DEDICATORIA
Este trabajo monográfico se lo dedicamos especialmente a nuestros padres, por todo su cariño, comprensión y confianza que nos dan día a día y la motivación para seguir superándonos en la vida.
A nuestro docente quien con sus enseñanzas contribuye a nuestra formación profesional y humana.
1
ÍNDICE INTRODUCCIÓN----------------------------------------------------------------------------------------3 PSICOTERAPIA O RELACIÓN DE AYUDA PSICOLÓGICA-------------------------------------4 CONCEPTO DE RELACIÓN DE AYUDA---------------------------------------------------------4 ESTILOS DE RELACIÓN DE AYUDA---------------------------------------------------------------6 1.
ESTILO AUTORITARIO (“MANAGER”)----------------------------------------------------6
2.
ESTILO DEMOCRÁTICO- COOPERATIVO-------------------------------------------------6
3.
ESTILO PATERNALISTA-----------------------------------------------------------------------6
4.
ESTILO EMPÁTICO- PARTICIPATIVO-------------------------------------------------------7
DIMENSIONES------------------------------------------------------------------------------------------8 1.
LA DIMENSIÓN CORPORAL-----------------------------------------------------------------8
2.
LA DIMENSIÓN INTELECTUAL-------------------------------------------------------------8
3.
LA DIMENSIÓN EMOTIVA--------------------------------------------------------------------8
ETAPAS DE UNA RELACIÓN DE AYUDA----------------------------------------------------------9 1.
FASE PREVIA------------------------------------------------------------------------------------9
2.
FASE DE ORIENTACIÓN----------------------------------------------------------------------9
3.
ETAPA DE DESARROLLO--------------------------------------------------------------------9
LA COMUNICACIÓN EN LA RELACIÓN DE AYUDA------------------------------------------10 FUNCIONES DE LA COMUNICACIÓN-----------------------------------------------------------10 1.
LIBERTADORA:-------------------------------------------------------------------------------10
2.
DE RECONOCIMIENTO Y CONSIDERACIÓN DEL OTRO:---------------------------10
3.
DE ADQUISICIÓN DE CONOCIMIENTO:------------------------------------------------10
4.
DE REFUERZO DE MODIFICACIÓN DEL COMPORTAMIENTO--------------------10
ACTITUDES BÁSICAS ESENCIALES PARA LA RELACIÓN DE AYUDA SEGÚN CARL ROGERS------------------------------------------------------------------------------------------------11 1.
LA EMPATÍA-----------------------------------------------------------------------------------12
2.
CONSIDERACIÓN POSITIVA INCONDICIONAL----------------------------------------13
3.
CONGRUENCIA O AUTENTICIDAD: PERMITIRSE SER UNO MISMO------------14
2
INTRODUCCIÓN
El desarrollo de la psicología y sobre todo de las escuelas de psicoterapia ha contribuido positivamente a la configuración y enriquecimiento de la relación de ayuda a las personas que lo necesitan. Carl Rogers quien más aportó subrayando la importancia de una relación intensa, hecha de aceptación, de respeto y empatía, de modo que se permita entrar en o con los propios sentimientos, expresarlos, ganar confianza en sí mismo y tomar decisiones con respecto a la propia vida, evitando toda tendencia a moralizar. La persona encontrada es ayudada a usar sus propios recursos para afrontar sus propios problemas sin paternalismo, ni autoritarismo. Este presente trabajo hace de conocimiento estilos, dimensiones, etapas en la relación de ayuda y la importancia de la comunicación y funciones en este proceso; asimismo, trata de explicar las disposiciones actitudinales básicas que Carl Rogers señalaba como esenciales para la relación de ayuda. Describe en qué consiste la presencia del terapeuta en la entrevista terapéutica y cómo comprender las actitudes de escucha y la empatía, consideración positiva y la autenticidad o congruencia del facilitador. Estas actitudes del enfoque centrado en la persona, en tanto relacionales constituyen el fundamento de la intervención y son por ello, necesarias y suficientes.
3
PSICOTERAPIA O RELACIÓN DE AYUDA PSICOLÓGICA El objetivo fundamental del estudio y adiestramiento de la relación de ayuda es aumentar la competencia relacional, teniendo en cuenta que ésta está constituida por diversos elementos: Un conjunto de conocimientos: “saber” La capacidad de utilizarlos en la práctica: “saber hacer” (destrezas, habilidades) Un complejo de actitudes que permitan establecer buenas relaciones humanas con el que sufre: “saber ser”. Pretendemos configurar el encuentro con el destinatario de la relación de ayuda, con la persona en crisis, centrándonos en el “arte” de la comunicación con ella, estudiando los elementos que están en juego: el ayudante, la persona ayudada, sus diferentes situaciones y los recursos que pueden ser puestos en práctica: actitudes, técnicas, etc. Inicialmente, en un primer período y en la tendencia humana que seguimos, fue sobretodo C. Rogers quien más aportó, subrayando la importancia de una relación intensa hecha de aceptación, de respeto, de empatía, de modo que se permita a la persona entrar en o con los propios sentimientos, expresarlos, ganar confianza en sí misma y tomar decisiones con respecto a la propia vida, evitando toda tendencia a moralizar. La persona encontrada es ayudada a encontrar sus propios recursos para afrontar los propios problemas sin paternalismo ni autoritarismo.
CONCEPTO DE RELACIÓN DE AYUDA Entre las múltiples definiciones que da la relación de ayuda Carl Rogers ofrece la siguiente: “Podríamos definir la relación de ayuda diciendo que es aquella en la que uno de los participantes intenta hacer surgir, de una o de ambas partes, una mejor apreciación y expresión de los recursos latentes del individuo y un uso más funcional de estos” Por su parte, George Dietrich define el “counseling” en estos términos: “El counseling” es una relación auxiliante en la que el consejero intenta estimular y capacitar al sujeto para la autoayuda. La benevolencia y la actitud amistosa del asesor ante el sujeto no significan que aquel tome las decisiones en nombre de éste, que fije la trayectoria vital del sujeto, que alivie de toda responsabilidad y le remueva todos los obstáculos del camino. La relación auxiliante busca más bien crear un clima e iniciar un diálogo con el sujeto que permita a éste aclararse sobre su propia persona y sus propios problemas, liberarse y encontrar recursos para la solución de sus conflictos, y activar siempre su propia iniciativa y responsabilidad” Casera, siguiendo a Carkhuff, da esta definición: 4
“Ayudar es promover un cambio constructivo en la mentalidad y en el comportamiento. Entendemos por “mentalidad” el conjunto de las reacciones habituales características de un individuo ante los problemas de la vida. Es la mentalidad la que condiciona la conducta. Es necesario introducir en el campo de los comportamientos una nueva estructura mental” Jesús Madrid Soriano, después de citar el concepto de Rogers, añade: “La idea fundamental que subyace a todo proceso de Relación de Ayuda, especialmente dentro de la corriente humanista, es la de facilitar e crecimiento de las capacidades secuestradas de la persona en conflicto. El fundamento que sustenta toda Relación de Ayuda debe ser una visión positiva de las capacidades de la persona para crecer y afrontar positivamente sus conflictos. (…) La Relación de Ayuda, pues, es una experiencia humana privilegiada que ofrece el marco adecuado para facilitar el desarrollo de las capacidades bloqueadas”. El ayudante, o quien pretende ayudar al otro, debe tener claro que deformaría su propia función si creyera que debe transmitir directamente al sujeto una serie de nuevas experiencias. Su tarea fundamental consiste, como dice Dietrich, en estimular, liberar y reorganizar las funciones de aprendizaje y los contenidos de la experiencia. Se trata de impulsar al sujeto, de remitirle a alternativas y posibilidades desatendidas. La ayuda sólo puede despertar la actividad del sujeto si éste es estimulado de un modo radical para la autoayuda y la autonomía y, de ese modo, puede realizar progresos en esta línea. Si se quieren provocar cambios de conducta en otra persona, la ayuda decisiva consiste en inducirle a buscar el cambio por razones importantes para ella. Si el cambio ha de ser auténtico y duradero, el impulso para dicho cambio debe venir de dentro y no de fuera. En el caso del enfermo, por ejemplo, el cambio de conducta puede concretarse en una actitud ante la enfermedad, que ayude a integrarla en el complejo mundo de la experiencia, aceptando los propios límites, aclarando aquellas situaciones que hacen sufrir en medio de la enfermedad o acentuados con ocasión de ésta, estimulándose para luchar contra la enfermedad y no abandonarse en las manos del “destino”, etc. De todas las metáforas usadas para representar la relación de ayuda, una de las más elocuentes es la que dice que consiste en caminar juntos. “Caminar juntos” expresa el lado arriesgado y la dimensión de confianza, de pacto y de gratuidad. El que acompaña pone al servicio de la persona acompañada los recursos de su experiencia, sin ocultar sus límites; la riqueza de su propia competencia, sin hacer de ella un absoluto. El acompañante y el acompañado escrutan juntos los signos indicadores de la buena dirección, comparten las ansias y las esperanzas. La condición de asilado propia del sufriente, convertida a veces en interpelación, en protesta-pregunta, en solicitud de ayuda, en suma es solicitud de una presencia simbólica, es decir, que una lo separado: el “símbolo” contra el “diábolo”( tomados ambos términos en su sentido etimológico). En este sentido, la relación de ayuda es elemento terapéutico y no es otra cosa que el ejercicio de la propia humanidad.
5
ESTILOS DE RELACIÓN DE AYUDA 1. ESTILO AUTORITARIO (“MANAGER”) Se da cuando el ayudante se centra en el problema del ayudado y quiere ayudarle a resolverlo de manera directiva. Centrándose más en los propios recursos que en los del interlocutor, tiene a establecer con él una relación de dominio- sumisión. La persona ayudada es considerada como un simple ejecutor de un proyecto que tiene muy claro el ayudante. Ejemplo: Una joven se dirige a un profesional de la ayuda, cuyo estilo es autoritario, y le dice: “Me parece que la vida no tiene ningún sentido. No sé para qué sigo viviendo día tras día”. He aquí algunas de las respuestas que podría recibir de este tipo de ayudante: “Tú escúchame a mí, tómate una semana de descanso; haz algún ejercicio de relajación; da un poco más de tiempo al ocio…”; o bien: “Ya te había dicho yo que, si no cambiabas tu estilo de vida, llegarías inevitablemente a este punto”; o también:” El problema del sentido de la vida no se resuelve mediante lamentaciones inútiles: hay que reaccionar. Así es que…
2. ESTILO DEMOCRÁTICO- COOPERATIVO También el que usa este estilo se centra en el problema del interlocutor. La actitud que adopta, sin embargo, es facilitadora, es decir, tiende a implicar a la persona ayudada en la solución del problema. En lugar de imponerlas, el ayudante propone las soluciones, acompañando al interlocutor a encontrar alternativas válidas y animándole a usar sus propios recursos para alcanzar este fin. “Ante el problema citado más arriba, el agente podría responder: “Ante el problema que estás viviendo, son diversas las soluciones que se presentan; tú encuentras una. Sería oportuno mirar a ver si es la única. ¿Qué te parece?”; o bien: “Tu pregunta es difícil, y yo no me siento capaz de responderla. Me gustaría, no obstante, trabajar contigo para profundizar en este tema, de manera que tú puedas encontrar la mejor solución para tí”.
3. ESTILO PATERNALISTA En este tercer estilo, el ayudante se centra en la persona del interlocutor, es decir, tiene en cuenta “cómo vive” él su problema. Su modo de intervenir es directivo, y esto se expresa de diferentes formas. Puede tener la tendencia a considerar al otro bajo su propia protección, asumiendo la responsabilidad de la situación que él vive. Esta tendencia puede llegar incluso a la pretensión de querer salvar a la persona ayudada. El paternalismo implica un acercamiento al ayudado, pero no confía en él, sino que se siente responsable de realizar la salvación del otro. Ambos demuestran atención sobre todo a “lo que yo querría que tú fueras”. En el ejemplo citado, cabrían las siguientes respuestas:” Veo que estás viviendo un momento difícil. Tú confía en mí y verás cómo te hago salir de este túnel”; o bien: “Venga, hombre, no es para desanimarse tanto… Conozco a muchos que viven situaciones difíciles como la tuya y han conseguido siempre liberarse de sus angustias…”
6
4. ESTILO EMPÁTICO- PARTICIPATIVO El ayudante se centra en la persona, y sus intervenciones se inspiran en la actitud facilitadora. Atento a la experiencia del interlocutor, se interesa en que éste tome conciencia, profundizando así el conocimiento de sí mismo, de sus dificultades y de sus recursos, considerando la valoración cognitiva y afectiva que la persona hace de lo que le pasa, acompañándole en la identificación de lo que quiere y cree que debe hacer en relación a lo que puede. A la frase “Me parece que la vida no tiene sentido…” se podría responder: “El momento que estás viviendo es tan difícil que te preguntas incluso si vale la pena seguir viviendo en esta situación”; o bien: “Te resulta difícil afrontar la vida cuando todo parece tan oscuro”. Éste pasa, acompañándole en la identificación de lo que quiere y cree que debe hacer en relación a lo que puede. A la frase “Me parece que la vida no tiene sentido…” se podría responder: “El momento que estás viviendo es tan difícil que te preguntas incluso si vale la pena seguir viviendo en esta situación”; o bien: “Te resulta difícil afrontar la vida cuando todo parece tan oscuro” Este tipo de intervenciones facilitarán el seguir centrándose en la persona, dado que ésta sentirá comprendida y caminará hacia la autoexploración y posible resolución de la situación de conflicto o crisis. En nuestra sociedad, claramente eficientista, se privilegia un estilo de intervención que obtenga resultados inmediatos. Allí donde reina una cultura que favorece la indiferencia, se comprende que se prefieran modelos de respuesta que no comprometen afectivamente. La importancia de saber usar con flexible creatividad los diferentes estilos de relación de ayuda se verifica sobre todo cuando la ayuda es ofrecida mediante os breves y casuales en los que no le es posible al ayudante llevar al interlocutor a comprender que sus deseos inmediatos pueden no coincidir necesariamente con sus verdaderas necesidades.
7
DIMENSIONES 1. LA DIMENSIÓN CORPORAL Como elemento esencial del ser persona, que no se reduce a ser mero instrumento, sino que es lenguaje, expresión de la interioridad, medio de comunicación con los semejantes, mediación del don total y sustancial de sí mismo, que es el amor. Una sana integración del propio cuerpo por parte del ayudante facilitaría la relación de ayuda con el ayudado que se ve afectado en esta dimensión por los límites que el impone, la enfermedad, la situación de precariedad, la exclusión social, los conflictos relacionales. Por otra parte, el uso de nuestro propio cuerpo (lenguaje no verbal) requiere una sana relación con él para que la relación con el ayudado sea libre y vehicule adecuadamente un mensaje eficaz.
2. LA DIMENSIÓN INTELECTUAL Como capacidad de comprenderse a sí mismo y el mundo en que vivimos, mediante conocimientos, conceptos, ideas, capacidades de razonamiento, de intuición, de reflexión, etc., que amplían progresivamente el propio horizonte. Toda crisis, aunque inicialmente “tome cuerpo en el cuerpo” (por ejemplo, una enfermedad física), es elaborada cognitivamente y recibe un significado por parte de cada persona. De ahí la importancia de percibir bien en la relación el impacto y la valoración cognitiva que la crisis tiene de modo individualizado en cada persona. Hay significados muy ligados a la persona concreta, y otros más comunes y frecuentes, como el significado de pérdida y la consiguiente frustración que se da en toda crisis y que es necesario comprender. Una correcta consideración de la dimensión intelectual debe estar, pues, al servicio de la relación interpersonal.
3. LA DIMENSIÓN EMOTIVA La identificación de los propios sentimientos por parte del ayudante, la aceptación e integración de los mismos, es un trabajo constante que facilita la compresión del destinatario de la relación de ayuda. En el fondo, se trata de un camino de crecimiento y maduración personal que el ayudante debe hacer para poder acompañar al otro centrándose en su persona y no es su problema, o en el impacto de éste en una sola dimensión de su ser. Es, pues, un requisito para ser instrumento de la acción sanadora de atender al hombre entero. El ayudante podrá aprender a leer el documento humano viviente, como documento primario para comprender la naturaleza humana. El objetivo de la consideración global de la persona es ayudar a sostenerla en los momentos de crisis, ayudarla a salir del estado de angustia, a vivir ésta clave de relación, o a superar la culpa, el aislamiento, la alienación, para conducirla a su propia realización en el máximo de potencialidades de cada una de sus dimensiones.
8
ETAPAS DE UNA RELACIÓN DE AYUDA 1. FASE PREVIA Anterior al encuentro con el paciente. Se revisará la información que poseemos de él y analizaremos los datos; pensaremos en los primeros problemas que pueden surgir. Se planificará la aproximación en función al cliente. Evitando clasificar al paciente en estereotipos, permitiendo reflexionar sobre sus valores y sentimientos. Se escogerá el lugar y el marco donde se desarrollará el primer encuentro.
2. FASE DE ORIENTACIÓN Es de carácter exploratorio. Existe una observación mutua que llevará a emitir un primer juicio a los participantes: La relación terapéutica tendrá sentido si el profesional se muestra Empático, Atento y Auténtico. En esta fase el paciente suele poner a prueba al profesional porque tiene miedo a expresar sus sentimientos y experimenta ansiedad por los cambios que se avecinan. Cuando se pone en duda la competencia del profesional eso no debe hacer que nos pongamos a la defensiva, sino que debemos mantener una mentalidad abierta y despertar interés por las preocupaciones del cliente. En esta fase se identifican los problemas y se establecen objetivos. Mediante la observación y la interacción se recogen datos que llevan a la formulación de los diagnósticos de enfermería. Aquí debemos recurrir a técnicas de comunicación (escucha activa, preguntas abiertas, reformulación...) para que el cliente se dé cuenta y tome conciencia de sus problemas y explore las soluciones posibles. Es importante también es en esta etapa ganar la confianza. Para ello la sinceridad es un elemento imprescindible. Debemos mostrarnos sensibles a las necesidades del enfermo y esforzarse para comprenderlas. Cuando los objetivos están definidos, el profesional llega a un acuerdo con el paciente; se trata de un breve intercambio verbal.
3. ETAPA DE DESARROLLO En esta etapa nos esforzamos por alcanzar los objetivos fijados en la etapa anterior: Se trabaja en colaboración con el paciente, la relación se hace más estrecha y resulta más fácil a medida que comparten sus sentimientos y se habla más libremente de los problemas. Desarrollar y poseer actitudes como precisar, y hacer precisar, el respeto al cliente, la empatía y la confrontación, es muy importante. 9
La empatía será la más importante de todas las actitudes. Es necesario que haya pasado tiempo antes de que nazca la empatía en una relación, pues no podemos comprender automáticamente qué es lo que el cliente vive y siente. 4. ETAPA DE SEPARACIÓN Esta etapa puede provocar en el paciente ansiedad y ambivalencia a medida que se aproxima el fin de la relación: Se intentará prever o reservar un tiempo para que le paciente pueda expresar sus temores e inquietudes. El paciente deberá estar preparado para funcionar solo.
LA COMUNICACIÓN EN LA RELACIÓN DE AYUDA En cuidados paliativos, es fundamental tener conocimientos y habilidades de comunicación, tener capacidad para resolver problemas y para afrontar el estrés del trabajo diario. Un profesional que conozca perfectamente cómo controlar los síntomas del paciente, y no tenga habilidades para comunicarse con él, difícilmente podrá ayudarle en esta etapa final de la vida. Quien presta ayuda es el único que tiene el control de la situación por tanto tiene una gran responsabilidad de su buena utilización. Por ello debe tener una buena preparación y buen conocimiento de las distintas modalidades para comunicarse.
FUNCIONES DE LA COMUNICACIÓN 1. LIBERTADORA: Capacidad de liberarse de una serie de tensiones emotivas, generadas éstas por una situación de malestar. La actitud del personal ante el paciente y familiares debe ser positiva, sino ésta función no será utilizada por el paciente puesto que no existe la confianza. 2. DE RECONOCIMIENTO Y CONSIDERACIÓN DEL OTRO: Los pacientes deben ser respetados y escuchados, no sólo oídos, sino intentando comprender su situación y mostrar disponibilidad e interés. 3. DE ADQUISICIÓN DE CONOCIMIENTO: No sólo comunica el que presta ayuda, sino también el que recibe. Concepto de . Aprender también de los pacientes. 4. DE REFUERZO DE MODIFICACIÓN DEL COMPORTAMIENTO: Con la información recogida del paciente y su familia podemos modificar comportamientos con el fin de conseguir mejorar la calidad de vida. Ésta debe ser una 10
acción constante y precisa de un trabajo en equipo y de un refuerzo siempre positivo hacia el paciente y familia.
ACTITUDES BÁSICAS ESENCIALES PARA LA RELACIÓN DE AYUDA SEGÚN CARL ROGERS «Trabajar centrado en la persona es una manera de vincularse desde un marco actitudinal que genere encuentros profundos de persona a persona… la actitud con la cual nos relacionamos es la fuente generadora del estar presente, con/junto al otro. Nuestra finalidad es generar contextos que brinden posibilidades de resignificación y cambios constructivos. Nuestra tarea es la de ser catalizadores comprometidos desde una actitud comprensiva, y poseer una serie de recursos metodológicos que faciliten el camino de autocorrección, para ello sabemos que lo técnico debe estar subsumido a lo relacional, cabe apuntar más a la interacción vincular entre las partes que participan de una relación que al método» (ANDRÉS SÁNCHEZ BODAS, 1997). Para los facilitadores del Enfoque Centrado en la Persona la metodología de la intervención facilitadora forma parte en sí misma de la visión del mundo y de entender el funcionamiento pleno de la persona como organismo que si se siente inmersa en un clima facilitador tiende al crecimiento y a la eficacia, tiende a su autodesarrollo. La metodología, el camino intencional, la disposición como terapeutas es, por consiguiente, el único instrumento, sin ser un instrumento fáctico, que poseemos para impregnar y transmitir nuestro para que y nuestro que de forma eficaz. Si el terapeuta consigue crear un clima de facilitación determinado en el que las personas se sientan progresivamente libres para experenciar y comunicarse, se producirá un desarrollo significativo de la personalidad hacia su autocrecimiento y desplegará todo su potencial creativo y eficaz. Lo más importante en la facilitación es la creación de un clima de seguridad y libertad psicológica en la que el cliente se sienta profundamente aceptada y comprendida. Para hacer posible este clima, el facilitador ha de tener interiorizada (disponer de, desde sí mismo) una manera de estar presente, una actitud nuclear de presencia vivencial, una actitud de enfoque. Estar presente o en actitud de enfoque significa estar conectado con uno mismo, con el referente directo, tocar nuestro núcleo interno. Situarnos desde nuestro adentro para permitir el despliegue de nuestra propia tendencia actualizante que conectará con el referente nuclear del entrevistado como persona en proceso. Esta presencia vivencial significa intervenir desde la actitud, no desde la habilidad. La habilidad es una representación, un disfraz que nos ponemos en el momento del acto facilitativo y representamos, teatralmente, para intentar transmitir aquello que creemos más eficaz en la dinámica de la intervención. La actitud, por el contrario, es la intervención desde el sí mismo, con nuestras dificultades y nuestras capacidades, desde la que nos disponemos a acompañar al otro. Para ello nos disponemos a confiar en la capacidad de la persona, y a escuchar activamente. Nuestro silencio activo será un gran instrumento de facilitación. Se trata de confiar, escuchar, compartir y dar nombre. El sistema de facilitación de Rogers se basa en la disposición, por parte del facilitador, de tres actitudes relacionales. Las actitudes, en tanto relacionales, constituyen el fundamento de la intervención y son, por ello, necesarias y suficientes. Son las tres actitudes del enfoque centrado en la persona: la escucha y la empatía, la consideración positiva incondicional y la autenticidad o congruencia del facilitador. 11
1.
LA EMPATÍA
La primera condición facilitadora (el número de orden es lo de menos) viene determinada por una actitud de comprensión profunda del otro. Esta actitud, denominada empatía, significa penetrar en el mundo perceptual del otro y moverse en él de manera familiar. Implica, de alguna manera, captar el mundo subjetivo del otro desde su propio marco de referencia, bucear en este mundo subjetivo, comprenderlo y manifestar esta comprensión que es percibida por el otro. Una de tantas definiciones de empatía aportadas por Rogers determina: «Empatía es la capacidad de percibir ese mundo interior, integrado por significados personales y privados, como si fuera el propio pero sin perder nunca este como sí. Parece ser una cualidad esencial en una relación que promueva el desarrollo de la personalidad… Esta clase de empatía muy sensible parece ser un factor importante en el proceso de posibilitar a una persona el acercamiento a sí misma, el aprendizaje, cambio y desarrollo» El escuchar del facilitador quiere significar el atender el interior de las personas, y permitirse a sí mismo el quedar absorto en la contemplación de esta persona. Significa hacerse también propia la experiencia del otro como si fuera mi experiencia por medio de la interiorización del otro, experimentar al otro y, simultáneamente, observar las asociaciones cognitivas y afectivas de uno mismo con esta experiencia. Significa, en cierto modo, retornar de la relación de confluencia interior a la separación de identidades y reflejar a través de una respuesta corporal o verbal, actitudinal, esta comprensión profunda. Un facilitador centrado en la persona no hace empatía ni tiene respuestas empáticas, sino que está en un estado empático y mantiene una actitud abierta a la experiencia del otro. Escuchar activamente no es identificarse con el otro, ni proyectar el deseo a que el otro sienta aquello que yo desearía escuchar. «La empatía presupone la habilidad de diferenciar entre uno mismo y el otro así como entre la respuesta afectiva de uno mismo y la del otro» El escuchar activo del facilitador es un estado interno, una experiencia emocional que consiste también en implicarse para conocer y participar en la experiencia del otro. Pero esta empatía no es una técnica ni una simple conducta habilidosa del responder sino que es una apuesta por el ejercicio vivencial de la alteridad, una manera de ser, un estilo, un esfuerzo para incardinarse en la experiencia del otro y confluir intuitivamente con su proceso experiencial sin evaluarlo ni juzgarlo. El estar en actitud de escucha es incompatible con el estar aconsejando. El facilitador empático sabe permanecer en silencio, con un silencio activo y cálido, y es capaz de manifestar esta presencia silenciosa a través de la disposición de su conciencia que transmite energía y vincula las profundidades del proceso interno del otro. Para ejercer la empatía desde la actitud es preciso entrenarse a través de las destrezas del saber escuchar activamente. Un facilitador no puede ser empático si no sabe escuchar. Esta escucha activa no tiene nada que ver con el simple oír al otro. Se trata de una escucha total y profunda que abarca la generalidad y la integridad del otro, de todo el interior del otro. Y este abarcar 12
completamente al otro por la escucha ayuda al facilitador a interiorizar la experiencia del otro y a permanecer junto a su proceso experiencial. Si esto es así, la respuesta empática, el reflejo, nace directamente del interior del facilitador sin necesidad de pensar cognitivamente los significados mientras el otro realiza una comunicación. Y este reflejo es el auténtico espejo del otro a través del cual se ve a sí mismo y puede decidir profundizar en su interior o modificarse. La sensación que suele producir el sentirse auténticamente reflejado es la de un gran alivio y al mismo tiempo la de una fuerte incitación a continuar en la búsqueda de lo que hay dentro de uno mismo y a expresarlo. Es preciso, sin duda, estar motivados para escuchar. Esta motivación viene dada por una intencionalidad interiorizada en la persona del facilitador. Forma parte de un acto de voluntad, se trata de querer intencionalmente escuchar activamente el surgir de la experiencia del otro. Hacer presente en cada momento esta motivación para la escucha es imprescindible para el ejercicio de la empatía. También de manera intencional es preciso, para escuchar, suspender cualquier tentativa de juicio sobre el contenido de la expresión del otro. Se trata de acoger todo lo que dice el otro sin ningún resquicio de evaluación y permanecer comprensivamente junto a la experiencia del otro. Precisamente por esta necesidad de permanencia junto a la experiencia del otro es por lo que resulta relevante resistir cualquier distracción externa o interna en el momento de acompañar al otro, hay que ser perseverantes en eliminar cualquier ruido psicológico o físico que pueda interrumpir nuestra escucha. Un paso previo para escuchar activamente consiste en centrarse en el otro y callar. El silencio es una condición previa para la escucha activa. Como dice Gendlin: «Solamente existen dos razones para hablar mientras se escucha: para mostrar que atiendes perfectamente, al repetir, lo que la otra persona ha dicho o significado o, para pedir repetición o clarificación». Este silencio ha de ser un silencio vivencial. En realidad es una presencia cálida manifestada con un lenguaje no-verbal y con incorporación postural, también con sonidos que muestran comprensión: ajá, hmm… porque ayuda al otro a captar la disposición empática del facilitador. La comprensión empática, sin embargo, no puede limitarse a la percepción no evaluativa de los sentimientos y las expresiones del otro, sino que ha de descender a la comprensión de las vivencias implícitas de la otra persona la cual, muchas veces, ni siquiera tiene absoluta conciencia de las mismas. Se trata de captar el mundo subjetivo del otro desde el otro y centrarse en lo esencial. No es difícil imaginarnos los efectos de una empatía real en la persona que es escuchada. Cuando una persona se siente escuchada y comprendida, la transformación que se genera es muy impactante y significativa, surge la iniciativa desde el interior de las personas de manera creativa y emerge un clima de comunicación inmenso que anima la interacción y el encuentro. 2.
CONSIDERACIÓN POSITIVA INCONDICIONAL Otra condición actitudinal necesaria para crear un clima facilitador del despliegue de la tendencia actualizante es la que hace referencia, en términos utilizados por Rogers, a la consideración positiva incondicional, la estima o la aceptación. Esta actitud del facilitador es una disposición intencional a validar la experiencia del otro. Consiste en una mirada a la persona llena de aprecio. Aceptar al otro tal como es, con un respeto absoluto por su persona, sus actitudes y su comportamiento. Considerar positivamente quiere decir confiar en la capacidad del otro para desarrollarse y crecer, 13
para decidir libremente y hacerse responsable de sus propias decisiones. Tiene que ver con una aceptación sin condiciones del interior del otro. Mantener una actitud de consideración positiva implica apreciar a las personas sin juzgarlas, sabiendo que poseen amplios recursos para autodorigirse y para promover su propio crecimiento. Esta consideración positiva hacia el otro conlleva, para el facilitador, una intención de saber esperar, sin ansias de control, sin querer que el otro actúe como yo desearía que lo hiciera. Significa confianza en el otro, aprecio, interés por la otra persona. Esta actitud de consideración positiva lleva implícita una calidez en la relación, una acogida sin condiciones y una aceptación. Esta aceptación no implica necesariamente aprobación o acuerdo, sin embargo el facilitador centrado en la persona ite que cada persona es única e irrepetible, con capacidad libre de orientarse hacia el camino de su propia elección responsable. Se trata de mostrar respeto por las decisiones del otro con independencia de mi acuerdo o desacuerdo. Esta ausencia de juicio valorativo no puede confundirse con la neutralidad. El facilitador centrado en la persona muestra acercamiento, amor, realiza una opción decidida y valiente de generosidad afectiva, y sabe manifestar este amor sin esperar nada a cambio. Esta actitud es de amor profundo y generoso, una actitud altruista que se muestra independientemente del hecho que exista correspondencia afectiva, significa penetrar activamente en el interior de la otra persona y sorprenderse por la maravilla que contiene el otro para poder iniciar una senda de conexión y encuentro. El facilitador centrado en la persona también manifiesta este afecto, lo verbaliza y lo muestra a través del lenguaje corporal; y esta expresión de afecto es auténtica, sin simulacros ni exhibicionismos, sino paciente y casi tímida porque no intenta violentar al otro sino respetarlo. Para que un facilitador sienta profundamente esta disposición al afecto, ha de aceptar primeramente sus propios sentimientos, ha de aceptarse a sí mismo, sin cortapisas que impidan cerrarse a su singular proceso experiencial, tiene que abrirse al campo ampliado de su conciencia y ver todo lo que está ahí, en el centro de su cuerpo, en el experiencial, y asombrarse de lo que surge integrándolo como parte esencial de sí mismo. En este sentido de generosidad afectiva la consideración positiva incondicional es amor. Amor no posesivo que no es sino una actitud que nace del núcleo de la persona y se desprende en todo el complejo fenoménico de la experiencia grupal. Esta actitud incluye también la comunicación de las impresiones positivas mostrando un interés auténtico que ha renunciado previamente a las concepciones preestablecidas de la imagen de cada persona y ha desestimado las expectativas condicionadoras de la experiencia. Esta actitud casi no se manifiesta en palabras pero conforma un sentimiento omnipresente en la relación vivencial. Si las personas perciben esta presencia afectiva del facilitador experimentan, de manera gradual, un clima permisivo que incita al desenmascaramiento de barreras psicológicas y favorece la autoaceptación y la autoestima. Esta aceptación incondicional empieza por uno mismo, por una confianza en las propias capacidades facilitadoras y en el potencial personal inherente que abarca todo el ser del facilitador. Se trata, en fin, de intentar ser más cálidos en nuestras relaciones y en querer transmitir auténticamente, con nuestra presencia, amor y afecto.
14
3.
CONGRUENCIA O AUTENTICIDAD: PERMITIRSE SER UNO MISMO
La tercera condición facilitadora consiste en la actitud denominada autenticidad, coherencia o congruencia. Es la actitud de ser sí mismo. Llegar a ser persona es llegar a ser uno mismo. Ser uno mismo trae aparejado el proceso de ir desposeyéndonos de máscaras y roles. Implica presentarnos en la relación facilitadora siendo como uno realmente es, sin interferencias entre ser mi yo auténtico y mi yo que me gustaría ser. Esta congruencia del facilitador cubre la experiencia, la conciencia y la comunicación. Ser mí mismo en estos tres niveles es ser mi yo auténtico, ser una persona unificada. Se trata de que el facilitador deje fluir sus sentimientos en cada instante, se percate de su proceso experiencial y de las emociones que experimenta aquí y ahora que van siendo accesibles a la conciencia y sea capaz de vivir estos sentimientos, de experimentarlos en la relación y de comunicarlos si persisten. Establece así una relación de persona a persona. Mediante la actitud de autenticidad el facilitador no se niega a sí mismo ninguno de los sentimientos que experimenta en la relación y está dispuesto a experiencias de manera transparente cualquier sentimiento persistente y a comunicarlo. El facilitador se hace vulnerable en vez de adoptar un papel de profesional o de especialista. La autenticidad es, entonces, una disposición interna a estar abiertos a la experiencia, percatarnos y comunicarla. Significa que el nivel de la experiencia, el de la conciencia y el de la comunicación son congruentes, forman una unidad. Soy lo que experimento, me doy cuenta de la experiencia y comunico lo que siento si es persistente en la relación. Utilizando bonitas palabras de Rogers: «Me siento muy satisfecho cuando puedo ser auténtico, cuando puedo acercarme a lo que sea que ocurra dentro de mí. Me gusta poder escucharme a mí mismo. Saber lo que realmente experimento en un momento dado no es cosa fácil, pero me alienta la ligera sensación de que, a lo largo de los años, voy aprendiendo a lograrlo. Estoy convencido, sin embargo, de que ésta es una tarea vitalicia y de que nadie llega jamás a acercarse lo suficiente a todo cuanto ocurre en su propia experiencia. En lugar del término realidad, utilizo algunas veces la palabra congruencia. Con ello quiero decir que cuando lo que experimento en un momento dado está presente en mi conciencia, también lo está en mi comunicación, entonces los tres niveles coinciden, es decir, son congruentes. La mayor parte del tiempo, por supuesto, al igual que todos los demás, muestro cierto grado de incongruencia. He aprendido, sin embargo, que esa realidad, o autenticidad, o congruencia, como prefieran llamarlo, constituye la base fundamental de la mejor de las comunicaciones» Este ser auténtico del facilitador incluye la voluntad de vivir de manera existencial, en fluidez, permitiéndose experimentar emociones que devienen en un instante en el trascurso de la relación de facilitación, tomar conciencia de la fluctuación de estos sentimientos y emociones, y decidir la comunicación de la globalidad de esta sensación en cuanto persistente, haciéndose responsable de esta manifestación. Si un facilitador es auténtico, sus manifestaciones verbales y no verbales están en concordancia, expresan una unidad. En realidad la autenticidad contiene dos niveles de ajuste: la correspondencia entre experiencia y conciencia, y la simetría entre el contenido de la conciencia y la comunicación. El primer nivel de ajuste en la facilitación seguramente es el aspecto más importante y significativo de la autenticidad. Se denomina genuinidad del facilitador y consiste en el acuerdo y ajuste psicológico entre la experiencia del facilitador y lo que es accesible a su conciencia; es decir, en la existencia de encaje entre el contenido del proceso experiencial en un momento 15
determinado de la relación y la significación de este contenido en la conciencia. A veces se puede producir un desajuste temporal entre la experiencia y la conciencia. Puedo vivir una determinada experiencia y no percatarme en el momento, por lo que la dotación de significado es posterior y no inmediata. Se trata entonces de disponerse a procesar las vivencias y, desde la autoescucha, dar nombre y significado al proceso experiencial como en un ir colocando las emociones en su sitio. Lo interesante es no dejar este proceso inconcluso sino ir haciéndonos conscientes de lo experimentado. Como no siempre somos conscientes de manera simultánea del complejo mundo de fenómenos de la experiencia, ser uno mismo implica también aprender a escucharnos más y a darnos cuenta en el instante de la experiencia. Cobra una especial relevancia en el sistema de facilitación centrado en la persona la genuinidad del facilitador. En algunas ocasiones, de acuerdo con la situación de la persona en la relación de ayuda, el facilitador podrá optar por no comunicar un sentimiento determinado y colocarlo entre paréntesis porque siente que esta opción será más facilitadora para el proceso, o decidirá priorizar alguna de sus posibles intervenciones ante el cúmulo de fenómenos experienciales que percibe en el momento; lo esencial será que tome conciencia de este estado circunstancial de acontecimientos per- cantándose de su proceso interno aunque elija, de momento, poner entre paréntesis parte de este proceso. En palabras de Germain Lietaer: «A veces tenemos que sacar las castañas del fuego, enfrentarnos a emociones fuertes sin hundirnos, relacionarnos constructivamente con el odio y el amor sin acudir al acting out, vérnoslas con los halagos y las críticas del cliente respecto a nuestra propia persona; y tenemos que ser capaces de tolerar la ambivalencia. Compartir empáticamente el mundo del otro también implica poner nuestro propio mundo entre paréntesis, en el momento presente, y arriesgarnos al cambio personal a través del o con alguien que es diferente de nosotros mismos. Aventurarse en tal estado carente de ego es más fácil cuando nos sentimos como personas lo suficientemente independientes, con una estructura personal y un núcleo bien definidos». Un facilitador será en mayor medida congruente si se va descubriendo a sí mismo gracias a la vivencia del propio sentimiento, si va conociendo sus propias reacciones, si se da permiso para vivir la experiencia que afecta a su persona, si está abierto a nuevas experiencias sin negarlas ni falsearlas, si se permite vivenciar más ampliamente los sentimientos y las sensaciones, si realmente él mismo confía en su organismo como centro de evaluación y regulación de su propia conducta, si tiene deseos, en definitiva, de convertirse en un proceso continuo de evolución personal. El segundo nivel de congruencia es el que se refiere a la unidad entre la conciencia y la comunicación. Aquello que se ha hecho accesible a la con- ciencia es lo que comunico; se trata de explicitar lo implícito. Comunicar mi mundo interior nada tiene que ver con emitir juicios evaluativos, abarca más bien mensajes conectados a mi referente, a mi núcleo interno, a mi sensación global de algo. Al existir una conexión entre la verbalización de la experiencia y la sensación que se ha hecho explícita en la conciencia es perceptible una coherencia entre el lenguaje verbal y no verbal del facilitador. Esta percepción hace que el grupo se sienta impregnado de transparencia facilitadora que es generadora de gran potencial comunicativo y transformador. Este nivel de transparencia representa también hacerse vulnerable, mostrarse tal como uno es, expresar mis sentimientos reales y no disfrazarlos u ocultarlos. Implica comunicarme totalmente en un proceso progresivo que nos ayuda a pasar de la opacidad a la transparencia. También en este nivel puede producirse un desajuste temporal entre la conciencia y la comunicación: «Experimento una sensación de satisfacción cuando me atrevo a comunicar mi 16
realidad a otro. Esto está lejos de ser fácil, en parte debido a que lo que experimento varía en cada instante. Normalmente hay un desfase de tiempo, de momentos, días, semanas o meses, entre la experiencia y la comunicación. Tengo una experiencia, seguida de una sensación, pero sólo me atrevo a comunicarla cuando se ha enfriado lo suficiente para arriesgarme a compartirla con otro. Sin embargo, cuando logro comunicar lo que hay de verdadero en mí en el momento en que ocurre, me siento auténtico, espontáneo y vivo». Comunicarse es un riesgo que vale la pena correr. De este riesgo es más probable que surja, desde las profundidades personales y del grupo, una emanación de contenido comunicativo con significado emocional. Esta energía que emerge es la posibilitadora de cambio y transformación y, a causa ese cambio interno existen muchas posibilidades de interacción y encuentro y, al fin y al cabo, el encuentro es el alimento de la vida. Ésta es quizá la actitud más facilitadora y el fundamento de las otras disposiciones de empatía y consideración positiva. Si la empatía transmitida y el aprecio no provienen de la autenticidad se convierten en sí mismas en recursos y técnicas que no generan comunicación ni encuentro porque permanecen en el nivel de la habilidad y, como tal, es como si fueran exteriores a uno mismo porque no provienen de lo más nuclear de la persona. La autenticidad es impactante por sí misma y hace que las otras condiciones tengan efectividad porque son percibidas transparentemente, en caso contrario parecerían manipulaciones o falsificaciones de un rol especialista distante. También es posible que una persona realmente auténtica lleve aparejado un comportamiento empático y de consideración hacia el otro porque al transmitirse desde su núcleo se mantiene en o con su propio potencial que es de naturaleza constructiva. Por la confluencia de estas tres actitudes parece que al final, todo consiste en el estar presente. Es como dejarse llevar por la intuición que nace de uno mismo conectado y bucear en estas profundidades, dejándose estar, sin empujes ni aletas que ayuden a navegar, sino permanecer y sentir el balanceo a través del cual convergen las conciencias porque, en el fondo, todo es una mezcla líquida sin fronteras y no cabe sino sentirse parte de esta disolución y contemplar las reacciones transformativas que germinan permanentemente.
17
LINKOGRAFÍA Disponible en: https://books.google.com.pe/books? id=MVv2R11sxlkC&pg=PA9&lpg=PA9&dq=psicoterapia+o+relacion+de+ayuda&s ource=bl&ots=9H64LLcYvd&sig=Euy6EmaCJSH5po3k0JUTJyswp78&hl=es&sa= X&ved=0ahUKEwiGveP_wvDLAhUDOSYKHTCJDZsQ6AEIJTAC#v=onepage&q =psicoterapia%20o%20relacion%20de%20ayuda&f=false Disponible en: http://psicologiauce.blogspot.pe/2012/12/comunicacion-terapeutica-en-larelacion.html Disponible en: https://www.google.com.pe/webhp?sourceid=chromeinstant&ion=1&espv=2&ie=UTF-8#q=actitudes%20rogerianas
18