apoplejía en el acto. Se escapó tan rápido como pudo y salió de la habitación sin decir nada más. Charlotte pensó que era porque se sentía abrumado por la generosidad del Conde. Ella se sentía igual. —Puedes ser un buen hombre —señaló. —Si sólo lo intentaras con un poco más de empeño. Los labios del Conde se apretaron. —Si has logrado el propósito de tu visita, puedes irte —dijo. —Ah, pero hay más —dijo. —Tengo miedo de eso. Se dejó caer sobre el pie de su cama y le oyó jadear cuando su pierna se encogió bajo las sábanas. —¡Huy! Voy a ser más cuidadosa. —No deberías estar sentada en mi cama para empezar —dijo. —No deberías siquiera estar en esta habitación sin una chaperona. —Voy a ser rápida —dijo ella, poniéndose de pie. Él gimió cuando su pierna se bamboleó de nuevo. —Oh, lo siento mucho —dijo. —Estoy seguro de que lo sientes —dijo. —¿Puedo saber cuál es el motivo que te trajo aquí? —le recordó. —Oh sí. Bien. Usted puede haber notado que he decidido respetar sus deseos con respecto a los vestidos y los pantalones. —En efecto.

—Incluso acepto montar a mujeriegas —concedió ella. —Muy recomendable. —Pero creo que, prefiero elegir un marido que me acepte tal como soy. Estoy perfectamente dispuesta a comprar la libertad de su tutela con un matrimonio, pero eso no me hará mucho bien si termino casada con otro tirano. Se dio cuenta, cuando él frunció el ceño, que tal vez tirano no era la mejor palabra para definirlo. —Es decir, otro hombre tan inflexible como usted —al decir Inflexible un tic se dibujó en su mejilla. Ella trató una vez más. —Quiero decir, quiero un esposo que me ame por lo que soy —esta vez la miró con incredulidad. —¿Dónde estás planeando encontrar un parangón semejante? —preguntó el conde. —He oído que hay una gran cantidad de hombres para elegir en Londres. —¿Cómo piensas llegar allí? —Usted me va a llevar, por supuesto. Continuó su diatriba por otra media hora, hasta que pudo ver que la pierna del conde le dolía demasiado como para seguir discutiendo sus necesidades y demandas. Cuando terminó la entrevista, Charlotte no había conseguido todo lo que esperaba. El Conde había acordado que la llevaría a Londres, pero sólo después de que ella accediera a tomar una serie de lecciones de etiqueta que la ayudarían a poder desempeñar un correcto comportamiento en la sociedad, adquirir un nuevo guardarropa y aprender todos los nuevos bailes, incluyendo el vals. La forma en que su tutor había cedido tan fácilmente le despertaba sospechas, pero hizo la promesa de que aunque el conde intentara engañarla, sería ella quien elegiría a su marido. Si por alguna razón a Denbigh no le gustaba el hombre elegido, y trataba de prohibir el matrimonio, se fugaría.

Ser rehecha a imagen de otra persona era más de lo que Charlotte estaba dispuesta a soportar. Dos semanas más tarde, todavía no reconocía a la “nueva” Charlotte. —Estás preciosa, Charlie —dijo Olivia desde el borde de la cama de Charlotte. Charlotte se miró en el espejo de pie. Se sentía desnuda con el vestido de manga corta que se ceñía bajo su pecho con una cinta de seda fina. Tenía un escote bajo que dejaba al descubierto una buena extensión de piel. —Tu hermano no puede realmente creer que esto es menos revelador que una camisa y pantalones —dijo Charlotte, cubriendo la amplia extensión de piel desnuda de su pecho con las manos. —¡Cualquier hombre más alto que yo puede ver mis pechos! Livy sonrió. —Creo que es la idea. Estás preparando el cebo para atrapar un marido, Charlie. Charlotte hizo una mueca. —No sabes la suerte que tienes —dijo Olivia. —Daría cualquier cosa por estar en tus zapatos. —No, no lo harías. Aprietan —Charlotte salió de las incomodas zapatillas de raso, se inclinó para recogerlas, y las tendió a Livy. —Pero inténtalo. Livy sonrió. —Me gustaría que fuera así de simple —su sonrisa se desvaneció. —No puedo bailar, así que ¿qué caso tiene ponérmelas? —¿Por qué no puedes bailar? —preguntó Charlotte. —Piénsalo un momento, Charlie. Ando como un pato desequilibrado. ¿Cómo podría bailar? —Recuerdo que me decías que nunca volverías a montar y lo lograste —le recordó. —¿Qué tan diferente puede ser bailar?

—Cuando estoy montando, el caballo hace todo el trabajo —dijo Olivia. —En la pista no estaría más que yo y mi torpe cojera —Olivia se quedó apartada. —No te preocupes por mí, Charlie. En mis sueños, soy muy buena bailarina. Charlotte se subió a la cama junto a Olivia, tiró de la falda hasta prácticamente la cintura, dejando al descubierto sus medias con liguero, y se sentó con las piernas cruzadas como uno de los salvajes por los que Estados Unidos era famoso. —Hábleme de tus sueños, Livy. —No quiero aburrirte. —No me aburriría. Dime. Apuesto a que eres cortejada por un hombre devastadoramente guapo. —Oh sí. Es rubio y de ojos azules y muy alto. Cuando bailamos el vals no puede apartar los ojos de mí. Es elegante, pero fuerte. Y tiene una sonrisa cálida y agradable. —Oh, Livy, suena maravilloso. ¿Quién es él? Olivia rió. —Él no es real, Charlie. Yo lo inventé. —Pero podría ser real. Puedes venir a Londres conmigo y encontrarlo. —Ya te he dicho por qué eso es imposible. —¿Debido a tu cojera? Esa no es una razón. La reina entenderá si no puedes hacer una reverencia tan pronunciada como todos los demás. Sé que tu guapo pretendiente está por ahí buscándote. Todo lo que tienes que hacer es ir a Londres y dejar que él te encuentre. —Eres tú la que está soñando ahora, Charlie. Ningún hombre querría a una mujer que es... que es lisiada. No tengo ilusiones sobre mi aspecto, tampoco. Nunca habría sido la reina de la fiesta. Y a los veinticinco, ya estoy para vestir santos.

Olivia hizo una pausa y tragó saliva. —Me he resignado a ser la tía soltera de los hijos de mi hermano. Charlotte tomó la mano de Olivia y la apretó con fuerza. —Cualquier hombre sería afortunado de tenerte, Livy. Eres la persona más amable y reflexiva que conozco. No voy a dejar que renuncies a tus sueños. Bailarás con un pretendiente guapo, tal como siempre has soñado. Todo lo que tiene que hacer es venir a Londres conmigo. —No puedo, Charlie. Por favor, trata de entender. —No voy a aceptar un no por respuesta, Livy. Tienes que ir a Londres. De lo contrario, yo tampoco iré. —¡Oh, Charlie, no! León tiene todo planeado. Se pondrá furioso si cambias de opinión sobre ir ahora. —Me alegraré de hacer mi reverencia a la reina y comportarme en Almack — le aseguró. —Siempre y cuando tú vengas conmigo. —No tengo la ropa adecuada para una estancia en Londres —protestó Olivia. —La modista tiene varios rios más que entregarme. Sólo tenemos que encargarle los vestidos necesarios para ti. —Oh, Charlie, eres imposible —dijo Livy. Pero Charlotte notó que sus ojos brillaban de emoción. No podía esperar a ver a Livy vestida para un baile. No tenía ninguna duda de que encontraría un novio real, al hombre de sus sueños. Ahora todo lo que Charlotte tenía que hacer era convencer a su tutor de que tenía que llevar a su hermana a Londres.

***

Las semanas transcurridas desde su llegada al Castillo de Denbigh, el Conde se había encerrado con su mayordomo todas las mañanas, y pasaba todas las tardes charlando con Charlotte, y generalmente aceptando invitaciones de un vecino u otro para cenar. Olivia le había dicho a Charlotte que el Conde era muy solicitado como invitado entre sus vecinos, a pesar de su reputación de libertino. —Es rico como Creso —le confió, —es heredero de un ducado, y como debes haber notado es increíblemente apuesto. —No me había dado cuenta —mintió Charlotte. La verdad era que no podía apartar los ojos del hombre cuando estaban en la misma habitación. Estaba muy disgustada consigo misma, pero no era capaz de controlarse. Era desconcertante ya que el Conde había pasado por lo menos dos horas con ella todas las tardes dándole lo que él llamaba: “lecciones de comportamiento”. Tenía previsto otro encuentro en muy pocos minutos. Salió de la cama y obligó a sus pies a embutirse en las zapatillas incómodas. —Será mejor que lleguemos al salón antes de que tu hermano envíe a alguien por nosotras. —¿Qué tenemos para hoy? —preguntó Olivia. —Clases de ligue, creo. Olivia la sorprendió con una carcajada. —Te estas burlando de mí. —Tu hermano no lo llama de esa manera, pero según mencionó en el desayuno de esta mañana, quiere que aprenda cómo comportarme cuando un caballero demuestre interés en cortejarme. Sería bueno que estés presente, Livy. Tal vez puedas aprender algo útil. La hermana del Conde actuaba como acompañante durante las clases. También tocaba el piano, lo que había sido conveniente la tarde que el conde decidió enseñarle a bailar el vals. Charlotte se estremeció al recordar la debacle.

Había aprendido muchos bailes en Estados Unidos, pero no tenía conocimiento sobre vals. Le había sorprendido descubrir que la mujer se dejaba abrazar por el hombre, que él ponía su brazo alrededor de su cintura, y que una de sus manos descansaba sobre su hombro mientras la otra descansaba en su palma. —¿Estás seguro de que esta es la forma correcta de hacerlo? —le había preguntado al Conde cuando se vio envuelta en un abrazo virtual. —Estoy seguro —respondió. —La música, Olivia. Se había vuelto hacia Olivia con desesperación, pero Olivia había sonreído frente al piano y había dicho con tristeza: —Es una danza maravillosa Charlotte. Es casi como volar. —¿Tú has bailado el vals? —preguntó, sorprendida. —Oh no. Pero he visto como se baila. —¿Estás lista? —dijo el Conde, obviamente impaciente por comenzar. —Creo que sí —dijo Charlotte. Pero, en realidad, no estaba preparada en absoluto para las emociones que la invadieron. Se sentía torpe por primera vez en su vida. Nerviosa cuando normalmente nunca se alteraba. Era dolorosamente consciente de la mano del Conde en el centro de su espalda, y el calor de la palma de su mano sosteniendo la suya. Ella era de hielo; él era de fuego. En cualquier momento iba a convertirse en un charco a sus pies. —Relájate, Charlotte —le ordenó, —Estoy tratando —aflojó sus rodillas y casi colapsó. —No tanto —dijo, sosteniéndola más cerca para ayudarla a recuperar el equilibrio. —Cuenta: uno-dos-tres, uno-dos-tres, uno-dos-tres —dijo, cuando empezó a girar alrededor de la habitación. —¡Ay! —Lo siento. ¿Te he pisado? —preguntó.

—Concéntrate Charlotte. Sigue contando. —Uno, dos, tres —repitió obedientemente y podría haber estado diciendo "gato, vaca, cerdo" por toda la atención que prestaba a la danza. No podía apartar los ojos de él. Su mirada era tan intensa, que se perdía en sus profundidades. Se sentía temblorosa por dentro y con un poco de miedo, también, porque nunca se había sentido de esta manera antes. Su brazo se apretó alrededor de su cintura y la acercó mientras tropezaba con el borde de la alfombra que se había cruzado en su camino. —Cuidado, Charlotte —dijo con voz ronca que hizo que los pelos sobre sus brazos se levantaran. —Cuidado. Era demasiado tarde para tener cuidado. Algo muy peligroso estaba pasándole, y no podía hacer nada para evitarlo. Había sabido que se sentía atraída por el Conde desde el primer momento en que lo había visto. Había estado resistiéndose con todas sus fuerzas. Pero no había contado con el vals. Ese baile era mucho más íntimo de lo que había imaginado que un baile podría ser. Sus pezones se endurecieron apenas rozaron el chaleco del Conde. Su vientre se curvó por el deseo cuando la apretó contra él mientras giraban más y más rápido. Se sentía mareada, lo cual era obviamente el resultado de todo ese torbellino. Excepto que nunca se había sentido así antes. Sin aliento, ¿y por qué no? Era una danza enérgica. Eufórica. No había ninguna explicación para su reacción, excepto la alegría que sentía de permanecer en sus brazos. De repente, dejó de bailar y la alejó de su pecho. —No estás prestando atención, Charlotte. No tendrás mucho éxito en el mercado matrimonial si continúas perdiendo la cuenta y tropezando y pisando los pies de tu pretendiente. Era toda una experiencia que alguien tan coordinado como Charlotte Edgerton fallara en algo tan simple. Pero ¿cómo podía esperarse que bailara con las rodillas temblorosas? ¿Cómo podía esperarse que llevar la cuenta cuando apenas podía recordar su propio nombre? ¿Cómo podía esperarse para no chocar con él, cuando su cuerpo quería más que nada estar pegado al suyo?

Lo peor de todo era saber que mientras ella estaba en la luna delirando por su persona, él estaba ocupado planeando la mejor manera de casarla con algún otro hombre. Sin duda, todo lo que estaba sintiendo no podía ser unilateral. Sin duda, él debería sentir la misma atracción, también. Pero cuando levantó la mirada hacia él, no había ninguna señal de nada, excepto la molestia en su rostro. —¿Estás lista para intentarlo de nuevo? —preguntó. No, no lo estaba. Había sufrido más que suficiente humillación para una tarde. —Estoy segura de que voy a hacer un buen papel en Almack —dijo. —Me comprometo a practicar con Timothy. Él frunció el ceño. —No sabía que Galbraith sabe bailar el vals. —Si no lo sabe, yo voy a enseñarle —respondió ella. —No estoy de acuerdo con semejante familiaridad con los criados, Charlotte. Cada persona tiene su lugar en este hogar. Galbraith es un lacayo, no un profesor de baile. —Timothy es mi amigo. —Las damas inglesas no se hacen amigas de los sirvientes —le amonestó. —Pensé que habíamos establecido que yo no soy una dama inglesa. —Ese es, precisamente, el punto —dijo. —Estoy tratando de enseñarte la manera correcta de actuar. —¿Es correcto tratar a la gente de manera diferente, simplemente porque no nacieron con un título? No puedo adherirme a ese punto de vista, Lord. Él dio un resoplido de exasperación ante el “Lord”. —Cada sociedad tiene sus propias reglas, Charlotte. Las nuestras en Inglaterra son diferentes, pero tenemos nuestras razones para ello.

—¿Qué razón puede haber para resolver que un mayordomo es menos hombre que un barón? Explícamelo por favor —exigió. —Simplemente porque debe serlo —bramó. —La primogenitura hereditaria de un hombre y su posicionamiento. —No digas nada más —dio un paso atrás. Tal vez el Conde no era tan irable, después de todo. No estaba segura de qué era lo que lo había convertido en un ganso tonto de un momento a otro. Ahora lo veía claramente. Era un hombre de mente estrecha y poco profundo y no el tipo de persona que una mujer querría como el padre de sus hijos. ¡Imaginaba las cosas terribles que les enseñaría! Había salido de la habitación sin decir nada más. Y no había hablado con él durante dos días. Por supuesto, él no había dicho una palabra tampoco. Hasta esa mañana en el desayuno, cuando había exigido su presencia en el salón de clases después del almuerzo. Gracias a Dios Olivia estaría con ella. Gracias a Dios se había dado cuenta de lo reprochable que era el Conde realmente antes de perder el corazón por él. Podía ligar todo lo que quisiera con ella, podía ligar todo lo que quería con él, y no afectaría ni un poco su autodominio. Desafortunadamente, esa tonta esperanza se desvaneció en el momento en que entró en el salón y puso sus ojos en el sujeto. O mejor dicho, en el momento en que sus ojos grises se clavaron en ella. Su corazón se sacudió como un cachorro excitado. Al mismo tiempo, sintió que su pecho se contraía como si estuviera siendo exprimido por la prensa que aplastaba la caña de azúcar en la plantación de su padre. Se sentía aturdida y desorientada, oscilante y débil. —¿Charlotte? ¿Estás bien? —preguntó Denbigh.

Su voz ronca envió un estremecimiento de conciencia deslizándose por su columna vertebral. —Por supuesto… —tuvo que aclararse la garganta antes de que pudiera decir: —Por supuesto que estoy bien. Olivia tomó su lugar en el sillón tapizado de pana cerca del fuego y tomó su labor de punto, mientras que Denbigh buscaba la mano de Charlotte y la llevaba al sofá con patas de garra. Por desgracia, cuando se sentó a su lado, la visión de lo que había estado haciendo con Lady Frockman en ese mismo sofá se plasmó en su mente. Y sintió como si estuviera haciéndoselo a ella. Cometió el error de mirarlo, y lo encontró mirándola fijamente. Enseguida bajó la mirada, una cosa muy difícil de lograr y se dio cuenta, demasiado tarde, que había revelado su angustia. —¿Qué pasa, Charlotte? —preguntó Denbigh en voz lo suficientemente suave para no ser escuchado por su hermana. —Nada. —En cualquier otra mujer, yo creería que te sientes tímida —dijo. —Pero no es así, Charlotte. Tú miras descaradamente a los hombres a los ojos. Así que te pregunto de nuevo. ¿Qué pasa? Le levantó la barbilla con el dedo índice. La última cosa que quería hacer era mirarlo, pero era la única manera de que pudiera demostrar que no estaba molesta. Levantó los párpados, lo miró a los ojos. Y se sintió caer. Quitó la mano de mala gana. Antes de hacerlo, su pulgar rozó la barbilla con lo que casi podría haber sido una caricia. —Charlotte... Ella esperó a que completara lo que fuera que quería decir. No usó palabras. Simplemente la miró a los ojos, le tomó la mano entre las suyas, y le acarició con el pulgar sobre los nudillos. Se llevó la mano a los labios, y le besó la muñeca, dejando un rastro de humedad que se enfrió en el aire.

De repente, dejó caer su mano. —Has dejado que vaya demasiado lejos — anunció. —¿Qué? —Es perfectamente apropiado mirar amorosamente a los ojos de un caballero —dijo Denbigh, —pero cuando comienza a besarte, aunque sea la mano, es que ha ido demasiado lejos. No puedes permitirlo. No antes de tener mi aprobación para continuar con el cortejo. ¿Entendido? —¿Qué? —ella seguía teniendo problemas para asimilar que la intensa mirada de Denbigh, su tacto suave, el beso, todo, había sido parte de una lección. No se había visto afectado en lo más mínimo por su presencia. No se había conmovido en absoluto por el o de su mano como le había sucedido a ella. Se levantó bruscamente. —Oh, entiendo, está bien —dijo. —Todo lo que te interesa es que encuentre a un hombre, con el patrimonio y la correcta primogenitura, y que lo engañe el tiempo suficiente para inducirlo al matrimonio. ¿Lo he entendido bien? Se levantó para mirarla. —No fue mi intención enfadarte Charlotte. Estás torciendo todo. —¿Quieres decir que no tengo que coquetear? Me pareció que de eso se trataba esta lección —ella batió las pestañas hacia él. —Para. Te ves ridícula. —No puedo ser lo que no soy —exclamó. —Me niego a representar un papel que no estoy dispuesta a interpretar más que por un tiempo determinado. ¿Qué supones que sucederá después de que me case con un hombre a quien engañé respecto a mi verdadera naturaleza? ¿Qué pasará cuando se despierte después de la luna de miel y se dé cuenta de con quién se casó? Denbigh tuvo la gracia de sonreír.

—¿No crees que sería mejor si elijo a un hombre que se adapte a mí, en lugar de tratar de cambiarme para adaptarme a un hombre? La mandíbula de Denbigh se apretó. —La elección de tu marido es mi prerrogativa. —¿Cómo puedes saber quién podría hacerme feliz? —La felicidad no es el propósito del matrimonio. Los matrimonios son alianzas donde la posición y las líneas de sangre se priorizan ante todo. —No es de extrañar que lady Alice te haya dejado en el altar —dejó escapar. —No la culpo por huir de un matrimonio sin amor. Las agujas de tejer de Olivia cayeron en su regazo. —¡Oh, Charlotte, por favor, no digas esas cosas! La sangre abandonó el rostro de Denbigh. Se puso rígido por un momento antes de que se volviera y abandonara la habitación. Charlotte se sentía desgraciada. Nunca había hecho daño deliberadamente a otro ser humano en su vida. Accidentalmente, sí. Por descuido, sí. Pero realmente había querido hacer sentir a Denbigh el mismo dolor que estaba sintiendo ante su rechazo. Había dicho lo que pensaba que podría herirlo más. Su infalible puntería había alcanzado un lugar muy vulnerable. Miró el rostro borroso de Olivia y se dio cuenta de que sus ojos también estaban llenos de lágrimas. Se acercó y se puso de rodillas delante de la hermana del Conde. —Lo siento, Livy. Olivia le apartó el pelo de la cara con dulzura mientras miraba por la ventana junto a la cabeza de Charlotte. —Nunca, nunca debes repetir esas cosas de nuevo. Nunca sabrás cuánto sufrió León cuando Lady Alice lo abandonó. Era un matrimonio por amor. Al menos de su parte. Algo pasó... Fue horrible. —¿Qué pasó? —preguntó Charlotte.

Olivia sacudió la cabeza. —Por favor no preguntes. Una vez me lo contó. Cuando estaba embriagado. Fue horrible. —Lo siento —dijo Charlotte nuevo. —Te prometo que no volveré a mencionarlo. Pero estaba más convencida que nunca de que la elección de su marido no debería dejarse en manos del Conde de Denbigh. Él no tenía los mismos valores que ella, ni abrazaba los mismos ideales. Tendría que elegir un marido por su propia cuenta. O quedarse sola. Esa idea también tenía un mérito considerable. El único problema era que no aguantaría cuatro años como pupila del Conde.

CAPÍTULO 4 —¿Me permite el honor de este baile? No había nada comedido en la mirada de lady Charlotte mientras examinaba al rubio Adonis de pie ante ella. Era mayor que los petimetres jóvenes de la alta sociedad que se habían pavoneado alrededor de ella desde que había entrado a Almack. Tenía penetrantes ojos azules y pómulos marcados. Era ancho de hombros y delgado de caderas, un irable espécimen masculino. Antes que Charlotte pudiera aceptar la oferta del caballero, Denbigh respondió por ella. —El carnet de baile de la dama ya está lleno, Excelencia —dijo su tutor en tono cortante. Los ojos de Charlotte se entrecerraron. Un duque le había pedido un baile, y ¡Denbigh lo había rechazado! Y a menos que algún duende travieso hubiera completado su tarea, su carnet de baile con toda seguridad estaba incompleto. Denbigh había sido exigente con los jóvenes a los que les permitía hacerle corte. ¿Pero qué había de malo en ese hombre? El Duque se veía bien, aunque era unos diez años mayor que Denbigh, tal vez con la edad suficiente para ser su padre, le calculaba al menos unos treinta y siete años. Ella leyó detenidamente su tarjeta de baile y alzó la vista hacia el Duque con un brillo particular en sus ojos. —Parece que aún me queda… Eso fue todo lo que pudo decir antes que la mano de Denbigh la sujetara firmemente por la muñeca. La apartó de su asiento y, cuando ella lo miró con rebeldía, colocó su mano sobre su brazo con un tácito desafío a que se atreviera a quitarla. Charlotte era rebelde; no estúpida, así que dejó la mano donde su tutor la había puesto.

—Disculpe, Su Gracia —dijo Denbigh. —Esta danza es mía y el vals está a punto de comenzar —se dio la vuelta y comenzó a guiar a Charlotte hacia la pista de baile. —Pero excelencia, a lady Olivia, la hermana del Conde, le encantaría bailar con usted —dijo Charlotte por encima del hombro. Charlotte sintió que el brazo de Denbigh se ponía rígido bajo sus dedos cuando se detuvo bruscamente. Le dirigió una mirada helada que podría haberla enfriado durante una semana. Charlotte arrugó la nariz ante él y le oyó gruñir cuando volvió su atención hacia el Duque. Bueno, era su culpa por dejar a su hermana sentada allí sola como un florero, cuando debería estar disfrutando, pensó Charlotte. Olivia estaba sentada rígidamente en la silla junto a la que Charlotte había dejado vacante, sus ojos color avellana modestamente bajos en una forma que Charlotte nunca antes había percibido. Charlotte observó los ojos del Duque y vio que estaban centrados en su amiga. Sabía que el Duque estaba viendo a una mujer más bien tímida, con una cara ovalada rodeada de rizos castaños cubiertos por una gorra de soltera bordeada de encaje. Bajo su escrutinio, la cara de Olivia se puso roja y luego, cuando los talones del Duque se juntaron y se inclinó sobre su mano, se desvaneció en un blanco fantasmal. —¿Mi Lady? —dijo el Duque con voz ronca. —¿Me harías el honor? —Te has pasado de la raya Charlie —murmuró el Conde. Aunque sus rasgos se mantuvieron tan rígidos como una de las estatuas que había visto en el parque, Charlotte estaba segura de que Denbigh estaba furioso. Hasta ese momento, nunca la había llamado por su apodo americano.

Charlotte vio como el rubio Adonis extendía una mano enguantada a la hermana del Conde y la mantenía allí, esperando que depositara la suya. —Soy Braddock —dijo. Olivia se quedó sin aliento. Braddock era un infame libertino. Charlotte habría jadeado también, si no hubiera tenido miedo de que una respiración demasiado profunda hubiera sacado completamente sus pechos del corpiño de su vestido. Sus casi desnudos, aunque encantadoramente expuestos senos era otro de sus planes para molestar a Denbigh que había salido mal. Ella había dado instrucciones a la modista para que bajara el corpiño a un nivel que estaba segura dejaría a Denbigh dando aullidos de indignación y confiando en que su tutor se vería obligado a dejarla encerrada durante esa noche. No tenía ningún deseo de ser exhibida en el mercado matrimonial como una potra en venta. Denbigh había mirado con asombro su escote y luego había rugido una orden: —¡Charlotte sube de inmediato las escaleras y…! Fue entonces cuando había cometido el error de sonreír en señal de triunfo. Denbigh reconoció la trampa que había maquinado y chasqueando su mandíbula, había tragado saliva, y con voz fría y calma había dicho: —Busca una bufanda. La noche está fría. A pesar de las oscuras miradas de Denbigh, se había negado a ponerse el chal una vez que llegaron a Almack. Pero temía que su ardid se había vuelto en su contra. Era como colgar un gusano delante de una trucha. Los caballeros simplemente no podían resistirse. Ahora parecía que había atraído a un pez muy grande, muy peligroso. Braddock, como se conocía a Reeve Somers, el Duque de Braddock. Denbigh había matado al hermano menor de Braddock, Lord James, en un duelo apenas un año antes. Como resultado, los dos hombres se habían convertido en enemigos mortales. No era suficientemente malo que hubiera desalentado al

peligroso duque, sino que también había empujado delante de sus afilados dientes a la inocente hermana de Denbigh. Por Dios, pensó. ¿Qué he hecho? Pensándolo bien, la enemistad entre los dos hombres no era una razón válida, tal como Charlotte podía verlo, para negarle a Olivia la oportunidad de bailar con un hombre guapo. Y el Duque era guapo, un fuerte contraste entre su cabello rubio y sus ojos azules y, el pelo negro y los ojos plateados de Denbigh. Charlotte encontró la mirada de pánico de Olivia y le rogó con los ojos que aceptara la oferta del Duque. Tenía una oportunidad en la vida. No debería dejar que la desaprobación de su hermano la relegara al ostracismo. Luego, para sorpresa de todos, lady Olivia Morgan se puso de pie, dijo: —Me encantaría bailar con usted, Excelencia. —Pero… —balbuceó Denbigh. Las uñas de Charlotte se clavaron a través de tres capas de tela: el terciopelo de sus guantes, la cómoda manga de la chaqueta del Conde y el fino lino de su camisa. Su corazón se hundió al ver el ceño fruncido de Braddock cuando los dos primeros pasos de Livy revelaron su cojera, casi deteniendo la marcha. El Duque se acercó un paso, ofreciendo su brazo, en lugar de limitarse a darle la mano para apoyar a Livy. —Está lastimada —dijo. —Con mucho gusto podría acompañarte a las sillas de la terraza. Antes de que Charlotte pudiera decirle al hombre que Livy anhelaba bailar, ella la sorprendió afirmando: —Es una lesión de hace mucho tiempo, Excelencia, y está curada. Yo prefiero bailar, si lo desea —dijo con voz temblorosa. —Muy bien entonces. ¿Vamos? —el brazo del Duque se deslizó alrededor de la cintura delgada de Olivia, y la hermana del Conde se fue dando vueltas a la pista, dejando a Charlotte y al Conde mirándolos anonadados. Charlotte observó el tiempo suficiente para ver que el Duque estaba soportando la mayor parte del peso de Livy con el brazo que tenía alrededor de su cintura, poniéndolos a una distancia casi indecente.

Olivia sonreía. Charlotte sonreía. Denbigh resoplaba. Antes de que Charlotte pudiera decir otra palabra, Denbigh pasó su brazo alrededor de su cintura. —Pensé que necesitaba tener el permiso de una de las matronas para bailar un vals —protestó ella. —Mientras estabas ocupada con ese idiota de Lord Fairchild, lady Jersey me dio permiso —dijo Denbigh con los dientes apretados. Luego comenzaron a girar alrededor del salón de baile a una velocidad vertiginosa. Era como si flotaran, como vivir el cielo en la tierra, en tanto pudiera ignorar el ceño fruncido en la cara de Denbigh. Y podría haber sido un elefante de la India en sus brazos, por toda la atención que le prestaba. Su mirada estaba fija en Braddock y su hermana. Lo que no era del todo malo, ya que le daba la oportunidad de mirarlo a la cara de cerca sin ser observada. Era un rostro apuesto, supuso, que podría mejorar notablemente si lo viera sonreír más a menudo. Y le gustaban sus ojos cuando reía. Se volvían más suaves que el color tormentoso que tomaban cuando estaba enojado. Dio un paso deliberadamente en falso para llamar su atención. Quitó los ojos de su hermana y Braddock apenas el tiempo suficiente para decir: —Recuerda contar los pasos, Charlotte —y luego giró la cabeza para seguir a la otra pareja mientras giraban por delante de él. —El baile es tan bonito como pensaba —dijo Charlotte. —Te doy las gracias por las lecciones.

—Me alegro que estés disfrutando. Ahora concéntrate —la atrajo hacia sí para evitar una colisión con Lord Bottomly y una heredera risueña. Charlotte de pronto fue consciente de sus pechos aplastados contra el pecho de Denbigh y la sensación de sus musculosos muslos presionando a través del vestido. Por primera vez en toda la noche, su pecho definitivamente no corría peligro de escapar de su corpiño, sin embargo, se sentía más expuesta que nunca. Sus sentimientos, el anhelo que sentía por la aprobación de Denbigh, pero aún más por sus caricias, estaban desnudos en su cara. Ella lo miró, preguntándose si habría adivinado las emociones que le despertaba. Para su disgusto, Denbigh no parecía en absoluto afectado por su cercanía. Se limitó a prodigarle otro regaño. —No puedo imaginarme en que pensabas Charlotte. Una dama no ofrece a su acompañante como pareja de baile a un caballero inadecuado. —¿Por qué no? —preguntó Charlotte. —Sobre todo cuando su acompañante es demasiado joven para desempeñar ese papel y... —Charlotte se interrumpió. No podía contarle a Denbigh el sueño secreto de Livy de bailar con un hombre joven y guapo. Eso era algo que Livy le había dicho en confianza. —Livy no se muestra muy disgustada por verse obligada a bailar con el Duque. —Creo que soy el mejor juez para decir lo que es o no apropiado para mi hermana —dijo Denbigh. —No estoy de acuerdo —dijo Charlotte. —Pronto lo estarás —murmuró Denbigh. Sus ojos fijos en la otra pareja. Perturbada por haber sido ignorada, Charlotte preguntó: —¿Qué es lo que piensas que puede hacer con ella en el medio de la pista de baile? Los ojos grises de Denbigh se volvieron hacia ella. —No lo sé. Pero tampoco voy a arriesgarme. El hombre ha jurado arruinarme.

—Ciertamente no utilizaría a Livy —protestó Charlotte. —Y desde luego, no aquí en Almack. ¡No se atrevería! —No hay forma de saber a qué se atrevería un hombre enojado, desesperado. —¿Es por eso que no querías que Braddock bailara conmigo? ¿Porque tenías miedo de que pudiera hacerme daño? —Braddock es un soltero empedernido. Ninguna mujer va a llevarlo al altar y como mi objetivo es conseguir que te cases, no tenía sentido dejar que bailaras con él. La barbilla de Charlotte se elevó tercamente. —Pensé que habíamos dejado en claro que seré yo la que elija al que va a convertirse en mi marido. Me gustaría conocer a Braddock. —No lo hagas. —¿No qué? —No trates de agotar mi paciencia diciendo cosas provocadoras —dijo Denbigh. —No permitiré que te cases con Braddock, y eso es definitivo. —No podrás impedirlo una vez que cumpla la mayoría de edad —replicó Charlotte. Los labios del Conde se curvaron con diversión. —¿Estás dispuesta a seguir siendo mi pupila y obedecer mis dictados por cuatro años más, Charlotte? Charlotte temblaba de furia. Denbigh había aprovechado para recordarle que sólo tenía diecisiete años. Contuvo las lágrimas de frustración que brotaban de sus ojos. Era presa de los caprichos del Conde hasta que cumpliera veintiún años o hasta que se casara. Charlotte se había dado cuenta de que su única esperanza era el matrimonio. Había decidido a casarse con un hombre que le otorgara la libertad de ser ella misma, la libertad con la que había crecido, una libertad que era tan estadounidense como ella. Escarmentaría a Denbigh si se casaba con su enemigo.

Pero según las palabras de Denbigh, Braddock realmente no había estado interesado en cortejarla, sino en hacerle daño. —¿Estás diciendo que el Duque sólo me invitó a bailar para molestarte? —Creo que te invitó a bailar porque eres hermosa. Y también porque quería molestarme. Es de público conocimiento que eres mi pupila. Sus intenciones no pueden ser honorables. —¿Por qué no? ¿El Duque no es un hombre honorable? —Su hermano no lo era. —¿Qué pudo haber hecho Lord James que fuera tan terrible? —preguntó Charlotte. Olivia se había negado a discutir el asunto con ella. Denbigh no respondió. Charlotte abrió la boca para seguir el tema, pero la cerró de nuevo cuando vio que los ojos de Denbigh estaban llenos de angustia. Había ocurrido algo terrible, eso era seguro. Algún día sabría toda la historia. Era evidente que ese no era el momento ni el lugar. Buscó algún tema neutral para conversar. Por supuesto, con Denbigh, era poco lo que podía hablar sin discutir. Entonces recordó que le había dicho que el duque había querido bailar con ella porque era hermosa. —¿Crees que soy hermosa? Denbigh pareció sorprendido por la pregunta, y luego incómodo. —¿Por qué lo preguntas? —Dijiste que el Duque quería bailar conmigo porque soy hermosa. ¿Crees Que soy hermosa? Charlotte estaba mirando directamente a los ojos de Denbigh y vio un destello de alguna emoción, que se apagó rápidamente. Siguió mirándolo hasta que sintió un calor desconcertante en sus mejillas pero se negó a mirar hacia otro lado,

centrándose en sus hermosos ojos grises, sus cejas negras, su nariz aguileña, su mandíbula cuadrada y su boca recia que casi nunca sonreía. Lamió sus labios y sintió un extraño escalofrío de emoción recorriéndola. Se preguntó si lo habría sentido, también. Levantó la mirada para encontrarse con la suya y Charlotte de repente se sintió amenazada, pero no había escapatoria de su abrazo. —Mi Lord... —no terminó la frase porque no podía recordar lo que había querido decir. —Tus ojos son inmensos —dijo el Conde con voz ronca, —y tan verdes como los de un gato. Tu pelo es una cascada dorada que te hace lucir como un querubín travieso. Tus pestañas, por el contrario, son negras como el carbón. Y tienes pecas que estropean esas mejillas de alabastro. —Se negó a dejar que me las cubriera con polvo, mi Lord —le recordó con una voz que temblaba de dolor al oírlo enumerar todos sus defectos. —Y tu boca... —Denbigh hizo un chasquido con la lengua y sacudió la cabeza como si estuviera consternado. —Tienes la boca de una cortesana. Roja, voluptuosa y húmeda. Es fácil imaginar que fue lo que le gustó a Braddock. Pero Braddock es un libertino. Charlotte levantó la barbilla. —¿Ha terminado, mi Lord? —No, no he terminado. Tu barbilla te define, lady Charlotte. Desafiante, obstinada y honesta hasta la exageración. —¿Ahora sí has terminado? —Sólo una cosa más. —¿Cuál? En lugar de responder, Denbigh la llevó hacia el borde de la pista, hacia una antesala con cortinas que los ocultaba de la multitud. Una vez dentro, dejó de

bailar. Cuando trató de dar un paso atrás, reafirmó su brazo alrededor de su cintura, sosteniéndola en su lugar. —Haces que un hombre quiera mantenerte a salvo de los males del mundo, besarte, acariciarte y abrazarte. Charlotte se recuperó del pánico momentáneo. No tenía idea de por qué Denbigh estaba diciéndole semejantes cosas. Después de todo, podía oír a los bailarines al otro lado de la cortina. No había nada que el Conde pudiera hacer en ese lugar que fuera peor que los insultos que le había proferido en la pista de baile. Al menos fue lo que pensó, hasta que bajó la cabeza y sus labios se tocaron. Olivia no podía creer que estuviera bailando el vals en Almack. Había soñado durante años con esa noche. Desde el accidente había estado segura de que su sueño nunca se haría realidad. Ahora, gracias a Charlotte, se había realizado. La realidad es que era aún más maravilloso de lo que había imaginado. Podía sentir los músculos del hombro de Braddock bajo sus dedos, la fuerza de su brazo alrededor de su cintura, el calor de su cuerpo, el aroma a jabón y sudor masculino, que no eran nada desagradables. Y podía sentir su mirada clavada en ella. Es decir, cuando no estaba mirando a su hermano. —¿Crees que tu hermano me retará por el insulto? —preguntó bruscamente Braddock. Ella lo miró con sorpresa. —¿Qué insulto, Excelencia? —Atreverme a bailar con su hermana —dijo Braddock. Era evidente que él habría deseado un duelo. —Es un honor para mí, Su Gracia. —El honor es mío —respondió con gravedad.

Sabía que estaba respondiendo con lo que exigía la cortesía. Aunque sólo fuera por eso. —Es amable de su parte decir eso, Excelencia. —La bondad no tiene nada que ver con mis sentimientos hacia usted o su familia —dijo Braddock con dureza. Olivia titubeó y perdió un paso ante la virulencia de su voz, y el brazo de Braddock se apretó alrededor de ella. —Siento ser tan torpe, Excelencia. —La culpa fue mía. Olivia sacudió la cabeza. —No. No debería haber aceptado su invitación, sobre todo porque fue bajo coacción. A veces lady Charlotte hace cosas extravagantes — Esa era una subestimación. —Instigarlo a bailar conmigo fue una. Por primera vez, vio que sus rasgos se relajaban por la diversión. —Nadie me obliga a hacer nada, querida. —No podría haber querido bailar conmigo —alcanzó a decir, mirándolo desde debajo de las pestañas. —¿Por qué no? —Porque... —porque era una solterona de veinticinco años, con el pelo castaño claro, los ojos de un anodino color avellana y una cojera dolorosamente incómoda. —¿Qué pensará la gente? —¿Está preocupada por mi reputación de libertino? —Apenas. Quiero decir, ¿quién pensaría... seguramente nadie creería...? — ella se sonrojó, incapaz de ponerse en el papel de querida para él. Braddock sonrió, y ella se sorprendió al ver que las arrugas desaparecían. Parecía más joven, casi sin preocupaciones. —Le aseguro, mi Lady, que dada la cercanía de nuestros cuerpos, ya estamos haciendo mover las lenguas. Y debo decir que no estoy sufriendo en absoluto por la experiencia. Debajo de ese vestido

terriblemente austero que estás usando, creo que se esconde una mujer muy deseable. Olivia habría dejado de bailar si el Duque no hubiera elegido ese momento para dar vueltas y se vio obligada a sujetarse de su hombro o salir volando en el aire. Sus mejillas ardían de humillación. Ningún caballero hablaba en esos términos ante una dama. Estaba intentando insultarla, y provocar así a su hermano en un duelo para matarlo. Se negó a permitir que eso ocurriera. Deseó ser como Charlotte. Charlotte habría enfrentado al Duque para abofetearlo. Ella ni siquiera tenía el coraje de enfrentar los ojos del hombre. Pero podía dejar claro con palabras que el Duque no podía utilizarla para destruir a su hermano. —Puede insultarme todo lo que desea, Su Gracia. No voy a repetir nada de lo que me diga a mi hermano. No voy a permitir que lo rete a duelo por mí. —No esperaría que tu hermano me retara a duelo porque dije que tu vestido es austero —dijo Braddock con una mueca cínica en su boca. —Usted me ha malinterpretado deliberadamente. No fue eso lo que quise decir. Me refería a... lo otro que dijo. —No es ningún insulto decirle a una dama que es muy deseable —dijo Braddock en voz baja. —Es impropio hablar de esas cosas —Olivia sintió el calor de la vergüenza en sus mejillas. —Entonces no voy a decírtelo de nuevo. Al menos no esta noche. ¿Puedo visitarla mañana? Olivia sintió un destello de alegría seguida inmediatamente por la sospecha. — ¿Con qué propósito? —Para dar un paseo por el parque, por supuesto.

Olivia deseó saber lo que el Duque estaba pensando. ¿Realmente estaría interesado en ella? Parecía demasiado increíble. Lo más probable es que quisiera causar problemas a su hermano. Sin embargo, no quería rechazar su oferta, por improbable que pareciera el hecho de que estuviera sinceramente interesado en ella. Tal vez, si tuviera la oportunidad de conversar con el Duque, podría de alguna manera lograr restablecer la paz entre Braddock y su hermano. Para juzgar las intenciones del Duque, tenía que mirarlo a los ojos. Pero eso significaba levantar la barbilla y simplemente no podía hacerlo. —No creo que… —Yo lo tengo ahora —murmuró Braddock. —¿Qué? En lugar de responderle, el Duque la hizo girar hacia el borde de la pista de baile. Antes de darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer, se detuvo cerca de una de las salitas anexas e hizo la cortina a un lado.

Lionel Morgan, se había convertido en Conde de Denbigh, Vizconde Leighton, y varios otros títulos menores, cuando tenía dieciocho años, y su padre había tratado de saltar una valla con un rocín. Su madre había muerto años antes, al dar a luz a un niño muerto. Había hecho un trabajo encomiable en los últimos once años, ocupándose de la vida de su hermana y de un gran número de propiedades, con sirvientes e inquilinos. O eso es lo que había pensado, hasta que lady Charlotte Edgerton había llegado a su mundo para decirle que estaba haciendo todo mal. La mocosa lo estaba volviendo loco. Habían estado involucrados en una guerra de voluntades desde el momento en que se conocieron. Se había negado a ser manipulado, engatusado, o coaccionado para cumplir con las demandas de la niña de ser devuelta a los Estados Unidos. Había dejado claro que la única forma en que volvería a ser libre sería si cumplía con la voluntad de su padre. La pícara jovencita se había comprometido a comprar su libertad mediante el matrimonio, y él había

estado haciendo todo lo posible para ayudarla desde entonces. Recuperaría la alegría y la tranquilidad cuando estuviera finalmente fuera de su vida. Así que ¿por qué estaba allí detrás de una cortina, a unos pasos de la pista de baile en Almack, besándola? ¡Y disfrutando para colmo de males! Sus labios eran suaves y flexibles. Nada que ver con la Charlotte que conocía. Debido a que su respuesta fue tan inesperada, le tomó un momento comprender que su actitud estaba completamente fuera de lugar. La luz brillante de las velas del salón de baile se reflejaron en sus párpados cerrados antes de darse cuenta de lo que había sucedido. El jadeo colectivo que escuchó le informó antes de abrir los ojos que su indiscreción había sido descubierta. No fue hasta que se dio la vuelta para ver quién los había expuesto que se dio cuenta que había sido atrapado. —¡Braddock! —Bueno, bueno, Denbigh. Veo que está disfrutando demasiado de la compañía de su pupila. Los labios de León se apretaron. Al Duque le hubiera encantado que le diera un golpe de guante en la cara, pero se negó a montar una escena. Vio la mirada de asombro en los ojos de Olivia y se sintió mal del estómago. ¿Qué había hecho? Se suponía que debía ser el responsable. Maldita sea. La música se detuvo, y todos se quedaron mirando el espectáculo que se desarrollaba frente a ellos. Denbigh podía ver a las matronas de Almack. Pronto se encontraría acompañado por una o varias de ellas, exigiendo una explicación para su comportamiento. No había nada que hacer. El Conde de Denbigh había puesto en peligro la reputación, de una mujer joven. Sólo había una manera de repararlo. Un vistazo al rubor de Charlotte, reveló que no tenía idea de cuán grande era la calamidad que había sucedido.

Denbigh esperó a que lady Jersey llegara a su lado antes de tomar la mano de Charlotte en la suya, forzar una sonrisa, y decir: —He propuesto casamiento a Lady Charlotte, y ella me ha aceptado. Espero que sea la primera en felicitarme por mi buena suerte. Apretó con fuerza la mano de Charlotte cuando intentó arrebatársela. Miró a Olivia que le ofreció una sonrisa de apoyo, y se dio cuenta de que su hermana no estaba en lo más mínimo molesta por la perspectiva de tener a Charlotte como cuñada. Charlotte se había vuelto de un color blanco tiza. Podía sentir su estremecimiento, como si estuviera a punto de estallar en cualquier momento. Tenía que sacarla de allí cuanto antes. Denbigh vio la mirada de aprobación en los ojos de lady Jersey antes de que pronunciara: —Deberías haberlo dicho, Denbigh. Hubiéramos traído unas copas de champán. —La limonada servirá para brindar por nuestra boda —le aseguró Denbigh, ya que la limonada era la bebida más fuerte que se servía en Almack. —Si me permite un momento de intimidad con mi prometida… —Sólo un momento —dijo lady Jersey, dejando claro que había límites para la tolerancia. La matrona montó guardia cuando cayó la cortina para darles privacidad. Denbigh se volvió hacia su protegida ya que esperaba que Charlotte expresara su opinión acerca de la situación y sin embargo se vio abrazado por su silencio. Las lágrimas desbordaban de sus ojos, y se apretaba el labio inferior entre los dientes con tanta fuerza que hizo una mueca. Con un nudo en la garganta, tragó dolorosamente y dijo: —Bueno, Charlotte, ¿hay algo que te gustaría decirme?

—Eres un idiota y un tonto y no me casaría contigo así fueras el último hombre sobre la tierra. —Ya veo —dijo Denbigh con una sonrisa escalofriante curvando sus labios. Esa se parecía más a la Charlotte que conocía. Extendió el brazo. —Vamos a unirnos a los demás para brindar por nuestra boda. Su mirada preocupada bloqueó la suya. —Yo... no puedo casarme contigo, mi Lord —dijo. —Yo... yo no te quiero. —Realmente lo siento, Charlotte. No hay nada que podamos hacer ahora. Tenemos que casarnos. Sé que es por mi culpa y la de Braddock —añadió con amargura. —Pero estoy dispuesto a pagar el precio necesario para preservar tu buen nombre. —Podrías dejar que vuelva a América. —No, Charlotte. No puedo. Tu padre me hizo responsable de tu bienestar. Estoy haciendo lo único que puedo hacer bajo estas circunstancias. —Tú no me amas, León—susurró. —Ni siquiera te gusto. Por favor, no nos hagas esto. Nunca lo había llamado por su nombre antes. Sonaba como una caricia proveniente de sus labios. Le dolía el pecho. Abrió la boca para decir que iba a encontrar alguna forma honorable de liberarla, pero en ese momento la cortina fue empujada bruscamente a un lado. —Únanse a nosotros —dijo lady Jersey. —Queremos desearles felicidades. Denbigh esperó a ver qué hacía Charlotte. Su barbilla se irguió, y sus ojos se encendieron con una luz repentina. Puso su mano sobre su brazo y, cuando salieron de la habitación dijo a lady Jersey, —¿Le contó Denbigh que hemos decidido tener un largo compromiso? —No, lady Charlotte, no lo hizo.

—Oh sí. Cuatro años, para ser exactos. Denbigh le dirigió una mirada aturdida. ¡Maldita mocosa! No tenía intención alguna de casarse con él. Su objetivo era esperar hasta cumplir veintiún años para hacer uso de su herencia y escapar de su lado. ¡Dios lo ayudara! Charlotte le lanzó una sonrisa triunfante y susurró: —¿Quién es el cautivo ahora, mi Lord?

CAPÍTULO 5 Cuando León despertó, borracho por aceptar demasiados brindis en honor a su inminente boda, no tenía idea de dónde estaba. Uno por uno, fue descartando los lugares que no reconocía. Definitivamente no era su habitación en el castillo Denbigh, ni sus apartamentos de soltero cerca de Whitehall, ni el dormitorio de Lady Frockman, ni siquiera la casa de Londres de su abuelo en Grosvenor Square, donde había establecido a su hermana y su protegida. La habitación estaba ricamente decorada, pero no tenía los volantes que indicarían que pertenecía a una mujer. Sin embargo, se tensó cuando oyó un golpe en la puerta, preguntando si estaba a punto de encontrarse cara a cara con algún marido iracundo. Cuando se miró, se dio cuenta de que era poco probable. Todavía estaba completamente vestido, a excepción de la corbata y los zapatos con hebillas de plata que había usado en Almack. Vaciló y luego dijo: —Adelante. La puerta se abrió para revelar a... Percival Porter. León hizo una mueca ante el chaleco amarillo brillante que su amigo llevaba abrochado alrededor de su sustancial circunferencia. Percy tenía un sentido execrable de la moda, y deploraba el ejercicio físico que fuera más allá de levantar el tenedor en la mesa de la cena. No había sido uno de los mejores promedios de su clase, ya fuera en Ethon u Oxford. Pero no tenía vicios. Y un hombre no podía aspirar a tener un amigo más fiel que él.

—Buenos días, viejo —dijo Percy dijo mientras entraba en la habitación. —O tal vez debería decir buenas tardes, ya que es casi mediodía. En un tiempo la presencia de su amigo habría sido una fuente de alivio. Pero desde la muerte de Alice, Denbigh se había obligado a apartar a Percy de su vida, incluso a negarse a recibir a su amigo porque era demasiado difícil, demasiado doloroso hablar de lo que había hecho Alice. Por lo tanto su muerte se había convertido en una doble tragedia. Había perdido a la mujer que amaba y a su mejor amigo a la vez. El año de luto por Alice había terminado. Se dio cuenta que Percy ya no llevaba un brazalete negro en la manga. El tiempo se había detenido al filo de su propio dolor, pero no de su ira. Nunca perdonaría lo que Alice había hecho. Vio la cautela en los ojos de Percy. Su amigo al igual que él, no parecía seguro de cómo proceder. —Buenas tardes —dijo León finalmente. Su saludo no fue más que un graznido, debido a su garganta reseca. —Mi ayuda de cámara dejó una botella de clarete junto a la cama —dijo Percy, señalando un decantador de cristal. —Me gustaría beber un poco, gracias —dijo Denbigh, vertiendo una pequeña cantidad de clarete en un vaso. Se aclaró un poco la boca, aunque no la cabeza. — ¿Cómo llegué aquí? —preguntó. —Te encontré en White’s en la madrugada de hoy —dijo Percy. —Estabas un poco achispado por celebrar demasiado tu compromiso con lady Charlotte Edgerton. León no había querido celebrar nada, pero no había tenido otra opción cuando un conocido que había estado en Almack había entrado en White’s y lo había felicitado por su compromiso. Un brindis había llevado a otro.

León se encontró con la mirada de Percy, y se miraron el uno al otro con expresión sombría. Tendría que haber estado celebrando el nacimiento de su primer hijo, no el compromiso con otra mujer. No tenía ningún recuerdo para compartir con Percy, pero estaba contento de que su amigo le hubiera llevado hasta allí. Se estremeció al pensar que podría haber terminado de otra manera. —Vi la nota que Alice escribió en la posada, León —dijo Percy en voz baja. — Su criada la sacó del fuego. Estoy muy triste por como resultaron las cosas. Hubiera deseado… No terminó la idea. No era necesario. Habían sido amigos durante mucho tiempo antes de que León se diera cuenta que estaba enamorado de Alice. El vínculo existía entre ellos desde los días en que siendo niños habían crecido en haciendas vecinas en Sussex. Incluso antes de que León supiera que Percy se convertiría en su cuñado, habían sido más cercanos que dos hermanos. León de repente se dio cuenta de que nada había cambiado entre ellos. Todas las cosas que no se había permitido decir hacía un año, no necesitaba decirlas ahora. Percy había sido, era y siempre sería su amigo. Con un nudo en la garganta por la emoción intentó sonreír, pero fracasó. —Ha sido un año difícil —itió. Percy se aclaró la garganta. —Te he extrañado horriblemente, León. ¿Puedo estar entre los primeros en felicitarle por tu próximo matrimonio con lady Charlotte? León se llevó una mano temblorosa a la frente. Estaba inmensamente contento de tener un amigo con quien compartir la verdad. —Maldita sea, Percy. He provocado un tremendo lío con este asunto. Percy cruzó y se acomodó en un sillón al lado de la cama. —Soy todo oídos, León. Denbigh le dijo todo lo que había pasado desde que había ido al Castillo de Denbigh para castigar a lady Charlotte y terminó comprometido con ella. — Braddock debe haber estado observando y esperando su oportunidad —dijo. —El hombre ha sido la pesadilla de mi existencia desde el año pasado. Donde quiera

que vaya, él está allí. Se robó a la cantante de ópera que me gustaba ante mi nariz antes de que pudiera reclamarla como amante. Compró todo el espacio de carga en los barcos mercantes que se dirigían a América en época de cosecha, y no me dejó ninguna posibilidad para transportar el trigo de mis granjas. Tuve que aceptar un precio desastroso para venderlo aquí en Inglaterra. No puedo demostrar que es el responsable, pero alguien manipuló a mi mejor par de tordillos antes de una carrera en la que aposté una gran cantidad de dinero. Perdí una fortuna. Braddock parece decidido a hacer mi vida tan miserable como le es posible. Deseo que me enfrente y poder satisfacer su demanda. Eso sería mejor que no saber a dónde golpeará la próxima vez. —¿Has tratado de hablar con él? —preguntó Percy. —Le he dejado mi tarjeta más de una vez pero se niega a verme —respondió León. —Atraparme en una situación comprometedora con lady Charlotte fue su último esfuerzo en lo que puedo adivinar es un plan de venganza complicado por la muerte de su hermano. Me siento un tonto por quedar atrapado besándome detrás de una cortina, Percy. Te lo aseguro. —Estás moralmente obligado a seguir adelante con la boda —aconsejó Percy, —sin importar cómo hayan sido manipulados. —¡Oh, no, Percy, estoy más que seguro que no debo casarme con ella! —¿Y la reputación de la chica? —Todo lo que tengo que hacer es encontrar a alguien lo suficientemente desesperado como para que me la saque de las manos —dijo León. —¿Tienes alguna sugerencia? —Conozco a muchos desesperados —dijo Percy con una sonrisa divertida. — Pero dudo que alguno de ellos esté en busca de una mujer. —Ella es una heredera, Percy. Y no es fea. Tiene algunos pequeños fallos que necesitan ser reajustados por quién se case con ella. Pero el hombre adecuado podrá encargarse de ello. Voy a tener que estar atento en los próximos bailes y

fiestas para ver quién está disponible. Seguramente alguien va a querer casarse con ella. —¿No tienes ningún sentimiento por la niña? —preguntó Percy. Denbigh abrió la boca para decir —absolutamente no —y la cerró de nuevo. El problema era que sentía una docena de cosas cuando pensaba en Charlotte Edgerton, todas ellas contradictorias. —No estoy enamorado —dijo al fin. Nunca podría confiar en otra mujer lo suficiente como para poner mi corazón en sus manos. —Pero no puedo negar que hay cosas en ella que iro —sonrió irónicamente. —Pero la lista de sus cualidades irables es superada por una que duplica los defectos que me dan ganas de retorcerle el cuello. —Ah, ¿entonces es hermosa? —No en el sentido convencional —respondió León con el rostro de Charlotte en la mente. —Su tez no es tan perfecta como podría serlo, porque se niega a usar un sombrero para protegerse del sol. Sé que las pecas se consideran un defecto, Percy, pero a mí más bien me gustan en ella. —Sonríe más que lo habitual en una dama, pero sus dientes son rectos y blancos. Sus ojos son de un color verde llamativo, y créeme que los notarás de inmediato, porque nunca los baja. Su barbilla está continuamente erguida, como si pudiera luchar contra el mundo. —Y nuestro mundo la decepciona mucho, Percy. La joven ha traído un buen número de ideas revolucionarias de América. Mis sirvientes saltan a cumplir sus órdenes porque les gusta, no porque es lo que se espera de ellos. Charlotte cree que todos los hombres deben ser tratados por igual, sin importar su clase social. —¡Asombroso! —exclamó Percy. —¡Realmente tiene un punto de vista radical! La chica suena como un verdadero dolor de cabeza.

—La he descubierto muchas veces con la nariz metida en un libro —dijo León. —Pero eso no es todo. Ahora tenemos escuelas para los hijos de la servidumbre en mis tierras, Percy. Y ha hecho reparar los techos de las viviendas de los arrendatarios. Después de todo, como Charlotte me señaló, sufren tanto por la lluvia y el frío como nosotros. —Santo cielo —exclamó Percy. La sonrisa de León se amplió. —Incluso ha conseguido que Olivia vuelva a montar. —Creía que su lesión se lo impedía. León negó con la cabeza. —Al parecer, el temor era lo que le impedía montar. Te aseguro que Charlotte es una maravilla por muchas razones. Luego están esos momentos en que hace algo tan escandaloso que no puedo creer en mis propios ojos y oídos. —¿Cómo qué? —preguntó Percy con curiosidad. —Como sugerir que Braddock baile con Olivia cuando me negué a permitirle bailar con Charlotte. —¿Qué? ¿Olivia también bailó? —El vals, nada menos, con el Duque de Braddock. —Casi no puedo creerlo. ¡Qué maravilloso para ella! —¿No estás escuchando? Fue Braddock quien se llevó a mi hermana en sus brazos. El Duque tiene algún engaño en su mente, puedes apostarlo. Me preocupa que encuentre la manera de hacer daño a Olivia. —¿Tienes alguna razón para creer que volverá a ver a tu hermana? — preguntó Percy. —Le advertí que no lo intentara.

—Tal vez él tiene buenas intenciones hacia Olivia —sugirió Percy. Denbigh negó con la cabeza. —Ya conoces a Olivia, Percy. ¿De verdad crees que uno de los hombres más ricos del reino, que por cierto, me odia por haber matado a su hermano, buscaría a mi hermana excepto con un propósito nefasto? —Olivia es una chica muy buena —dijo Percy. —Exacto —dijo León. —Olivia es mi hermana, y la amo, pero nadie podría decir que es hermosa, ni siquiera atractiva. Es tímida y retraída y no habla jamás excepto que le hagas una pregunta. A pesar del progreso que ha hecho, no hay muchos hombres que aceptarían una esposa lisiada. Y si somos honestos, ya tiene una edad en la que resulta demasiado mayor para tener hijos. —No seas tan duro León. Aún le quedan unos buenos años por delante. Pero ambos sabían que Olivia ya había pasado la edad en la que podría esperar hacer un matrimonio ventajoso. —Recuerda mis palabras, Percy. Si el Duque de Braddock la persigue, es con fines deshonrosos. Tengo la intención de cortar de raíz cualquier intento de acercamiento. —¿Qué piensa Olivia de todo esto? —En contraste con la bruja rebelde de mi protegida, mi hermana hará lo que se le diga. En ese mismo momento, Olivia estaba contemplando la decisión que su hermano creía que ya había tomado por ella. ¿Debería o no ir a Hyde Park con el Duque de Braddock esa tarde? Examinó la profusión de rosas, orquídeas y narcisos que habían sido entregados a Charlotte esa misma mañana por los jóvenes que habían quedado devastados con sus encantos en Almack. Olivia estaba feliz por su amiga. Sin lugar a dudas, Charlotte había sido un éxito.

Olivia había recibido un solo ramo de violetas... de parte del Duque de Braddock. Lo había acompañado una nota que decía: "Porque me recuerdan a ti". Se había preguntado durante la mayor parte de la mañana que habría querido decir. También la había invitado a pasear con él indicando la hora en que pretendía recogerla. Sólo tenía que mandarle una nota si estaba dispuesta. Olivia se había sentado con la pluma en la mano, en el escritorio de la biblioteca de su abuelo durante casi una hora, tratando de decidirse si aceptaba la invitación del Duque. Sabía todas las razones por las que debía rechazarlo. Ninguna de ellas era tan fuerte como la razón por la que deseaba aceptar. Braddock era el hombre de sus sueños. Rechazarlo sería renunciar a sus sueños para siempre, porque no era probable que un hombre de su jerarquía consintiera en insistirle hasta el hartazgo. No podía renunciar a la esperanza de pensar que tenía otro motivo para invitarla que la venganza contra su hermano. Mojó la pluma y comenzó a escribir. —Te levantaste temprano. Olivia se volvió y vio a Charlotte de pie en la puerta. —Tú también. ¿A qué se debe? —No podía dormir —itió. Charlotte deambulaba por la biblioteca, recogiendo tomos encuadernados en cuero de los estantes para hojearlos de uno en uno. Olivia tenía miedo de seguir escribiendo por temor a que Charlotte insistiera en leer su misiva. Tenía la esperanza de tener al menos ese primer encuentro con el Duque sin testigos. De esa manera, podría preguntarle por sus intenciones y determinar sus motivos antes de enamorarse más de lo que ya estaba.

Charlotte se sentó en uno de los dos sillones de cuero frente a la chimenea. Una verdadera excepción, ya que siempre se sentaba de lado en la silla con las piernas colgando sobre un brazo. Olivia acaba de mojar la pluma de nuevo en la tinta cuando Charlotte preguntó: —¿Tienes un momento para hablar? Olivia dejó la pluma y se levantó de la mesa, dejando la carta boca abajo sobre el papel secante, en caso de que Charlotte comenzara a recorrer la habitación de nuevo. Luego se le acercó y se sentó correctamente en la otra silla de cuero. — ¿Qué pasa, Charlie? Ella dio un largo suspiro. —León. Olivia sonrió. No pudo evitarlo. Personalmente, creía que Charlotte y su hermano se habían adaptado bien el uno al otro. León era demasiado rígido y a menudo autoritario. Se había convertido en un hombre amargado después de que lady Alice lo hubiera abandonado en el altar. Muchas veces durante el año anterior, había escuchado sobre las hazañas de su hermano y había temido que terminara herido o muerto. Todo había cambiado desde que Charlotte había entrado en sus vidas. En lo que a ella se refería, Charlotte era la salvación de León. Charlotte podría ayudar a su hermano a aprender a disfrutar de la vida. —¿Qué hay con León? —preguntó Olivia. —No puedo casarme con él, Livy —se deslizó hacia delante en la silla y dijo con seriedad: —Voy a tratar de encontrar a alguien más. —¿Oh? —no era necesario decir más que eso. Charlotte podía llevar una conversación adelante con muy poca participación de su parte. —Tu hermano no quiere casarse conmigo más de lo que yo quiero casarme con él. Nos peleamos como perros y gatos, como…

—Maridos y esposas —completó Olivia. —Todas las parejas tienen desacuerdos. El secreto es aprender cómo resolverlos. Charlotte negó con la cabeza. —Somos demasiado diferentes. Y él es demasiado terco para cambiar de opinión. —¿Y tú no eres terca? —preguntó Olivia. —Puedo ser razonable. —Pruébalo. Dale una oportunidad a León. Trata de entenderlo. Trata de ver su punto de vista. Charlotte arrugó la nariz. —¿De qué serviría? —Podrías confirmar que León es mucho más de lo que crees. Charlotte saltó de la silla, como si el relleno hubiera explotado debajo de ella. —Creo que estás equivocada, Livy. Pero ya que es tu hermano a quién estoy rechazando, supongo que debo darle una oportunidad. ¿Cuánto tiempo tengo que ser razonable? —preguntó. Olivia rió. —¿Un mes es demasiado tiempo? —¡Oh Dios es una eternidad! —Tres semanas entonces. —Muy bien —Charlotte concedió. —Durante las próximas tres semanas voy a tratar de entender su punto de vista. Pero voy a mantener los ojos abiertos en caso de que se me presente otra persona interesada. —Eso suena justo —dijo Olivia. —Gracias, Olivia —dijo Charlotte. —Oh, por cierto. Asegúrate de saludar al Duque de mi parte. Las mejillas de Olivia se pusieron rojas. —No sé qué quieres decir.

—Vi las violetas, Livy. Olivia le miró interrogante. —¿Cómo sabías que eran para mí? —¿Quién me enviaría violetas? —dijo. —Las violetas son para alguien misterioso, delicado y precioso. Esa no soy yo en absoluto. Esa eres tú, Livy. —¿Misteriosa? —repitió Olivia. —¿Delicada y preciosa? Charlotte asintió. —Dile que sí Livy. Y pasen una tarde maravillosa. Se fue antes de que Olivia pudiera discutirle. No podía reconocer nada misterioso en sí misma. Era común y corriente. ¿Y cómo era posible que alguien que caminaba como un pato desequilibrado fuera delicado? Preciosa era la peor mentira de todas. Sabía que no lo era. Había vivido lo suficiente como para poder ser honesta en cuanto a su persona. Se llevó las manos a las mejillas calientes. ¿Sería así como el Duque realmente la vería? ¿Realmente podría considerarla misteriosa? ¿Preciosa? Se levantó lentamente y volvió al escritorio. Levantó la pluma y escribió: "Me agradaría salir a pasear con usted esta tarde". Firmó con su nombre, dobló la carta y la selló con cera. La contempló durante unos momentos más antes de llamar a Galbraith para que fuera a entregarla. Al instante en que el sirviente salió, Olivia deseó llamarlo de nuevo. Era una tonta solterona, que solo se exponía a ser herida por un hombre vengativo. La explicación fantasiosa de Charlotte sobre las violetas no era más que eso: una fantasía. Probablemente Braddock le habría pedido a su mayordomo que enviara las flores, y en realidad no tenía idea de qué variedad habría elegido el sirviente. Pero el sueño era demasiado fuerte como para dejarlo morir. Quería ser misteriosa. Quería ser delicada y preciosa. Se retiró a su habitación a solas para transformarse en la visión que Charlotte había pintado de ella. No sería fácil.

Le asombró descubrir que a pesar de que había comprado tantos vestidos como Charlotte para su viaje a Londres, todo en su armario era de color marrón o verde incluyendo el vestido que había llevado la noche anterior a Almack. ¿Realmente había elegido esos colores desteñidos y fuera de moda? Algo brillante al final de la hilera de vestidos le llamó la atención. Hizo todo a un lado y lo sacó. Se acordaba muy bien del vestido. Charlotte había escogido la muselina de color melocotón a pesar de sus protestas, diciendo: —Llegará el día Livy, en que vas a querer lucir algo especial y cuando busques entre tus vestidos, no encontrarás nada. Tomó el vestido de talle alto del armario y lo puso sobre la cama. Tenía un cuello cuadrado con corte profundo y un dobladillo con volantes. Tuvo la tentación de llamar a su doncella para que fuera a ayudarla, pero sabía que la mujer probablemente objetaría su elección. Olivia ya se sentía acomplejada por vestirse con algo que obviamente tenía la intención de atraer a un hombre. Decidió que podría manejarse sola. Una vez que se puso el vestido se hizo evidente que el corpiño era aún más bajo de lo que recordaba. ¿No eran las mangas demasiado cortas para una mujer de su edad? La cinta atada debajo de sus pechos marcaba la diferencia entre su cuerpo delgado y sus abundantes pechos. Caminó lentamente hacia el espejo sobre la cómoda, casi con miedo de mirarse. Una desconocida se asomó frente a ella. Su cabello castaño recogido, había adquirido reflejos rojizos. Sus comunes ojos color avellana parecían tan cálidos y ricos como el jerez. Y en contraste con la tela color melocotón, su piel parecía vibrante de vida. Olivia sonrió y recibió otra sorpresa agradable. La dama que se reflejaba en el espejo no parecía una solterona aburrida, sino una mujer madura, serena, preparada, y... No, no era hermosa. Eso habría sido ir demasiado lejos. Ni siquiera

bonita, si fuera brutalmente honesta. Más bien suave y encantadora, como una violeta. —Livy, ¿por qué está la puerta cerrada con llave? —llamó Charlotte desde el pasillo. —Porque de lo contrario entrarías sin llamar —respondió con una risa. —¿Qué estás haciendo? Te he estado buscando por todas partes. Olivia se acercó a la puerta, la abrió de par en par, y se quedó esperando el veredicto de Charlotte. Charlotte, siendo Charlotte, no la decepcionó. Una sonrisa tan grande como el océano dividió su cara. Agarró las manos de Olivia y la hizo girar en un círculo abierto. —¡Oh, Livy, mírate! ¡Eres una hermosura! Vas a tener el Duque de rodillas declarándose antes de que te des cuenta. No será capaz de apartar sus ojos de ti. ¿Cuándo viene? ¿Puedo estar allí cuando llegue? Quiero ver su cara. No va a creer que seas la misma Livy con la que bailó ayer por la noche. Eso era eso lo que le preocupaba. Braddock sabría que le había tomado un gran esfuerzo arreglarse para él. ¿Notaría la diferencia? ¿La apreciaría? —Prefiero recibir al Duque sola, si no te importa —dijo. —Voy a estar lo suficientemente nerviosa sin alguien allí para ver cada movimiento que hago. —No voy a decir nada. Prometo ser tan silenciosa como un ratón. Olivia arqueó una ceja con incredulidad. —Muy bien, es cierto que no sería capaz de mantener la boca cerrada por mucho tiempo. Pero no diré nada para avergonzarte. La ceja arqueada se profundizó. —Al menos, no a propósito. Oh, por favor, Livy, déjame estar allí —rogó Charlotte.

—Supongo que te debo algo por insistir en que comprara este precioso vestido —dijo Olivia. —Está bien, Charlie. Puedes estar presente en la sala cuando llegue. Pero debes prometer que actuarás como una dama. —Voy a hacer mi mejor esfuerzo —dijo Charlotte. —Ahora, antes de que el Duque llegue, tenemos que hacer algo con tu cabello. Olivia se estiró para tocar su pelo bien arreglado, en busca de algo fuera de lugar. —¿Hay algo mal? Charlotte arrugó la nariz. —Es como si tuvieras puesta una de esas viejas gorras de encaje. Ese pelo clama por liberarse. Olivia corrió al espejo y se miró. La mirada de serenidad había desaparecido de sus ojos. El pánico la había reemplazado. —¿Qué puedo hacer Charlie? Siempre lo he llevado así. —¿Siempre? —Desde mi accidente, al menos. —Entonces es hora de un cambio, Livy. Siéntate y déjame ver qué puedo hacer —Charlotte la impulsó hacia el banco acolchado delante del espejo y empezó a sacar pasadores de su pelo hasta que cayó en ondas suaves alrededor de su cara. —Dios mío —dijo Charlotte. —No tenía idea de que tu pelo era tan largo. Ni tan lleno de rizos. —No puedo conseguir controlarlos —se quejó Olivia. —Así que lo fijo sobre la cabeza. —Mira qué bonitos se ven sobre tus hombros —dijo Charlotte mientras cepillaba el pelo de Olivia. —Sólo vamos a despejar unos pocos mechones de tu rostro y dejaremos que el resto caiga libremente. ¡Así está perfecto! —anunció Charlotte.

Olivia se miró en el espejo. Otra transformación había tenido lugar. Ahora estaba casi bonita. Fue aterrador. —Vuelve a peinarlo como estaba Charlie —rápidamente tiró el pelo hacia atrás haciendo daño a su cuero cabelludo en un intento por sujetarlo con los pasadores. —¿Qué haces, Livy? Estás arruinando mi creación. —No soy yo, Charlie. No soy esa mujer en el espejo. Soy simple y ordinaria. Cualquier hombre que me quiera deberá hacerlo por lo que soy por dentro. Nunca podré atraparlo con mis miradas. Charlotte se hizo a un lado, sin interferir, mientras que Olivia acomodaba el pelo de nuevo, acomodando cada mechón en su lugar. —¿Por qué tienes tanto miedo de verte bonita, Livy? —preguntó Charlotte en voz baja. Livy volvió los ojos sorprendidos a la joven que era demasiado perspicaz por ser alguien tan joven. —No tengo miedo de ser bonita. Es sólo que sé que no lo soy. León me lo ha dicho. —León no lo sabe todo, Livy. Pensé que ya habías aprendido esa lección. Olivia no estaba segura de dónde provenía la ira, solo que burbujeaba en su interior como el caldero de una bruja. —Tú no lo sabes todo Charlotte. Yo… Su hermano asomó en la puerta de su habitación como una aparición. El cuello de su camisa estaba arrugado, como si hubiera dormido con la ropa puesta. Su corbata colgaba del cuello sin forma. Theobald probablemente tendría un ataque de asma al ver la ruina de la obra de sus manos. A Olivia no le importaría tener un ataque. Le habría permitido evitar ver la expresión en la cara de León mientras la examinaba de pies a cabeza.

Se apoyó en el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho, mientras ponía una bota sobre la otra, y le preguntaba con voz perezosa, — ¿Adónde piensas ir Olivia? —Para tu información, irá a pasear con el Duque de Braddock esta tarde — respondió Charlotte por ella. —Podrás hablar cuando te pregunten, lady Charlotte —la corrigió con voz fría. —Me dirigía a mi hermana. El labio inferior de Charlotte formó un puchero, y bajó las cejas sobre los ojos brillantes por la ira. —No creo que puedas detenerla —advirtió Charlotte. —Ella irá, te guste o no. —Esto no es problema tuyo —replicó León, mientras pasaba su peso de un pie a otro, listo para presentar batalla. —Te agradecería que mantuvieras tu nariz apartada del asunto que no te corresponde. —¡Deténganse los dos! —exclamó Olivia. Su hermano y su protegida la miraron como si fuera incorregible por interrumpir su argumento. —Iré a pasear con el Duque de Braddock esta tarde —le dijo a su hermano. —Te lo prohíbo —respondió con voz hosca. —No tengo diecisiete años, tengo veinticinco. No soy tu protegida, soy tu hermana. No tienes ninguna autoridad sobre mí, León. Puedo hacer lo que quiera. Y quiero ir a pasear esta tarde con Braddock. —¡Bravo Livy! —animó Charlotte. —En cuanto a ti, Charlotte —dijo Olivia: —Me hiciste una promesa el día de hoy. ¿La has olvidado ya? Charlotte hizo una mueca. —¿En verdad crees que…? —Una promesa es una promesa.

Charlotte puso los ojos en blanco y se volvió hacia el Conde. —Creo que Livy puede cuidar de sí misma —aspiró el aliento del Conde y le dijo: —¿Ha estado bebiendo esta mañana? —Eso no es asunto tuyo. —Si usted lo dice —se volvió hacia Olivia. —Estoy tratando, Livy. Pero no va a ser fácil —un momento después había dejado a Olivia sola con su hermano. —Yo sabía que la muchacha sería una mala influencia para ti —dijo León. — ¿Qué es eso que llevas puesto? —Un vestido. —¿Por qué te ves tan diferente? —¿Cómo me veo? —preguntó Livy. —No te ves como tú. Livy sintió la tensión de sus hombros. Se necesitaría mucho tiempo para que León aceptara a una hermana que usaba colores brillantes y creyera que podría atraer a un hombre. El mismo tiempo que le llevaría a ella aceptar ese hecho. —Todo va a estar bien, León. Sólo voy a pasear por el parque. ¿Qué podría pasarme con cientos de personas alrededor? —La última vez que pensé algo así, terminé comprometido —dijo León. Olivia sonrió. —En mi caso, ese no sería un mal resultado. —Ten cuidado, Olivia. —Lo haré, León. Oh, créeme que lo haré.

CAPÍTULO 6 —¿Por qué me mandó violetas? Reeve Somers, sexto Duque de Braddock, Conde de Comarty, Vizconde de Greenwich, Baron de Hardy, y varios otros títulos menores, hizo un saludo a la pareja que pasaba para evitar mirar a los ojos de lady Olivia cuando respondió. — Debería haber pensado que sería obvio. Ella jugueteó con la cinta de color melocotón que le caía por debajo de su corpiño, llamando su atención. Había sospechado que ella ocultaba una figura voluptuosa debajo de la horrible prenda color bronce que se había puesto para asistir a Almack. El vestido que llevaba para su paseo por Hyde Park confirmaba lo que sólo había sospechado. Tenía todo lo que una amante necesitaría para hacerlo feliz. Lo que la convertía en el peón perfecto en sus planes de venganza. Su año de luto había terminado. Por fin, el Conde de Denbigh pagaría por la muerte de su hermano. Reeve estaba en la India cuando recibió la noticia de lo que había sucedido. Parecía que el Conde de Denbigh había desafiado al hermano menor del Duque, James, a un duelo por la más frívola de las razones. Al Conde no le había gustado la forma en que James ataba su pañuelo. El duelo se llevó a cabo en la madrugada del primer día del mes de julio, con los pronósticos establecidos en White’s, teniendo en cuenta la reputación a los veintiún años de Lord James, y los veintiocho del Conde de Denbigh, con armas de fuego.

James había disparado su pistola y había fallado. El Conde no. El hermano de Reeve, su único pariente vivo, la única persona en el mundo a la que le importaba si vivía o moría, había sido asesinado. Varios meses transcurrieron antes de que la noticia lo alcanzara, mientras que Reeve había estado imaginando a su hermano en Londres divirtiéndose en la ciudad, James había sido enterrado seis pies bajo tierra. La primera inclinación de Reeve había sido volver a Inglaterra y retar a duelo a Denbigh para terminar con su vida. Pero la muerte de Denbigh no era suficiente recompensa por lo que había hecho. James todavía estaría muerto. Reeve tendría que vivir una vida sabiendo que su hermano había muerto sin sentido, mientras que Denbigh sería relevado de todo sufrimiento mortal. No, Reeve había necesitado más satisfacción que esa. Había perseguido el Conde y lo había acosado, diezmado sus propiedades y arruinado sus inversiones. Luego había concebido la venganza más adecuada de todas... destruir a alguien que amaba. Reeve había sabido desde el principio que el Conde tenía una hermana, pero cuando oyó que estaba lisiada, había buscado a otra persona a la que el Conde le importara. Para su sorpresa, había descubierto que no había nadie. Entonces, casi por accidente, se había enterado de que la hermana no estaba tan lisiada como le habían hecho creer. Se decidió por el punto de que haría la hermana del Conde su amante y arruinaría su reputación. Cuando Denbigh se le enfrentara para redimir el honor de su hermana, tendría el placer de matarlo. No se había demorado en poner su plan en acción. Le había enviado un ramo de violetas y la había invitado a pasear con él. Olivia estaba sentada rígidamente a su lado, mientras se dirigían por Hyde Park, observados por todo el mundo. Había visto su sorpresa al aparecer en su puerta conduciendo un carruaje, ya que significaba que su doncella tendría que quedarse. Pero ella no se había negado a ir. Lo había tomado del brazo con la mano enguantada cuando tomó una curva demasiado rápido, pero lo soltó tan

pronto como recuperó el equilibrio. Estaba claramente agitada, claramente incómoda. Necesitaba que se sintiera cómoda, necesitaba ganar su confianza, a fin de que su plan pudiera tener éxito. —Te envié violetas, porque son tan misteriosas como tú —dijo al fin. Ella le lanzó una mirada de asombro, y luego se iluminó con una sonrisa radiante que transformó por completo su rostro. Por un instante pareció casi bonita. Casi. Sus rasgos eran demasiado ordinarios para ser una belleza real. Excepto, tal vez, que sus ojos color avellana, estaban muy separados y eran cálidos como el sol e increíblemente inocentes a pesar de su avanzada edad. Aparte de un breve vistazo de vez en cuando, los mantenía recatadamente bajos. Sentía el extraño impulso de levantarle la barbilla y obligarla a mirarlo. —Charl…lady Charlotte supuso que ese era el motivo por el que me envió violetas —dijo. —Yo... yo no le creí. —¿No crees que eres misteriosa? —bromeó. Un rubor encantador subió desde su garganta poniendo dos manchas de color rosa en sus mejillas. —Nadie me lo ha dicho nunca —confesó. Ella era un cervatillo del bosque, no presentaba ningún desafío para un experimentado libertino de treinta y cinco años. Era casi demasiado fácil, pensó Reeve. Quería seducirla incitando a Denbigh para que intentara evitar la ruina de su hermana, por lo que el Conde sufriría aún más cuando se convirtiera en un hecho consumado. —¿Esta es su primera visita a Londres? —preguntó el Duque, sabiendo que en efecto lo era. —Sí, Excelencia. —¿Estás disfrutando de las vistas? —Sí, Excelencia.

—¿Has estado en Astley para ver los caballos que subastan? Ella se rió entre dientes. —Lady Charlotte insistió en que fuéramos allí el día que llegamos. También estaba decidida a ver los mármoles de Elgin pero mi hermano lo prohibió rotundamente. La famosa colección en el Museo Británico incluía varias esculturas de cuerpos masculinos casi desnudos. —¿Te gustaría ver las estatuas? —preguntó. Ella ladeó la cabeza para observar más allá del borde del sombrero de paja que protegía su tez del sol, y que también lograba mantener su cara cuidadosamente oculta cuando lo miraba de frente. —¿Me está invitando a ir con usted, Excelencia? —Si estás interesada en verlas, te llevaría —dijo. Vio el parpadeo de anhelo en su cara antes de que lentamente negara con la cabeza. —Mi hermano no lo aprobaría, excelencia. —¿Siempre dejas que tu hermano maneje tu comportamiento? Mantuvo los ojos ocultos, pero sus manos delataron su agitación. Sus dedos enguantados se entrelazaron sobre su regazo con la cinta melocotón entre ellos. Por fin, se volvió hacia él, con los ojos bajos por lo que sus pestañas se asentaron como medias lunas de carbón sobre sus mejillas. —No he visto mucho del mundo —dijo al fin. —Puedo confiar en que mi hermano tiene las mejores intenciones de proteger mi corazón. —¿Qué pasa si encuentras un prometido para protegerle de los peligros que pueden esperar a una jovencita en Londres? Sus dedos se quedaron inmóviles. —No soy una jovencita —ella respiró profundo y anunció: —Tengo veinticinco años —como si estuviera proclamando la sentencia de muerte a cualquier posible relación entre ellos.

—¿Tan vieja? —dijo con una sonrisa. —Pero aún tienes la necesidad de un protector, espero. Su frente se arrugó en confusión. Protector era un término usado comúnmente por un hombre en relación con su amante. El Duque no quería descubrir su juego demasiado pronto, por lo que aclaró, — estoy dispuesto a ofrecerte mis servicios como escolta en tus futuras salidas en Londres. Pudo notar que estaba tratando de arreglar su error. Se alejó de él y se quedó mirando los carros que pasaban. —Buenas tardes, Lady Hornby —dijo, señalando a una notoria chismosa. —Buenas tardes, Excelencia —respondió Lady Hornby. —¿Es la hermana de Denbigh quién está con usted? —Lo es —dio un latigazo suave para hacer avanzar el carro, a pesar de que era evidente que la anciana quería continuar la conversación. Había servido a su propósito de hacerse notar con la chica. Conducir a solas con una mujer soltera en Hyde Park era significativo en algunos círculos. —No me ha contestado, lady Olivia —dijo cuando ella estuvo en silencio durante cinco minutos. —¿Me permites que sea tu escolta? —¿Está...? —se detuvo para aclararse la garganta. —¿Por qué lo harías…? Volvió los caballos por un camino menos utilizado en el parque donde no pudieran ser observados y detuvo los caballos. Se volvió y buscó sus manos entrelazadas, enderezando sus dedos y tomándolos entre los suyos. —Tal vez no he dejado mis intenciones lo suficientemente claras —comenzó. —Creo que eres… En el último momento se dio cuenta de que no podía decir "hermosa", porque ella reconocería de inmediato que estaba mintiendo. —...Una mujer irable — dijo. —Y me gustaría tener tu permiso para cortejarte.

Sus manos comenzaron a temblar. Pero no se apartó. —Si tan sólo pudiera creerte. Había hablado en voz tan baja, que no estaba seguro de haberla oído bien. — ¿No crees que mis intenciones son honorables? —dijo, en calidad de ofendido. —No —susurró. Por un instante, pensó que lady Olivia levantaría los ojos para mirarlo. Rápidamente quitó la mirada calculadora de su rostro. Sus párpados se elevaron ligeramente, y luego bajaron de nuevo, junto con la barbilla, y él se salvó de su escrutinio. —Como verá, Su Gracia, no me hago ilusiones acerca de mí misma —dijo. — No puedo entender lo que un hombre como usted encontraría irable... en alguien como yo. Y es un hecho bien conocido de que tiene una gran enemistad con mi hermano. Se sorprendió de la resistencia a su proposición. Las fastidiosas debutantes y sus madres habían estado intentando durante años atraerlo al altar. Por supuesto que tenía razones para sospechar. Sus intenciones hacia ella no eran, de hecho, honorables. Pero era un duque, y ella era una solterona con pocas esperanzas de encontrar un marido. ¡Realmente no podía negarse! —Es cierto que no hay una buena relación entre tu hermano y yo —comenzó. Mejor itir un poco de la verdad para ocultar el resto de las mentiras. —Pero mi interés en este momento no está en él. —¿Entonces no pretende utilizarme para provocarlo a un duelo? —preguntó con voz vacilante. Eso era hablar claro. Tal vez no era tan simple como había pensado en primer lugar. —Estoy con usted por el placer de su compañía, lady Olivia —no era precisamente una mentira, una mera omisión de toda la verdad. —¿Y no por otra razón? —persistió.

—Hay otra razón —itió. Sus manos se aferraron con fuerza. —¿Cuál es? —preguntó. Él le dio la única respuesta que sabía que detendría sus preguntas. —Porque te encuentro deseable. Ella se quedó sin aliento y trató de retirar sus manos de las suyas. Reeve se permitió atender la necesidad que había sentido durante todo el tiempo desde que la había recogido en su carruaje, girarle la cara hacia él y levantarle la barbilla. —Mírame —dijo en voz baja. —No puedo. —Mírame, lady Olivia. Ella levantó los ojos y vio por qué los había mantenido bajos. Todo lo que sentía se desnudaba ante él. Todas sus esperanzas, anhelos... y temores. Por un momento consideró darle un respiro. Entonces se acordó de la soledad de volver a su casa, una casa vacía y la sensación del frío mármol que marcaba la tumba de su hermano, y mantuvo su resolución. —Creo que podemos estar muy bien juntos, lady Olivia —instó, —y lo haremos. Ella tragó saliva. —Muy bien, Su Gracia. Tiene mi permiso para cortejarme. Se obligó a sonreír. Era más difícil de lo que esperaba fingir ante ella. Se recordó que era un medio para un fin. Olivia sufriría, era cierto, pero lo más importante, también lo haría su hermano. —¿Puedo llevarte al teatro la próxima semana? —preguntó. —Oh —suspiró. —Me encantaría ir. ¿Puedo invitar a lady Charlotte a unirse a nosotros? Ella ha estado pidiéndoselo a mi hermano… —aclaró, —…pero él no ha tenido el tiempo para llevarnos todavía.

Su sonrisa se volvió frágil, pero se las arregló para mantenerla en su rostro. — Por supuesto. Cuantos más, mejor. Olivia todavía estaba flotando en el aire cuando el Duque se detuvo delante de la casa de la ciudad quince minutos más tarde. Al último que quería ver era la persona que se enfrentó a ella en el instante en que entró por la puerta. Su hermano la siguió hasta el salón, donde se quitó los guantes y desató las cintas de su sombrero. Se volvió hacia él y le dijo: —Muy bien, León. ¿Qué es lo que quieres decirme? —Yo te pido, como un hermano que se preocupa profundamente por ti, que no vuelvas a ver a Braddock. —Quiere cortejarme, León. Sus intenciones son honorables —dijo sin aliento. —Quiere vengarse de mí por matar a su hermano. Hará cualquier cosa para deshonrarte antes de que te des cuenta, créeme. —Le pregunté, León, y me dijo que solo quería ser mi acompañante. —No creas que soy injusto —dijo León con suavidad. —No quiero hacerte daño, Olivia, pero es el momento de que haya honestidad entre nosotros. Mírate. Dime por qué crees que el Duque de Braddock va a elegirte sobre todas las otras mujeres de Londres. Su barbilla comenzó a temblar. —Lo sé... Sé que parece un poco improbable. —¿Improbable? Es francamente imposible. Olivia estaba tratando desesperadamente en creer las promesas del Duque. Pero lo que León decía tenía demasiado sentido. Por supuesto, el Duque le mentiría sobre sus verdaderas intenciones si quisiera hacerle daño a León. ¡Pero ella no quería creerlo! Trató de escabullirse más allá de su hermano y escapar por las escaleras antes de echarse a llorar, pero él se puso delante. —Lo siento, Olivia.

Le puso las manos sobre los hombros. Lo sintió más opresivo que reconfortante. Ella sabía que la quería. Sabía que sólo pretendía lo mejor para ella. Pero no había sido él quien había llevado una vida aislada. Quién había perdido sus sueños por un accidente de equitación a una edad en que otras chicas estaban disfrutando de su primera temporada en Londres. Él no había deseado y esperado y anhelado lo imposible. ¿Cómo podía alejarse de Braddock? ¿Cómo podía renunciar incluso a la frágil esperanza de convertirse en esposa y madre? —Estoy dispuesta a correr el riesgo, León. Estoy dispuesta a darle una oportunidad a Braddock. —No lo permitiré —dijo implacablemente. —Quiero que te mantengas alejada de él. Olivia rara vez había desafiado a su hermano. Se sentía extraña por hacerlo ahora. No podría haber dicho si ver la cara de Charlotte por encima del hombro de su hermano le daba el valor para decir lo que pensaba, o si lo hubiera dicho de todos modos. Estaba tan sorprendida por su temeridad como León cuando respondió: —El Duque nos ha invitado a Charlotte y a mí a ir al teatro la próxima semana. He aceptado por las dos. —Bravo, Livy —dijo Charlotte, aplaudiendo. —Imagínate, tú y yo asistiendo al teatro. ¡Será una aventura! —No será nada parecido, porque no irán —dijo Denbigh, su mirada pasando de una a otra como un oso atrapado entre dos terriers. —Es posible, por supuesto, que puedas retener a Charlotte en la casa. Pero entonces tendré que estar a solas con el Duque —señaló Olivia. —Maldita sea, Olivia… —Disculpa León. Estoy cansada después de mi salida. Me gustaría ir a mi habitación.

Recogió el sombrero y los guantes y huyó por las escaleras. Cuando Charlotte la persiguió, se volvió y dijo: —Prefiero estar sola, Charlotte, si no te importa. Charlotte se detuvo dónde estaba. —Muy bien, Livy. ¿Segura que el Duque no dijo nada que te haya molestado? Olivia sonrió. —Oh, no, Charlotte. Muy por el contrario —pero necesitaba privacidad para revivir toda esa tarde emocionante, desde el momento en que había visto al Duque hasta su última mirada tímida antes de que la dejara en la puerta. —Hablaré contigo más tarde, lo prometo. Charlotte observó el ascenso de Olivia por las escaleras con el ceño fruncido. —Algo pasó —murmuró. —¿Qué has dicho? —preguntó Denbigh. Se dio la vuelta y saltó por las escaleras para pararse delante de él. —Dije que algo pasó entre ella y Braddock. Denbigh frunció el ceño y se dirigió de nuevo a la sala de estar. Charlotte lo siguió. —Algo bueno, estoy segura —dijo. —¿Has visto la forma en que prácticamente flotó por las escaleras? —Olivia tenía la misma dificultad que siempre con las escaleras —replicó. — No percibí ninguna diferencia. —Eso es porque no estabas lo suficientemente cerca —apenas había entrado cuando cerró las puertas detrás de ella. Charlotte se sentó en una silla de lado, ignorando el ceño fruncido de desaprobación que le dio, y dijo: —¿Vas a permitir que vaya con ella al teatro verdad? ¿Por favor? Él arqueó una ceja. —¿Por favor? No creo que jamás haya oído que utilizaras esa palabra antes. Al menos no conmigo. Ella le dio una sonrisa traviesa. —¿Funciona?

Él se volvió hacia ella, con una mano metida detrás de la espalda. —Tú puedes ir. Pero yo te acompañaré. Ella saltó de la silla y se puso cara a cara con él. —¡Oh no! Tú no debes venir. Echarás todo a perder si lo haces. —Si te refieres a que Braddock no pondrá una mano sobre mi hermana, entonces estás en lo correcto. Ninguno de los dos va a ser libre de disfrutar lo que tuvieran en mente. —Sólo pensaba dejarlos solos por un rato —confesó. Sacudió la cabeza. —Por lo menos podremos aprovechar la ocasión para sacar alguna ventaja. Podrías considerar a alguno de los asistentes como un marido adecuado, Charlotte. —Pero ya lo tengo —respondió con una sonrisa burlona. —Vi el anuncio de nuestro compromiso impreso en el Times esta mañana. —¿Qué? —exclamó Denbigh. —¿Quién lo difundió? —Tú debes haberlo ordenado —dijo Charlotte. —¿No es así? Denbigh cerró los ojos tratando de recordar si podría haber hecho tal cosa. Luego se iluminó. Había dictado el aviso a alguien en White’s apostando que podría lograr que se hiciera una impresión especial y que se incluyera en la edición del día siguiente. —Buen Dios. —¿Qué pasa? —preguntó. —¿No quieres anunciar nuestro compromiso? —¿Por qué querría hacer eso cuando espero encontrar algún otro hombre para que se convierta en tu marido antes de que la temporada termine? —Yo puedo encontrar mi propio marido, gracias —replicó ella. —Yo voy a elegirlo —dijo Denbigh. —Y tú vas a hacer lo que se te diga. —Me quiero casar por amor, o nada —anunció dramáticamente.

—¿Qué sabes sobre el amor? —se burló Denbigh. —¿Y qué tiene que ver el amor con el matrimonio? Creo que hemos tenido esta conversación antes. —Conozco tu opinión sobre el asunto. Simplemente que no coincide con la mía. He estado pensando, y me parece que puede no ser tan malo estar comprometida contigo. —¿Qué? —su boca se abrió como un pez fuera del agua. —Mientras que tenga que estar sometida a ti como mi tutor quién sabe por cuánto tiempo, bien podría estar disfrutando de las libertades sociales concedidas a una mujer prometida. Podré ir a todo tipo de lugares y hacer todo tipo de cosas sin que tenga que soportar tu opresión. —Vas a salir de esta casa sin compañía por encima de mi cadáver. —Pero, mi Lord —dijo con una chispa de risa en sus ojos, —Las parejas comprometidas raramente pasan mucho tiempo juntas. Simplemente no es algo común. —En primer lugar, no estamos realmente comprometidos. —Sin embargo, el Times… —¡Charlotte! —rugió. —Se me está acabando la paciencia. Después de un tiempo apropiado, un aviso aparecerá en el Times anunciando que has comprendido que no me amas y romperás el compromiso. —No me puedes obligar a romper nuestro compromiso —dijo tercamente. Sus ojos grises se estrecharon. —Muy bien. Si somos una pareja comprometida, hay ciertas libertades que se me permiten con tu persona. Mientras caminaba hacia ella, ella se alejó de él. Tropezó con una silla, y luego la mantuvo entre ellos. —¿Libertades? ¿Qué tipo de libertades? —dijo, respirando agitadamente.

—Podemos ser vistos de la mano en público. —Oh —dijo ella con palpable alivio en su rostro. Charlotte supuso que ese tipo de compromiso era lo que Livy había tratado de decirle cuando la había instado a obedecer a Denbigh. Extendió su mano sobre la parte superior de la silla. — Cuando gustes. La tomó de la mano, y un escalofrío de emoción se deslizó por su brazo. —Uh oh —murmuró. —¿Qué dijiste? —Nada. La condujo alrededor de la silla y se encontraron cara a cara. Se sintió un poco nerviosa con él sosteniendo su mano, pero se obligó a relajarse. En muy poco tiempo se imaginaba que casi no notaría su o. —Y puedo besar tu mano cuando me despida —dijo. Un pequeño beso en la mano. ¿Qué daño podía hacer? Ella sonrió y dijo: — Eso está bien para mí. No había esperado que girara su mano, exponiendo su muñeca. Se retorció contra sensaciones desconocidas cuando trazó las líneas de su palma con los dedos. Casi saltó cuando bajó la cabeza y probó su muñeca con la lengua. El roce de sus labios húmedos contra su carne envió un latigazo de deseo por su brazo y todo el camino de vuelta a su vientre. Liberó su mano de un tirón, golpeando accidentalmente su nariz. —¡Ay! —se frotó la nariz con cautela, mientras ella lo miraba con confusión, incapaz de recuperar el aliento. Dejó caer su mano, y una mirada satisfecha apareció en su rostro. —¿Estás lista para cortar con este compromiso ahora?

—¿Se supone que pretendías asustarme? No funcionó —se burló. Un músculo de su mandíbula se sacudió, y sus labios se apretaron en una línea determinada. —También se espera que un caballero robe un beso a su prometida detrás de las cortinas en los bailes y veladas musicales. El corazón de Charlotte comenzó a rebotar en su interior como un ave que se encuentra en una jaula por primera vez y no puede creer que no haya escape. — ¿Un beso? —chilló. —¿Estás seguro? El asintió. —Oh, sí, mi querida prometida —dijo con voz oscura y sedosa. — Muchos besos sin duda, y tal vez algunas caricias, si la mujer está dispuesta. ¿Segura que no quieres cambiar de opinión y romper este compromiso? Charlotte deseó saber más sobre ese tipo de cosas. Si un beso en la muñeca podría suscitar tales sentimientos, ¿que podría suceder si la tocaba... donde fuera? Estaba pisando en aguas peligrosas. Pero no podía correr hasta que supiera que no había ninguna posibilidad de ganar si se quedaba a luchar. —Entonces dame un beso —dijo. —Podré soportarlo si es que debo hacerlo. No había tenido intención de hacer que sonara como un desafío. No había tenido intención de sugerir que no disfrutaría del beso. Tal vez entonces, no la habría besado de la forma en que lo hizo. Tal vez entonces no habría puesto su corazón y alma en el asunto. Tal vez entonces no se habría encontrado ahogada por los sentimientos abrumadores que le despertó. Sus labios, que tan a menudo veía apretados en una línea inflexible, eran increíblemente suaves y moldeables contra los suyos. Rozándolos con un toque tan ligero como una pluma, mientras murmuraba, —Bésame de nuevo, Charlie. Tal vez si hubiera dicho Charlotte, en lugar de Charlie, habría sido capaz de resistirse. Pero había algo tan íntimo en el sonido de su voz diciendo su nombre que se rindió voluntariamente a su demanda.

No fue consciente de sus brazos reptando alrededor de su cuello o de los suyos cerniéndose alrededor de su cintura y tirando de su cuerpo para apretarlo contra el suyo. Sólo sabía que tenía que estar más cerca, que tenía que ser una parte de él, y que quería que fuera una parte de ella. Sus manos se tensaron de repente en la cintura, y el beso devastador se convirtió en una serie de besos apretados contra sus párpados cerrados, nariz y mejillas. —Tenemos que parar, Charlotte —murmuró él, su aliento caliente contra su piel. —No. Se rió, y luego se quedó sin aliento cuando sus labios la encontraron de nuevo. Quería ser Charlie de nuevo. Quería la intimidad que le había robado cuando se apartó del beso. Su boca se cerró una vez más sobre la de ella. Y ella se sumergió de nuevo en aguas profundas y peligrosas. —¿Dónde está mi nieto? —gritó una voz ronca desde el pasillo. —¿Y dónde está mi nueva nieta? Antes de que pudieran separarse, la puerta del salón se abrió de golpe. Denbigh se volvió a mirar con los ojos aturdidos, los atónitos y encantadores ojos de su abuelo, que se unieron un instante más tarde a los de su abuela. Charlotte lo empujó y trató en vano de pretender que nada había sucedido. Pero algo había sucedido. Denbigh dio un paso atrás, como un muchachito al que habían sorprendido comprometiendo a una doncella, esta vez a la vista de sus abuelos. Todavía estaba recuperándose de los efectos del beso, y se sintió desorientado por la aparición repentina de las dos únicas personas en el mundo que podían, sin esfuerzo, recordarle que no siempre había sido digno de confianza, un hombre de mundo,

un libertino de la alta sociedad. Que una vez, hacía mucho tiempo, había sido un niño torpe, con el corazón roto mientras vestía pantalones cortos. —Los atrapamos besándose Lizzie —dijo su abuelo a su abuela con una sonrisa traviesa. —Qué vergüenza, Arthur, entrar sin llamar —respondió la Duquesa. —Dios nos ayude ahora —murmuró Denbigh. —¿Quiénes son ellos? —preguntó Charlotte. —Mis abuelos, los Duques de Trento —se pasó una mano por el pelo, arruinando el trabajo cuidadoso de su ayuda de cámara. —Estaba seguro de que verían el anuncio —dijo en un aparte a Charlotte. — Les entregan el periódico antes del mediodía todos los días. Pero ¿cómo llegaron hasta aquí tan rápido? no puedo imaginarlo. No han debido siquiera hacer las maletas. —Me alegro de que estén aquí —susurró Charlotte. —En mi opinión no pasas suficiente tiempo con tus abuelos. —Hay razones por las que mantengo distancia —dijo Denbigh en su oído. —¿Qué razones? —Estás a punto de descubrirlas —dijo. Su abuelo se adentró en la habitación, apoyándose en un bastón de nogal. Su pie derecho estaba envuelto en un inmenso vendaje, y le gritó a un criado que le trajera un posa pies mientras se acomodaba en una de las sillas frente al fuego. — La maldita gota está haciendo un viejo gruñón de mí —itió el Duque. La Duquesa era tan alta que había sido conocida como Meg la gigante en su juventud. Llevaba el pelo blanco peinado en una trenza recogida en la parte superior de la cabeza como una corona de plata, y cruzó la sala de estar detrás del duque con una gracia tan distinguida que podría haber sido confundida con una

reina. Pasó la mano con amor a través de los pocos cabellos canosos que quedaban en la cabeza del duque y dijo: —El viaje ha terminado ahora, querido. Pon tu pie en alto y relájate. Se volvió y le ofreció la mejilla a León para recibir su beso y luego abrió los brazos a Charlotte. —Ven a mí niña —dijo. —Quiero dar la bienvenida a la joven que mi nieto ha elegido para engendrar su heredero. Denbigh disparó a Charlotte una mirada de advertencia. Cerró la boca para interrumpir cualquier corrección que hubiera estado a punto de hacer a la aseveración de la Duquesa y dejó que la abrazara con cariño. La Duquesa le tendió el brazo y la miró con un ojo suspicaz que Denbigh estaba seguro no se perdía detalle. Habría dado cualquier cosa por meterse cinco minutos en la cabeza de su abuela. Los rizos rubios se habían soltado de la cinta que, supuestamente, debería tenerlos recogidos en la nuca. Sus manos estaban manchadas con la pintura de la cerca que rodeaba el jardín en la parte trasera de la casa a la que había estado blanqueando y su falda estaba llena de polvo en la parte delantera como producto de su intensa búsqueda a gatas en los estantes bajos de la biblioteca. Además, tenía los labios hinchados por sus besos y sus mejillas estaban sonrosadas y se veía completamente deliciosa, como si acabara de salir de la cama. Esperaba que su abuela no se diera cuenta de nada de eso. Charlotte se había olvidado de hacer una reverencia a la Duquesa, y estaba mirando directamente a su abuela, sin la menor deferencia a su elevada posición. Él gimió internamente. Quedó asombrado al escuchar decir a su abuela, —Es perfecta, León. Va a hacerlo muy bien, de hecho. ¿Estaban mirando a la misma persona? se preguntó. Tal vez la vista de su abuela estaba fallando.

—Deberías habernos dicho algo Denbigh —dijo su abuelo, con las manos vueltas hacia el fuego que siempre se mantenía encendido en caso de que él decidiera visitar su residencia de Londres sin previo aviso. —Es un día muy importante cuando un hombre elige a su novia. —Tenía miedo de que Lady Alice te hubiera alejado de forma permanente de las mujeres —dijo su abuela, mientras conducía a Charlotte a saludar a su abuelo. —Estoy contenta de comprobar que estaba equivocada. —Pero abuela, yo… —se dio cuenta de que no podía contarles a sus abuelos que no tenía ninguna intención de casarse con Charlotte Edgerton. Qué sólo las circunstancias en las que habían sido pescados in fraganti exigían que siguieran adelante con esa farsa de matrimonio. El honor lo exigía. Tendría que fingir que su compromiso era real. Al menos hasta que pudiera encontrar otro marido para Charlotte. Se dio cuenta que la zorra estaba disfrutando de su malestar inmensamente. Su abuelo puso fin a eso cuando dijo: —Ponte junto a Denbigh, y déjame verlos juntos. Charlotte cruzó la sala y se puso a su lado, la sonrisa se había esfumado de su rostro siendo sustituida por la cautela. —Es un poco pequeña, ¿verdad? —observó el Duque de Trento. —No soy alta, mi Lord, si eso es lo que quiere decir —dijo Charlotte. —¿Has oído eso, Lizzie? —le dijo a su abuela. —¡La jovencita me llamó “mi Lord”! Me gusta eso. La falta de convencionalismos es buena para la familia, como siempre digo. Nada de “Su Gracia esto” y “Su Gracia aquello”. Ven aquí, niña, y dale a tu abuelo un beso en la mejilla. El rostro de Charlotte se relajó en una sonrisa de alivio mientras daba al viejo un abrazo y un beso. —Me alegro de conocerle por fin, mi Lord. Será bueno tener otro padre. Yo perdí al mío hace tiempo.

—Escuché que Edgerton había muerto —dijo el Duque. —Siempre me gustó tu padre. —¿Usted lo conoció mi Lord? —Ciertamente. ¿Por qué crees que te envió a nosotros? Charlotte disparó a Denbigh una mirada interrogante. —Me pareció que había sido por error, mi Lord. —Ningún error, querida Charlotte —dijo la Duquesa. —Tu padre era un amigo cercano de la familia. —¡Lo que a Lizzie no le gusta itir es que casi se casó con el hombre! —dijo su abuelo con una carcajada. —¿En serio? —dijo Charlotte, con los ojos abiertos de asombro. —Entonces podría haber sido su hija mi Lady. —Es posible —acordó la Duquesa. —Pero esto es mucho mejor —dijo con una sonrisa. —Yo he vivido todos estos preciosos años con Arthur, y aún puedo tenerte como mi nieta. El Duque carraspeó. La Duquesa se rio. Charlotte sonrió Denbigh puso mala cara. Si alguien alguna vez se preguntaba por qué se mantenía alejado de sus abuelos, sólo tendrían que ser testigos de esa escena para entender. Los Duques de Trento no actuaban como cualquier otro duque o duquesa. Lo habían avergonzado siendo niño cuando sus amigos lo iban a visitar. Las personas esperaban que los duques y las duquesas fueran remotos y altivos. Sus abuelos eran tan abiertos y amigables como el posadero local y su esposa. Sus amigos siempre se negaban a visitarlo en vacaciones diciendo que sus abuelos eran demasiado raros. Pero no podía evitar desear que no fueran tan

excéntricos. Había evitado a sus abuelos a medida que envejecían y lo cargaban con más responsabilidades, porque nunca sabía muy bien cómo actuar con ellos. A él le gustaba seguir las reglas; ellos insistían siempre en romperlas. Tal vez esa era la razón por la cual Charlotte se llevaba tan bien con ellos y por la que le había resultado tan difícil tratarla. —Lady Charlotte, alguien está esperando para verle en la cocina —anunció un criado. Charlotte ya había comenzado a caminar hacia la puerta de la sala, cuando Denbigh la llamó: —¿Dónde vas? —Se supone que debo reunirme con mi nueva doncella antes de la cena. —¿Tu nueva doncella? ¿Qué hay de malo con la que tienes? —Nada —ella lo miró y dijo: —Ayer llegó una mujer pidiendo las sobras en la puerta de la cocina. Cuando me dijo que una vez había trabajado como doncella, pensé que podía contratarla para poder ayudarla. —No puedes contratar a todos los mendigos de las calles, Charlotte — comenzó Denbigh. —Ella… —Está embarazada, León. No puedo dejarla en la calle. En realidad, no te importa, ¿verdad? Cuando lo miró con esos ojos verdes, sinceros e inocentes y ansiosos por su aprobación, Denbigh descubrió que no podía decirle que no. A pesar de que las sirvientas por lo general eran despedidas, no contratadas, cuando comenzaban a mostrar signos de embarazo. Por supuesto, Charlotte siempre se las ingeniaba para hacer las cosas al revés, —Esta es la última vez, Charlotte. A partir de ahora, mi mayordomo se encargará de contratar al personal que haga falta. —Lo haré —ella se volvió y corrió hacia la puerta. —Camina, Charlotte —amonestó.

Ella se ralentizó, pero no mucho. En la puerta se volvió y dijo: —Gracias, mi Lord. Conozco a Sally y estará agradecida por su generosidad. Denbigh negó con la cabeza. Charlotte Edgerton nunca sería una dama adecuada. A menos que quisiera acabar abrochado a ella por el resto de su vida, debería apresurarse a encontrarle otro marido.

CAPÍTULO 7 Charlotte había intentado durante casi una semana tratar de entender a Denbigh, tal como había prometido a Olivia, pero su frustración iba en aumento. Iba a ser su escolta al teatro esa noche y ya había ordenado que debería vestir de blanco; que debería presentarse en la planta baja, precisamente a las ocho en punto; que a su llegada a Covent Garden debería mostrarse recatada, modesta, reservada, y que no debería decirle a Braddock nada en absoluto, si podía evitarlo. —Me ha dado una media docena de órdenes, al menos —dijo mientras se paseaba por la habitación de Olivia. —Y espera que todas sean obedecidas al punto. Es prepotente, arrogante, arbitrario, autoritario, dominante, y... y... arrogante. —Ya lo dijiste. —Vale la pena repetirlo —replicó Charlotte. —¿Por qué te empeñas en ver lo peor de León? —preguntó Olivia. —Usa el vestido color lima Livy —dijo Charlotte, ignorando su pregunta. — Hace que tus ojos parezcan dorados. El verde es demasiado... verde. —¿No crees que ese vestido que llevas puesto es demasiado fino...? — preguntó Olivia. Charlotte pasó sus dedos sobre la falda de gasa del vestido que había encargado a una modista que atendía principalmente al bajo mundo. Era blanco virginal, como Denbigh había ordenado. Esa, estaba segura, era la única característica que aprobaría. El vestido era casi transparente, se moldeaba a la

forma de su cuerpo, y el corpiño tenía un escote tan bajo que la había hecho dudar. Era apropiado sólo para una cortesana, una mujer de vida fácil. Pero ella estaba probando otro punto de Denbigh. —Por supuesto, es muy revelador —reconoció Charlotte. —¿De qué otra forma puedo dejarle en claro a tu hermano que tomaré mis propias decisiones sobre qué ponerme? —Charlotte tiró de la blusa, pero no logró cubrir ni un centímetro más de piel que antes. —Pensé que ibas a tratar de llevarte bien con León —dijo Olivia. Charlotte resopló. —Aparentamos llevarnos tan bien que, si no tengo cuidado, tus abuelos me casarán con tu hermano antes de que termine la temporada. —A ellos le gustas, Charlie. Es natural que quieran que te conviertas en parte de la familia tan pronto como sea posible. —Me encantaría tenerte como hermana, Livy. Es de tu hermano del que quiero prescindir —cuando Olivia le lanzó una mirada exasperada, Charlotte cambió de tema. —¿Estás nerviosa por esta noche? Te ves tan tranquila. No has visto al Duque durante toda la semana. ¿No estás en lo más mínimo ansiosa por verlo de nuevo? Olivia esbozó una risa temblorosa. —Estoy aterrorizada. ¿Por qué crees que no estoy vestida todavía? Cuando lo esté, voy a tener que bajar y enfrentarme a él. ¿Y si ha cambiado de opinión? ¿Y si ya no desea cortejarme? —¿Cómo es posible que no quiera cortejarte? Te he dicho una y otra vez lo maravillosa que eres, Livy —Charlotte alcanzó el vestido de seda y se lo alcanzó. — Toma. Déjame ser tu doncella. Son las ocho y media. Cuanto antes te vistas, más pronto podemos llegar. Me muero por ver una obra de teatro con actores reales. Estoy segura de que no seré capaz de apartar los ojos del escenario. —Nadie más en el teatro será capaz de apartar sus ojos de ti con ese vestido escandaloso —dijo Olivia.

—¿Crees que algunos de los Lores presentes mostrarán interés en mí? Olivia rió. —Cuenta con eso. Durante el intervalo, vendrán al palco del Duque a presentarse. Todo lo que tienes que hacer es sentarte y esperar. —¿Aunque esté comprometida? —Hay muchos que se complacen en desempeñar el papel de Cicisbeo, un hombre que sirve de compañía a una dama comprometida. Y hay otros libertinos, que querrán ver si pueden robarte un beso, ahora que estás comprometida. Y los curiosos amigos de León, que querrán conocerte. —Eso suena bastante fácil —dijo Charlotte. —Creo que ya deberíamos estar abajo cuando el Duque llegue, ¿verdad, Livy? De esa manera podemos impedir que nuestros acompañantes comiencen una discusión sobre la nada y se tiren los guantes en la cara. —Tienes razón, por supuesto. Mi hermano y el Duque no necesitan una excusa para luchar. Ya tienen razones suficientes. Una vez que Olivia tuvo el incentivo adecuado, sólo tomó un momento terminar su tocado. —Espera, Livy —dijo Charlotte antes de que Olivia se levantara de delante de su espejo. —Mi nueva doncella, Sally, me dio algunas cosas que dijo ayudarían a tu apariencia —Charlotte puso polvo de madera de sándalo sobre las mejillas de Olivia para dar color. Luego humedeció un papel rojo y pasó el tinte resultante sobre los labios de Olivia con su dedo. —Listo —dijo. Olivia se miró en el espejo y frunció el ceño. —¿No crees que es demasiado? —No sé —Charlotte respondió con honestidad. —Al menos ahora tu cara no se ve tan blanca como un fantasma. Olivia gimió e instó a Charlotte a salir de su dormitorio y bajar las escaleras.

Charlotte tuvo la respuesta anticipada de Denbigh cuando apareció en la sala del brazo de Olivia. —Llegas tarde —dijo desde su silla junto al fuego cuando oyó la puerta que se abría. Inclinó la cabeza para mirarla y rugió, —¡Charlotte! Ella había descubierto hacía mucho tiempo por qué su apodo era León. Se puso en pie, con los ojos redondos de incredulidad. —¿Qué demonios te has puesto? —Un vestido blanco, como me pediste. —Sabe que jamás habría tenido nada como... como ese... ese jirón de muselina en mente —tartamudeó. Charlotte dejó a Olivia y se acercó a donde estaba parado, con las piernas extendidas, y las manos posadas sobre sus caderas. Se dio cuenta de que no le quitaba los ojos al escote hasta que estuvo de pie directamente delante de él. Las puntas de sus orejas eran de color rojo cuando sus ojos finalmente se reunieron con los de ella. —Con ese vestido te pareces… —Hermosa —interrumpió Olivia. —¿No lo crees así, León? Charlotte giró obedientemente en un círculo. El vestido hizo poco para ocultar sus atractivos. El rubor de Denbigh se acentuó cuándo se enfrentó a él de nuevo. —¿Quieres que me ponga otra cosa? —preguntó. Él tiró de la corbata blanca como la nieve que Theobald había atado con precisión matemática. —No, sabiendo que el reemplazo no sería ninguna mejoría —extendió la mano para recoger un poco de muselina fina de la manga y lo frotó entre sus dedos. Sus ojos plateados se encontraron con los verdes, y Charlotte se estremeció como si fuera su piel la que estuviera acariciando.

—¿Quieres casarte conmigo, León? —preguntó con una voz demasiado baja para ser oída por Olivia. —Ya sabes que no —dijo rígidamente. —Entonces debo encontrar otro marido —dijo. —Creo que este vestido puede ayudar. —Con esta abominación —dijo, dejando caer la gasa sobre su piel, —serás responsable de atraer exactamente al tipo de pescado suelto que no quieres. Sus ojos estaban puestos en ella otra vez, pero la desaprobación que vio no era tan fuerte como el deseo. —Un vestido como ése... —comenzó. Se humedeció los labios y la boca se le secó. —¿Me hace lucir bella, León? —Te hace lucir seductora —corrigió. —Servirá para atrapar un marido, creo. —No creo… El mayordomo del Duque de Trento, un anciano llamado Stiles, que gracias a la intervención de Charlotte había adquirido un mejor ajuste de la dentadura postiza, anunció, —Su Gracia, el Duque de Braddock —Charlotte le dio una amplia sonrisa, y el anciano se la devolvió en todo su esplendor. Ella contuvo el aliento cuando Braddock entró en el salón, porque no estaba segura de qué tipo de fuegos artificiales podrían encenderse cuando el Duque finalmente entrara en la casa del hombre que había matado a su hermano. Los dos hombres, ambos magníficos exponentes de la alta sociedad, eran una visión formidable los dos juntos. Braddock vestía de azul marino. Denbigh de

negro. Fue difícil detenerse a irarlos cuando inmediatamente se enfrentaron como dos perros de corral que luchaban por la misma perra. —Denbigh —dijo el Duque. —Braddock —respondió el Conde. Lo que parecía perfectamente civilizado. A continuación, Charlotte vio el tic en la mandíbula de Braddock, y el pulso golpeando en el pómulo de Denbigh. La tensión hervía a fuego lento bajo la superficie y amenazaba con desbordarse. —¿Nos vamos? —dijo Charlotte, deslizando su brazo en el de Denbigh. — Stiles tiene mi abrigo junto a la puerta. Olivia rápidamente siguió su ejemplo, deslizando su brazo en el de Braddock. —¿Vamos? —Mi carro está esperando —dijo Braddock. —El mío también —replicó Denbigh. Los dos hombres se detuvieron tirando de las dos mujeres al lado de ellos. —Mi hermana viajará conmigo —dijo Denbigh. —Me complacerá llevar a su prometida conmigo en mi carruaje —dijo Braddock, la boca ladeada cínicamente. Incluso Charlotte reconoció la necedad en el gesto. —¿Por qué no vamos todos juntos en un coche? —sugirió Olivia. —En el mío caben cuatro cómodamente —dijo Denbigh. —Lo mismo ocurre con el mío —contrarrestó Braddock.

—¿Les gustaría tirar pajitas para ver quién gana? —preguntó Charlotte con un movimiento de cabeza a su competencia ridícula. Ninguno de los dos cedió el punto. Se miraron el uno al otro, los hombros hacia atrás, las fosas nasales dilatadas. —Creo que siento un incipiente dolor de cabeza —dijo Olivia. —Tal vez será mejor que me quede en casa esta noche. Braddock se quedó mudo, pero estaba claramente decepcionado. No era una actitud de caballero decirle a una dama que estaba mintiendo para evitar una situación incómoda. Charlotte sabía que no toleraría semejante berrinche. —Bueno, yo no tengo dolor de cabeza, y he estado esperando ir al teatro durante toda la semana. Si tú no vas, Livy, tendré que quedarme en casa, también. —Tal vez le sea más cómodo el coche de su hermano —dijo Braddock. Se volvió a Denbigh y continuó con voz seca, —Si os parece bien le diré a mi cochero que se una a nosotros en el paseo de Covent Garden. Denbigh asintió. —Perfecto. —Gracias a Dios que está arreglado —dijo Charlotte con una sonrisa brillante. —¿Nos vamos? Nadie dijo una palabra mientras esperaban. Los cuatro dejaron escapar un silencioso suspiro de alivio una vez que estuvieron sentados en el carruaje de Denbigh. En algún momento durante el primer acto, Olivia se dio cuenta de que realmente tenía dolor de cabeza. No había manera de que pudiera volver a la casa sola ya que habían llegado todos en un coche. Incluso si podría haber convencido a su hermano de que la llevara a la casa sin crear otra escena, no quería echar a perder el disfrute evidente de Charlotte por la actuación. Así que se dispuso a sufrir en silencio.

El Duque y ella estaban sentados en los dos asientos detrás de Denbigh y Charlotte en el palco de Braddock, sólo porque Charlotte había corrido a la barandilla del balcón en el instante en que llegaron, cautivada por las imágenes brillantes, y se mantuvo allí hasta que la cortina se cerró. Era evidente que León hubiera preferido que Olivia y Braddock se hubieran sentado adelante, para poder mantener un ojo sobre ellos. Varias miradas ansiosas por encima del hombro habían bastado hasta ahora para convencerse de que Braddock no se había tomado libertades sobre su persona. —¿Empeoró el dolor de cabeza? —le dijo al oído. —Sólo lo he inventado —dijo. —He visto una mueca de dolor dos veces cuando la multitud estalló en carcajadas. Si no tenías dolor de cabeza antes, sospecho que tienes uno ahora. ¿Estoy en lo cierto? ¿Qué sentido tenía mentir? Ella asintió. —Ven —dijo. —Pero… Él no le dio una opción. La tomó firmemente de la mano y la sacó del palco. Para su sorpresa, León ni siquiera miró hacia atrás. Estaba demasiado ocupado tratando de controlar a una exuberante Charlotte inclinada sobre la barandilla del balcón. El Duque puso la mano en su antebrazo y caminó lentamente por el pasillo, que estaba sorprendentemente tranquilo, y donde la tenue luz era más relajante para los ojos. —¿Te sientes mejor? —preguntó. —Sí, gracias —dijo. —Tal vez fue todo el ruido y el olor de las naranjas de la fosa —las naranjas eran un refresco popular en el teatro, y las inmensas

cantidades de fruta pelada, combinada con el olor de las masas sin lavar, despedían un penetrante aroma. Braddock ignoró esa excusa y dijo: —Tal vez fue la tensión entre tu hermano y yo. Olivia se detuvo y miró los ojos del Duque. En realidad, nadie podía tener el incomparable color de los ojos de Braddock que se arrugaban en las esquinas en una maravillosa lluvia de alegría mientras sonreía. —¿Me han crecido dos cabezas? —preguntó. Sintiéndose atrapada, bajó la mirada y dijo: —Su franqueza me sorprendió. —Sería absurdo negar lo que cualquiera puede ver. No hay gentilezas entre Denbigh y yo. Él mató a mi hermano. Si no fuera por ti... —¿Podrías matar al mío? Él apretó los labios, negándose a responder. —Estoy contenta, Excelencia —dijo ella, —si soy un motivo válido para restringir su venganza. Pero… Olivia no se había permitido itir hasta esa tarde cuando vio a los dos hombres juntos, lo peligroso que era enamorarse de Braddock. No se podía cambiar la historia. Denbigh había matado a Lord James. Esa muerte siempre estaría entre su familia y Braddock. Era posible, si continuara viéndolo, que los dos hombres intentaran hacer las paces. Posible. Pero no probable. Lo más probable, era que la proximidad forzada produjera exactamente el resultado que Charlotte había predicho. Algún día, cuando Olivia no estuviera cerca, Braddock lanzaría un guante a la cara de León. Y uno, o ambos, terminarían muertos.

Abrió la boca para decirle al Duque que ya no lo recibiría si insistía en verla en la casa de Grosvenor Square en el futuro. Pero simplemente no pudo pronunciar las palabras. —¿Hay algo mal, lady Olivia? —preguntó el Duque. —Es sólo el dolor de cabeza. —Voy a pedir un coche de alquiler, y la llevaré a su casa. —No creo que mi hermano… Le llevó un dedo a los labios. El o fue electrizante. Ella abrió la boca, y él se quedó inmóvil. Lo miró a los ojos y vio sorpresa y... algo más. El breve momento de duda que había visto en sus ojos había desaparecido casi antes de que pudiera reconocer el motivo. ¿Duda acerca de qué? Se preguntó. Demasiadas cosas le vinieron a la mente para su comodidad. —No es correcto para mí estar con usted sin compañía —señaló. —Las malas lenguas me harán pedazos si nos descubren. —Nadie nos verá —dijo en voz baja, vibrante. —Créeme. Le dolía el corazón por el deseo de hacer exactamente eso. —Muy bien —dijo. —Debo decirle a mi hermano que me voy. —Yo me encargaré de avisarle —le aseguró. La acompañó fuera y la colocó en un coche de alquiler que convocó con un movimiento de su mano. La antigua cabina tenía asientos de cuero, en lugar de la tapicería de felpa a la que estaba acostumbrada, y apestaba a olores inconfesables. Quería cambiar de opinión, pero el Duque había vuelto a entrar, y ella tenía miedo de salir del coche y esperar en la acera a solas. —He dejado una nota para que sea entregada a su hermano en el intervalo — dijo el Duque reuniéndose con ella en el coche. —Con lady Charlotte para

mantenerlo entretenido, no es probable que note nuestra ausencia hasta entonces. Olivia estaba preocupada porque Denbigh lo notara pronto, descubriera que se había ido, y tirara abajo el teatro buscándola. La despreocupación de Braddock ayudó a hacer caso omiso de sus propias dudas. Y con él a su lado, el coche de alquiler no parecía tan horrible. Cuando finalmente quedó a solas con el Duque en el carruaje a oscuras, y mientras traqueteaban las calles de Londres hacia su destino, ella reconoció la impropiedad de la situación. Era fácil decirse a sí misma que nadie lo sabría nunca. Pero era peligroso para los dos. Si los descubrían juntos y a solas la trampa del párroco les caería encima. Ella estaba tan concentrada en la impropiedad de viajar a su casa con Braddock sin compañía, que se olvidó por completo por qué las normas de sociedad decretaban que una dama nunca debería estar a solas con un caballero. Braddock se lo recordó cuando le tomó la mano y la sostuvo con gusto en la suya. —Esto es... usted no debe... no puedo... Mientras estaba ocupada concentrándose en lo que estaba haciendo con su mano, Braddock bajó la cabeza y la besó en la boca. Fue una unión tan fugaz que si no hubiera visto el brillo de sus ojos azules en las farolas de la calle cuando levantó la cabeza habría pensado que lo había imaginado. Nerviosa, giró la cara para mirar por la ventana. —No debería haber hecho eso —dijo sin aliento y excitada y horrorizada a la vez. —¿Por qué no? —preguntó. —Quería probar tus labios para ver si eran tan dulces como las bayas contra las que los presionaste esta tarde para teñirlos de rojo. —Oh. Es solamente pintura, Excelencia. Idea de Charlotte —Pero sabe a bayas, estoy seguro.

Se volvió hacia él con una protesta en los labios y fue atrapada por la fuerza de su mirada. —Tal vez me equivoqué —dijo. —Déjame ver. Ella permaneció inmóvil como un conejo, sin saber qué hacer, cuando la cabeza bajó y los labios cubrieron los de ella otra vez. Debería haber estado preparada. Esta vez no había habido ninguna sorpresa acerca de lo que iba a hacer. Pero su segundo beso envió un escalofrío de placer por sus venas, mucho más fuerte que el primero. Sabía que debía apartarse. Sabía que debía exigir que la llevara a su casa inmediatamente. Sabía que debía mantener sus labios apretados contra su lengua exploradora. Pero todas las emociones reprimidas durante tantos años se volcaron en cascada sobre ella como el torrente de agua desde una represa rota. Ella gimió cuando abrió la boca, dejando escapar un sonido ahogado tan extraño a sus oídos que la habría mortificado si hubiera sido capaz de tener algún pensamiento racional. Su lengua hacía que algo en su interior comenzara a gestarse. Sus orejas rugieron, y la sangre latió locamente en el pulso de su garganta mientras le mordisqueaba suavemente los labios, pidiendo que la abriera para él. Juntó las manos con fuerza en su regazo para no tocarlo. No había hecho ninguna declaración. Era una tonta por estar haciendo eso. Pero no podía detenerse. Se estremeció al oír el sonido que dejó escapar, un gemido de angustia reprimida que logró que abandonara su boca y se apartara para mirarla fijamente a los ojos. Se sintió temblando de expectación. Quería que la besara de nuevo. Lo necesitaba. Lo anhelaba.

Percibió que si hubiera hecho sólo un ligero movimiento en su dirección la hubiera tomado en sus brazos otra vez. Pero las inhibiciones de toda una vida eran más fuertes que su deseo recién despertado. Era una dama. Las damas no se lanzaban a los brazos de los caballeros. Se echó hacia atrás una fracción de pulgada. Eso fue suficiente para romper el hechizo. No quería que el interludio finalizara. Había estado demasiado cerca de lo que siempre había imaginado que podría ser como en sus sueños, aunque sus sueños no se asemejaban a la realidad de ser besada por el Duque. —No tenía idea de que se pudiera sentir así —dijo con voz entrecortada. —Yo tampoco —murmuró. El carro se detuvo, y Olivia levantó la cortina y miró hacia fuera, esperando ver la casa de su abuelo. El barrio estaba a oscuras, las casas desconocidas. Nada era familiar. La puerta de la casa más cercana se abrió, y un mayordomo quedó enmarcado en un cuadrado de luz, a la expectativa. Olivia se preguntó quién pensaba que eran. Obviamente había algún error. —¿Dónde estamos? —preguntó al Duque. —¿Por qué hemos parado aquí?

León la tomó por la manga del vestido de gasa de Charlotte para evitar que se cayera y sintió que el material endeble se desgarraba en su mano. La agarró de nuevo por el codo, y tiró de ella hacia atrás para impedir su muerte en una caída desde el palco. Estaba tan atrapada en la acción que sucedía en el escenario, que ni se dio cuenta del daño a su vestido. —Siéntate —dijo con voz mortal. —Pero León, todo es tan emocionante. Quiero ver todo. Quiero sentir todo.

Era difícil negarle nada cuando lo engatusaba tan bellamente. Pero tenía que poner los límites en alguna parte, o realmente terminaría con la cabeza partida. —Si lo desea, podremos visitar el pozo durante el intervalo —dijo. —Pero sólo si prometes quedarte quieta durante el resto de este acto. —Oh, lo haré —prometió Charlotte. Pero se sentó en el borde de su asiento, lo más cerca posible como pudo de la barandilla. Un momento después se acomodó en su silla y puso la mano en la manga para llamar su atención. —León —dijo. Era tan raro que usara su nombre que se quedó paralizado, sin saber qué podría pedirle en ese momento. —No puedo ir a la fosa durante el intervalo. —¿Por qué no? —Tengo que esperar aquí para ser presentada a todos los caballeros que han notado este vestido escandaloso y que vendrán a conocerme. León apretó los dientes. De lo contrario empezaría a los gritos para darle una respuesta. Se dio la vuelta para ver si su hermana podía hacer entrar en razón a la chica sólo para descubrir que Olivia no estaba... y Braddock tampoco. —¡Maldita sea! —murmuró. No podía hacer una escena. Eso crearía el escándalo que todavía tenía la esperanza de evitar. —Es hora de que nos vayamos, Charlotte —dijo, colocando su abrigo sobre los hombros. —No estoy lista para irme —protestó. —Olivia se ha ido con Braddock —siseó en su oído. Se volvió tan precipitadamente que casi se cayó de la silla. —¿Se fueron? ¿A dónde fueron?

—No tengo ni idea —su imaginación estaba creando varias escenas que le hicieron helar la sangre. Había tenido la sospecha de que Braddock intentaría vengarse de él a través de su hermana. ¿Por qué no los había vigilado más de cerca? La respuesta estaba sentada a su lado. Controlar a Charlotte le consumía más energía que supervisar un aula llena de niños. —¿Dónde vamos a ir a buscarlos? —preguntó Charlotte. —Nosotros no vamos a ninguna parte. Tú irás a casa. Yo averiguaré la dirección del Duque. —No me fío de que vayas solo —dijo Charlotte. —Vas a terminar perdiendo la vida en un duelo con Braddock. —Si lo hago, no ocurrirá antes del amanecer por lo menos. Todavía hay varias horas durante las cuales tendrás que obedecerme. —¿Qué pasará conmigo si te matan? —preguntó Charlotte. —¿Voy a ser libre de hacer lo que deseo, entonces? —Quita esa mirada sanguinaria. Si algo me pasa, te trasladarán junto con el mobiliario y las pinturas al siguiente Conde de Denbigh, quienquiera que sea. Charlotte frunció los labios. —Creo que preferiría tratar con usted. Al menos hemos llegado a una especie de entendimiento. Por lo tanto, si no te importa, preferiría que no te dejaras matar por el Duque. —Voy a hacer todo lo posible para evitarlo —le aseguró. Antes de que pudieran salir del palco, el acto terminó. Al menos una veintena de petimetres y dandis estaban reunidos fuera de la puerta, en espera de su oportunidad de ser presentados a su pupila. En su determinación de no permitir que Charlotte fuera importunada por uno solo de ellos, Denbigh casi despidió al mensajero.

—Una nota, mi Lord —dijo un caballero vestido a la moda, pero no muy limpio, empujando un pergamino doblado hacia él. Entonces vio su nombre en el exterior. —Gracias —dijo. El mensajero le tendió la mano. —El caballero dijo que tendría una moneda para mí. Denbigh buscó una moneda suficientemente pequeña como para servir de muestra y la dejó caer en la palma sucia. El desagradable individuo desapareció rápidamente entre la multitud. Denbigh abrió la carta y sintió que la sangre abandonaba su rostro mientras leía las dos palabras escritas allí: “La tengo”. Sus ojos vagaron a través de la multitud en busca del mensajero, pero el hombre ya había desaparecido. La tengo. ¿Qué quería decir Braddock? ¿Que tenía a Olivia bajo su poder y control? ¿Qué la tenía encerrada para violarla y matarla? ¿O qué simplemente tenía la intención de dar a Denbigh aviso de que su hermana desaparecida estaba a salvo en algún lugar con su acompañante para la noche? Denbigh no se consoló. Un hombre honorable no habría desaparecido. Braddock quería que se preocupara. Él quería provocar un duelo. ¿A qué lugar habría llevado a Olivia? Esa era la cuestión candente. Cada momento contaba. Tenía que encontrar a Olivia antes de que el duque pudiera comprometerla. La triste verdad era, que Braddock ni siquiera tendría que tocarla. Todo lo que tendría que hacer era mantenerla alejada durante la noche. Estaría arruinada. No es que Olivia hubiera vivido a la espera del matrimonio, pero no sería capaz de mantener la cabeza erguida ante la sociedad. Se le negaría la isión en

las mejores casas. Y cuando se casara, su elección de esposo sería limitada a aquellos que estuvieran dispuestos a pasar por alto el escándalo. Por desgracia, mientras que Denbigh había estado distraído, al menos tres de los petimetres se habían presentado a Charlotte y estaban hablando con ella alegremente. Sólo había una manera de lidiar con esos petimetres, para el caso. Les daría un corte directo. Haciendo caso omiso de ellos como si no existieran, deslizó un brazo por debajo del codo de Charlotte y la hizo pasar a través de la horda y salir por la puerta. —Eso no fue muy agradable —protestó Charlotte mientras la conducía por el pasillo. —Jerrold parecía muy agradable. —¿Jerrold? —¡Estaba llamando a un perfecto desconocido por su nombre! — Jerrold es más probable un caza fortunas reconocido —dijo en tonos graves. Su carro estaba esperando en una larga fila, y Denbigh hizo señas para que se presentara a la puerta. —Tenía unos ojos bonitos —dijo Charlotte. —¿Quién tenía los ojos bonitos? —Jerrold, por supuesto. —Maldición —espetó Denbigh. —¿Desde cuándo importa el color de los ojos de un hombre? —No era el color —dijo Charlotte. —Ningún hombre puede tener los ojos tan hermosos como los tuyos. Pero me miró como una persona, y no como una tonta descerebrada.

Denbigh descontó el cumplido sobre sus ojos. No le pondría por delante de Charlotte haber hecho una observación tan indignante sólo para distraerlo del punto principal del argumento. Se volvió hacia ella y le dijo, —¿Estás sugiriendo que te trato como una tonta descerebrada? Ella asintió. —Eso es ridículo. Yo… —Dictas cada movimiento que hago. Ya no me permites pensar por mí misma, ni tomar ninguna decisión por mi cuenta. —Eso es porque, en mi experiencia, no son decisiones muy inteligentes —Volvemos al punto. —¿Qué punto? —Que crees que soy una tonta descerebrada. —¡No dije tal cosa! Demasiado tarde, se dio cuenta Denbigh que la chica con cerebro de corcho lo había provocado a expresarse a los gritos. Un rápido vistazo reveló las caras divertidas de una docena de cocheros, cada uno de los cuales estaba seguro llevaría cada palabra de su argumento a la mayoría de las casas nobles de la alta sociedad. Habría gemido en voz alta, si no hubiera sabido que también lo contarían. En el instante en que estuvieron instalados en el carro sobre los asientos mullidos, Charlotte dijo, —espero que te des cuenta de que si insistes en ahuyentar a los posibles interesados, podemos estar atrapados en este compromiso durante los años por venir. —Voy a encontrar un marido para ti, Charlotte, lo prometo. Pero no esta noche. Esta noche tengo otras cosas más importantes en la cabeza.

Charlotte no se había dado cuenta de la gravedad de la desaparición de Olivia hasta que dijo: —¿De verdad crees que perjudicará a Livy? Denbigh sintió una punzada de miedo y luchó de nuevo. Seguramente Braddock no sería lo suficientemente sinvergüenza como para abusar físicamente de una mujer inocente. No respondió a su pregunta, porque no confiaba en su voz. —Probablemente está segura en casa, y los dos estamos preocupados por nada —dijo Charlotte para llenar el silencio. Pero Denbigh no estaría de acuerdo con Charlotte hasta llegar a Grosvenor Square y comprobar que Olivia se encontraba en la casa. Muy a su pesar, temía que su hermana se hubiera convertido en una víctima de la venganza del Duque.

CAPÍTULO 8 —No estoy muy seguro de cómo terminamos aquí —dijo Braddock en respuesta a la pregunta de Olivia. Olivia atribuyó la extrañeza en la voz del Duque al hecho de que salió de las sombras oscuras. Pero fue desconcertante estar sentada en la oscuridad con alguien que no se parecía a nadie que conocía. —Tal vez el cochero no entendió mis directivas —dijo Braddock. Golpeó el techo del coche de alquiler y dio al cochero la dirección de Grosvenor Square. —Ponte de acuerdo —dijo el conductor con voz ronca y arrastrada por los efectos de más de una botella de licor. —En primer lugar me dices una cosa, y luego me dices otra. —¿Qué quiere decir? —preguntó Olivia. —Le pedí que nos paseara un poco antes de llevarte finalmente a tu casa — explicó Braddock sin problemas. —Espero que no te moleste. —No —dijo Olivia. —No me molesta en absoluto —se alegró de haber pensado en una forma de estar juntos por más tiempo. De hecho, no quería que la noche terminara. Pero, por supuesto, debía hacerlo. La tomó de la mano y la sostuvo hasta que el caballo de alquiler retumbó sobre los adoquines a través de la noche. No dijo nada, y ella no tuvo el valor para comenzar una conversación con él. Pero se preguntó cuándo iba a declararse. Seguramente esa era su intención.

Entendió su problema. ¿Cómo podía pedirle a su hermano su mano en matrimonio, cuando los dos apenas se hablaban? Ella estrujó su mente pensando en alguna solución al problema, pero no pudo obtener ninguna respuesta. Estaba sorprendida de como la sensación de su mano podía ser tan calmante ahora, cuando antes había sido electrizante. Pensó que era un buen augurio para su futuro. Obviamente, el Duque estaba dispuesto a ofrecer comodidad, así como provocar excitación con su mero o. Se puso un poco nerviosa cuando el coche se detuvo una vez más, preguntándose si el cochero borracho habría entendido bien en esa ocasión, y luego se sintió decepcionada cuando levantó la cortina y descubrió que habían llegado a la casa de sus abuelos en Grosvenor Square. Se preguntó si Braddock trataría de besarla de nuevo. Lo deseaba, pero temía al mismo tiempo que la considerara una mujer ligera por ofrecer tanto antes de que se declarara. Al final, ni siquiera le tocó la mano después de que la ayudó a bajar del carruaje, sólo se acercó detrás de ella mientras se abría paso, torpemente, hasta los escalones de entrada al porche. —Buenas noches, lady Olivia —dijo solemnemente. ¿Dónde estaba su sonrisa? Se preguntó. ¿Dónde estaban las palabras de amor que quería oír? ¿Por qué estaba parado tan lejos? ¿Cuándo voy a verte de nuevo? Consiguió no decir las palabras en voz alta, pero sabía que estaban escritas en sus ojos y en su rostro. Ya fuera por suerte o por desgracia, con los ojos bajos posados en sus zapatillas de noche, había pocas posibilidades de que fuera capaz de leerlos. —Buenas noches, Su Gracia —murmuró. —Esperaré para asegurarme de que esté a salvo en el interior —dijo.

Se volvió a levantar la aldaba de bronce en la puerta, sin querer que su tiempo con el Duque llegara a su fin. Pero no había nada que pudiera hacer para prolongar su encuentro. Stiles abrió la puerta inmediatamente. —Bienvenida a casa, lady Olivia —sólo una ceja arqueada reveló su sorpresa al verla sin su hermano. Olivia se volvió hacia el Duque. Quiso levantar los ojos hacia él, pero en la cruda luz proveniente de la puerta abierta, temía que lo que estaba sintiendo quedara demasiado expuesto si lo hacía. —Gracias, Excelencia. El teatro estuvo... fue... lo pasé muy bien —dijo sin convicción. Nada estaba saliendo bien. Se quedó en silencio, desconcertada, incapaz de moverse dentro o fuera de la puerta. Él le levantó la barbilla con el toque más elemental de su dedo índice. La miró brevemente, el tiempo suficiente para ver la dureza de sus ojos antes de decir: —Adiós, lady Olivia. Luego se volvió y se alejó. ¿Adiós? ¿Ni siquiera buenas noches? Quería correr tras él y pedir una explicación. Excepto que, correr le resultaba imposible. Mejor que fuera así, porque si el Duque no quería tener nada más que ver con ella después de esa noche, sólo se habría humillado yendo detrás de él. Olivia mantuvo la barbilla pegada al pecho al entrar en la casa. Todo lo que podía pensar era en escapar a su habitación. Antes de que pudiera hacerlo, su abuelo llamó desde el salón, —¿Eres tú Denbigh? —Soy yo, abuelo —respondió. —León se encuentra todavía en el teatro con lady Charlotte.

—Ven aquí, chica —llamó con voz de trueno —… y cuéntanos que haces en casa tan temprano. Olivia deseó estar con Charlotte. Charlotte habría dicho: —¡No! Voy a subir a revivir cada momento precioso de la noche y pensar en los besos del duque y preguntarme por qué no se me declaró y preocuparme sobre por qué dijo adiós en lugar de buenas noches. Pero ella era Olivia. Le entregó su manto a Stiles y dijo: —Ya voy, abuelo.

—¿Por qué mataste a Lord James? —preguntó Charlotte. Todo el cuerpo de Denbigh se tensó ante la pregunta, recordando otros tiempos cuando había corrido para encontrar a alguien que amaba... y la había encontrado demasiado tarde. —Debes haber tenido una mejor razón que la que he oído —continuó. —¿Qué has oído? —preguntó. —Que no te gustaba la forma en que ataba su corbata. Nadie mata a otra persona por una razón tan frívola —dijo enfáticamente. —¿No has oído que estaba loco en ese momento? —respondió Denbigh. —Tuviste tiempo entre golpear la cara de Lord James con un guante y el amanecer del día siguiente para recobrar tus sentidos. Y un verdadero loco no vuelve a su sano juicio inmediatamente. Seguramente tenías otra razón. Me gustaría oírla. Por favor. —Por favor, no aquí Charlotte. No me agrada hablar sobre este tema. Olvídalo. La joven nunca le había obedecido. Era sabido que tampoco lo haría ahora.

—Livy dice que sabe el motivo. No quiso contármelo la primera vez que le pregunté, pero con el tiempo lo hará. Puedo ser muy persuasiva... para ser una tonta descerebrada. Denbigh resopló. —Prefiero escuchar la historia de tu propia boca —dijo con una voz encantadora. Denbigh trató de recordar todo lo que le había dicho a Olivia esa noche en el Castillo de Denbigh. Se había quedado en la mesa del comedor después de la cena dando cuenta de la segunda botella de clarete hasta que se sintió tan embriagado que perdió el control. Olivia había oído un ruido como el de una ventana golpeándose y por eso había bajado para encontrarlo literalmente llorando sobre la mesa. Había tratado de ocultar su rostro. Pero era muy tarde. Ya había visto sus lágrimas. Se le había acercado y poniendo sus manos en cada una de sus mejillas lo había mirado a los ojos, y le había dicho que todo iba a estar bien. Envuelto en la comodidad de sus brazos, había apoyado la cabeza contra su pecho y había llorado como un niño perdido. Debía haberle contado todo. Simplemente no podía recordarlo. Se había despertado en su cama a la tarde del día siguiente sintiéndose avergonzado. No había sido capaz de enfrentarse a su hermana. Había regresado a Londres sin hablar con ella, sólo había escrito una nota para darle las gracias por estar ahí cuando la necesitaba. La siguiente vez que había ido al Castillo Denbigh había sido por la insistencia de su vecina, Lady Killington, quejándose de su rebelde protegida. —Supongo que no me debes ninguna explicación —dijo Charlotte. —Pero tal vez si le dijeras a Braddock la verdadera razón por la que mataste a su hermano, sería capaz de perdonarte.

—Ningún hombre querría creer que su hermano es un canalla. —¡Aha! —cantó Charlotte. —¡Entonces Lord James hizo algo digno de recibir un disparo! —En mi opinión, lo hizo. —¿No vas a decirme que fue? —rogó Charlotte. —No. —Le preguntaré a Livy —amenazó de nuevo. —Espero que tengas suerte —dijo Denbigh en tono solemne. Tan pronto como entró en la casa, los temores de Denbigh parecieron tontos. Evidentemente el “la tengo” no había tenido ningún significado nefasto, después de todo. El manto de Olivia colgaba del perchero detrás de la puerta. Sin embargo, ese no implicaba que hubiera estado en la casa desde hacía largo rato. Y Braddock había estado a solas con Olivia durante todo el viaje de regreso a Grosvenor Square. Cualquier cosa podría haber sucedido. —¿Dónde está lady Olivia? —preguntó a Stiles. —Creo que está con los Duques en el salón, mi Lord. Denbigh se dirigió a la sala de estar con Charlotte pisándole los talones. Los dos estaban sin aliento cuando entraron en la habitación y encontraron a Olivia sentada en un taburete a los pies de su abuelo, riéndose de algo que acababa de decir. —Eres un zorro astuto —dijo el Duque cuando vio a su nieto, —enviaste a tu hermana primero, para tener un tiempo a solas con tu futura esposa —el Duque le dio un amplio guiño. Denbigh enrojeció de vergüenza, pero no había nada que pudiera hacer para negar la historia sin exponer a Olivia, y no quería hacerlo antes de que tuviera la

oportunidad de averiguar exactamente lo que había sucedido entre Braddock y ella. Denbigh trató de llamar la atención de Olivia para poder escrutar su expresión, pero como de costumbre, mantuvo la mirada baja. —Le pedí a Braddock que trajera a Olivia —dijo Denbigh. —Y lo hizo —dijo el Duque. —Hace sólo unos momentos. Livy nos ha estado diciendo lo mucho que has disfrutado de la obra de teatro, Charlie. Denbigh casi se ahoga cuando oyó al Duque usar ese deplorable apodo masculino de su pupila. Una corrección estaba en la punta de su lengua cuando miró a su abuela y vio la amorosa preocupación en sus ojos. Por amor a su abuela, su abuelo simulaba que la gota era lo que lo mantenía postrado en cama gran parte del tiempo. La verdad era mucho más desgarradora. El médico le había dicho que su corazón estaba fallando. Al Duque de Trento no le quedaba mucho tiempo de vida. Denbigh se dio cuenta de que extrañaría las bravatas del anciano cuando se hubiera ido. Miró la escena de su abuelo sentado frente al fuego, con Olivia en un taburete a sus pies y Charlotte en canastas en el suelo junto a ella, y supo que era un recuerdo que un día evocaría. En este momento, sin embargo, habría dado sus colmillos por estar durante cinco minutos a solas con su hermana. Charlotte debería haber tenido la misma idea. Para su disgusto, hizo algo para arreglarlo. —Estamos cansadas abuelo —dijo. —Espero que nos disculpes. —No he oído que Livy haya dicho que está cansada —dijo el anciano. Charlotte le lanzó una sonrisa encantadora. —A decir verdad, yo no estoy cansada, tampoco. Pero estoy ansiosa por escuchar acerca de la tarde que Livy

pasó con Braddock y contarle mi primera experiencia en un teatro. ¿No te importa, verdad? Denbigh observó con incredulidad como Charlotte envolvía al Duque de Trento alrededor de su dedo meñique. No sólo estaba quitándole la compañía de Olivia, ¡sino que esperaba que él se sintiera feliz por eso! —Ah, ser joven de nuevo —se rio el Duque. Agitó una mano a Olivia y Charlotte. —Vayan. Hablen tranquilas. Yo, personalmente, estoy deseando quedarme solo delante del fuego con su abuela un rato más —movió las cejas sugestivamente. Denbigh quedó horrorizado por esa alusión pública al romance privado entre dos personas con edad suficiente para ser sus abuelos. ¡Dos personas que en verdad eran sus abuelos! Charlotte, obviamente, no se sintió en lo más mínimo ofendida por el comentario de su abuelo. No era de extrañar. Eran aves del mismo plumaje. Tampoco creían que las reglas se habían hecho para ellos. La arrogancia del Duque era fácil de explicar. Estaba en la cima del rango social en Inglaterra, sólo superado por el rey y la reina. Y Charlotte... Charlotte no era segunda de nadie. La majadera mocosa creía que todos los hombres eran iguales. Molesto, debía itir, que hasta ahora no había visto nada que probara lo contrario. El resultado final, sin embargo, fue que Charlotte y Olivia salieron de la sala y se dirigieron al piso de arriba, y su abuelo, desde debajo de sus tupidas cejas blancas, aprovechó el momento para dejarle en claro con una mirada penetrante que también tenía que irse. Dios mío, pensó. ¡El anciano de verdad tenía planes para con su abuela! Denbigh hizo una salida tan elegante como pudo.

Podría haber ido a su club, pero no quería correr el riesgo de encontrarse con Braddock antes de que pudiera hablar con su hermana. Y ahora parecía que esa discusión tendría que ser pospuesta hasta la mañana siguiente. De camino a su habitación, se sorprendió al ser abordado por Olivia en el pasillo. —Pensé que estabas con Charlotte —dijo. —Tengo que hablar contigo —dijo. —¿Podemos hablar en tu habitación? Era un poco raro, pero desde que Charlotte había entrado en su vida, nada le resultaba sorprendente. —Por supuesto —dijo, abriendo la puerta. Una vez dentro, cerró la puerta y le hizo un gesto hacia una silla cerca de la ventana. —¿Te gustaría sentarte? Nunca se había detenido a observar su cojera y era inquietante hacerlo en ese momento. Su paso desigual hacía que fuera difícil centrarse en su cara, pero ella estaba claramente preocupada. Su corazón se hundió mientras se convencía cada vez más de que el Duque la había importunado. Se apoyó contra la puerta, con los brazos cruzados. —¿Qué pasó, Olivia? Se detuvo bruscamente y se volvió hacia él. —¿Qué decía la nota del Duque? Charlotte me dijo que te dejó una. —Decía: “La tengo”. —¿Y tú pensaste que quería decir que me había secuestrado? —preguntó Olivia. El asintió. —¿Qué, exactamente, pensaste que iba a hacer conmigo? — indagó. Parecía indignada de que pudiera pensar mal de Braddock. Así que le dijo la verdad. —Pensé que te llevaría a alguna casa en algún lugar, que te retendría durante toda la noche.

Ella se quedó sin aliento y se llevó una mano a la boca para no gritar. —Oh. Oh, no —parecía estar luchando contra alguna revelación, y era obvio que no estaba contenta con las conclusiones a las que había llegado. Denbigh se apartó de la puerta y dio un paso adelante, pero ella negó con la cabeza con furia para indicar que no quería que se acercara. —¿Qué te ha hecho, Olivia? —Nada —dijo con una voz finita. —Dimos unas vueltas en el coche de alquiler, y luego... luego me trajo a casa —tartamudeó. Y luego... ¿qué? Denbigh trató de llenar el espacio en blanco. Llegó a él como un rayo y fue igualmente devastador. Luego paramos en una casa. El Duque había hecho exactamente lo que Denbigh había esperado que hiciera, pero por alguna razón no había concretado su vil plan. ¿Por qué? ¿Habría sido simplemente una prueba piloto, para ver cuán difícil sería concretarlo? ¿Habría dicho algo que había hecho cambiar de parecer al Duque? ¿Acaso Braddock habría querido demostrar que era imposible mantener a Olivia segura, indicándole a Denbigh que ya no podría dormir en paz? La solución más sencilla era desafiar al hombre a un duelo y matarlo. Pero antes de esa noche, no había tenido ninguna razón para matar a Braddock, a pesar de que su hermano sí merecía morir. Tal vez Charlotte tenía razón. Tal vez debería decir la verdad Braddock. Tal vez eso marcaría una diferencia. Tal vez no. —¿Por qué dejaste el teatro con Braddock? —le preguntó a su hermana. —Yo... tuve un fuerte dolor de cabeza. Él se ofreció... No pensé... Levantó la mirada hacia él, con los ojos brillantes de lágrimas. —No pasó nada —dijo de nuevo.

Demasiado enfático para ser creído, pensó. Algo había sucedido. Pero no iba a decírselo, de eso estaba seguro. El golpe en la puerta, no debería haberlo sorprendido. Ni el hecho de que Charlotte lo golpeara en la nuca cuando abrió sin esperar a que su llamada fuera respondida. —Oh, no sabía que estabas ahí de pie —dijo mientras entraba. —¡Livy! — exclamó. —¿Qué estás haciendo aquí? —Hablando con León —dijo con una triste sonrisa. —¡Te ha hecho llorar! —dijo Charlotte, dando al Conde una mirada de reproche. —¿Qué haces aquí? —exigió Denbigh. —Estaba preocupada por Livy, porque dijo que no se sentía bien y se fue directamente a su habitación —respondió Charlotte. —¿Por qué la encerraste en tu cuarto? ¿Qué le dijiste? —Espera un minuto. No soy yo el malo aquí —protestó Denbigh. —Braddock lo es. Y no he dicho nada, pero estaba a punto de hacerlo. Charlotte puso un brazo protector alrededor de la cintura de Olivia y dijo: — Está bien. Te escuchamos. —Esto no te concierne —señaló Denbigh. —¡Livy es prácticamente mi hermana! Denbigh la miró, porque la mocosa sabía perfectamente que no tenía ninguna intención de casarse con ella, y que no había manera de que pudiera decírselo delante de Olivia. —Muy bien entonces. Esto es lo que tengo que decir: Por tu propio bien, Olivia, no puedo permitir que veas a Braddock de nuevo.

La barbilla de Olivia se hundió en su pecho. Cuando parpadeó, una lágrima se deslizó por su mejilla. —Lo entiendo, León. Puedes decirle a Stiles... —ella tragó saliva y continuó: —Puedes decirle a Stiles... que si el Duque vuelve a llamar, le diga que no estoy en casa. —Oh, Livy, no puedes rechazar a Braddock —exclamó Charlotte. —Es todo un tonto malentendido. Ya lo verás. Al menos, dale a Braddock la oportunidad de explicarle a tu hermano que sucedió. —Yo... no creo que haya ninguna explicación —dijo con voz temblorosa. — Ningún por qué... ni... Se liberó de Charlotte y corrió, su cojera casi dolorosa de ver, mientras se precipitaba fuera de la habitación. —¡Livy, espera! Denbigh atrapó el brazo de Charlotte antes de que pudiera ir tras Olivia. — Deja que se vaya, Charlotte. Necesita tiempo para estar sola. —¡Ella necesita a Braddock! —dijo Charlotte. —¡Tiene esperanzas y sueños! Y tú se los has quitado. —Braddock es un sinvergüenza. —Braddock es un hombre enojado. Tú mataste a su hermano por lo que crees es una buena razón. Y te niegas a decirle la verdad. ¿Por qué no habría de estar furioso contigo? ¿Por qué no iba a querer hacerte daño a ti y a tu familia? Pero Livy lo ama, León. Ella… —¿Lo ama? Eso es absurdo. —No es en absoluto absurdo que tu hermana se haya enamorado. Sobre todo de un hombre tan guapo como el Duque. —El amor es para los tontos. —Sólo un tonto podría negarse a sí mismo el amor —replicó Charlotte.

—Braddock sólo quiere una cosa de mi hermana. Y el amor no encaja allí. —Eso es lo que tú dices. Apuesto a que si alguien se molestara en preguntarle, descubrirían que Livy le gusta mucho. —El hombre es un famoso libertino. Ha tenido a las más bellas cortesanas de Londres como amantes. Ninguna mujer ha logrado llevarlo ni cerca del altar. —Eso no quiere decir que no pueda enamorarse cuando conozca a la mujer adecuada. ¿Quién dice que Livy no es la mujer más hermosa que jamás haya conocido, acaso el interior no cuenta? ¿Por qué no puedes verlo? ¿Por qué no permites que Livy vuele en libertad? —¡Olivia apenas puede caminar, y mucho menos volar! Sólo estoy tratando de evitarle el dolor y la angustia de amar a alguien que al final terminará traicionándola —dijo acaloradamente. —¡Yo conozco ese dolor, porque ya lo he padecido! Denbigh estaba horrorizado por haberse expuesto tanto. Vio que las ruedas del engranaje comenzaban a girar en la cabeza de Charlotte, armando todas las piezas del rompecabezas que le habían proporcionado hasta el momento con la última revelación. ¿Alguna vez la había considerado una majadera? Lejos de eso. La mocosa era demasiado inteligente. —Sólo hay una forma en que una mujer puede traicionar a un hombre —dijo. Lo miró directamente a los ojos y dijo: —Con otro hombre. Denbigh resopló entre dientes. ¿Inteligente? Era afilada como un látigo. No dijo nada para confirmar o negar su presunción, pero eso no impidió que ella pudiera deducir el resto. —Lady Alice te traicionó con Lord James —respiró ella, con los ojos abiertos en busca de una expresión que le indicara si había acertado. —Oh, lo siento tanto que… —No quiero tu compasión —dijo a la defensiva.

Sus manos cayeron en puños sobre sus caderas. —El hecho de que hayas tenido una mala experiencia, no significa que lo mismo pasará con Livy. —Una mala experiencia fue suficiente —dijo Denbigh a través de las mandíbulas apretadas. —Lady Alice nunca te quiso si te traicionó de la forma en que dices que lo hizo. Ninguna mujer podría traicionar a un hombre al que ama de verdad. —Yo creía que me quería —contrarrestó Denbigh. —Por lo menos, parecía enamorada. Lo que demuestra lo fácil que resulta engañar. El ceño fruncido de Charlotte se marcó tan profundamente como el de una anciana, y empezó a pasearse. —Espera. Espera. Si tienes razón... si Alice te amó... tiene que haber otra explicación para lo sucedido. —Estás metiéndote en aguas profundas. —No, no creo que hayas estado tan enamorado de ella, si no hubieras recibido amor a cambio. Lo que significa que hay un misterio que hay que resolver. —¡No hay ningún misterio! —gruñó Denbigh. —Se entregó a él —y entonces, como si las palabras le fueran arrancadas con pinzas calientes dijo: —¡Estaba embarazada de él! Charlotte se quedó sin aliento. —Oh, León. Oh no. —Así que ya ves, no soy un completo idiota por creer que Braddock puede dar la apariencia de estar interesado en mi hermana, y tener sentimientos completamente viles para con ella. —No estoy tan convencida de que Braddock sea el pícaro que estás pintando que es. Pero si Lord James era tan deshonroso como para comprometer a lady Alice, ¿no te parece que Braddock entendería por qué tuviste que desafiar a Lord James a un duelo? ¿No valdría la pena decirle la verdad? Eso podría lograr que Braddock y Livy…

—¡Basta! —dijo Denbigh. —No se puede razonar contigo. Charlotte lo miró. —Yo sé que tengo razón. —No importa si tienes razón o no. El asunto está resuelto. Braddock no volverá a ver a mi hermana. —Eso lo veremos —murmuró Charlotte. —¿Qué dijiste? Charlotte caminó hacia la puerta. —Nada. Nosotras las tontas descerebradas rara vez elaboramos un pensamiento útil en nuestras cabezas. Denbigh hizo un voto silencioso para mantener una estrecha vigilancia sobre Charlotte durante los próximos días. ¡No podía permitir que la mocosa intentara hablar con Braddock!

CAPÍTULO 9 Si Charlotte hubiera tenido la oportunidad de encontrar a Braddock, lo habría confrontado con la verdad de lo que había sucedido entre Lord James y Denbigh. Sin embargo, la nota que Charlotte le había enviado a su dirección de Londres le fue devuelta sin abrir con una segunda nota que decía que el Duque se había marchado de la ciudad. Todos sus esfuerzos por localizar a Braddock los días subsiguientes fueron inútiles. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Livy estaba desconsolada. León se sentía reivindicado. Charlotte esperó paciente a que Braddock mostrara su cara en la sociedad londinense. A menos que hubiera vuelto a la India, y no había ningún rumor sobre ese hecho, el hombre tendría que aparecer más pronto o más tarde. Cuando lo hiciera, Charlotte estaría esperándolo. Mientras tanto, la idea de que había algo más en la historia de lady Alice que ni ella ni Denbigh sabía, rondaba por su cabeza. No podía imaginar cómo una mujer que amaba a un hombre podría terminar en la cama con otro. A menos que... a menos que Lord James hubiera chantajeado a Alice de alguna manera. O se hubiera emborrachado en una fiesta y hubiera abusado de ella. O hubiera hecho una apuesta con sus amigos de que podría tenerla y la había obligado. Había infinidad de posibilidades, si solamente pudiera averiguar cuál era la verdad. Charlotte tenía una imaginación maravillosamente viva... pero no conocía

ninguna manera de probar nada, ya que las dos partes involucradas estaban muertas. Estaba desesperada por saber la verdad. Toda su vida dependía de ello. Y sobre todo porque se estaba enamorando de un hombre que casi no la toleraba. Un hombre que estaba decidido a convertirla en alguien que pudiera irar, como si Charlotte Edgerton, nacida y criada en América, no fuera una persona irable. No entendía cómo podía haber sucedido. Le daba miedo pensar que no tenía ninguna opción en ese asunto. El amor estaba allí y no era capaz de extinguirlo. El problema era que su corazón se había decidido por alguien incapaz de amarla. El hombre estaba convencido de que no podía confiar en sí mismo para conocer al amor verdadero cuando lo viera. Después de todo, Denbigh creía que se había equivocado terriblemente con Lady Alice. Que su traición le impedía confiar en otra mujer. Era evidente que algo había que hacer para cambiar su mente, o su amor estaría condenado. La solución más sencilla era probar que lady Alice había amado a Denbigh todo el tiempo, y que algún imprevisto más allá de su control la había involucrado con Lord James. Entonces, y sólo entonces, Denbigh podría estar dispuesto a correr el riesgo de amar a otra persona... de amarla a ella. Entonces, y sólo entonces, podrían tener la oportunidad de vivir felices para siempre. Por supuesto, Denbigh tenía algunas deficiencias que deberían ser corregidas con el fin de hacerlo el marido perfecto. No es que Charlotte necesitara un marido perfecto, pero Denbigh estaba tan lejos de serlo. Tendía a ser dictatorial a veces. Y era terco como una mula. Y mientras buscaba una respuesta al comportamiento inexplicable de Lady Alice, comenzó a pensar con diligencia en cómo hablar con Denbigh de sus defectos, para poder corregirlos. Comenzaría por hacer cambios en su propia persona para vencer su resistencia y su tendencia a la inflexibilidad por no doblegarse ante sus ultimátums. Abandonar su terquedad daría paso, creía, a que accediera a reconsiderar sus defectos.

Empezaría con pequeños cambios, como por ejemplo atarse el pelo en una coleta. Al principio pensó que no se daría cuenta, pero en la cena, dijo, —Te ves como de trece años, Charlotte. Las coletas son para los perros falderos y las niñas. —Las coletas son para cualquier persona que quiera llevarlas —respondió ella. —Los modelos de la sociedad indican… —Ese es tu primer error —dijo. —¿Quién dicta las normas en la sociedad? ¡La respuesta es que toda la sociedad lo hace! Así que todo lo que tenemos que hacer es imponernos y las costumbres cambiarán para adaptarse a nosotros. Tomó un sorbo de oporto, dejó el vaso, juntó las manos delante de él y aclarándose la garganta dijo: —Si desea desafiar los convencionalismos y llevar el pelo sujeto en una coleta, eres tú quien sufrirá las consecuencias. —¡Exactamente! —dijo recompensándolo con una sonrisa por haber sido tan inteligente como para darse cuenta de eso. —Y ya que estoy muy feliz con mi coleta, ¿dónde está el daño? Una vez que comenzó a aceptar los pequeños cambios sin protestar, trató de hacer algo un poco más dramático. La idea surgió de su nueva criada, Sally, que dijo, mientras estaba cepillando su pelo largo hasta la cintura una noche antes de acostarse, —Deberías pensar en cortar un poco este pelo largo y pesado. La moda dicta que las mujeres elegantes usen su cabello más corto y con una serie de rizos enmarcando el rostro. Luego del corte, Charlotte se sintió un poco sorprendida de lo diferente que se veía. —Oh, Sally. Tal vez esto no ha sido una buena idea —sintió un espasmo de remordimiento mientras miraba las guedejas doradas esparcidas en el suelo a su alrededor. —Te ves muy bien, te lo aseguro —dijo Sally.

Charlotte se tocó la cabeza sorprendida por la forma en que los rizos enmarcaban su rostro y que hacían que sus ojos se vieran más grandes. —Quizás estás en lo cierto. La pregunta es, ¿pensará el Conde lo mismo? Decidió no llevar una coleta cuando se presentó ante el Conde por primera vez con su nuevo corte de pelo. Eso sería el colmo. Se puso un vestido de muselina de día encantadoramente recatado, con mangas y cuello alto, y un volante muy femenino en el dobladillo, que estaba segura que aprobaría. —¿Estás ocupado? —preguntó mientras metía la cabeza en el interior del estudio, donde estaba trabajando. —Se te olvidó llamar, Charlotte —le recordó, sin levantar la vista de los papeles que estaba hojeando en el escritorio. Charlotte entró, cerró la puerta detrás de ella, y llamó. —¿Puedo pasar? —Estoy ocupado, Charlotte. —No voy a tomarte mucho tiempo —esperó a que levantara la mirada, queriendo ver su reacción ante el cambio en su apariencia. Pero estaba decidido a seguir centrado en el trabajo delante de él. Se acercó a la mesa sopesando si las delgadas patas serían capaces de soportar su peso y se sentó en el borde. —Para algo existen las sillas, Charlotte —dijo con un borde molesto en su voz, aun ignorante de su propósito. Se instaló más sobre el escritorio. Arrojó su pluma y miró hacia arriba. Era difícil de decir, por la expresión de su cara, si le gustaba o no lo que estaba viendo. Ella trató de sonreír, para ver si eso lo ayudaba a definirse. —¡Charlotte! —rugió. —¿Qué has hecho con tu pelo?

Se puso de pie y la había arrebatado de la mesa por los hombros antes de que entendiera lo que había sucedido. Al principio pensó que iba a sacudirla como si un terrier sacudiera a una rata, pero una vez que la puso sobre los pies se limitó a sostenerla. —Es la moda, todas las damas de la alta sociedad llevan el cabello así —dijo alegremente. —No me importa si está de moda —la interrumpió. Al menos había aprendido la lección, reflexionó Charlotte. —¿Qué te poseyó para hacer tal cosa? —exigió. No podía itir que lo había hecho simplemente para ayudarle a aceptar los cambios, en lugar de luchar siempre contra ella. Pero también quería lucir atractiva para Denbigh. El corte de pelo, obviamente, había sido un grave error. La expresión evidente en su rostro era de consternación y desaprobación. Charlotte sintió ganas de llorar. —¿No te gusta? —preguntó con la barbilla temblorosa. —Para ser honesta, casi lloro cuando vi todos mis rizos en el suelo. De hecho, creo que podría llorar ahora también. Su mirada se suavizó, o tal vez era que se veía borroso por las lágrimas acumuladas. —Nunca eres predecible Charlotte. Eso debo reconocerlo. —Crecerá de nuevo, León. No siempre se verá así —dijo tristemente. Sus labios se curvaron en una sonrisa tierna. —Te ves encantadora tal como estás —sus manos dejaron sus hombros y le peinaron los rizos de la nuca, provocándole un escalofrío que le recorrió la espalda. Le ladeó la cabeza y bajó su boca. El beso fue inesperado.

Es decir, que no había entrado a su estudio con esa idea en mente. Pero le dio chances antes de que sus labios tocaran los suyos. Podría haber retrocedido. Podría haberle dicho que los besos solamente complicarían la situación. O podría haberle recordado que los besos a plena luz del día entre las parejas comprometidas estaban estrictamente prohibidos por las normas de la sociedad. Pero si él estaba dispuesto a ignorar las costumbres sociales, ¿quién era ella para discutirlo? Ese beso fue diferente del primero, e incluso del segundo. No estaba segura del por qué, a menos que tuviera algo que ver con el cambio de sus sentimientos hacia Denbigh. O un cambio de sus sentimientos hacia ella. Ese beso era voraz. Su boca reclamó la suya como lo haría un amante, y su lengua sondeó la apertura de sus labios, exigiendo la entrada. Ella lo dejó entrar. La tomó en sus brazos y la mantuvo lo suficientemente apretada como para sentir la fuerza de sus hombros y su corazón latiendo con fuerza. Nada la había preparado para los sentimientos que se despertaron dentro de ella. No sólo las reacciones físicas -las rodillas debilitadas, el pulso filiforme, la dificultad para respirar- sino el tumulto emocional de saber que estaba siendo besada por el hombre que amaba, y que la quería tanto como ella lo deseaba. Su lengua estaba húmeda y caliente y la recibió con ansias. La sensación de su mano ahuecando la parte inferior de su pecho la distrajo brevemente de lo que estaba haciendo con la boca y la lengua. Cuando le rozó el pezón con el pulgar, se asustó por la intensidad de la sensación. Se hubiera apartado si él no hubiera aplacado sus temores con palabras sin sentido que le ofrecían tranquilidad.

A medida que su mano caliente se cerraba por completo alrededor de su pecho, ella gimió y se arqueó hacia él. La otra mano se deslizó hasta sus nalgas y la apretó contra su ingle. No entendía por qué se sentía tan bien, sólo que era una realidad. Su cuerpo estaba caliente y duro, y frotándose contra él, incluso a pesar de las capas de tela, le despertaba un placer tal como nunca hubiera imaginado. No pensaba que fuera algo natural, sino más bien el resultado de una unión destinada por la naturaleza. La mano masculina que se había apoderado de sus nalgas, animándola a moverse en contrapunto con sus caderas, de repente quedó inmóvil. —Espera — dijo León con voz áspera. —Detente. Ella siguió empujando contra su dureza, tratando de encontrar el punto exacto donde presionar para que se produjeran esas sensaciones maravillosas. De pronto la separó. —Tenemos que parar —dijo con voz áspera. Ella lo miró y vio que sus párpados estaban pesados, los labios temblorosos y el cuerpo tenso. Estaba excitado, y por alguna razón que no entendía, enojado. —¿Qué pasa? —preguntó. —Esto está mal —dijo dando un paso atrás, y pasándose una mano frustrada por el pelo. Al parecer, ni siquiera eso era lo suficientemente lejos, porque se volvió y caminó hasta la chimenea. —¡Maldita seas, Charlotte! En cuanto te tengo cerca, pierdo todo el sentido de la decencia. ¡No tengo que besarte, porque no tengo ninguna intención de casarme contigo! Charlotte no sabía qué decir. Ella no quería casarse con él si no podía amarla. Y rápidamente se dio cuenta que el amor y el deseo no era en absoluto lo mismo. —Yo sólo quería mostrarte mi corte de pelo —logró decir con la garganta dolorida.

—Está bien —espetó. —Ahora, si no te importa, quiero estar solo para terminar mi trabajo. Ella se retiró. Pero sólo para poder reunir sus fuerzas y comenzar la lucha de nuevo. Después de la experiencia en el estudio de Denbigh, se dio cuenta de que él tomaba constantes recaudos para no quedar encerrado a solas con ella. Si entraba en una habitación donde estaba solo, se iba o invitaba a sus abuelos para que los acompañara. Y a su hermana. Lo que era muy bueno, porque Olivia necesitaba compañía. A medida que los días se convertían en dos semanas sin tener noticias de Braddock, Charlotte observó como la luz en los ojos de Livy se iba apagando. La mariposa que había salido de su crisálida bajo la mirada de iración de Braddock, había perdido las alas y se había transformado en un ratón... Aunque no fuera una tarea fácil. Pero el parecido a un ratón estaba definitivamente allí. Livy vestía de colores marrones y grises. Se asomaba por las esquinas antes de entrar en las habitaciones. Nunca hablaba si no se le preguntaba. Incluso en compañía de otras personas, se quedaba en silencio... como un ratón. Charlotte condenaba a Braddock en voz alta cada vez que podía por desaparecer sin decir una palabra, pero también Olivia sentía el azote de su lengua. Las cosas llegaron a un punto álgido una mañana cuando Olivia se unió a Charlotte en su habitación para compartir un chocolate caliente y pan tostado, mientras que Sally probaba otra creación original en el cabello de Charlotte. —Braddock no es el único hombre del mundo —arremetió Charlotte. —Es el único para mí —respondió Olivia con calma.

Charlotte se dio la vuelta para desafiar a Olivia y casi tiró la tenaza de las manos de su doncella. —Quédate quieta, Charlie —dijo Sally. —De lo contrario terminaré quemando tu cuero cabelludo o arrancándote los pelos de las raíces. En el espejo, Charlotte vio a Olivia sacudir la cabeza con consternación, pero si era porque animaba a su criada a hablar con ella de igual a igual, o porque Charlotte estaba dándole un nuevo sermón sobre Braddock, no lo sabía. Se examinó en el espejo. Su cabeza estaba cubierta de diminutos rizos dorados. —Este nuevo arreglo se ve muy rizado... —dijo a Sally. —Eso es lo que generalmente ocurre cuando uno utiliza un rizador — respondió Sally. —¿Qué opinas, Livy? —preguntó Charlotte. —¿Crees que a tu hermano le va a gustar? —Dudo que León note la diferencia —respondió Olivia. Charlotte frunció el ceño. —¿Cómo podría dejar de percibir la diferencia? — dijo, señalando su cabeza. —Me veo como medusa con la cabeza cubierta de serpientes doradas. —Dame la oportunidad de terminar antes de quejarte —dijo Sally. Charlotte metió los codos sobre el tocador y dejó caer su barbilla en las manos. —Es inútil. No tiene remedio. —¿Quién no tiene esperanza? —León. ¿De quién estamos hablando? —De Braddock —dijo Livy. —Hablando de Braddock —dijo Charlotte, perfectamente dispuesta a cambiar de tema, —Me gustaría que dejaras de mostrarte abatida por ese hombre.

—No noto ninguna diferencia en mi comportamiento —dijo Livy. Charlotte resopló. —¿Qué le pasó a tus sueños y esperanzas? —He aceptado mi destino en la vida, eso es todo. —¿Aceptado tu destino? ¿Qué significa eso? —He aceptado que nunca me casaré. —¿Qué hay de Braddock? —preguntó Charlotte. —Braddock se ha ido. Él y León... con la enemistad entre ellos... nunca hubiera funcionado. —Lo que no entiendo —dijo Charlotte, furiosa de que Olivia pareciera decidida a meterse de nuevo en su escondrijo y permanecer allí el resto de su vida —…es ¿por qué no le dijo a Braddock que Lord James había comprometido a lady Alice la primera vez que tuvo la oportunidad de hacerlo? Livy acababa de tomar un trago de chocolate. Se ahogó cuando trató de hablar antes de que hubiera tragado. —¿Cómo...? —dejó la taza, tosió, se atragantó y volvió a toser. Charlotte se levantó de su asiento frente al espejo, dejando a Sally con el rizador caliente, y golpeó a Olivia en la parte posterior. —¿Estás bien? —preguntó Charlotte. —¿Cómo lo sabes? —Olivia se quedó sin aliento entre toses. —Oh. Lo descubrí a partir de las pistas que León me dio. Primero dijo que había tenido una buena razón para matar a Lord James. Luego confesó que Alice le había traicionado. Yo simplemente sumé uno más uno y me dio... dos hombres en duelo. —¿Sabías todo eso? —preguntó Olivia.

Charlotte chasqueó la lengua. —Ahora, Livy, ¿qué clase de pregunta es esa? Si no lo supiera todo, sin duda ya te habría preguntado. Olivia se sonrojó. —No puedo creer que León te lo haya dicho... todo. Lo que pasó fue tan terrible... y tan triste. Charlotte tomó las manos de Olivia entre las suyas. —Me dijo que Alice estaba embarazada de Lord James cuando murió. —Casi no podía creerlo cuando lo oí —susurró Olivia. —¿Por qué no le dijiste a Braddock lo que sabías? —preguntó Charlotte. — Podrías haberle ayudado a entender por qué tu hermano desafió a Lord James a duelo en la extraña forma en que lo hizo. Hubiera comprendido qué León no quisiera que el mundo supiera la verdadera razón por la que había matado a Lord James ya que si la verdad hubiera quedado expuesta, sólo habría dañado a más personas inocentes, entre ellos el propio Braddock. —Me quedé en silencio —dijo Olivia, —porque fui tan tonta como para creer que una explicación no era necesaria. Yo creía que Braddock me quería lo suficiente como para aceptarme sin importar lo que León había hecho. Me doy cuenta de mi locura, ahora que ya es demasiado tarde. —Cuando Braddock vuelva, tendrás la oportunidad de hacer las paces — prometió Charlotte —lo que me intriga es por qué lady Alice traicionó a tu hermano con Lord James. Tú debes haber visto a León y Alice juntos, Livy. ¿Te parece que ella lo amaba? Los labios de Olivia se apretaron. —No soy buena para juzgar los sentimientos ajenos. Pensé que Braddock estaba interesado en mí, y mira cuán equivocada estuve acerca de eso. —Tú no estabas equivocada acerca de Braddock —insistió Charlotte. —Él simplemente se ha ido en viaje de negocios a alguna parte. Yo que tú esperaría que apareciera en la puerta cualquier día. Pero dejemos esto de lado por un

momento y volvamos a lady Alice. ¿Crees que amaba a León? —preguntó Charlotte. —Sí. La voz que respondió no era la de Olivia. Ambas mujeres se volvieron a mirar a Sally, que estaba de pie junto al espejo, todavía con el rizador de pelo en la mano, los ojos llenos de lágrimas. Charlotte se puso de pie. —Sally, ¿tú conocías a lady Alice? —Yo era su doncella. Estaba con ella ese día... el día en que... yo estaba allí cuando el Conde la encontró. La cara de Olivia palideció. —¿Cómo es que terminaste aquí, trabajando en su casa, donde podría verte y acordarse... de ella? Sally dejó caer la tenaza sobre el tocador y se dejó sobre sus rodillas delante de Charlotte. —Por favor, lady Charlotte, no me eches a la calle. No sabía que el Conde vivía aquí al principio y cuando lo descubrí, no tenía otro lugar a donde ir. He tratado de impedir que me vea, pero aun así, nos hemos cruzado alguna vez. Sólo que él no pareció reconocerme. Por favor, no me eches, te lo suplico. —Ponte de pie, Sally —dijo Charlotte. —No es un lugar para una mujer a menos que esté sentada junto a su marido en la chimenea o fregando el suelo. —Yo puedo fregar suelos —balbuceó Sally. —Haré lo que sea… —No digas nada más —dijo Charlotte. Sally cerró la boca. —Ella tiene que irse, Charlie —dijo Olivia. —No puede quedarse. —¿Por qué no? —dijo Charlotte. —Ya la oíste decir que León no la reconoció. —Eso no quiere decir que no lo haga en el futuro —dijo Olivia. —Y se afligirá mucho por su presencia.

—Sally no tuvo la culpa de lo que pasó —dijo Charlotte. —No veo por qué debería sufrir por ello. Imagínate perder su trabajo debido a que su ama… —Suficiente, Charlie —interrumpió Olivia. Charlotte echó una mirada especulativa sobre la criada. —Y Sally puede saber las razones de lo que Lady Alice hizo. Olivia se quedó pensativa. —Tal vez estés en lo cierto —dirigió su mirada a Sally. —Has dicho que lady Alice amaba a mi hermano. ¿Cómo lo sabes? —Oh, ella lo dijo muchas veces, mi lady. Charlotte frunció el ceño a Sally por la formalidad con que se había dirigido a su amiga, pero evidentemente la doncella no quería correr ningún riesgo de ofender a Olivia. —Entonces, ¿por qué se enredó con Lord James? —preguntó Charlotte. —No puedo decírtelo. —¿Lo sabes? —preguntó Charlotte con entusiasmo. Sally asintió. —Yo contaba con la absoluta confianza de mi Lady. Me hizo jurar sobre la cruz que llevaba al cuello que no se lo diría a nadie. Y no lo he hecho — enderezó los hombros y dijo: —He guardado su secreto tal como le prometí, incluso ante el Conde. —¡Maldita sea! —dijo Charlotte. —¡Qué embrollo! —Sí —estuvo de acuerdo Olivia. —Un gran embrollo. —¿Qué vamos a hacer ahora? —dijo Charlotte a Olivia mientras se paseaba por la habitación, con sus rizos rebotando sobre la espalda. Estiró una mano hacia Sally. —Aquí está la única persona con todas las respuestas a nuestras preguntas, y no puede compartirlas, por temor a la condenación eterna. ¿Qué vamos a hacer? —Una promesa hecha en una cruz es inviolable —dijo Olivia con tristeza.

—Lo sé —dijo Charlotte. —Pero tal vez haya alguna forma de evitarlo, si pienso en ello el tiempo suficiente —se volvió hacia Sally y dijo: —No creo que considerarías romper tu voto. —No puedo —dijo Sally. —Aunque me amenaces con echarme a la calle — agregó, para mostrar lo desesperada que estaba por la posibilidad de revelar la verdad. Charlotte suspiró. —Al menos sabemos un poco más de lo que sabíamos antes. —¿Tú crees? —dijo Olivia. —Sabemos con certeza que Lady Alice amaba a tu hermano. Lo que significa que se sabe con certeza que el Lord James utilizó algún tipo de coacción para llegar a ella. —No tenemos ninguna prueba de nada de eso —dijo Olivia. —Tenemos a Sally. —Ella no está hablando —señaló Olivia. —Pero Lord James puede decirnos algo —dijo Charlotte. —Todo lo que tenemos que hacer es averiguar cuáles eran sus amigos y hacerles algunas preguntas. —¡No podemos hacer eso! —protestó Olivia. —¿Por qué no? —Porque cuando empecemos a hacer preguntas, la gente comenzará a preguntarse por qué estamos haciendo preguntas. Lo que pasó a Lady Alice fue una tragedia. Si se conociera más, se convertiría en un escándalo. —Podemos ser discretas —prometió Charlotte. —Podría ayudarlas —ofreció Sally.

—¿Cómo? —preguntó Charlotte. —No estoy segura —dijo Sally. —Pero si lo que necesitan saber no compromete mi promesa, me alegraré de poder decírselos. —Gracias, Sally —dijo Charlotte. Se volvió hacia Olivia y dijo: —Basta con pensar, Livy, si León comprueba que Lady Alice no se entregó voluntariamente a otro hombre, sus recuerdos podrían ser menos dolorosos. Podría convertirse en un hombre menos amargado. —Ese es un objetivo digno de lograr —itió Olivia. Tomó un sorbo de su chocolate e hizo una mueca cuando descubrió que estaba frío. Dejó la taza a un lado y dijo: —Está bien Charlotte. Te ayudaré. —No lo lamentarás, Livy —prometió. —Y no te preocupes. Vamos a ser discretas. Y astutas. Nadie va a sospechar de nosotras, ni siquiera cuando los interroguemos.

CAPÍTULO 10 León había decidido que ya no podía seguir retrasando la búsqueda de un marido para Charlotte. El incidente en el estudio le había alertado sobre los peligros de dilatar el tiempo. Tal vez si se prometía a otro hombre, dejaría de tener el tipo de pensamientos que le habían afectado tanto últimamente. Charlotte en su cama. Charlotte desnuda debajo de él. Los pechos de Charlotte en su boca. Charlotte arqueándose mientras se enterraba en su interior. ¡Buen Dios! ¿Qué estaba pensando? La chica era su protegida. Era el responsable de cuidar su honor. Un caso definitivo del zorro cuidando el gallinero. Así era como había terminado de pie junto a una palma de bordes afilados, evitando la aglomeración asfixiante de los cuerpos perfumados en el baile de lady Hornby. Olivia estaba sentada en la pared opuesta, con la gorra de solterona firmemente encajada en su cabeza, junto a un grupo de jovencitas y sus cariñosas madres como compañía. Charlotte estaba de pie no muy lejos de Olivia, rodeada de una variada profusión de petimetres. Estaba sonriendo, y él estaba contento de dejarla examinar a los pretendientes a su alrededor. La noche anterior le había informado que podría hacer ella misma su elección. —¿Estás diciendo que podré escoger el hombre con el que desee casarme, y tú respetarás mi elección? —había preguntado con las cejas arqueadas por la incredulidad.

—Siempre y cuando no sea un consabido caza fortunas —había dicho. E inmediatamente, varias otras posibilidades se le habían ocurrido, y había añadido, —o adicto a los juegos de azar, o un borracho empedernido. —¿Eso es todo? —preguntó, mirándolo divertida. —La elección es tuya, como ya te he dicho, pero es posible que desee eliminar segundos hijos. Él sabía que ella no aceptaba sus razones cuando sus cejas se fruncían sobre sus ojos, sus labios se apretados con rebeldía, y sus mejillas se inflaban como un barco a toda vela. —Debido a que están destinados a ser soldados o clérigos —explicó. —Uno te dejará para ir a la guerra. El otro te dejará para encerrarse en un monasterio. Su expresión se iluminó. —Oh. Ya veo. ¿Alguna otra sugerencia, antes de salir a hacer mi selección? Elíjeme a mí. No sabía de dónde había salido ese pensamiento. No quería casarse con nadie, y menos aún con Charlotte. Ningún hombre en su sano juicio se casaría voluntariamente con alguien que estaba seguro le daría palpitaciones y dolores de cabeza durante el resto de su vida. Era impredecible y difícil de manejar. Y más deseable para él que una docena de cortesanas. Tal vez ese era el problema. Había estado sin una amante durante demasiado tiempo. Tomó la decisión de encontrar a una cortesana bien dispuesta y acostarse con ella antes de que terminara la semana. —Si recuerdo alguna otra cualidad que deberías evitar, me aseguraré de informártelo —había dicho.

Ahora estaba de pie al otro lado del salón de baile clasificando los pretendientes elegibles y había un gran número de ellos, mientras se limitaba a observar como un halcón sobre un promontorio, esperando a que alguno atrajera su atención, para poder desgarrar al hombre en pedazos. La única razón por la que no los espantaba como moscas sobre un trozo de tarta, era porque entre ellos había unos pocos con perspectivas reales. Sir Fenton, por ejemplo. Aunque, pensándolo bien, tal vez un libertino de cuarenta años era demasiado viejo para una mocosa de diecisiete. Lord Harrellson podría ser. Excepto que tendía a la gordura. Un hombre en su condición podría no sobrevivir hasta una edad avanzada, y con suerte, con Denbigh como su pariente más cercano, Charlotte podría terminar convirtiéndose en su protegida de nuevo. Ah. El Conde de Devon. Excepto, que Devon ya tenía cuatro hijos con su amante de diez años y no podía esperar que renunciara a ella. No pensaba que Charlotte fuera capaz de tolerar la situación si lo descubría. O, Dios no lo quisiera, podría suceder que… ¡Charlotte invitara a la amante y los cuatro hijos a vivir con ellos! El Vizconde de Canby era una clara posibilidad. Se decía que se dedicaba al comercio, pero eso no lo excluía. El Vizconde había hecho y perdido varias fortunas, pero había malversado la mayor parte de sus activos recientemente en una partida de una semana de duración de whist, y se sabía que no le había quedado siquiera una pluma para volar. Canby seguramente se recuperaría financieramente, pero a León no le gustaba la idea de someter a Charlotte a esos altibajos financieros. Su mirada se posó en el Lord Webster. Era un pretendiente que no podía ser criticado. Webster era un hombre grande, incluso más alto y ancho de hombros que el propio León, pero sin una onza de grasa en él. No era dado a los excesos. Vivía la mayor parte del año en su casa de campo, donde Charlotte podría montar y sentirse realizada.

Excepto que Webster había enterrado ya a dos esposas. Ambas muertas en el parto. ¿Sería que Webster, con lo enorme que era, depositaba semillas demasiado grandes para que las mujeres que las concebían pudieran engendrarlas? ¿Sería que el tamaño de sus bebés mataba a las madres cuando trataban de alumbrarlos? No podía soportar la idea de que eso le ocurriera a su Charlotte. Ella no era suya. Él no la quería, ¿verdad? Sus ojos recorrieron la habitación, en busca de otros probables candidatos maritales. Encontró a unos pocos de su gusto. Cada uno tenía algún defecto que no podía aceptar. Charlotte se merecía lo mejor. —Qué baile tan impactante. Lady Hornby debe estar encantada. Todo el mundo que es considerado “alguien” está aquí. León se volvió y saludó a su mejor amigo, tratando de no encogerse cuando puso sus ojos en el chaleco rosa de Percy. —Buenas noches, Percy. Todo el mundo puede estar aquí, pero no puedo encontrar un solo caballero en la multitud que califique como marido para mi protegida. —Es una pena, viejo —dijo Percy, moviendo la cabeza con conmiseración. Siguió la mirada de Denbigh hacia lady Charlotte y la multitud que la rodeaba. — ¿Qué hay de Fenton? —preguntó. —Demasiado viejo. —¿Lord Harrellson? —Muy gordo. —No podrás poner objeciones al Conde de Devon —protestó Percy. —A excepción de su amante y sus cuatro hijos. —¿Canby?

—Arruinado —interrumpió él. —¿Lord Webster? —preguntó Percy, la duda en su voz daba a entender que sabía que debería haber algún problema con el hombre, aunque no podía verlo. —Ya ha enterrado a dos mujeres en el parto. Sigo viendo Charlotte partida al medio —negó con la cabeza. —No puedo tolerarlo Percy. —Oh amigo —dijo Percy. —No tenía idea de que encontrar un marido para una joven como Lady Charlotte fuera tan difícil. Al menos no has pensado en mí — dijo con una sonrisa. Denbigh hizo exactamente eso. —¿Por qué no tú, Percy? La cara de Percy se volvió tan rosada como su chaleco. —Ya sabes que soy un mamarracho, León. Tu pupila volvería su nariz al verme. —Te prometo que Charlotte estaría más interesada en el hombre dentro de la ropa —dijo Denbigh. —No estoy listo para un grillete en la pierna. —Tenemos la misma edad, Percy. Es hora de poblar la guardería. —Te digo que no estoy listo, León. Si no puedes encontrar a otro hombre que te complazca para tu protegida, ¿por qué no te casas con ella? La mejor parte de esa solución, mi amigo, es que ya están comprometidos. —Yo no la quiero, Percy. —El amor no es ninguna base para el matrimonio —se burló Percy. Era lo que León había dicho a Charlotte. Casi no podía culpar a Percy por pensar de la misma manera. Todos los caballeros de su clase habían sido criados con el mismo entendimiento. En lo que al matrimonio se refería, las propiedades y líneas de sangre eran más importantes que los sentimientos entre las personas.

—Además —Percy continuó, —¿cree que alguno de esos caballeros que estás pidiéndole que elija como esposo la amará? No lo creo. Al menos a ti te gusta ella. —¿Me gusta? —Por supuesto que sí —dijo Percy. —Lo que es más, la iras. Es hermosa, y tiene su propia fortuna. ¿Qué más puede pedir un hombre de su novia? León no podía discutir el razonamiento de Percy. Tampoco podía hablar con su amigo, el hermano de Alice, de las heridas no cicatrizadas que le impedían tomar a cualquier mujer por esposa. No podía ignorar el pasado o hacer que desapareciera. Sus sentimientos por Charlotte lo asustaban, porque eran muy similares a lo que había sentido por Alice. Excepto que lo que sentía por Charlotte era cien veces más potente. La traición de Alice le había dejado herido. La traición de Charlotte lo mataría. No literalmente, por supuesto. No creía en la fantasía romántica de que se podría morir por un corazón roto. Pero sabía lo suficiente sobre la angustia como para estar seguro de que si Charlotte lo traicionaba con otro hombre, no querría vivir. No podía imaginarla haciendo tal cosa. Pero tampoco la había imaginado a Alice, haciéndolo. —No te preocupes, Percy —dijo León. —Voy a encontrar un marido para Charlotte aunque tenga que buscarlo por el resto de mi vida. Pero después de haber sopesado y rechazado a los pretendientes que la rodeaban, no veía ninguna razón para dejarla más tiempo a su merced. Además, había dispuesto que el director tocara un vals en primer lugar, para poder bailar con su protegida. La orquesta ya había calentado, y podía oír que la música estaba a punto de comenzar. —Disculpa, Percy. Este baile es mío. Denbigh comenzó a avanzar hacia Charlotte, pensando en lo agradable que iba a ser tenerla en sus brazos.

Charlotte acostada en su cama, sus cuerpos desnudos entrelazados. Denbigh frunció el ceño. Debía encontrarle un marido pronto.

*** Charlotte vio la mueca en la cara de Denbigh. Había intentado ser sutil al hacer preguntas, y realmente lo había conseguido. Estaba tratando de descubrir dónde podría Lord James haber llevado a lady Alice el día en que la había comprometido. Hasta ahora, había intentado interrogar con miradas a los caballeros ya que al parecer las damas inglesas nunca hacían preguntas, pero finalmente disparó: —¿Dónde podría llevar un caballero a una dama si quisiera escaparse y estar a solas con ella? Aquellos que lograron escucharla se aclararon la garganta, incómodos. O tosieron. O se rieron disimuladamente. Sin embargo, Sir Fenton, un buen hombre que tenía un ligero parecido con su padre, le había susurrado: —Si vienes al baile de máscaras en los jardines de Vauxhall mañana por la noche, yo te diré lo que quieres saber. Llevaré un dominó a cuadros blanco y negro. Ven al Paseo de los Enamorados a la medianoche. Voy a estar esperándote. —¿Cómo voy a encontrarlo en la oscuridad? —susurró ella. —Yo te encontraré —prometió. Charlotte se mostró encantada con la perspectiva de la intriga, por no hablar de la emoción de asistir a un baile de máscaras. Sería una forma segura de sacar a Olivia de sus grises y marrones. Insistiría en que su amiga se vistiera con algo exótico, como Cleopatra, o algo encantador, como una pastora. Sí, una pastora sería perfecta, porque Olivia podría llevar un bastón que le ayudaría a caminar.

Antes de que Charlotte pudiera felicitarse por una idea tan genial, Denbigh estuvo de pie ante ella. Se sorprendió al ver que la multitud de caballeros se había disipado como nubes insustanciales azotadas por un fuerte viento. —¿Bailamos Charlotte? —dijo el Conde, conduciéndola hacia el pequeño espacio en el centro de la habitación que había sido aprobado para tal fin. —Si no te importa que te pise los dedos del pie —dijo Charlotte. —Voy a tomar el riesgo. Sólo recuerda contar. —Gato-vaca-cerdo, gato-vaca-cerdo —recitó Charlotte cuando empezó a girar en sus brazos. —¿Qué? —dijo Denbigh, o bien no había escuchado lo que decía, o no podía dar crédito a sus oídos. —Estaba contando —y uno-dos-tres era demasiado difícil de manejar con el corazón en la garganta. Era la primera vez que Denbigh la había abrazaba desde que la había besado en el estudio. Era sorprendente cómo todos los pelos de sus brazos se habían erizado. Sentía el cosquilleo como piel de gallina formados en la raíz de cada uno de ellos. Simplemente asombroso. Era dolorosamente consciente de su mano en la parte baja de la espalda, su pulgar tocándola por encima de las vértebras de su cintura. Una de sus manos descansaba sobre sus anchos hombros, mientras que la otra era amortiguada suavemente en su mano enguantada. Bendijo al viejo general arrugado embutido en un uniforme de color rojo salpicado de brillantes medallas que ocupaba tanto espacio como su compañero e hizo que Denbigh tuviera que apretarla contra su pecho para pasar junto a ellos. Ella cerró los ojos un momento para disfrutar de la sensación de sus pechos apretados contra la pared de su tórax. Pero rápidamente se mareó y abrió los ojos para recuperar el equilibrio, sólo para encontrar que no funcionaba. Todavía se sentía mareada. Alegre. Como si

felizmente pudiera flotar entre la luna y las estrellas con el conde y no volver a caer nunca más. Sólo, que no podrían escaparse a ningún lugar a menos que pudiera averiguar lo que realmente había sucedido entre Lord James y lady Alice. Era asombrosa la rapidez con la que se podía volver a poner los pies en el suelo, en sentido figurado, cuando uno los necesita allí. —Uno de los caballeros me dijo que hay un baile de máscaras en los jardines de Vauxhall mañana por la noche —dijo Charlotte. —¿Podemos ir Livy y yo? —No. —¿Por qué no? —Una mascarada no es un lugar apropiado para dos damas de buena cuna. —No soy una… —No. —¿Por qué no? —No es desconocido lo que los jóvenes pueden hacer a la espera de una dama sin protección en los pasillos oscuros. —Pero tú estarás allí para protegernos. —No podré evitar las miradas lascivas de cada uno de los canallas presentes —dijo. —Pero estaremos llevando máscaras, ¿quién podrá saber que somos nosotras? —señaló. Denbigh gimió. —Por favor —dijo. —Livy necesita un poco de emoción para animarla —a partir de la expresión de su cara, pensó que ese era uno de esos momentos en los

que el “‘por favor” funcionaba. O tal vez hubiera cambiado de opinión cuando vio a Olivia, sentada contra una pared, sola, aburrida y muy parecida a un ratón, y decidió que tenía razón. —Muy bien —dijo. —Iremos. Fue bueno que la tuviera sujeta por la cintura, o ella habría saltado arriba y abajo de alegría. El vals había terminado, y ya había comenzado a alejarse del conde cuando él apretó sus manos reteniéndola. —Nuestro vals ha terminado —dijo. —No he terminado de hablar. Vamos a bailar otro. —Una pareja no baila dos veces seguidas. Livy me dijo que sólo aquellos que están comprometidos pueden hacerlo. —Estamos comprometidos —le recordó. —Considérate rechazado de mi parte —recordó ella. —No antes de que pueda reclamar otro baile —dijo él, girando cuando la música comenzó de nuevo. Mantuvo los ojos enfocados en su rostro, preguntándose qué había provocado ese tipo de comportamiento extraño. No es que le importara estar entre sus brazos. Podía sentir su aliento caliente contra su mejilla, y su estómago parecía estar lleno de mariposas. Una vez que se calmó, le preguntó: —¿Qué era lo que querías decirme que necesitó de otro baile? —Quería preguntarte si has encontrado algún caballero que te atrajera, entre los que conociste hoy. —Oh. No. Nadie en especial. Si no lo hubiera conocido mejor, hubiera dicho que había dejado escapar un suspiro de alivio. Aparentemente eso era todo lo que quería saber, porque no dijo ni una palabra más.

Pero siguió mirándola, y ella no pudo evitar mirarlo a su vez. Sus ojos buscaron su rostro, y se preguntó que esperaba encontrar, y vio demasiada preocupación y tristeza y ausencia de alegría en sus ojos. Podía hacerlo feliz. Podía hacerlo reír. Si al menos le diera la oportunidad. Miró a Olivia mientras bailaban y pareció agitarse. Charlotte giró la cabeza para poder determinar el problema y vio a Olivia haciendo gestos extraños con sus manos en su regazo. ¡Cruzaba y descruzaba sus dedos una y otra vez en señal de advertencia...! Miró a Denbigh y vio que ni una pulgada separaba sus cuerpos. Ni siquiera se había dado cuenta, excepto que lo había sentido en todo su ser. Ahora también vio que otros, al igual que Olivia se habían percatado, incluyendo a Lady Hornby. Charlotte dio un paso hacia atrás, poniendo distancia entre ellos, y dijo alegremente, —¿Qué vas a usar? —¿Usar? —¿Qué traje vas a llevar a la mascarada? —era necesario mantener una presión continua sobre sus brazos para mantener a Denbigh a distancia. A pesar de que no sabía por qué tenía que ser ella la que se encargara de observar el decoro. Pero Olivia pareció aliviada la próxima vez que pasaron junto a ella, por lo que Charlotte continuó así. —Nunca me pongo trajes —dijo Denbigh. —¡Pero deberías! Es un baile de máscaras. ¿Por qué no ser un pirata? ¿O un príncipe de Arabia? ¿O un salvaje piel roja? —dijo riendo, mientras lo imaginaba caracterizado con cada disfraz. —Me niego a desfilar ante la nobleza luciendo algo tan indigno —dijo el Conde. —Si insistes en que me disfrace, usaré un dominó a cuadros. —Pero…

—¿Pero qué, Charlotte? Una capa y la máscara me ocultarán por completo. ¿Qué más necesitas? No quería que usara un traje que lo confundiera con el buen caballero con el que se suponía que debía reunirse en Paseo de los Enamorados. Vio el potencial del problema, pero no podía explicárselo a Denbigh. —Un dominó estará bien, supongo. Pero Livy y yo usaremos disfraces. —¿Qué tienes en mente? —el Conde se acercó presionando sus pechos contra su amplio tórax. Charlotte tuvo que esperar hasta recuperar el aliento antes de que pudiera hablar. Simplemente requería demasiado esfuerzo empujarlo de nuevo. Y además, no quería hacerlo. Si Olivia no estaba de acuerdo, podía arengar con ella más tarde. —Pensé que Livy podría ser una pastora, porque entonces podría llevar un bastón que la ayudaría a caminar más fácilmente. —Estoy de acuerdo —dijo Denbigh. —¿Qué tienes en mente para ti? —No he pensado en nada. —Nada de pantalones —dijo Denbigh con firmeza. —La idea nunca pasó por mi mente —y no lo había hecho. El par de pantalones que Charlotte había guardado permanecía oculto debajo de su colchón en el Castillo de Denbigh. No consideró la posibilidad de llevarlos a Londres cuando había dejado su caballo en Sussex. Denbigh le había dicho que no podía montar a Mefistófeles en Hyde Park, y ella había reconocido que el semental sería infeliz al no poder ser ejercitado con regularidad. Había dejado instrucciones con el mozo de cuadra en el Castillo de Denbigh de soltar a Mefistófeles en los pastos para que pudiera correr libremente mientras ella no estuviera.

Ahora recordó cuánto tiempo había pasado desde que había disfrutado de un buen galope. —Extraño montar a caballo —dijo. —Te puedo llevar al parque —ofreció. Ella sacudió su cabeza. —No sería lo mismo —se dio cuenta entonces que Denbigh parecía decepcionado de que lo hubiera rechazado. —Pero supongo que sería mejor que nada —dijo. —¿Mañana? El segundo vals terminó antes de que pudiera responder. Ella sintió que su brazo alrededor de su cintura se apretaba de nuevo. —Iré contigo mañana, si haces algo por mí esta noche —dijo Charlotte. Él la miró con recelo. —¿Qué tenías en mente? —Baila con Livy. —Pero… —Ya sabes que ella puede bailar el vals —dijo Charlotte. —Y sé que el próximo baile será otro vals, porque vi que le hacías señas al director. ¿Cuánto le pagaste? —Lo suficiente como para mantenerlo tocando valses por el resto de la noche —dijo con una sonrisa impenitente. "Muy bien, voy a bailar con mi hermana. —Gracias, León. Charlotte caminó con Denbigh hacia Olivia, donde se sentó, y se alegró de hacerlo cuando oyó que Olivia trataba de rechazarlo. —No voy a permitir que te niegues, Livy —dijo Charlotte. —Si no vas a bailar el vals con él, lo haré yo. —¿Tres danzas continuas? —dijo Olivia. —Eso no se debe hacer. —Ya lo sé. Entonces, ¿qué vas a hacer?

Olivia se levantó y tomó el brazo de su hermano. Olivia estaba preocupada por avergonzarse a sí misma, o a León. Nunca había bailado con él antes, porque cuando había estado aprendiendo sus primeros pasos no había tenido la edad suficiente como para bailar con su hermano. Pero su hermano puso su brazo firmemente alrededor de su cintura y la sostuvo mientras iban dando vueltas alrededor de la pista. Era casi tan divertido como bailar con Braddock. —Debería haber hecho esto antes —dijo León. —Lo siento, Olivia. —Yo no habría aceptado, aunque te hubieras ofrecido —itió. —Si no fuera por Charlotte... le debemos tanto León. Espero que no le hagas ningún daño. Sus ojos se abrieron. —No es mi intención hacer tal cosa. Olivia se preguntó si sabía que Charlotte estaba enamorada de él. Ella sabía que estaba luchando contra sus sentimientos. Era igualmente seguro de que no tenía idea de qué tan profundos eran. Lo había visto girar con Charlotte en torno a la pista de baile, incapaz de apartar los ojos de ella. Lo había visto forzar el segundo vals con su pupila, y un tercero por increíble que pareciera. Gracias a Dios Charlotte no le había permitido bailar con ella. Las burlas de sus amigos y enemigos lo hubieran obligado a itir los sentimientos que, obviamente, no estaba dispuesto a aceptar. —Tengo entendido que Charlotte y tú irán al baile de máscaras en Vauxhall mañana —dijo León. —¿Iremos? —Olivia apenas logró no hacer una mueca. —¿Pero por qué? —Charlotte cree que necesitas algo para animarte y yo estoy de acuerdo con ella. Sé que has sido infeliz, Olivia. El único consuelo que puedo ofrecerte es que pienso que estás mejor sin él.

Olivia no estaba de acuerdo con él, pero no quería discutir el punto. —Me gustaría ir a casa, al Castillo Denbigh, León. —¿Qué? ¿Por qué? —Precisamente por la razón que has mencionado. He sido infeliz aquí. Estoy lista para ir a casa y asentarme en la vida que he elegido en el campo. Tengo mis amigos y el jardín de rosas y mi tejido de punto y mis libros. Es suficiente. Ella vio la lucha en su rostro. Él quería que fuera. Pero sabía tan bien como ella que nunca encontraría un marido si volvía a encerrarse dentro de los muros del Castillo de Denbigh. Charlotte les había hecho creer a los dos, por un tiempo, que había esperanzas. —Va a ser menos doloroso para mí aceptar la vida de una solterona si no mantengo falsas expectativas —dijo en voz baja. —Déjame ir, León —su garganta se espesó. —Déjame ir. —Muy bien, Olivia. Dejaremos pasar la mascarada de mañana por la noche. Te necesito para ayudarme a mantener un ojo sobre Charlotte —dijo con una sonrisa ladeada. —Muy bien, León. Voy a empezar a empacar mañana por la mañana. Debería estar lista para salir en dos días. Estoy segura de que la abuela y el abuelo se quedarán como chaperones hasta que... hasta que Charlotte esté casada. Vio las arrugas de preocupación en su rostro. Sabía que estaba tan perturbado por las decisiones que tenía que tomar como lo estaba ella. Esperaba que eligiera a Charlotte. Esperaba que eligiera el amor. Al menos, uno de ellos podía ser feliz.

CAPÍTULO 11 Olivia se encontraba sola en la casa cuando el Duque de Braddock llamó a su puerta. Denbigh había llevado a Charlotte a pasear por el parque, y Charlotte había invitado a los Duques de Trento a ir con ellos. —Su Gracia no aceptará un no por respuesta, lady Olivia —dijo Stiles. — Insistió en que le trajera su tarjeta. Ella nunca había esperado volver a verlo. Sabía que debía rechazarlo. Le había prometido a León que lo haría. Su mano temblaba mientras aceptaba la tarjeta blanca con una esquina doblada hacia abajo para mostrar que la persona que la enviaba había venido en persona. Había algo escrito con tinta al lado del nombre inscrito en oro. “Tenemos que hablar”. Al parecer el Duque era un hombre de pocas palabras. —Dile al Duque... —Olivia estaba dividida por las necesidades divergentes dentro de ella. O se protegía de una decepción. O le daba una oportunidad. El ratón se asomó... El gato estaba allí. Pero también el queso. —Dile al Duque que lo atenderé. En el instante en que Stiles cerró la puerta de la sala, Olivia se puso una mano en la cabeza para calmar el zumbido en la sien. ¿Qué se había apoderado de ella? ¿Qué sentido tenía permitir esa entrevista? Ella sabía lo que había hecho. O casi.

Desde que León había dicho que sospechaba que Braddock había querido llevarla a una casa apartada y mantenerla allí durante toda la noche, ella supo por qué se habían detenido en esa casa oscura, estrecha y donde un mayordomo había estado esperando con la puerta abierta. Había estado esperando por ella. Y por Braddock. El Duque debía de haber cambiado de opinión en algún momento, pero eso no lo excusaba. Él había contemplado su ruina. A sus ojos, era suficiente para condenarlo. Olivia no estaba segura de sí estaba más enojada con él por el hecho de que hubiera planeado seducirla, o por el hecho de que no hubiera completado su seducción. ¿Le habría repelido acostarse con una inválida? ¿Tal vez la pena que le habría hecho tener piedad de ella? Preferiría mil veces que hubiera tomado su virtud. ¡Es sólo una pierna torcida! quería llorar. No me impide amar o querer ser amada... en todos los sentidos. Lo más vergonzoso de todo era la idea de que no se lo habría negado. Si la hubiera querido, se hubiera entregado a él. No habría necesitado mucha persuasión. Había querido acariciar su cuerpo. Había querido que tocara el suyo. Esos pensamientos le inundaron de calor la cara, haciendo sonrosar sus mejillas en el momento en que Stiles llamó a la puerta, dio paso al Duque, y anunció: —Su Gracia, el Duque de Braddock. La cortesía exigía que se levantara de su asiento en el sofá e hiciera una reverencia al Duque. Ella cumplió con la primera parte de esa obligación y luego dijo: —Cierra la puerta al salir, Stiles. El mayordomo le dio una mirada interrogante, pero cuando ella no dijo nada más, hizo lo que le ordenó. Cuando Stiles se fue, se dejó caer en el sofá sin la reverencia porque, simplemente, sus rodillas hubieran cedido.

La cara de Braddock parecía demacrada, como si no hubiera comido. Había sombras oscuras debajo de sus ojos, como si no hubiera dormido. Y sin embargo, sus ojos brillaban con una fuerte emoción. —Se ve cansado, Excelencia —dijo. —No he dormido mucho en las últimas dos semanas. —Lo siento si ha tenido alguna desgracia. —Ninguna desgracia. Excepto el hecho de que te he extrañado. Sus ojos brillaron hacia él. Era claramente una declaración de algún tipo. Pero no confiaba en él ahora. No se atrevía a confiar en él. Bajó los ojos y dijo: — ¿Dónde ha estado? —¿Puedo sentarme? Ya había dado un paso hacia ella cuando tendió la mano y dijo: —Quédate donde estás. Por favor —no quería correr el riesgo de que la tocara. Si la tocaba, se rendiría. Era tan débil. Estaba tan necesitada. Odiaba sentirse de esa manera. Pero no podía evitarlo. Puso las manos detrás de la espalda, como un abogado a la espera de presentar su caso. —¿Vas a dejar que te explique? —Estoy escuchando. —Me fui a casa, a la casa en la que crecí con mi hermano, James —dijo. —Te gustaría. Mi madre plantó un jardín de rosas junto a la casa. Es hermoso en esta época del año —se detuvo, buscó lo que quería decir, y continuó: —Necesitaba un poco de tiempo para pensar. Ella lo observó respirar agitado. Era todo lo que delataba su nerviosismo. Su chaqueta y pantalones de ante Weston eran impecables. Ni un cabello rubio estaba fuera de lugar. Sus botas pulidas relucían sobre la alfombra Aubusson. Era

difícil imaginar que alguna vez pudiera agitarse. Siempre le había parecido tan frío y distante. Ella tomó el aire y lo dejó escapar. Se negó ver al Duque como alguien vulnerable. Ella era la única cuyos sentimientos habían sido pisoteados. —Desde que me enteré de la muerte de James, la forma en que lo mataron, he tenido un objetivo —se detuvo y se volvió hacia ella. —Ver a tu hermano muerto. Dejó escapar el aire en un dolor punzante de saber con certeza que León había tenido razón. Braddock nunca había estado interesado en ella. Sólo la había usado para llegar a su hermano. Le picó la nariz, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Parpadeó para contenerlas, pero una se escapó y se deslizó por su mejilla. Braddock dio un paso hacia ella, y emitió un sonido angustiado cuando ella se levantó para tratar de escapar de él. Nunca tuvo una oportunidad. La cogió por los hombros antes de que hubiera dado dos pasos. —Quédate —dijo. —Por favor, déjame terminar. —He oído todo lo que necesito oír —podía sentir su calor, recordó su sabor, el anhelo de ser amada por él. Pero él no la quería. Intentaba mantenerlos separados. Parecía estar luchando con alguna gran emoción, pero no se daba cuenta de que podía ser. —Yo quise hacerte daño, no puedo negarlo. Pero al final, no pude. —¿Qué quieres de mí? ¿Mi perdón? Lo que hiciste es imperdonable. ¿Mi absolución? ¡No puedo ofrecértela! Ni siquiera fue consciente de que estaba mirándolo hasta que vio la sonrisa en sus ojos.

—Eres un verdadero volcán cuando estás enojada —dijo en voz baja. Y luego, —Todo lo que quiero de ti eres tú. Con una fuerza que no sabía que tenía, se arrancó de sus brazos. —¿Cómo puedo confiar en lo que dices? ¿Cómo sé que esto no es un truco inteligente para arreglar lo que falló la primera vez? Estaba casi histérica, porque él estaba ofreciéndole todo lo que siempre había querido, y tenía demasiado miedo de tomarlo. Estaba diciéndole las cosas que siempre había soñado que su guapo novio de fantasía le diría. Y se encontraba frente a un hombre de carne y hueso, tan inalcanzable, que era imposible de creer. —Créeme —dijo, extendiendo sus manos hacia ella. Dio un paso hacia atrás y dijo: —¿Creer que el hombre más guapo y rico de Inglaterra tiene buenas intenciones hacia un ratón tímido con una cojera incómoda? ¡Preferiría creer que los cerdos pueden volar! —Es la verdad —dijo. —¿Y qué hay de tu hermano? ¿Y mi hermano? —Si pudiera perdonar a tu hermano por lo que hizo, lo haría. Pero no puedo. —¿Qué estás diciendo? ¿Qué me quieres... pero todavía tienes la intención de desafiar a mi hermano a un duelo y matarlo si puedes? —No tengo otra opción. —¡Debes estar loco para pensar en venir a mí con esas condiciones! —Son los únicos términos que tengo la libertad de ofrecerte —dijo. Olivia no podía creer lo que estaba oyendo. ¡Todo lo que tenía que hacer era darse cuenta de que el deseo de su corazón era atarse en matrimonio a un hombre que tenía la intención de matar a su hermano! La audacia, la pura arrogancia de tal oferta era asombrosa.

Ahora sabía por qué estaban hundidas las mejillas de Braddock, y sus ojos brillaban con una luz intensa. La deseaba. Pero no podía renunciar a su necesidad de venganza contra su hermano. Braddock estaba pidiéndole que eligiera entre ellos. Podría tener a uno, pero no a ambos. Mantuvo los ojos bajos. Si lo miraba, podría estar tentada a decir que sí. Lo amaba tanto. Pero nunca podría vivir con la culpa de haber hecho tal elección. Nunca sería capaz de perdonarlo o perdonarse si mataba a León. Ellos nunca serían capaces de encontrar la felicidad con la muerte de su hermano entre ellos. —Lo siento, Su Gracia —dijo con voz temblorosa. —Debo rechazar su amable oferta. Dio un paso atrás. Había dicho lo que tenía que decir. Se había negado. Todo había terminado. Vio apagarse la luz en sus ojos. Y sintió que su corazón se rompía. A medida que lo veía alejarse, trató de pensar en una manera de detenerlo. Y se dio cuenta de que había información que ella sabía y que podía influir en su decisión. Sólo necesitaba decirle la verdad sobre por qué su hermano había desafiado a duelo a Lord James. Sólo necesitaba decirle lo que Lord James había hecho a Lady Alice, y sería capaz de perdonar a su hermano. Tal vez no todo aún estaba perdido. Braddock estaba casi en la puerta cuando dijo: —Tú hermano... ¿Nunca se te ocurrió que Lord James podía haber hecho algo para provocar a Denbigh? El Duque se volvió hacia ella. —Parece que tu hermano no necesita ninguna provocación. —Sabes que él estaba comprometido con…

Eso fue lo más lejos que llegó antes de que la puerta del salón se abriera de golpe. León estaba allí, sus ojos plateados como dagas sobre Braddock. —No eres bienvenido aquí —dijo León. —León, el Duque me ha ofrecido… —¿Carta blanca? —dijo León con sarcasmo. La sangre abandonó el rostro de Olivia. Carta blanca era un cheque abierto que un hombre ofrecía a su amante. Era uno de los peores insultos que Braddock podría haberle ofrecido. —Debería matarte por eso —dijo Braddock. —Lady Olivia… —Es mi hermana. ¡Si alguna vez te veo cerca de ella, te pegaré con un guante en la cara y te mataré, como hice con la maldita escoria de tu hermano! Braddock se puso blanco. —No tendrás que esperar. Te voy a dar el gusto. Fija la fecha y el lugar. Elije el arma y tus padrinos. —¡Basta, los dos! —exclamó Olivia, sus manos tapando sus oídos. —No te metas en esto, Olivia —dijo León con voz acerada. —No es de tu incumbencia. —¿Qué está pasando aquí? Olivia corrió hacia su abuelo, que había llegado hasta la puerta del salón con su bastón en una mano, y su otro brazo sobre el hombro de Charlotte. —Abuelo tienes que detenerlos. Braddock ha desafiado a duelo a León. ¡Y todo por culpa de un malentendido! —¡Qué! —chilló Charlotte. —León, ¿cómo has podido? —ayudó al Duque lo más rápidamente posible a ubicarse en su silla frente al fuego. Olivia se mantuvo junto a ellos.

—Tal vez puedas hacerlo entrar en razón, Charlotte —dijo Olivia. —A mí no va a escucharme. Tan pronto como acomodó al Duque, Charlotte se volvió a enfrentar a Denbigh. —¿Qué pasó? —preguntó. El Conde se quedó con cara de piedra. Charlotte se volvió a Braddock y exigió, —¿Qué pasó? —Denbigh insultó a lady Olivia —dijo rígidamente. —He exigido satisfacción. Los ojos de Charlotte se pusieron en blanco. Se volvió de nuevo a León y le dijo: —¿Está en lo correcto? ¿Has retado a duelo a Braddock por un insulto que le dijiste a Livy? Denbigh tuvo la gracia de mostrarse avergonzado. Sus orejas se volvieron de color rosa. —No fue exactamente así. —¿Cómo fue exactamente? —preguntó Charlotte. —Me gustaría escuchar esa explicación también —dijo el Duque de Trento apoyándose con ambas manos en el bastón frente a él. —No es necesario que lo repita —dijo Olivia con cansancio. —Por favor, León, retira lo que has dicho —se paró tan cerca de Braddock como pensó que podía sentirse segura sin incitar a su hermano. —¿Quedará satisfecho Su Gracia? Le dio a Braddock una mirada suplicante, como si dijera: “si me amas, has esto por mí”. —Sólo se está posponiendo lo inevitable —dijo Braddock sólo para ella. —Cada día que ambos estén vivos es un día de gozo —dijo en voz baja. Fue lo más cerca que pudo llegar a una declaración de lo que sentía por él. No le daría más aliento que eso.

—Si Denbigh se disculpa —dijo Braddock a los reunidos en la sala, —Retiraré mi desafío. —Por favor, León —dijo Olivia. —Olivia, tú no comprendes… —Entiendo que me debes una disculpa León —dijo con voz feroz. —Me has insultado. Y a Braddock. Deseo que retires lo que has dicho. Y discúlpate. —Hazle caso, Denbigh —dijo el Duque de Trento. —A las mujeres no les gusta ver sangre derramada. Y no puedo decir que quiera correr el riesgo de sobrevivir a mi heredero. Demasiados problemas para manejar todas esas propiedades — bramó. Olivia esperó a ver qué hacía su hermano. Era un hombre orgulloso. Había sido profundamente herido por el hermano de Braddock. Pero si el Duque nunca la había insultado no había nada sustancial para justificar su actitud hacia ellos. Estaba equivocado. Por fin lo reconoció. —Retiro mis comentarios con respecto a tus intenciones hacia mi hermana. Y me disculpo por cualquier insulto —se volvió hacia Olivia y terminó, —hacia mi hermana. —Acepto tus disculpas y retiro mi desafío —respondió Braddock. —Bien hecho —dijo el Duque de Trento. —¿Podríamos tomar un poco de té? —dijo. Braddock se volvió e hizo una reverencia al Duque de edad avanzada. —Debo excusarme. —Ha sido un placer conocerte —dijo el anciano. Olivia oyó a León rechinar los dientes.

Braddock se volvió e hizo una reverencia a Olivia. —Hasta que nos encontremos de nuevo. Eso provocó un tic nervioso en la mejilla de León. —Adiós, Excelencia —dijo con firmeza. La miró largamente, y supo que si daba un paso hacia él se la llevaría. Pero lo vio muerto en un campo de honor, y a León en el otro extremo del mismo campo sangrando. Era una pesadilla de la que no había escapatoria. Tal vez cuando Braddock supiera la verdad, sería capaz de hacer las paces con su hermano. Pero incluso entonces, James siempre estaría entre ellos. Sus ojos lo siguieron por la puerta. Y fuera de su vida.

*** Requirió de toda la persuasión que Charlotte tenía, convencer a Olivia de asistir al baile de máscaras en Vauxhall esa noche. —Tengo dolor de cabeza —dijo Olivia. —Esa excusa no funcionará —dijo Charlotte. —Voy a tener uno si me obligas —replicó Olivia. —¿Cómo puedes considerar la posibilidad de asistir a un baile de máscaras después de los acontecimientos de esta mañana? —Creo que todo salió bien esta mañana —dijo Charlotte. —León se disculpó, ¿verdad? Olivia hizo un sonido de frustración con su garganta. —No quiero ir. ¿Puedes excusarme?

—Tienes que venir conmigo, Livy —declaró Charlotte. —He quedado en encontrarme con un caballero que puede darnos información sobre el lugar donde Lord James y lady Alice se encontraron. Necesitamos esa información para ayudarnos a descubrir la razón que obligó a lady Alice a traicionar a León. —¿No lo ves? Una vez que lo sepamos todo, podrás decirle a Braddock la verdad sobre su hermano. Y yo podré convencer a León de que Lady Alice nunca se entregó intencionalmente. ¿No quieres que sea tu cuñada? Olivia se animó un poco con eso. —Esta es la primera vez que escucho eso. ¿Has cambiado de parecer? ¿Estás dispuesta a casarte con León? ¿Se lo has dicho? —Sí. Sí. Y no. No puedo. Aún no. No hasta que descubra el misterio que rodea a lady Alice. Es por eso que necesito que vengas conmigo esta noche. Necesito que distraigas a León el tiempo suficiente para que pueda escurrirme hasta el Paseo de los Enamorados. —No sé, Charlie. Reunirte con un hombre desconocido en un paraje oscuro no suena como una buena idea para mí. —Confía en mí, Livy. Sé lo que estoy haciendo. —Muy bien, Charlie. Iré. —¿Y vas a ayudarme a distraer a León? —Va en contra de mi mejor juicio. —Por favor, Livy —rogó Charlotte. —Muy bien. Voy a distraer a León. Ahora déjame descansar. Disfrutando del éxito de convencer a Olivia de asistir a la mascarada, Charlotte se puso a buscar a León para concretar los preparativos, utilizando diferentes argumentos, por supuesto. No lo encontró en ninguna parte de la casa.

Charlotte finalmente fue al mayordomo y le preguntó: —Harvey, ¿se encuentra el Conde en la casa? He buscado por todas partes, pero no puedo encontrarlo. —No he visto al Conde desde el almuerzo, Lady Charlie —respondió. No le había tomado más tiempo que a cualquiera de los otros sirvientes utilizar su apodo ya que ella le había dicho que consideraría una descortesía si no lo hacía. Eso le había permitido acceder a sus deseos. Charlotte observó alrededor de Stiles para ver si alguien la había pillado usando su nombre de pila. Él le había explicado en una ocasión que no le importaba si lo llamaba Harvey, pero no quería que ninguno de los otros criados pensara que podían hacer lo mismo. Charlotte le había dado un sermón sobre la igualdad de condiciones que había caído en oídos sordos. Harvey oía muy bien, pero no abrazaba su punto de vista. —Un mayordomo le sirve a la nobleza —había explicado. —Eso es lo correcto. Están los que dan órdenes y los que las obedecen. ¿Dónde estaríamos si la cocinara se considerara en igualdad de condiciones que el ama de llaves? — preguntó. —En un mundo mejor —dijo Charlotte. Stiles no había quedado impresionado. A pesar de sus argumentos, seguía convencido de que Inglaterra se sumiría en el caos si colapsaba la estructura de clases. Charlotte tuvo que conformarse con desmoronar una pequeña esquina de la estructura de clases logrando que Stiles se dirigiera a ella en términos familiares. —¿Tiene alguna idea de dónde podría estar ocultándose el Conde? — preguntó al digno mayordomo. —¿Has buscado en la galería del tercer piso? —No encontré nada más que cuadros mohosos de los antepasados —dijo Charlotte, arrugando la nariz.

—¿En la cocina? —¿Acaso el Conde sabe dónde queda la cocina? —preguntó asombrada. El mayordomo se rió entre dientes. —Oh sí. Cuando era niño la visitaba muy a menudo... Pero eso fue hace mucho tiempo, antes de que perdiera a sus padres. Recuerdo cuando… Charlotte habría escuchado con gusto las reminiscencias de Stiles, pero la luz del día se desvanecía, y tenía que asegurarse de la concreción de sus planes para la noche. —Siento tener que interrumpirte, Harvey, pero es urgente encontrarme con el Conde. ¿Tienes alguna otra sugerencia de dónde podría buscar? —Tal vez se ha ido a la buhardilla. —No sabía que había una. —Oh sí. Una gran parte de los muebles y la ropa se almacena allí. Se encuentra encima de la tercera planta. Una empinada escalera detrás de los cuartos de las criadas conduce al altillo. —¿Por qué tendría que ir allí? —preguntó Charlotte con curiosidad. —Era su lugar favorito de niño, cuando quería estar solo. —Gracias, Harvey. Iré a dar un vistazo. El ático estaba infestado de telarañas, y la única luz visible penetraba a través de dos ventanas pequeñas y sucias en cada extremo de la cubierta inclinada. — ¿León? —llamó Charlotte. —¿Estás aquí? —¿Cómo me encontraste? Charlotte casi saltó del susto cuando apareció detrás de ella, saliendo de detrás de varias cajas de madera apiladas. —Lo has hecho a propósito —acusó. Él sonrió. —Siempre fue divertido asustar a las criadas cuando venían a buscarme. Ayudaba el hecho de que una familia de lirones se hubiera asentado

aquí, al menos uno siempre podía contar en que comenzaran a correr en el momento justo. —¿Qué es un lirón? —Un animal parecido a un ratón, pero un poco más grande, aproximadamente del tamaño de una pequeña ardilla. Solía darles de comer cuando era niño. Busqué el sitio donde solían anidar pero ya no están. —¿Viniste hasta aquí en busca de una familia de lirones? —preguntó Charlotte. —En realidad, vine hasta aquí para estar solo. —Oh —Charlotte se dio cuenta, de repente, de lo solos que estaban. Era como si nadie más existiera. El sonido de los carruajes traqueteando sobre los adoquines, o el repiqueteo de las brasas de carbón en el sótano de alguien, o las niñas pregonando sus mercancías en la calle, no podían encontrar su camino hasta ese lugar. Era casi como estar en el campo. —Oh— dijo de nuevo. Esta vez fue un sonido de asombro. —Es tan tranquilo. —Sí. Se quedaron en silencio. Mirándose el uno al otro. Tenía telarañas en el pelo. Y polvo en las rodillas de sus pantalones. Y deseo en sus ojos. —Ve a la planta baja Charlotte. Ella sacudió su cabeza. —Necesito hablar contigo. —Es peligroso aquí —dijo, dando un paso hacia ella. Charlotte se mantuvo en su sitio. —No podrás asustarme amenazándome con los lirones —se burló.

—¿Qué hay de los leones? —dijo. —¿Te asustan? Si la asustaba. Especialmente cuando la estaba acechando, a punto de saltar. Era improbable que alguien llamara a la puerta del ático. Nadie más que Stiles sabía que estaban allí. Si cedía ante León, no habría nada ni nadie para detenerlo. —Charlie. Su nombre sonó como la caricia de un amante. Estaba tan hipnotizada por su intensa mirada plateada, que no fue hasta que sus manos se apretaron a ambos lados de su cintura que se dio cuenta de que había atrapado a su presa. Ella tragó saliva. —León, esto está mal. Sus labios se curvaron. —He estado diciéndome lo mismo desde que entraste por la puerta. He estado diciéndome: “León, eres el tutor de Charlotte. Es tu deber protegerla de los libertinos de Londres”. ¿Y sabes que he estado respondiéndome? —preguntó. Ella sacudió la cabeza lentamente. —¿Has visto alguna vez algo tan hermoso como sus ojos? ¿O tan encantador como sus pecas? ¿O tan sugerente como su barbilla? ¿Alguna vez has querido algo en tu vida tanto como quieres besar sus labios ahora mismo, en este instante? ¿Y sabes lo que me respondí, Charlie? —No. —Me dije —agregó con una suave sonrisa burlona. —…No, León, nunca has deseado a nada, ni a nadie, más que lo que la deseas en este momento. —León, no deberías… no deberíamos… Él la interrumpió tomando su boca y devorándola con los labios, los dientes y la lengua. Fue consumida por su pasión, y se alimentó de ella. Nunca había sentido un hambre, un deseo semejante por... por... Por estar más cerca de él. Por estar dentro de él. Por tenerlo dentro de ella.

No lo detuvo cuando sus manos se curvaron alrededor de sus pechos, ni cuando encontró el camino dentro de su corpiño para tocar su piel, ni siquiera cuando desabotonó la parte posterior de su vestido y lo bajó por un hombro, para cerrar su boca sobre el duro pezón a través de la fina camisola de muselina. Ella gritó cuando él lo succionó y sujetó su cabeza por miedo de que se detuviera, con miedo de que se apartara antes de que su deseo fuera satisfecho. No era suficiente. No podía sentir lo suficiente. Su boca volvió a la suya, y murmuró, —Pon tu lengua en mi boca, Charlie. Pruébame. Una dama de buena cuna debería haberse sentido horrorizada o asombrada o rebelada por una solicitud de ese tipo. Los esposos tenían amantes para ese tipo de depravaciones. La cópula era para la procreación. Las esposas no se divertían en la cama. Charlotte nunca había tenido una madre que le dijera que debería quedarse quieta y cumplir con su deber. Había muerto demasiado pronto. Su padre le había dicho que lo que pasaba entre un hombre y una mujer en la habitación era maravilloso. Ni más. Ni menos. Charlotte hizo lo que le pidió León de buen grado, con entusiasmo y con ganas. Se sentía temblorosa por todas partes, mientras buscaba con la lengua las ricas texturas y los sabores sensuales, descubriendo secretos que solamente un amante conocería. Le gustaba morderle el labio superior. O chuparle el labio inferior perfilándolo con la lengua. Estaba impaciente. Quería más. Quería todo de una vez. No había forma de saber dónde hubieran terminado las cosas, si el lirón no hubiera pasado por encima de su pie. Charlotte chilló y se sacudió del abrazo del León, saltando arriba y abajo como si estuviera en llamas.

—¿Cuál es el problema? —dijo León, tratando de tomarla por los hombros para mantenerla inmóvil mientras se esforzaba por liberarse. —¡Un ratón! —gritó, agarrándose de su cuello para despegar los pies del suelo. —¡Un ratón pasó por encima de mi pie! La levantó y la puso sobre una de las cajas del piso mientras buscaba al roedor infractor. Efectivamente, un lirón se escurrió por detrás de la caja donde Charlotte estaba sentada a través de un agujero en el suelo, y se fue. —¡Tienes miedo a los lirones! —dijo, volviéndose hacia ella con una sonrisa. Observó la risa atrapada en su garganta cuando la miró. De repente fue consciente de su vestido colgando de un hombro. Del punto frío y húmedo en la parte delantera de su camisa. De sus labios hinchados. Y su pelo enredado. No había salido mucho mejor parado de su encuentro amoroso. Su corbata estaba deshecha, y su cabello enredado. —Oh, Dios —dijo. —Casi... Charlotte yo... Se acercó a ella, le tomó la mano y dijo: —Por favor cásate conmigo, Charlotte. Por un momento se sintió eufórica. Esa sensación duró sólo el tiempo que le tomó identificar la expresión de sus ojos como culpa. No había amor. No estaba enamorado. Ella le soltó la mano y la utilizó para acomodar su vestido por encima del hombro. —No, León. No lo haré. —Debes hacerlo —dijo con fuerza. —Yo... yo me he aprovechado desmesuradamente de ti. —Tú no me has oído quejarme —dijo. —He disfrutado tanto como tú.

—¿Disfrutado? ¡Charlotte! —rugió. —Una dama no goza de una cita con un hombre que no es su marido. —Yo sí. —Charlotte Ella puso los dedos contra sus labios para cortarlo. —Por favor, León. No vamos a discutir sobre ello. Quiero un marido que me ame. Por lo que pasó con Lady Alice tu corazón no está disponible. Cuando lo esté... si es que alguna vez lo está... Me gustaría tenerlo. Asegurándose de que no hubiera lirones a la vista, saltó de la caja y se puso de espaldas a él. —¿Por favor podrías abotonarme el vestido? Por un momento pensó que se negaría. Lo miró por encima del hombro y le dijo: —¿Quieres que vaya al cuarto de las criadas y le pida a una de ellas que lo haga? Se ruborizó. Y dio un paso más para poder llegar a los botones. Le resultaba gracioso que pareciera mucho menos eficiente para abotonar su vestido, de lo que había sido desabotonándolo. Mientras que tenía su atención, hizo la declaración que había venido a hacer en primera instancia. —León —dijo, —iremos a la mascarada esta noche, ¿verdad? —¿Todavía quieres ir? —preguntó. Se volvió hacia él, mientras abrochaba el botón superior, con las manos sobre sus hombros. Ella lo miró con su expresión más seria y dijo: —La razón por la que quería ir al baile de máscaras es porque Livy necesitaba algo para animarla y sigue siendo así. De hecho, después de lo sucedido esta mañana con Braddock, lo necesita más que nunca. —En verdad se la ve tan melancólica —León dijo secamente, —tal vez sería mejor dejarla tranquila.

—Oh, eso es lo peor para una persona triste. Livy necesita compañía. Tiene que bailar y hablar y disfrutar de la velada. ¿Nos llevarás? —Muy bien, Charlotte —dijo. —Si ayuda a animar a Livy. —Oh, León, por supuesto que lo hará —se puso de puntillas y le dio un rápido beso en los labios y luego se volvió y corrió hacia la puerta. No confiaba en sí misma, y en el deseo de quedarse y pedirle que desabrochara su vestido de nuevo. Él era muy bueno para eso. En la puerta se volvió y dijo: —Lady Alice nunca te hubiera traicionado, León. Ni yo tampoco. Entonces abrió la puerta y bajó corriendo las escaleras, dejándolo para disfrutar del lirón y su soledad.

CAPÍTULO 12 Charlotte utilizó otro argumento cuando trató de que Olivia se pusiera el traje de pastora que había encargado para ella. —La falda ni siquiera cubre mis piernas —protestó en tono sorprendido. — Llega sólo hasta la mitad. —Esa es la idea —dijo Charlotte. —Usarás medias blancas con cintas rojas entrecruzadas alrededor de las pantorrillas. —Mis piernas… —He visto tus piernas, Livy —dijo Charlotte, —y aunque una es más larga que la otra, tienen el mismo aspecto que las mías. Además, estará tan oscuro que nadie se dará cuenta. —¿Cómo harás que este traje pase el escrutinio de León? —dijo Olivia. —Oh, él estará tan ocupado gritándome, que ni siquiera se dará cuenta de lo que estás usando —le aseguró con una sonrisa. —¿Qué llevarás puesto? —preguntó Olivia. —Espera y verás. En realidad, una vez que Charlotte se vio en el espejo, pensó que esta vez podría haber ido demasiado lejos. Parecía que llevaba una sábana que había agarrado después de levantarse desnuda de una cama de su amante. Tal vez eso era una exageración, pero no por mucho. Las togas usadas por los mármoles de Elgin no lucían tan reveladoras.

Por supuesto, en realidad no era una sábana sino un retazo de seda blanca que había encontrado en el armario donde se guardaban las sábanas. Un broche de rubí que le había pedido a Olivia sujetaba los extremos sobre un hombro. El otro hombro estaba desnudo. Había robado la soga con borlas doradas que sujetaba las cortinas de la biblioteca, y la había atado en un nudo alrededor de su cintura para fijar la tela en su lugar. Pero si había mucho viento en Vauxhall, estaría en problemas. Denbigh no se centraría en las piernas cubiertas por las medias de Olivia, porque estaría mirando las suyas desnudas. Estaba prácticamente desnuda debajo de la toga y descalza a excepción de un par de sandalias de raso blanco que se ataban con lazos al dorso de sus tobillos. Las había visto en un escaparate un día, después de que hubiera visitado los mármoles de Elgin, y las había comprado por capricho. Nunca había tenido ocasión de usarlas hasta ahora. Tal vez los besos -entre otras cosas- que había compartido con León en el ático hacían que sus ojos se vieran tan exóticos y misteriosos. O tal vez era el delineado del kohl que había inducido a Sally a aplicarle. —Nunca permitirá que salgas de la casa —dijo Sally mientras miraba, con los ojos muy abiertos su imagen en el espejo. Charlotte se inclinó a aceptar la opinión. Si hubiera habido más tiempo, habría tratado de conseguir otro traje. Pero ya eran las nueve en punto de la tarde, y no quería correr el riesgo de perder su cita en el Paseo de los Enamorados. —No es tan malo —dijo. —¿Comparado con qué? Una Cortesana lo pensaría dos veces antes de aventurarse a salir vestida así —dijo Sally. —Va a estar oscuro —dijo Charlotte.

—Lady Alice dijo que Vauxhall, a excepción de los pasillos donde ninguna joven decente se permitiría ingresar, está iluminada por cientos de linternas. —¡Maldita sea! No hay nada que pueda hacer ahora, Sally. Voy a tener que disimular. —Disimular es la palabra correcta —murmuró Sally en voz baja, —disimular ser la Abadesa de Covent Garden. —Gracias, Sally —dijo Charlotte, trabajando para mantener la firmeza de su voz. —He entendido tu punto de vista. Reajustó el tejido resbaladizo sobre los pechos y el vientre y salió de la habitación. Pensó que sería mejor si ella y Olivia bajaban juntas las escaleras. De esa manera, Denbigh no sería capaz de tomar una decisión de quién era la peor ofensa a sus ojos y por lo tanto quedaría sin habla. Al menos era lo que esperaba. Llamó a la puerta de la habitación de Olivia, y cuando abrió y vio la expresión de Olivia dijo: —No digas una palabra. León las dirá todas. Los ojos color avellana de Olivia se arrugaron en las esquinas por la risa. — Ahora entiendo lo que querías decir esta tarde. Me siento demasiada vestida en comparación contigo. —Maldición —dijo Charlotte. Pero estaba contenta de ver a Olivia sonreír de nuevo. Cuando llegaron a la puerta de la sala donde Stiles les había dicho que el Conde estaba esperando, Charlotte se echó atrás. —Ve adelante, Livy. —Creo que tu primera idea era la mejor. Creo que será mejor si vamos juntas —dijo Olivia. Charlotte respiró profundamente y entró.

Para su horror, los Duques de Trento estaban sentados en dos sillas frente al fuego. Ya había girado en retirada cuando el Duque llamó: —Ven aquí, Charlie, y deja que te vea. ¿Acaso tu compañera es realmente Livy? Te ves encantadora, querida niña. Charlotte mantuvo la cabeza alta y los ojos hacia el frente. Casi no podía creer que estuviera caminando prácticamente desnuda delante de los abuelos de Denbigh. El pensamiento de que León la viera así no había sido tan malo. Para ser honesta, un duende diabólico en su interior había querido que Denbigh la viera atrevida y decadente. Apenas fue consciente de que Olivia le tomó la mano y la condujo, como una oveja perdida, hasta quedar de pie en frente de los Duques. —¿Qué opinas de mis dos niñas, Lizzie? —preguntó a su esposa. —Oh Livy —dijo la Duquesa. —Arthur tiene razón. Te ves encantadora como pastora. Ese bastón rústico es el toque perfecto. Y Charlotte... Charlotte esperó el golpe de gracia. Era casi mejor ser cortada por la Duquesa, pensó, que por Denbigh. —¡Tú eres Diana la cazadora vuelta a la vida! —exclamó la Duquesa. —¿Qué? —Charlotte volvió la cabeza para encontrarse con la mirada de la Duquesa y se sorprendió al darse cuenta que la anciana tenía los mismos ojos grises plateados que León. Los suyos eran un poco más oscuros tal vez, como si estuvieran empañados por la edad. —¿No te parece, León? —dijo la Duquesa. Fortalecida por las palabras de apoyo de la Duquesa, Charlotte se volvió a mirarlo. Nunca había esperado que Denbigh aprobara el traje pero lo que vio en sus ojos fue aterrador para la vista. Ninguna reprensión. Puro deseo desnudo.

—Ella es Diana —dijo. —Tal como estaba destinada a ser. Charlotte sintió que sus pezones le escocían. Su propio deseo, en respuesta al suyo, era imposible de ocultar. —Es hora de irnos —dijo Denbigh. —No podemos retrasarnos, o perderemos los fuegos artificiales. —¿Fuegos artificiales? —dijo Charlotte estúpidamente. ¿Quién necesitaba salir de la casa para ver los fuegos artificiales? Había un montón de fuegos allí. Para sorpresa de Livy, Denbigh colocó su dominó sobre los hombros de Charlotte para ocultar su exaltación, y en el proceso, reveló su propia excitación. Charlotte nunca había pensado en dejar la mirada fija, pero algunas cosas eran demasiado interesantes para dejarlas pasar. —Pensé que tenías frío —murmuró en su oído. Eso era debido a que sus pezones habían alcanzado su máxima dureza. Pero no era por el frío. Y él lo sabía. Pero lo bendijo por protegerla de los ojos demasiado perspicaces de los duques. Denbigh se acomodó en el carro y sin más ni más, una vez en camino hacia Vauxhall, le dio la reprimenda que no había sido posible darle en presencia de sus abuelos. —¿En qué estabas pensando, Charlotte? Ninguna dama revela tanto en público. —Se trata de un disfraz, León. Soy Diana, la cazadora. —Eres Atila —dijo. —Haciendo caso omiso a cualquier vestigio de delicadeza. —Estás siendo injusto, León —protestó Olivia. —El propósito de una mascarada es disfrazarse y fingir que eres otra persona. Las máscaras se usan para

no ser reconocido y criticado de ninguna manera por la forma en que te has vestido. Te prometo que nadie sabrá que Charlotte está detrás de la máscara. —¡Yo lo sé! El aire dentro del carruaje estaba electrificado. Con esas pocas palabras, Denbigh había itido su verdadera objeción al traje de Charlotte. Era sexualmente provocativa... a él. Ninguno de ellos dijo nada más durante el trayecto hasta Vauxhall, pero la mente de Charlotte estaba corriendo con los planes de cuándo y cómo podría escaparse de Denbigh. Quería la información que Sir Fenton le había ofrecido. La necesitaba para tener alguna esperanza de futuro con Denbigh. —Pregunté a Lord Burton si quería unirse a nosotros en nuestro palco para la cena —dijo Denbigh cuando llegaron a la entrada de Vauxhall, al norte de Kensington Lane. —Pensé que sería bueno tener compañía. Charlotte intercambió una mirada consternada con Olivia. Ahora tenía dos pares de ojos de los que debía escapar. Percy estaba allí esperándolos en el cenador. —Buenas noches, viejo —dijo, al saludar a León. —Mi Ladies, se ven exquisitas —las felicitó. Denbigh frunció el ceño. Percy no le hizo caso, y ayudó a Charlotte y Olivia a quitarse sus capas y hacer la suya a un lado. —¡Eres Enrique VIII! —exclamó Charlotte con deleite, cuando finalmente consiguió echarle un buen vistazo. —Tengo su misma circunferencia mi querida lady Charlotte, ¿no te parece? — se rio Percy, palmeando una circunferencia que era un poco más grande que la suya propia, gracias a un poco de relleno.

—Me he tomado la libertad de pedir un aperitivo ligero —dijo Percy. —Jamón en rodajas finas. Un surtido de galletas y pasteles de queso. Y una botella de vino tinto para acompañar todo abajo. —Lo que Percy quiere decir es que las porciones son bastante cutre, y necesitará el vino para evitar que las galletas se peguen en la garganta — interrumpió León. Percy se rió. —Me temo que León tiene razón pero hay otras compensaciones en Vauxhall. La vista es muy agradable —dijo moviendo un par de falsas cejas hacia Charlotte y Olivia. Denbigh gruñó. Charlotte se rió. El comentario de Percy hacía que su traje se viera encantador y atractivo, en lugar de vulgar y simplón. Ella le dio las gracias con los ojos. Había conocido a Percy en Almack, donde lady Jersey se lo había presentado como a un viejo amigo de Denbigh. Ella no habría elegido a Percival Porter entre una multitud como una persona en quien Denbigh elegiría confiar, pero cuanto más conocía a Percy, más le gustaba. Siempre estaba de buen humor y no parecía preocuparse de que sus gustos en materia de ropa fueran desafortunados. A pesar del hecho de que era un vizconde, no poseía ninguna de las pretensiones comunes a su clase. Se habría sentido muy feliz de verlo allí, si no lo considerara una complicación a sus planes. Su pabellón se encontraba en el centro de la arboleda, en el Paseo de la Cruz que corría en sentido transversal a la parte central del terreno entre el Paseo del Sur y el Paseo Magnífico. Por desgracia, el Paseo de los Enamorados era el más alejado de donde se encontraban. Tendría suerte si no era abordada por algunos de los diablos libertinos que estaban al acecho antes de llegar allí. —Estás mordiéndote el labio, Charlotte. ¿Qué es lo que te preocupa, me pregunto? ¿La planificación de alguna travesura?

La pregunta de León le produjo un subido rubor en sus mejillas. Inmediatamente soltó el labio y dijo: —Estás sentado a mi lado, León. ¿Qué problemas podría tener? —Me sentiré más seguro si te tengo en mis manos —dijo. —Ven, vamos a caminar. No “¿Puedo tener el honor de caminar por los jardines contigo?” O “¿Me permites el placer de caminar por los jardines contigo?”, sino “Vamos a caminar”. Charlotte se preguntó qué le había pasado a su rebelde veta americana, mientras seguía a Denbigh sin un atisbo de queja. Se le ocurrió, sólo después de que la tomó del brazo y comenzaron a pasear, que si ella fuera inteligente, podría conseguir que Denbigh la acompañara hasta el Paseo de los Enamorados. Entonces, todo lo que tendría que hacer sería encontrar alguna manera de alejarlo durante el tiempo suficiente para cumplir con Sir Fenton. Con todo, Charlotte se sentía bastante satisfecha cuando comenzó a caminar con Denbigh a través de los famosos pasillos oscuros y arbolados de Vauxhall. Olivia no podía creer que hubiera permitido ser manipulada para ir a Vauxhall con Charlotte, sólo para ser abandonada en el cenador con Lord Burton. No es que a ella no le gustara Percy. Simplemente no tenían nada en común sobre lo cual conversar. Después de varios intentos fallidos de conversación, Olivia dijo, —¿Cree usted, Lord Burton, que podría ser posible conseguir unas fresas? Percy saltó ante su petición como un pato asustado. —Estoy seguro de que podría manejarlo, lady Olivia. Si usted se siente cómoda quedándose a solas unos minutos. —Estoy segura de que voy a estar bien.

Olivia no esperaba ser importunada mientras estuviera en el cenador cerrado, a pesar de que se encontraba entre lo que debían ser un centenar de pabellones, cada uno con un grupo de juerguistas ruidosos. Ciertamente no tenía ninguna intención de salir de allí. Pero no más de un minuto después de que Percy la dejara sola, una figura alta y enmascarada, vestida toda de negro como un bandolero, apareció en la entrada y dijo: —¿Puedo unirme a ti? La sangre abandonó su cabeza, y se sintió débil. —Braddock —susurró. Hizo una reverencia y dijo: —A su servicio, lady Olivia. —¿Cómo me encontraste? ¿Qué estás haciendo aquí? Lord Burton… —Se verá lamentablemente demorado por mi hombre. —Mi hermano… —Sin duda permanecerá alejado el tiempo suficiente para que pueda cumplir mi propósito —dijo Braddock. —¿Cuál es? —Llevarte lejos conmigo. Ella no trató de correr. No podía correr. Tampoco gritó. ¿Quién iba a oírla en medio de las risas chillonas? —¿Dónde podemos ir que el pasado no nos persiga? —dijo con tristeza. — ¿Dónde el futuro no termine en tragedia? —Estoy decidido a tenerte —dijo con voz acerada. —¿Qué precio estás dispuesto a pagar? —preguntó. —¿Vas a renunciar a tu venganza? —No puedo.

—Entonces no puedo ir contigo, Su Gracia. —Te tomaré por la fuerza, si es necesario. Sus ojos se ensancharon. —¡No te atreverías a secuestrarme! —¿Por qué no? —dijo, con los ojos brillantes a través de la máscara negra, la boca tensa y dura debajo de ella. —Porque te odiaré por ello. Vaciló. —Esa es la última cosa que quiero, lady Olivia. —¡Entonces dame otra opción! —exclamó. —Muy bien. Perdonaré a tu hermano, si vienes conmigo ahora. —¿En calidad de qué? ¿Cómo una querida? —dijo enfadada. —¡Eso sólo provocaría el duelo que me dices que estás dispuesto a renunciar! —Como mi esposa. La había sorprendido. Le estaba dando lo que había deseado desde el primer día. Una manera de que pudiera decir sí a su propuesta. Pero, oh, ¡el camino estaba lleno de peligros! ¿Y si no cumplía con su palabra? ¿Y si la tomaba como amante, y más tarde terminaba en un duelo con su hermano? Aún más ¿aceptaría León su decisión de irse con Braddock? ¿Se sentiría moralmente obligado a desafiar al Duque porque había sido raptada en medio de la noche debajo de la nariz de su hermano? Sin duda deseaba aplacar la ira de León. Deseaba fomentar la paz entre las dos personas que más quería en el mundo. Y todavía no le había dicho a Braddock la verdad sobre Lord James. Cuando lo hiciera, entendería la razón por la que su hermano había actuado así. Se aliviaría la tensión entre ellos. —El tiempo es corto, lady Olivia. Debes decidirte.

Miró a Braddock con las pestañas bajas. Con su camisa, pantalones y botas oscuras y un manto y sombrero negro, estaba vestido para un secuestro. Iba a llevarla aceptara o no la oferta. Decía que le estaba dando una opción, pero no lo creía así. Sólo había una respuesta que podía darle. —Acepto su oferta de matrimonio, Excelencia. El corazón le dio un vuelco cuando vio la sonrisa pícara que le partió la cara en el momento que accedió a él. —Mi nombre es Reeve —dijo. No la había tocado, ni había dado un paso hacia ella, desde que había entrado por la puerta. Pero había una creciente sensación de expectativa, ahora que ella era de él, una tensión entre ellos que no había existido antes. Estaba sentada en donde Percy la había dejado, con el cayado tumbado a sus pies. Se acercó a ella, la hizo ponerse de pie y le rodeó la cintura con el brazo para soportar su peso. Sus manos se posaron en sus antebrazos, y se sorprendió de lo duros que eran sus músculos. —Mírame, Olivia —dijo. —Soy Livy. Para mis amigos. Ella sintió que se relajaba en su cuerpo, como si una pared hubiera cedido entre ellos. —Soy tu amigo, Livy. Y seré tu amante pronto —murmuró en su oído. —Y mi marido —dijo con aspereza. —Y tu marido —acordó con una tierna sonrisa. —¿Quieres decir mi nombre, Livy?

—Reeve —dijo ella, y sintió el siseo de su respiración. —Reeve —dijo de nuevo. —Reeve. Sonaba tan bien, tan perfecto, tal como sería su vida juntos. ¡Niños! ¡Ella tendría hijos! Sus labios se encontraron y se unieron. Todos sus sueños y esperanzas estaban ligados a él. Era algo más que una fusión de pieles. Era una unión de almas. Ella era suya. Ahora y siempre. Para bien o para mal. Para mal. Alejó el espectro de la catástrofe de su mente. Había prometido casarse con ella. Había prometido renunciar a su venganza. No evocaría problemas donde no existían. Pero sería mejor si León volvía y no los encontraba juntos allí. Sería mejor enviarle una carta explicando todo y darle tiempo para calmarse antes de que pudiera llegar hasta Braddock para expresar su ira y, oh, Dios, sus sentimientos de traición por su decisión de casarse con el Duque. Por favor, comprende, León. Lo amo. No tenía otra opción. No más de la que él tenía. Es mi otra mitad. Ella se liberó de la boca de Braddock y apoyó la cabeza contra su pecho, donde corroboró que su corazón latía muy rápido. —Debemos irnos —dijo. —¿Deseosa de convertirte en mi esposa, Livy? —Deseosa de evitar a mi hermano —respondió ella. Se puso rígido, luego se relajó. —Yo también, vamos entonces—dio un paso atrás y ofreció su brazo para que ella lo tomara. Al salir del pabellón, dijo, —¿Te he dicho lo hermosa que luces esta noche, Livy?

Mantuvo sus pestañas bajas para ocultar la consternación en sus ojos. —Los falsos cumplidos no son necesarios, Su Gracia. Se detuvo bruscamente y le levantó la barbilla con la mano. —No hay nada falso acerca de mis sentimientos —dijo. —Para mí eres hermosa, Livy. No sé cómo puedes pensar lo contrario. Y soy Reeve para ti. Se obligó a levantar los ojos y mirar en los suyos. De nada serviría saber ahora si estaba mintiendo. No podía cambiar lo que iba a pasar, pero al menos no habría saltado al precipicio sin mirar primero el abismo antes de tocar fondo. Sus ojos azules la miraron francamente, abiertamente. Y sin engaño. ¿Cómo era posible que no la viera como todos los demás hombres la veían? ¿Cómo era posible que no se diera cuenta de su lesión incapacitante, cuando necesitaba apoyarse en su mano para avanzar? Era cierto, entonces. El amor era ciego. —Gracias, Reeve —dijo en voz baja. —¿Por qué? —preguntó. —Por amarme. Allí, donde cualquier persona que pasara podría verlos, el Duque de Braddock tomó a lady Olivia Morgan en sus brazos y la besó. Olivia se reía de placer y vergüenza para cuando hubo terminado. —Tenemos un largo camino por recorrer esta noche, Livy —dijo una vez más con su sonrisa pícara. —Es hora de que nos pongamos en marcha. —Estoy lista, Reeve —para lo que sea que nos depare el futuro. Estaba sentada en el opulento carruaje del Duque, a la espera de que se uniera a ella en el interior, cuando vio a León corriendo hacia ellos. Braddock lo vio al mismo tiempo, cerró la puerta del carruaje tras él, golpeó el techo con el puño y gritó, —Rápido Bailey. ¡En marcha!

Olivia observaba por la ventana mientras la cara enojada de León desaparecía de la vista.

CAPÍTULO 13 —¿Vienes a Vauxhall a menudo? —preguntó Charlotte, mientras caminaba con Denbigh por un sendero bordeado de árboles. Estaba muy tranquilo excepto por la brisa que hacía sacudir las sobrecargadas ramas, el crujido de la grava bajo los pies, y la risa ocasional de alguna mujer nerviosa de la oscuridad. —Solía venir mucho cuando era más joven —dijo Denbigh. —¿Porque te detuviste? Él le sonrió. —Superé el juego de las escondidas. Por lo menos la versión que se juega en los pasillos oscuros aquí —dijo haciendo un gesto hacia una pareja que se besaban medio ocultos en las sombras. Charlotte se dio cuenta de que había dejado que el Conde la llevara por uno de los caminos menos transitados. Que estaba bastante oscuro. Y que llevaba muy poco puesto. —¿Dónde estamos? —preguntó. —¿Importa? Su voz era baja y ronca y la hacía sentirse nerviosa por dentro. No podía pensar en una forma sutil de preguntar si ese era el Paseo de los Enamorados. No quería informarle de su destino final. Y prefería no darle ninguna idea. —¿Con quién estabas planeando reunirte aquí esta noche, Charlotte? — preguntó.

La pregunta la tomó por sorpresa, y cometió el error de detenerse. Error, porque una vez que ya no estuvieron en movimiento, la giró para enfrentarla y puso sus manos sobre los hombros. Sus hombros casi desnudos. Nunca había sentido nada parecido. El toque sutil de sus dedos fue suficiente para hacerle cosquillas y hacerla reír. Se metió una mano sobre su boca, porque la risa sonó demasiado parecida a las que habían oído en las sombras junto a la arboleda. ¡Ni siquiera estaban a resguardo! Denbigh debía haber leído su mente. La llevó hacia un costado hasta que se topó con un arbusto de lilas detrás de ella. —¡Ay! —dijo. —Hay una rama apuñalándome en la espalda. Su galante salvador encontró el tallo saliente y lo truncó. Por supuesto, una vez que sus brazos estuvieron alrededor de ella, le tomó sólo un pequeño esfuerzo acercarla. Charlotte colocó los brazos y los codos en medio de ellos en el último segundo. —León, pienso que… —No pienses —dijo, bajando la cabeza para besarla. Charlotte sabía ahora por qué los jardines de Vauxhall eran tan populares. No tenía nada que ver con la comida, ni el entretenimiento. Tampoco había sido testigo de una sola explosión de fuegos artificiales. Excepto de los de su propio cuerpo. Era culpa de esos condenados pasillos oscuros. No es que le importara besar a León. Era bastante bueno en eso, en realidad. Sus rodillas se convirtieron en gelatina en dos segundos. Sus pezones se volvieron dos piedras contra sus antebrazos, los cuales estaban apoyados en el pecho de

Denbigh. Su respiración se volvió errática. Y lo que estaba haciendo a su boca provocaba una humedad embarazosa entre sus muslos. —León —dijo contra su boca, mientras le mordisqueaba los labios. —¿Qué pasa, Charlotte? —¿Estamos cerca del Paseo de los Enamorados? —¿Por qué lo preguntas? —preguntó divertido. —Yo... sólo preguntaba. —Estamos en el Paseo de los Enamorados —dijo, mientras la besaba debajo de la oreja. —Oh —ella se estremeció. Como un niño buscando la fuente de sustento, se levantó de puntillas, encontró el mismo lugar por debajo de la oreja, y le devolvió el beso. Y lo sintió estremecerse. El sonido de la grava crujiendo bajo los pies les advirtió de la presencia de alguien. León la atrajo hacia sí, ocultando el rostro en su pecho. Ella empujó la cabeza por debajo de su brazo para ver qué pasaba, en la remota posibilidad de que fuera Sir Fenton buscándola. Y vio un dominó a cuadros como el que León estaba usando. Uno como el que Sir Fenton había dicho que iba a llevar. —León —susurró. —Shh. —León —susurró. —Shhhhhh.

Sir Fenton se estaba alejando. Podría pensar que ella había olvidado su cita. Podría no volver. —Lord Fenton —llamó. —Estoy aquí. León gimió. Sir Fenton se detuvo en seco y susurró en dirección de los arbustos donde estaban ocultos, —¿Lady Charlotte? ¿Eres usted? —Si es ella, viejo tonto —respondió Denbigh, su voz mezclada con amenaza. —Y está conmigo. Sir Fenton ya había revertido su camino cuando Charlotte lo llamó —¡Lord Fenton! ¡No se vaya! ¡Tengo que hablar con usted! —se esforzó por liberarse del abrazo de Denbigh. —Déjame ir, León. ¡Tengo que hablar con él! —Es demasiado viejo para ti, Charlotte —dijo León. —¡No quiero casarme con él, idiota! Sólo quiero hacerle una pregunta. Al oír la palabra “idiota”, el agarre de Denbigh se aflojó, y Charlotte se deslizó fuera de su alcance para seguir a la figura distante. —Espere, Lord Fenton. ¡Por favor, espéreme! Por alguna razón, Fenton no estaba reduciendo la velocidad, e incluso dio varias vueltas, para perderla de vista. Charlotte podía oír los pasos de Denbigh crujiendo en la grava detrás de ella, y eso la motivó a ponerle alas a sus pies. —Lord Fenton —llamó, —estoy sola. Espéreme. Sir Fenton se detuvo bruscamente y se volvió a esperarla. Estaba sin aliento para el momento en que finalmente lo alcanzó. —¿Por qué… qué… corre? —preguntó entre jadeos.

—Oí claramente la voz de Denbigh, lady Charlotte. No quería entrometerme entre usted y su tutor. —Sólo estábamos caminando hasta que se hiciera la hora de encontrarme con usted —le aseguró. Miró más allá de su hombro. —¿Denbigh no le siguió? Charlotte se dio cuenta de que no oía nada. No sabía qué había sido de Denbigh, pero no dudaba de que la estuviera buscando, incluso ahora. Necesitaba obtener la información que había ido a buscar antes de que Denbigh la alcanzara. —Creo que se perdió —dijo Charlotte brillantemente a Sir Fenton. —Estamos solos. —Bien, bien, Lady Charlotte —dijo Sir Fenton con una sonrisa torcida que apareció como por arte de magia en la oscuridad. —Eso es mucho mejor. A Charlotte no le gustó el tono insinuante de su voz y rápidamente dijo: — Vine para averiguar lo que usted me puede decir sobre Lord James Somers. —¿Somers? —reflexionó Sir Fenton. —No he hablado con nadie con ese nombre últimamente. —Probablemente porque está muerto —dijo Charlotte con aspereza. —Bueno, eso lo explica todo. —¿Explica qué? —Por qué no lo conozco. Charlotte se sentía ahogada por la frustración. —Lord Fenton, vine aquí porque en el baile de lady Hornby usted sugirió que podría decirme donde una pareja podría reunirse para estar a solas. —Por supuesto —dijo Sir Fenton con una sonrisa satisfecha. —¡Por eso estamos aquí! Tal como usted deseaba.

Cuando Sir Fenton se lanzó hacia ella, Charlotte dio un salto hacia atrás. Por desgracia, se las arregló para agarrar la tela donde se sujetaba sobre el hombro y tiró con fuerza suficiente para romper el cierre del broche de rubíes de Olivia. Mientras el broche roto se clavaba en su piel, y el tejido comenzaba a ceder, le dio una bofetada con toda su fuerza y él gritó de sorpresa y dolor. —¿Qué fue eso? Charlotte estaba demasiado ocupada agarrando la seda floja como para mostrarle simpatía. —¡Sinvergüenza! —dijo entre dientes. —¡Libertino! ¡Canalla! Usted es un… —buscó en su vocabulario otra palabra para describir a Fenton. —Prueba con “viejo lascivo” —dijo una voz mortal tras ella. Charlotte se volvió. —¡León! —ella se lanzó hacia él, y él la tomó en sus brazos. Sintió que sus dedos se movían sobre su hombro desnudo acariciando el lugar donde la sangre había brotado en diminutas gotas. —Estás herida —dijo con voz tensa. —Fue el broche de rubíes de Livy, León. Él me lo arrancó. Haz que se vaya. —La mocosa vino aquí buscándome, Denbigh —bramó Sir Fenton. —Sólo obtuvo lo que se merecía. —Ponte detrás de mí, Charlotte —dijo Denbigh, haciéndola a un lado. Dio un paso hacia Fenton. —No quiero liarme a puñetazos con usted, Denbigh. —No tiene otra opción —dijo León. Charlotte oyó el sonido de metal contra metal, no lo reconoció al principio. Entonces vio el brillo de acero a la luz de la luna y se dio cuenta de que el bastón con empuñadura de oro de Sir Fenton llevaba una hoja oculta, que ahora estaba sosteniendo en su mano. —¡Ten cuidado, León! —gritó. —Él tiene una daga.

—Quédate donde estás, Charlotte —dijo Denbigh. —Puedo manejar esto — mientras hablaba, Denbigh desató el domino de su garganta, lo deslizó de sus hombros, y la arrolló varias veces alrededor de un brazo para hacer una almohadilla protectora. Luego continuó su depredador avance en dirección de Fenton. —Detente —advirtió Fenton. —Sé cómo utilizar esto con buenos resultados — fintó la hoja varias veces en el aire, haciendo un mortal, silbido, como para demostrar su afirmación. Charlotte se dio cuenta de que, al mismo tiempo estaba revisando sus vías de escape. No había ninguna. Estaba atrapado en una encrucijada, entre los árboles y los arbustos. No había otra salida excepto a través de Denbigh. Charlotte podría haberle dicho a Denbigh que un animal atrapado siempre lucharía con más saña, porque sabe que no tiene escape. Fenton se lo informó gráficamente. La espada lo golpeó como un rayo, cortando a través de la oscuridad el brazo protegido de Denbigh cuando intentó bloquear el golpe. Fenton golpeó de nuevo, como una cobra, rápido y peligroso. Los reflejos de Denbigh fueron más rápidos, y paró el segundo golpe, pero Charlotte supo por su gruñido de sorpresa que una tercera puñalada había dado en el blanco. —¡León! —exclamó. —Quédate donde estás, Charlotte —su voz era tranquila, y no parecía en lo más mínimo descompuesto, aunque sabía que debía estar herido. Fenton estaba respirando como un fuelle. La luz de la luna se reflejaba en las gotas de sudor que le corría por la frente y por los lados de la cara hasta absorberse rápidamente en la camisa blanca. Sus ojos brillaban como un animal.

Fenton tenía el arma, pero era evidente, que era el único cuya vida estaba en peligro. Denbigh paró el embate desesperado de Fenton con el fajo de seda y lo alcanzó en la garganta. Sus dedos se cerraron, y Charlotte observó que el hombre mayor dejaba caer su arma e intentaba aflojar el apriete de Denbigh con las dos manos. Charlotte corrió hacia Denbigh y se agarró a su brazo. —Que se vaya, León. Mi dolor no es más que un rasguño. Se curará sin dejar marca. Los ojos de Fenton se hincharon. Su respiración quedó atorada en su garganta. —Por favor, León. Has matado una vez por el honor de una dama, y no has logrado nada. ¡Deja que se vaya! Su mandíbula se apretó con fuerza. Ni siquiera la miró, se limitó a decir a Fenton, —Si repites una palabra de lo que pasó aquí esta noche… —advirtió, — ….te buscaré y terminaré lo que he empezado. Soltó a Fenton, y el hombre cayó de rodillas, sosteniéndose la garganta con ambas manos, buscando el aire. Denbigh se inclinó para recuperar la espada que Fenton había dejado caer, apartando momentáneamente los ojos del hombre. —¡León, cuidado! —exclamó Charlotte. Fenton golpeó con una piedra del tamaño del puño tan fuerte como pudo contra la sien de Denbigh. No hubo forma de que León pudiera evitar el golpe. Charlotte vio la mirada de asombro en sus ojos antes de que cayera al suelo. Charlotte quiso agarrar la espada, al mismo tiempo que Fenton, pero tuvo que pasar sobre el cuerpo de León para llegar a ella.

No podía cubrir su modestia y tomar la espada sorprendentemente pesada al mismo tiempo, así que soltó la seda apretándola contra su pecho y extendió el arma protectora frente a ella con ambas manos. —¡Sal de aquí! ¡Vete! O clavaré esto a través de tu corazón. —Deme eso, lady Charlotte. Los dos sabemos que no vas a usarla —dijo Fenton con confianza, mientras miraba de soslayo su casi desnudez. —Y porque me lo debes, voy a tomar ese beso que ha estado enloqueciéndome desde el momento en que viniste corriendo detrás de mí. Charlotte no perdió el tiempo con amenazas y clavó la daga con todas sus fuerzas en el centro de su pecho. A último momento saltó a un lado, y la espada le dio en el hombro en lugar del corazón. Ella sabía, por su experiencia con la horquilla en el muslo de Denbigh, la presión que se precisaba para retirar el metal hundido en la carne. Tiró con fuerza para liberar la cuchilla, en caso de que Fenton no cejara en sus intentas y tuviera que hacerlo de nuevo. Ella no estaba jugando. Y quería que se fuera. Fenton captó la indirecta. —Está bien, lady Charlotte. Cedo el campo de honor —hizo una desequilibrada reverencia, mientras presionaba un pañuelo contra la herida en el hombro. Charlotte lo siguió con la punta de la espada mientras giraba a su alrededor. Se puso en alerta hasta que estuvo segura de que estaba lo suficientemente lejos y que no iba a volver, y sólo entonces se dejó caer de rodillas al lado de Denbigh. Apoyó su cabeza en su regazo y cepilló su pelo oscuro apartándolo del punto de contusión a un lado de la cabeza. —Oh amor mío —murmuró contra su cara. —Por favor despierta. Por favor, despierta. —Estoy despierto Charlotte —dijo Denbigh entre dientes.

Charlotte se preguntó por un momento con mortificación si habría percibido las palabras que le había dicho. Ya era bastante malo amarlo cuando él no la quería, como para además ventilar su secreto. —¿Dónde está Fenton? —preguntó con voz atontada. Si había oído sus palabras, pensó con tristeza, no había sido más que una impresión. —Fenton se escapó —dijo. Se llevó una mano a la sien gruñendo entre dientes mientras tocaba la piel en carne viva y el bulto cada vez más grande. —No pensé que sería lo suficientemente estúpido como para caer en ese truco —intentó volver la cabeza en su dirección, se quejó, y siguió acostado. —¿Estás bien? —preguntó. —Fenton no dijo nada que pudiera ofenderte después de que me noqueó, ¿verdad? —No después de que tomé su espada y lo apuñalé en el hombro —dijo Charlotte. Con el ceño fruncido, como si, con el golpe en la cabeza, pensara que sus oídos le podrían estar jugando una mala pasada repitió: —¿Lo apuñalaste? Charlotte asintió. Esperaba elogios por un trabajo bien hecho. O por lo menos su comprensión por el horror que había pasado al tener que hacer algo que detestaba. Denbigh dejó escapar un largo suspiro y dijo, —Charlotte, las damas no… —¿No qué? —exigió Charlotte, decepcionada por su respuesta crítica. —No apuñalan a los caballeros con espadas —determinó. Charlotte permaneció en silencio durante el sermón que siguió, pero no estaba escuchándolo en verdad, sólo pudo concentrarse en el hecho de que cada palabra que salía de la boca de Denbigh dejaba en claro que todas esas semanas que había pasado con él no había hecho ni un ápice de diferencia en su

comprensión de quién y qué era. Todavía se negaba a aceptar nada que no fuera el comportamiento modelo de una dama inglesa en la que le gustaría que se convirtiera. Cuando comenzó a prestarle atención otra vez, le oyó decir: —Una verdadera dama hubiera apelado al sentido de la decencia de Sir Fenton. Le habría… —¡Una verdadera dama habría terminado violada! —espetó Charlotte. Su voz enfadada le hizo ladear la cabeza otra vez en su dirección con un gruñido de dolor. La miró dos veces, como si no creyera a sus ojos más de lo que había confiado en sus oídos. —Cúbrete, Charlotte —dijo a través de las mandíbulas apretadas. Charlotte bajó la mirada y se dio cuenta de que su pecho desnudo se presionaba contra su mejilla. Dejó caer la espada que ni siquiera se había dado cuenta de que todavía tenía en la mano y recogió el tejido resbaladizo para cubrirse. Denbigh rodó sobre sus rodillas y se puso en pie donde estaba, vacilante y obviamente mareado. Charlotte se movió en dirección a él, como para ayudar a recuperar el equilibrio pero él extendió una mano para mantenerla alejada. —No te acerques a mí. Charlotte apretó la toga contra su pecho, aferrándose a los pedazos de su corazón roto. —No puedo creer que en realidad hayas atacado a un caballero de la alta sociedad con una espada —dijo Denbigh. —Tendremos suerte si los rumores de esta historia no te arruinan para siempre. —Lo ataqué porque amenazó con abusar de mí —dijo Charlotte. —¿Eso no cuenta para nada?

—Yo estaba aquí para protegerte. —¡Tú estabas tirado en el suelo sin sentido! No hizo caso a la verdad de su afirmación y continuó: —¿Qué esperabas lograr reuniéndote con Fenton en un pasillo a oscuras? —Estaba buscando pruebas de que lady Alice no te traicionó —dijo. —¿Con Sir Fenton? —preguntó con incredulidad. —De todas los cerebros atrofiados, el tuyo encabeza la lista. —¡No he terminado! —dijo, interrumpiéndolo con furia. —Quería una prueba de que lady Alice no te traicionó para que pudieras tener la oportunidad de creer de nuevo en el amor. Tenía la esperanza de que si volvías a creer en el amor tal vez podrías amarme. —Charlotte, yo… —Ya no me importa si crees en la fidelidad de lady Alice o no. Puedes revolcarte en la autocompasión y la amargura por el resto de tu vida, si así lo deseas. No voy a perder más tiempo tratando de curar tu corazón. Porque ahora sé que no habría ninguna diferencia. Nunca serás capaz de aceptarme como soy. Los músculos de su rostro se endurecieron hasta que la piel se tensó sobre sus huesos. —Es hora de volver al pabellón de la cena, Charlotte —dijo. —Percy y Olivia se estarán preguntando dónde estamos. Charlotte percibió la desaprobación de Denbigh. La expresión de su rostro era ahora indescifrable. Sintió que la nariz le comenzaba a arder y el primer escozor de las lágrimas en los ojos. Él extendió la mano para tomar su brazo, y ella se apartó de su alcance. —No he terminado de hablar —dijo con voz aguda porque estaba luchando contra la histeria. —Nuestro compromiso de mentira ha llegado a su fin. Ya no quiero ni siquiera fingir una alianza contigo. Quiero que el mundo sepa que estoy en busca de un marido. Quiero que el mundo sepa que te he rechazado.

No esperó a que la alcanzara. Ella corrió. Cuando se volvió a mirar, no la estaba siguiendo.

CAPÍTULO 14 León intentó correr detrás de Charlotte, pero dio dos pasos y casi perdió el conocimiento. Se agarró de la rama de un árbol al borde del camino de grava y se sostuvo hasta que las estrellas desaparecieron y pudo enfocar la vista de nuevo. Su cabeza todavía no estaba lúcida después del golpe que Fenton le había dado. Y estaba perdiendo sangre en un goteo continuo de la pequeña herida en el brazo. Tendría que haber matado al hombre cuando tuvo la oportunidad. Dado que no había ningún muerto en los alrededores, tenía que asumir que Charlotte no había terminado el trabajo por él. A pesar de que aparentemente lo había intentado. La chica podría ser una tonta descerebrada, pero no había nada de cobardía en su corazón. Tenía más valor que la mayoría de los hombres que conocía. Si iras lo que hizo, ¿por qué no se lo dijiste, en lugar de darle un sermón por no actuar como una dama? preguntó una voz interior. No le gustó la respuesta que obtuvo. Porque me sentí un tonto al dejar que Fenton sacara lo peor de mí. Porque me dio vergüenza ser rescatado por una mocosa de diecisiete años. Era más fácil criticar a Charlotte de lo que era aceptar la culpa por algo estúpido que había hecho. Aunque podría ser una reacción muy humana, no había excusa para su comportamiento. No podía culpar a Charlotte por condenarlo. No podía culparla por no querer tener nada más que ver con él.

También había herido sus sentimientos. Vivía amargado por lo que había sucedido con Alice. Y, aunque nunca lo hubiera itido a otro ser viviente, incluso podría haberse permitido un alarde de autocompasión. Y nunca se habría permitido enamorarse de ella. Tenía razón en eso, también. Se alegró de haber puesto fin a su compromiso de mentira. Contento con su intención de evitarlo en el futuro. Nunca había deseado tenerla en su vida en primer lugar. Tal vez ahora las cosas podrían volver a la normalidad. Sentía una opresión extraña en el pecho. Y un cosquilleo desconocido en la garganta. La vida no sería lo mismo sin Charlotte Edgerton. Retornaría una vez más a su calma... su paz... su tediosa existencia. Denbigh resopló burlonamente. Podría fácilmente calificar su vida sin Charlotte. Aburrida y monótona. O solitaria, triste, y tediosa. ¿Qué tal tediosa, insípida, y aburrida? O, en una sola palabra, vacía. Antes de Charlotte, no había tenido ninguna razón para vivir. Ella había terminado con su desolación, llenando sus días estériles, y desafiándolo a extender la mano y agarrar la vida, en lugar de dejar que pasara de largo. Sin ella… De repente se dio cuenta de que no quería contemplar la vida sin ella. Lo que encontraba aún más inimaginable era el pensamiento de otro hombre tocando a Charlotte. Besándola. Haciendo el amor con ella. Los pelos de la nuca se erizaron, y su cuerpo se puso tenso. Sus manos se apretaron en puños. Lo mataría. Mataría al hombre que tocara a Charlotte. Denbigh miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba listo para matar a un fantasma. Tímidamente, estiró los puños. Charlotte tendría que casarse con alguien. No podía imaginarla sin hijos. A Charlotte le encantaría tener hijos.

Él podría protegerla de cualquier caballero sin intenciones honorables. Pero tendría que renunciar a ella cuando llegara el hombre adecuado. Seguro que alguien lo haría. El hombre que eligiera para Charlotte tendría que entender que ella necesitaba una mano firme. No demasiado firme. Un estricto control que la moldeara poco a poco. Una mano suave, sería mejor. En los momentos en que se tornaba realmente audaz, podría disfrutar de Charlotte, de su ingenio y su humor. Resplandor y calor. Éxtasis y alegría. Y Charlotte necesitaba un hombre que la amara. Alguien que pensara en formas de hacerla feliz. Alguien que pusiera sus necesidades por delante de las suyas. Charlotte lo necesitaba. No había nadie más, se dio cuenta Denbigh. Nadie más sería capaz de amarla como él. O darle la libertad que necesitaba para correr y con sólo una mano guiarla para evitar que saltara las vallas sin mirar primero para asegurarse de que no hubiera ningún peligro del otro lado. León se llevó una mano a la sien. Tal vez Fenton le había golpeado más duro de lo que había esperado. ¿En qué estaba pensando? Charlotte lo odiaba. No quería tener nada más que ver con él. Nunca consentiría en casarse con él ahora. Pero suponiendo que quisiera casarse, conociendo a Charlotte, estaba seguro de que se detendría camino a la iglesia para rescatar algún caballo con una carga demasiado grande de barriles de cerveza, y él se quedaría plantado de nuevo delante del altar. Tal especulación era discutible hasta que pudiera convencer a Charlotte de que podía aceptarla tal como era. No iba a ser fácil.

Pero no tenía otra opción. La necesitaba tanto como ella lo necesitaba a él. Todo lo que tenía que hacer era encontrar una manera de conseguir que la terca picaruela diera el brazo a torcer. Sería mejor retornar al pabellón antes de que hiciera algo tan loco como... Charlotte podía hacer cualquier cosa. Prefería no imaginar lo peor. No haría más que esperar lo mejor. Se ató un pañuelo alrededor de su brazo herido, se cubrió con el dominó, y arregló su máscara para pasar desapercibido cuando se presentara para la cena. No había ido muy lejos cuando Percy corrió literalmente hacia él. —¿León, eres tú? —¿A quién esperabas? —Me encontré con alguien vestido exactamente igual a ti, y cuando le dije que Olivia no estaba, él dijo “¿Qué Olivia?”, y yo no podía creer que te hubieras olvidado de tu propia hermana, así que dije “lady Olivia Morgan, por supuesto”, y él dijo “Oh, la hermana lisiada de Denbigh”, y entonces supe que no eras tú, así que le planté un puñetazo en la cara por el insulto a Olivia y… Denbigh agarró los brazos de Percy para cortar el relato interminable, a pesar de que estaba contento de que Percy hubiera aporreado la nariz de Fenton. — ¿Dijiste que Olivia no estaba? —Eso es lo que vine a decirte —dijo. —Fui a buscarle unas fresas, pero cuando regresé, ella se había ido. Pensé que podría haberse extraviado, pero Olivia no haría eso ¿verdad? —No, no lo haría —Denbigh se dirigió de nuevo hacia el pabellón donde había dejado a Olivia con Percy corriendo a su lado. Ahora tenía no una, sino dos mujeres desaparecidas y errantes en el lugar de citas más notorio de Londres. —¿Cuánto tiempo hace que dejaste a Olivia sola? —preguntó a Percy. —Oh, una media hora al menos.

Denbigh gimió. —Demasiado tiempo. Eso es demasiado tiempo para que una joven pasee sin protección por Vauxhall. —Olivia no está paseando —dijo Percy. —¿Qué te hace decir eso? —No llevó su bastón. Lo habría llevado si hubiera planeado una caminata. ¿No te parece? —¿Tienes alguna sugerencia de lo que puede haber ocurrido? —preguntó Denbigh. —No te gustará lo que voy a decirte —dijo Percy. Denbigh se detuvo y miró a su amigo. Percy bajó los ojos. —¿Qué es lo que sabes y no me estás diciendo? —No lo pensé al principio, pero cuanto más la busqué y no la encontré, más me preocupé. —¿Qué te preocupó? —Un caballero que me detuvo y conversó largo y tendido conmigo cuando fui a buscar las fresas de Olivia era un amigo de Braddock. Denbigh sintió que se le helaba la sangre. —¿Crees que Braddock se la llevó? Percy lo miró a los ojos y dijo: —No creo que se fuera por su cuenta, León. Dijo que me esperaría, pero no estaba allí. ¿Qué piensas? —Braddock —dijo con voz plana. —Lo mataré esta vez. Los ojos de León se centraron, pero su cabeza le latía. Casi habían llegado a la zona en la que estaba la larga fila de coches aparcados para los asistentes a

Vauxhall. Denbigh esperaba interceptar a Braddock allí, si efectivamente había secuestrado a Olivia. Percy de repente, dijo: —Te pregunto una cosa viejo. ¿Dónde has dejado a Lady Charlotte? ¿Acaso ella se perdió también? —Charlotte se alejó de prisa de mi lado —dijo Denbigh. —Si tuviera que adivinar, diría que probablemente regresó al pabellón. —No había nadie allí la última vez que miré —dijo Percy. —¿Cuándo fue eso? —preguntó Denbigh. —Hace diez minutos. Denbigh trató de calcular cuánto tiempo hacía que Charlotte lo había dejado, y el tiempo que le habría tomado volver al pabellón. Era posible que ella y Percy simplemente se hubieran cruzado en el camino sin verse. También era posible que no hubiera regresado al reservado. Quería cambiar de rumbo e ir a buscarla. Pero si tuviera que elegir entre buscar a su hermana y buscar a Charlotte, en ese momento Olivia corría mayor peligro. Charlotte, como ya había comprobado, en el curso ordinario de las cosas, podía cuidar de sí misma. Denbigh abrió las puertas de cada carro en busca del escudo de armas de Braddock. Nunca lo vio, porque la puerta estaba abierta. Pero en cambio vio a Olivia sentada en un carruaje. Braddock estaba de pie junto a ella. Olivia lo vio. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para escapar. ¿Qué le habría dicho Braddock? ¿Cómo la habría coaccionado para llevarla con él? Debería haberla amenazado. No le habría dado otra opción. Empezó a correr hacia ella, pero se abstuvo de gritar su nombre, no dispuesto a atraer una atención no deseada. Se sintió indignado de que Braddock hubiera raptado a su inocente hermana. Indignado por la bravuconería del hombre. Y

aterrado por Olivia. ¿Qué querría Braddock con ella? Podría hacerle daño... aterrorizarla. Corrió tan rápido como pudo, hasta que comenzó a jadear y a dolerle el costado. Observó con furiosa impotencia cuando Braddock entró en el carruaje, y se alejó con rapidez perdiéndose en la noche. León se detuvo y se inclinó con las manos sobre sus muslos para recuperar el aliento. Estaba mareado de nuevo, y con suficientes náuseas como para temer echar sus entrañas al suelo. Tomó respiraciones lentas y profundas para tratar de calmar el estómago y aclarar su cabeza. Percy finalmente se encontró con él, resoplando. —Dime León —jadeó. —¿Era Olivia? —Sí. Braddock la tiene. Iré tras ella, Percy. Tan pronto como pueda conseguir un caballo rápido pero debes hacer algo por mí primero. —Cualquier cosa. —Encuentra a Charlotte y ponla a resguardo en la casa. Dile a mi abuela lo que le ha ocurrido a Olivia, y que he ido tras Braddock para rescatarla. Inventa una historia para mi abuelo, para que no se preocupe. Su corazón está... él no está bien. ¿Puedes hacer eso por mí, Percy? —Con mucho gusto, León. Pero, ¿y si no puedo encontrar a Charlotte? —Díselo a mi abuela. Ella sabrá qué hacer. Si Charlotte ha desaparecido... Denbigh no podía enfrentarse a esa posibilidad. —Infórmame lo que descubras, Percy. Necesito saberlo. —Lo haré, León. ¿Dónde crees que Braddock llevará a Olivia? —preguntó. —¡Dios no lo sé! —había una docena de lugares a los que Braddock podría llevar a Olivia. ¿Cuál escogería? —No la llevará a su casa de Londres, ni a su casa de campo tampoco. Sabe que yo buscaría en ambos lugares.

—Él puede tomar cualquier dirección fuera de Londres —dijo Percy de mal humor. —¿Cómo vas a saber qué camino tomar? —Un lobo regresa a su madriguera, un zorro a su agujero. Él irá a Kent. Es donde nació y se crio. —¿Cómo sabes tanto de él? —se maravilló Percy. —Creo que hay que conocer al enemigo —dijo León con amargura. —Y yo sabía todo lo que había que saber sobre James Somers antes de matarlo. He aprendido mucho acerca de su hermano como consecuencia. Braddock irá a la casa de campo en Somersville. Puedes mandarme una nota a la posada que hay allí. —¿Qué pasa si estás equivocado? —preguntó Percy. —No importa. En algún momento me voy a encontrar con Braddock. O tal vez él me encuentre con Olivia a su lado, exhibiéndola como amante, y entonces lo mataré. Charlotte no había ido directamente al reservado. Durante un largo rato vagó por los oscuros senderos de los jardines de Vauxhall con una sensación de entumecimiento en su interior. Tenía que tomar algunas decisiones acerca de lo que quería hacer con su vida, sobre todo ahora que Lionel Morgan, Conde de Denbigh, no iba a ser parte de su futuro. Había pensado en un montón de posibilidades, pero ninguna solución real. Necesitaba ayuda para escapar de él. Y había muy pocas personas a las que podía acudir por su ayuda confiando en no ser expuesta ante Denbigh. Tomaría una decisión esa noche antes de irse a dormir. Suponiendo que pudiera dormir. Charlotte no podía dejar de llorar. Era algo inusual en ella. Su nariz seguía goteando, y sabía que sus ojos estaban hinchados y rojos. No tenía ninguna prisa

por volver al pabellón de cena hasta que pudiera mantener sus lágrimas bajo control. Nunca dejaría que Denbigh supiera que había llorado por él. La única razón por la que no se demoró demasiado fue porque no quería que Olivia se preocupara por ella, sabía que estaría frenética al ver que León regresaba solo. Por lo tanto, se sorprendió, al no encontrar a nadie allí. No creía que la hermana de León hubiera vuelto a su casa, porque su cayado seguía tendido en el suelo. Pero... ¿Dónde estaba todo el mundo? La respuesta era obvia. Buscándola. Se quedó en el lugar, sabiendo que probablemente volverían a comprobar si había regresado. Mientras esperaba, pensó en todas las cosas desagradables que le diría a Denbigh si se atrevía a criticarla por ocasionar tantos problemas. Al final, sólo Percy regresó, y con una historia casi demasiado fantástica para ser creída. —El Conde me ordenó que la lleve a su casa, y que le diga a Su Gracia, la Duquesa de Trento, donde ha ido —finalizó. Charlotte podría haber discutido con él, pero quería llegar a la casa para poder pensar qué hacer a continuación. Tenía que haber una manera de ayudar a Olivia. Incluso si eso significaba ayudar a Denbigh también. —¿Encontrará a Braddock? —preguntó Charlotte a Percy, con el corazón en la garganta. A medida que el carruaje comenzaba la marcha hacia Grosvenor Square, negó con la cabeza. —No puedo adivinar si lo hará o no, lady Charlotte. Dijo que estaba seguro que Braddock iría a su mansión en Kent. Pero ¿y si no lo hace? Braddock podría llevar a lady Olivia a cualquier lugar, incluso a la India. Puede que nunca volvamos a saber de ella.

—Seguramente Braddock no haría nada tan drástico como llevar a Livy a través de océanos y continentes. —¿Por qué no? Sobre todo si su objetivo es castigar a Denbigh por la muerte de Lord James. —Tenemos que averiguar dónde ha ido Braddock —dijo Charlotte. —¿Cómo vamos a hacer eso? —dijo Percy. —Braddock no nos dijo nada. —Tal vez no. Pero sus sirvientes lo sabrán. —¿Qué? —Los sirvientes lo saben todo. Los ingleses los tratan como si no existieran, aunque están ahí cuando hablan hasta de las cosas más personales. Como si no tuvieran ojos para ver, oídos para oír y lengua para repetir lo que fue dicho en su presencia. Percy la miró con ojos saltones. —Mi valet… —Sabe dónde te encuentras esta noche, donde estabas ayer por la noche, y lo más probable donde irás mañana por la noche —dijo Charlotte. Percy parecía avergonzado. —Es cierto, lady Charlotte. Tal vez podamos averiguar algo. Y tenemos una manera de ponernos en o con León por cualquier novedad que tengamos. Tengo que enviarle los mensajes a la posada de Somersville. Después que te deje en Grosvenor Square, iré directamente a la casa de Braddock y… —Yo iré contigo —dijo Charlotte. —Lady Charlotte —No trates de disuadirme —dijo Charlotte. —Mi decisión está tomada. Casi se rió de la mirada desolada en la cara de Percy cuando dijo, "León me va a matar por habértelo permitido.

—León te agradecerá por salvar a Olivia —replicó Charlotte. La cara de Percy se iluminó. —Voy a ser un héroe. —Por supuesto —estuvo de acuerdo Charlotte. —Nunca he sido un héroe. Será una experiencia novedosa. Percy al rescate — dijo con una sonrisa. Como ambos estaban pronto a descubrir, aunque los sirvientes de Braddock muy probablemente sabían todo lo que había que saber sobre sus movimientos, definitivamente no dijeron una sola palabra. —Ese mayordomo fue casi desagradable —dijo Percy cuando estaban sentados de nuevo en el carruaje de Denbigh. —No podemos quedarnos de brazos cruzados. Tiene que haber alguna manera de averiguar lo que saben —reflexionó Charlotte. —Deberíamos encerrarlos en una celda y darles veinte latigazos a cada uno— dijo Percy. —Hablas como un verdadero héroe —dijo Charlotte con sarcasmo. —Nunca he sido uno. Pero quería serlo —dijo Percy, obviamente decepcionado por no haber logrado descubrir la dirección de Braddock. Llegaron a la casa de los Duques de Trento no mucho más tarde, y Charlotte dijo: —No te desesperes Percy. Te has comportado mejor que un héroe esta noche. —¿Mejor? —preguntó Percy. —Has sido un buen amigo. —Gracias, Lady Charlotte. No sé por qué Denbigh no se casa contigo. Siempre tienes una palabra amable y eres bonita —se sonrojó. —No es asunto mío —dijo rápidamente.

—Buenas noches, Percy —dijo Charlotte con una sonrisa amable, bajándose del carro sin esperar ayuda. —Mantén los ojos y oídos alertas. Tal vez puedas descubrir alguna información que pueda ser útil. —¡Espera! —dijo Percy. —Se supone que tengo que decirle a su Gracia… —Yo le contaré a la Duquesa lo que ha sucedido. Gracias por traerme a casa, Percy —dijo. —Sé que León te lo agradecería personalmente si estuviera aquí. Y Percy… —¿Sí, Lady Charlotte? —Si vamos a ser amigos, tendrás que llamarme Charlie. —A Denbigh no le gustaría —respondió Percy. Con voz quejumbrosa ella dijo, —Por supuesto que no, Percy. Y al igual que pasa con los sirvientes, aunque Denbigh puede desear que pase desapercibida, todavía estoy aquí... y tengo ganas de ser tu amiga. —Veo lo que quieres decir —dijo Percy. —Buenas noches, Charlie. —Buenas noches, Percy —Charlotte se volvió y subió corriendo las escaleras.

CAPÍTULO 15 Charlotte sabía exactamente dónde ir para encontrar a la Duquesa de Trento. La abuela de León era una mujer culta e inteligente y la encontró acurrucada frente al fuego de la biblioteca con un libro de Robert Southey. Charlotte tuvo el pensamiento fugaz de que cuando la Duquesa hubiera terminado con el libro se lo prestaría a Percy, para que disfrutara de las hazañas de un verdadero héroe británico. —Buenas noches, Excelencia —dijo Charlotte. La Duquesa se quitó sus gafas de lectura y enfocó sus ojos en el rostro de Charlotte. —Has estado llorando. ¿Qué ha hecho ahora el incorregible de mi nieto? Charlotte se dejó caer en el taburete a los pies de la Duquesa y dijo, — Braddock ha raptado a Livy. —Dios mío —dijo la Duquesa. —¿Y León? —Ha ido tras ellos. Quería que supieras lo que había sucedido, y que se lo explicaras al Duque de una manera que su corazón sea capaz de soportar. La Duquesa no dijo nada durante unos momentos, pero la vio removerse incómodamente en el taburete, a continuación, le preguntó: —¿Qué te tiene tan molesta, Charlie? ¿Es Livy? ¿O es otra cosa? —León y yo nos hemos separado. —¿Qué, exactamente, quiere decir eso? —preguntó la Duquesa.

—He roto nuestro compromiso. Necesitará enviar un anuncio al Times. —No ahora, espero —dijo la Duquesa. —Al menos, no antes de que Livy esté segura en casa. Charlotte frunció el ceño. —Llamará demasiado la atención hacia nosotros —explicó, —y requerirá respuestas incómodas cuando no tenemos ninguna explicación para la ausencia de Livy. —Ya veo —dijo Charlotte. —Pensé que querrías hablar con él antes. La Duquesa volvió a guardar silencio. —Tú eres dueña de tu vida querida. Si ya no amas León… —¡Nunca dije eso! —protestó Charlotte. —Es sólo que él no me ama. La Duquesa suspiró y puso sus gafas sobre el libro. Hizo a un lado unos rizos rebeldes que habían caído sobre la frente de Charlotte y dijo: —Nunca te he dicho por qué no me casé con tu padre, ¿verdad? Charlotte negó con la cabeza. —Quizás es el momento —dijo la Duquesa. —Hace mucho tiempo — murmuró. —Tu padre y yo, fuimos como tú y León. Yo era más joven que él, y Monty creía que sabía lo que era mejor para mí. Yo era una chiquilla testaruda y decidida a hacer las cosas a mi manera, pero Monty siempre insistió en tomar la iniciativa e imponerme sus decisiones. —¡Entonces sabes lo frustrante que es! —dijo Charlotte. —Oh, sí —dijo la Duquesa. —Nosotros discutimos y peleamos. Lo que nunca hicimos fue comprometernos. —¿Comprometerse?

—No cedimos ni un ápice el uno al otro. Insistí en seguir mi propio camino. El insistió en el suyo. Entonces llegó Arthur. —¿Y él te permitió seguir tu propio camino? —En todo —dijo la Duquesa. —¿Y fue mejor? —En aquel momento sí. Rompí con tu padre y me comprometí con Arthur. —Y vivieron felices para siempre —dijo Charlotte, frunciendo el ceño. —¿Estás diciéndome que puedo encontrar a otra persona que me hará feliz? —No. Te falta escuchar el núcleo de la historia —dijo la Duquesa. —He aprendido en los muchos, muchos años desde que me casé con Arthur, que si bien es agradable que nadie se interponga en tus decisiones ni cuestione tus actos, la vida no es tan interesante de esa manera. Y aunque me encanta Arthur, nunca estuve enamorada de él. Nunca he experimentado con Arthur la pasión que compartía con tu padre, aunque era una pasión del corazón, ya que nunca tuvimos la oportunidad de compartir nuestros cuerpos. El único gran pesar de mi vida fue no saber reconocer mi otra mitad antes de que cruzara el mundo y se casara con otra mujer. —Mi madre —respiró Charlotte. La Duquesa asintió. —Una vez que supe que Monty estaba casado, me casé con Arthur. He sido contenida, querida. He sido feliz. Pero hay un lugar vacío dentro de mí que nunca se llenará. Nunca. Si amas a León como amé a tu padre, si él es tu otra mitad, entonces debes encontrar una manera de tenerlo. —Pero él me quiere cambiar hasta transformarme en otra persona. No puedo, Excelencia. ¡No puedo ser lo que él quiere que sea! —Entonces lo siento, hija —dijo la Duquesa. —Por ambos.

Charlotte se quedó mirando a la Duquesa con los ojos apesadumbrados. Sintió un sollozo formándose en la garganta, y huyó de la habitación, en vez de derramar las lágrimas de desesperanza por León, en presencia de su abuela. Subió las escaleras de dos en dos, sin preocuparse de quién la veía aunque se cruzó a varios de los sirvientes en el camino. Corrió por el pasillo hasta su habitación, cerró la puerta y se arrojó sobre la cama, apretando la cara contra la colcha para ahogar los sonidos de desesperación que salían incontrolables. León era su otra mitad. Pero no podía renunciar a su esencia misma, ni siquiera para estar con él. Si la transformaba en otra persona, las dos mitades encajarían para él no para ella. —¿Charlie? Cuando Charlotte escuchó por primera vez la voz femenina, pensó durante un breve segundo que era Olivia. Se levantó de la cama y vio a Sally. —Hola, Sally —dijo tratando de ocultar sus lágrimas. —Stiles fue a buscarme —dijo Sally. —Él está preocupado por ti, Charlie. —Dile que estoy bien, Sally. —Pero no es así —señaló. —No hay nada que puedas hacer —dijo Charlotte, poniendo la mano sobre la boca para sofocar otro sollozo. Sally se sentó con sus seis meses de gestación al lado de Charlotte y puso su brazo alrededor de sus hombros. —No, no —dijo. —Cuéntale todo a Sally. La cara de Sally era tan comprensiva, y Charlotte se sentía tan mal, que una vez que empezó no pudo parar. Qué se había enamorado de León, pero no la podía amar por lo que había sucedido con Lady Alice. Qué había tratado de averiguar la verdad sobre Alice y había fracasado. Qué la Duquesa le había dicho

que si Denbigh era su otra mitad nunca sería feliz sin él. Y que su amor estaba condenado porque él no podía cambiar, y ella tampoco lo haría. —Oh querida —dijo Sally. Cuando Charlotte levantó la vista, después de haber dicho la mayor parte de su discurso con la cara contra el amplio seno de Sally, vio que los ojos castaños de su doncella estaban empapados de lágrimas. —Lo siento, Sally. Te he hecho llorar, también. —No me importa si es un pecado —dijo Sally. —Y no puedo creer que Dios no pueda entender por qué tengo que contarte mi secreto. —¿De qué estás hablando? —dijo Charlotte. —El secreto de Lady Alice —dijo Sally. —Tengo que decírtelo. —Pero, Sally… —Ella fue violada —dijo Sally. —Ya lo he dicho. Es demasiado tarde para echarme atrás. Charlotte se quedó sin aliento. —¡Que horrible! —El Conde nunca lo supo —continuó Sally. —Lady Alice lo mantuvo en secreto de él. Lord James entró en su habitación una noche en una fiesta a la que los dos asistieron. Estaba borracho y pensó que estaba en una habitación con otra Lady que lo había invitado. Cuando terminó de utilizar a Lady Alice y quedó roncando encima de ella, me llamó a mí que estaba en la habitación de al lado para que la ayudara a quitárselo de encima. No dijo nada a nadie en ese momento, porque sabía que iba a causar un escándalo. Se sentía culpable por engañar al Conde, pero lo amaba y quería casarse con él. Luego descubrió que estaba embarazada de Lord James. —Pobre chica —dijo Charlotte. —Fue con Lord James y le dijo lo que había pasado, pero él no tenía ningún recuerdo del incidente, y dijo que no iba a casarse con ella. Lady Alice estaba desesperada y no sabía qué hacer. Trató de seguir adelante con el matrimonio, con

la esperanza de que el Conde la entendiera la noche de bodas cuando le explicara todo pero al final no pudo hacerlo. ¿Qué pasaría si el niño era un varón? El Conde tendría que reconocer al hijo de Lord James como su heredero. Entonces le escribió una nota, bebió una botella entera de láudano y esperó la muerte. Entonces tuvo dudas acerca de la nota. La leyó en voz alta una vez, cuando las drogas empezaron a hacer efecto, por lo que la escuché en su totalidad. Tenía miedo de que el Conde desafiara a duelo a Lord James, y que Denbigh resultara muerto por su culpa. No quería que eso ocurriera. Así que me pidió que destruyera la nota. —Yo la tiré al fuego, pero no se quemó por completo, y el Conde encontró los restos. La parte inferior de la nota, donde ella le contaba acerca de la violación, ya no estaba. —Oh, Sally. León seguramente creerá en el amor de Alice una vez que escuche esta historia. Nunca podré pagarte lo suficiente por arriesgar tu alma inmortal al romper tu promesa. —Seguramente Dios entenderá —dijo Sally. Charlotte sonrió entre lágrimas. —Ahora todo lo que tengo que hacer es encontrar la manera de conseguir que los sirvientes de Braddock, que han resultado ser sorprendentemente leales y discretos, me digan dónde el Duque ha llevado a lady Olivia. —Eso es fácil —dijo Sally. —Le preguntaré a Rufus, uno de los criados del Duque. Él me lo dirá. —¿Por qué tendría que hacer eso? —Estamos conociéndonos. Rufus está dispuesto a casarse conmigo a pesar de mi estado. Dice que me quiere, y que también amará al bebé. Charlotte le dio un abrazo a Sally. —Estoy muy feliz por ti, Sally. ¿Seguro que no pondrás en peligro el puesto de Rufus si nos dice dónde ha ido el Duque?

—Oh, no te preocupes. Si lo despiden, estoy segura de que le encontrarás otro trabajo. Charlotte se rió. —¡Por supuesto que lo haré! ¿Puedes hacer los arreglos para verlo mañana a primera hora de la mañana? —Voy a hacer algo mejor —dijo Sally con un brillo en sus ojos. —Rufus y yo te veremos a escondidas esta misma noche. Charlotte no perdió el tiempo, mientras que Sally se reunía con Rufus. Ella buscó a Stiles y le preguntó: —¿Conoces a alguien que tenga un par de pantalones que me vayan? Stiles mantuvo el rostro impasible. —¿Pantalones Charlie? ¿Te he oído bien? Ella sonrió. —Me has oído bien. Me pareció que el lustrabotas es de mi tamaño —dijo. —¿Podrías pedirle a Clementina, que me los traiga en un cuarto de hora, si no te molesta?. —Voy a hacer todo lo posible, Charlie —dijo Stiles. Los pantalones estuvieron allí en diez minutos, y Charlotte estuvo vestida en trece, importunando al ayuda de cámara del Conde, Theobald, para pedirle prestada una camisa del armario de Denbigh. —¿Una camisa almidonada? —preguntó Theobald. —Sin almidón sería más cómoda —dijo. —Muy bien —Theobald abrió otro cajón y encontró una camisa suave, varias tallas más grandes que ella. —Se niega a tirarla a la basura —dijo. —Pero a Su señoría no le importará si se la pides prestada. —¿Por qué no quiere tirarla a la basura? —preguntó.

—La llevaba cuando le propuso matrimonio a Lady Alice —Theobald hizo una pausa y añadió: —Y el día en que se batió a duelo con Lord James. Charlotte tocó el punto zurcido en un hombro. —¿Qué pasó aquí? —preguntó. —Ahí es donde la bala lo atravesó. Charlotte resolló: —¡Pero Lord James falló! Theobald negó con la cabeza. —El Conde no quería que nadie lo supiera. Se dirigió al campo y se quedó hasta que la herida se curó. ¿Todavía quieres usarla? Ella la había tomado y una vez con la camisa puesta se había sentido más cerca de León. Esa camisa guardaría un momento más especial en su vida. Sólo que éste iba a ser feliz, si tenía algo que decir al respecto. Se paseó por su dormitorio con sus botas de montar de media caña, esperando noticias de Sally. Al fin oyó un golpe en la puerta y la abrió para dejar ingresar a su doncella. —¿Qué has descubierto? —preguntó. —La está llevando a su mansión en Somersville —dijo Sally. —¡Ahí es donde Denbigh está yendo! —dijo Charlotte. —Él supuso que era adonde el Duque iría. Tengo que llegar antes que Denbigh lo enfrente para decirle lo que he sabido acerca de la razón por la que lady Alice se negó a casarse con él. —Hay algo más que deberías saber. —¿Qué? —dijo Charlotte, temiendo lo peor. Sally sonrió. —El Duque adquirió una licencia especial el día antes de irse. Una licencia especial era necesaria para cualquier persona que deseara casarse antes de que se leyeran las amonestaciones. Con una licencia especial, el Duque podría casarse con Livy cuando quisiera.

—¿Él quiere casarse con ella? —se maravilló Charlotte. —¡Casi no puedo creerlo! Entonces ¿por qué la raptó? —Porque no creía que su hermano permitiría ese matrimonio —dijo Sally. —¿Hay algo que no sepas? —preguntó Charlotte, sacudiendo la cabeza con incredulidad. —Supongo. Pero tendrás que descubrirlas tú. Charlotte se rió de la charla ridícula de Sally. Se sentía casi sin preocupaciones. Sabía dónde estaba Olivia, y que Braddock tenía buenas intenciones. Tenía la información que necesitaba para darle a Denbigh una razón para creer en el amor de nuevo. Tenía el conocimiento de la experiencia de la Duquesa de Trento con su verdadero amor. Y por último, pero no menos importante, Charlotte tenía la habilidad y la determinación de montar a caballo durante la noche para ponerse al día con Denbigh, y la fortaleza para hacer que la escuchara cuando llegara allí. —Oh, también le pedí una cosa más a Rufus —dijo Sally. —¿Qué cosa? —La dirección de cómo llegar a Somersville —dijo Sally. Charlotte sonrió. —Gracias, Sally. Para alivio de Charlotte, Somersville estaba a no más de tres horas al sureste de Londres. No tenía un viaje terriblemente largo por delante y podría montar a horcajadas para mayor velocidad. Por otra parte, la proximidad de la mansión del Duque significaba que probablemente Denbigh enfrentaría a Braddock mucho antes de que ella llegara. A menos que algo retrasara al Duque, o que su información fuera errónea, y Braddock nunca llegara a su casa solariega en Kent. Pero eso era una gran hipótesis.

Mejor sería prepararse para lo que pudiera suceder cuando Denbigh se enfrentara al Duque de Braddock y disponerse a consolar a Olivia. O ser consolada por ella.

León estaba sentado en el comedor privado de la posada con la carta esperada de Percy en la mano. Ya había estado en Somersville Manor y le habían dicho que el Duque no estaba en la residencia. León no había quedado satisfecho y quiso comprobar el paradero del coche del Duque. Cuando vio que no estaba allí, cortésmente, pero con firmeza, se despidió de la servidumbre. Percy había estado en lo cierto. El Duque podría encontrarse camino al continente con Olivia, mientras él se empeñaba en una búsqueda inútil por toda Inglaterra. Las últimas líneas de la carta de Percy lo habían confundido. “Lady Charlotte estaba esperando en el cenador cuando volví y había estado llorando. La llevé a tú casa tal como me pediste. Me gusta, León. ¿Por qué no te casas con ella?” Una conmoción en el salón de la taberna lo distrajo de su contemplación a las palabras de Percy. El ruido pareció incrementarse. Había estado pensando en tomar una habitación en la posada para pasar el resto de la noche o lo que quedaba de ella, pero si ese alboroto se sucedía, tal vez sería mejor alojarse en otro sitio. Abrió la puerta, echó un vistazo y rugió, —¡Charlotte! ¿Qué estás haciendo aquí con esos pantalones? Charlotte se quedó mirándolo con el palo de una escoba en alto. Su rugido sorprendió al hombre que al parecer había estado molestándola por lo que se congeló el tiempo suficiente para que Charlotte pudiera recuperarse de su sorpresa y completar el golpe con la escoba.

El hombre perdió el equilibrio y se inclinó para tratar de recuperarse, momento en el que Charlotte le dio un golpe de lado que le envió a toda velocidad a través de una ventana abierta. Pudieron oírse los gritos mientras caía. Entonces todo quedó en silencio. —Hola, León —dijo Charlotte, poniendo la escoba de nuevo junto a la chimenea. Denbigh no respondió. Estaba ocupado mirándola. Llevaba pantalones que le daban una excelente visión de piernas y caderas, y de repente se dio cuenta de que a pesar de todas las semanas que había usado vestidos, siempre había sido consciente de cómo se veía por debajo de ellos. No era de extrañar que siempre se hubiera sentido tan irritable cuando estaba cerca. Había pasado la mitad del tiempo en un estado de semi excitación. Y el resto del tiempo totalmente excitado. Le tomó un momento reconocer la camisa que llevaba como una de las suyas, y descubrió que nunca le había resultado más atractiva que en ese momento. El propietario entró en la taberna y le dijo: —Perdone, mi Lord, pero… ¿necesitará una habitación para pasar la noche? —Dos habitaciones —dijo Denbigh. —Una para mí y una para la dama. El posadero lanzó una mirada de incredulidad cuando se dio cuenta de que Charlotte no era un muchacho. —No permitimos la entrada de mujeres —dijo mirándolos. Denbigh extendió la mano con una moneda de oro. —Necesito dos habitaciones —repitió. —Subiendo las escaleras la primera habitación —dijo el dueño, —y la de al lado con una puerta que conecta a las dos recámaras. Con cerraduras en ambas partes, si así lo desean.

—Gracias —dijo Denbigh con voz fría. —Cuando gusten. —Buenas noches —dijo Denbigh. Esperó hasta que el dueño se hubiera alejado, tomó a Charlotte por el brazo y la arrastró por las escaleras. La empujó dentro de la primera puerta que el posadero había ofrecido y cerró tras de sí. Se acercó a la puerta que conectaba las alcobas y comprobó que la otra habitación estuviera vacía. A continuación, se dirigió al pasillo, cerró la puerta desde el exterior, y se dirigió de nuevo a la otra habitación. Encontró a Charlotte de pie exactamente donde la había dejado junto a la cama de hierro. —¿Qué haces aquí? —exigió. —¿Y por qué estás vestida así? —Vine para evitar que mataras a Braddock. Y los pantalones son la única opción para poder montar a horcajadas. Denbigh gimió. —¿Montaste todo el camino desde Londres vestida así? —Estaba oscuro. Nadie me vio. —¿Trajiste equipaje? ¿Un cambio de ropa? Ella sacudió su cabeza. —Nunca se me ocurrió. Tenía que itir que él tampoco se había ocupado de las necesidades más básicas. Había sabido que si paraba en la casa para coger algo de ropa, Theobald insistiría en acompañarlo, y no quería ser frenado por su ayuda de cámara. Charlotte se sentó en la cama y rebotó hacia arriba y abajo, poniendo a prueba la comodidad del mismo. Lamentablemente se hundía en el medio. —Charlotte —dijo en voz baja. —¿Qué León?

—Por favor, ¿puedes sentarte en una silla mientras estés en la habitación? — estaba teniendo bastantes problemas para mantener sus manos fuera de ella. Era demasiada tentación verla en esa cama. Se quedó mirando la silla laqueada de la esquina, pero luego se tumbó en la cama con las manos detrás de la cabeza sobre la almohada y sus botas de media caña cruzadas a la altura del tobillo. —No sé tú, León, pero he estado montando sin parar durante más de tres horas. Estar acostada es infinitamente más cómodo para ciertas partes de mi cuerpo. Si sabes a lo que me refiero. Sí sabía. Se puso de lado y apoyó la cabeza en la mano. —Tenía la esperanza de que pudieras estar aquí, pero realmente no esperaba encontrarte. Pensé que ya habrías ido a Somersville Manor. —Lo hice. Se arrastró hasta el pie de la cama y se sentó sobre sus talones frente a él. — ¿Estaba el Duque allí? ¿Y Livy? Sacudió la cabeza. —Los sirvientes dijeron que no, y registré el establo pero no encontré el carruaje tampoco. Una V profunda de preocupación apareció en su frente. —Eso es extraño. Sé de buena fuente que el Duque llevaría a Olivia a su casa en Somersville. —¿De qué fuente? —preguntó Denbigh. Ella esbozó una sonrisa de muchachito. —El lacayo del Duque, Rufus. —¿Qué encantamiento mágico usaste para persuadirlo a hablar, cuando Percy dijo que los sirvientes se negaron a decir una palabra? —Oh, no fui yo quien consiguió la información, fue Sally. —¿Sally?

—La doncella de lady Alice. Mi nueva doncella. Ya sabes, la que está embarazada. —¿La doncella de Alice ha estado trabajando en mi casa? —dijo Denbigh con voz estrangulada. —Y haciendo un trabajo muy bueno, por cierto —dijo Charlotte, ignorando su mirada horrorizada. —De hecho, es gracias a Sally que estoy aquí esta noche. O mejor dicho, esta mañana, ya que es más de medianoche. —Casi está amaneciendo —corrigió él. —Era innecesario pedir dos habitaciones —dijo Charlotte. —No vamos a poder acostarnos antes de que sea hora de levantarnos de nuevo. Denbigh no podía acusarla de utilizar un discurso provocador. La imaginó en la cama con él y dijo: —¿Por qué es Sally la razón por la que estás aquí? —Porque conocía el resto de la información contenida en la nota que encontraste en la habitación de lady Alice... la parte que fue quemada. Denbigh se puso rígido. —Sally no podía saber lo que decía esa nota. Ella no sabe leer. —Lady Alice le leyó… —Charlotte hizo una pausa y dijo: —…la parte en la que relataba que Lord James había entrado en su habitación una noche en medio de una fiesta y confundiéndola con otra mujer la había violado. Denbigh sintió que la sangre salía de su cara. Nunca lo hubiera sospechado. Nunca hubiera imaginado algo tan horrible. ¡Pobre Alice! Charlotte avanzó sobre sus rodillas y puso sus manos sobre sus hombros. — Lady Alice no te traicionó, León. Ella te quería, tal como pensabas. Fue a ver a Lord James cuando se enteró que estaba embarazada, pero él no quiso casarse con ella, por eso pensó en casarse contigo de todos modos, pero no quería que te vieras obligado a reconocer al hijo de otro hombre como tuyo.

—¡No me hubiera preocupado! —¿Aunque hubiera sido un varón? ¿Hubieras aceptado que el hijo de otro hombre fuera tu heredero? —preguntó con una franqueza brutal. —Si Alice me lo hubiera dicho. Si me hubiera dado la opción de decidir —se pasó una mano por el pelo y se alejó hacia la ventana. —¿Te hubieras casado con ella? Se volvió. —No sé lo que habría hecho. Pero al menos podría haberla llevado lejos para tener al niño. No tenía que quitarse la vida. —¿No puedes perdonarla? —No lo sé. Por lo que me has dicho, James Somers era culpable de algo más que simplemente seducir a mi novia. Durante el último año desde que lo maté, he pasado mucho tiempo lamentando su muerte a una edad tan temprana. No voy a lamentarlo más. Denbigh no podía asegurar cuando sus manos terminaron descansando en la cintura de Charlotte, sólo las vio allí. Sus cuerpos estaban separados por unos centímetros. No tardaría mucho en pegarla a él. O en acostarla debajo de su cuerpo. —¿Permitirás que Livy se case con Braddock ahora? —preguntó Charlotte. —Eso depende de Braddock. —¿Qué quieres decir? —Tal vez yo pueda perdonarme por la muerte de James Somers. La pregunta es si Braddock podrá pasar por alto el hecho de que su futuro cuñado haya matado a su hermano. —Ya veo —reflexionó Charlotte. —Pero si no fuera así, ¿por qué habría llevado una licencia especial con él cuando salió de la ciudad con Livy?

—¿Es eso verdad? —preguntó Denbigh, sorprendido. —Oh, sí —dijo Charlotte. —Rufus dijo que cuando el Duque se fue, llevaba una licencia especial en el bolsillo. —No lo sé —dijo Denbigh. —Tal vez aún no había tomado una decisión de lo que quería hacer. —¿Cuándo lo sabremos? —preguntó Charlotte. —Cuando se presente en la mañana —dijo Denbigh con voz hueca. —O cuando no lo haga. Ella cruzó sus brazos alrededor de su cuello, ¿cómo habían llegado a estar así? Y pegó su cuerpo contra el suyo. —No, Charlotte —dijo. —Yo... yo quiero. —¿Qué quieres? —dijo con voz áspera. —Hacer el amor contigo. —¿Sin el beneficio del matrimonio? ¿Sin ningún tipo de votos de amor entre nosotros? —Eso puede esperar. —¿Hasta cuándo? —Hasta que te decidas a hacerlo. Denbigh nunca en su vida había hecho algo más difícil que quitar los brazos de Charlotte de alrededor de su cuello y dar un paso atrás. Una mirada a su cara, y comprendió que había hecho lo que no debía. Otra vez. No había manera de que pudiera hacerle entender por qué no quería hacer el amor con ella. No en ese momento. No en ese lugar.

Y aunque abrió la boca para tratar de explicárselo, nunca le dio la oportunidad. Salió de la cama, corrió a través de la puerta de comunicación y la cerró de golpe detrás de ella. Lo último que escuchó fue la llave girando en la cerradura. Maldito infierno. ¿Por qué nunca nada era fácil con Charlotte?

CAPÍTULO 16 Braddock yacía junto a Olivia en la cama grande y cómoda en su coto de caza en Somersville mientras la contemplaba dormir. Ella confiaba en él implícitamente. Aún no había decidido si traicionaría esa confianza. ¿Alguna vez habría imaginado que sería así? Se preguntó cómo era posible. Mientras se habían ido alejando de Londres, sus ojos color avellana se habían vuelto cada vez más brillantes, hasta tomar un tono dorado. Su sonrisa se había relajado en una mueca sensual. Se había sentado con serenidad, con la cabeza inclinada, mientras que él había quitado cada una de las horquillas que le sujetaban el pelo hasta dejarlo caer en cascada de seda todo el camino hasta la cintura. No había sido difícil seducirla. Una vez que había tomado la decisión de seguirlo, había participado con mucho entusiasmo de la actividad en el carruaje. —Levanta los brazos por encima de tu cabeza, Livy —le había dicho. Había arqueado las cejas con curiosidad, antes de obedecer, y mientras estaba así de indefensa, había tomado sus pechos con ambas manos, pasando los pulgares por las crestas endurecidas. Ella había cerrado los ojos mordiéndose los labios para no gritar, pero aun así, había emitido un sonido ronco en su garganta provocando que su cuerpo ardiera de placer. —Pon tus manos en mis hombros, Livy —había susurrado en su oído. Y ella lo había hecho.

Por su propia voluntad, una de sus manos le había acariciado el pelo, mientras que la otra trazaba el relieve de sus hombros. Y todo el tiempo había estado presionando sus labios contra los de ella, probando su suavidad, y explorándola con la lengua. —Déjame entrar, Livy —le había dicho. Y ella lo había hecho. Reclamándola con labios, dientes y lengua, ella había gemido en su boca, y su cuerpo se había sacudido con tal placer que por un momento, no pudo formar un pensamiento coherente. —Desnúdame, Livy —le ordenó. Sus ojos se abrieron con sorpresa, y finalmente con deleite. —He querido tocarte —había itido con timidez, cuando tuvo la camisa desabrochada, trazando las costillas y los músculos a lo largo de su vientre, e incluso jugando con los pezones oscuros que florecieron bajo sus caricias. Reeve nunca se había conmovido tanto por nada en su vida. Se había inclinado hacia delante para presionar sus labios contra su piel sintiendo que su corazón comenzaba a latir con fuerza. Luego había utilizado su boca para saborearlo, acariciarlo, reverenciarlo. Reeve nunca había conocido a una mujer que pudiera desear a un hombre como ella lo deseaba. Debería haberse sentido triunfante. Pero se sentía humillado. Y avergonzado. Podría haber detenido su seducción. Podría haberla devuelto a Londres intacta. Si no hubiera direccionado su mano hacia abajo. Si no hubiera perfilado con dedos sedosos su masculinidad mirándolo y diciéndole: —¿Qué sientes al estar dentro de una mujer? Siempre me lo he preguntado. ¿Qué sentirás cuando estés dentro de mí?

Se había tomado su tiempo para excitarla. Había estado nerviosa. Y asustada. La había sentado en su regazo y jugado debajo de su falda hasta dejarla mojada y resbaladiza, ondulándose contra él mientras sus dedos se deslizaban dentro de ella. Sus ojos estaban vidriosos y llenos de vida. —¿Estás segura? —le había preguntado. —¿Es esto lo que quieres? —Muy segura —había dicho. —Mucho. Él le había explicado lo que iba a hacer, que podría lastimarla, y que debería estar lista para el dolor. Había percibido el miedo en sus ojos. Y la determinación para soportarlo. —¿Te estoy haciendo daño? —había preguntado mientras la penetraba lentamente. —No —había dicho. Pero se había mordido el labio, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Al final, no había sido posible ir más lento. La membrana era demasiado gruesa como para romperse con facilidad, y sabía que si no lo hacía rápidamente sería peor. Ella había gritado, y él había amortiguado el sonido con la boca, mientras la gravedad le ayudaba a deslizarse hasta llenarla por completo. Luego la había abrazado contra su cuerpo, quedándose muy quieto, tan cerca que podía oír el frenético latido de su corazón, sintiendo la tensión de los músculos de sus piernas. —¿Te duele la pierna? —le había preguntado. —Un poco.

La había levantado, ajustando su cadera a una posición más cómoda. — ¿Mejor? Por la forma en que se había relajado percibió que el dolor había desaparecido. Todo el dolor. Se había movido lentamente, tomándose su tiempo, dejando que el carruaje oscilante hiciera la mayor parte del trabajo. Succionando sus pechos, redondos y bien formados, y permitiéndole que hiciera lo mismo con los suyos, algo que jamás le había permitido hacer a ninguna otra mujer. Pero ella le había preguntado si le gustaría. Y él había dicho que sí. Y así había sido. Había sentido su excitación y confusión mientras su cuerpo avanzaba hacia su clímax. Sintiendo la tensión, el deleite y el miedo. Luego había visto el asombro en sus ojos. Y el agradecimiento. Ese agradecimiento le había hecho cerrar los ojos para encontrar su boca con la suya. Había tomado sus nalgas en sus manos, levantándola, empujando con las caderas, y lo había montado salvajemente, buscando el placer que sólo él podía darle. Hasta hacerlo temblar de éxtasis mientras ella gritaba su nombre. —Reeve —había dicho con voz ronca. —Te amo. Te amo. Luego, se había quedado dormida en sus brazos. Luego se había despertado descubriendo que estaba completamente vestido de nuevo, mientras que ella estaba acostada en su regazo con su corpiño arrugado en la cintura. Había sonreído con las mejillas sonrojadas mientras él se inclinaba para besar sus pezones duros como guijarros. Y pronto había estado dentro de ella otra vez.

La había tomado de nuevo ni bien llegaron al coto de caza. Y de nuevo, no más de una hora antes. Había estado observando su sueño desde entonces. No había exigido que se detuviera en la iglesia y se casara con ella. No había preguntado cuando irían a buscar al párroco. Ni siquiera había preguntado dónde estaban, y debería saber que ese no era su hogar. No había pedido nada de él, excepto que la amara. Y dejar que lo amara. Le había dicho lo necesario para que se fuera con él. Le había dicho que quería casarse con ella. Incluso podría haberle dicho que la amaba. No podía recordarlo. Había estado un poco confundido. No pensaba que podría caer tan bajo. No se había dado cuenta de que podía odiar tanto. Pero odiaba a Denbigh, y quería hacerle daño. Seducir a su hermana le había parecido la mejor manera de vengar la muerte de James. Pero no había contado con su amor. Ni a enamorarse de ella. Reeve necesitaba decidir si se casaría con ella o la dejaría arruinada en la puerta de la casa de su hermano. Y debería resolverlo antes de que se despertara de nuevo. —¿Reeve? Sintió que el vello se le erizaba sobre los brazos en respuesta al sonido de su voz llamándolo por su nombre. Podía ver sus ojos brillando a la luz de la vela encendida sobre la mesa de noche. —Te quedaste dormida —dijo. —Nunca pensé que pudiera ser así —reflexionó. —Soñaba con que sería maravilloso. Pero no lo sabía. ¿Cómo podría saberlo? —¿Saber qué? —preguntó con voz áspera. —Lo que podría sentir al tener un hombre dentro de mí. Tenerte dentro de mí. Díselo ahora. Díselo rápidamente. Antes de que te arrepientas.

—Tu hermano tenía razón, Olivia —dijo. Ella parecía confusa. —¿Acerca de? —Sobre mí. No se mostró confusa. Ella era brillante. Inteligente como un látigo. Sacudió la cabeza lentamente de lado a lado. —No, Reeve. No hagas esto. —Te mentí, Olivia. No habrá matrimonio. Estaba apretando la sábana contra sus pechos. —¿Qué planeas hacer conmigo? —Iremos a Somersville Manor. Donde espero que tu hermano esté esperándonos. Estará enfadado, por supuesto. Y yo le diré claramente que te he arruinado y por qué. —Por James —susurró. —Por James —estuvo de acuerdo. —Le diré que fue con mi consentimiento —dijo Olivia. —Que fue mi elección. Sus labios se apretaron. No estaba haciendo que fuera fácil. Estaba haciéndolo más difícil de lo que podía haber imaginado. Era tan valiente. Y tan ferozmente leal a su hermano. —Tu hermano... tu hermano James... —ella parecía titubear o tal vez solamente debatir lo que debía decir. —¿Qué pasa con James? —preguntó. —Nada —dijo. —No es nada.

Reeve se sintió confundido. Finalmente había obtenido la venganza por la muerte de James. ¿Por qué no se sentía más satisfecho? ¿Por qué, en cambio, se sentía casi enfermo por dentro? —¿Por qué no estás más molesta? —preguntó. —¿Por qué no estás furiosa conmigo por engañarte? —Porque no creo que me hayas engañado —dijo simplemente. —Tú me quieres, lo sabes. Yo no podría sentir lo que siento por ti a menos que tuvieras algún sentimiento por mí. E hiciste el amor conmigo anoche. Conmigo —dijo, haciendo hincapié en la diferencia. —Si sólo hubiera deseado la venganza contra mi hermano, no me habrías amado. Me habrías violado. Se puso rígido cuando se acercó a acariciar su pecho mientras hablaba. —Sé que mi hermano no hubiera desafiado a tu hermano a duelo a menos que hubiera sufrido un insulto mortal de parte de James. Todo lo que te pido es que cuando veas a León, le preguntes lo que pasó entre él y James y que escuches su respuesta. Y si todavía te sientes obligado a desafiar a mi hermano a un duelo, no voy a interponerme en tu camino —su mano se detuvo en el centro de su pecho. —Pero no voy a estar de tu lado tampoco. La venganza es una cosa vacía, hueca, Reeve. No voy a ayudarte a obtenerla. La venganza o yo. No puedes tener ambas cosas. Se inclinó y apretó sus labios contra los suyos en una caricia que fue a la vez sensual y cariñosa. Él era el seductor. Pero juraría que ella lo había seducido. No tenía ninguna otra explicación de por qué se encontraba haciéndole el amor una vez más, cuando su única intención había sido informarle que la había traicionado y que la llevaría de vuelta a su casa. Era mediodía antes de que finalmente salieran del pabellón de caza para el viaje de una hora a Somersville Manor. La mantuvo abrazada todo el camino a la casa.

*** Charlotte no conocía a su propia mente. O tal vez su mente tenía dos opiniones sobre cómo hacer frente a Denbigh. Una Charlotte no quería tener nada que ver con su tutor dictatorial, un hombre que quería convertirla en otra en lugar de apreciarla como era. La otra Charlotte quería hacer el amor con él, y se lo había dicho a la cara. Y él se había negado. ¿Qué había estado pensando?, suspiró. Siempre saltaba antes de mirar. Denbigh simplemente había sido lo suficientemente inteligente como para salir del camino. Estaba tumbada en el colchón lleno de bultos en la habitación conectada a la de Denbigh, deseando estar en otro lugar. En cualquier lugar donde no estuviera Denbigh. —¿Charlotte? —llamó Denbigh a través de la puerta. —Vete. —Quiero hablar contigo. —YO… No quiero hablar contigo. —Por favor, abre la puerta —dijo lastimeramente. —No. —Abre la puerta, Charlotte. Era una orden, no una petición. Ella lo ignoró. ¿Qué podía hacer? La puerta estaba cerrada por su lado. Golpeó la puerta con el puño. —Abre la puerta, Charlotte. No voy a pedírtelo de nuevo.

¿No iba a pedírselo de nuevo? Se sentó en la cama, midiendo la solidez de la puerta, y se volvió a acostar. Un momento después oyó un golpe seco distintivo en la puerta. ¿El hombro de Denbigh?, seguido de un gemido ahogado. —Charlotte —dijo Denbigh través de la puerta. —Ahora estás en problemas. No hasta la mañana, pensó. Esa puerta estará bloqueada hasta el amanecer. Por desgracia, no podía dormir. Estaba preocupada por Livy. Y sobre lo que haría Denbigh cuando encontrara a Braddock. Entonces se le ocurrió una brillante idea. Dejaría la posada, iría a Somersville Manor, y se colaría en el interior para esperar que Braddock y Livy llegaran. Podría incluso aparecer en el medio de la noche, y allí estaría para recibirlos. Se dirigió a la puerta del pasillo y giró el pomo, sólo para descubrir que estaba cerrada, desde el exterior. ¡Cautiva de nuevo! ¿Cómo se atrevía a encerrarla? Se dirigió hacia la puerta que los conectaba y golpeó con el puño. —¿León? ¿Estás ahí? —¿Dónde más podría estar? —¿Por qué estoy prisionera en esta habitación? ¿Por qué tengo la puerta cerrada desde afuera? —¿Cómo sabes que está cerrada? —preguntó Denbigh. —¡Porque la probé! —gritó. —¿A dónde ibas, Charlotte? —Eso no te concierne.

—Si estabas tratando de irte en el medio de la noche, creo que me concierne. Una joven de diecisiete años no debe vagar por el campo a solas. —¡Maldito! —dijo Charlotte. Alguien golpeó un zapato contra la pared opuesta y gritó con voz borracha — Silencio. Estoy tratando de dormir. Ella se acercó a la pared, la golpeó con su puño y dijo: —¡No es de buena educación gritarle a las damas! —se acercó de nuevo a la puerta de comunicación y dijo: —Abre la puerta, León. —La llave está de tu lado —respondió. —No te voy a dejar entrar. —Entonces no vas a salir —dijo implacablemente. Llamaron a la puerta de Charlotte. —¿Quién es? —preguntó. —El ocupante de al lado, que no puede dormir a causa de todo su griterío — dijo una voz enfadada. —Oh, mi Lord, no soy yo —dijo Charlotte con su voz de niña. —Es mi tutor que está en la habitación contigua. ¡Está amenazándome! Charlotte lo oyó golpear la puerta de Denbigh. —Abre —dijo una voz. Oyó el sonido de voces airadas y luego un ruido sordo. Si no estaba equivocada, ¡ese era Denbigh golpeando el suelo! Rápidamente hizo girar la llave en la cerradura, abrió la puerta y se encontró cara a cara con un hombre furioso. Más allá de él, tendido en el suelo había un hombre robusto vestido con pijamas y Denbigh estaba sacudiendo el puño dolorosamente delante de él, y sus

nudillos se veían raspados y sangrantes. Arrastró al hombre a la puerta, la cerró con llave desde el interior, y se dirigió a Charlotte. —¿Qué pasó? —preguntó Charlotte. —Alguien trató de interferir entre mi protegida y yo —dijo con voz peligrosa. —Oh—Charlotte trató de cerrar la puerta entre sus habitaciones de nuevo, pero Denbigh metió el pie. —Tenemos que hablar Charlotte. —No quiero hablar contigo —dijo Charlotte, apoyando todo su peso contra la puerta para mantenerla cerrada. Por supuesto, no fue ningún impedimento. Denbigh abrió la puerta con facilidad. Ella se retiró al otro lado de la cama, con los brazos cruzados desafiantes sobre sus pechos. —Muy bien, di lo que tengas que decir y vete. —No es que no me sienta atraído por ti. Creo que eso es evidente. Pero debo recordarte mi papel en esta relación. Soy tu tutor. Se supone que tengo que cuidarte y protegerte de los canallas y los libertinos. Cuando me tientas, como hace un momento... no es tan fácil para mí. —¿No? —Charlotte se arrastró sobre la cama y se detuvo a mitad de camino para sentarse y mirar a la cara de Denbigh. —¿Qué hay en mí que encuentras difícil de resistir? —Tus pecas, por un lado —dijo, extendiendo un dedo tentativo para acariciarle la nariz. —Los niños tienen pecas —dijo con desdén. —¿Qué más? —Tu cabello —tamizó los dedos por los rizos cortos, en lo que fue casi una caricia. —Es demasiado corto —dijo Charlotte. Y luego, en caso de que no se hubiera dado cuenta, —pero está creciendo de nuevo.

—Es suave y elegante y... —su mano se deslizó en su pelo y sintió un cosquilleo por la espalda. —¿Qué más? —Tú. Con mi camisa puesta. Ella bajó la mirada hacia la camisa. Parecía una camisa de dormir, le había doblado las mangas hacia arriba y atado en un nudo a la cintura por lo que sus pechos se perfilaban seductoramente. La tomó por los faldones de la camisa y tiró de ella hacia él. —Siento como si estuvieras usando mi piel, como si de alguna manera te cubrieras con una parte de mí. Charlotte tragó. —No es más que una camisa. Una mano se deslizó hacia abajo y deshizo un botón. Luego otro. Puso sus palmas sobre la cama a cada lado de sus rodillas, se inclinó hacia adelante y empujó la camisa a un lado con la nariz, luego sorbió su pecho a través de la tela, chupando su pezón con fruición. Charlotte le agarró la cabeza y lo mantuvo donde estaba. Pero a medida que presionaba se fue deslizando hacia atrás. Enderezó las piernas y se tumbó sobre Charlotte en la cama, abriéndole las piernas con las rodillas, algo que se dio cuenta de que hubiera sido prácticamente imposible si llevara un vestido. Como la mayoría de las niñas lo haría. Pero no sintió ni un poco de pesar cuando se apretó contra ella, con sólo unas pocas capas de tela entre ellos. Su cuerpo, naturalmente, se arqueó hacia el suyo, y momentos después envolvió sus piernas alrededor de su cintura. Él chupó la piel en su cuello, enviando un escalofrío de sensaciones por su espalda y luego le besó la barbilla, la nariz, los ojos y las mejillas, antes de encontrar su boca. Charlotte gimió.

Ni siquiera había sabido que quería eso. O que fuera necesario. Le encantaba su peso, la sensación de su cuerpo duro junto al de ella, y su lengua suave, imitando el empuje natural de sus caderas. —Charlie, Charlie —murmuró. —No puedo parar. Dime que pare. No quiero parar —dijo con sus labios mordisqueándola con avidez, sus manos errantes vorazmente sobre su cuerpo. —León —murmuró. —Quiéreme. Ámame, por favor. Debía haber sido esa palabra “amo”, lo que lo llevó a recuperar sus sentidos. Se alejó como si se hubiera quemado con ácido. Antes de que pudiera recobrarse ya se había ido. Cuando abrió los ojos aturdidos y se incorporó para buscarlo, lo encontró poniendo la puerta de comunicación como un escudo entre ellos. Se aclaró la garganta y dijo: —Necesitamos descansar lo que resta de la noche antes de enfrentarnos con el Duque en la mañana. Buenas noches, Charlotte. Cerró la puerta antes de que pudiera responder. Charlotte se puso furiosa. Salió de la cama, corrió hacia la puerta y le dio una patada con sus botas y la golpeó con los puños. —¡Cobarde! —gritó a través de la puerta. —Eres un cobarde, León. Yo no tengo miedo al amor, pero tú sí. Sigue corriendo —dijo enfadada. —A ver si me importa. Voy a encontrar un hombre que no tenga miedo de amarme, y juro que te vas a arrepentir. Tomó la almohada y la apretó contra su boca para evitar que escuchara sus sollozos. Tenía que salir de allí. No soportaba estar encerrada en ese cuarto un segundo más. Buscó otra salida, y reparó en la ventana. Un gran roble crecía frente a la misma con una rama ubicada convenientemente para escalar. Sacó rápidamente su pierna hacia fuera sobre el alféizar y comenzó a bajar por el árbol. Estaba agradecida por los pantalones que hacían su trabajo más fácil. Suponía que Denbigh diría que las damas nunca se subían a los árboles.

Era una lástima, pensó Charlotte mientras descendía con la agilidad de un mono. ¡No sabían lo que se estaban perdiendo! Fue directamente al establo, ensilló el gran bayo castrado que Denbigh le había proporcionado como montura en Londres, y se dirigió por el camino a Somersville Manor, claramente visible a la luz de la luna. Esperaría allí a Livy y Su Gracia, el Duque de Braddock, hasta que llegaran. Charlotte ya se había ido cuando Denbigh dijo a través de la puerta, —He estado pensándolo, Charlotte. Yo... quiero que sepas que a pesar de las cosas que digo, te iro. Más de lo que supones. Y tengo que itir que a pesar de que te he pedido que cambiaras, nunca estuve dispuesto a intentar cambiar yo mismo. Pero estoy preparado para probar, Charlotte. Si tú lo deseas. Tal vez podríamos... tal vez podríamos ceder un poco cada uno. ¿Charlotte? ¿Estás escuchando lo que te he dicho? ¿O eres demasiado terca como para retroceder una pulgada? Se paseó delante de la puerta, escuchando cualquier sonido al otro lado. Pero no se oía nada. Ella era tan terca como una mula, tan intransigente como nunca la había acusado de ser. —Está bien, Charlotte —dijo León furioso. —Has lo que desees. Y yo haré lo mismo. Pero así nunca nos pondremos de acuerdo en nada Charlotte. ¿Me escuchaste? ¡Nunca! Fue sólo cuando hubo terminado su diatriba que cayó en la cuenta que la habitación de al lado estaba demasiado silenciosa. —¿Charlotte? ¿Estás ahí? Nada. Intentó abrir la puerta de comunicación y descubrió que no se había molestado en bloquearla. Hizo una búsqueda rápida de la habitación con la mirada, pero no necesitó un segundo vistazo para comprender que se había ido. Las cortinas de la ventana estaban abiertas. Corrió hacia ellas y se asomó.

—¡Charlotte! —rugió. Pero no hubo respuesta. Charlotte se había ido. Desde la habitación de al lado se produjo un golpe en la pared y un grito estridente: —¡Estoy tratando de dormir! Era difícil sentir lástima por el hombre. León dudaba que alguna pudiera recuperar el sueño de nuevo. No con Charlotte cerca. Fue entonces cuando se dio cuenta de la verdad. Iba a casarse con ella. Oh Señor. Su vida nunca volvería a ser tranquila. Ese pensamiento le debería haber preocupado más de lo que en verdad resultaba. Denbigh bajó las escaleras para ir a buscar a su futura esposa. Sólo el cielo sabía en qué problemas se habría metido ahora.

CAPÍTULO 17 El sol se deslizaba sobre la colina en su camino hacia el cielo cuando Charlotte llamó a la puerta y se presentó ante los sirvientes de Somersville Manor como una amiga de la futura esposa de Su Gracia, el Duque de Braddock. —No sabía que Su Gracia se iba a casar —dijo el mayordomo, Grimes. —Oh, sí —respondió Charlotte. —Con lady Olivia Morgan, la hermana del Conde de Denbigh. Las cejas pobladas del mayordomo se unieron con el nacimiento del pelo. — ¿Dijiste Denbigh? ¿El mismo que asesinó al hermano del Duque? —El mismo que lo mató, pero no fue un asesinato —lo corrigió Charlotte cuando la invitó a entrar. Grimes miró sus pantalones y su camisa de hombre una vez más y dijo: —¿La novia guarda algún parecido con usted? Charlotte se rió. —Oh no. Ella es tan formal y correcta como debe serlo una dama, a pesar de que tiene una ligera cojera. Pero eso no le impide practicar la mayoría de las actividades, y no será ningún impedimento para darle un heredero al Duque. El mayordomo asintió con la cabeza. El ama de llaves, la señora Wilson, apareció secándose las manos en el delantal y dijo: —He oído que eres amiga de la novia del Duque. Me alegro de conocerte, mi Lady.

La señora Wilson comenzó a hacer una reverencia, y Charlotte se lo impidió. —Oh, no, no debe inclinarse ante mí. Soy Charlotte Edgerton, de América — Charlotte le tendió la mano para estrechársela. —Es bueno conocerla, señora Wilson. Así la encontró Denbigh cuando llegó a la puerta principal del Duque, charlando con la mayoría del personal de Somersville Manor, a excepción del mozo de cuadra, que estaba en su casa con sarampión, y el ayudante del cocinero, que había ido a cuidar a su madre enferma. —Buenos días, mi Lord —dijo Grimes al saludar al Conde de Denbigh con una expresión estoica. Extendió la mano para tomar el sombrero y los guantes del conde, pero León no tenía ningún artículo para entregarle. —Viajo ligero —explicó el Conde. —¿Ha llegado Braddock? —Todavía no —dijo Grimes. Luego, en voz baja añadió, —pero que me apuñalen si la grasa no se cae en el fuego cuando llegue. Debido a que los sirvientes no sabían qué hacer con ellos, y no había otro familiar en la casa para entretenerlos, Charlotte y Denbigh terminaron solos en el salón. Durante un tiempo Charlotte logró mantenerse ocupada examinando todos los adornos antes de colocarlos de nuevo en su lugar. Denbigh se sentó en una silla frente a la chimenea fría y ennegrecida, con la pierna oscilante, mirándola como un halcón a un sabroso bocado que planea consumir para la cena. —Ya has examinado ese reloj de bronce, Charlotte —dijo Denbigh. —Quiero ver cómo reluce —respondió Charlotte. —Y esa figurita también —dijo Denbigh, cuando, por segunda vez, cogió un pastor tocando su flauta moldeado en porcelana. —Ven y siéntate a mi lado, Charlotte. Ha llegado el momento de que hablemos. Charlotte lo miró con recelo. —No tenías que seguirme aquí.

—Estoy aquí para encontrarme con Braddock y Olivia —dijo Denbigh, como si Charlotte no fuera la razón por la que había llegado inapropiadamente temprano, esa mañana. —¿Dejarías que Braddock se casara con Olivia si te pidiera su mano? — preguntó Charlotte, sentándose en el taburete a sus pies. —Ayer habría dicho que no. Hoy, voy a insistir en ello. —¿Qué pasa si Livy no quiere casarse con él? —Ella no tiene otra opción. Su reputación se ha visto comprometida. Braddock debe hacer lo correcto. O responder ante mí. —¿Quiere decir que vas a exigir satisfacción? —dijo Charlotte. —Quiero decir exactamente eso. —No, hay una manera más fácil de resolver este asunto. —Supongo que vas a iluminarme —sugirió Denbigh. —Dile a Braddock la verdad. —¿Qué verdad? —preguntó Braddock desde la puerta. Charlotte giró tan rápido que casi se cae de la pequeña banqueta y, de hecho, Denbigh tuvo que sostenerla. Fue una buena cosa, se dio cuenta, que Denbigh tuviera que aferrarse a ella, porque sintió un arco de animosidad inmediata y violenta entre los dos hombres. Sin alguien bloqueando su camino directo entre sí, había una clara posibilidad de que simplemente se hubieran atacado como dos lobos, mordiendo uno la garganta del otro. —Apártate, Charlotte —dijo Denbigh, dándole un empujón para sacarla de su camino.

Se puso de pie, pero no se movió ni una pulgada de donde estaba. Se mantuvo firme entre los dos poderosos adversarios. Encontró la mirada de Olivia cuando entró en el salón y vio que ella también había reconocido el peligro. —Aquí está tu hermana, Denbigh —dijo Braddock, empujando a Olivia frente a él. —Puedes llevarla de regreso a su hogar. —Ella es su esposa o prometida ahora, Braddock. O dentro de poco será su viuda afligida. —¡Paren! ¡Los dos! —dijo Charlotte. —¿No te das cuenta que estás alterando a Livy? Los dos hombres miraron a Olivia, cuya cabeza miraba hacia abajo, y sus manos se apretaban con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. —Levanta la cabeza, Livy —dijo Charlotte. —No tienes nada de qué avergonzarte. Son estos dos cabezas huecas los que deberían abochornarse. —Cállate Charlotte —advirtió Denbigh. —¡No lo haré! —dijo Charlotte. —Estoy tan involucrada en esto como cualquiera de ustedes. Soy una víctima, también. Debido a que los dos resultaron heridos por lo que sucedió. Y Livy será la que más sufra. Dile la verdad a Braddock, León. Merece saberlo. De lo contrario, te matará y todos lo lamentaremos más tarde —dijo Charlotte. —¿De qué está hablando? —preguntó Braddock. Denbigh vaciló, hizo o visual con Charlotte, y dijo: —Yo reté a tu hermano a duelo para satisfacer mi honor, no por la razón frívola que crees. —James era un cachorro. ¿Qué podría haber hecho para ofenderte que no pudiera ser satisfecho de alguna otra manera menos letal? —exigió Braddock.

—Él sedujo... —hizo una pausa, se corrigió, y continuó: —Él violó a la dama que iba a convertirse en mi esposa. Cuando descubrió que estaba embarazada de James, él no aceptó casarse con ella. Así que mi prometida se quitó la vida. Los ojos de Braddock se llenaron de terror. —¿James? James no… no pudo… No… —Lady Alice me dejó una nota nombrando al padre de su hijo —dijo Denbigh. Bajó los ojos y itió: —Yo no sabía nada de la violación cuando lo maté. Fue suficiente que hubiera seducido a la mujer que amaba para luego abandonarla. —¿Qué pruebas tienes para... una acusación semejante? —preguntó Braddock. —La violación es... un crimen atroz. —Tú dices eso… —Denbigh gruñó, —y sin embargo, te presentas con mi hermana después de hacerle pasar una noche de… ¡Dios sabe qué clase de libertinajes! Los dos hombres se midieron, y sólo la interferencia física de las dos mujeres les impidió poner las manos uno sobre el otro. —¡Basta, León! —exclamó Charlotte. —¡Fue con mi consentimiento! —dijo Olivia. —Escúchame, León. ¡Escucha! Yo estuve más que dispuesta. Las palabras de Olivia aparentemente penetraron en la conciencia de Denbigh, porque se congeló y se la quedó mirando. Charlotte pudo ver que Olivia decía la verdad. Había una extraña suavidad en ella, un brillo que no había estado allí antes de su noche con Braddock. Y la mano de Braddock en su hombro era suave y confortable. No la había forzado. Ya fuera que Olivia hubiera consentido entregarse a Braddock, lo que quería decirle a Denbigh esa mañana era otra cosa.

—Necesito pruebas —dijo Braddock. —No puedo creer lo que dices de James sin pruebas. —No tengo ninguna —dijo Denbigh rotundamente. —Sólo una mujer muerta y una nota carbonizada escrita de su mano. Sólo ella sabe si estaba diciendo la verdad. Confieso que no confirmé lo que escribió. Estaba demasiado enfurecido, demasiado inflamado para hacer otra cosa aparte de lo que hice. Pero puedo decirte esto, si te sirve de algo… —dijo Denbigh. —…cuando enfrenté a tu hermano con la verdad mientras agonizaba, no lo negó. —¿Él... dijo alguna otra cosa? —preguntó Braddock. Denbigh negó con la cabeza. —No tuvo tiempo. Braddock se volvió hacia Olivia, tomó sus manos en las suyas y las apretó con fuerza. Para sorpresa de Charlotte, Olivia levantó la cabeza y miró a Braddock directamente a los ojos. —¿Escuchaste, Reeve? —Escuché, Livy. Y entiendo mejor lo que sucedió. Pero no veo cómo puedo perdonar a tu hermano. —¿Y si hubiera sido yo, Reeve? Si alguien me hubiera violado. ¿Qué hubieras hecho con él? Charlotte observó y Denbigh también, como los cabellos de la nuca del Duque se erizaban. Su mandíbula se tensó, y los músculos de su brazo se flexionaron. —Lo hubiera matado —dijo Braddock sin dudar. Charlotte intercambió una mirada de triunfo con Denbigh. Era una prueba más de que Braddock amaba a Olivia. Pero en lugar de alivio en el rostro de Denbigh, vio una dureza para la que no pudo encontrar ninguna explicación. Dio un paso más cerca de él y le dijo: —¿Qué está mal? —He estado tan ciego como Braddock —dijo Denbigh.

—¿Qué quieres decir? Bajó la mirada hacia ella, sus ojos grises brillando salvajemente cuando itió, —Si alguno te hubiera tocado, yo habría hecho lo mismo que Braddock. Lo hubiera matado. Charlotte se quedó mirando a León con los ojos perplejos. Era lo más cerca que había estado de escuchar una declaración de amor. Tal vez tendría que acostumbrarse al hecho antes de que fuera capaz de aceptarlo. Estaba teniendo un poco de problemas para aceptarlo ella misma. No respecto al amor. Estaba lista para eso. Pero la disposición de Denbigh a compartirlo con ella era emocionante de contemplar. —No puedo cambiar lo que hice —dijo Denbigh a Braddock. —Dios sabe que me gustaría poder hacerlo. En aras de la felicidad de mi hermana, estoy dispuesto a dejar el pasado donde pertenece, y seguir adelante. ¿Puedes hacer lo mismo? — preguntó a Braddock. Charlotte observó atentamente a Olivia. Su cara se veía tranquila, casi confiada. Miró a Braddock y dijo, —Reeve, la elección es tuya. Pero si… Braddock apretó la mano de Olivia sobre la boca. —Estoy pidiendo la mano de tu hermana en matrimonio, Denbigh. ¿Qué dices? —Es tuya. Les deseo que tengan una vida larga y fructífera juntos. Los dos hombres se acercaron el uno al otro por primera vez, pero para darse la mano en paz, en lugar de cruzar armas para matarse. —¿Puedo opinar en este asunto? —preguntó Olivia. —Sólo si lo que vas a decir es sí —dijo Braddock mientras se volvía de nuevo a ella. Olivia sonrió radiantemente hacia él y le dijo: —Sí, Reeve. Seré tu esposa.

Para sorpresa de Charlotte, la tímida Livy se puso de puntillas y besó al temible Duque en los labios. El Duque temible no parecía tan temible. Sonrió, la envolvió con sus brazos y la besó de nuevo. Charlotte se sintió un poco incómoda con toda esa manifestación romántica, porque era evidente que Denbigh y ella no se unirían a la diversión. —Ven, Charlotte, demos un paseo por el jardín de las rosas y dejemos a la pareja recién prometida a solas unos minutos —y agregó por encima del hombro, —Unos pocos minutos solamente, Braddock. Braddock sonrió y dijo: —Si vas a ser un chaperón tan estricto tendré que hacer a Olivia mi esposa esta misma tarde. —Utiliza ese permiso especial que guardas en tu bolsillo —dijo Denbigh. Olivia apretó los labios y puso los puños sobre sus caderas. —¡Eres un farsante! Braddock enrojeció. —No podía decidirme a expresar lo que en verdad quería hacer contigo —itió. Denbigh conocía de sobra esa sensación. Cuando se volvió a decir lo mismo a Charlotte, Charlotte se había ido. ¡Maldición! ¿Acaso nunca podía quedarse quieta por un momento? Estaba saliendo por las puertas sas y se dirigía hacia el jardín de rosas, que era el sitio donde habían planeado ir. Además, era el lugar perfecto para Charlotte, ya que se les parecía bastante, era dulce, perfumada y... tenía espinas. Estaba de pie entre las rosas rojas, tratando de coger una sin mucho éxito. —Deja que te ayude con eso —dijo.

Se volvió hacia él, sorprendida, y gritó cuando se pinchó un dedo en una de las espinas. La tomó de la mano, le besó con ternura el dedo, y la sintió temblar. —¿Eso está mejor? —No seas bueno conmigo, León. No seré capaz de soportarlo si eres bueno conmigo. —¿Soportar qué, Charlotte? —Irme. —¿Vas a irte? —preguntó. Ella asintió. —De vuelta a los Estados Unidos. —¿Cuándo planeas hacer ese viaje? —preguntó, sintiendo un nudo de tensión en el estómago. —Pensaba partir tan pronto como diga adiós a Olivia y Braddock, a tus abuelos, a Percy, y por supuesto a Stiles, Theobald y Sally y… —¿No te olvidas de alguien, Charlotte? —¿De quién? —preguntó. —De mí. —Oh no. Tú vendrás conmigo. Denbigh quedó aturdido por un momento, y luego rugió, —¡Charlotte! —Pensé que podríamos viajar para que pudieras conocer a algunos de mis amigos —lo engatusó. —Charlotte —dijo, haciendo un gesto con su dedo. —Ven acá.

—No puedes retenerme aquí en Inglaterra para siempre, León. Vas a tener que dejar que vaya de nuevo a América en algún momento. Mejor ahora, antes de que tengamos niños para llevar. Los niños tienden a marearse, ya sabes. —Charlotte —advirtió Denbigh. —He sido tan paciente como puedo serlo, León. Pero te estás moviendo demasiado lento. Nunca vas a poder librarte de mí. Te pondré un par de grilletes en las piernas antes de Navidad, por lo que sería mejor que pudieras ceder con gracia y dijeras que vas a casarte conmigo. —Charlie —dijo sobre sus labios. —Lo haré. —¿Hacer qué? —Tengo la intención de casarme contigo. Charlotte se echó en sus brazos. —¡Lo sabía! —dijo. —Se lo dije a Tito, a Livy, a Sally y a Grimes y Theobald… —¿Hay alguien al que no se lo hayas dicho? —preguntó. —Sólo a ti —dijo. —Decidí que dejaría que lo descubrieras por ti mismo. —Gracias por eso —dijo con una mueca irónica de su boca. Aceptaría de buena gana un par de grilletes en las piernas si Charlotte venía con ellos. —Hay algo que te has olvidado, León —dijo Charlotte mientras acariciaba su cuello. —Dos palabras. —¿Cuáles son? —preguntó. —Esas no son las palabras —dijo exasperada. —Oh —dijo. —¿Cuáles son? —¡León!

Él le sonrió y le tomó las manos entre las suyas. —¿Quieres casarte conmigo, Charlotte? Quiero que seas la madre de mis hijos. Quiero pasar el resto de mi vida contigo como mi esposa. Ella buscó su cara, y él supo que estaba esperando a que le diera su respuesta. La amaba. Pero le parecía más seguro omitir esas dos palabras. Al menos hasta que se casaran. Observó la lucha pasando en su rostro, mientras decidía si lo que había dicho era suficiente. Finalmente dijo: —Me casaré contigo, León. Y prometo hacer todo lo posible para asegurarte de que nuestra vida sea emocionante, interesante y maravillosa. León sonrió y negó con la cabeza. No podía saber lo que el futuro les tenía reservado. Cautivo por el resto de su vida por una mujer increíblemente impredecible podría no ser tan malo después de todo.

EPÍLOGO La novia llegaba tarde. Los invitados estaban empezando a susurrar. Lionel Morgan, Conde de Denbigh, estaba esperando cerca del altar de la pequeña iglesia rural en Sussex con su mejor amigo y padrino de boda, Percival Porter, Vizconde de Burton. —¿Dónde está ella? Percy —preguntó Denbigh. —¿Qué crees que está causando el retraso? —Conoces a Charlie, León. Probablemente está corriendo a la iglesia en estos momentos. León levantó una ceja. —No con pantalones, espero. —Olivia me aseguró que un vestido de novia fue entregado al Castillo Denbigh ayer —dijo Percy. —Eso no significa que la mocosa se lo haya puesto. —Sé paciente —dijo Percy. —No puede tardar mucho más. —Espero que no —murmuró Denbigh, pasando un dedo entre su cuello y el inmaculado nudo de corbata que su ayuda de cámara había creado esa mañana. —¿Puedo ser el primero en desearle felicidad? —había dicho Theobald perdiendo la rigidez almidonada por un momento. —¿Cómo está tu hermana? —preguntó Denbigh.

—Ella no puede creer su buena fortuna, mi Lord —dijo Theobald mientras sacaba una inexistente pelusa del hombro de León. —Una casa de campo propia. Es más de lo que jamás soñó. —Gracias a Charlotte —dijo Denbigh. —Fue idea de ella. La señora Tinsworthy había estado llorando, con el delantal cubriendo su cara cuando había pasado por su lado en el pasillo. —Es un día feliz, mi Lord. No puedo esperar a escuchar el golpeteo de pies pequeñitos por la casa. Denbigh había sentido un escalofrío de expectación. Con Charlotte como madre, sabía lo diablillos que podrían salir sus hijos, galopando hacia arriba y abajo por los pasillos del Castillo de Denbigh. No podía esperar, tampoco. Una conmoción en la sacristía de la iglesia atrajo la atención de Denbigh. Las cabezas se volvieron para ver que estaba mal. Charlotte había invitado a todo el mundo. Lores y Ladies se sentaban al lado de las doncellas y los ayudantes del cocinero. Cuando Denbigh había señalado que la nobleza inglesa, y los sirvientes no solían mezclarse socialmente, Charlotte había respondido: —Quiero a mis amigos presentes, León. Y Galbraith es mi amigo tanto como Lady Hornby. Dado que a Denbigh le gustaba Galbraith mucho más que Lady Hornby, no discutió más. Le tomó sólo un momento reconocer a sus abuelos, los Duques de Trento, entrar en la iglesia. Charlotte no estaba con ellos. El Duque se acercó por el pasillo hacia Denbigh, usando el brazo de la Duquesa y su bastón de nogal como apoyo.

El corazón de Denbigh se detuvo. —¿Dónde está? —preguntó al momento en que llegaron hasta él. —La mocosa está frente a la iglesia. Dice que no se casará hasta que pueda hablar contigo en privado. Denbigh había oído que no se casaría con él y preguntó. —¿Qué? ¿Quiere hablar? ¿Acerca de qué? —Creo que es mejor que hables con ella, León —dijo su abuela. Denbigh, ignoró las miradas curiosas de los interesados mientras marchaba por el pasillo. Todos los presentes conocían lo suficiente sobre Charlotte como para entender que nada era extraño cuando ella estaba involucrada. Su corazón estaba en su garganta mientras salía por la puerta principal de la iglesia al sol del verano. Charlotte no estaba allí. Sintió un instante de pánico, seguido por irritación y alivio cuando la vio de pie a la sombra de un roble cercano. Al menos llevaba un vestido, pensó, mientras caminaba hacia ella. Y uno muy bonita por cierto: en un tono claro de color verde, con pequeñas mangas, escote cuadrado, y una cinta delicada atada debajo de los pechos. No había duda en su mente de que la boda iba a celebrarse. Charlotte debía casarse. La noche anterior se habían anticipado a la luna de miel. No había tenido intención de que ocurriera. Había tenido cuidado de no estar a solas con Charlotte, porque sabía lo mucho que la quería. Cada vez que la miraba su cuerpo se endurecía. Se había obligado a pararse detrás de los muebles cada vez que entraba en una habitación donde estaba para ocultar el cambio físico que se producía inevitablemente.

Muy tarde, la noche anterior había llamado a su puerta. Había entrado antes de que la invitara a entrar, cerrando la puerta detrás de ella, y le había susurrado: —León, ¿estás despierto? —Lo estoy ahora —había dicho. —¿Qué haces aquí, Charlotte? La condenada había cruzado la habitación en la oscuridad y se había subido a la cama a rastras hasta dar con él. Alarmado la había tomado en sus brazos. — ¿Qué está pasando, Charlotte? Ella lo había agarrado por el cuello y había apretado su cuerpo contra el suyo diciendo: —Abrázame, León. Estoy asustada. Sus brazos se habían ajustado a su alrededor. Dormía desnudo, y la sensación de su camisa de dormir como única barrera entre ellos era exquisita. —Te tengo, Charlotte —dijo. —No tengas miedo. Te protegeré. Nada puede hacerte daño. Se había aferrado a él con más fuerza. —Te amo, León —dijo. —Te amo más que la vida misma. —Lo sé, Charlotte —dijo. —Yo también. —Ámame, León —suplicó. —Quiéreme. No le había dado ninguna opción. Su boca lo había buscado en la oscuridad, su lengua se había metido en la suya y se sintió perdido. Había pensado que nada de lo que Charlotte hiciera podría sorprenderlo. Pero se había equivocado. Cuando esperaba que tomara la iniciativa, era tímida. Donde esperaba que se detuviera, avanzaba muy por delante de él. La besó, la acarició, temiendo no tener suficiente con tocarla. La sensación de sus pequeñas manos en él, en cada parte de su cuerpo lo había vuelto salvaje. Aprendió algo más sobre ella. Charlotte era una amante ruidosa. No es que le importaran los suspiros de placer o los gemidos de agonía o sus gritos de “has eso de nuevo”, o “más, por favor, León”, o “¡se siente tan bien!”. Estaba seguro de que

Charlotte no tenía idea de que se suponía que una adecuada esposa inglesa debería quedarse quieta y tranquila debajo de su marido. Y él no pensaba sacarla de su error. No había querido hacerle daño, y había ido tan lento como había podido al momento de tomarla. Pero sabía que le había producido dolor. Se había aferrado a sus brazos con fuerza suficiente para dejar las huellas de sus uñas sobre su piel. Pero cuando estuvo completamente enterrado en ella había dicho, “me siento tan llena, León. Llena de ti. Te tengo dentro de mí. Oh, cómo me gusta”. A él también. Había sido una amante generosa, y apasionada y, siendo Charlotte, muy entusiasta. Él había quedado agotado, saciado y satisfecho cuando finalmente se había tendido a su lado, sus cuerpos sudorosos, sus corazones palpitantes y sus respiraciones dificultosas. Una de las cosas más difíciles que había hecho había sido darle un beso de despedida y acompañarla hasta la puerta despidiéndola de su cama. Desde entonces, había estado esperando el día de su boda. Y su noche de bodas. Parecía que Charlotte tenía otra idea. No es que le fuera a permitir una rebelión semejante. Sintió un momento de alarma cuando se reunió con ella debajo del roble y vio que había estado llorando. —¿Charlotte? Cuando lo vio, se arrojó contra él. Charlotte nunca hacía nada por la mitad. Sus brazos se cerraron alrededor de su cintura, y la abrazó con fuerza por un momento, contento de que lo que la preocupaba no tuviera nada que ver con él. —¿Qué pasa? —murmuró. —Todo.

Le alzó la barbilla para poder mirarla a los ojos brillantes de lágrimas. — ¿Todo? Es demasiado Charlotte. ¿Podrías resumir eso? Tenemos toda una iglesia llena de gente esperando para ser testigos de nuestra boda. —No puedo casarme contigo, León. Al principio pensó que estaba siendo melodramática. Mientras la miraba a los ojos, se dio cuenta de que algo estaba muy mal. —¿Qué te preocupa, Charlotte? —preguntó. —¿Me amas, León? —preguntó buscando en su cara como si la respuesta estuviera escrita allí. —¿Qué? —la pregunta lo sorprendió, viniendo como parecía, de la nada. — Voy a casarme contigo amor —dijo con ternura. —Tal vez no —dijo ella, levantando la barbilla con terquedad. Él frunció el ceño. —¿Qué demonio se ha apoderado de ti ahora, Charlotte? ¿Qué es todo esto? —¿Me amas, León? —preguntó de nuevo. No había dicho las palabras, se dio cuenta. Había evitado decirlas cuando le había propuesto matrimonio. Y ella había dejado pasar la omisión. Al parecer, necesitaba oírlas ahora. O no se celebraría ninguna boda. Atrapó una lágrima en el rabillo del ojo con los nudillos y la apartó. —No sé por qué he sido tan parco con mis sentimientos —dijo. —Creo que no he querido itir lo mucho que te quiero, Charlotte, por temor a que vuelvan a romperme el corazón. Pero... —bajó la cabeza y la besó en los labios. —No puedo imaginarme la vida sin ti, Charlotte. No puedo imaginar mi vida a menos que tú estés allí para vivirla conmigo. Te adoro, Charlie —dijo, besando sus labios de nuevo. —Te iro y te honro. Respeto tu derecho a ser quien eres. La vio tragar convulsivamente.

—Pero, ¿me amas, León? —preguntó en un susurro. Ahora sabía por qué había ido a su habitación la noche anterior. Por qué se había mostrado tan asustada. Por qué le había declarado, “Ámame León”. No había estado buscando el amor físico. Quería saber si era su otra mitad, si su alma clamaba por ella. Había querido saber la respuesta a la pregunta que le estaba haciendo ahora. —Oh, sí, gatita —dijo, sonriéndole. —Te amo. Muchísimo. —Oh. Bueno, entonces es preferible que entremos —dijo con la mayor naturalidad, deshaciéndose de su abrazo y caminando con paso ligero hacia la iglesia. —Se está haciendo tarde —le lanzó una mirada burlona por debajo de sus pestañas. —Cuanto antes terminemos la boda, antes podremos iniciar la luna de miel. Dentro de la iglesia, todo el mundo intercambió sonrisas de alivio al oír el rugido familiar —¡Charlotte!

*** FIN ***