Constructores de paz en México
Constructores de paz en México
Perspectivas, procesos y acciones que desarticulan la violencia
Adela Salinas
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo / David Fernández Dávalos, sj
Introducción
Entrevistas El sacerdote: Alejandro Solalinde
La abogada: Andrea Medina
El pandillero: Carlos Cruz
La mediadora: Dolores González Saravia
La periodista: Elena Poniatowska
El defensor: Emilio Álvarez Icaza
El comandante: Julio César Viveros Aguilar
El empresario: Lincoln Carrillo
La monja: María de Jesús Zamarripa
El payaso: Mario Galíndez, Yayo
La feminista: Marisa Belausteguigoitia
La guerrera: Marta Fernández
La promotora: Paloma Saiz
El estratega: Pietro Ameglio
La articuladora: Sylvia Aguilera
El muralista: Tomás Darío
Conclusiones
Bibliografía
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO. BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO
[LC] HM 821 S35.2020 [Dewey] 305.972 S35.2020 Salinas,
D.R. © 2019 Universidad Iberoamericana, A.C. Prol. Paseo de la Reforma 880 Col. Lomas de Santa Fe Ciudad de México 01219
[email protected]
Primera edición: 2019 ISBN: 978-607-417-577-6
Versión electronica: 2020 ISBN: 978-607-417-704-6
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Hecho en México.
Digitalización: Proyecto451
Para Madres Patria Por nuestros hijos Un telar para la paz
PRÓLOGO
Este libro, Constructores de paz en México, mediante el discurso de sus dieciséis entrevistados, hace añicos nuestra idea de que las amenazas a la paz provienen de aquellos grupos humanos a los que conocemos menos, o nos son ajenos. No son, en nuestro caso, los terroristas, los inmigrantes, los jóvenes desempleados, ni siquiera la terrible delincuencia orga- nizada, quienes han roto o vulneran ahora la paz en nuestro país. Conforme nos adentramos en la lectura de estas páginas, caemos en la cuenta, en cambio, de que las verdaderas fuentes de inseguridad han sido, son y serán las que la mayoría de nosotros no podemos definir con precisión: la desigualdad social, el cambio climático y sus efectos medioambientales y sociales, la decadencia imperial del vecino del norte y sus “pequeñas guerras” comerciales, culturales, laborales; la impotencia política colectiva ante convulsiones distantes pero con un impacto destructivo local, como los conflictos en Medio Oriente, o la resurrección del peligro nuclear. Las de los grupos humanos diferentes son amenazas que los políticos de la derecha populista han estado agitando y ante las cuales estarán en mejores condiciones de explotar precisamente porque conducen con facilidad a la ira y al sentimiento de humillación de pueblos enteros. Sin embargo, no tocan siquiera los verdaderos riesgos para la paz, probablemente porque se benefician precisamente con el caos reinante. Los personajes entrevistados por Adela Salinas, de una extraordinaria variedad humana, de clase, oficio y género, poco a poco nos van convenciendo de que el fin prioritario que tenemos delante si queremos contribuir a la paz es la reducción de la desigualdad, porque es el desigual a todo tipo de recursos —desde los derechos hasta el agua— lo que desencadena el conflicto social y las violencias, y por esto mismo ha de constituir el punto de arranque de cualquier acción política y social de carácter progresista. Porque la desigualdad y la exclusión a la que da origen, no son únicamente problemas de técnica económica o de gestión social; son más bien algo que ilustra y agrava la desintegración social, son traba y resultado, rompen con la idea de que vivimos en comunidades en las que unos y otros somos corresponsables del destino individual y común, constituyen la mayor amenaza para la salud de la democracia y para la
estabilidad. Si seguimos siendo tan brutalmente desiguales, continuaremos perdiendo el poco sentido de fraternidad que aún nos resta, y la fraternidad, pese a su fatuidad como objetivo político, es una condición necesaria de la propia política, nos recuerda Tony Judt.(1) Así, la desigualdad no es sólo preocupante desde el punto de vista moral; también es ineficaz desde el punto de vista económico y social. Pero, además, los textos de libro que presentamos expresan la convicción de los “hacedores de paz” de que es necesario ahora promover, defender y enarbolar la disconformidad y la desobediencia responsable frente al actual estado de cosas. Ser verdaderamente transformadores. Lo que hoy sucede en México y el mundo es un desorden institucionalizado, es algo violento en sí mismo, es irracional y es un desafío. Necesitamos por ello, además de inconformarnos, realizar una conversación pública renovada, democrática, que incorpore a los sectores subordinados y marginados, los saberes no convencionales y alternativos para reabrir, entre otras cosas, las cuestiones locales y del Sur global en un escenario globalizado de manera asimétrica. Las personas aquí retratadas no son, por eso, pacifistas, sino pacificadoras: aspiran a construir condiciones estructurales suficientes para que vivamos bien y en paz. Resulta urgente establecer nuevas narrativas frente al pensamiento único y hegemónico, desarrollar un nuevo relato moral que reintroduzca la ética y la teleología —las preguntas sobre el sentido y la finalidad de las cosas— en la esfera pública. Las nuevas generaciones, los millennials, luego de conocer y experimentar los desastres que han provocado los políticos profesionales y la partidocracia, subordinados a los grandes intereses del gran capital, han llegado a pensar erróneamente que, al estar bloqueadas las vías convencionales del cambio, deben renunciar a la organización política y dedicarse solamente a grupos no gubernamentales centrados en un problema único y que no están manchados por el compromiso. Por consiguiente, lo primero que se le ocurre a cualquier joven que quiere “comprometerse” es afiliarse a una ONG internacional, como Greenpeace o Amnistía Internacional, o a tantas otras. La generosidad es indiscutible. Pero las democracias y la verdadera justicia sólo pueden existir en virtud del compromiso de sus ciudadanos y ciudadanas en la gestión de los asuntos públicos, de lo que a todos y todas atañe. Si algo nos dicen los entrevistados en esta obra es que es indispensable no renunciar a la política, ya que, de lo contrario, se estaría abandonando la sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales.
Aunque los protagonistas seleccionados para este trabajo realizan su labor constructora de paz en campos particulares como las iglesias, los derechos humanos, las barriadas, los medios, la policía, los hospitales, el campo del género, la difusión cultural, las bellas artes, ninguno de ellos renuncia ni postula la superación de la actividad política universal para el logro de la sociedad justa y pacífica por la que están luchando. Al contrario, la suponen. La construcción de la paz atraviesa todos estos campos y muchos más, pero no podrá conseguir sus objetivos si no atiende a la creación de nuevos modelos sociales, económicos y políticos que desplacen la centralidad que ahora tiene el capital para poner en su lugar a las personas y sus derechos. El mosaico que ofrece este trabajo esboza el rostro, así sea en trazo grueso, del tipo de sociedad y cultura que requerimos para que la paz sea un patrimonio para todos y todas. Enhorabuena.
DAVID FERNÁNDEZ DÁVALOS, SJ
1- Tony Judt, Algo va mal. Taurus, México, 2011.
INTRODUCCIÓN
“Desarmad el espíritu agresivo de tu oponente y se rendirá de manera natural sin lastimarse”, es la frase de Õ-sensei Morihei Ueshiba, creador del arte marcial Aikido (arte de la paz), que detonó en mí la necesidad de buscar gente con una sensibilidad parecida a la de él, capaz de llevar a cabo prácticas pacíficas para combatir no sólo las estrategias de guerra de los detractores de México, sino justamente su espíritu agresivo y que, además, proponga nuevos sistemas donde la violencia ya no tenga lugar. Nada mejor que esa frase me hizo entender las célebres: “No hay camino para la paz, la paz es el camino” y “Sé el cambio que deseas ver en el mundo”, de Mahatma Gandhi, por cierto, seguidor de León Tolstoi, quien afirmaba que no podía haber cambio social si no se observaba, primero, el cambio en las personas. Aunque parezca extraño, no estaba lejos de encontrar otros detonantes de mi necesidad. Uno de ellos lo leí en la novela El reflejo de lo oscuro, en la que su autor, Javier Sicilia, recrea la transformación completa de un asesino en santo, gracias a que en su proceso legal interviene un abogado incorruptible, cuyo sentido de la justicia consiste en recuperar la dignidad del acusado, y en su proceso personal, un sacerdote que, a través de la fe, lo reconecta con su esencia como ser humano. Guardando la proporción en tiempo, espacio y circunstancias, algo parecido le sucedió a Carlos Cruz, uno de mis entrevistados, pues participó durante mucho tiempo en grupos delictivos y experimentó una transformación total al grado de crear una organización que ayuda a evitar que los jóvenes caigan en la criminalidad y ayuda a que salgan de ella. Su voz, manifiesta desde la experiencia directa en las siniestras entrañas del sistema, es la única que puede meternos hasta el núcleo del más oscuro laberinto y ayudarnos a dar con la salida más luminosa. Y si a ello le agregamos a una abogada con verdadero sentido de la justicia,
como Andrea Medina, fiel a su lucha contra toda manipulación y trampa legal para defender la causa de las niñas, los niños y las y mujeres que han sido atropellados física, psicológica y legalmente en todos sus derechos fundamentales, y la vivencia de Alejandro Solalinde, el sacerdote caminante que ha defendido la causa de los migrantes, conservando la luz de la fe, la fuerza del espíritu y una compasión sin límites, podemos empezar a llenar el tablero estratégico para observar lo que Alessandro Baricco dice en su libro Los bárbaros: “Si hay una mirada lógica en el movimiento de los bárbaros, sólo resulta legible para una mirada capaz de ensamblar las diferentes partes. De otra manera, es tan sólo una charla de bar”. Así, en este ensamblaje de constructores que nos permite ver el panorama del sistema mexicano desde todos los ángulos —porque según Baricco “vemos los saqueos, pero no conseguimos ver la invasión. Ni, en consecuencia, comprenderla”—, se encuentran dieciséis entrevistados que han destacado por sus acciones de muy distinta índole, pero que sin embargo confluyen en la vertiginosa búsqueda de la paz y la no violencia. Sus respuestas dan constancia de una experiencia de vida dedicada a la defensa de la causa, y esto les otorga un liderazgo en sus respectivas materias. Hay una gran riqueza en información porque cada uno habla de sus referentes ideológicos, históricos y filosóficos, de su rol social y político, de las causas que defienden, de su forma de enfrentar los conflictos y las amenazas, del discurso que manejan, los miedos que vencen, sus estrategias, tácticas, vínculos, aspiraciones e influencias para crear un sistema pacífico y democrático. Sus respuestas ayudan a ver nítidamente los hilos que se mueven dentro de los esquemas de protesta y los movimientos sociales, y dan pautas para saber cómo romper lo que no ha funcionado en la reconstrucción del país, así como a sumarse a la defensa de la causa de una forma renovada y creativa. Si algo me llamó la atención durante la etapa de las entrevistas fue encontrar en ellos un profundo sentido humano, gran sencillez, apertura y disposición para compartir sus fuertísimas experiencias, pero que les han dado una base sólida de conocimiento sobre la cual descansan y de la que toman fuerte impulso y firmeza para sostener y hacer visibles los derechos humanos en función de un sistema más justo, digno, seguro y libre de violencia. Escucharlos me ayudó a cambiar la percepción que tenía, así como la de muchos mexicanos, de que “no hacemos nada”. Ahora me parece que ante la imponente
ola de violencia en este país tan devastado por todos lados, ha crecido, en la misma proporción, un desasosiego por parte de la sociedad con la consabida animadversión a colaborar de forma directa y activa por el cambio radical que imploramos, pero que esa falta de disposición se debe no a la indiferencia tan mentada, sino a que no hemos encontrado los mecanismos eficaces para lograrlo, ni los medios afines a nuestras distintas sensibilidades y formas de vida. El sistema político, desde siempre, se ha encargado de mantener una subdivisión ideológica, social, económica y educativa, de tal manera que ha sido imposible unificar la gran fuerza que sí tenemos pero que no opera de una forma atinada y contundente en tanto esté desperdigada. Ya lo habría escrito Ueshiba en El arte de la paz: “Traza un círculo alrededor del centro de un ser humano. En el interior de ese círculo radica todo el poder físico. Fuera de ese círculo, incluso el ser humano más fuerte pierde su fuerza. Si puedes inmovilizar a tu oponente fuera de su esfera de poder, entonces podrás controlarlo incluso con un solo dedo”, de ahí la importante intervención en este libro de la maestra de Aikido, Marta Fernández, pues sólo ella, con el profundo cultivo de esta disciplina, es quien puede ampliarnos el panorama de la paz al situarnos en el centro de gravedad de nuestro propio universo para neutralizar cualquier gesto de violencia. Las voces aquí reunidas son fuentes de inspiración que, desde varias trincheras, ofrecen los mapas adecuados para que, a la distancia, veamos todos los rumbos posibles, tomemos el más adecuado y conservemos una visión amplia en los caminos pedregosos. Es preciso mencionar que quienes aparecen en este volumen, han dedicado y expuesto su vida en beneficio de la causa de terceros y su manera de abordar los conflictos es distinta a la de las víctimas de la violencia, cuyo activismo fue generado justamente a raíz de una tragedia personal. Así, ante las distintas formas para colocar los cimientos sobre los cuales se edificará una conciencia del bien común, no hay como entrar al terreno de cada persona entrevistada para sentirnos en una guarida cálida construida con el alma y experimentar en carne propia la transformación de nuestros conflictos. Por eso, no hay como lanzarse a las espirales de Marisa Belausteguigoitia, para viajar al infinito mundo del conocimiento que se adquiere en los lugares más marginales de los marginales y encontrar en el arte la gran puerta de la libertad, o en los murales de Tomás Darío, creador de narrativas en fachadas para manifestar las necesidades de las colonias y, a la vez, generar vínculos entre los
vecinos y las comunidades, o empujar el miedo, como lo hace Yayo, el kilométrico payaso que ha caminado largas travesías para desarmar la violencia de las más amenazadoras fuerzas armadas con el recurso de la risa. No hay como sostenernos de la mano firme, cálida y segura de Emilio Álvarez Icaza que, por haber nacido en la cuna de la disidencia en México y haber sido presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, no permitiría que cayéramos en las trampas de la represión. Y, después de conocer a Julio César Viveros, fiel escolta del poeta Javier Sicilia, no nos atreveríamos a separarnos de su mirada siempre alerta y vigilante, así como de su presencia siempre dispuesta a entregar la vida por uno. Y si hablamos de presencia, habrá que estar cerca de Dolores González Saravia, maestra en el diálogo para generar paz entre los bandos opuestos, y ver cómo basta con que ella se coloque físicamente al centro de cualquier conflicto para que éste se disuelva por completo, pero también habrá que escuchar las estrategias de Sylvia Aguilera, experta en articular, adaptar y poner en marcha los mecanismos de paz que ha aprendido y traído de países lejanos, y tratar de ser tan alto como Pietro Ameglio, no por su estatura física, sino por su gran pensamiento y su camino gandhiano que lo ha llevado a formular las estrategias de no-violencia y resistencia pacífica con las que ha ayudado a movimientos enteros, como el de Paz con Justicia y Dignidad. Para ello, habrá que cultivar un verdadero sentido de ciudadanía y bien común, bajo el liderazgo de Mary Chuy Zamarripa, quien ha trabajado durante años en la educación por la paz dentro de las miles de escuelas privadas que pertenecen a la Confederación de Escuelas Particulares que ella preside, o el de Lincoln Carrillo, tejedor de fuertes y flexibles redes empresariales de inclusión y diversidad promovidas y alentadas por el movimiento LGBT. Pero, si de redes se trata, es imposible dejar de lado las que Paloma Saiz ha lanzado para capturar a los promotores de la ignorancia y la ignominia, y así, liberar las letras para que lleguen espontáneamente a las manos de sus respectivos lectores y se forme un país más culto y armado contra las tiranías. Después de esta travesía, no tendremos más remedio que convertirnos en Todo México y resguardarnos en el regazo de Elena Poniatowska, la gran Elenísima, mil veces única, que maneja el tren que pasa primero por todos los lugares y recovecos presentes y pasados para documentar la despiadada, caótica y aguerrida, pero maravillosa vida de México con esa sonrisa abierta que siempre tiene y en la que bien se reflejan las palabras de Morihei Ueshiba: “Cuando tus
ojos se encuentren con los de otra persona, salúdala con una sonrisa y te la devolverá. Esta es una de las técnicas esenciales del arte de la paz”. No me queda más que agradecer a todos y cada uno de ellos, constructores de paz, actores del cambio, arquetipos de esta construcción del conocimiento y la justicia, y también a quienes, de forma pública como anónima, han participado e influido en este proceso de transformación.
A.S.
EL SACERDOTE
Alejandro Solalinde
A cualquiera se le hubiera apagado la sonrisa después de tanta amenaza por parte del crimen organizado, el gobierno y la Iglesia, pero la del padre Alejandro Solalinde sigue tan fresca y alegre como una sandía, sobre todo cuando se trata del tema de la paz, que es lo que más le interesa transmitir por encima de las guerras que le declaren. Aparece rodeado por sus cuatro escoltas a quienes llama “mis ángeles de la guarda”, y ya una vez dentro del espacio correspondiente, cada uno toma su propia distancia, pero sin dejarlo de observar con atención. Cuando los migrantes centroamericanos, provenientes de Tecumán, Guatemala, cruzaban el río Suchiate hasta pisar territorio mexicano, donde el ejército les arrebataba sus papeles para rompérselos en la cara con la afirmación de que eran falsos, el padre Solalinde llegaba para ayudarlos a recuperar sus pertenencias, pero, sobre todo, su dignidad y fue así que se involucró en la vida de los migrantes hasta que la convirtió en su causa principal. Así, el 26 de febrero de 2007 fundó el albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca, que a la fecha los recibe con las puertas abiertas y en el que encuentran agua, comida, cuidado sanitario, ayuda psicológica y asesoría legal. “Se habla de los familiares de los desaparecidos, pero cuando se trata de los migrantes desaparecidos, ni los familiares los buscan porque no tienen recursos. En mi colectivo hemos contado más de diez mil migrantes desaparecidos”, dice Solalinde. En una entrevista que le dio a Elena Poniatowska para La Jornada (16 de julio de 2017), declara que en enero de 2007 interrumpió el sexto secuestro masivo de migrantes y fue a partir de ahí que le llovieron las amenazas porque aquella vez boicoteó el negocio de los tratantes de blancas y de órganos. Su vocación de servicio, amparada por una absoluta fe en Jesús del Evangelio según San Marcos —como le dice a Poniatowska—, pues en él descubre a un
Jesús joven y en conflicto, lo ha llevado a renunciar a la obediencia frente a la jerarquía de la Iglesia católica que considera injusta porque, como él insiste, ha mostrado total indiferencia ante el tema. Nacido en Texcoco, Estado de México, el 19 de marzo de 1945, Alejandro Solalinde Guerra no abandona sus propósitos, aunque a los 67 años de edad y con el cargo de coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano haya tenido que salir del país por fines de protección ante las amenazas de muerte, según él por parte del gobernador Ulises Ruiz, como sucedió en abril de 2012, cuando defendió a mil quinientos migrantes que recibían insultos mientras se dirigían al albergue Hermanos en el Camino. Al regresar de su autoexilio, fue con los priístas para pedirles que hicieran un acto de contrición por sus errores y abusos cometidos durante los 71 años que han permanecido en el gobierno. Fue por la insistencia en su defensa de las causas oprimidas ante la extrema violencia en el país, que el presidente Enrique Peña Nieto le otorgó el Premio Nacional de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de ese año y el sacerdote aprovechó el foro de premiación para decir: “Estamos en la casa no del hombre más poderoso de México, sino del primer servidor de México”, e invitó al gobierno a escuchar a las mujeres, a los jóvenes y a la sociedad civil para construir un nuevo México. El padre Solalinde ha recibido varios premios y reconocimientos, entre los cuales están la Medalla Emilio Krieger, por parte de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos (ANAD); la Medalla Calasanz, de la Universidad Cristóbal Colón de Veracruz; el Premio Paz y Democracia en la categoría Derechos Humanos; el Premio Pagés Llergo de Democracia y Derechos Humanos; el Reconocimiento Corazón de León, de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de la Universidad de Guadalajara; el Premio Testigo 2012, otorgado al documental El albergue, el cual narra su historia, y finalmente fue postulado para el Premio Nobel de la Paz 2017. Perteneció a la orden de los Caballeros de Colón. Estudió dos años en Letras Clásicas en el Instituto Preparatoriano de los padres Carmelitas de Guadalajara y Filosofía y Teología en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos. Obtuvo su licenciatura en Historia y otra en Psicología en la Universidad Autónoma del Estado de México, e hizo una Maestría en Terapia Familiar Sistémica. Fue ordenado presbítero por monseñor Arturo Vélez, obispo de Toluca.
Todavía le ha dado tiempo de escribir el libro El Reino de Dios. Replanteamiento radical de la vida, de la editorial jesuita Buena Prensa, y, en coedición con la antropóloga Ana Luz Minera, Los migrantes del sur, en editorial Lince. También ha participado en la cinta La jaula de oro, del cineasta español Diego Quemada-Díez.
Todos somos migrantes
— ¿Cuál ha sido su experiencia como constructor de paz? — Antes de hablar de eso, me gustaría describir lo que entiendo como paz. Para mí, la paz es el resultado final, pero no último. Hay paces parciales en un proceso continuo de construcción. Es decir, se tiene que seguir ese proceso para encontrar la paz, pero luego hay que seguir construyendo las condiciones para obtener de nuevo la paz. Yo concibo la paz definitiva y última como el Reino de Dios, que es la Pascua; es decir, el cúmulo de todas las empresas, necesidades, esperanzas y anhelos compartidos no individualmente, sino en comunidad. El primer paso para construir la paz no es la conciencia moral, sino la conciencia psíquica total, que se alimenta de una visión diferente, pero la visión debe tener referentes. Para mí, el referente principal es Jesús, pero no el Jesús oficial, que es objeto de culto, sino el Jesús vivo, el joven de Nazaret que está presente en los Evangelios y que nos enseña cómo ver de otra manera a los interlocutores de ese diálogo de la vida: Dios, yo mismo, nosotros, y que también nos da la conciencia de ubicarnos. Podemos tener muchas ilusiones y montajes mentales, pensar que somos más que otros porque sabemos, tenemos o podemos, pero en realidad, Jesús nos baja del pedestal y nos redimensiona. Sobre la dignidad humana, nos enseña que todos somos iguales y diferentes. La única relación que acepta es la igualdad entre los mortales. Somos hermanos y a partir de ahí nos relacionamos con Dios como Padre con todas nuestras necesidades integrales. Esto, en automático, nos convierte en indigentes existenciales.
Jesús dice que somos personas en camino, que no estamos llamadas a vivir siempre aquí porque tenemos pendiente una vida plena y definitiva en la vida eterna. Entonces, somos migrantes, somos caminantes y somos hermanos porque compartimos el camino de la vida. Nadie puede decir que no es migrante. Somos indigentes existenciales porque todos tenemos las mismas necesidades básicas, que no son las necesidades superfluas inventadas por el sistema capitalista, sino las reales, mínimas, como la alimentación, el agua, el aire, el sol. Todos debemos cubrirnos por el calor y por el frío. Dependemos del descanso y dependemos de los demás. Nadie puede vivir sin los demás. Los pobres dependen por amistad, por humildad; los ricos dependen de los pobres, pagando sus servicios. Un magnate tiene las mismas necesidades que una persona muy pobre, pero él no se da cuenta porque tiene pagado su servicio. Somos indigentes existenciales porque, aunque no lo queramos reconocer, somos dependientes de Dios. Tarde o temprano, en algún momento de nuestra vida, tenemos que reconocer que Dios existe y que todo lo demás es relativo. Voy a poner un ejemplo: si lees con atención El universo y el doctor Einstein, de Lincoln Barnett, te quedarás con una sensación diferente de tu ubicación cósmica porque te hará ver que en el mundo y con toda la grandeza que puedes ver en las construcciones, en el dinero y el lujo, estamos sobre un polvito flotando en el universo. Eso es la Tierra: un polvito flotando en el universo, pero que se sostiene gracias a esa fuerza misteriosa que Einstein nunca pudo explicar porque él era un hombre de fe. Respetaba los alcances de la ciencia y creía en Dios. — ¿A usted qué experiencia concreta le dejó esa lectura? — Me ubicó y me hizo relativizar todo. Es una parte de la ciencia que te dice un dato exacto. No sólo explica el movimiento y la famosa ley de gravedad, sino que profundiza en lo que es la Tierra, de ahí que diga que estamos parados sobre un polvo flotando en el universo. Nosotros pensamos que esta ubicación geográfica que tenemos lo es todo, pues no. Necesitamos redimensionarnos para saber que somos indigentes. Si no entendemos eso, estamos desubicados y no podemos tener una visión importante. Por eso insisto que, para una construcción de paz, en primera, hay que ubicarnos en la conciencia existencialmente, aceptar que somos caminantes, que somos migrantes, hermanos en el camino e indigentes y, en segunda, descubrir el orden
que Dios ha creado. Hay mucha gente que se dice atea, pero hay cosas que no se pueden explicar tan fácilmente o que no se pueden explicar. Como ejemplo, pongo mi caso: algo que me apasiona es la ley de la entropía. Me fascina ver cómo es posible que las células poseen toda la información que tiene cualquier otra célula, pero ¿qué es lo que hace que unas células se comporten para ser nariz y no otra cosa?, ¿qué es lo que hace que otras células se comporten para ser manos, huesos y cabello? Hay un orden. También me sorprende la maravilla del sistema inmunológico. Aquí es cuando empezamos a entender quiénes somos, quién es el otro y quién es Dios. Una vez que se ha comprendido la identidad de los interlocutores en el diálogo de la vida, todo es más fácil porque es cuando se entiende que todos somos diferentes, pero iguales. — ¿Comprender eso es la paz? — Es parte de la conciencia, pero la paz también significa respeto, significa justicia. Para hacer algo, no te puedes basar en la desgracia o desventaja de los demás. El amor es el principal lente por el cual miras la vida y miras todo. Entonces, viéndolo desde ahí, si camináramos en el mismo proceso, llegaríamos a las paces parciales, que son pequeños avances, para después llegar a la paz total. — ¿Y cómo podemos detectar esos avances? — Cuando logramos fruto de consenso de la conciencia, del amor, de la solidaridad, cuando creamos estructuras que garantizan el mínimo de derechos humanos y de cuidado por el otro, el mínimo de bienestar para que todos estemos bien, es un signo de paz. Naciones Unidas es paz por ser una convención internacional que nos da unas reglas mínimas de juego para poder convivir como humanos y como hermanos también. — Es decir, ¿la construcción de paz tiene que ver con la manera en la que nos relacionamos? — La paz es el fruto de las relaciones de vida de amor y respeto con Dios, con nosotros mismos, con los seres humanos, pero también con la naturaleza. Tú no puedes hacer a un lado a la naturaleza. La naturaleza es vida: vida vegetal, animal. Está conformada por seres vivos, aunque no nos entendamos, pero tenemos que cuidarla porque vivimos junto con ella, no en una propiedad, sino
en nuestra casa. La vida es prestada y por eso somos pasajeros, somos transitorios, y los que vienen atrás la necesitan. Por eso tenemos que dejar una casa sana, limpia ordenada y bien equipada. Algo que iro y aprendo de los gringos es cuando usan las cosas y las dejan limpias para quienes llegan. Ésa es una gran enseñanza porque así es la naturaleza. En cambio, en México dejan los trastes sucios sin importar quién llega después. A la naturaleza, hay que cuidarla como si fuera sagrada porque el dueño es Dios y los s somos nosotros. Por eso no debemos contaminarla. Es inmoral y monstruoso que algunos magnates o países ricos piensen que, por el hecho de tenerla, ya pueden disponer de ella, horadarla, contaminarla o destruirla. Nada más mira esas horribles mineras de Canadá que vienen y dejan todo destrozado, la comunidad dividida y confrontada para recoger el oro y largarse. Y es más monstruoso que el gobierno esté de acuerdo y lo permita bajo el nombre de la autoridad.
Amor y paz
— ¿El amor y la paz van de la mano? — No puede haber paz si no hay amor. El amor es el ingrediente número uno de las relaciones con Dios, conmigo mismo, con los demás y con la naturaleza. San Francisco amaba a la naturaleza y se hermanaba con ella. Otro concepto de percibir lo sagrado es hermanarse como parte de un orden que da vida y que da sentido a todo. — En ese sentido, ¿Dios es una experiencia? — Sí. — Entonces, a la mejor los ateos no han tenido la experiencia… — Creo que sí. Yo ya no puedo hablar de ateos. Hay ateos que son más creyentes. Una persona se puede decir atea, pero luego resulta que es la más comprometida con los derechos humanos y voluntariamente da su vida por los demás. Así que yo creo que sí puede haber ateos, pero del Dios oficial. Son ateos
de ese Dios que les choca, que no checa con la justicia y la inclusión. En cambio, he conocido personas religiosas que son ateas prácticas porque creen en Dios, pero pisotean los derechos de los demás. Pongo un ejemplo: Donald Trump. Él es religioso, pero mira cómo trata la obra de Dios y cómo trata a los demás. Es un religioso ateo práctico porque desprecia a las mujeres, a los migrantes, a los homosexuales y a las personas que no son de su raza. — ¿Ser indigentes nos da un sentido de humildad? — Sí, claro, pues somos humildes. Santa Teresa decía: “La humildad es andar en verdad”, y fíjate de dónde viene la palabra humildad: “Humus”, que quiere decir “lodo”. Es nuestro origen, somos del lodo, pero, además, la humildad te dice la verdad. Un indigente es una persona que vale mucho, pero no por eso deja de considerar su indigencia porque es parte de la condición de todo mortal. Todo mortal es indigente, es migrante, y eso nos hace iguales y saber eso nos hace humildes. Cuando alguien se considera superior a otro, ya no ama. Por ejemplo, cuando me hablaron del Premio Nobel de la Paz, supe que ese premio es un primer lugar, pero ese primer lugar significa dejar atrás a todos los demás. Excluye a todas las personas que están haciendo un trabajo importante. Hay muchas personas que se están jugando la vida por los demás, así que todas son importantes, valen mucho; entonces, cualquiera de ellas merece ganar. — Y si se lo hubieran dado, ¿lo hubiera aceptado? — Sí lo hubiera aceptado para la causa que defiendo, pero hubiera tenido que reconocer a las otras personas que no estuvieron ahí y decir que no fui el único y mucho menos el mejor. El amor te impide pensar que eres mejor que los demás o el ganador. Cuando amas no puedes pensar que tú eres el ganador y tus hermanos los perdedores, sino que todos somos una comunidad en lucha y que, por lo mismo, to- dos somos ganadores. Hay que ver a los seres humanos más allá de la honorable fachada, más allá de los roles, del paquete, del trajecito y verlos como son. Cuando conozco a una persona famosa, así sea el Papa, pienso en ella como un ser humano. La imagino en la intimidad igual que todos. Las personas famosas van al baño, tienen que descansar, vestirse, comer. Y escuchas en ellas cosas muy cotidianas porque son humanas.
Libertad y tortura
— Desde su visión tan espiritual, en el sentido integral del término, de unión entre los seres humanos, ¿cómo ve a las personas detractoras y violentas? — No las veo como personas malas, sino como personas en proceso de aprendizaje. Son analfabetas moral y éticamente hablando, que, incluso, se dañan a sí mismas. Puedo ver a un Donald Trump tan ciego, que se la ha pasado acumulando dinero y echó a perder la única vida que tiene. Sólo apostó por los bienes materiales. ¿Qué va a pasar cuando tenga que partir? Tendrá que dejar todo y comprenderá el fracaso de su vida. Una persona “exitosa” se suicida lentamente porque está desperdiciando la única oportunidad que tiene de vivir y de disfrutar a sus hermanos. Tan bonito que es sentirse en el camino. Entonces yo veo así a esas personas. No me enojo con ellas ni las odio. Yo no odio a nadie. Las veo con compasión, con ternura incluso, porque antes de ser victimarias, son víctimas. Nadie les enseñó la visión del amor ni a sentirse humanas y mucho menos a disfrutar su camino con los demás. Por ejemplo, a mí me han ofrecido casas y terrenos. Un día me dieron una casa en Malinalco y la acepté para la fundación que quería hacer, pero cuando vi que no la necesitaba, la regresé porque, imagínate, para una persona que tiene un concepto de la dinámica del camino como yo, que te ofrezcan eso, es un atorón. ¿Para qué quiero eso?, si en la mañana estuve en una casa donde pude desayunar espléndidamente con unos grandes amigos. — ¿Le gusta la libertad? — Para mí, la libertad es básica. Yo no puedo vivir sin ella. Si tú me arraigas, me muero. Yo te aseguro que, aunque estuviera en una cárcel, no perdería el sentido del camino, de ser indigente y migrante. — Ya ha estado, ¿no? — Sí. Físicamente yo puedo estar inmovilizado, pero mi espíritu sigue siendo de caminante. Mi espiritualidad es el camino.
— Y en este camino con los migrantes, ¿qué fuerza lo sostiene? ¿Cómo opera la fe en todo este andar? — La experiencia y la ciencia son fantásticas, pero la dimensión de la fe es increíble, es la visión integral. Es otra dimensión. Ahí no puedes probar nada, ni a favor ni en contra, pero resulta que ahí todo checa. La fe es una lente que te permite ver más profundamente las cosas y te hace trascender. — Alejandro Jodorowski dice que cuando estás conectado, todo te habla… — Es eso. Si estás conectado con la fe, si estás conectado con Dios, automáticamente todo lo demás se acomoda, se ordena y te da un sentido maravilloso. Por eso yo no le tengo miedo a la muerte, pues para mí no es un final trágico. Es un final, sí, pero que habla de una vida que termina para pasar a la dimensión de la vida permanente y que no puede ser mala porque está Dios y las personas que has amado. Una experiencia fantástica de comunión que aquí, en la Tierra, no se ve. — Por las circunstancias de amenaza que ha vivido, ¿le tiene miedo al dolor? — Al dolor sí, pero te voy a contar algo chistoso: cuando me estaban buscando los Zetas y los no Zetas, yo decía: “A mí no me van a dar un par de balazos, sino me van a torturar”. Imagínate a cuánta gente le he estorbado su fiesta de negocios. Yo no los odio, pero ellos seguro sí me odian, y entonces pienso que el día que me agarren se van a desquitar de todo lo que, según ellos, les he hecho. Entonces, claro que le temo al dolor porque la tortura es una forma de destrucción, y a mí me repugna todo lo que sea destrucción de cualquier parte de la vida de un hombre. Pero, aun así estoy confiado y seguro de que Dios me daría la fuerza para superarlo y que la fe me acompañaría para soportar lo que fuera. — ¿Nunca lo han torturado? — Me han golpeado. Me han roto la nariz. Tuve que operarme dos veces, pero lo que me sobrepone es la fe. Fíjate que cuando sufres una agresión, te preguntas: “¿por qué me hicieron esto?” y “¿por qué a mí?”, y hasta culpas a Dios. Pues conmigo no es así. Cuando Jesús, torturado, estaba a punto de morir, dijo: “Perdónalos, Dios, porque no saben lo que hacen”. Él da respuesta a todo.
La cultura del castigo
— Como sacerdote, ¿qué piensa del sistema de castigo que promueve la Iglesia? Parece que, culturalmente hablando, se ha comprado la idea del castigo y se piensa que ésa es la vía idónea de corrección. — Bueno, eso que llaman “la Iglesia” no es toda la Iglesia, es solamente la parte eclesiástica. La idea de la punición eclesiástica es la interpretación de unos cuantos; es la versión del Jesús oficial, pero no es la versión del Jesús real. El Jesús real jamás habla de castigos, sino de aceptación, amor y acompañamiento; pero la gente no sabe eso y no distingue. La Iglesia católica sí ha hecho una cultura de castigo, de la punición y del miedo. A través del temor, ha tenido controlada nuestra conciencia. Hay que crecer y madurar. A un niño se le asusta con el Coco, pero una persona adulta ya no se asusta con él. Esto quiere decir que tenemos que conocer al Jesús de los Evangelios y darnos cuenta que la institución de la Iglesia se volvió como los fariseos que atacaron a Jesús y que dividió a la sociedad en dos: en los que merecen y los que no merecen; en los puros y los impuros, haciendo esto mediante la triple acción de juzgar, etiquetar y excluir. Hay muchas contradicciones dentro de la Iglesia católica. Por ejemplo, los sacramentos son medios de salvación, pero en la práctica no los son. La Comunión no es un medio, es un fin. No va ahí el pecador que comulgue para ser mejor, sino que hay que ser bueno y casi santo para poder comulgar. La comunión no se da como un medio para transformarnos y liberarnos del pecado y aceptar la Gracia, sino se da como un premio a los buenos y se excluye a los malos y se les juzga, etiqueta y excluye. A ver: “tú eres adúltero, no puedes comulgar”, “tú eres de la diversidad sexual, no puedes comulgar”, “tú vives con una pareja del mismo sexo, eres indeseable y no puedes comulgar”. Jesús jamás hizo eso. Es más, en la última cena, que fue la primera misa, tuvo la posibilidad de darnos una enseñanza de punición cuando dijo: “Uno de ustedes me va a traicionar” y señaló a Judas, pero le dio la Comunión y respetó su voluntad. A diferencia de Jesús, nuestra Iglesia es juzgona y excluyente. Por eso necesitamos cambiar al Jesús oficial por el Jesús de los Evangelios. — ¿Todo este asunto de juicio y exclusión perpetuado por la Iglesia católica ha
contribuido a crear sociedades violentas? — Ha hecho sociedades más miedosas. No han sido educadas en el amor y entonces optan por la violencia. Una persona que está educada en el amor no tiene porqué maltratar a sus hermanos, sino al contrario, los cuida en forma sagrada. Los trata como algo sagrado, como lo que son y no los daña, porque al hacerlo, se daña el Templo de Dios. — ¿Cómo se le trata de forma sagrada a una persona? — El Reino de Dios es una relación del Padre con nosotros, de nosotros con Él y de nosotros a través de Cristo: “Por Cristo, con Él y en Él”; entonces, la clave para entender el Reino de Dios son las relaciones humanas. Por lo tanto, hay que mejorarlas, pero éstas suponen interlocutores que hay que conocer y aceptar. También suponen un diálogo, que es el sacramento del Reino de Dios. Si no hay diálogo, que es una mediación, no puede haber Reino de Dios. Puede haber un diálogo con las miradas, con la presencia, con las actitudes incluso, y esto significa una revolución porque es cuando nos replanteamos: quién es Dios, quién soy yo, quién es el otro y quién es el ser humano. Yo tengo varias maneras de concebir a las personas: según mi idea, según la idea humana y según la revelación de Dios. Y tengo muchas versiones de Dios, pero la de Jesús es clara, es una verdad revelada. Puedo tener varios conceptos de la gente, pero el concepto de Dios me dice que su hijo Jesús dio la vida y pagó con su sangre el valor de la persona, y no lo hizo con el afán de que rece o se vuelva más perfecta o santa, sino con el de crear buenas relaciones. Ese principio, aplicado a todos los campos de la vida, generaría relaciones políticas, económicas y sociales justas, pero éste es un cambio que nace de la conciencia, de la fe. — El Sagrado Corazón de Jesús, con su corazón abierto, ¿sería una representación de todo esto que dice? — Sí. El Sagrado Corazón de Jesús es una devoción, pero yo puedo ser muy devoto de Él y no hacerle caso. Puedo tener mi estampita y nunca platicar con Él, abriendo los Evangelios cada día. Él mismo dijo: “No me digan ‘Señor Señor’, si no hacen lo que les digo. Hagan la voluntad de mi Padre”. Jesús se quejaba de quienes no lo escuchaban y por eso un día le reclamaron sus discípulos: “¿Por qué les hablas en parábolas?” “Pues para qué les hablo de otra
forma. Oyendo no entienden, viendo, no ven. Pero a ustedes se los explico en privado”.
Las enseñanzas de Jesús vivo
— ¿Cuál sería la construcción de paz adecuada para que toda esta sociedad violenta y violentada sane? — Por parte de la Iglesia católica, la violencia es fruto de la omisión, y esto es porque no ha formado a las personas en la palabra de Dios en el Evangelio. No ha logrado que la gente se encuentre con el Jesús vivo. Más bien promueve la versión oficial que usa a Jesús para justificar actitudes y vigencias culturales judías, agresivas, que todavía vivimos, como el caso de la exclusión de la mujer. Toda la violencia ha sido el fruto de no enseñar el encuentro con el Jesús vivo, quien nos lleva de la mano a su amistad, nos enseña otra visión, una relación nueva y que nos lleva a un mundo diferente, que es el mundo del “hombre nuevo”, cuyo significado es el pueblo de Dios. Dios nunca nos va a llamar individualmente para que nos quedemos encapsulados en Él. Todos estos milenios han hablado en nombre de Jesús, y mira el desastre de Iglesia y de mundo que tenemos. Eso quiere decir que ese Jesús no sirve. Por eso tenemos que recomenzar desde otro Jesús. Hemos hecho cosas graves que nos han generado violencia y es cuando recurro al Jesús verdadero, quien saludaba como todos: “Shalom”, pero nunca les dio la paz sino hasta que resucitó. Él dice: “Mi paz les dejo, mi paz les doy”, pero no se las doy como la ve el mundo. La paz que Él propone es integral, una paz que viene a ser como la corona de todo un proceso de convivencia y de relaciones humanas con los valores que nos enseñó, así, sin ídolos. Él nos propone a Dios como Padre, pero también con características de Madre, y es de esta forma integral que nos invita a relacionarnos con los demás. Pero ahora tenemos una Iglesia que no ha hecho nada con la paz en este México tan violentado porque hay obispos que han recibido millones, y eso lo sé por testimonio de uno de ellos y no estoy inventando. Cuando digo las cosas, es porque tengo información.
La mujer en la Iglesia
— Padre, ¿de dónde saca la Iglesia que la mujer es inferior? — De la tradición bíblica judía. — ¿A partir de la figura de Eva, cuando la culpan de la caída del paraíso y de la creación del pecado original por haberle dado el fruto del árbol prohibido a Adán? — Para empezar, la pobre de Eva no existió. Esa historia es un revestimiento literario, una manera de explicar el comienzo de la humanidad. La Biblia no es un libro científico, sino un libro de fe en el que se dice cómo fue que Dios empezó con la supremacía del hombre, porque el hombre, en la mentalidad de la cultura judía, era el patriarca. Si lees correctamente, en El Génesis sacan a Eva de la costilla de Adán; eso es igualdad. Los dos tienen el mismo origen. — No es igualdad porque ella nace de él, según El Génesis. — Pero es una versión equivocada porque Adán tuvo que haber tenido una madre. No pudo haber nacido de la nada. Hay que entender el poligenismo, no monogenismo, porque es muy difícil creer en una primera pareja cuando estamos hablando de millones de años. Yo creo que fue, más bien, en la evolución del hombre, cuando el homínido, llámesele hombre de Neandertal o lo que sea, fue capaz de recibir el alma. Ahí es donde Dios lo crea; infunde el alma cuando el cuerpo del hombre está preparado, pero ese cuerpo tuvo que haber nacido de una madre. — ¿No que nacieron del barro? — El barro tiene mucho sentido. De “humus”, que es lodo, el barro, viene la palabra “humildad”. Los protozoarios nacieron del lodo, de la humedad, nacieron del agua y luego ya vino toda la línea de evolución, que es innegable, pero que jamás demostrará cuando Dios infundió el alma en las primeras personas. Es ahí cuando tomamos como primera creación a las parejas en las que Dios intervino directamente, con el alma, para que llevaran una verdadera vida
humana. — Con todo esto, Padre, me refiero al lugar secundario que se le da a la mujer a partir del mito de Adán y Eva… — Y es que pobrecito Adán, lo sorprendió la mujer. Mira, hasta el relato es curioso: Dios, que vive arriba (porque en la cultura judía vive arriba) se asoma y le pregunta dónde está. Adán le contesta que se encuentra escondido porque está desnudo y tiene vergüenza; entonces Dios le pregunta que quién le infundió malicia, a lo que Adán responde que fue la mujer que Él le dio y la culpa de todo. Es decir, en este relato, se pasan la culpa unos a otros. — De ahí, que hoy en día, los hombres golpeadores se justifiquen diciendo: “Ella me provocó”. — Sí, e incluso por eso las pobres víboras están en extinción. En el sureste, donde he vivido, las matan porque tienen la creencia de que con eso están matando al diablo, y eso sí se relaciona con toda esta parte de la tentación. — Entonces, tal vez sería necesario empezar por desmitificar todas estas historias bíblicas para impulsar una nueva relación en el mundo, ¿no cree? — Sí, tiene que haber una nueva traducción cultural de la Biblia porque el Edén no existe como lo platican, sino que más bien se refiere a un estado de conciencia, pero, para entender eso, hay que separar el revestimiento cultural antropológico, la forma antropológica del contenido y saber qué es lo que Dios nos quiere decir, por qué nos sacó del lodo y por qué somos polvo y por qué en polvo nos convertiremos. Venimos de una evolución. Dios habla de lo que sucede cada día hasta que aparece el ser humano. Esto habla de las eras geológicas anteriores hasta que aparece el hombre, que es cuando ya estaba listo para la vida. Hay que entenderlo así. La ciencia no está peleada con la fe, sino al contrario: la ciencia tiene que decirnos cómo ve ese relato para ir rehaciendo las versiones de la Biblia más acordes con la verdad y con la mentalidad del siglo XXI.
La autoridad moral de la Virgen de Guadalupe
— ¿Por qué, si estamos en el siglo XXI, en el que ya se supone ha habido una evolución, a las mujeres del mundo se les trata tan mal si justo la figura de la Virgen, que tiene toda la autoridad moral, es mujer? — Te voy a poner un ejemplo: Jesús rompió esquemas porque tuvo conciencia de género. Eso era inconcebible para una persona en el siglo i. Tú dirás: “Sí, pero era Jesús”; entonces yo te digo que Él nunca usó sus poderes de Dios en la vida terrenal. Jesús no usó su condición de Dios, sino que fue un hombre como cualquier otro y así se juntó con mujeres y aprendió de ellas. La primera mujer con quien tuvo una convivencia importante fue María, su madre, analfabeta, por cierto, pero ella no tenía pecado original y por eso su visión no fue egoísta. La segunda mujer fue María Magdalena, la principal de sus seguidoras, a quien acudió una vez resucitado. María Magdalena, por cierto, fue la más castigada de las mujeres en la historia del cristianismo porque, perdón, pero de fruta no la bajan y además la tienen catalogada así por el error de un Papa que, por su ignorancia, confundió dos textos: el de la mujer adúltera con el de María Magdalena. En su libro El movimiento de Jesús, Pablo Richard hace todo un análisis de los Evangelios Apócrifos y de los documentos griegos que se escribieron a finales del siglo i y principios del II, en los que habla de la rivalidad de Pedro, quien era inmaduro, impulsivo, envidioso y celoso, y que tuvo rivalidad con Juan Evangelista y con María Magdalena. Pienso que María Magdalena y María, la madre de Jesús, tuvieron mucho o porque hicieron cosas juntas después de la Resurrección, pero la figura de María Magdalena, en la tradición Petrina y Mateana, cae en el rechazo y el olvido. Hay que leer los Evangelios Apócrifos para darse cuenta que María Magdalena fue descartada. Mateo sólo sigue a Pedro en su Evangelio. Fue Lucas quien rescata la figura de María Magdalena, aunque fue Juan quien estuvo más cerca de ella y de María — ¿Por qué dice que María no tiene pecado original? — Lucas, en la Anunciación, usa un término muy profundo: “María, llena de Gracia”. ¿Qué significa eso? Que ella fue concebida sin el estigma del egoísmo y, por consecuencia, su hijo también. Ella no tuvo ese egoísmo al que se le puede
poner la cara de la envidia, odio o resentimiento, que es lo peor que podemos tener como seres humanos. — ¿No tiene que ver con el asunto de la sexualidad? — María es virgen porque cuando nació Jesús era virgen, punto. Jesús no nació de la relación entre María y José. Él es hijo de Dios, y a María se le tuvo que romper el himen cuando nació porque no va a salir por ósmosis, ¿verdad? ¿Por qué nos da vergüenza ver una escena humana así? ¿Es acaso denigrante que una mujer dé a luz? — Lo pregunto por la idea tan arraigada de que la Virgen María es pura porque es virgen y de que, por lo mismo, la mujer debe cuidar su virginidad para permanecer pura. — La Virgen es pura no porque era virgen cuando nació Jesús, sino porque no tiene pecado original… — ¿Usted cree que a la hora en que la Iglesia se abra a recibir a la mujer en todos los espacios, empiece una construcción de paz a nivel mundial? — Yo creo que sí. La mujer tiene muchos dones y cualidades que, al integrarse a la Iglesia, sin duda le dará una expresión diferente. La estructura de la Iglesia es masculina, y nunca será igual una expresión y un talante masculino a uno femenino, pero tiene que haber un enriquecimiento por parte de los dos. Yo sí contemplo y vislumbro que algún día, cuando la gente sea menos cerrada y la Iglesia menos rígida, cuando se lean bien las escrituras y se interprete bien la voluntad de Jesús, vamos a tener las puertas totalmente abiertas a las mujeres para que puedan ocupar cualquier servicio dentro de la Iglesia, incluyendo el de máxima autoridad. El machismo es una vigencia cultural, no es un dogma de fe. Es una infidelidad a Jesús no reconocer a la mujer plenamente en todos los espacios de la Iglesia. — ¿Qué representa, entonces, la figura de María Magdalena en el contexto de la Iglesia católica? — Sin duda, es la figura femenina más importante después de María. María Magdalena fue su discípula más fiel. Yo oigo mucho que dicen que María fue discípula de Jesús, pero quién sabe hasta qué punto, pues ella tuvo a su niño todo
el tiempo y además había cosas que no entendía, como el pecado original, por ejemplo. Ella era analfabeta y no tenía a la Sagrada Escritura más que a través de la tradición oral. Lucas dice que lo que María escuchaba lo guardaba en su corazón, y es que, aunque sabía el origen sobrenatural de su hijo, a veces no comprendía sus acciones. María Magdalena tenía más oportunidad de escuchar a Jesús en la vida pública.
La Virgen de Guadalupe
— Y en México, Padre, ¿cómo ve la imagen tan respetada de la Virgen de Guadalupe, que es femenina, considerando que es un país en el que se golpea justo a las mujeres? — De los países católicos, en México hay prejuicios teológicos y vigencias culturales judías que relegan a las mujeres a un segundo plano y eso forma parte de la cultura. Pero en México están al servicio de la Virgen, que es mujer y cargan su imagen. María de Guadalupe tiene la colaboración de un hombre para cumplir un deseo aquí, y lo puedes ver en el Nican Mopohua, donde dice: “A diez años de terminada la guerra, la Conquista, la Virgen se apareció, primero, a un indio llamado Juan Diego”. La prioridad fue un indio laico, pobre, macehual, que hacía cosas de barro y las vendía, pero no era rico. A partir de ahí se empieza a escribir una nueva historia, una nueva nación porque incluye a quien hubiera sido el segundo, el último o tal vez quien no contara para esa organización nacional, que era un indígena. Ahora, si lees con todo cuidado este relato guadalupano, te darás cuenta de que la Virgen le dice a Juan Diego: “Quiero que vayas al Tean del obispo”. Si te fijas, nunca menciona la palabra “palacio”, sino “tean”, y empieza a decir los nombres de los dioses prehispánicos: Ipalmenohuani, Tloque nahuaque… Todos los títulos que los españoles jamás hubieran podido juntar. — ¿Qué buscaba la Virgen con eso? — Se tenía que asegurar de la participación de los que habían estado excluidos y,
de hecho, Juan Diego, en Tlatelolco era nulo, no contaba. Precisamente por eso lo mandó a él a hablar con el obispo Fray Juan de Zumárraga, para hacerse visible ante el mundo. El obispo lo aceptó en su casa hasta la quinta vez, que fue cuando Juan Diego le llevó las pruebas sobre la existencia de la Virgen de Guadalupe que le pidió, pero lo interesante de esto es que ya se trataba de su casa, no de un palacio, lo cual nos dice que al indígena le dio el valor de una persona digna. Otra cosa importante es que al principio los españoles, los misioneros y conquistadores eran quienes llevaban la autoridad y poder porque eran ellos los que daban las instrucciones a Juan Diego, pero, después de las pruebas recibidas, es Juan Diego quien les da instrucciones a partir de la voluntad de la Virgen de construir su Basílica. — ¿Le dio autoridad moral? — Le dio autoridad moral y una autoridad importante en la nueva dinámica de acciones y de participaciones. Eso era lo que quería la Virgen. Pero también hay que aclarar que ella nunca quiso que se le fuera a adorar y a venerar, como se cree. Si su hijo Jesús no vino para que lo estuviéramos adorando como objeto de culto, pues menos ella. Y en este punto es donde veo que se tergiversa el carácter y el objetivo de la Villa de Guadalupe porque, en lugar de ser un lugar de encuentro liberador (porque la Virgen es un símbolo liberador de todas las etapas históricas de México), se ha convertido en un objeto económico y en el alma de la empresa. La alta jerarquía católica transformó el lugar de liberación en una empresa; nada más hay que ver, según la revista Proceso, cómo el Cardenal, que es la máxima autoridad primada de México, alquiló la imagen de la Virgen de Guadalupe, cuando dio una concesión millonaria, por cinco años, a la empresa norteamericana Viotran. Nadie más que esa empresa, a la que le da la franquicia, puede sacar fotografías oficiales durante cinco años. Entonces, existen ya 20 millones de clientes, no de peregrinos, no de personas que buscan esa liberación. Todo esto ha desvirtuado el objetivo de la Virgen de Guadalupe y de la Basílica, donde los últimos deberían ser los primeros. — Y es que la religión se ha politizado mucho… — La Iglesia es como el gobierno, una estructura autoritaria, reductiva, que no le informa a la ciudadanía lo que está pasando, sino al contrario, le oculta la verdad, la manipula y no la escucha, aunque tampoco hay una estructura de
participación de abajo hacia arriba porque falta información. La gente qué puede decidir bajo esas circunstancias. Hace un par de años, por ejemplo, el papa Francisco hizo una consulta sobre la familia y mandó sus preguntas a todo el mundo. Cuando llegaron a México, en lugar de que los sacerdotes dirigieran las preguntas a los feligreses de afuera, de a pie, de la calle, las dirigieron a los círculos más conservadores y cercanos a las parroquias, a los sumisos de las parroquias. Entonces, la respuesta fue muy conservadora. Por eso, en nuestro país tenemos que rescatar muchas cosas, como la Basílica de Guadalupe, con la idea original de la interpretación de la Virgen y del proyecto de El Tepeyac. — Será difícil lograrlo… — Están en ese proceso, pero llevamos dos mil años de prejuicios. Imagínate si esto va a cambiar de la noche a la mañana. Hay muchas contradicciones. Jesús llamó a muchos jóvenes y ahora tenemos, como autoridades de la Iglesia, a puras personas ancianas. Jesús no quería jerarquías entre los discípulos (Mateo 20:20) y vemos a los jefes de las nacio- nes haciendo sentir su autoridad por sobre todas las cosas. Jesús dijo que, quien quiera ser el primero, será el último; quien quiera ser el mero mero, será el esclavo de todos, que el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por los demás. Y estamos haciendo exactamente lo contrario. En la historia de los Papas, se empezó a jerarquizar cuando se les nombró: “Padre de todos los padres” o “Sumo Pontífice”. Los títulos denotan una pirámide que se refleja en la tiara o corona papal, que es como un huevo en el que están sintetizados todos los poderes del mundo, simbolizado por una bolita, una cruz que es la que justifica al poder y al dinero dentro de la Iglesia, y por unas llaves que son de un reino que no es de este mundo… pero bien que lo hicieron reino de este mundo, nada más ve el palacio que tienen en Roma… — Además, casi todos los sistemas más conservadores son los seguidores de la Iglesia, ¿no? — Son seguidores y socios. Por ejemplo, aquí en México no hay tiaras ni coronas, pero sí hay poderes y dinero; hay una connivencia de las altas jerarquías con el gobierno mexicano en todos los niveles. Mira nada más cuántos obispos priístas tenemos, y los que tal vez no son tan obviamente priís- tas, también le siguen el juego porque dónde están cuando matan siete mujeres diariamente,
cuándo levantan la voz ante los fraudes monumentales. Hay un silencio cómplice. — ¿Usted ha tenido conflictos con la jerarquía católica, sobre todo por decir todo esto? — Al principio, mi obispo intentó hacer las amenazas clásicas del poder eclesiástico, pero conmigo no pegó ninguna porque yo me considero un ser humano maduro y con la misma dignidad de ser bautizado que cualquier otro bautizado; entonces, si me quieren pedir algo, está bien, pues la Iglesia está hecha de obediencia, pero que no me pidan algo que esté contra lo que me ha enseñado Jesús. Muchas cosas que ordenan los obispos no van de acuerdo con el Evangelio o con el magisterio. Yo me he preparado en el magisterio, en la historia de la Iglesia y en la lectura de la Sagrada Escritura y he aprendido que las cuestiones eclesiales, fundamentales y constitutivas, no se pueden cambiar, pues ahí está la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura, los Sacramentos y la Comunión, pero lo que sí se puede hacer a un lado son las costumbres, las altas estructuras caducas y las jerarquías oxidadas. — ¿Cuáles fueron las amenazas del poder eclesiástico que sufrió? — En la primera amenaza me dijeron que me iban a “echar” a la laicada, a reducir al estado laical, y entonces les dije: “Momentito, a mí no me van a degradar, sino me van a elevar porque los laicos son los más sanos de la Iglesia católica, y esto me lo enseñó don Bartolomé Carrasco Briseño, arzobispo de Oaxaca, quien afirma: “Lo más sano de la Iglesia católica son los laicos, y lo más dañado y corrupto es el clero”. La segunda vez me amenazaron con suspenderme, con quitarme las licencias ministeriales. Yo no puedo ejercer el sacerdocio si no me están renovando mis licencias ministeriales, pero aun así les dije: “Eso a mí no me inquieta. No me quita el sueño dejar de ser sacerdote, porque para mí la consagración más importante es la bautismal que me da la misión del Reino de Dios. El sacerdocio es el cómo, pero lo fundamental es mi bautismo, donde me siento hermano y colega de todos los bautizados. Luego me amenazaron con que me podían excomulgar, a lo que dije: “Excomulgar es que me corran de mi casa, pero ésta es mi casa, así que no me pueden correr. Me iré cuando alguien de la jerarquía católica me enseñe la
factura de la Iglesia. Me han preguntado: “Padre, ¿no tiene miedo a un castigo eterno o al infierno?”. “Ay, por favor, ya estamos en el siglo XXI, ni siquiera creo en eso”. — ¿Ha sufrido algún otro tipo de consecuencias? — Por ejemplo, el albergue que fundé para los migrantes en Ixtepec, Oaxaca, nunca ha sido bendecido oficialmente por la jerarquía. — ¿Y necesita la bendición? — No, claro que no, pero se acostumbra de manera oficial. Por supuesto que está bendito, rebendito y repagado, pero un día le pedí al nuncio apostólico en México, Christophe Pierre, que lo bendijera y me contestó: “Veremos más adelante”. Luego me enteré que de protagonista no me bajaba y que seguramente se lo pedía para invitar a la prensa, pero, aun así, insistí y al final llegó una noche en la que yo no estaba porque había viajado a Nueva York, pero la gente de mi equipo me platicó que en lugar de pasar por el albergue, se dirigió a la capilla, que es el lugar de culto, donde se reza y se celebran las misas y los sacramentos, y con sorpresa se encontró con que algunos migrantes estaban descansando ahí sobre una colchoneta. Entonces se quejó: “Ya le he dicho al padre Alejandro que hay que tener decoro con la capilla”, y una vez que amenazó con cerrar la capilla porque iba a abrir otro espacio, con la figura del Santísimo, para que realmente fuera sagrado, uno de mis ayudantes le contestó: “El padre Alejandro nos ha enseñado que lo más sagrado de todo son las personas, y lo más sagrado de esta casa son los migrantes. Aquí no está el Santísimo, pero está la presencia sagrada de Jesús en la persona de los migrantes, y con eso puede usted ver que Jesús está descansando”. Total, no pasó nada, pero luego, secuestraron a cincuenta migrantes; tuve que poner cuatro denuncias contra los Zetas y fue entonces cuando empezó un movimiento muy fuerte. Llegaron muchos periodistas, pero el Obispo dijo: “El padre Solalinde no es el único que está haciendo un trabajo con migrantes. Él es protagonista. Hay sacerdotes que están haciendo mejores trabajos que él y no buscan los medios para salir en los periódicos”. Entonces, un periodista de CNN me preguntó: “Padre, ¿qué va a pasar con usted?”. “Mire, si me dejan con vida los Zetas, seguiré en el albergue”. “Pero dice que le van a dar una parroquia”. “No la pienso aceptar”. Entonces el obispo les dijo que era una orden y yo tendría que aceptar a fuerza, y que en mis tiempos libres podría atender a los
migrantes. “Yo no pienso dar sobras a los migrantes. Lo mejor de mi vida es para ellos”. “Pero entonces le pueden quitar el albergue, Padre”. “Pues me iré a una carpa de tela de campaña a las vías a vivir con los migrantes. El Obispo podrá disponer del albergue, pero no de mi conciencia ni de mi vocación”. El Obispo vio que conmigo no funcionaron las amenazas, los temores, los infiernos, los diablos, las excomuniones y la “reducción” a la laicada. Los del Movimiento 132 me apoyaron y le hablaron para que me pudiera quedar en el albergue de tiempo completo. Él accedió para que “esas gentes malas no regresaran”. — Hubo un momento en que el Papa lo apoyó a usted, ¿verdad? — El Papa, desde su fe, se ha pronunciado a favor de los migrantes, pero el cardenal Norberto Rivera no tiene una sola parroquia para ellos, nosotros lo hemos tenido que hacer todo. Incluso una vez que venía yo con una caravana y el expresidente Peña Nieto, mediante otras personas, insinuó que quería recibirnos, yo me negué, pero el cardenal Norberto dijo que él sí quería recibir a la caravana. Entonces fuimos a la Catedral, pero no nos recibió él, sino un señor vestido de morado y de largo que, a la entrada hizo algo que nunca entendí qué era, pero no era una misa y no pasamos de ese sitio. El caso es que cuando salimos, estaba la prensa y luego los periodistas me preguntaron qué había pasado. Les dije que el Cardenal nos había dado la bienvenida y que a partir de entonces todas las parroquias estarían abiertas para los migrantes. Un periodista de CNN no se la tragó y me preguntó si eso lo había dicho explícitamente el Cardenal, y le dije que no, pero que el hecho de habernos recibido en Catedral era el equivalente. — ¿Qué repercusión tuvo su declaración? — No tuvo repercusión porque el Cardenal nunca abrió las puertas, pero un día Marcelo Ebrard me ofreció abrir dos espacios para los migrantes; entonces le di las gracias y le dije: “Ni el Cardenal ha abierto un solo espacio”. Al día siguiente, salió media plana de eso en el Reforma y el vocero de la arquidiócesis me habló de inmediato para decirme que el Cardenal estaba muy preocupado porque había un mal entendido: “Es que usted está diciendo en el periódico que nosotros no tenemos…”. “A ver, ¿ya tienen albergues?”. “No, Padre”. “Entonces no hubo un mal entendido”. Y así hemos estado todo el tiempo. ¿Con qué cara va el Cardenal a decirle al Papa lo que no ha hecho?
Por omisión del señor Cardenal, me las he visto duras con los migrantes, pues a veces los policías privados los han extorsionado en Migración. Muchas veces he tenido que conseguir lugares para ellos. No se vale que con toda la millonada que tiene el Cardenal, que entra de la empresa de la Basílica, no hayan dado siquiera un poco para atender a los migrantes. Esto lo guardará toda la vida en su historia. — Con toda esta historia, Padre, ¿usted se considera disidente? — No es disidencia. Yo le llamaría fidelidad a Jesús, fidelidad al Evangelio, fidelidad al magisterio y congruencia con la misma historia de la Iglesia y conmigo mismo, porque yo soy misionero itinerante del reino de Dios. A mí no me pueden catalogar por lo que fui o lo que pude haber sido. Estuve con los carmelitas y me formaron; también estuve con los diocesanos en un instituto secular de los padres operarios diocesanos; es decir, tuve tres formas distintas de educarme, pero tomé lo mejor de cada una y finalmente hice mi propio camino. Soy un sacerdote que ha hecho su propio camino contra viento y marea y ha luchado por ser misionero itinerante del Reino de Dios.
LA ABOGADA
Andrea Medina
Llegaron al Bordo de Xochiaca, en Chimalhuacán, Estado de México, y se colocaron cerca de las cruces rosas con las que se recuerda a las mujeres asesinadas de la zona. Anne Leibovitz retrató a Andrea Medina, sin más equipo que una cámara sencilla, para poder alejarse del lugar lo más pronto posible porque las autoridades les habían prohibido tomar fotos y temían una posible intimidación. Fue así como Andrea quedó inmortalizada en “La foto prohibida”, que formó parte de la colección de mujeres ejemplares de la talla de Elena Poniatowska, Malala Yousafzai, Susan Sontag y Gloria Steinem para la exposición Women: New Portraits, que se inauguró en la Ciudad de México, en julio de 2016. Y no es para menos. La mirada de Andrea Medina es tan aguda, que podría jurar que sabe detectar hasta la tinta invisible, como la que se fabricaba en la antigua Roma con leche fresca, o con zumo de limón en la Inglaterra del siglo XVIII; pues, desde que era puberta y trabajó en un despacho especializado en casos de violencia extrema, ha desarrollado el ojo clínico de una detective que estudia con lupa de gran aumento las huellas, los rastros y los hilos más finos de la desigualdad y la injusticia. La fotografía de Leibovitz hace honor al trabajo de Andrea como litigante de feminicidios en distintos lugares y, en especial, de los casos ocurridos en el “Campo algodonero” de Ciudad Juárez, Chihuahua, que llevó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y donde pidió dar cumplimiento a la sentencia emitida el 16 de noviembre de 2009, que condenaba al Estado mexicano por violar los derechos humanos de las mujeres sujetas a desaparición, tortura y homicidios en la entidad. Cuando Andrea tenía 13 años, su madre, Rebeca Rosas Rodríguez, se hizo feminista, y desde ahí su vida cambió, pues ambas, cada una desde su edad e
intereses particulares, buscaba independencia y autonomía, pero también una profunda justicia por los derechos de las mujeres. Su padre, Fabián Medina Ramos, arquitecto urbanista, le hizo desarrollar un sentido de solidaridad social a través de la construcción y la ciudadanía. Desde que empezó a trabajar con víctimas de violencia sexual, su vida se perfiló hacia el mundo de las leyes y su conocimiento y experiencia se reflejan en su tesis de licenciatura en Derecho: Elementos para la regulación de la violencia intrafamiliar para el Estado de Jalisco, que presentó en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), de donde es egresada. No es difícil imaginarla sobre su mesa de trabajo, resolviendo enigmas, desentrañando códigos y detectando los patrones de los miles de casos frente a los cuales ha estado expuesta para compartir sus conclusiones con el Comité de América Latina y el Caribe de Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), a la cual ella pertenece. Se le conoce como esa investigadora minuciosa que no descansa hasta reunir todas las pruebas, así que tampoco es difícil imaginarla en acción, observando las rutas de escape cuando camina sobre los lugares más peligrosos y deprimentes de México y preparando la defensa correcta para desarmar a todo tipo de oponente. Su lucha constante se ha enfocado en consolidar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Desde 1993, ha impartido talleres a instituciones como la Secretaría de la Defensa Nacional, el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Escuela de Estudios e Investigación Judicial del Poder Judicial de Guanajuato, el Tribunal istrativo de Guanajuato y el Tribunal Superior de Justicia del Estado de Baja California, entre muchas otras, siempre con la idea de sensibilizar y crear conciencia a funcionarios, jueces y juezas, policías, militares y operadores de la justicia sobre los derechos humanos de las víctimas; no en vano ha tenido una formación terapéutica y un entrenamiento profesional en el método Feldenkrais (reconocido por el Feldenkrais Guild y la Universidad de Colima, 1998-2002), cuya virtud consiste en desarrollar una observación consciente y profunda del movimiento físico y mental, así como su transformación. Ha coordinado mesas especializadas y presentado libros sobre derecho y género,
derechos humanos de las muje- res, género y perspectiva de género, violencia contra las mujeres, violencia familiar, derechos sexuales y reproductivos, derechos de las y los jóvenes y feminismo, así como transversa- lización de la perspectiva de género. Ha sido invitada en calidad de experta a diversos foros nacionales e internacionales. Fue directora de Derechos Humanos del personal de seguridad pública en el Comisionado Nacional de Seguridad, de junio a diciembre de 2013. Entre los numerosos reconocimientos que ha tenido está el haber sido considerada en el periódico jalisciense Público (1998) dentro de los “10 Personajes del Año”, y recibió la medalla Omecíhuatl por el Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México en 2012. Ha salido en la revista Marie Claire México (2005) como una de las 15 mujeres que mueven México; en la sección “Perfiles” de la revista Tentación, Semanario de mujeres; en la revista Time, edición especial, y muchos medios más. Ha colaborado en los periódicos jaliscienses Público y El Occidental y en el periódico Reforma de la Ciudad de México, en las revistas Dfensor e Imagina y en la Gaceta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de Jalisco. También destaca su labor en el extranjero. Así, entre otras publicaciones, en coautoría con Andrea de la Barrera, escribió México ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos: caso Campo Algodonero, publicado en Los derechos de las mujeres en clave feminista. Experiencias del Clandem, en Perú, 2009, y en coautoría con Shamillah Wilson, The women’s movement in the era of globalisation: does it face extintion?, publicado en Gender and Development en mayo de 2003.
El silencio de la violencia
— ¿Cómo fue que llegaste al tema de la violencia contra niñas, niños y mujeres? — Cuando estaba por salir de la preparatoria, en 1992, hubo una explosión muy fuerte en Guadalajara, que es de donde soy, y muchas personas se involucraron,
incluyendo mi padre, quien, al verme perdida, porque no sabía qué hacer, me sugirió hablar con José Manuel López Schultz, un abogado que de inmediato me invitó a trabajar con él. Eso me abrió un mundo que yo no sospechaba, pues se especializaba en delitos sexuales contra niños y niñas. Yo nunca viví violencia en mis relaciones familiares inmediatas y menos tenía esa referencia de la violencia sexual, así que me di cuenta de lo que muy en lo íntimo viven las personas con poco respaldo social, porque en los años noventa había un silencio casi absoluto sobre el tema. Poco tiempo después, mi madre abrió el Centro de Investigación y Atención a la Mujer (CIAM), con la idea de trabajar ciudadanía, pero el día que abrimos una mujer tocó a la ventana y preguntó: “¿Aquí atienden mujeres?”. “Sí”. “Pues yo vivo violencia y quiero que me atiendan”. Eso marcó la diferencia en la organización. Digamos que la violencia tocó a la puerta. No es algo que hubiéramos buscado. De hecho, es algo de lo que me he intentado salir varias veces, pero ya es difícil a estas alturas. Fue todo un proceso de aprendizaje de que eso existe y que se tenía que hacer algo, y lo digo no en un sentido asistencialista, sino en cuanto a las capacidades que se pueden tener para dedicarse a eso. Coincidió que en Aguascalientes llevaban varios años organizando unos congresos de Educación para la Paz y la No Violencia; primero los habían llevado a cabo en escuelas, pero ya a finales de los noventa los estaban abriendo a la sociedad civil. Greta Papadimitriou y Paco Cascón Soriano, quien trajo del norte de España toda la experiencia, eran los coordinadores. Ya tenían muchos años trabajando el tema y eso me abrió un mundo. — ¿Eso te hizo decidir ser abogada? — Me metí a estudiar Derecho, pero renegué cada semestre. Yo quería estudiar Antropología, pero no había esa licenciatura en Guadalajara y eso significaba venir a la Ciudad de México. Además, ya había migrado y no tenía ganas de volver a migrar, pero López Schultz me dijo: “Mira, el Derecho siempre te va a servir, aunque no lo ejerzas. Estudia Derecho y haz tu maestría en Antropología. Toma tu licenciatura como si fuera una extensión de la prepa”. En esa lógica, no me sonó tan mal y así fue como combiné el estudio con el trabajo en esta organización civil, en la que estuve un par de años hasta que dije: “No puedo más”. Creo que, desde el primer momento, me di cuenta que para hacer este trabajo se necesita algo de soporte de formación y, aunque también depende de la personalidad, tiene un impacto muy fuerte en quien lo realiza. Yo era una
adolescente y ya desde entonces veía casos de violencia sexual a niños y niñas, ejercida fundamentalmente por sus familiares, incluso los más cercanos. Entonces llegó el momento en que me dije: “No puedo procesar esto. Necesito algo más ligero”, y me fui a atender a mujeres que viven violencia. — Imagínate, más ligero… — Claro, porque esta situación de niños y niñas es muy compleja, y además yo era muy joven. Desde entonces entré a un soporte psicológico porque, más allá de que una no tenga esa experiencia de forma directa, remueve mucho lo que puede ser la confianza humana en el núcleo familiar y la sociedad. Me di cuenta que veía a alguien y le empezaba a vomitar mis casos, hasta que llegó el momento en que me dije: “Los que están alrededor de mí, no necesitan saber lo que yo sé”. Por eso me metí a soporte terapéutico. — ¿Por qué dices que la violencia contra niños y niñas es de lo más compleja? — Porque hay momentos de cariño, de amor y cuidado. No todo es permanentemente violencia. Hay una construcción social de lealtades y de cuidado mutuo. Entonces empecé a reflexionar cómo se puede colocar en lo social eso que no se quiere ver y que es tan complejo. — Considerando que había tanta secrecía y lealtades, ¿cómo es que te llegaban esos casos? — Imagínate el nivel de violencia. Nos llegaban los casos de brutalidad. Los menos graves no llegaban. Entonces, la formación en Educación para la Paz y la No Violencia me abrió una puerta inmensa, porque hay una metodología y fundamentos filosóficos y políticos que me ayudaron a observar y pensar socialmente formas alternativas de resolver o transformar los conflictos. También pude ver, con optimismo, que eso tan horroroso que se vivía, sí tiene una alternativa de cambio. — ¿Antes de eso pensabas que no había posibilidad de cambio? — Es que parte del discurso que estructura la violencia contra las mujeres, la violencia intrafamiliar o contra grupos sociales vulnerables, es que es algo que no se puede modificar y hasta se ve como algo natural. Incluso, todavía hay personas que dicen que es un instinto.
Por una vida libre de violencia
— Cada año iba a Aguascalientes a continuar mi formación en Educación para la Paz. Leía todos los libros que podía y empezamos a aplicar sus principios en los proyectos del CIAM. Te hablo de finales de los noventa, cuando había un boom mundial sobre los derechos de las mujeres. En 1995 se dio la Cuarta Conferencia Mundial de las Mujeres en Naciones Unidas y eso nos permitió una intensísima producción de materiales, reflexión, espacios de reunión y diálogo. Desde 1988, ya había una efervescencia de democracia y participación, y en 1990 me formé en la participación ciudadana desde el feminismo y con un trabajo directo en violencia contra niñas niños y mujeres, sobre todo violencia sexual y familiar. Como abogada, pensé que el Estado no había reconocido que esas formas de violencia son graves y que tiene que actuar al respecto; pero no sólo era mi idea, sino todo un planteamiento del movimiento feminista. Así que decidí hacer mi tesis sobre lo que implicaría tener una legislación al respecto en Jalisco. De esa tesis se hizo una iniciativa popular que presentamos al gobernador, no como parte de un partido político, sino de la ciudadanía. Para ello había que juntar firmas con el IFE [ex Instituto Federal Electoral] y tuvimos que hacer una campaña con una agencia de publicidad, hablar muchísimo en medios y juntar firmas. Al final, juntamos 45 mil firmas y eso llevó a que la Iglesia católica me quisiera quemar en leña verde. — ¿Cuál era el contenido de la iniciativa? — Que el Estado garantizara el derecho a una vida libre de violencia en la familia, pero en la Iglesia católica eso significaba que limitas la violencia que el hombre, el padre de familia, puede ejercer; entonces atentábamos contra la autoridad paterna, sobre todo en la estructura familiar, donde no hay derechos de los integrantes y la violencia queda en silencio. La Iglesia es la principal promotora del silencio en la violencia de las familias y eso me hizo ver que, en la defensa de niñas, niños y mujeres, si quieres salir públicamente y de una forma masiva, una primera respuesta es la violencia contra ti porque nadie quiere escuchar eso, ya que implica cambiar las
estructuras básicas de las relaciones sociales. Fue por eso que hubo un proceso de muchísima violencia en mi contra. — ¿Cómo era el proceso de violencia en tu contra?, ¿de quién? y ¿cómo te liberaste de ahí?, ¿cuáles fueron tus estrategias? — Curiosamente, en primer lugar me atacó mi red inmediata de feministas porque no podían concebir que a mis 22 años tuviera un protagonismo para juntar 45 mil firmas y hablar con el gobernador. Su argumento fue que no conocían la iniciativa de ley, cuando yo se las había explicado, pero como no eran abogadas, no prestaban atención. Entre quienes impulsaron la ley estaba el ITESO, la universidad de jesuitas donde yo estudié, pero resulta que me impuso un grupo de abogados que habían sido mis maestros, para calificar mi trabajo, pero ninguno trabajaba el tema y modificaron algunas cosas. Yo defendí como pude lo que había propuesto, pero, finalmente, el Cardenal dijo que la iniciativa buscaba destruir a la familia; entonces, tanto la universidad como mi red de feministas y las redes sociales que la habían apoyado, me dijeron que ya no la defendiera y aceptara que estaba mal, sin tomar en cuenta a las 45 mil personas que ya habían firmado. “¿Qué tipo de participación ciudadana y de democracia plantean ustedes?”, los cuestioné, y eso costó que me sacaran un periodicazo en el que dijeron que yo era una antidemocrática y que no podía representar más esa iniciativa, y, aunque me expulsaban, yo no podía soltar la iniciativa así como así, pues había convocado a 45 mil personas, así que tenía que defenderla, y justo con lo que aprendí en la Educación para la Paz, me ocupé en reconocer las necesidades y limitaciones de las personas, así como qué tipo de principios y hacia dónde quería orientar ciertos cambios. Yo sabía que era una mujer joven y no tenía voz ni autoridad ante los medios de comunicación, pero de lo que sí tenía claridad es de que no era antidemocrática y que estaba consciente de lo que había planteado. A partir de ahí, hice una reflexión muy profunda acerca de cómo podemos participar realmente las mujeres y cómo podíamos generar una transformación realmente democrática e igualitaria en todos los espacios en los que estemos: la familia, el colectivo, el sindicato o el congreso, pues, aunque estábamos cerca del poder, llegábamos todas raspadas, apuñaladas y heridas. Llegué a la conclusión de que el propio proceso tiene que ser democrático y reparador de las violencias que se generan. No puede haber un buen final si estamos generando
violencia en el proceso. Todas y todos hemos sido educados y formados en la violencia, la discriminación y la venganza. Todos. No hay nadie que pueda decir que no. Yo también. Entonces, para salir de eso, debe haber un proceso deliberado y consciente, no hay de otra. Si yo me involucro en un proceso social o de litigio, el proceso mismo tiene que ayudar a ser conciencia de eso y no reproducir aquello contra lo que yo estoy luchando. Así que yo digo que, si se resuelve, continúo, pero si no, me salgo. — ¿La idea es que el proceso mismo sea un proceso de transformación? — Y de formación… porque lo que estamos viendo es que llegan a espacios de representación pacífica justo quienes tienen prácticas violentas. Una incongruencia. Entonces, para mí es fundamental un soporte, si no psicológico, por lo menos uno psicosocial, un espacio de reflexión personal y colectiva desde lo subjetivo, en el que se aprenda a decir: “me duele esto”, “me sentí mal con lo otro”, y no decir: “¿por qué me atacas de esta forma?”. Es aprender a detectar lo que necesitas para cambiar eso y no echarle la culpa al otro. Tenemos que dar la herramienta para saber cómo sí queremos que sean las cosas. — Al final de cuentas, la persona que se deja agredir también participa de esa violencia… — Exacto. Lo que aprendí es que la violencia es de dos. La violencia es una forma de relación, una forma de actuar; entonces, si tú me estás agrediendo, cómo te vas a retirar… Una forma de retirarte de esa violencia pasa por lo subjetivo, es decir, que de entrada tú ya no te sientas directa y perso- nalmente agredida por esa persona. Parte de mi trabajo es construir y dar herramientas en el propio proceso para no discriminar, excluir y generar desigualdad, para no seguir sosteniendo privilegios, y que la palabra, la experiencia, nos ayude a nombrar qué es lo que vemos mal, pero qué es lo que sí queremos y hacia dónde queremos ir. — ¿Quieres decir no atorarnos en lo que no queremos, sino avanzar en lo que sí queremos? — Para mí eso es una clave central. — En todos esos procesos de violencia, ¿cómo le haces para no engancharte?
— Eso es todo un aprendizaje. Tengo muy claro aquello estructural que quiero o el orden social que quiero. También tengo clara la finalidad de lo que quiero, porque caer en la violencia es de lo más fácil y cobarde, y eso no me lleva a lo que me interesa. — Entonces, ¿la vía para desarticular la violencia es primero desarticulando la propia? — Eso no es de que tomes tres cursos y ya. Yo tengo 20 años en proceso terapéutico, y durante esos 20 años encontré un método de educación somática llamado Feldenkrais.
Con la lupa del Feldenkrais
— Mi entrenamiento empezó en 1998, que era justo cuando estaba con lo de la ley y ya tenía formación para la paz; entonces, a través de eso pude ver cuáles son las reacciones fisiológicas que generan cambios y cómo se toma conciencia de cada cosa. Para mí no sólo es terapia, sino es respiro, es lo que me permite ver, lo que me permite colocarme; es comprender que la construcción de paz y de la justicia no es un asunto formal e intelectual, sino un proceso de conciencia, percepciones, movimientos, actitud, relación y enfoque, como lo es el Feldenkrais, y que para ese proceso es fundamental la conciencia, y que tenía que empezar por mí. Claro, yo iba a la par de la acción que realizaba. Era la época en la que mis redes feministas y todas las redes de derechos humanos me habían estigmatizado y tuve que dejar Guadalajara y venir, exiliada, a la Ciudad de México. El Feldenkrais me ayudó a observar el proceso. Dije: “No voy a dejar de hacer aquello en lo que creo, pero sí tengo que pensar muy bien cómo voy a hacer las cosas, porque otra de éstas no la aguanto”. ¿Quién va a aguantar toda la violencia y más cuando se trata de construir la paz? Construir paz en un mundo sustentado en el privilegio y la violencia es enfrentarte a que te ataquen por casi todo. Así que, reflexioné sobre qué era lo que sí podía hacer y cómo, y a lo largo de los años he ido cambiando de estrategias, pero con la idea de ser muy honesta conmigo misma.
Hay que reconocer que este trabajo es de alto riesgo, así que es necesario saber lo que sí y lo que no puedes soportar. No te puedes colocar frente a otros y ayudarles como una mártir. Entonces, si vas a estar, estás. Se trata de aprender a decir qué sí, qué no y en qué momentos. Algunas veces he dicho: “Este caso no lo puedo acompañar porque en este momento no tengo fuerza”. No se trata de deshacerme junto con la persona en el camino. — Por lo que entiendo, es un camino de auto-observación permanente. ¿El Feldenkrais te ha dado la capacidad de observar el detalle? — Por supuesto, para mí ha sido central. Es el detalle, pero también es la comprensión del proceso de cambio y de reconocer cómo estabas antes y cómo estás ahora. La búsqueda de la paz requiere que tengas paz contigo misma; entonces no te puedes violentar para apoyar a los otros. La paz, interna o externa, no es estática, por lo que tienes que hacer un ejercicio de diferenciación. He aprendido a no reaccionar cuando alguien me grita. Primero analizo si yo provoqué la situación, pero también hago un balance y, si la persona que grita no me va a escuchar, mejor me retiro. No estoy para evangelizar a nadie. — Entonces, ¿cómo le haces para desactivar la violencia? — Para desactivar la violencia es fundamental nombrarla; es una alternativa para que la gente se dé cuenta de lo que hace. Hay personas que no saben más que relacionarse con violencia. Entonces, si al nombrarla, te escuchan, planteas una alternativa, y si no, te retiras; no le entras a la violencia. Y ahí está el Feldenkrais, que es una técnica que deriva de artes marciales y su método lo construye a partir de ahí, sin que tengas que ser cinta negra. — Estar en el centro de gravedad es el fundamento… — Exacto, así como el Aikido. Entonces, para mí es tanto el Feldenkrais como el Aikido, pero también la educación para la paz que me ha ayudado a construir nuevas formas de conducta y percepción porque, insisto, no es algo intelectual, sino meramente formal; tiene que pasar a la práctica siempre y hay que hacerlo todo el tiempo.
El feminismo: movimiento político de paz
— ¿Cómo consideras el feminismo dentro de la construcción de paz? — Ahora hay toda una tergiversación con lo que llaman feminazis, pero también las hay acciones violentas de algunas jóvenes que, sin serlo, se definen como feministas. Para mí, el feminismo, por definición, es un movimiento político de paz. El feminismo nunca ha hecho un planteamiento de violencia. Nunca ha hecho un proceso para reivindicar sus planteamientos con violencia. Las mujeres en los siglos XVIII y XIX usaron todas las técnicas que se retoman para la educación para la paz y la resistencia civil. Es un movimiento que busca la igualdad y la libertad para todas las personas a través del reconocimiento de los derechos y la dignidad. Nunca ha habido una mujer que salga y diga: “Vamos a asesinar a los que asesinan”. El feminismo busca una transformación estructural de la sociedad, pero también personal. Es un proceso de conciencia. El feminismo de los años sesenta y setenta son los grupos de autoconciencia, de diálogo y reflexión, y de usar la palabra y la acción política como una forma de transformación personal y social. Nancy Fraser, una feminista reconocida, escribió un artículo acerca del quiebre actual de los distintos feminismos, porque el planteamiento de la libertad y la igualdad, que surge desde el siglo XIX, no ha logrado hacer una definición precisa en torno a las posiciones políticas y económicas del socialismo y el capitalismo, y la triste consecuencia ahora es que el capitalismo está asumiendo varias de las consignas feministas para recrudecer la desigualdad. El orden que quiere restituir el capitalismo es la desigualdad, mientras que el feminismo busca reforzar la igualdad. El capitalismo toma el planteamiento feminista de la igualdad en la familia y dice: “¿Ah, sí, quieren igualdad?, pues trabajen los dos”, pero entonces se da una precarización de los salarios y del trabajo, sobre todo a la mujer. — Todo es usado en la contra… — Claro, y hay algunas mujeres que se nombran feministas, pero no lo son. Ahora, por ejemplo, quieren plantear la prostitución como un trabajo. No hay cosa más absurda que ésa porque refuerza el privilegio de los hombres de
acceder al erotismo a través del dinero. Entonces me pregunto: ¿la igualdad significaría que ahora también los hombres se prostituyan? ¿La igualdad es que las mujeres prostituyamos a hombres y a mujeres? ¿Ése es el orden social que queremos? Hay una tergiversación de la libertad y de la igualdad que enarbola cierto tipo de feminismo. Parte de la diferencia de los distintos feminismos, para mí, se ve en el tipo de libertad y cómo accedes a esa libertad. El feminismo que yo sigo propone la libertad e igualdad en dignidad y derechos para todas las personas como premisas básicas de la modernidad y de la democracia. Y eso se da a través de la paz. Las feministas nunca han hecho una revolución armada para conseguir sus premisas y, así, han transformado el Estado, las leyes, la sociedad porque lo hacen a través de la comprensión del tipo de vínculos que se quieren construir y hacer ver que el Estado y la sociedad tienen ahí una responsabilidad. Ése es el feminismo al que yo me acerco y que me interesa y en el que constantemente estamos haciendo una reflexión sobre nuestros planteamientos y sobre los argumentos que construimos. — Ahora, ¿cómo le hacen para unificar toda la diversidad de planteamientos del feminismo? Porque también ahí hay una guerra… — No tienes que unificar. Es comprender que la diversidad nos permite seguir en movimiento. No es que ya hayamos encontrado la panacea, pero no es guerra. — Pero hay división entre los grupos, ¿no? — Yo creo que para eso también sirve la formación en Educación para la Paz porque no voy a negar que se generan divisiones, pero qué haces con esas divisiones: ¿las ves como algo irresoluble o puedes encontrar puntos de coincidencia que te permitan continuar?, pero ese continuar juntas no significa que ya pensemos exactamente igual o que ya hayamos resuelto los conflictos que han generado cierta división. El punto es que demos el espacio para resolver esos conflictos y, en ese sentido, sí te puedo decir que por más apasionados que sean los debates entre las feministas, es de los pocos movimientos que mantiene la posibilidad de crear un diálogo y seguir construyendo. Un ejemplo central es la división que se generó en los años noventa entre las que se nombraron las feministas de la diferencia y las feministas de la igualdad. El resultado de ese debate nos permite hablar ahora de igualdad sustantiva. Aunque en el proceso se sacaban la lengua, había llantos y se rompieron amistades, terminaron por crear algo nuevo.
También están las que se nombran feministas autónomas y feministas institucionales. Esto nos ayuda a construir formas complejas de acompañamiento de tipo jurídico, social y político. Entonces, creo que para ejercer la paz y los derechos humanos hay que comprendernos humanos complejos y que las diferencias nos nutran por más “gordas” que nos caigan. Ahora, ¿qué tipo de orden quieres? ¿Quieres un orden de división o un orden de construcción de unidad? ¿Desde dónde tomas el asunto para que puedas tener un orden más armónico? La armonía no significa que no hay conflicto, el punto es qué haces con el conflicto. Esta idea de presentar a las feministas como: “entre ellas se odian”, es relativo, pues nosotras discutimos honesta y claramente, pero sin duda, con compasión. Mejor eso a que no construyamos nada. La paz es dinámica, implica conflicto, pero también saber cómo afrontas ese conflicto y cuál es tu horizonte de ese orden social que buscas construir. Para mí, en ese sentido, los derechos humanos con perspectiva de género son el horizonte porque mis colegas de derechos humanos son los más misóginos que conozco. Se tiene que incluir también la visión feminista precisamente para pasar por la estructura de la construcción de la sexualidad y la construcción social de igualdad y libertad.
Mujer de leyes
— ¿Cuál es tu manera de proceder, como abogada, dentro de esta construcción de la paz? ¿Cómo te enfrentas a toda esta manipulación de la ley? — Uno de mis hermanos decía que los juicios son como una pelea en cámara lenta, pero que usas las mismas estrategias. Al final de cuentas, el Derecho es una construcción social e histórica y se encarga de formalizar los debates políticos que se tienen en la sociedad. Así, el Derecho tampoco es uniforme. Tiene contradicciones y hay leyes en las que vamos avanzando, pero también hay leyes que quedan rezagadas. En México, por ejemplo, vivimos un momento que me parece de gran oportunidad y creatividad, porque la Reforma Constitucional de 2011 en materia de derechos humanos reformó la manera en la que opera e interpreta la ley. Es decir, estamos empezando una era jurídica fantástica porque tradicionalmente, no sólo en México, sino en casi todo el
mundo, se creía que la ley, por sí misma, era justa y entonces te limitabas a aplicarla y ya. Ahora, en cambio, se plantea que la ley es una construcción social que incluso puede estar en contra de los derechos humanos porque su operación no sólo depende de los jueces, sino de quien diseña la política pública, entre otros. Por eso, se tienen que ver la ley vigente que garantice los derechos humanos de las personas, según el orden social. Hoy en día se requiere pensar y argumentar sobre la ley; es una base mínima para la educación para la paz y la resolución o transformación de conflictos. Afortunadamente, en las dos últimas décadas hemos construido un marco normativo muy sólido en México para construir las garantías y reforzar las obligaciones de las autoridades respecto de aquellos grupos sociales que han sido discriminados. Quienes operan la ley, obviamente, no están formados en eso, pero mi trabajo, durante los momentos procesales, consiste en ir presentando eso. Por otro lado, me dedico a formar a operadores de la ley; doy herramientas para que puedan operar de acuerdo con los nuevos lineamientos constitucionales. Para ello, les hago ver que hay procesos de cambio. Busco que se den cuenta de cómo pueden identificar sus prejuicios sobre los privilegios y la discriminación. Les doy herramientas para que no se enganchen en formas de violencia, que sepan cómo salir y construir medidas de reparación del daño para transformar la realidad. — ¿Y observas en ellos un proceso de transformación? ¿Observas que lleven a la acción eso que aprendieron contigo? — Parte de lo que he hecho, a veces a costa de mi dinero, es generar procesos de evaluación. Entonces, hemos detectado que para muchos es fácil obtener el conocimiento, pero se tardan más en cambiar percepciones y actitudes. Para que observemos un cambio, planteamos tiempos mínimos de 25 horas cada curso, y cada año lo tienen que tomar justo para ir evaluando ese cambio.
Aikido legal para los feminicidios
—¿Cómo harías una especie de Aikido legal para neutralizar la ola de violencia
cada vez más creciente en nuestro país? — Tomando los elementos y el impulso del otro. Por ejemplo, ahora trabajo mucho con la Red Mesa de Mujeres de Ciudad Juárez, y en los últimos años me han pedido que sea testigo experta y que mis juicios los haga con perspectiva de género. La contraparte me hace una serie de preguntas que respondo, pero como normalmente me las hace desde la discriminación y la violencia, me da un impulso buenísimo para señalarle cuáles son los prejuicios discriminatorios desde los cuales me está cuestionando. Claro, tengo que estar en mi centro, así como en el Aikido, y saber lo que estoy planteando. Para mí, cada caso requiere una investigación total de leyes y de cómo está actuando quien defiende; así conozco a mi oponente. En el litigio que hago, me he dado cuenta de que entre abogadas y abogados existe una cultura de violentar a la contraparte. Por ejemplo, hay una abogada que siempre me está tirando, me dice que no hago las cosas bien, califica mi trabajo, es decir, está personalizando el litigio. Entonces, yo trato de seguir clara en mi planteamiento y en no discriminar ni desprestigiar o minar la dignidad de mi contraparte, aunque sí le hago ver que lo que hizo tiene un límite. — ¿Cómo ves el papel del Estado en este asunto de las leyes? — Parte del incremento de la violencia, y lo vemos no sólo contra las mujeres sino en general en todo el país, tiene que ver con la impunidad. En tanto el Estado no cumple las funciones de resolver los conflictos a través de la ley y la justicia, cada quien lo hace con su propia mano y, si no hay límites, la espiral de violencia se incrementa más, pues total, antes sólo la mataba, ahora la puedo torturar y violar, la puedo mutilar y la dejo en el espacio público, al fin, mientras no me digan nada… La violencia no tiene una dinámica de autocontenerse o de autolimitarse. Para eso tiene que entrar el Estado y para eso también es la paz y los derechos humanos. — ¿El Estado alguna vez se metió a defender realmente? — El Estado ha perdido control en muchas cosas, sobre todo en aquellas que le permiten tener beneficios inmediatos de capital. El Estado es fuerte para reprimir y garantizar que el capital concentrado siga, pero débil para garantizar los derechos humanos. Ahora, también hay que considerar que la sociedad es parte del Estado y entonces otro de los ejes es cómo consolidarla. Muchos creen que no hay proyecto. Muchos de mis colegas intelectuales, académicos, dicen que no
hay propuestas, y yo les digo que tenemos setenta años con una propuesta muy sólida de derechos humanos, con indicadores y mecanismos para llevarlos a cabo. ¿Por qué dicen que no hay propuesta? o ¿cuál es el tipo de propuesta que quieren? — Mucha gente dice que no hacemos nada. — Yo sí hago. Que cada quien revise qué está haciendo y dónde lo está haciendo. Antes de la entrevista, hablábamos de las marchas. Una marcha sirve, sí, pero una marcha aisla- da de acciones cotidianas y de una exigencia sofisticada, no sirve de nada. — ¿Tiene que haber una observación y una continuidad? — Pues claro, y la exigencia tiene que ser de otra forma. No es ir con el procurador a decirle que no siga matando mujeres. Es ir a mostrarle el protocolo con conocimiento de causa. — En ese sentido, ¿cuál sería la estrategia que faltaría para que haya un efecto real de parte del Estado? El caso de las muertas de Juárez no se resuelve, Ayotzinapa no se resuelve, la cantidad de desaparecidos en México no se resuelve… — ¿Cuántas marchas del nivel de Ayotzinapa has visto por mujeres desaparecidas? Para mí, es la evidencia de que seguimos en una sociedad machista y discriminatoria contra las mujeres. Entonces, no sólo es el Estado, en el sentido del gobierno, sino la sociedad misma que mantiene estructuras de discriminación y desigualdad. ¿Cómo la desmontas? Pues con muchísimos procesos paralelos. Uno de ellos es la educación. Tenemos la peor educación para eliminar la discriminación. Las universidades enseñan misoginia. ¿Cómo le voy a pedir al juez o al Ministerio Público que apliquen la perspectiva de género si nunca llevaron una sola materia sobre el tema? A los que están en los espacios de poder les conviene generar violencia, pues con eso crean miedo, sometimiento, explotación y esclavitud. La violencia es la salida más fácil en el sentido de respuesta inmediata en una lógica de privilegio y desigualdad. Funciona. Es súper efectiva. Ya ves a todos los promotores de la paz y la igualdad que han amenazado y asesinado… Tal vez en este momento tendría que ser distinta la forma de organizarnos, pero no parar. Muchos defensores están parando y eso no debe ser. Hay que continuar.
— ¿Consideras que para eso sería necesario mayor conocimiento de las estrategias y los patrones del adversario? — Claro. Muchos defensores se lanzan cual Borras. Todo esto implica estudio, tiempo y autoconocimiento, implica mucha disciplina. Hay que leer escribir, hacer propuestas, imaginar… Hay quienes se hartan y salen. — Hay gente que piensa que sólo con mostrar su indignación está bien… — Eso no sirve. Es pura violencia también. La indignación es pura vomitada. Eso no lleva a la paz. La paz es muy sofisticada.
El miedo
— ¿Has tocado miedos profundos en todo tu camino? y ¿cómo los manejas? — Claro que he tenido miedo y por eso no dejo mi espacio terapéutico. Una tiene que distinguir la propia historia y el contexto. Lo emocional te puede llevar a la locura. También me apoyo con movimiento físico. Para mí, nadar o caminar es fundamental. Como llevo un trabajo intelectual de análisis de casos, llevo un registro en cuanto a fechas, lugares y todo lo que sucedió. — ¿Eso te ayuda a entender los patrones? — Por supuesto. Es un trabajo de análisis permanente. Es un análisis emocional para saber qué estoy haciendo, si me estoy descuidando, si tengo que cambiar o tener la flexibilidad para hacer cambios también. Yo me cuido mucho y me han pasado muy pocas cosas, pero en torno a mí sí han pasado muchas cosas. — ¿A ti qué te ha pasado? — Por ejemplo, recibí una mala jugada del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez [Prodh]. Entre colegas también hay cosas. El punto es que llevaron a una situación límite a mis padres y los extorsionaron. Ahí sí puse una denuncia. Me pueden poner en riesgo a mí, pero a mi familia ni lo piensen. Pero eso lleva a cambiar las dinámicas familiares, pues hay cosas que
ya no hago tan públicamente, pero ahora mi familia es un referente central y busco la manera de no exponerla. Así como Televisa nos entrena para la negación, para no querer ver, para no querer entender, para normalizar la violencia, yo estoy entrenada para estar atenta. Es el desarrollo de capacidades que las personas tenemos según la decisión de vida que tomemos. Mi decisión, por ejemplo, fue que no me iban a volver a desmoronar. Me hicieron trizas en Guadalajara y dije: “Nunca más”, así que en el primer momento en que siento que algo me afecta, reviso, atiendo, prevengo y actúo en consecuencia. Nadie va a venir a limpiarme las heridas. — ¿Este camino es solitario? — Hay una parte de soledad y hay otra de mucha solidaridad, pero es un trabajo que tiene que ser colectivo, aunque tú no puedes confiar tu seguridad a los demás. La primera persona que tiene que construir su seguridad y su conciencia eres tú misma. No le puedes delegar tus responsabilidades a nadie, y eso es parte de la paz. En un colectivo, yo sé que tú te vas a cuidar y tú sabes que me voy a cuidar, y así vamos juntas. Si yo, además de cuidarme a mí, te tengo que cuidar, entonces qué fortaleza tenemos… — Como abogada feminista, ¿cuáles son los elementos que observas que se han generado o que faltan? — A partir de los setenta, hemos hecho una construcción no sólo para visibilizar y nombrar, sino para construir medidas de protección frente a la violencia contra las mujeres. Era impensable en el siglo XIX el poder nombrar, exigir o plantear obligaciones al Estado. Tenemos avances sin precedentes. He aprendido a tomar distancia y a ver un avance histórico, porque si no es muy desgastante. Hoy en día hay un índice mucho más alto de violencia contra las mujeres que cuando empecé. — ¿Como mujer te sientes vulnerable? — Parte de la construcción es comprender que la vulnerabilidad no es total. Yo aquí sí puedo ser la más democrática, pero salgo a la esquina y me ven como mujer y creen que por eso me pueden hacer lo que quieran; entonces reconozco los grados de vulnerabilidad que tengo, pero también los recursos con los que cuento. Trabajar con la violencia me ha ayudado no a totalizar o poner en absolutos, sino a saber cuál es el potencial que sí tengo. Y así como yo, quien
ejerce la violencia también tiene potencial y vulnerabilidad. Todas las personas, aun las que trabajamos educación para la paz, podemos ser capaces de lo peor. Por eso, una práctica cotidiana es el saber lo que incentivas en ti y en los demás. ¿Vas a potenciar la violencia en los demás? ¿La vas a potenciar en ti? O ¿vas a promover el vínculo o el amor, la paz y la justicia? Para mí, la máxima libertad es la elección. ¿Qué eliges? ¿Ser violento o no? Con la elección que tomes, te cambia la vida. Pero lo tienes que hacer todo el tiempo: cuando entras al Metro, cuando vas al banco, cuando escribes un correo, cuando compras en el tianguis, cuando saludas o no saludas. Enseñar la realidad del amor y el vínculo también implica prepararse para cuidarse y poner límites a lo que no es amor. Yo busco generar las condiciones para comprender que hay posibilidad de cambio, de cuál es el horizonte y de dónde venimos. Es puro Feldenkrais. Bajo esa premisa, se podría decir que el Feldenkrais es una aplicación del feminismo. Lo que quiero decir es que muchos de los ejes metodológicos que usamos quienes trabajamos por una transformación pacífica son los mismos: el Aikido, el feminismo, la educación para la paz, los derechos humanos… Y todos volvemos al amor. Gandhi, Mandela, la iniciativa de las mujeres [premios] Nobel de la Paz, tienen los mismos principios. — ¿El principio de la armonía y el equilibrio? — El principio de hacer un proceso de conciencia y solidaridad, y no entrar en la provocación de la violencia. Hay una diferencia real entre quienes trabajamos derechos humanos y paz sin haber sido víctimas de una violación grave de derechos humanos, y quienes entran a la defensa de la paz por violaciones a sus derechos humanos. — ¿Hablas de las víctimas? — Sí. Mira, si eres producto de violencia, discriminación y exclusión, cuando asumes el liderazgo, si no haces un proceso a fondo de conciencia, repites eso, y muchos procesos de familiares de desaparecidos y de violencia se rompen porque no están formados en transformación de conflictos ni en liderazgos no violentos. Claro, tienen toda la legitimidad de exigir, pero no tienen la formación. En Juárez, por ejemplo, dimos tres meses para detectar si podemos trabajar con las madres de los desaparecidos. En Michoacán, me tocó una mamá que tenía un nivel de manipulación perversa, a tal grado que me salí del caso porque una persona así te puede poner en riesgo. No me puedo poner en riesgo
por una mujer que no ha hecho un trabajo personal para sostener ese tipo de acciones. El trabajo para la paz es de largo tiempo y de largo aliento; entonces, o te vas sosteniendo y cuidando cada momento, o no puedes llegar a ningún lado. — En cuanto a los tiempos, ¿qué se puede hacer si el proceso de la violencia es tan veloz y el de la paz es tan lento? — En la paz tienes que ir a otro ritmo; tienes que ver a más largo plazo. La espiral de violencia es muy veloz, pero es corta. — En términos gráficos, ¿la espiral de la paz, que es más larga y lenta, puede envolver y neuralizar la espiral de la violencia, que es veloz, pero corta? — Lo que aprendí en Educación para la Paz es a definir la estrategia en cuanto a tiempo, espacio y actores, porque también hay un punto de no retorno. También tienes que saber que hay momentos en los que puedes retirarte, pero hay otros en los que te tienes que quedar. Por eso, cuando me preguntabas si mi trabajo es solitario, hay una parte que sí requiere ser solitaria, pero hay otra parte que tiene que trabajar en comunidad, porque la estructura y la metodología de la paz es para la comunidad.
EL PANDILLERO
Carlos Cruz
Sus amigos pandilleros lo creyeron loco y algunos se alejaron, pero otros, movidos por lo que él representaba, lo siguie- ron. Carlos Cruz había decidido dejar la criminalidad para dedicarse a construir paz. Hubiera sido difícil durante los primeros años en los que era un subordinado, pero no cuando lo hizo, pues tenía ya una considerable jerarquía entre los distintos grupos que vivían de la violencia extrema. Carlos era el segundo en la jerarquía, encargado de las estrategias, al fin y al cabo, creció en un barrio en el que había disputa entre las bandas, dentro de las cuales él figuraba como uno de los más violentos. Inadaptado porque su cerebro corre a mil por hora, empezó la escuela mucho más pequeño de lo habitual, aprendió a leer a los cuatro años, entró a la Vocacional a los 14 y siempre le costó trabajo relacio- narse. Cuando lo corrieron de esa escuela, prefirió continuar como autodidacta. Los libros fueron su acicate, fuente de sensibilización y de una conciencia que le permitió observarse en la oscuridad para salir de ella. Fue así como, en el año 2000, nació Cauce Ciudadano, una organización no gubernamental que le hizo dar un giro de 180 grados, pero no sólo a él, sino a todos los jóvenes que han tenido una historia parecida, que han sido rescatados, rehabilitados y que ahora forman parte del proyecto. El lugar se encuentra en la colonia Mártires de Río Blanco, donde creció y, gracias a sus intervenciones, ahora es un lugar seguro. Los muros están grafiteados, tiene muebles sencillos, estantes con útiles de arte. Los jóvenes entran y salen. Nadie se imaginaría a qué se pueden haber dedicado, pues sonríen, son amables, se les ve tranquilos. Para Carlos, siempre ha sido importante la participa- ción de la mujer y es por eso que hoy en día Erika Llanos Hernández, socióloga de la UNAM, dirige Cauce.
En entrevista, el ex pandillero dice que nunca se le olvidará la violencia a la que fue sujeta su madre, porque a los cuatro años tenía que moler maíz para hacer tortillas y darles de comer a los rancheros en Chiapas; no tuvo a la educación por ser mujer, tuvo que aprender a leer sola y le costó trabajo casarse porque tampoco se lo tenían permitido. Así, desde que estaba al frente de las pandillas, Carlos reconocía la fuerza femenina: “Aquí las mujeres van a tener voz y voto”, les dijo a sus subordinados y ante sus resistencias, continuaba: “Güey, ellas nos van a ver a la cana, nos llevan plata a la cana, buscan abogados para que salgamos de la cana, cargan las armas, llevan la plata a las mamás cuando alguien está en el hospital, salen y hacen algo para traernos plata”. Esa misma filosofía fue llevada a Cauce y, hoy en día, ellas tienen una representación muy fuerte. Un año después, junto con varios de sus amigos, creó el primer centro de desarrollo comunitario, al que denominaron Aprendiendo a Vivir, cuyo objetivo era prevenir que tanto niños como jóvenes entraran a las redes del crimen organizado. Carlos afirma que fue en este centro donde aprendió a vivir, sonreír y llorar de nuevo, emocionarse, enloquecer, apasionarse. Con ese y otros proyectos, como la Escuela Latinoamericana de Actoría Social Juvenil —que fundó en 2004 con emprendedores de Ashoka en América Latina y con quienes formó a más de 800 líderes sociales con una visión ancestral de los pueblos de América—, así como el programa de Protagonismo Social Juvenil —que creó en 2005 para que los jóvenes transformaran sus habilidades de pandilleros en emprendimientos sociales y económicos a través de acciones comunitarias—, ha dejado huella en miles de personas que antes de conocerlo tenían a la delincuencia como única alternativa. En 2007, fundó la escuela Semillas, con empresas, institucio- nes, comunidades y personas, y se logró que 400 mujeres, con sus respectivas familias que habían sufrido exclusión, fueran contratadas en empleos formales, un negocio de transición y una acción colectiva. En 2009, Carlos formó el grupo multidisciplinario para la construcción de la Ley de la Persona Joven, con un enfoque de desarrollo, participación y protección, y un año después nació Retoño, proyecto encargado de rescatar a jóvenes de siete ciudades del país que trabajan dentro de los cárteles del crimen organizado. En una entrevista para La Nación (realizada por Micaela Urdinez y publicada el jueves 31 de diciembre de 2015) dijo:
Trabajamos en siete estados y jóvenes que antes eran pandilleros, hoy son abogados y llevan adelante los procesos de defensa de los pandilleros. Uno de los capitanes de los Zetas, que está en la cárcel, hoy es coordinador de nuestro equipo de mediación de conflicto. En las cárceles los presos tienen tres opciones: no decir nada y ser un monstruo, involucrarse y ser violentos o intentar vivirlo de manera diferente desde la educación, los talleres y la inserción laboral para poder salir mejor. Trabajamos con ellos y con sus familias, y ahí nos encontramos con sus hijos de 11 años que estaban atravesando lo mismo que nosotros.
En Cauce, platica, le dicen que tiene una bola de cristal por sus vaticinios. “La criminalidad te traga, te procesa y después ve dónde te ubica. El Estado también fue tragado. Pensaron que iban a controlar la criminalidad”. Ya lo había dicho y también lo creyeron loco. Ya había dicho muchas cosas, siempre las ha dicho, pero los resultados se han visto años después. Sabe ver los patrones, caminar sobre los mapas, desentrañar los misterios, interpretar los códigos porque los ha vivido desde dentro e, incluso, los ha creado. Él conoce los engranajes de la delincuencia, los cerebros que la conducen y la forma de desarticularlos. Dice que le molesta que no se hagan las cosas y que la sociedad civil tiene que activarse, por eso Cauce también enseña los métodos a la gente sin que haya tenido que vivir el fenómeno.
La violencia, problema de salud
— Desde tu experiencia, ¿cómo ves el tema de la violencia? — Es un problema de salud pública y hay distintos métodos para abordarla como fenómeno. En Cauce Ciudadano decimos que es una epidemia porque la violencia se contagia. Tenemos una mirada epidemiológica y una mirada desde el proceso de salud y enfermedad. En un barrio violento, la gente puede pensar que todos están mal, pero nosotros hemos aprendido que el proceso de salud-
enfermedad tiene cuatro etapas: en la que se tienen que promover los hábitos de vida saludable; en la que se tienen que prevenir los riesgos; en la que se tiene que atender el daño que provocan estos riesgos, y en la que se dan los procesos de rehabilitación. Entonces, en un mismo barrio hemos aprendido a proteger a los que están sanos, vacunar a los que están en riesgo, tratar a los que tienen daño y rehabilitar a los que se deterioraron. — Veo que tratan el problema de la violencia desde todos los frentes. — El análisis de la seguridad sólo va directo a la prevención y, bajo esa óptica, todos están mal. Por eso nosotros tenemos la perspectiva de la salud, que es metodológica y nos ayuda a evaluar y medir el impacto, y una perspectiva política a través de la educación popular. Somos educado- res populares no para enseñar a leer, sino para construir paz. La educación popular es profundamente política, pero también es un principio rector en donde no reconocemos a la gente como vulnerable. Para nosotros, las personas no son vulnerables, sino están vulnerabilizadas por la ausencia de Estado o por la presencia de la violencia y el crimen, pero en medio de eso vemos que hay personas que tienen capacidades para afrontar la adversidad. Por eso, nuestro principio rector es trabajar desde la perspectiva de la resiliencia. Asumimos la educación popular como un modelo de construcción de paz, pero que no está basado en la posición de la resistencia civil pacífica al estilo Gandhi, sino en el diálogo entre las partes y la transformación del conflicto, pensado más en la mirada política de Mandela. No es que estemos en contra de la gente que piensa como Gandhi, pero nuestra experiencia en el territorio nos dice que tenemos que hacer una construcción entre las partes, entre los que están confrontados. En el territorio, tú puedes tomar fotos de los chicos cuando se bifurcan sus caminos y de pronto juegan futbol juntos, y al día siguiente se están asesinando. Eso habla de que no existe una mirada de reconocer al otro o a la otra como parte del conflicto. Estos tres elementos nos permiten trabajar directamente en los lugares donde suceden cosas como el uso de las personas para obtener grandes utilidades económicas, el uso de la política para mantener el control y no la construcción de una democracia, y el uso de los recursos económicos para tener control sobre las personas. Frente a eso, Cauce Ciudadano, que tiene 17 años de trabajo, asume que la construcción de paz tiene que tocar absolutamente a todas y a todos. Yo no puedo decir que soy constructor de paz si no hablo con la otra parte.
La mirada donde hay víctimas y agresores no nos gusta. Para nosotros todos son víctimas-victimarios. Una ciudadana o ciudadano que siente indiferencia frente a lo que pasa y mañana le matan a un hijo o le roban o asaltan, ha sido también victimaria o victimario por su indiferencia. Eso es algo que tenemos que reconstruir. — ¿Y qué es lo que han hecho para reconstruir eso? — Hacemos mediación comunitaria, hacemos trabajo para que las personas en el barrio tengan capacidad de mediar, discutir, dialogar y construir. Que sepan que el conflicto es la gran oportunidad para construir una transformación durante el proceso de paz. — ¿Entonces la meta es el proceso en sí mismo? — Claro, y la paz se va dando porque es dinámica. Consideramos que no existe un estado único de la paz, pero que, si hay un estado óptimo de salud, también puede haber un estado óptimo de paz. Por eso tenemos miradas desde el proceso de salud-enfermedad, la territorialización (ocupando los modelos epistemológicos) y el principio de resiliencia, que es la capacidad que tiene la gente para transformar los conflictos y su realidad, sumado a la mirada pedagógica que es profundamente política porque nosotros sí dialogamos con los agresores. — ¿Y ellos se prestan al diálogo? — Ellos tienen que estar en el diálogo porque, cuando vemos la crisis de seguridad y humanitaria en México, nos parece que es urgente convocar a todas las fuerzas. El crimen es una de las fuerzas a las que hay que incluir porque, si no, entonces no se transforma el conflicto. A diferencia de la estrategia de Gandhi, que operaba sobre un imperio controlando una nación, nosotros vemos aquí que el modelo neoliberal capitalista dividió los barrios, las comunidades, y que para resolver esta división existente entre los que menos tienen y los que más tienen, tiene que haber un ejercicio de construcción dialógica. Cuando decimos construcción dialógica es que hay que dialogar, pero también el saber se tiene que compartir. Ése es otro de los grandes aspectos que tenemos para entender la construcción de paz. — ¿Se trata de tocar el corazón de todos, aunque suene cursi?
— No es cursi. Lo que sucede es que no queremos entender. Hay una negación rotunda. Nosotros nos alejamos mucho de la academia porque nos dimos cuenta que está igual de podrida porque pone en duda las capacidades de la gente si no se adecúan al modelo fulano de tal. Para nosotros hay otras cosas dentro de las comunidades, hay otras cosas dentro de las personas. — ¿Qué cosas han descubierto? — En Cauce no partimos de lo bueno y lo malo. Para nosotros no hay buenos ni malos, sino que hay decisiones que algunas son poco asertivas, otras están sobre el filo de la navaja y otras son asertivas. Por ejemplo, en un territorio donde se ve a los chicos armados, la gente normalmente dice: “Acá ya no hay nada qué hacer”, y yo lo que digo es: “Los chavos saben manejar herramientas”. Si los chavos de 15 años me platican cómo es que cuadran todo para poder hacer una ejecución, yo veo en ellos gente que sabe hacer estrategias. Es muy duro porque al final de cuentas, el resultado de esto es un acto violento; pero si no logro ver que hay una capacidad de cambio, una posible capacidad de cambio o una probabilidad, entonces será muy complicado transformar. — ¿Y cómo le haces para detectar esa posibilidad que puede ser transformable? — El tema es entender. Nosotros queremos entender. La palabra entendimiento tiene, en el fondo, un ejercicio de ternura porque es ver el contexto de las cosas y después decir: “ahora entiendo por qué tomaste esa decisión”, “ahora entiendo por qué decidiste entrar”, “ahora entiendo por qué quieres salir”, “ahora entiendo por qué no puedes salir”. Una persona en Reynosa decía: “Mi hijo se quiso salir y no se salió porque era responsable”; y cuando uno pregunta: “¿En qué era responsable?”, la respuesta es: “Mi hijo sabía que si se salía nos iban a matar a toda la familia”. Una responsabilidad es: “Mamá, no me puedo salir de esto porque si lo hago te van a matar, soy responsable de tu vida”. Éstas son cosas que no se revisan porque todo lo que se construye en los últimos años, particularmente relacionado a la delincuencia organizada, a los grupos paramilitares y a los chicos que cometen crímenes, es una justificación del porqué tenemos militares, policías, más gendarmería, armas, leyes, una política punitiva en todos los sentidos, desde el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Todos hacen políticas punitivas y se niega que en México se sufre una necropolítica. Todo se maneja a través de los muertos. Si hay un muerto, entonces cambian el sistema de seguridad para periodistas; si hay un muerto, cuidan a las familias de los desaparecidos; si hay un muerto, cuidan a los
defensores; si hay una matanza masiva, invierten en el municipio para que cambie, como pasó con la masacre de Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, o aquí mismo, en la discoteca News Divine… La policía fue capacitada de forma diferente después de que asesinaron a los jóvenes. — Todo se hace después, cuando ya no hay remedio… — Hay una necropolítica que se mueve a través de los cadáveres. Presidentes municipales, gobernadores y el propio presidente de la República, negocian con cadáveres en la mesa, donde el presupuesto se niega a partir de la tasa de homicidios que tiene el municipio. Frente a eso, nosotros decimos por qué no intentar construir de una manera distinta, por qué no intentar dialogar con las partes, por qué no hablar con el que ejecuta, por qué no dialogar y decir: “Güey, matar no es normal, por qué no lo castigas de otra forma”. Cuando hacemos eso, a veces ellos contestan: “Mira, está chido lo que me dijiste”, y empieza a haber un diálogo. — Y es que ellos empiezan a ver otra perspectiva también, ¿no? — Claro. No son asesinos, como tampoco creo que lo sean los militares. Más allá de la historia ideológica con la guerra sucia, creo que México se merece un momento distinto para el diálogo intergeneracional e intrageneracional; se merece la oportunidad de verse a sí mismo como un ente que puede reconocer las fallas, pero que también puede construir una alternativa permanente. — Y tal vez reconocer la historia no para hacer tanto homenaje, sino para transformarla… — Sí, pero yo, desde hace mucho, cuando vienen y me preguntan sobre mi posición ideológica, contesto que no estoy en ésas. Para mí, la posición ideológica es salvar vidas. Punto. — ¿Y por qué recuperas el modelo de Mandela? — Porque me parece que lo que Mandela plantea en el escenario es un conflicto armado interno. Tiene la presencia de varias milicias, algunas identificadas con él y otras no, pero que están en una confrontación permanente por el dominio de los territorios. — ¿Como sucede en México?
— Claro, aunque ellos tenían el tema del control económico y racial, y en nuestro caso es meramente económico, aunque eso no quiere decir que no haya racismo en México. Pero, más que eso, me refiero a que el modelo de Mandela apunta mucho al proceso de diálogo con el adversario. Para México, el camino con el adversario es imposible, pues la manera de pensar es: “Cómo me voy a sentar a dialogar con aquel, si en su pasado…”. Entonces, ¿cómo vamos a resolver los problemas del país? En Cauce trabajamos compañeros que de jóvenes estuvimos a punto de matarnos. Sucedieron cosas muy jodidas cuando éramos adolescentes.
De la guerra a la paz
— ¿Cómo fue tu experiencia de la violencia y tu transformación hasta llegar a ser un constructor de paz? — Después del 68, en las escuelas vocacionales, en las preparatorias y CCH [Colegio de Ciencias y Humanidades], el gobierno formó una serie de grupos que tenían que ver con el deporte y el control político. Estos grupos tenían concesiones del gobierno priísta, que les decía: “Puedes robar, extorsionar y hacer lo que quieras, pero mantenme controlada la escuela”. Pero quiero dejar en claro algo: los jóvenes que agredían eran usados por el sistema. Todos son usados. Ellos tenían 16 años, igual que nosotros. Ahí rompo el tema de los buenos y los malos. Que quede claro que aquellos chicos eran usados por el Estado y eso es muy jodido. Lo que más me molesta es ver que el Estado utilice a los jóvenes. Les cuesta la vida. A los adultos, no. Los adultos no van a la guerra. Los jóvenes sí van a la guerra. Los jóvenes son los que mueren. En una guerra de barrio, los jóvenes son los que se mueren; en una guerra armada, entre un ejército y otro, son jóvenes los que se mueren. Bueno, aquellos jóvenes que eran utilizados por el Estado eran los que hemos catalogado como “porros”. Más allá de que el mote tenga una serie de descripciones sociológicas, lo que nosotros decimos es que son grupos de jóvenes de alto riesgo utilizados por el Estado mexicano. Bueno, pues en esa época fui a la Vocacional número 10, y el primer día ellos me
asaltaron, me quitaron los tenis y me dejaron sólo los pantalones, pero como yo provengo de un barrio en el que todos los días se peleaba, me defendí y, al hacerlo, no me di cuenta que ya estaba dentro y no pude salir de ahí durante mucho tiempo. Durante casi 14 años fui actor de la violencia y, cuando menos lo pensé, me convertí en eso contra lo que estaba luchando. Una vez que entras, tienes que sostenerte, y para ello le tienes que entrar a las rutas criminales, como la extorsión, el tráfico de armas, la falsificación de documentos, el robo a casas habitación. Eso me tocó vivir y llegué a ser líder, pero no del lado político, sino del lado de la violencia, es decir, de la parte dura de los grupos. Así viví desde los 13 años hasta los 26, conociendo gente involucrada en violencia y en crimen, conociendo desde la violencia institucional hasta la violencia de grupos del crimen organizado. Yo soy de la vieja escuela en la que se tienen códigos para que te ubiquen y sepan quién eres. Hoy la gran crisis es la pérdida del código, pero nosotros teníamos muchos códigos. — ¿La crisis para estos grupos? — Crisis para la sociedad porque, por ejemplo, nosotros no ejercíamos violencia contra la gente de los barrios, sino contra los otros grupos. Ahora, el hecho de no tener códigos es una de las grandes crisis que tiene la propia criminalidad y se ve en la inmensa rotación de liderazgos que tienen. Siempre, en la pandilla, en la criminalidad, la rotación es grande, pero hoy en día es impresionante. Hay gente que sólo dura seis meses y cuando mucho dos años y ya no está. Yo estoy aquí, como bien dicen los hermanos Aymaras, porque la Pachamama dijo que tenía que estar, y tengo un destino qué cumplir, pero no es fácil. Yo pasé por tortura, traficaba armas y explosivos. Yo no era el chico que hiciera el clásico robo; no me cabía ver que le robaran a la gente. La criminalidad también tiene su formación y a mí los viejos me transmitían: “A los pobres no, cabrón, somos igual de pobres”. — ¿A qué grupo pertenecías? — Era el grupo Ricardo Flores Magón, cuyo nombre detona un montón de cosas. Ahí había criminalidad, pero también había gente que decía: “Hay que leer”. Teníamos círculos de estudio en los que decíamos: “Venga, siéntese y lea”, “venga, siéntese y discuta, escriba”; y si estaba armado, era parte, pero era sólo
un cacho de estar aquí. Yo era de los que no estaba armado. — ¿Era formación de estrategas? — Claro. Además, porque éramos anarquistas, aunque hoy en día no se puede decir lo mismo de todos los compañeros y compañeras. Ahora hay mucho socialdemócrata, con los que no comparto ideas. — ¿Qué fue lo que te hizo cambiar? — Cuando mataron a un compañero más, en el año 2000, pensé: “Nadie nos va a salvar”. Para nosotros, metodoló- gicamente, hay puntos de ruptura y puntos de quiebre. Nos rompemos todos los días. — ¿Cuál es la diferencia? — Si miramos un árbol, ahí donde se rompe, va a volver a salir, pero si la rama sólo se quiebra, volverá a salir, aunque hacia otro lugar y no hay necesidad de romperla, sólo observar que empezó una construcción distinta y tomó un rumbo diferente. Para nosotros, lo mejor que puede pasar es provocar esos puntos de quiebre. Cuando asesinaron a Carlos Guadalupe, los compañeros demandaron venganza y yo simple- mente dije: “Ya basta, no lo voy a hacer, no le voy a entrar”. — ¿Y no sufriste consecuencias por eso? — Yo nunca fui el número uno de mi grupo, sino el dos, pero el dos es el uno de la parte violenta. — O sea, ¿el líder era el que daba la cara y tú eras el estratega? — Exacto. Y esa violencia que me toca vivir y istrar, además, me lleva a replantear cuál es el papel que tengo dentro. Me di cuenta que la gente dura, que es la que sostiene, era la que estaba conmigo. Ahí hay un primer parteaguas. En un grupo de cinco mil jóvenes, que era más o menos la membresía que nosotros teníamos en esa época, con presencia en 14 planteles de nivel medio superior y en 24 barrios, muchos de ellos no eran duros; eran chavos que se juntaban con la banda porque decían: “Mejor me junto y la paso bien”. Pero los duros éramos duros y sabíamos en qué momento teníamos que salir. Muchos
duros no viven hoy. Vi morir a muchos compañeros; por eso, cuando asesinaron a Carlos Guadalupe dije: “Ya me cansé”. Eso vino acompañado de una discusión muy intensa sobre la cobardía, la renuncia, la autonomía, la lealtad y la venganza. Y no nos vengamos. Yo sé quiénes mataron a nuestro compañero. Sé quiénes dieron la orden y ninguna de esas personas ha recibido una agresión de vuelta porque en ese momento aprendí que nadie iba a cambiar la vida para nosotros y que seguiríamos teniendo panteones, hospitales y cárcel. — ¿Te apoyaron en tu decisión? — Quedé solo porque nadie confiaba, hasta que me encontré a un compañero llamado Giovanni Xochipa, quien después fue fundador de Cauce, pero en aquel entonces había estado en la cárcel. Él me respondió: “Mira, cabrón, esto que quieres hacer es una locura, pero me queda claro que nunca me has llevado a un matadero. Nunca nos has llevado a que nos ejecuten o que nos usen. Entonces, si tú dices que ése es el nuevo camino, vamos a seguirlo”. — Bueno, habías creado una autoridad moral muy fuerte en tu grupo… — Credibilidad. Nosotros no hablamos de calidad moral. Decimos que tenemos credibilidad y, claro, de mi proceso de tortura que sufría a los 16 años durante casi tres semanas, no hubo un detenido posterior y eso habla de lealtad. Aprendimos a callar, a resistir. También aprendimos a llorar y a no llorar. Yo, durante muchos años, no lloré. No se me salía ninguna lágrima. — ¿Y el miedo? — El miedo no lo quitas. A quien te diga que no tiene miedo, hay que llevarlo con un neurólogo. Te da el chispazo del miedo, pero lo transformas. Yo identificaba el miedo con mi petición de que ya acabara todo. Yo decía: “Por favor, que hoy me den un tiro”. Buscaba la muerte. — ¿Cómo fue tu experiencia con la tortura? — Con la tortura hay una posición política, al final de cuentas. En la época en la que fuimos detenidos, aun cuando hacíamos actividades criminales, teníamos una lucha política para sacar a esos cabrones que tenían el control. Después nos
dimos cuenta que eran igual que nosotros y que todos fuimos utilizados por el sistema.
La transformación
— ¿Fue en la crisis de 2000 cuando decidiste hacer Cauce Ciudadano? — Fue un momento interesante cuando les dije a los compañeros que no podíamos seguir así, que teníamos que cambiar lo que estaba pasando. Muchos me dijeron que estaba loco, pero es que yo pensaba distinto. Cuando fui dirigente, leía todos los días; es un hábito que nunca se me ha quitado. — ¿A quién leías? — Me gustan mucho las biografías, y aprendí mucho de las capacidades de quienes salían en ellas, de sus cualidades y mentiras, como Churchill, por ejemplo, quien era un mentiroso de primera porque no era espontáneo. Entrenaba y ensayaba todas las cosas que hacía. También aprendí de Tin Tan y su origen de barrio; él también fue pandillero y tuvo su iniciación. Luego encontré la historia de María Antonieta y su planteamiento de que la justicia no puede estar en manos del pueblo porque se convierte en venganza. Por eso la guillotinaron. Me gustaba leer también sobre política y sociología: Max Weber, Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. A Mandela lo descubrí ya en Cauce Ciudadano, y me pareció buen referente. También leí al teórico marxista Antonio Gramsci, a Paulo Freire con su concepto del oprimido que nosotros llamamos víctima-victimario. De los clásicos en historia de México, me acerqué a Cosío Villegas, y en literatura leí desde El último de los mohicanos hasta El Quijote. Ahora estoy leyendo sobre Assata Shakur, activista estadounidense del Partido Pantera Negra, que está refugiada en Cuba, y también he leído (aunque mejor lo debí haber escuchado) todos los cursos de Bernie Sanders. Leí mucho sobre el Che Guevara. Me gustaba mucho leer sobre la historia de América Latina, particularmente sobre San Martín y Bolívar, y entender por qué ellos fueron los primeros en obtener la Independencia. A nosotros nos costó doce años después. Es un tema estratégico.
— ¿Entonces lo que buscas a través de tus lecturas, es justo temas de estrategia? — Busco cultura, conocer. Los chavos siempre me veían y decían: “Ya chale, mano, para qué sirve leer”. Es parte de la vida diaria. No tiene que ver con ser o no criminal. — Te sensibiliza, además… — Claro. Como nunca dejé esa parte, cuando llegó el tema de Cauce pude hacer todo un replanteamiento y decir: “Partamos de otra cosa”. Fue muy complicado al principio porque significó dejar todo. Yo tuve hambre, pero siempre supe cómo apagarla, pero, cuando decides dejar la criminalidad, hay días que no puedes apagarla. — ¿Cómo le hiciste para dejarla? ¿No corrías riesgo tú o tu familia? — No, porque yo dejé a mi familia mucho antes. Hubo quien me dijo: “Tienes que decidir: la calle o tu familia”. El planteamiento era: “Decide dónde quieres tener problemas, en tu barrio o aquí, con nosotros. Si es en tu barrio, ya no tienes que hacer nada con nosotros. Si es con nosotros, no metas en problemas a tu familia”. — ¿Era una medida de protección? — Y de autonomía. Vengo de una escuela tan dura que uno de los ejemplos era: “Usted tiene que estar listo para poderse despedir de su familia en diez segundos”; entonces, no daba tiempo de una despedida. Son actos profundamente deshumanizados.
Cauce Ciudadano
— ¿Cuál fue tu primer planteamiento para crear Cauce Ciudadano? — Queríamos dos cosas para estar bien: tener un espacio para los compañeros y otro para estar tranquilos. Yo les decía que teníamos que ser felices y ésa era la
lucha. Aprendí mucho de las lecturas. Leí una y otra vez a Ricardo Flores Magón. Cuando planteé eso, muchos me dijeron que estaba loco. Otros me dijeron que no sabían, pero al final se construyó un primer espacio con los aportes de muchos compañeros y compañeras de la pandilla. — ¿Y qué ofrecía y ofrece ese espacio? — Como un factor de protección a las comunidades donde la violencia es solamente un pequeño ápice, empezamos a trabajar con unos talleres de habilidades para la vida. Somos especialistas en el desarrollo de habilidades para la vida y somos de las primeras organizaciones que empezamos a trabajar con ese concepto. Tuve dos aliados: unos tíos médicos que me ayudaron. Hoy somos 75 personas trabajando profesionalmente en la organización. Hubo una época en la que me jalaba los pelos porque no sabía cómo pagarle a la gente, pero hoy vendemos servicios. Pero lo interesante en todo este proceso fue mostrar que sí hay una posibilidad de cambio, que sí hay posibilidad de transformación, aun cuando todavía para mucha gente seguimos siendo unos criminales. — Pero si tú entiendes los mecanismos de la guerra y de la violencia, entonces puedes proponer mecanismos para la paz, ¿no? — Eso es importante. — Entonces, ¿cuál y cómo fue el proceso de transformación de esos mecanismos de guerra y violencia para construir los mecanismos para la paz? — Hemos deconstruido y desaprendido la violencia para poder aprender la convivencia. Nosotros reflexionamos mucho a partir de nuestros propios procesos. Deconstruir la violencia es también deconstruir las realidades que tienes en torno a tu persona, tu familia, tu comunidad, tu grupo de jóvenes y amigos, tus relaciones en general. Cuando dicen: “Bueno, es que tu papá era muy violento porque a él le pegaron y entonces él te pegó y tú por eso”… Ni madres. Lo entiendo, pero no tenía derecho. Aceptarlo es volver a construir el discurso de la justificación. Es mejor reconocer la creatividad. — ¿Porque la creatividad construye? — Exacto. Yo recuerdo cuando tenía seis años y con una caja de cartón me hice
un doblador de camisas. Mi mamá me pegó una madriza porque era una huevonada: “Las camisas no se doblan así”. Eso es lo que hay que deconstruir, así como hay que deconstruir la violencia en el barrio. Por ejemplo, yo era un tipo relajado, dicharachero, bromista, travieso, pero cuando tenía que defenderme era el más duro, y no lo platico en términos de sentirme orgulloso de eso, sino como una experiencia de vida que se convierte en un modelo de transformación para los chicos cuando me ven y escuchan. Ellos dicen: “Claro, sí se puede salir”, o asumen que sabemos hacer otras cosas y no sólo crímenes. Hubo momentos en los que yo decía: “No sé hacer nada”, pero de pronto dije: “Sé hacer un montón de cosas” y son cosas que nadie sabe hacer. Eso tiene que ver con la creatividad. No soy un creador en términos artísticos, sino un creador en la resolución de conflictos. — ¿En qué consiste ser un creador de resolución de conflictos? — Hay que identificar las herramientas que tienes, las que puedes usar y quieres seguir usando, y cuáles quieres dejar de lado. Esto se convierte en una discusión, pero lo interesante de esto es contar con una mirada distinta de la gente que te rodea, no de toda, pero sí de mucha, y esa gente se da cuenta que lo que haces tiene resultados concretos. Los chavos me ven y dicen: “Mis respetos”, porque no sólo me ven como fundador de una organización, sino como un veterano. En cambio, hay otros que quisieran que regrese a la rivalidad para vencerme y piensan que venciendo ya son “alguien”. Yo uso mucho mi historia para cambiar y, a veces, cuando voy a los estados de la República, donde pienso que nadie me conoce, de pronto se acerca alguien y dice: “Este güey fue así”, y te miran con respeto. No soy ostentoso, nunca lo fui. Me sigo vistiendo con mi pantalón, mis tenis y mi camisa, y nada más.
La necropolítica
— ¿Qué piensas del castigo a los criminales? — Hablando del poder de la venganza, hay gente que trabaja por la paz y lo que quiere es que haya una pena más grande para la persona que secuestró a una
persona. Eso no es paz. Una de las cosas que más me trababa era la forma tan indigna con la que nos veía la gente. Incluso entre nosotros, había mucha gente que estaba contigo aquí y luego se daban la media vuelta para hablar pestes de ti. En el 2001, hicimos un primer documento para decir que venía el tema de los sicarios en México, y recuerdo que Marcelo Ebrard en un desayuno, dijo: “Estos pendejos no tienen idea de lo que están hablando”. Ochos años después, me tocó visitarlo en una reunión con Franck Riboud, el presidente de Danone, con quien teníamos un proyecto. Total, Riboud le preguntaba a Ebrard si, dadas las características de violencia en México, la inversión era segura, y Ebrard le contestó: “Pero eso no me lo pregunten a mí, sino a Carlos, que es quien realmente sabe cómo están las cosas abajo”. “No puede ser”, dije. — ¿Esa mirada indigna, de la que hablas, genera más violencia? — Hay que trabajar desde el diálogo con el enemigo, con el adversario. Eso tiene que ver con cómo dignificamos y ver a esas personas no como las agresoras solamente, sino entender el contexto en el que se desarrollaron para generar un proceso desde una mirada más noble. Hay que reconocer que no sólo las víctimas tienen una historia, sino también la tienen estas personas. Nosotros trabajamos con muchas víctimas, pero creemos que éste es un momento en el que también se tienen que escribir las historias de los victimarios para entender dónde está la ausencia del Estado, la ausencia educativa, dónde quedó la espiritualidad quebrada. En una ocasión hacíamos un mapeo en un barrio del oriente de la ciudad. Cuando los chicos tocaron el tema de la iglesia de ahí, todos la pusieron al rojo y dijeron: “Es que aquí a todos nos abusaban sexualmente”, de ahí la ruptura de su espiritualidad. Se ha roto el acto humano, la posibilidad de escuchar. El diálogo está roto, pero también la posibili- dad de entender. Por eso yo insisto mucho, cuando trabajo con las víctimas, que no demanden venganza. El país no se va a construir con venganza, sino con justicia. Hay que exigir justicia. — Pero, ¿qué tipo de justicia? La justicia también se ve como una forma de castigo. — Es impresionante el daño que le hemos hecho a la sociedad, al sentido de patria, al sentido de país. Es absurdo que volteen a ver hacia otro lado, es
absurdo que no les duelan las mamás que marchan buscando a sus hijos; pero igual de absurdo es que no quieran escuchar al que está dentro y tiene cincuenta muertes en su haber. Es absurdo pensar a México como una cifra sin rostros. Tenemos rostros. Para mí, uno de los actos más dolorosos es cuando nos quitan el rostro porque, si no lo tienes, es que no hay forma de saber tus sueños, tus pesadillas, tus fantasmas, tus ángeles; eso no está y, si no está, entonces ya después no reconoces a la gente y no reconocernos es lo que ha provocado lo que está pasando. — ¿Te quitan el rostro para quitar tu identidad? — Eso tiene que ver con un modelo económico también. Vivimos una mafia capitalista porque tenemos un capitalismo mafioso, no tenemos un capitalismo democrático. Mucha gente dirá que no existe el capitalismo democrático, pero sí existe, no nos hagamos tontos. En el capitalismo democrático, el intercambio de las mercancías son producto de la manufactura, son producto del esfuerzo del trabajo. Pero en México hay un capitalismo que vive de la gente, de vender un hígado, un riñón o una mujer. Esto no puede seguir pasando, y no sólo es la responsabilidad del grupo criminal que se atreve a raptar a una persona y venderla, sino del empresario que la compra. No es solamente lo que hacen los chicos en una casa de seguridad, sino lo que el mundo adulto, lo que este mundo jodido profundamente capitalista decide hacer. Por eso hay que empezar a hablar de necropolítica. El capitalismo mafioso explota a la gente y trafica con las personas. Si los sectores pudientes, si los que tienen plata, no dejan de comprar órganos y no dejan de acostarse con niñas, no dejan de consumir sustancias, entonces nunca vamos a parar esto. Al capitalismo mafioso le conviene mantener, sostener y crear redes de corrupción y criminalidad y cooptar a los jóvenes, que son los más vulnerables, para sostenerse de ellos, aunque ellos son un pequeño engranaje de un sistema más grande. El asunto es sistémico, no estructural. — Desde tu experiencia en el trabajo con los chavos, ¿cómo se podría crear un modelo sistémico lo suficientemente poderoso que contrarrestara el modelo sistémico creado por el Estado? — Quizá yo me muera y no vea el cambio, pero hay que iniciarlo. Hay que desmantelar todas las redes económicas y las redes de vinculación política y empresarial porque los empresarios también son corruptos. Hay que procurar
que la gente entienda que participar es lo mejor que nos puede pasar y que rompa la mirada de: “Yo no participo porque no pasa nada”. Hay que participar. También es importante trabajar con los grupos involucrados en la violencia para empezar a generar puentes de diálogo y negociación que nos lleven a procesos de amnistía o procesos reivindicadores de los jóvenes que están dentro. Así se desmantelaría la base social de la delincuencia organizada. Otra cosa es que el combate a la corrupción política no puede ser desde adentro. Deberían dejarnos profundizar en sus libros, facturaciones y envíos para intentar resolver cosas. — ¿Crees que podríamos usar las mismas herramientas y estrategias que usan los políticos, pero con un mensaje diferente? — En Cauce usamos lo mismo. La mitad del personal es gente que viene del propio fenómeno. No hay una sola intervención en la que no tengamos a alguien que viene del fenómeno. Sabemos qué implica. Hay que romper el miedo, es urgente. — ¿O vivir con él, como decías? — Yo muchas veces he vivido con miedo, pero creo que hay que romperlo para volver a ser felices. — Entonces, ¿hay que poner la mira en lo felices que queremos ser y no en el miedo que nos paraliza? — Eso, y voltear a ver al otro como hermano, como aquel que te da un poco de cariño o a quien le puedes dar cariño. Una estrategia sería no vigilar, sino cuidarnos entre todos, y otra es dar amor incondicional. — ¿Crees que eso pueda ser posible? — Nosotros a veces estamos cansados de la apatía de la gente. Nos cansa que sólo se mueven cuando les matan, les secuestran o desaparecen a alguien. Nos cansa que no entiendan la magnitud del conflicto, nos cansa que no quieren moverse de lugar. El otro día le preguntaba a alguien: “¿Cuántos desaparecidos hay en México?”, y me contestó que como treinta mil; pero días después llega y dice: “Bueno, encontré un dato donde dice el gobierno que todas las personas regresan y que realmente hay una taza como de siete mil”; entonces me le quedé viendo y le
dije: “Bueno, con una vida, con un desaparecido ya vale la pena gritar, ¿no?”. Yo sí considero que de la forma como atendamos a las víctimas de desaparición y a los huérfanos de la guerra, dependerá lo mucho que hoy se pueda sostener. Sin eso no hay forma de sostener la teoría del cambio. Hay que trabajar mucho con los jóvenes, particularmente con los adolescentes. Hay que transmitirles confianza, pero también que sepan que hay posibilidades de cambio y transformación. Y, por último, y lo vuelvo a repetir, hay que construir confianza basada en el amor porque, si no lo hacemos, no habrá cambio posible.
Visión de los pueblos originarios
— Ustedes también han trabajado mucho con la escuela latinoamericana de red social, ¿verdad? — Sí. Hay que aprender mucho de la visión de futuro de nuestros pueblos originarios. Los pueblos originarios de América Latina, en general, creen en el buen vivir, no en el vivir mejor. Vivir mejor significa tener el mejor celular y el mejor carro. Vivir bien es vivir de forma integral y nada más. Para qué se quiere tener algo material… Un día, aquí en Cauce, hablábamos sobre el salario y escuchaba que decían: “Yo gano 45”, “yo, 49”, “yo, tengo un bono por 25”, hasta que les dije: “No mamen. Son idénticos que el gobierno, cabrones. De dónde sacan que necesitan todos esos miles de pesos para vivir…”. Entonces, alguien dijo: “¡Ah!, te enojas porque tú no ganas lo que yo”, y le contesté: “No entendiste nada”. Yo creo que una de las cosas que tiene que suceder en México es que la sociedad civil cambie su pinche paradigma. La sociedad civil está peor que los partidos políticos, y es el paradigma de que somos puros, somos los más sanos, somos los que nunca nos hemos equivocado… Es falso. Eso ya no puede seguir. Y el paradigma no es mi agenda, sino México, el paradigma es la gente. O sea, mi paradigma no puede ser mi agenda de la transparencia ni de la equidad de género. ¿No se han dado cuenta que nos están matando? Nos están matando, y todavía hay gente que llega a decir que lo más importante es el derecho de los animales. Nos están matando, y hay gente que llega a decir que es más
importante discutir en la transparencia política y no que nos están matando. Eso es no entender lo que pasa, y lo que nos pasa es que tenemos encima una práctica de necropolítica. — Hablando de los pueblos originarios, los cheroquis, por ejemplo, dicen que el amor es una acción. — Para mí, cualquier discusión no tiene que ver con hacer filosofía, sino con hacer cosas. Si después de la acción, no funciona, entonces ya sabemos. Pero la forma de la clásica izquierda mexicana que discute mucho y hace muy poco, no me gusta. — ¿Cuál ha sido tu historia desde niño para llegar a la conclusión del amor como única vía de solución? — Yo soy el quinto hijo de un matrimonio de campesinos que, a pesar de que eran del mismo pueblo, fue cuando llegaron a la Ciudad de México donde se conocieron, se enamoraron e hicieron una apuesta. Tuvieron cinco hijos, todos locos, de los cuales yo soy el menor. No vivo recriminando a mi familia, aunque tengo una corta relación con ella. También tengo a quienes hicieron las veces de mamá y papá conmigo, son aliados, y cuando voy a su casa es cuando me siento en plenitud de familia. No es que no disfrute a mis padres; los disfruto cuando están solos, pero cuando llegan todos los demás, no aguanto. Soy muy ermitaño también. No me gusta estar rodeado de gente. Luego me dicen: “Es que siempre estabas rodeado”, pero otros dicen: “¿De qué están hablando, si la banda estaba acá y el Carlos iba solo cien metros adelante?”. A veces hasta me decían que es que no me gustaba la banda, pero no era eso, sino que me enfurecía ver que hostigaran o robaran a una persona. Me enfurecía tanto que terminaba por castigar a la gente, aunque te voy a decir que nunca me apoyé en el grupo para resolver mis problemas. ¿Para qué tendría que meter en un problema más grande a alguien, si es de mi pandilla? Hubo un momento en el que empecé a cansarme, al grado que deseaba acabar con mi vida. Yo sentía que me había echado a perder y que no servía para nada. Me da nostalgia decirlo, pero muchas veces daba un paso en la calle y decía: “Por favor, Dios, mío, ya mátame, no quiero vivir”.
— ¿Y ahora cómo te sientes? — Ahora es al revés. Hay muchas ganas de vivir y hacer cosas. Tengo muy claro que, si mañana me llegara a pasar algo, ya hice algo. Siempre he creído que la muerte es una etapa de la vida y hay que aprender a vivir ese cachito porque la muerte dura muy poco. Morir es un breve espacio de toda la vida. Es el tiempo corto de una materia que dejará de estar. Entonces, me parece que no hay que buscarla, sino a reconocerla cuando llegue, pues ése será un momento único y como un acto único hay que estar consciente de la transición. Creo mucho en la Pachamama, en la cultura mexica, en la cultura maya, y eso es un paso más. Ahora, una cosa es que te mueras y otra cosa es que te maten, y eso es lo que nos está pasando en México. Por eso le tenemos tanto miedo a la muerte, pero no es a la muerte, sino a que nos maten, a que nos quiten posibilidad de vida, y eso es algo que México tiene que cambiar y la vía para hacerlo es aprendernos a amar.
LA MEDIADORA
Dolores González Saravia
Ella dice que es de bajo perfil, pero yo la he visto en los programas de Rompeviento, hablando de las coyunturas, las estructuras, los movimientos sociales y las distintas articulaciones enfocadas en la defensa de la causa indígena y el territorio; de la causa de las familias de los desaparecidos y de Ayotzinapa; de la nueva Constitución y la necesidad de hacer cumplir los derechos humanos en todos los niveles. La he visto participar en la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed), como mediadora entre los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el gobierno, en la Cátedra de Teología Feminista y en la Cátedra UNESCO de Resolución de Conflictos en la Universidad de Córdoba; también la he visto como moderadora en un programa de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio, la he encontrado entre las páginas del periódico La Jornada, acusando a los espías cibernéticos que se metieron a los archivos de los Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz), organización no gubernamental (ONG) que fundó y dirigió en 1996, y de la que ahora es coordinadora de Procesos de Transformación Positiva de Conflictos. Dolores González Saravia, Lolis, como se le conoce, vive multiplicada en infinitas configuraciones del activismo mexicano, buscando nuevas formas de diálogo que sirvan para transformar los conflictos, y por eso también aparece en muchas mesas de discusión, foros, talleres y conferencias, siempre con sus blusas mexicanas, quizá por su gran amor a las comunidades rurales y por esa facilidad que tiene de hilar, bordar y tejer la diversidad y la inclusión en una infinita red de movimientos por la paz. Por ello, también la he visto acompañando a los indígenas, a las madres de desaparecidos, trabajando con los jóvenes, a quienes ha iniciado como activistas por la paz, empezando por su hija Ruth, que dice que desde chiquita iba con ella y su papá a las marchas por la paz, a los comunicados del subcomandante
Marcos, a las asambleas de Cuauhtémoc Cárdenas, y que le enseñaron a ser fiel a sus principios, que el bien individual es el bien común y que las reglas de la casa iban más hacia el compartir, que optaban por la conciliación más que por la pelea y que viajó con ellos por todo este país tan lleno de diversidad y cultura. Pero, lo que más me llama la atención es que, a pesar del esfuerzo sobrehumano que Lolis hace cada día por todas y cada una de las causas, jamás deja de sonreír y hablar con su voz suave y clara, pero no por ello menos contundente, igual que sus manos que dan forma a sus palabras en una especie de andamiaje que circula vertiginosamente y redondea todas las ideas que se tienen que aterrizar para hacer que la agenda funcione en las acciones por venir. A través de Serapaz, ONG que fundó al lado de don Samuel Ruiz, incesante defensor de los derechos de los indígenas y mediador en el proceso de diálogo entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal, Lolis ha participado en las alianzas con otras organizaciones civiles e indígenas, como el Comité de Derechos Humanos Fray Pedro Lorenzo de la Nada AC y el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, así como numerosas instancias nacionales e internacionales, entre las cuales están la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y La Coordinadora Alemana de Derechos Humanos, entre otras. Ha tenido o con las más variadas personalidades sociales y políticas, y con todo ello impulsa propuestas de cambio, rompe esquemas, crea estrategias, analiza y reflexiona sobre los cambios políticos, sociales, económicos, culturales, educati- vos y morales del país, fortalece las capacidades de los actores sociales con la apertura y receptividad que se necesita para escuchar a sus interlocutores, y todavía le da tiempo de ser mamá.
Constructora de paz
— ¿Te consideras una constructora de paz, Lolis? — Me considero una constructora de la paz, quizás en el sentido que le da el propio Gandhi: la paz es la aspiración de lo que queremos, pero también es el camino para lograrlo. Creo en una idea de la paz ligada a la justicia, a nuevas formas de convivencia basadas en la fraternidad, en el ejercicio de derechos, en la dignidad de las personas, que nos lleve a otro estado de las relaciones sociales,
humanas, políticas y de todo tipo. Creo en esa paz que implica cambios, pero los cambios implican conflictos, así que, en ese sentido, mi historia está ligada no sólo a las tareas de mediación y a la búsqueda de soluciones no violentas a los conflictos sociales, sino a mi adolescencia, cuando descubrí, con mucha claridad, las situaciones de desigualdad y sufrimiento de un sector de la población; así que, finalmente, en mi juventud me ligué a movimientos sociales. Empecé con los temas de misiones porque estaba en una escuela de monjas, y para mí era importante crear conciencia social. Luego estudié en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) del Colegio Madrid, donde había una tendencia política más clara. Después estudié en la híper politizada Facultad de Economía de la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], generación 19751980. Fue ahí cuando tuve una clara tendencia de transformación social, radical, profunda. Participé quince años en el Movimiento Urbano Popular, acompañando a los pobladores que luchaban por su derecho a la vivienda, a la educación y a la salud. Eran pobladores que migraban de provincia y fundaban colonias en la periferia de las ciudades. Yo participé en la parte sur de la ciudad: Ajusco, Santo Domingo, los Pedregales, San Nicolás Totolapan, Padierna. En ese entonces había gran tendencia a hacer proyectos de la escuela popular y dispensario popular, pero siempre ligado a una idea de cambio social que nos permitiera vivir de una manera más equitativa, justa e igualitaria. Aprendí mucho de esa etapa, sobre todo en Ajusco, donde había una organización conducida por señoras mayores que habían pertenecido a la Acción Católica y terminaron muy politizadas. — ¿No se peleaba el ateísmo del Madrid y la UNAM con el ambiente católico? — Fue la época en la que un sector de la Iglesia se apropió de la Teología de la Liberación y entonces se creó esta idea de la Iglesia popular. Yo no milité en la Teología de la Liberación, pero fue mi primer impulso para hacer algo y terminé por moverme más en el ámbito político social. Lo religioso y lo político no se peleaban dentro de mí, aunque mis amigos comunistas me cuestionaban seriamente porque su ideología no casaba con la religión. — ¿Eres creyente? — Sí lo soy. Al final uno va construyendo cómo cree que debe ser. Aunque
alguna vez lo religioso quedó muy relegado, al final me reconcilié con ello, sobre todo durante el traba- jo en Chiapas, que siempre tiene ese componente tan importante. — ¿Y todavía es un componente importante para ti? — Ahora es más importante. Con toda la experiencia de Chiapas, desde 1994 hasta la fecha, la cercanía con las comunidades que tienen una religiosidad tan fuerte, se convirtió en parte de mi propia paz interior. — ¿Consideras que la paz interior es importante para ser constructora de paz? — Es muy importante porque en la tarea de construcción y, sobre todo, en la de mediación, te vuelves como un fusible. Recibes una sobrecarga de energía negativa de todos los lados en conflicto, y eso llega a ser agotador. Debes de tener la capacidad de procesar eso para no quemarte, y la verdad es que, si no estás en una situación más o menos de equilibrio interior, es muy difícil hacerlo, pues se trabaja con mucha gente que está enojada, que está radicalizada, agraviada, asustada y que está compitiendo por los protagonismos. — ¿Cuáles son tus herramientas para lograr ese equilibrio interior o ha sido algo que se ha ido construyendo? — Pienso que es algo que se ha ido construyendo. Yo nunca he tenido una terapia. — Y es que tú eres tranquila… — Sí, soy tranquila, tienes razón, siempre he sido tranquila. La tarea de la paz me fascinó desde un principio. Siempre sentí que era un espacio donde yo estaba a gusto. Después de 1988, por ejemplo, se pluralizó el país por primera vez y me dediqué a asesorar a los dirigentes sociales que entraban a ser parte de los gobiernos locales y que se volvieron regidores, síndicos y alcaldes. Era apasionante ver los sistemas de participación con nuevas formas de economía, porque la opción de las personas en ese entonces era el cambio, no un botín político y económico, como pasa actualmente en estos ámbitos tan oscuros.
Don Samuel Ruiz
— ¿Cómo fue que llegaste a Chiapas? — Cuando apoyaba a las personas que llegaban a cubrir espacios de cargos o de poder público, empecé a trabajar con algunos municipios rurales e indígenas que estaban en Veracruz, el Estado de México, Michoacán y Oaxaca, principalmente. Entonces creamos el Centro de Servicios Municipales. Era curioso, porque veías a la sociedad civil formando a funcionarios públicos, pero es que esos funcionarios públicos tenían la característica de tener esta inspiración y aspiración al cambio social. Estaba ahí justo cuando se levantaron las autonomías y los municipios indígenas en Chiapas, y la gente de la Comisión Nacional de Intermediación buscó a quienes estábamos en estos temas para invitarnos a participar. — ¿Fue cuando conociste a don Samuel Ruiz? — Yo no estuve en la primera etapa porque vine a cuidar a mi papá que estaba un poco enfermo y mi hija estaba recién nacida. Fue hasta finales de 1994 que me integré, y ya en las tareas de mediación fue cuando me di cuenta que lo mío era buscar salidas que pudieran ser incluyentes y recogieran las preocupaciones de todos, porque mi tendencia no es tanto la confrontación, sino la mediación. Se me daba de manera más natural y ahí era donde podía desarrollar más mis propias capacidades; además, como me dijo mi hija alguna vez: “Lo bueno es que trabajas casi con pura gente buena”, y por eso también puedo estar en paz. Trabajo en un medio en el que la gente, en general, transmite mucha energía positiva. — ¿Cómo le haces para crear alianzas que sean genuinas? Puede haber mucho infiltrado en el camino… — No es tan fácil y además no dejamos de ser competitivos. La verdad es que el trabajo de paz es un poco glamoroso. Tiene toda esta dimensión del trabajo invisible, permanente, de estar cosiendo lo que se descose, atando lo que se desata y, en ese sentido, ser constructor de paz te legitima mucho y los interlocutores políticos y actores sociales más confrontativos te ubican en un lugar muy aceptable. Mi perfil no es muy público, pero un mediador público llega a ocupar un espacio muy legítimo de cara a lo público y le da un nivel de referencialidad y de estatus
importante. Es glamoroso porque te hace conocer periodistas, personalidades públicas y a todos aquellos que quieren acercarse a la agenda de paz. Mucha gente que se adhiere a esta agenda tiene gran poder de conexión, aunque también se juegan roles, y eso depende de las personalidades. Por ejemplo, don Samuel era una personalidad muy pública. Era la cara pública de todo el proceso. — ¿Fue un maestro para ti? — Sí, totalmente, y en muchos sentidos también fue un padre un poco por su manera de ser. Yo lo acompañé sobre todo en la segunda etapa, cuando se jubiló y vino a México a vivir en la Casa de la Solidaridad en la que trabajamos mucho. Nos tocó viajar juntos, tuvimos mucha cercanía, espacios de intercambio, de reflexión conjunta, tarea común, y aprendí de él en muchos sentidos. Era un hombre complejo. No era nada fácil ni para expresarse, pero sigue siendo una inspiración. Me di cuenta de todo lo que él era para mí el día que falleció. Es cuando sientes el tamaño de los vacíos y de las ausencias. Don Samuel era una persona profundamente convencida de su tarea en el sentido más hondo, que era su espiritualidad. Era un mediador natural. Creía en la construcción de la paz a costos muy altos porque de alguna manera quedó mal con todos aquellos que habían tenido una expectativa distinta de él. Por ejemplo, los pueblos indígenas que optaron por la vía armada no sintieron su acompañamiento porque se colocó en medio buscando el cambio social. Él era muy radical en sus posturas políticas, pero a través de la vía pacífica. Eso lo llevó a ser el mediador entre el gobierno y los pueblos indígenas. También luego el gobierno lo atacó tremendamente y fue vigilado; incluso tuvo muchos atentados. Hubo un momento en que muchas de las capillas estaban tomadas por militares o paramilitares. Habían expulsado a tres de sus sacerdotes e hirieron a su hermana… Don Samuel fue atacado directa e indirectamente en su labor diocesana. Una de las cosas que me enseñó fue el trabajo colectivo. Aunque destacó como personalidad, él trabajaba de forma colectiva y creó muchos procesos organizativos, de articulaciones, equipos de trabajo que han perdurado, y me ayudó a tener una visión de los procesos a los cuales hay que apoyar porque, como dices, hay gente desde oportunista hasta infiltrada, pero pienso que él decidió ir con confianza al proceso y trabajar constructivamente. — ¿Su fuerza era su convicción? — Su convicción era el trabajo colectivo y creo que ésa es una de las divisas que
hay que trabajar. El trabajo perdura e impacta cuando es colectivo porque no es la persona, sino el proceso que se queda más allá de la persona. — ¿Tú en qué lo apoyabas entonces? — En la mediación nos tocó mucho ayudar en el entendimiento de los temas que se estaban discutiendo, en la búsqueda de formulaciones que pudieran ser de consenso, en la identificación de los temas sobre los que había que intentar construir nuevas convergencias porque, como podían caer en una contradicción de lo que se estaba planteando, había que hacer una reflexión conjunta de cómo funcionaba y se movía la agenda. Más tarde mi labor consistió en ayudar a conformar un equipo para formar Serapaz con la idea de devolver a la sociedad civil la experiencia de mediación y hacerla replicable a otros procesos. Don Samuel era un hombre con un sentido tremendo de la historia, y muchas veces me tocó, más sistemática y metodológicamente, hablar de los componentes de esa experiencia y de cómo se podrían apropiar esos componentes en otros procesos. Me tocó acompañarlo en la red de paz de América Latina y me invitó al Consejo Directivo del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas. Ese acompañamiento para mí fue también muy hermoso, sobre todo por el amor que le tenía al tema de los derechos humanos de los pueblos indígenas. — ¿Cuáles eran los huecos que don Samuel hubiera querido llenar en la historia de México para hacer una verdadera construcción de paz? — Él siempre empezaba diciendo que había ido a evangelizar a Chiapas, pero que finalmente él fue evangelizado por los pueblos indígenas. Él se redefinió en ese trabajo. Aunque había ido al Concilio Vaticano II, que fue todo un giro progresista de la Iglesia en el que participaron personas de la talla de don Sergio Méndez Arceo y Óscar Arnulfo Romero, quienes eran obispos de avanzada, para don Samuel fue Chiapas donde encontró un espacio interesantísimo para poner en práctica muchas cosas, pero él hablaba más que de lo que había hecho, de lo que había aprendido, y con eso visibilizó ante nosotros los valores de solidaridad y de sentido de comunidad y cuidado por el otro que reconoció en los pueblos indígenas. Los pueblos indígenas se regían por valores profundamente humanos y un sentido espiritual inmenso. Hace poco fui a un encuentro en defensa de la Madre Tierra en una comunidad en las cañadas de Ocosingo, Chiapas, y tardaban más
tiempo en definir la ceremonia religiosa que el encuentro político, y nos decían: “Aquí podemos tener muchas diferencias políticas, pero la espiritualidad nos mantiene juntos”. — ¿Y tú recoges esa parte? — Sí, porque estoy convencida, después de todo lo que he visto durante muchos años de militancia y de tratar de proponer un cambio desde muchos lugares diferentes, que la batalla más importante es la ética y cultural, porque es la que nos va a permitir colocarnos en otro lugar para generar los cambios necesarios. Me parece que después de lo que hemos visto, de los diferentes ensayos de nuevos sistemas políticos, eco- nómicos y sociales, si no los fundamentamos en una propuesta de valores, de relaciones sociales diferentes, va a ser muy difícil que funcionen. Entiendo que tiene que haber una racionalidad política, económica y social, pero sí creo que los fundamentos éticos serán los que nos permitan ir hacia allá, y de alguna manera los pueblos indígenas, y no los idealizo, han tenido un hilo conductor en muchos de estos valores de sentido de lo común y de lo colectivo, y no sólo me refiero a los pueblos de Chiapas, sino que lo vemos también en Oaxaca, entre los tarahumaras, los wixáricas, etcétera. Es decir, donde te muevas, hay valores que prevalecen. Yo por eso digo que los pueblos indígenas son una reserva de futuro, y ahí está mucho de lo que tenemos que construir hacia adelante. — Desde tu punto de vista, ¿qué falta a los pueblos indígenas para que puedan permear en toda la sociedad? Veo que siguen profundamente rezagados… — Como un sujeto de cambio han venido debilitándose muchísimo por la migración, por los programas sociales, la intervención de los partidos y la desigualdad económica. Antes tenían muchos mecanismos para mantener el equilibrio interno y un cierto nivel de igualdad interna también. Si alguien se iba a trabajar a la ciudad y de pronto tenía un ingreso mayor, se convertía en el padrino, en el encargado del equilibrio económico de la comunidad. Lo hacían gastar todo su dinero en los temas que la comunidad necesitaba y, ahora, la cooptación política los ha debilitado. Por ejemplo, cuando Vicente Fox implementó la secundaria como un nivel educativo obligatorio, aunque sea algo loable, esa etapa de desarrollo social no estaba contemplada en la cosmovisión de los pueblos indígenas, lo cual provocó en ellos un choque tremendo y se dispararon enormemente los problemas de adicción, embarazos no deseados y suicidios juveniles. Se provocó una descomposición, una fragmentación interna
que los ponen de cara a una problemática frente a la cual no tienen instrumentos. Ahí no hubo falta de voluntad, pero sí una falta de consideración sobre los impactos que podían crear. Muchas veces esos programas generan desigualdades dentro de las propias comunidades. A veces una parte de la comunidad está con un partido y la otra no; una accede a los programas y la otra no. Existe la corrupción y la cooptación, y la migración es otro elemento que genera mucho choque no sólo cultural, sino económico. Los chicos que se van, regresan en una lógica muy diferente: cómo se visten, por ejemplo, y eso va rompiendo a la comunidad. — ¿Cuál sería un componente de unidad a rescatar en las comunidades? — Creo que se puede rescatar la cosmovisión todavía como una cierta normatividad interna, así como los valores y conceptos que tienen sobre la paz, sobre lo que es la comunidad, el territorio y la cultura. Estos son factores que pueden ser inspiradores para construir algo nuevo. No digo que ellos sean el sujeto idóneo para conducirlo todo, pero sí me parece que rescatar esos factores puede ser muy importante para pensar en lo que tenemos que hacer hacia el futuro. — ¿Qué opinas de María de Jesús Patricio Martínez, la candidata indígena a la presidencia de la República de 2018 que lanza el Ejército Zapatista? — Yo veo que puede ser una oportunidad interesante para generar un debate público. Lo veo más como un acto simbólico. Creo que será parte de la disputa cultural de tratar de colocar aquello que tiene que ver con el sentido de territorio, de bienes comunes de la naturaleza, de lo común y lo comunitario. Desde hace más de un año, usan la idea de compartir y conectarnos. Entonces supongo que ése va a ser un poco el discurso a colocar. Vamos a ver qué tal funciona porque, eso sí, tampoco son un ejemplo en el tema del género, pues las comunidades indígenas no son particularmente equitativas en eso. Si te fijas, hablar del Ejército Zapatista y de la Ley Revolucionaria de Mujeres no es algo que venga de la tradición, sino es algo que viene en otro código.
De cara a la guerra
— ¿Hablar de paz es hablar de la guerra? — Así es. — ¿En qué posición te colocas dentro de la guerra? — Ha habido muchos cambios. Cuando estábamos en los movimientos políticos sociales más radicales, como el Urbano Popular, había esperanza de construir una sociedad ideal, hasta que te das cuenta que eso no se construye; que para empezar, el proceso revolucionario era mucho más complejo y complicado de cara a lo que estaba pasando en todo el mundo, pero al final yo sigo aspirando a construir una sociedad que pueda vivir en paz, pero ahora pensando que el camino que se pueda construir pueda ser justo y no violento. Quizás en ese momento hablar de la no violencia no era tan fácil porque todos estábamos convencidos de todas las revoluciones centroamericanas… — Y es que eran más movimientos de resistencia armada que de resistencia pacífica, ¿no? — Todos consideraban que era un componente necesario, lo practicaras o no, que por ahí había que llegar en algún momento. Entonces, yo lo que creo es que la aspiración de alguna manera es la misma, lo que sí ha cambiado es un poco la ruta y un sentido de realidad distinto. Estamos en un momento en el que creo que, por el nivel de violencia que vivimos ahora, hemos regresado a pensar en momentos de sobrevivencia para después retomar. Hemos reducido nuestra agenda de generar una línea democrática radical, basada en lo local con modelos alternativos que pudieran ir de abajo hacia arriba y ahora no se puede. Ahora, lo que pedimos es que haya un Estado de derecho, ética pública, o sea, estamos regresando a la agenda más elemental. — Y es que todo se desbarató… — Se desbarató todo. Hay todo un desgajamiento del proceso institucional, y ha sido tan apabullante que nos orilló a una agenda mínima. — ¿Estamos hablando de un nivel de sobrevivencia? — Bueno, dentro de Serapaz justo trabajamos con las víctimas de la violencia y
estamos hablando de líneas de sobrevivencia sobre todo para los actores, como los que buscan a sus desaparecidos, que se mueven en el filo del riesgo. Hay una parte que está en una línea de sobrevivencia, pero no me refiero a la sobrevivencia de la vida o la muerte, sino de los procesos mismos porque ya hay una judialización, una criminalización y deslegitimización muy alta de la gente que está haciendo la defensa de sus procesos. Ahí tienes el caso del Sindicato Mexicano de Electricistas y toda la campaña publicitaria que se hizo para denostarlos al punto de convertirlos prácticamente en delincuentes, y lo mismo pasó con los maestros… — En un programa de Rompeviento decías que hay veces que los mediadores tienen que renunciar porque el gobierno de repente se monta en los procesos y los diluye. ¿Cómo le hacen en ese caso? — Al gobierno muchas veces le conviene istrar los conflictos y mantienen una simulación de diálogo. — ¿Y cómo es que ustedes detectan eso? — Eso no es tan fácil porque en el propio proceso de mediación a veces nosotros, como equipo, tenemos percepciones diferentes. Mientras que unos vemos que ya hay que salirnos, otros dicen que hay que esperar porque hay condiciones. Siempre apostamos por la esperanza de ir hacia adelante, pero a veces hay que observar cuando ya de plano no se está avanzando en la agenda y empieza a haber un deterioro no sólo en las relaciones, sino en los pactos de no agresión. En esos casos, cuando nos damos cuenta que las estrategias de confrontación entre los grupos siguen actuando por abajo, ya no de forma regulada, y ya no se expresan en la mesa, nos retiramos. — ¿Como mediadores han tenido amenazas? — Poco. Yo siento que la mediación no es un blanco directo. Una vez, un compañero que coordinaba la entrada a la mesa de una representación de comunidades de la Selva Lacandona fue detenido. Serapaz reaccionó pronto y, como tenemos esta posibilidad de interlocución por un lado con el gobierno y por el otro con otros aliados de la población civil nacional e internacional, en una hora ya teníamos a Naciones Unidas y a Gobernación al pendiente. En tres horas, nuestro compañero estaba afuera. Se habían movilizado con mucha solidaridad en muy poco tiempo; entonces nos damos cuenta de que la
referencialidad del trabajo de mediación y de paz es alta. Ahora, eso fue en un caso de detención del Estado, pero sí hemos tenido situaciones en las que la tensión es muy alta para la persona que está haciendo la mediación, sobre todo cuando no se ha logrado la contención del conflicto. — ¿A ti te ha pasado? — A mí no me ha pasado físicamente, aunque sí nos ha pasado en las grandes movilizaciones, en las que se exacerban mucho los ánimos y el asunto termina en confrontación. Entonces existe un protocolo de regulación para que se le haga el menor daño a los actores sociales detenidos. — ¿Y ese protocolo es a través del diálogo? — Sí, es a través del diálogo. Es algo que se prepara con mucho cuidado antes de la movilización, y lo hacemos cuando nos lo piden. Entonces generamos puentes de interlocución. Con Ayotzinapa se hizo mucho, así como en otros casos en los que había riesgo de represión. Por ejemplo, durante los sucesos de Atenco logramos abrir un proceso de diálogo y los familiares de los presos que no habían podido ir en dos o tres años, llegaron al penal del Altiplano y se quedaron donde está la barda, lejos de la cárcel, pero llegaron con el camión, las bocinas, los machetes y mucha energía y emoción; entonces, del otro lado aparecieron un montón de granaderos. No se iba a tomar la cárcel. Era un evento nada más, aunque muy desafiante. Yo estaba con don Samuel, que iba en silla de ruedas. Total, nos paramos en medio de los dos contingentes. — ¿Y qué pasa cuando te paras en medio de dos contingentes? — Baja el nivel de tensión. — Pero ellos, claro, tienen que reconocerlos a ustedes… — Sí, pero ahí el que se tiene que bajar, que está desafiando a los otros, es el movimiento social. — ¿No te da miedo ponerte en medio? — Yo no le tengo miedo al actor social. En caso de confrontación, los granaderos se van contra los actores sociales, no contra los mediadores. El miedo, entonces, es ya no poder hacer nada ante eso porque eso ya no nos toca;
no nos toca participar en la confrontación directa, aunque después vayamos a sacar a los presos y a resguardar a los heridos. Nos toca trabajar un poco sobre los costos y los efectos de la confrontación. — Pero, se necesita tener cierta autoridad moral para eso, ¿no? — Sí, claro, y un reconocimiento. — ¿Tú consideras que ya tienes esa autoridad moral en medio de conflictos fuertes? — Cuando conocemos al actor social, sí. Y ahí hay un tema de confianza porque un actor social, como en el caso de los maestros, puede ser muy complejo. Puede suceder que algún actor social considere que estar en la mesa de negociación es una claudicación, así que por eso es muy importante mediar sólo cuando él nos lo pide. — ¿Y si se los pide el gobierno? — Sólo lo hacemos cuando nos lo pide el actor social, y si se pierde su confianza, mejor nos retiramos. Cuando estuvo tomada Rectoría por un grupo de alumnos que peleaba por el plan de estudios del CCH, se nos pidió hacer tarea de mediación con las autoridades universitarias. A veces, cuando hay actores muy espontáneos que buscan sólo la protesta, es bueno ayudarlos a racionalizar y sistematizar, y es por ello que propusimos una mesa de negociación entre ambas partes, pero el caso fue que cuando llegamos, nos esperaban actores totalmente distintos a los que conocimos en Rectoría, y desde ese momento hubo desconfianza por parte de ellos, a tal grado que en una de las sesiones nos encontramos con un cartel que decía: “Ya, Serapaz, ¿de qué lado estás?”, porque para algunos la expectativa era que hubiéramos estado más cerca de ellos y menos del lado del gobierno. La tarea de mediación no es fácil de entender, así que muchas veces cada parte trata de convencer a la mediación de sus propias razones para que se incline hacia ella. O sea, al final, en estas disputas se construye una correlación de fuerzas, un balance de poder. Ahora, te diré que en Serapaz nos declaramos no neutrales en los conflictos sociales. — ¿No neutrales?
— No neutrales respecto a las causas porque sí estamos más del lado de la legitimidad de las causas por los derechos. Estamos parados en la legitimidad de la agenda y de las causas que se discuten. Es decir, nos declaramos no neutrales ante las causas, pero sí imparciales en el proceso, pues ambas partes tienen que confiar. — ¿Y en realidad sí se puede observar la buena voluntad del gobierno? ¿Existe? — El gobierno, como tal, tiene una tendencia a istrar los conflictos, y la mesa puede ser una oportunidad para hacerlo. En este país, donde la negociación está mal vista porque es un espacio para transar, normalmente las mesas sirven como tácticas para ganar tiempo, visibilidad, referencialidad, distensión, posibilidades, condiciones, y hablo por ambos lados. Hay funcionarios que pueden ver que una mesa bien llevada te puede dar posibilidades de una salida aceptable para todos; hay unos cuantos que logran ver esa posibilidad en un diálogo y negociación, pero el problema es saber si el actor gubernamental que participó en la mesa tiene verdadera fuerza para incidir en la decisión que se tomó. Te puedo decir que sí hemos encontrado gente con sensibilidad. Hay gente que trata con mucho más respeto a sus adversarios en la mesa y les concede mayor legitimidad. Los interlocutores del gobierno pueden ser diferentes, y con algunos hemos logrado construir algunas salidas. — ¿Las estrategias de Serapaz por lo regular funcionan? ¿Siempre han funcionado? — Para nosotros es importante que el conflicto se transforme para generar condiciones de cambio. A veces el cambio se da por la ruta de la negociación. Nuestra apuesta principal es la jurídica, pero la mesa juega otro papel: nos da tiempo, permite abordar los temas de distensión del conflicto cuando está muy confrontado y ganar respaldo social. Casi siempre son estrategias que tienen varias dimensiones, y la idea es llevar el conflicto hacia otro estatus para darle posibilidad de cambio. Muchas veces no se resuelve en esa intervención, pero queda en un lugar en el que puede avanzar hacia un segundo ciclo. La mayoría de los conflictos sociales son de larga duración y, aunque no se resuelven completamente, se logran mecanismos durante los procesos. El conflicto de la CNTE, por ejemplo, no se resolvió, pero se logró que se le reconociera como un interlocutor válido para la discusión educativa; es decir, aunque no logró la
abrogación de la Reforma, se logró ver el tipo de propuesta alternativa normativa que puede hacerse. Se logró que regresaran todos los maestros que habían sido despedidos y pudieron tener una estructura de representación sindical que les permita tener la posibilidad de dirigir sus secciones. La idea con todo esto es que la agenda vaya encontrando soluciones incluyentes, aceptables para todos y que recojan las preocupaciones de los diferentes sectores.
Momentum del conflicto
— Lolis, siempre tengo la impresión de que el gobierno tiene a los mejores estrategas. Deja que avance un proceso y de pronto te da un golpe y te cambia el panorama. El gobierno se vale de cortinas de humo, cajas chinas, campañas para generar miedo y toda clase de artilugios para alargar, istrar o eliminar procesos. Sus estrategias, aunque parezcan desordenadas, son ordenadas, invisibles y corren a gran velocidad; en cambio, los mecanismos de la sociedad civil son visibles y desor- denados; operan desde una ideología, indignación e impulso, pero sin estrategia. ¿Cómo combatir al sistema opresor si no hay unificación ni planeación? ¿Cómo combatir esa ola de violencia generada y perpetuada desde allí, desde el mismo gobierno? — Dicen que el actor social es amante del riesgo y sus horizontes son de largo plazo, y el actor institucional no es amante del riesgo y sus horizontes son de corto plazo; los tiempos políticos son muy rápidos. — Bueno, pues viéndolo desde ese panorama, el actor institucional tiene todas las ventajas y el actor social está perdido. — Lo que dices es verdad. El gobierno nunca para. Hace estrategias, nos estudia cada día, nos infiltra, tiene una idea nítida de cómo ve el conflicto por dentro y, en cambio, tengo la impresión de que como movimiento social tendemos a sobrevalorar nuestra importancia y nuestra fuerza. Hay una especie de momentum del conflicto, es un momento en el que estás en la cúspide de las posibilidades. Muchas veces lo hemos visto, y entonces decimos: “Ahí hay que amarrar”, y no lo logramos. Siempre hay una idea de que podemos ir más allá y no tenemos que ceder; entonces, bajo esas circuns- tancias muchas veces
tenemos que volver a la agenda, pero ya en condiciones de más debilidad. Por eso es importante saber cuándo aprovechar el momentum y amarrar el acuerdo o “levantar el paquete”, como dicen los maestros de Oaxaca. Ése es un momento de cálculo muy difícil para los movimientos. Lo que no tenemos claro en los movimientos son los puntos de llegada. — Ni los puntos fuertes de la sociedad civil ni los puntos débiles del gobierno… — De este lado nos falta mucho en ese sentido, pero también hay que decir que un gran punto de inflexión del gobierno actual fue Ayotzinapa. El gobierno venía con el Pacto por México, las Reformas y un proceso de legitimación de posicionamiento global, todo muy bien, y de pronto viene Ayotzinapa, lo cual fue de un quiebre tremendo. ¿Qué debilitó Ayotzinapa en el gobierno?, que lo dejó sin salidas para recuperar su estabilidad política. Pegó en su legitimidad. — Mario Galíndez, Yayo, dice que lo que el movimiento social busca es debilitar la legitimidad moral del gobierno. — Eso es muy importante. Dicen que hay tres fuentes reales de poder: la coactiva, que es la de la fuerza, como la que usan los maestros, por ejemplo; la de recompensa, que es la que se basa más en las posibilidades materiales de premiar y castigar (ahí el movimiento no tiene mucha fuerza), y la de legitimidad, que es el gran campo de disputa del movimiento social. Te pongo un ejemplo de la defensa del territorio: el gobierno llegó a Zimapán, Hidalgo, en 2008, con la noticia de que se iba a construir ahí una planta recicladora, y hasta los habitantes guardaron PET y latas en sus casas durante años, esperando la terminación del proyecto; pero, al final, lo que se construyó no fue una planta, sino un basurero de residuos tóxicos e industriales. Los habitantes lógicamente empezaron a protestar y dieron toda una lucha jurídica, política y de movilización con instancias internacionales para cerrar ese proyecto. La única manera de cancelar los permisos del municipio era ganando las elecciones. Se ganó una primera vez y el gobierno anuló esas elecciones; se tuvo que repetir el proceso y se ganó una segunda vez; entonces, el gobierno trajo al presidente municipal electo a la Ciudad de México, y el subsecretario de gobierno [de la Secretaría de Gobernación] lo amenazó directamente: “Si tú insistes en tu postura de cancelar los permisos, no vas a tener ni un peso para servicios públicos, educación y salud”, y fue ahí cuando intervenimos: “Si saben ustedes que existe una ley nacional de coordinación fiscal donde se distribuyen los recursos públicos, ¿verdad? Eso no lo decides tú”, dijimos… Ahí estábamos
como en una escena totalmente surrealista de hace siglos. Total, el presidente municipal salió de ahí y el gobierno decidió empujar más allá de la ley creando una confronta- ción de fuerza. Entonces los habitantes crearon el movimiento Todos Somos Zimapán, a través del cual lograron bloquear todas las salidas a Pachuca para evitar que llegaran los camiones de basura. Ahí estamos hablando de una salida jurídica y política, pero también de fuerza para que el gobierno diga: “Paremos”. Llegó un momento en que la combinación de todos los elementos era la que orillaba a que se suspendiera el proyecto. Ahora esa obra está suspendida y el gobierno está pagando una multa altísima por haberla permitido sin que pueda funcionar. Todo esto para decir que a veces sí se tiene que combinar todas las estrategias y, en esos casos, la parte coactiva opera pegando en los elementos de fuerza del gobierno para inmovilizarlos. Y estoy de acuerdo con Yayo en que el primer recurso es la fuerza moral, porque cuando el gobierno usa su fuerza, pierde legitimidad. — Lo triste es todo el costo social, el costo humano, una espiral de violencia que va de la mano y todo mundo está amenazado. — Pienso que desde hace años se ha venido construyendo la realidad que tenemos ahora, y sería bueno tener en claro qué queremos. Cada vez nos hace menos sentido protestar por algo porque creo que hay una intuición de que ya no es útil. La gente se moviliza cuando siente que es útil poner su energía en algo y ahora no es claro hacia dónde vamos. Y lo hemos discutido: si la gente tiene miedo y nosotros le decimos: “Es que están violando nuestros derechos humanos”, va a responder que el problema no es ése, sino la inseguridad, el que pueden matar a un policía o secuestrar al vecino. Se ve el conjunto a partir del miedo. Entonces, si nosotros queremos hablar con esa sociedad, tenemos que decir qué proponemos para que haya más seguridad. — En ese sentido, ¿habría que cambiar el discurso de la protesta? — Sí. Debemos tener una propuesta de estrategia de seguridad alternativa. Necesitamos saber darle pistas a un barrio para que sepa cómo se puede proteger, por ejemplo. Necesitamos saber cuál estrategia de seguridad podemos implementar ahora. Estoy de acuerdo en cambiar nuestro discurso actual. Le estamos hablando a una sociedad que está muy golpeada, que tiene mucho
miedo porque parte de la estrategia del Estado ha sido justamente instalar el miedo. Basta con prender el noticiero y se va generando esa sensación de avasallamiento. — En 2012, se hizo la película No, escrita por Pedro Peirano y dirigida por Pablo Larrain. Trata de la campaña publicitaria del “No” en el plebiscito de 1988 que sirvió de contrapeso a la campaña del “Si” de Pinochet. Lo que me llamó la atención fue que en realidad la oposición, con sus reservas, terminó por aceptar a un publicista para usar las mismas estrategias televisivas y crear una necesidad en la ciudadanía, prometiéndole un mundo feliz si votaban por el “No”. Finalmente ganó la oposición con su “No” y cayó la dictadura. Fuera de toda ideología, la estrategia me pareció formidable porque usó las mismas armas del gobierno, aunque para fines más nobles. ¿Tú qué opinas? ¿Crees que debemos considerar estrategias distintas para un cambio en México? — Yo estoy totalmente de acuerdo. Cuando se firmaron los acuerdos de San Andrés, en 1996, recuerdo que en la sociedad mexicana en general había una incomprensión sobre el tema indígena y sus derechos y, como necesitábamos que entendiera la problemática, nos llamó la atención cuando un despacho de publicistas argentinos ofreció su colaboración, y dijo: “Tenemos que hacer las campañas de acuerdo a tres movilizadores de la sociedad: familia, trabajo y patria”, y en eso se levantó Luis Villoro y contestó: “Eso es fascismo”. — Y se acabó la campaña… — Yo estaba súper interesada en ver qué podíamos hacer con eso. — Al final de cuentas no hay apertura y se necesita, ¿estás de acuerdo? — Se necesita una apertura y tratar de moverte. Y si lo que la gente quiere es seguridad, entonces es poder usar la palabra “seguridad”. — ¿Por qué se le tiene tanto miedo al uso de las palabras? Por ejemplo, hay muchos activistas que le tienen fobia a la palabra “paz” y prefieren usar la frase “no violencia”. ¿Cuál es la diferencia para ti? — La no violencia es una estrategia que tiene una connotación específica para abordar la conflictividad, y puede haber distintas posibilidades; y la paz, como punto de llegada, es esta transformación de las relaciones más estructuradamente pensadas como nuevas formas de convivencia. Entonces, entiendo que la paz no
es sólo una estrategia, en todo caso es una aspiración, un proceso social multidimensional. — ¿Cómo manejan la indignación para conservar un estado no violento y llegar a la paz? — Cuando empiezas a encontrar muchas emociones en un proceso de diálogo, hay que reconocer y legitimar a los actores. Es decirles: “Reconozco y entiendo que estás indignado, entiendo tus razones, pero vamos a hacer esto y esto otro”. — ¿La idea es canalizar la indignación para que se convierta en una oportunidad de cambio? — Exactamente. Es muy importante dejar un espacio para el desahogo de las emociones antes de entrar a los temas, porque así podrán ser abordados de mejor manera. Lo peor que puedes hacer es tratar de contener las emociones diciéndoles: “Ya, tranquilos, tranquilos”. En ese sentido, nosotros batallamos muchísimo con esta concepción de mediación o de paz. Aquí no se trata de que todos estén tranquilos y que nadie se pelee. No. Se trata de que el conflicto se tome como ese gran motor de cambio cuando se aborda de forma positiva. Así, el conflicto se mueve hacia otro lugar, se desarrollan sus componentes y se pueden obtener cada vez más condiciones de impactar el cambio que se desea. — ¿Y el gobierno cómo toma estos procesos? — Mira, el gobierno siempre quiere cambiarte la agenda sustantiva de las problemáticas sociales por dinero, y puede ser abierta o no abiertamente. Recuerdo cuando fue el estallido de las autodefensas en Michoacán y Guerrero. Las autodefensas de Guerrero fueron convocadas a una mesa porque ya había varios detenidos por policías estatales; querían que en la mesa se definiera cómo se iban a credencializar, a registrar las armas, cómo iban a ser las rutas, la coordinación con la policía, etcétera. Entonces, cuando llegamos a la mesa, vimos que estaba Gobernación, el Gobierno del Estado y el Gabinete Social. ¿Para qué? El peso fuerte del Gabinete Social es ofrecer programas sociales y, claro, la discusión de nosotros fue: “No nos distraigamos de la agenda central”, pero finalmente prevaleció el tema de los programas sociales, y los movimientos se dividieron porque hubo quienes sí los aceptaron y quienes no. Se perdió el asunto que era el derecho a la seguridad comunitaria. No hay nada para dividir como el dinero.
— Te digo: ellos vienen ya preparados con sus estrategias… — Lo saben perfectamente. Te cambian la agenda. Tú vienes con un tema o con una estrategia de cambio político social significativa, como el derecho a la educación, al trabajo, a la seguridad, y ellos te ofrecen bolsas para programas y proyectos; y la discusión cambia de cómo implementar la agenda sustantiva, a si tenemos o no derecho a recursos públicos y cuestiones de dinero. Los recursos públicos son del pueblo, no son del gobierno. — ¿La idea es distraer con esos programas? — Claro, además, para el gobierno son mucho más manejables las agendas económicas que las agendas que implican derechos, instituciones, relaciones gobierno-sociedad, participación social, etcétera.
Economía social
— Como economista que eres, para ti, ¿cuál es la diferencia entre las agendas económicas que ofrece el gobierno y una verdadera y efectiva propuesta económica que sirviera al país? — En general, los proyectos y programas sociales que ofrece el gobierno es reproducir relaciones de dependencia permanente con él, y esto genera clientela política más que desarrollo. Estoy convencida de que necesitamos generar nuevos modelos de economía social. Hace mucho que no ejerzo la economía, pero puedo ver con claridad que hay muchas plataformas nuevas que los jóvenes están construyendo y que tienen que ver con temas de trueques, economía colaborativa, etcétera, y que pueden funcionar muy bien. Nos quejamos de la indiferencia de los jóvenes, pero yo digo que más bien sus construcciones han sido poco visibles, pero ahí están, respondiendo a esta situación, porque ellos se están buscando un futuro. Incluso en los modelos políticos está la idea de wikipolítica o de liquid democracy, o sea, estructuras transversales basadas en las nuevas formas de relación y comunicación para que todo el mundo pueda participar de un intercambio de servicios. Yo creo que
debemos abrirnos con menos prejuicios y escucharnos los unos a los otros, porque los que trabajan economía social no quieren hablar de emprendimiento social, cuando en este campo hay muchos chavos que tratan de hacer cosas nuevas con un filo social, aunque también con interés individual o el de ganarse una referencialidad, entre otras cosas. Es muy diverso. Entonces, insisto en que una de las grandes cosas que necesitamos es empezar a escucharnos en todos los procesos distintos de construcción alternativa. — ¿Crees que esa construcción alternativa de economía podría combatir eventualmente al neoliberalismo y todo el programa de globalización? — Es difícil decirlo, es una pregunta enorme. Lo que estamos viviendo es un sistema que ahora recurre a la guerra, a la crisis y a la sobreexplotación de la naturaleza para posibili- tarse nuevos medios de generación de riqueza. Es un sistema cada vez más violento, más devastador para sobrevivir. La concentración del dinero, es decir, el uno por ciento de la población tiene la misma cantidad de riqueza que el 99 por ciento restante. Debe haber un límite porque, ¿qué porcentajes de desigualdad es posible tener en el mundo? ¿Qué polarización social puede aguantar un sistema? No lo sabemos, pero lo que sí es cierto es que los niveles de ambición pueden llevar al propio sistema a un proceso de autodestrucción. ¿Van a llevar al planeta hasta que se inhabilite? Ya hay preguntas de ésas en que la viabilidad de la especie humana está en cuestión. Creo que por un lado es eso, y por otro se está en la búsqueda de nuevas alternativas. Pero sí tenemos que hacernos las preguntas que tú haces; es decir, de aquí a treinta o cincuenta años ¿cuál será el modelo económico que deberá prevalecer?, ¿cuál deberá crecer? y ¿cuáles son las relaciones políticas que tenemos que construir?… — ¿Se trata de romper estructuras? — Tomemos en cuenta, por ejemplo, que el feudalismo no se destruyó así de pronto, sino que fue decayendo y emergiendo otro. Claro, en el proceso hay un momento de crisis muy violento para que el cambio se instale. Así son los procesos civilizatorios, con un costo social muy alto, pero creo que hay que estar muy atentos a lo que se está construyendo no desde nuestra lógica, sino desde muchas otras. Recuerdo cuando los del Movimiento 132 me invitaron a un y estaba yo con mi típica teoría de que tenemos que construir procesos de articulación y de que ahorita, que hay un descontento social, es un momento de empezar a tender puentes y redes… Y el dirigente del movimiento me dijo “No,
¿para qué? Nosotros no necesitamos eso”. Su lógica era estar comunicados a través de la tecnología. Para ellos la lógica es más comunicativa y la mía es más organizativa. Me encontré con que estamos en planos distintos, pero a la mejor eso no es malo, sino bueno. Lo que sí es que nos falta dialogar entre nosotros.
Articulación de movimientos
— ¿Qué falta hacer con la articulación de movimientos para que realmente funcionen? — Durante muchos años, nos hemos dedicado a generar espacios de encuentro, de diálogo, pero ahora estamos en otro plano en el que tenemos que empezar a ver cómo funciona la sociedad, qué la mueve, qué no la mueve, qué cosas le hacen sentido, qué otros modelos están funcionando socialmente, más sistemáticamente y de forma más transversal. Lo que pasa es que muchas de esas cosas también se pervierten. Las redes sociales son útiles, pero te pueden meter un robot y te cambian la agenda. Creo que tenemos un gran desafío y es mucho más complejo que cuando yo era joven. — ¿Qué es lo que te indigna y cuál es la esperanza? ¿Qué es lo que te impulsa a continuar como constructora de paz? — Me indigna la injusticia en muchas dimensiones. Puede haber una pequeña injusticia y una gran injusticia. También me indigna la crueldad porque implica cosificar a alguien, no reconocer su humanidad y, a la mejor en ese mismo sentido, a mí sí me motiva la posibilidad de creer que aún en este momento histórico distinto, y en el que nos falta atravesar mucho, todavía es posible construir una sociedad mejor. También me mueve la confianza en la humanidad. Me han tocado discusiones con jóvenes académicos que dicen: “Es que la humanidad no es buena. Si tú revisas la historia, están las guerras y todo eso”, pero yo confío en que nuestros resortes humanos de solidaridad, bondad, sentido de lo que es ético y de lo que es correcto, pueden prevalecer en muchas de nuestras relaciones cotidianas y se pueden observar en situaciones como Ayotzinapa, como la de Javier Sicilia, que detonó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, entre muchas otras. A mí me toca trabajar en muchos
procesos de base en espacios formativos con muchos dirigentes y representantes comunitarios, y ver ahí cómo toda esa energía está puesta al cien por ciento. Una parte es cuando lo ves detonar y otra es cuando lo ves en lo cotidiano y en los procesos particulares que te hacen conocer la parte solidaria, entregada. Muchos de los actores están ahí, arriesgando la vida cada día con una generosidad tremenda. Yo tengo el privilegio de verlo tan cotidianamente, que sí creo en ello.
LA PERIODISTA
Elena Poniatowska
Podría llenar tres tomos con sólo mencionar cada uno de los libros, con todo y sus reimpresiones, reediciones y traducciones, así como los premios que ha obtenido esta “princesa del jitomate, emperatriz del maguey, condesa del tepalcate, monarca del apapache, duquesa del chocolate y soberana del toloache”, como le canta Liliana Felipe por su trayectoria tan larga como su nombre: Elena Elizabeth Luisa Amelia Paula Dolores Poniatowska Amor. Basta con teclear su nombre para que la web despliegue un sinnúmero de páginas y portales relacionados con la princesa polaca, pero “más mexicana que el mole”, como lo expresa en su cuenta de Twitter en la que tiene más de un millón de seguidores. A sus 86 años, Elena Poniatowska conserva una voluntad y energía que no cualquiera puede aguantar. Desde que se despierta muy temprano, se atornilla, como ella dice, a su computadora milenaria, y no se levanta más que para dar entrevistas, ir a conferencias, recibir premios o comer con su familia y amigos. Su mejor amigo fue su perro Shadow, un labrador más negro que su nombre, que daba coletazos cuando jugaba y todo lo tiraba alrededor. Dormía en un largo sillón que está al lado de la recámara principal y huía de Monsi, uno de los dos gatos que Elena recogió en Tomatlán, Puebla (el otro se llama Váis) y que a la fecha camina sobre los miles de libros, archivos, libretas, retratos de familia y vírgenes de Guadalupe (aunque ella no sea religiosa) que adornan su casa de Chimalistac, tan llena de plantas y flores, pero más llena de historias de familia, como las que se pueden ver en su biografía novelada La flor de lis y en sus libros El universo o nada, biografía de su esposo, el astrónomo Guillermo Haro, que hizo con la ayuda de la argentina Sonia Peña después de haber escrito la novela La piel del cielo, en el que aparece un astrónomo que todos confundieron con el doctor Haro, haciéndole muy poco favor. Elena es “dos veces única”, como el título que le da a la biografía que hace de
Lupe Marín (primera esposa de Diego Rivera), pues es la gran activista de México que ha documentado todos y cada uno de los movimientos sociales, ha visitado las cárceles para entrevistar a los presos políticos, a las calles para reunir testimonios de los afectados por el terremoto de 1985, mismos que quedaron impresos en Nada nadie, las voces del temblor; ha entrevistado a los grandes artistas mexicanos que, con sus nombres, aparecen en libros como Querido Diego, te abraza Quiela, Gaby Brimmer, Tinísima, Juan Soriano, niño de mil años, Mariana Yampolsky y la bugambilia, Octavio Paz, las palabras del árbol, Leonora, Dos veces única, entre otros. Ha entrevistado a numerosos líderes estudiantiles, obreros y ferrocarrileros, entre quienes están Demetrio Vallejo, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla y Luis González de Alba, entre muchos otros, para sus libros La noche de Tlatelolco, El tren pasa primero y Domingo 7. Le dio voz a las Adelitas en Las soldaderas y, a una de ellas, Josefina Bórquez, la convirtió en la Jesusa Palancares en Hasta no verte Jesús mío, y le dio un lugar en Las Indómitas al lado de Josefina Vicens, Marta Lamas, Alaíde Foppa, Rosario Ibarra de Piedra, Rosario Castellanos y Nellie Campobello. Las dos últimas, por cierto, también figuran, junto con Elena Garro, Pita Amor, Nahui Olin, María Izquierdo y Frida Kahlo, en Las siete cabritas. Se solidariza con las madres de los desaparecidos, empezando por Rosario Ibarra de Piedra; devuelve el aliento a las costureras que lo perdieron todo en el temblor, alza la voz por los indígenas y su amor se puede constatar en Juchitán de las mujeres, que hizo junto con la fotógrafa Graciela Iturbide; retoca el colorido de México en Paseo de la Reforma, reivindica a los trabajadores urbanos, como el voceador, las sirvientas y las prostitutas en Fuerte es el silencio, y les devuelve la dignidad, porque siempre eso es lo que busca, la dignidad de los desposeídos a toda costa, y se pronuncia abiertamente en contra del gobierno, aunque haya sido amenazada en numerosas ocasiones y sea observada a la fecha. Su obra es un documento histórico, legado al que hay que consultar cada vez y reír y llorar con él porque, si de algo se pinta sola, es de su manera de decir las cosas, de desbaratar teorías, quebrar esquemas y encontrar la frase punzocortante para describir o entrevistar a una persona, como cuando le preguntó a Julio Cortázar si le daba seguridad ser tan alto, o a Diego Rivera, si tenía dientes de leche. Tal vez por esa aparente ingenuidad se lleva tan bien con los niños y ha hecho varios libros para ellos, entre los cuales están: Lilus Kikus, Boda en
Chimalistac, El burro que metió la pata y El Charrito cantor. Puede ser la mecha que enciende el ánimo de quien está enfrente o el remanso de paz, todo depende también del humor que tenga en ese momento, aunque pesa más su eterna sonrisa de conejo que hace que se pierdan sus ojos de “agua puerca” que saben mirar más allá de todo cuanto se topan. Su mente corre más rápido que su cuerpo de periodista, entrenado para multiplicarse en los lugares y caminar, como si estuviera en el cuento de Borges, sobre todos los senderos que se bifurcan en los Jardines de Francia, en los de México y el mundo entero. Ella misma es el nodo en el que convergen las memorias político sociales y culturales de varias generaciones, el espejo donde se han mirado numerosos políticos corruptos que se han roto en cachos filosos porque no les gusta escuchar la verdad. Sin Elena Poniatowska, quién hubiera documentado tanto… Intelectual de izquierda, muchas veces su visión ha causado polémica entre la clase social más favorecida, como es el caso de su militancia y su apoyo a Andrés Manuel López Obrador (desde que lo acusaron por abrir una calle para comunicar un hospital cuando era jefe de Gobierno del Distrito Federal, durante el sexenio de Vicente Fox), porque para ella, como lo ha dicho varias veces, es un hombre honesto que conoce a fondo la historia de México y que busca y protege a la gente de la calle. Entre los infinitos premios, distinciones y doctorados honoris causa que ha recibido en México y el extranjero, está el Premio Mazatlán de Literatura (1971) por Hasta no verte Jesús mío, el Premio Nacional de Periodismo de México (1978) por sus entrevistas, el Premio Alfaguara de Novela (2001) por La piel del cielo, el Premio Rómulo Gallegos (2007) por El tren pasa primero y el Premio Miguel de Cervantes (2014) a toda su trayectoria como escritora y periodista, que recibió en España bajo la consigna de José Emilio Pacheco de que mirara al piso para no caerse de cabeza cuando subiera al pódium para agradecer su presea.
La injusticia social
— ¿Te consideras una constructora de paz?
— Por mi oficio de periodista, que ejerzo desde 1953, considero que siempre he buscado la armonía y que siempre me he levantado en contra de la violencia. — ¿Qué te preocupa? — Me ha preocupado la injusticia social, ese precipicio enorme que hay en México entre una clase social y otra, en que unos tienen mucho y otros nada. — Tus libros son un referente político, social, económico y cultural. ¿Cuáles son los personajes de la historia que te han trazado las rutas necesarias para buscar la paz? — Personajes de la historia, es difícil no caer en los lugares comunes de Gandhi, Martin Luther King, Mandela y la madre Teresa de Calcuta y hasta Benito Juárez con su célebre: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, que, según los sabios, proviene de Marx. Pero te puedo decir que mi mamá fue una influencia definitiva; ella tenía una verdadera sabiduría para evitar pleitos y problemas intrafamiliares. Si le decías: “Tal y cual habló mal de mí”, respondía: “No te fijes, ya se le pasará”. Su devoción por Juana de Arco siempre me llamó la atención. Recuerdo que me citaba la escena en la que Juana de Arco entra a palacio a saludar al Delfín, cuya vida quiere salvar, y le juegan una broma presentándole a otro noble porque el Delfín se esconde para ponerla a prueba. Inmediatamente, Juana rechaza al presentado y reconoce al Delfín entre sus súbditos que se están riendo de ella. Esa escena la tengo presente porque fue la que marcó a mi mamá a tal grado que mi primer ensayo en inglés, cuando tenía 15 años, fue sobre Juana de Arco… Pero en inglés porque estaba yo en Filadelfia… — ¿Y tú la irabas? — La iraba igual que a mi mamá, seguía sus pasos. Juana de Arco me parecía un personaje bonito con su armadura, su pelo de muchacho pelón, su capacidad para comandar un ejército, una santa decidida a todo y con tanto carácter, aunque no estoy muy segura de la exactitud de su historia. De todos modos, es muy bonito el cuento. — ¿A tu mamá la consideras una constructora de paz? — Desde luego, infinitamente. Ella siempre decía: “No hagas caso” cuando mi hermana Kitzia, por ejemplo, hizo una crítica del libro Nomeolvides, que
escribió mi mamá. Su filosofía era superior porque todo lo armonizaba. — ¿Tú has llevado a cabo esa filosofía en tu vida? — Bueno, ahora, a los 86 años, sí, pero siempre me han preocupado mucho las críticas de todo tipo: social, literario, como las que ahora salen en las redes en donde te hacen picadillo. — En las redes hay guerra también… — Hagas lo que hagas, es una guerra. Ahí sí es la antítesis total de la paz. Es encender fogatas que pueden volverse incendios con insultos, mentiras, descalificaciones y tergiversaciones, todo lo que engloba la mala fe, la mala leche. — ¿Para ti qué es la paz? — La paz en la casa, en el hogar, significa armonía, tranquilidad, dulzura, buenas relaciones entre padres e hijos y hermanos y un nivel de vida, en general, de cierta altura, ya que se ha resuelto la economía familiar que te permite tener una cama y comer todos los días. Significa también tener control de tu cuerpo, de tus palabras. Vivir en paz es vivir en armonía con lo que sucede en torno tuyo. Es una actitud ante la vida. La paz es una actitud: es saber ser conciliador, hacer que los ánimos encendidos no estallen y lograr, como lo dijo el subcomandante Marcos, un mundo en el que quepan todos los mundos más o menos en las mismas circunstancias. Por ejemplo, el hecho de que Martina esté en la cocina prepa- rando la comida, me permite estar frente a la computadora, pero desde luego mis circunstancias son más privilegiadas que las suyas, aunque tengo la certeza de que ella es infinitamente más sabia de lo que yo lo soy.
La fuerza de las mujeres
— ¿Cómo ves a las mujeres sobre las que escribes? — Por ejemplo, las soldaderas son las más olvidadas de la Revolución mexicana y fueron tratadas como prostitutas, como mujeres que no tenían nada que hacer y
por eso seguían a la tropa. Las llamaban “Adelitas”, pero en realidad son mujeres que aman a un hombre y lo siguen y están dispuestas a todo por él, pero también son tan saludables, que, si se muere su hombre, siguen a otro y rehacen su vida. — Cuando escribes sobre ellas, ¿buscas reivindicar su imagen? — Claro, son totalmente olvidadas y maltratadas, insultadas y minimizadas, y a mí me parece tan injusto y tan falso que quiero hacerles justicia. Mi interés por ellas surgió a raíz de la novela de Hasta no verte Jesús mío. Jesusa Palancares es un gran personaje. Nelly Campobello escribió sobre la Revolución mexicana y fue minimizada, hecha a un lado, cuando es una gran escritora. Todo el reconocimiento fue para Martín Luis Guzmán, a quien parece que ella le dio todo el archivo de Pancho Villa, porque guardó como un tesoro todos los documentos que también conservó su madre. Finalmente, Nelly eligió la danza con su hermana “Gloriecita” porque le resultó mucho más gratificante que escribir. Ahora que ya está bajo tierra y no se sabe ni siquiera dónde, ya se habla de ella, pero en vida, Nelly y su hermana no recibieron el apoyo que merecían. La sociedad en general no toma en cuenta a las mujeres y en aquella época aún menos. — ¿Josefina Bórquez se te hace una constructora de paz? ¿Por qué tomaste su figura para escribir una novela? — No es que ella sea específicamente una constructora de paz, simplemente es una mujer valiente e íntegra que se defendió a sí misma y que tuvo la generosidad de recoger niños y animales, mantenerlos y darles una educación para sacarlos adelante. Lo hizo con dos niños que nunca correspondieron a su generosidad y capacidad de entrega. — Pero rescatas su espíritu… — Claro, es una mujer que trabajó toda su vida, pero no sé si se pueda hablar de paz puesto que ella disparaba un Ma y participó en la Revolución. Ni siquiera llegó a tener un caballo, pero caminó mucho. Iba a pie y casi puedo decirte que murió a pie. Jamás esperó nada de los demás e hizo todo por aquellos que se acercaron a ella, como esos niños que andan de puerta en puerta pidiendo un taco. — ¿Qué te llama la atención de las mujeres sobre las que escribes?
— Lo que busco es mostrar cómo logran salir adelante a pesar de sus terribles condiciones de vida, a pesar de que tienen todo en contra. Por ejemplo, me atrajo Gaby Brimmer, que tenía parálisis cerebral, y si Florencia, su nana, no la sacaba de su cama, la cargaba, la bañaba, le daba de desayunar en la boca y la sentaba en su silla de ruedas, se hubiera quedado tirada en su cama hasta morir como mueren muchos en los hospitales públicos. Gaby Brimmer (sin habla y sin movimiento) tuvo la fuerza de darse a respetar, de comunicarse con el dedo del pie izquierdo sobre un tablero. Su fuerza de carácter me llena de iración, así como iro a otros seres humanos que salen adelante a pesar de todo y jamás se quejan como puedes encontrarlo en el campo y en muchas de las calles de esta ciudad monstruosa. — ¿Como quién? — No sólo están los personajes populares, sino también ca- racteres como Leonora Carrington, Tina Modotti, a quien descubrí por Gabriel Figueroa. Él quería hacer una película sobre ella, después de filmar una sobre Antonieta Rivas Mercado. iré su voluntad, su talento de fotógrafa (todas sus fotografías las tomó en México) y hasta su escritura, porque sus cartas y mensajes son bellos; así como Lupe Marín me pareció un personaje fuera de serie en su afán por no dejarse aplastar por Diego Rivera. — Las consideras mujeres fuertes? — Yo creo que todas, incluso las más débiles, son fuertes. — Pero entonces, ¿te interesa evocar esa fuerza? — Yo siempre parto de la debilidad de una persona. No entrevisto a luchadores libres, no es la fuerza lo primero que me llama la atención. Me atrae la trayectoria, el esfuerzo personal, la voluntad de salir adelante a pesar de tanta dificultad, a pesar de tener el mundo en contra. — ¿Eso es lo que faltaría en México: gente que tenga esa voluntad de salir adelante? — No diría eso, pero sí que México no tiene ni los gobernantes que se merece. Es absolutamente inaceptable que haya unos que tienen todo y que la mayoría no tenga nada. Date una vuelta por el Mezquital, por Chiapas, por Yucatán y por sus hospitales en que los padres ya no recogen a sus niños enfermos porque ni
siquiera tienen para el viaje de regreso a su pueblo. Lo primero que debería hacer el gobierno es lograr una buena alimentación y una posibilidad de escuela y de salud para todos y no sólo para unos cuantos. Creo que, finalmente, en todo el país hasta la paz tiene que ver con la educación.
La educación para la paz
— ¿Crees que falta transformar el sistema educativo? — Creo que sí se tiene que gastar en la educación, gastar en la formación de niños, gastar en poner escuelas, pupitres, bancas, patios de recreo, repartir desayunos escolares en todo el país, gastar en maestros para que tengan buenos sueldos y reciban cursos propedéuticos para ser mejores enseñantes, gastar en bibliotecas para que la gente empiece a leer, gastar en programas educativos de televisión y radio. La SEP [Secretaría de Educación Pública] gasta millones en sus edificios burocráticos, y las escuelas rurales se la viven al aire libre. — ¿Qué aspectos de la educación cambiarías? — Bueno, no es que yo pueda cambiar nada, pero sí creo que antes las escuelas públicas eran muy buenas. Por ejemplo, el gran astrónomo, reconocido en el mundo entero, Manuel Peimbert Sierra, nieto de Justo Sierra, estudió toda su vida en escuelas públicas y luego sacó su doctorado en Berkeley, California. Antes, por lo tanto, había muy buenas escuelas públicas. Sería espléndido que volvieran a impulsar tanto a las escuelas públicas como a las escuelas públicas rurales. Muchas de las escuelas en el campo reciben a los niños en aulas deplorables cuando no al aire libre. Cerca de Ciudad Satélite visité una escuela a punto de caer a una barranca, toda enlodada y en la que ni siquiera había un baño para los niños. Cuando pregunté: “¿Dónde hacen sus necesidades?”, una maestra hizo una señal en el aire y respondió: “Por ahí…”. — ¿Qué piensas acerca de la educación tradicional basada en premio y castigo? — Es obra de las escuelas religiosas. En Inglaterra, en Francia, los maestros les pegaban de reglazos a los niños en las manos por llegar sucios. Lo puedes leer en
Dickens. Aquí también creo que se recurrió a las orejas de burro y a enviar al niño al rincón del salón de clases si respondía mal o no había hecho la tarea. Aunque el maltrato a la infancia abarca a muchos países, también le tocó a México. — ¿Consideras que la Iglesia ha influido en el maltrato a la infancia a través del castigo? — La Iglesia en Inglaterra es anglicana y ahí hubo una formación cruel para los niños. Con sólo leer la historia de La vendedora de cerillos, de Hans Christian Andersen, quien encendía cerillos para no morir de frío y cuando se le acabó el último se congeló, o El cuento de Navidad, de Charles Dickens, te das cuenta de la crueldad extrema que se ejerció contra los niños. Para no ir más lejos, habría que recordar la película Billy Elliot, en la que un padre se opone a la vocación de su hijo, un maravilloso bailarín. En cuanto al tema religioso, la confesión es muy violenta; el hecho de que te tengas que arrodillar y golpearte el pecho para pedir perdón: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”, y exhibas tus pecados y termines flagelándote, aunque tengas diez u once años. Creo que la confesión impulsa nuestro masoquismo, al menos está en la base del mío. — ¿Tú crees que todo ese tipo de educación en el mundo ha propiciado las guerras? — No las ha impedido. Para eso habría que leer a Albert Camus o El ser y la nada, de Sartre, o El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, que condensa el trato a las mujeres y lo que se exige de ellas. Ahora, no creo que sea exclusivo de América Latina o de México el maltrato a los niños. Yo creo que en el mundo entero se les falta al respeto. Ya ves las matanzas de los niños árabes; nada más ve el contraste entre Dubái y cualquier país asiático o persa y te quedas horrorizada; los niños viven bajo los bombardeos de su propia gente, los árabes se aniquilan a sí mismos. — Entonces, ¿no ha cambiado nada?… — Es difícil que cambien las cosas. En México, ¿qué cambió con la Revolución mexicana? Pero lo que sí cambia a cualquier ser humano es la educación. — En México, ¿quién hubiera podido hacer cambios importantes a través de la educación?
— Si tomas el ejemplo de Benito Juárez, un pastorcito que comía quelites, educado por un cura y pudo llegar a ser presidente de la República, es un ejemplo que a todos impresiona. También fue un paladín de la educación Jaime Torres Bodet, quien supo crear una mística en torno a que todos aprendieran a leer y a escribir. — Pero en México, esta ola de violencia es porque en realidad no ha cambiado nada, ¿no? — Creo que todo ha empeorado. — Hablo de los constructores, defensores de derechos humanos que piden justicia y que, con todo y eso, no han logrado erradicar la violencia, ¿no crees? Carlos Cruz, quien fue delincuente y ahora un constructor de paz importante, me habla sobre el poder del amor como la única posibilidad de neutralizarla. ¿Estás de acuerdo? — Yo sí creo que el amor es muy transformador. Saber mirar a los demás con una palabra que me gusta mucho, aunque a algunos les choca, que es la compasión, es muy importante porque es tener la conciencia de decir: “Yo puedo estar en su lugar”, “yo puedo ser la leprosa que está frente a mí o esta mujer sin dientes o el hombre que babea encorvado sobre sí mismo o este otro que está en su silla de ruedas y acaba de orinarse… Yo podría ser cualquiera de ellos”. — ¿Ser escritora te ayuda a tener empatía con eso? — No, eso viene de tu propio carácter. Escribir es un oficio, es como ser ebanista, carpintero, cocinero, costurera. — Pero tienes que sentir al otro para escribir… — Eso es algo que traes desde tu nacimiento y lo vas desarrollando a lo largo del tiempo. — Sí, pero el que escribas sobre las personas que están debilitadas por el sistema, habla de una sensibilidad… — Es una inclinación natural, probablemente heredada de mis padres, no es algo que cultivo. Recuerdo que cuando murió Jan, mi hermano, venían a la casa sus amigos y mi reacción era pensar que a lo mejor no se daban cuenta que ellos
estaban vivos y mi hermano muerto, y que quizá mis papás podrían tener una sensación de pérdida mayor al verlos a ellos eternizarse en la casa…
Conciencia social
— ¿Tu participación en los movimientos sociales qué te ha dejado? — Ha construido una empatía y sobre todo una cercanía con los jóvenes. En vez de irme con los más ricos, con las esposas de banqueros o empresarios y entrar a lo que se llama la “zona-confort” o “Premiere” cuando tomas el avión, la revista Hola, Vogue o todas esas cosas del mundo del perfume y la lencería, me incliné por el mundo de quienes no sabía yo nada porque en la “zona-confort” no se sabe nada de otras formas de vida. En el terremoto de 1985, una señora de Las Lomas que quería mandar a su chofer con tortas a Tepito, no sabía ni lo que era. Muchos de la “zona-confort” ni siquiera piensan en preguntarles a quienes entran a su casa: “¿ya comió?, ¿no quiere comer algo?, ¿tiene hambre?, ¿tiene sed?”. Yo no imagino a una señora de Las Lomas o de El Pedregal teniendo ese tipo de preocupaciones porque sus compromisos son con el juego de bridge, el de póker, sus apuestas son al dinero, no a la gente. Ese mundo que yo conocí de joven nunca me ofreció lo mismo que lo que aprendí de una Jesusa Palancares, por ejemplo, o de las muchachas que oía platicar o reír en la azotea, que tendían la ropa y cantaban. Algo que me entristece ahora es que las muchachas ya no cantan. Ese mundo era muy distinto del que yo provenía, pero me ofrecía regalos que quizá no me hubiera dado mi propio mundo, que me resultaba tan previsible. — ¿El mundo del que provenías se te hacía violento por indiferente? — Para nada. No era nada violento, ni tampoco era indiferente. Mi mamá iba a misa, pero también se ocupaba de otros. Recuerdo que fue la madrina de una casa de niños huérfanos e íbamos con ellos a jugar y a comer al Desierto de los Leones. Mi mamá no era nada indiferente, al contrario. — Me refiero al contexto social. — El contexto social sí era egoísta, vanidoso de sección de sociales de los
periódicos. En mi adolescencia y en mi juventud pertenecí a los Scouts de Francia, y todo el tiempo había que guardar la mitad de la ropa y los juguetes para el fin de año, ir a campamentos y dormir en tiendas de campaña, pero sólo lo hacíamos una o dos veces al año. Mis condiciones de vida siempre fueron de privilegio. — Entonces, ¿fue de niña que desarrollaste esa conciencia social? — Más o menos. Al final del año regalábamos nuestros juguetes, nuestra ropa y zapatos, pero porque teníamos la posibilidad de que nos compraran otros juguetes, ropa y zapatos. Nosotras íbamos a recibir todo nuevo y ellos lo iban a recibir usado. — ¿En qué momento te fuiste desprendiendo de ese mundo? — No me desprendí porque era mi mundo, pero a través del periodismo y de mucho trabajo, fui pensando en nuestra realidad, porque eso sí, soy una persona que toda la vida ha trabajado muchísimo. Cuando no trabajo, me siento culpable, muy irresponsable. Siento que el desinterés, la falta de compromiso es una enfermedad y me siento mal, aunque ahora recuerde que mi madre me decía: “Vamos al cine” y yo le contestaba: “No, no, no”, como si ella me estuviera pidiendo que cometiera un delito. Ahora pienso que debí acompañarla más, estar más tiempo con ella, visitarla con más frecuencia y lo mismo siento con mis hijos, aunque ellos sabían que yo siempre estaba en casa, atornillada frente a la máquina de escribir, pero también podían pensar: “Bueno, es que mi mamá es una máquina de escribir de carne y hueso, aunque come con nosotros y nos lleva a la escuela, el resto de su vida es una máquina de escribir”. — ¿Cuál era el motivo que te impulsaba a escribir así? — Ay, no lo sé… bueno sí, pienso que fue la manera de sentir que yo servía de algo. Tuve grandes depresiones y la escritura me salvó. Después del terremoto del 85 viví en la calle, entrevistando a mucha gente, hasta que Javier Sepúlveda Amor, el psiquiatra, me sacó adelante con fármacos porque yo estaba de la patada. Incluso, mis entrevistados que habían perdido casa, marido e hijos, se habían rehecho, mientras yo seguía arrastrándome como una sombra.
Activismo social
— Platícame de tu vida como activista y de las amenazas que has tenido… — Hace años, en la época de Miguel de la Madrid, cuando vivía en la Cerrada del Pedregal número 79, con Guillermo Haro y nuestros hijos pequeños, durante tres días estuvo un coche estacionado afuera de la casa con cuatro hombres: dos adelante y dos atrás, y yo no entendía qué hacían frente a mi puerta. Entonces, de tanto verlos asolearse, y pensando en lo hirviente que puede resultar un coche, bajé a la calle y les pregunté si querían un café. Un poco enojados, subieron el vidrio de la ventanilla. Ése fue mi primer encuentro con la policía gubernamental. La segunda vez fue en esta casa de Chimalistac porque me rayaron el coche por un letrero en el vidrio trasero: “Vote por López Obrador”. Un coche por detrás nos pegó y el conductor me gritó: “Vieja idiota” y no sé qué tantas cosas más. También recibo llamadas de teléfono en las que me dicen: “Vieja puta”. Los insultos siempre son por teléfono. Incluso, Marta Lamas me dijo que cambiara el número de teléfono, pero soy tan torpe para hacer algunas cosas prácticas que ni siquiera logro aprender todavía cómo funciona un celular. A mi mamá se le hacían muy difíciles cosas que para mí eran fáciles, como poner un disco y ahora yo siento hacia la tecnología la misma limitación que mi madre frente a una cafetera eléctrica; no sé nada de la compu. Eso también me da una sensación de fracaso. Una noche, dormida, sonó el teléfono y oí una voz masculina muy amable: “Elena, hay un hombre en su jardín, tenga usted cuidado”, entonces prendí todas las luces, me puse mi bata, abrí toda la casa, prendí la luz de la calle que siempre se me olvida, salí y vi que no había nada; la calle empedrada totalmente vacía y ahí sí me sentí agredida porque al regresar me senté en mi cama y me puse a llorar cuando yo nunca lloro. Sé que ha habido muchísimas cartas de insultos que llegan a La Jornada, pero me protegen, nadie me las lee. La Jornada me ha protegido muchísimo. Han sabido cuidar a su colaboradora, pero sí me he enterado que me han escrito cosas como: “Espía rusa, metiche, retrasada mental, regrésese a su país” y muchas más. Últimamente, lo que más me dicen es “vieja puta”.
— ¿Cuáles han sido las causas por las cuales crees que te han amenazado? — Las amenazas han venido a raíz del movimiento estudiantil del 68, el apoyo a Rosario Ibarra de Piedra y finalmente a AMLO. A Rosario ni siquiera le querían alquilar un departamento porque pensaban que causaría un problema con el gobierno, pero también me amenazaban por cualquier cosa. — ¿Qué haces para superar eso y continuar? — No hago nada. Se supera con el tiempo, con los días… ¿Qué puedo hacer? — ¿Cómo detectas que sólo son amenazas y no te van a hacer nada? — No detecto nada ni hay por qué detectar nada. Nada más vivo la vida y se acabó. — ¿El hacerte más visible te protege? — Yo no soy tan visible. Soy una gente que está aquí en mi casa escribiendo. Salgo y voy a programas de tele o a dar conferencias y a veces filman. — ¿Has tenido miedo? — Quizá tengo una dosis enorme de inconciencia, aunque tengo miedo de que les pase algo a mis hijos, a mis nietos, pero no sólo a ellos, sino a todos los niños del mundo. El miedo que ahora tengo es que no me alcance el tiempo para las novelas que quiero escribir, pues hay unas que ni he empezado y otras las tengo apenas delineadas o trazadas, como la de Jan, mi hermano, la de los Poniatowski, que me está costando mucho trabajo. Con ésta voy atrasadísima, me cuesta mucho trabajo porque no sé historia, y además no sé si lo que estoy escribiendo vale la pena o es una porquería. Ése es mi miedo. — ¿Toda la vida has dudado? — Sí, pues uno es inseguro. — ¿Escribes sobre los que iras? — Claro. Me costaría mucho trabajo escribir sobre alguien en quien no creyera.
— ¿Qué iras de las personas que has escrito? ¿En qué radica la fuerza de cada uno? — iro que salgan adelante a pesar de todo. A Tina Modotti la destrozaron en cuatro días los periódicos. Dijeron que era una extranjera perniciosa, la mujer pública, la amante de Julio Antonio Mella y que tenía que regresar, pero aguantó. Fue al entierro de Mella y no lloró ni se tiró al suelo ni se arrancó los cabellos. iro su entereza, así como iré la entereza de mi madre. Mi madre, cuando murió mi hermano Jan, no hizo un solo tango. Se vistió de blanco y esperó. Recuerdo que ella me decía: “No me dejan ir ni al baño”, porque la casa se llenó de gente a la que atendió sin permitirse llorar. Por eso un día le salió un grito que atravesó la casa y toda la Colonia del Valle. Fue el grito más terrible que he oído en mi vida. Era su grito de dolor por la muerte de su único hijo… — ¿Piensas en ti? — Sí pienso en mí, pero con cierta culpa cuando digo: “Yo creo que soy capaz de escribir novelas, pero el hecho de vivir en México y de que sea un país con tantos problemas, me obliga a hacer algo para dar a conocer la pobreza y la injusticia. Supongo que, si hubiera vivido en Estados Unidos o en Francia, no me hubiera ido a meter a una huelga obrera ni preocupado por un movimiento estudiantil. El hecho de que México sea un país donde la realidad es tan fuerte, como los terremotos que no te permiten quedarte sentada en tu casa frente a tu maquinita, cuando afuera te jalan y te dicen que hay gente viva entre los escombros. La realidad del país no permite estar encerrada en casa. México no es un país de paz sino de guerra; la realidad mexicana no te permite la indiferencia. Ningún escritor o pintor lo ha sido, ni Siqueiros, Rivera, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Pellicer y Juan Rulfo. Rosario Castellanos no pudo escribir sino de Chiapas en Balún Canán y Oficio de tinieblas; lo mismo Elena Garro, que en Los recuerdos del porvenir habla de su tierra, Iguala. Sabina Berman todo el día protesta, Rosa Beltrán, la más intelectual, la más universitaria, la que más sabe, escogió primero la novela histórica en La corte de los ilusos y luego a Darwin, que nada tiene de irreal.
EL DEFENSOR
Emilio Álvarez Icaza
“Usted está equivocado. Los hijos no nacen como producto de la concupiscencia, sino son producto del amor. Nosotros tenemos doce”, dijo Luz María Longoria ante la mirada del papa Juan XXIII y dos mil quinientos obispos, durante el Concilio Vaticano II, celebrado en 1959, seis años antes de que naciera su quinceavo hijo, Emilio Álvarez Icaza Longoria. Probablemente, Emilio observaba aquella escena desde otra dimensión, y señaló a Luz María y a su esposo José Álvarez Icaza para decirle a la Virgen de Guadalupe que ante aquella clara autoridad moral (por tener 12 hijos) con la que habló Luz María y que despertó un debate religioso que transformó el entendimiento de la Iglesia sobre sí misma y sobre su relación con la sociedad, él también quería nacer como producto del amor de aquel matrimonio. Además, con ellos aprendería desde niño a manejarse en el núcleo del activismo político, social y religioso de México; pertenecería a los Scouts por 15 años, trabajaría durante varias etapas en el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), fundado por sus padres, y aprendería a velar por los derechos humanos de los más desprotegidos del país, viajaría de mochila de Londres a Katmandú, estudiaría Sociología en la UNAM, sería secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y consejero del Instituto Electoral del Distrito Federal, participaría en organizaciones como Alianza Cívica, se convertiría algún día en el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y, bajo ese cargo, haría informes importantes como el que puso en evidencia la violación a los derechos por parte de la policía capitalina que, durante un operativo, agredió a jóvenes en la discoteca News Divine, y los que hizo sobre la explotación sexual infantil, la situación deplorable de los centros penitenciarios, la discriminación a la población LGBT y a los pacientes con VIH, entre muchas otras cosas. Apoyaría movimientos importantes como el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, viviría en Washington como secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
regresaría a México para fundar su propia asociación llamada Ahora, para promoverse como candidato a la presidencia de la República, y lo anunciaría el 26 de febrero en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en memoria de la noche del 2 de octubre de 1968, cuando fue la matanza estudiantil; pero que también abandonaría la idea de ser candidato presidencial para no caer en la trampa electoral del PRI [Partido Revolucionario Institucional] con su estrategia de dividir los partidos, crear candidaturas independientes y favorecerse de sus votos. Así, envuelto por la fe guadalupana que a todas luces sostiene su convicción y es fuente de acciones por la paz, Emilio nació el 31 de marzo de 1965, en la cuna de la comunicación social en México, donde se han arropado todas las inquietudes sociales y se fundaron partidos como el Partido Mexicano Socialista, derivado de la alianza política entre José Álvarez Icaza con Heberto Castillo (en el Partido Mexicano de los Trabajadores, y de la fusión de éste con el Partido Socialista Unificado de México), nació en la cuna donde se habían apoyado y encabezado movimientos sociales, como el Movimiento Familiar Cristiano, que sirvió de apoyo a la Iglesia cuando todavía eran seguidores de la institución católica, y como el Movimiento del 68, que obligó a los Álvarez Icaza a reformular Cencos un año más tarde como una organización civil independiente del Episcopado (que se había concebido como agencia de noticias de la Iglesia), porque éste no apoyó a los estudiantes y a los presos políticos; en la cuna donde sufrieron varias amenazas y asaltos por parte del gobierno al defender causas sindicales y luchas campesinas; en la cuna donde se albergaron a fuertes activistas latinoamericanos que huían de las dictaduras y golpes de Estado, y donde se aprendió a vivir en comunidad, con una educación pública, laica y gratuita, y con una espiritualidad inclinada a la Teología de la Liberación, cuyo objetivo era promover una corriente de pensamiento de opción por los pobres. Teólogos de la Liberación de la talla de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Luis del Valle, José Bravo y Sergio Méndez Arceo lo vieron crecer. Incluso Méndez Arceo, nombrado “el obispo rojo” por los muros y los yunques, le dio la primera comunión a Emilio. Años más tarde, llega cargado de llaves para abrir varios cerrojos en rejas y puertas de sus oficinas de Ahora, ubicadas en San Pedro de los Pinos, porque las amenazas no paran, pero su vocación por la democracia y los derechos humanos, continúa. Aún después de haber abandonado la intención de ser candidato a la presidencia
de la República, por la cual se creó Ahora, y a la que se han sumado cientos de ciudadanos que, como él, no se sienten representados por los políticos ac- tuales, Emilio persiste en impulsar los principios de su iniciativa, entre los que están el romper monopolios para impulsar la verdadera democracia y que el país haga crecer su eco- nomía a través de las pequeñas y medianas empresas, acabar con la cultura del moche y la mordida, de las cuotas y cuates, luchar para que exista mayor transparencia y deje de haber simulación, promover la cultura, el arte y la ciencia, y, sobre todo, compartir su conocimiento para crear en la ciudadanía una conciencia de cambio. Por ello sigue en pie, dando mensajes de solidaridad, fraternidad, amor y motivación a los mexicanos, pues su esperanza de que levantemos la voz en contra de la corrupción, la impunidad y la injusticia no ha declinado.
Patrones de las amenazas
— ¿Te da susto que hayan venido a tu oficina a buscar papeles? — Sí me da susto, pero sobre todo me molesta. Esto, tristemente, no es nuevo en mi vida y, aunque claro que no me agrada, no me voy a dejar de mover. Es una explicación más de por qué hago lo que hago. — Aunque es riesgoso también, ¿no? — Es riesgoso, pero eso me pasó desde que yo tenía 12 años, cuando Arturo Durazo, jefe de la policía de la Ciudad de México de aquella época, se metió con dos camiones de granaderos a Cencos, donde estaban mi papá y mi mamá, y se llevó todo: a las personas que trabajaban ahí, los archivos, muebles, todo… y entonces mis padres tuvieron que trasladar las oficinas a la casa de la colonia del Valle. Mi papá me dijo: “Ve a poner esto” y yo, chismoso, leí el telegrama dirigido a Durazo en el que le decía: “Señor Arturo Durazo, hemos cambiado el domicilio de mi oficina Cencos a mi domicilio particular”, y puso la dirección donde vivíamos y al final escribió: “Favor de no brindar protección policiaca”. Entonces yo le pregunté por qué, y mi padre me contestó: “Mira, te podrán pegar, pero jamás permitas que te aplasten”.
— ¿Y ahí paró el asunto? — Cuando tenía 17 años, en 1982, se volvieron a meter a Cencos, pero ahí fueron más finos porque no mandaron camiones de granaderos, pero se metieron a robar una caja de información de lo que se estaba articulando como un paro nacional. Se robaron directorios, os clave… Mi padre estaba investigando la muerte de Manuel Buendía. Intentaron secuestrar a uno de mis hermanos y amenazaron a una hermana. Entonces, desde chavo conozco eso. Luego, en 1994, cuando estalló el movimiento zapatista, en una semana se metieron cuatro veces a Cencos. Esa vez tomaron varios papeles, los enrollaron y quemaron la punta, los apa- garon y los pusieron abajo del archivo histórico del canal Seis de Julio para decirnos: “En el momento que queramos, los quemamos”. Cuando estaba al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, también amenazaron varias veces a los defensores. No es una cosa que me guste, pero no me es ajena. — ¿Aprendes a vivir con el miedo? — Y un poco lo que dices: te cuidas, te mides. Si te metes a nadar en un mar donde hay tiburones, aprendes a ver a los tiburones, aprendes a medir, a no nadar solo y a estar acompañado. — ¿Cómo has aprendido a medirte y cuidarte? — Son medidas que toman para tratar de impedir que hagas algo. Por lo regular, no son hechos de violencia aislados. Tienen una razón, una tipología, una fenomenología; generalmente son mensajes que buscan inhibir un tipo de actuación, un tipo de protagonismo, un tipo de incidencia. Entonces, según el tipo de mensajes, cómo llegan y con qué frecuencia, te generas una dinámica que istre tu exposición al riesgo. Para eso hay escalas de protección con métodos muy estudiados. — ¿Y si los agresores rompen sus patrones para descontrolar? — Es muy poco usual que, si sólo busca ser un mensaje de inhibición, de pronto llegue a los peores niveles. Generalmente, quien se dedica al trabajo de defensa de derechos humanos o quien hace trabajo de periodismo, oposición o construcción de crítica, como líderes sindicales, líderes indígenas, movimientos de mujeres o de LGBT, recibe mensajes para frenar su trabajo. El famoso: “Ya
bájale”. — Sin embargo, hay un momento en que los matan… — Eso sí. Llega un momento en que los matan porque no están dispuestos a dejar de denunciar lo que no hace y debería hacer el aparato de justicia, que nunca encuentra a los culpables. En México hay una particular descomposición por la connivencia entre el crimen y los políticos. Entonces, son mecanismos de ajuste para controlar el debate público. — ¿Hasta dónde se tendrían que conocer y observar los mecanismos de inhibición para que ya no haya más asesinatos? — Se tendría que dejar de depositar la responsabilidad de la protección en los propios periodistas y defensores. Debería ser el aparato de justicia que la garantizara. No hay escolta, teléfono o mecanismo de protección o de autoprotección que alcance si no se genera un mecanismo de justicia eficiente. Los matan porque la justicia no está funcionando esencialmente por esa connivencia, complicidad e impunidad. Ese triángulo perverso hace que las amenazas se cumplan. Por eso, cuando Peña Nieto pidió un minuto de silencio, los periodistas por primera vez gritaron: “Justicia” porque no quieren solidaridad, lo que se quiere es justicia y eso me parece que es el principal fenómeno y la principal necesidad. Ahora, puedes crear mecanismos complementarios. Están organizaciones como Cencos, Artículo 19, el comité que protege periodistas, como la Sociedad Interamericana de Prensa o los relatores de la Comisión Interamericana o de las Naciones Unidas. Todos ellos se acompañan, pero no pueden ni tienen condición para sustituir al aparato de justicia. Se puede tener un mecanismo de protección, pero no puedes proteger a todos los periodistas de manera tal que el factor de riesgo disminuya si no disminuye la impunidad. Tanto a Javier Valdez como a Miroslava Breach los habían amenazado, pero si las amenazas no se investigan… — Es que desde ahí es que se debería investigar… — No sólo no hay justicia, sino que hay una reproducción de un aparato de absoluta impunidad. Por eso no sirve de nada que salga el presidente de la República a decir que es solidario con los periodistas si, en su istración, el
aparato de justicia no ubica responsables. La fiscalía es un absoluto desastre y toda esta impunidad aumenta enormemente la sensación de desconfianza, molestia, desánimo y descrédito, no sólo hacia el gobierno de Peña Nieto y sus instituciones, sino hacia el gobierno en general. Entonces se generan mecanismos de presión para que el gobierno actúe.
Mecanismos de presión
— ¿Cuáles son los mecanismos de presión para que el gobierno actúe? — Hay de muy distinto tipo: desde las manifestaciones de periodistas hasta las presiones en el debate público, la generación de leyes y la difusión internacional. Promovimos La ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas para que el gobierno se moviera, pero es como empujar un elefante que no se quiere mover. — ¿Y si se cambiaran las estrategias? Porque hay patrones de un lado y del otro… — Bienvenidas las sugerencias. No creas que es un fenómeno de manualito. Hemos hecho de todo, y es que hay mucha desesperación: hacemos campañas, denuncias, viajes, informes, manifestaciones… — Y no es suficiente porque siguen matando periodistas… — Y uno se pregunta ¿hasta cuándo?, pero seguiremos en la exigencia a través de campañas en redes sociales, reportajes… El problema es que contra el cinismo no hay vacuna. — ¿Crees que la única solución es visibilizar las exigencias, las cartas, las manifestaciones, las marchas y los plantones? — No creo que sea la única, pero es peor quedarse callado, pues si así sucede, entonces logran lo que quieren, que es controlar a la opinión pública. Lo que quieren es tener un pensamiento único y que no se les critique. Quieren más bien que se les aplauda. “Ya sé que aquí no aplauden”, es una frase tan reveladora de
nuestro presidente, ¿verdad? — Es imposible hacerlo, ¿no? — Imposible porque todo lo que hacen está fundado en actos de enorme corrupción. Entonces, cuando se denuncia eso empiezan los problemas, pero quedarse callado, quedarse refugiado en casa y no trasladar por lo menos el costo en el debate público nacional e internacional, es aceptar que gana la lógica del poder perverso. Entonces no queda de otra que la exigencia y por donde fuere: promoviendo leyes, yendo al senado, haciendo foros, política pública, audiencias, creando mecanismos, calculando estándares… Y me queda claro que no es suficiente, y no lo es porque no hemos logrado romper los círculos de impunidad y corrupción. — Y, mientras, las cifras de los muertos crecen… — A la fecha no tenemos mecanismos ni equipos especializados de búsqueda. — Bueno, a la mejor sí los hay, pero los descartan, como pasó con el GIEI [Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes] cuando vinieron los especialistas internacionales a investigar el caso de los 43… — Sí, pero fue un grupo de expertos independientes internacionales, no fue la Procuraduría. Los quitaron y las procuradurías estatales no tienen equipos de búsqueda. Nuevo León lo tenía, pero lo desmontó El Bronco. — Entonces, ¿qué hacer? Haga lo que se haga no funcionará porque las autoridades no permiten nada… — Tocan tres cosas. Una: históricamente existe en México y en cualquier parte un fenómeno de exigencia de parte de las víctimas, y es algo que no se puede minimizar ni hacer a un lado. En Argentina, las Abuelas de la Plaza de Mayo siguen buscando nietos y ya encontraron a 134. — ¡Después de cuántos años!… — Es una lección impresionante. Así han sido los grandes cambios estructurales. Nadie dice que sea fácil, pero ahí está un Mandela, por ejemplo. Hay una
fenomenología, un proceso de exigencia de las víctimas que es un motor de esperanza de justicia. ¿Por qué?, pues porque no están dispuestos a aceptar que su familiar desapareció y ya. La segunda: yo sí creo que hay un debate fuerte sobre lo que entendemos por democracia y Estado democrático de derecho. Aceptar la brutalidad, la corrupción y la impunidad es aceptar eso donde no hay democracia, y muchos no estamos dispuestos a aceptarlo. La tercera tiene que ver con los distintos espacios de cómo esa exigencia se transforma en otra realidad. Hay quienes hacen informes, quienes hacen denuncias, quienes capacitan… El chiste es buscar modelos mucho más eficaces que rompan esas cadenas de impunidad. — ¿Y crees que sí se puede? — Yo creo que sí se pueden implementar mecanismos diferentes en las procuradurías. Se pueden crear mecanismos de control de las policías y de la fuerza de seguridad, así como espacios donde las instituciones de seguridad funcionen para la seguridad de las personas, no para la seguridad de las instituciones. Se pueden hacer mecanismos de mucha más rendición de cuentas. Se pueden hacer mecanismos para sancionar los malos desempeños y premiar los buenos. Sí hay modelos. El Instituto para la Seguridad y Democracia es un ejemplo de ello, lo mismo el CIDE [Centro de Investigación y Docencia Económicas] y Causa en Común, con María Elena Morea, quien se ha dedicado durante años a trabajar en materia de construcción de confianza en cuerpos locales de segu- ridad. En otros modelos hay policías que pasaron de ser mecanismos represivos autoritarios en América del Sur a ser mecanismos de confianza en la gente. Ahí tienes a las policías nacionales, algunas de Centroamérica, tienes también lo que se hizo en Colombia en materia de institutos periciales y servicios forenses… Todas esas experiencias las podemos usar acá. Argentina hizo un observatorio de sistema de tratamiento de personas desaparecidas. En Nuevo León se hizo el llamado Grupo Operativo de Búsqueda Inmediata (GOBI), de reacción inmediata a las exigencias de las víctimas, porque lo que decían era: “Las procuradurías buscan presuntos responsables, pero no buscan gente con vida; entonces de qué me sirve que me den una carpeta grande de oficios donde me dicen que mandaron tal cosa y buscaron tal otra, si mi hijo no aparece”. Los tres primeros días son básicos. Entonces, hicieron un equipo de búsqueda y encontraron a gente que estaba en un reclusorio, o gente que estaba
en un hospital porque había tenido un accidente y había perdido la memoria… O sea, los desaparecidos no siempre estaban desaparecidos ni muertos. Había un lugar donde estaban. De esa manera aparecieron más de cien personas por el sencillo hecho de preguntar. Ese modelo se llama: Modelo de Seguridad Ciudadana y Prevención del Delito. Cuando pasamos con la caravana de Javier Sicilia, iban seis víctimas de familiares de desaparecidos y fuimos a ver al procurador como a las once de la noche y acabamos como a las tres de la mañana. Eran expedientes de tres hojas. Entonces dijimos: “Vamos a regresar el próximo mes para ver qué avances hay”, y así, a lo largo del año fuimos diez veces. Al principio no había respuesta de las procuradurías, a tal grado que un ingeniero hizo un mapa porque su hijo desapareció: “Mire, aquí fue el último mensaje de Facebook, aquí fue la última llamada, aquí está este lugar y busquen aquí”. Les hizo todo el plan de búsqueda y entonces en la Procuraduría no tuvieron otra opción que hacerlo. Al día siguiente nos tenían que dar su informe, así que arma- mos un equipo de abogados voluntarios que integraban el expediente y en cada caso daban recomendaciones. Al siguiente se hacía una revisión para ver qué avances había. Lo hicimos once meses. En las procuradurías cambiaban los equipos de personas y cada vez que regresábamos teníamos que volver a explicar al fiscal nuevo. Luego llegaba el procurador, según él, con muy buenos resultados, pero se topaba con la cara larga de la gente. Una señora dijo: “Está bien, usted mandó 200 oficios, ¿cuántas personas ha encontrado?”, “No, pues ninguna”, “¿Ya entendió por qué tenemos cara larga? Nosotros no estamos buscando oficios, queremos a nuestros hijos”. La gente tiene mucho más interés de saber dónde están sus familiares que saber quiénes son los responsables. En Morelos, por ejemplo, nos enteramos que la Procuraduría enterraba cuerpos como si fueran narcos, en un panteón clandestino. Había fosas con 150 cuerpos de los que no se tomaron la molestia de identificar. ¿Sabes cómo nos enteramos? Por la mamá de un comerciante secuestrado llamado Oliver. Resulta que secuestraron al muchacho, lo mataron, la señora fue a la Procuraduría donde le dijeron: “Mire, aquí está su hijo, pero no le podemos entregar el cuerpo porque no está el perito”. Entonces regresaba después, y le decían: “No se lo podemos entregar porque usted tiene que traer este tipo de identificación”… Después de un año, no le habían entregado el cuerpo de su hijo por increíble que parezca. Entonces, en una de ésas, una persona de la agencia del Ministerio Público, ya
medio apiadada, le dijo: “La verdad, señora, su hijo no está aquí. Se lo llevaron junto con otros a un panteón clandestino que está en Tetelcingo, porque ya no cabía acá”. Desespe- rada, la señora fue con Javier Sicilia y le explicó el caso; enton- ces, se armó una conferencia de prensa y denunciaron. La Universidad de Morelos había hecho un modelo realmente impresionante de acompañamiento a víctimas, y nada más porque la universidad se metió, la Procuraduría alquiló un terreno particular para hacer un panteón clandestino. Con decirte que había gente que desaparecía en Coahuila y aparecía en ese panteón. Javier Sicilia, el rector de la Universidad de Morelos y la señora, que estaban en ese panteón exigiendo justicia, fueron denunciados por una persona que trabaja en el Ministerio Público diciendo que obstaculizaban a la justicia porque supuestamente estaban parados en una fosa. La Procuraduría, que hace todo tipo de prácticas irregulares, ilegales, resulta que ahora denuncia. Es lo que se llama “criminalizar a los defensores”. — Entonces llegas a la Procuraduría, donde están los infiltrados de los bandos, denuncias, pero no tiene efecto porque son parte de la mafia. ¿Cómo hacerle? — Exigiendo. — ¿La palabra exigir tiene algún efecto todavía? — Bueno, dile a la mamá de Oliver que se regrese a su casa sin el cuerpo de su hijo… ¿Cuál es la opción? — ¿Cuál es? — Exigir, porque la otra opción es: “Quédate en tu casa porque mataron a tu hijo y ya no reclames el cuerpo”, o sea, la otra opción es la ignominia, la vergüenza, la corrupción, el desastre. Es que no hay otro horizonte. — Me refiero a eso no por otra cosa, sino por la necesidad de generar otros mecanismos y estrategias que puedan contrarrestar todo esto… — Se aceptan sugerencias. Esto que te digo surgió por la desesperación de una señora a quien no le habían entregado el cuerpo de su hijo. El país y el mundo se enteró de las fosas clandestinas creadas por la autoridad. Lo que te quiero decir es que la exigencia y la información se detona por las víctimas. Lo que tiene como componente básico es el amor de una madre por su hijo. Imagínate lo que
es que, además de la tragedia del secuestro, que pagaron el secuestro y no le devolvieron al hijo, que lo asesinaron, todavía tiene que sufrir un año sin poder recuperar el cuerpo para cerrar el ciclo. Cuando la autoridad se comporta como criminal, el problema es mayor. En algunos casos, las personas están tomando la iniciativa para no aceptar la injusticia; en otros casos, lincha, y en otros casos, se arma, como en el caso de los autodefensas. Todos esos son focos rojos de un tablero de un gobierno que no está actuando, pero cada vez el país tiene más señales de gente que está luchando de distintas formas.
Como candidato a la presidencia
— ¿Por qué decidiste postularte para la presidencia de la República? — Cuando regresé a México en el 2016, me empecé a reunir con muchos de los referentes y empezamos a diagnosticar si nos gustaba lo que se iría a hacer, si nos sentíamos representados o creíamos que la gente que estaba en posibilidad para el 2018 ayudaría a resolver los problemas… Y llegamos a la conclusión de que no. Muchos de ellos son responsables del porqué la cosa está así. Entonces hicimos un nuevo recorrido: “¿Vamos a hacer observación electoral?”, “No, ya lo hicimos en los noventa”; “¿Vamos a ser autoridades electorales?”, “Pues no, nos vetan porque ahí todo es bajo el principio de cuotas y cuates”; “¿Vamos a hacer trabajo en derechos humanos?”, “¿Qué informe nos falta por hacer?”… Hemos hecho informes nacionales, internacionales, regionales, hemos propuesto grupos de expertos, hemos hecho caravanas con víctimas, diálogos con presidentes, propuestas de leyes… Ahí fue cuando llegamos a la conclusión de utilizar la ventana de las candidaturas independientes para tratar de hacer un debate político de transición en México y hacer una irrupción política que ayude a cambiar el desequilibrio del poder donde la gente no está tomando decisiones y también para tratar de romper el secuestro de la partidocracia en el país. Entonces hicimos un código de ética que está en la página de Ahora y que tiene que ver con términos de relación, límites de ingreso, transparencia, relación y congruencia entre lo que dices pública y políticamente y lo que haces en tu vida. No puede haber un candidato de Ahora que tenga denuncias de violencia intrafamiliar.
— ¿Cuál era la idea a seguir? — Acelerar los procesos de cambio con base en una congruencia democrática. Lo que se tiene en el Estado de México es una de las más acabadas exposiciones de corrupción política. En El ciclo, un material que hicimos y que lo encuentras en la página, se demuestra cómo, de Montiel para acá, se montó un uso perverso para mantener el poder: dos carreteras con 132 kilómetros empezaron costando 10 mil millones de pesos y ahora dicen que ya llevamos 90 mil millones, sin contar lo que han cobrado de peaje. En estos 15 años van siete veces que modifican la concesión que era para 30 años, ya van 50 y quieren ampliarlo para 60 años. Son unos atas- cados.
Democracia y derechos humanos
— ¿Cómo haces tu trabajo? — Mis ámbitos de desempeño son la sociología, la comunicación y el derecho enfocados al ámbito social, que es mi vocación. — ¿Complementar esas áreas es un camino para la paz? — Se puede construir la paz o trabajar por la gente desde cualquier forma. Puedes ser un médico fantástico que trabaja por la paz. Puedes ser un maravilloso ingeniero y dedicarte a la paz. La paz no es una carrera, es una opción de vida, y cada quien tiene su forma de llegar a ella. Empecé en Cencos como coordinador de comunicación y derechos humanos. Mi trabajo era organizar conferencias de prensa y organizaba 150 al año con el fin de dar a conocer las causas y luchas de mucha gente, cuya voz no se escuchaba. Mi trabajo, entonces, era ver cómo incidir en los medios para que se escuchara la voz que no se escucha. Empezó, entonces, un proceso de aprendizaje que llamamos comunicación social; luego le llamamos comunicación popular, y luego fue comunicación civil. Veníamos del trauma de las elecciones de 1988 y llegó el momento de hacer redes de organizaciones de la sociedad civil, y también empezamos a hacer observación electoral. En 1991 decidí no hacer vida
partidaria, pero sí vi la política desde la asociación. — ¿Tenías que ser imparcial? — Sí, además, en ese momento, luchar contra el fraude no era neutral; era luchar contra los que generaban el fraude. Eso era imparcial, pero no neutral. Construir la democracia en México no es neutral porque es romper las cadenas de quienes producen una dinámica, una cultura y una práctica que atenta contra los derechos de otros. — ¿Cómo se construye una democracia? — Si te dedicas a los derechos humanos, no puedes ser neutral; puedes ser imparcial, pero si descubres que hay un abuso, tu función es estar con la víctima. No eres neutral. Hay una relación desigual de poder. Hay quien abusa de su poder sobre una persona de quien ya se abusó. Así pasa en la democracia. Hay quienes no ejercen sus derechos y hay quienes abusan de su condición: del dinero, del poder, del engaño; entonces, revertir esa condición de desigualdad, de déficit de derechos, de negación de derechos por discriminación, por machismo, es revertir esa relación desde el poder. Entonces no hay neutralidad. Si eres neutral en una sociedad machista, reproduces el machismo; si eres neutral en una sociedad racista, reproduces el racismo, pero si te paras contra eso y dices: “Espera, no cuentes chistes machistas”, es una forma de reaprender y recodificarte, te vas dando cuenta que muchas de tus formas de relacionarte son las formas que reproducen las pautas de una sociedad machista y misógina, y entonces empiezas a trabajar el tema y tomas cursos, vas a conferencias y pláticas donde hay mensajes que te llegan y sacuden. Muchas mujeres feministas me han dicho: “No, compañero, eso no va así”; o cuando les pedía a ellas mismas que me platicaran del movimiento LGBTI, con mucha claridad me decían: “Ésa no es nuestra causa, mejor que te lo explique otra persona”; entonces tuvimos que invitar gente del movimiento LGBTI y tomé más cursos porque hay muchas cosas que no entendía, y si trabajaba en derechos humanos, no podía tener ese tipo de incongruencias. De mis padres aprendí a tratar de ser congruente. Digo “tratar”, porque es una forma de vida, y una de las cosas que te ayudan a “tratar” de construir la paz. — ¿Qué hiciste después de tantos cursos y nuevas experiencias? — Las experiencias me ayudaron mucho para diseñar otro modelo de servicio
público y otras fuentes de trabajo cuando estuve en la Comisión de Derechos Humanos. Por ejemplo, hicimos un programa de perspectiva de género y nos dimos cuenta de que no había una sola mujer chofer, así que empezamos a contratar mujeres choferes. Al principio le hacían la vida de cuadritos a la mujer que se contrató; le dejaban el coche al último para que no pudiera salir, o se llevaban las llaves y le dejaban el vidrio abajo para que cuando lloviera, se mojara; o al repartirse las entregas, a ella le tocaban los sobres que no tenían dirección. Todo eso le pasaba porque es mujer. Entonces dije: “Esta señora va a ser la chofer de la presidencia. Si ella no puede trabajar, será por culpa de alguien”. Fue hasta que la arropamos y protegimos, que pudo trabajar y ya la aceptaron. Después entraron siete mujeres más y todo se normalizó. Ya no hubo problema. Luego empezamos a contratar hombres para la recepción y también trabajamos la licencia de paternidad. Una experiencia muy bonita fue cuando hicimos un Día de las Madres al más viejo estilo: mantelitos y flores. Entonces me reclamaron los papás porque también querían festejar su día. Al año siguiente hicimos Día de las Madres y Día de los Padres, pero el estereotipo es terrible: para las mamás fue un desayuno y para los papás fue la taquiza, cerveza y música. El reclamo, en consecuencia, fue de las mamás: “¿Por qué ellos cervezas y nosotras tamalitos?”, pero también me reclamaron los que no eran padres ni madres: “¿Por qué la institución tiene que celebrar a padres y madres?”. Se hizo una discusión muy interesante, hasta que quedamos en hacer una fiesta para todos que se llamó el Día de la Fraternidad, y la hicimos en el estacionamiento desde entonces. La gente llevaba música y la institución ponía la comida. Ahí todos cabíamos. A partir de ahí fue nuestra fiesta anual. — ¿Qué otros cambios hubo cuando estuviste en la Comisión? — Hubo mucho de prueba y error, porque muchas cosas no están escritas. Por ejemplo, un colaborador le dio una golpiza a su novia, que en la Comisión era su jefa. Entonces descubrimos que justo en la Comisión de Derechos Humanos había un severo problema de violencia de jerarquías, de relaciones y de perspectiva de género. Imagínate, muchas mujeres que dan cursos sobre derechos humanos y respeto a la dignidad que viven violencia en sus casas. Esas contradicciones son muy fuertes. Por lo tanto, hubo que empezar un programa de acompañamiento a víctimas de violencia que trabajaran dentro de la institución. Es decir, lo que aplicábamos afuera, lo empezamos a aplicar dentro.
Hubo aprendizajes fuertes, como una vez que les dije a unas sexoservidoras que pusieran una denuncia y una de ellas me dijo: “Para qué, si una vez fui dos horas a tu oficina y no me levantaron la demanda”; y luego me llegó una señora trans, y cuando le sugerí lo mismo, me contestó: “Para qué, si fui a denunciar a un policía por violación y me dijeron que no era posible que violaran a una prostituta si ése era mi trabajo”. Eran golpes de realidad. Entonces descubrí que no bastaba con que lo que pensara el cuerpo directivo era lo que se hacía, sino que se tenía que hacer que toda la institución caminara. Fue muy difícil. Se tuvieron que hacer procesos y pláticas de formación de género, y como entonces era obligatorio ir, había acciones de resistencia activa o pasiva. Algunos decían que algo les pasaba para no ir y los que iban se la pasaban mensajeando con sus celulares y evadiendo la realidad. Luego decían: “Tú puedes mandar en la oficina y en los memorándums, pero no puedes mandar en mi casa; no te puedes meter en mi relación”. “Pero es que no puedes trabajar en la misma Comisión de Derechos Humanos y tener una relación de violencia con tu pareja. No te voy a decir cómo relacionarte con tu pareja, pero sí te digo que tienes que ser congruente. No puedes promover lo que no crees”. Eran temas de mucha tensión y nada fácil de resolver. Toma tiempo el proceso de transformación.
Construir democracia
— ¿Cómo observas los modelos bajo el lente de la sociología? — Como sociólogo, veo el sistema de relación, los modelos, todo lo que tiene que ver con el diseño de la institución, los procesos que acompañan, los esquemas de autoridad… Se ve el fenómeno de apropiación de un modelo para que se entiendan las cosas, no porque las dice el jefe, sino porque es la mejor vía de acción. Eso implica discutir y valorar. Cuando llegaba a la Comisión, algunos me decían: “Usted no sabe ser jefe. Saluda a todos”. Entendían que ser jefe era no saludar, o también se daba el caso contrario y me decían: “¿Por qué no discutimos tal cosa?”, y yo contestaba: “Mire, podemos discutir, pero al final del día alguien tendrá que tomar una decisión. Yo acepto que usted me dé su opinión, pero acepte que yo tome la decisión considerando que esto va a salir con mi firma, no con la suya.
El que da la cara soy yo, entonces yo tengo la responsabilidad”. Hubo que entender que la democracia no es necesariamente aquel espacio donde todo se discute, todo se grita y no se decide nada. Eso no es democracia. Democracia es respeto a un sistema de reglas y de procedimientos, porque me parece que en esta deficiencia de democracia hay gente que confunde. Podemos tener perfectamente un modelo de relación horizontal, pero el hecho de que haya una conducción vertical no quiere decir que no haya un modelo democrático que sustente ese quehacer, en términos de cómo se conduce la toma de decisiones. — ¿Entonces sí se necesita una autoridad? — Me parece claramente que la autoridad puede tener un componente democrático. La diferencia es que haya actos autoritarios, pero yo no creo que la democracia signifique la ausencia de autoridad, sino al contrario. Me gusta, por ejemplo, esa idea de “mandar obedeciendo”. ¿Qué haces en una ciudad como México, donde tienes a diez millones de personas que no se conocen, que viven en lugares totalmente distintos? Necesitas tener un mecanismo para toma de decisiones, un mecanismo de representación y de liderazgo. Entonces, sí creo que debemos construir mecanismos de representación con base en acuerdos democráticos, pero también hay que tener mecanismos de consulta y renovación de los representantes para que no se entienda que la democracia es como un cheque en blanco. — Entonces, ¿cómo entiendes la democracia? — La entiendo como un complejo sistema del ejercicio de derechos de todas y todos y con la existencia de ciertos pactos que se cumplen. La democracia ha evolucionado. No sólo es el gobierno de las mayorías, sino también hay que entenderla como el gobierno que garantiza el derecho de las minorías porque los derechos no están sometidos a votación. Yo no puedo votar por tu esclavitud. Tenemos derecho a la libertad, y por lo mismo me parece que el núcleo duro de la democracia se ve cuando todas y todos ejercen sus derechos. Saber eso me ha enfrentado como persona, como colectivo y en proyectos, pues hay que ver cómo se van rompiendo los espacios de excepción de gente que no ejerce sus derechos: ¿por qué la comunidad LGBTI es víctima de tanta violencia?, ¿por qué los que no son militantes de un partido no pueden ejercer los derechos?, ¿por qué las mujeres tienen que vivir tantos fenómenos de violencia y desigualdad?, ¿por qué los migrantes, la trata?, en fin… Todos tienen que ver esencialmente con no
reconocer al otro en tu misma condición de dignidad para que se ejerzan los mismos derechos. Es un problema con la otredad. — ¿Es un problema de relación? — Y de cultura. Hay que ver cómo los niños de primaria ya reproducen todos los estereotipos. La primaria es un espacio en el que reproducimos: “el último, vieja”, “Mariquita sin calzones”, “no seas indio”, “éste ya chocheó”. Aprendemos a insultar adscribiendo a una persona a otro grupo de población. Los niños aprenden a insultar a los niños, diciendo: “ay, lloras como niña, pareces vieja”, y ¿de dónde sacan eso los niños? De lo que ven con sus papás, con sus hermanos, en la escuela. ¿De dónde sacan los niños que las niñas no pueden jugar futbol o que valen menos? — En algunas primarias ya tienen programas de inclusión… — El fenómeno de la construcción de derechos es muy nuevo. Te lo pongo así: hasta la década de los setenta del siglo pasado, en el planeta Tierra todavía era legal la esclavitud, o sea que apenas hace 50 años que se erradicó la esclavitud como forma de relación. Eso no quiere decir que no haya formas de vida similares o conexas a la esclavitud. — Y los procesos de transformación son muy lentos. — Es un fenómeno cultural. A partir de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, hubo un quiebre importante. Nunca en la historia de la humanidad se han construido tantos instrumentos jurídicos como esta etapa para tutelar, proteger, cuidar la dignidad humana. Entonces, se está dando un cambio que no sólo tiene expresiones jurídicas, también tiene expresiones culturales, sociales y aceleradores tecnológicos. La invención de la píldora anticonceptiva separó, por primera vez y de forma contundente en la historia de la humanidad, los derechos sexuales y reproductivos. El fin de la reproducción ya no es sólo la sexualidad. La sexualidad es, en sí misma, un derecho y la reproducción es otro. Entonces, si la sexualidad tiene otra dimensión y su fin ya no es sólo la reproducción, cabe otra dimensión del entendimiento sobre las relaciones humanas. La generación de mis hijas te dice: “No, mira, hay free, hay amigobios, hay amigos con derechos, hay novios, hay novios en exclusiva, hay novios con free, luego hay parejas; y entonces tú tienes que convenir si es una pareja en exclusiva o si se vale con
otros y, como tres galaxias después, hay matrimonio, y al fin de la galaxia está el matrimonio religioso. Entonces ahora no tienes que vivir en pareja para tener relaciones sexuales.
La Virgen y las relaciones sexuales
— ¿La Iglesia católica ya está de acuerdo en las relaciones sexuales antes del matrimonio? — Está cambiando. ¿Qué tanta diferencia racional hace la abstinencia con un preservativo? Los dos son actos deliberados fundados en la libertad de decisión de la persona. ¿Cuál es la diferencia? El placer. La Iglesia católica tiene una bronca con el placer. — Como guadalupano que eres, ¿qué piensas de la relación entre la virginidad de la mujer y la virginidad de la Virgen de Guadalupe? — La construcción de la virginidad tiene que ver con la noción de santidad de Jesús, ¿verdad? Pues yo no entiendo que todos somos Jesús. Yo soy guadalupano y me hace sentido la noción de la Virgen de Guadalupe, pero no veo por qué las mujeres tengan que ser así. No veo que sea un demérito a la dignidad de una mujer tener relaciones sexuales. Al contrario, creo que es parte de la expresión de una dimensión de amor. Sí veo con riesgo y preocupación la banalización de las relaciones sexuales porque somos mente, cuerpo y corazón. Yo les digo a mis hijas: “Ten cuidado a quién dejas meter a tu corazón, a quién dejas meter a tu cuerpo y a quién dejas meter a tu mente”. No es sólo una satisfacción física. Sí hay una dimensión emocional y espiritual. Por eso, les digo a mis hijas: “Procura construir relaciones de fondo, auténticas, con amor”, pero entonces el fin es el amor. Y entiendo que la expresión de la Virgen de Guadalupe es de amor, pero muchas construcciones que se han hecho alrededor de ella no están fundadas en un entendimiento de la relación con Dios, sino que son teología de la dominación, como el celibato, por ejemplo. Hay una manipulación absoluta. Esto de que en la Iglesia no puede haber mujeres, que debe haber celibato y que el Papa es
infalible son construcciones medievales. Cargamos con un montón de deformaciones medievales que ni siquiera tienen que ver con los primeros cristianos. Entre los primeros cristianos había hombres y mujeres. El que no se casen los curas, tiene que ver con no perder las riquezas y propiedades. Son deformaciones de una Iglesia convertida en poder y estado de riqueza, no una Iglesia como medio. Lo que me gusta del Nican Mopohua, por ejemplo, es su opción por los pobres, la opción por Juan Diego en una sociedad en la que los indígenas valían nada. — Aunque también hay mucha controversia al respecto. Hay gente que no cree en la historia de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe. — A ver, ¿tienes el acta de nacimiento de Jesús? Pues no. No te vas a encontrar con un acta de nacimiento de Jesús; ése es el misterio de la fe. Yo respeto a quien no cree y tengo muchos amigos ateos que son extraordinarios, pero no busco imponerle el guadalupanismo a nadie. Es mi vida, mi sentido y fundamento. — ¿La fe te da fuerza como constructor de paz? — Claro, no me entiendo como constructor de paz sin mi fe, pues es el remanso, es la fuerza. Y en esa fe me puedo encontrar con muchas personas cuyo amor a la humanidad es tan grande y generoso, que encontramos un espacio en común. Entonces no me importa que no sean católicos. Yo he aprendido mucho en términos de respeto y valoración a las personas, sean o no católicas. iro su entrega. Han sido grandes maestras y maestros, y no les puedo imponer mis creencias. Si la fe no está fundada en la libertad, no es auténtica, y si no es auténtica, no sirve. En la Inquisición te torturaban para que creyeras. Ha sido una de las mayores perversiones de la Iglesia. Ahí está toda la teología de la dominación, del poder, de la culpa y el castigo, qué horror construir desde ahí. Mejor construir a partir del amor. Por supuesto yo soy crítico dentro de la Iglesia y veo en ésta un esquema ideológico donde la violencia y la culpa son los guardianes de un modelo que se impone, y esas estructuras funcionan como los garantes de un sistema de ideas que conservan esas formas de reproducción del machismo. Por ejemplo, ven como una amenaza que haya mujeres sacerdotes. ¿De dónde sacaron que entre ellos no se pueden casar y que no se puede incluir a los homosexuales?, ¿quién les dio autoridad para decidir la descalificación del otro hermano?… — Y también se meten en los asuntos del Estado…
— Sí, y hay que considerar que tanto la democracia como el Estado tienen que ser laicos para garantizar los derechos de todas y todos. Si el presidente es católico, bien por él, pero no puede obligar a nadie a serlo. La democracia tiene que ser laica para ser libre.
EL COMANDANTE
Julio César Viveros Aguilar
Julio César Viveros Aguilar ha llegado de civil, cachucha y mochila al hombro. Nos quedamos de ver en un centro comercial en Cuernavaca. Nadie se imagina que este hombre de mediana estatura, aunque fuerte como un roble, es el escolta comandante de Javier Sicilia que, junto con tres escoltas más que están bajo sus órdenes, lo ha acompañado durante todo el Movimiento de la Paz con Justicia y Dignidad. Basta con mencionar al “poeta”, como él lo llama, para que suelte su hermetismo, relaje los hombros y sonría porque parece que trabajar con un líder social es distinto a trabajar para el gobierno, donde también estuvo por muchos años. Julio, que ha seguido la carrera de su padre, también fue militar y policía, pero ni él mismo se pudo imaginar que en algún momento de su vida sería uno de los actores principales de uno de los más fuertes movimientos que surgió en México como respuesta al asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo de uno de los poetas más reconocidos del país, y que fue el disparador de la protesta contra la ola de violencia que creció endemoniadamente una vez que el presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico. Cómo no considerarlo constructor y estratega de paz, si Julio ha estado dispuesto a dar la vida por el líder social que firmó un pacto nacional contra la inseguridad (cuyo objetivo era dialogar sobre la estrategia de combate en contra del crimen organizado), sin tener la más mínima idea de cómo proteger su vida y la de quienes lo acompañaban; cómo no considerarlo así, si él ha sido el más agudo observador de los peligros a los que se ha enfrentado el movimiento, así como su fiel guardián. Sin su participación, quién sabe cuál habría sido el destino tanto del poeta como de su movimiento. En su libro El deshabitado, Javier Sicilia narra su encuentro con Julio César Viveros, y no hay como esta descripción para darse cuenta de su gran capacidad como comandante: “Benites Vélez llamó a un hombre alto y fornido que llevaba
una Beretta en el cinto. Su mirada café era rápida, acostumbrada a detectar el peligro en donde parecía no haberlo”.
El poeta
— Y ahorita que viene usted, ¿quién cuida de Javier Sicilia? — Siempre hay elementos cuidándolo. — ¿Cómo fue que llegó con él? — A mí me encomendaron, por parte de la Procuraduría del Estado, la PGJ [Procuraduría General de Justicia del Estado de Morelos] y la Policía Ministerial, a ser escolta del poeta Javier Sicilia. Desde un principio fui el comandante, y ya cuando empezamos a trabajar veía que él era al principio muy distante y cada uno íbamos por nuestro lado. Tampoco había confianza de él hacia nosotros. — ¿Él no había pedido protección? — Se la pusieron, pero él no quería, así que al principio era distante. Empezó a tener confianza cuando hizo la marcha de la que salimos desde la fuente de la Paloma de la Paz en Cuernavaca hasta el Zócalo de la Ciudad de México en el 2011; entonces ahí hubo un poquito de más acercamiento; fue cuando pusieron las placas de las víctimas que fallecieron. Ya después, cuando fuimos con la Caravana por la Paz a México, hubo más cercanía porque fueron tres o cuatro días de convivencia. Somos cuatro escoltas. — Es que es raro que sea el gobierno quien le asigne escoltas a un líder social, ¿no? — Era por eso que el poeta no nos tenía confianza. Nos veía como diciendo: “No sé si me están poniendo a que me vigilen y son mis enemigos”, pero yo desde un principio me presenté con él y le di mi nombre. Ya luego hizo su libro en la que habla de la vivencia de la muerte de su hijo y ahí narra cómo fue ganando confianza con nosotros. Él dice: “El comandante se hace cargo de mi seguridad”,
y es que en la caravana todo el tiempo hay tensión. Ya sea en carretera o lleguemos a un lugar o a un pueblo, tenemos que estar al pendiente, alerta. Todo el tiempo es trabajo y trabajo, aunque vayamos escoltados por una patrulla de la Policía Federal, pero no siempre tenemos apoyo. — ¿Ustedes van comunicados con ellos? — Exacto. Tenemos comunicación. Cuando se hicieron las caravanas de Tabasco a Coatzacoalcos, le pusieron patrullas de la PGR [Procuraduría General de la República], así que éramos más elementos. El grupo fue más grande y yo me coordiné con el comandante de los otros operativos. Fuimos encabezando el movimiento. Durante el camino, una de las patrullas nos avisó que más adelante había unas personas armadas que nos estaban esperando, así que nos paramos para cubrir al poeta con nuestra camioneta; le brindamos la seguridad que pudimos en ese momento, lo protegimos, traíamos chaleco y todo… — ¿Él se puso el chaleco? — No se lo quería poner. El chaleco es pesado por el material del que está hecho, así que le dijimos: “Tenga y póngaselo”, y se lo pusimos aunque él no quisiera y empezamos a cubrir el área. Fue cuando él se quedó impresionado porque se sintió atacado y, bueno, gracias a Dios no pasó nada, pero más adelante estaban los militares, ya habían llegado los de la Marina y habían tenido un enfrentamiento con los sicarios mientras nosotros nos quedamos resguardando ahí; nos quedamos en el hotel, dimos parte, avisamos. Además, la autopista de Coatzacoalcos es muy peligrosa… Eso creo que impresionó mucho al poeta, pero nosotros tenemos que permanecer fríos. Te haces frío en este trabajo. Yo tengo en esto 20 años. — ¿Dónde empezó usted? — Empecé en la procuraduría como policía, pero fui militar desde los 17 años. Ya no seguí estudiando. Le dije a mi papá: “Oye, méteme de militar”. Entonces me llevó a la zona militar donde conocí al general Víctor Lara Perea. Ahí me hicieron el examen médico y tomé un curso de adiestramiento que duró tres meses y donde hice mucho ejercicio físico de resistencia y aprendí sobre la milicia y la disciplina que se debe tener. Es pesado. — ¿La vida de los militares es muy pesada?
— Sí, es muy rígida, pero ahí te vas moldeando y te enseñan valores, disciplina y respeto. — ¿Hay códigos de honor? — Claro. Cuando vienes de la vida civil, le hablas a las personas de forma normal, pero ahí no se puede. Ahí te tienes que dirigir a todos de acuerdo a los grados que tienen. Total, me quedé con el comandante de la zona militar trabajando como chofer y lo llevaba a todos lados. Cuando venía el secretario de la Defensa Nacional, me mandaban para que yo le manejara. Tendría 17 o 18 años, bien jovencito. Cuando cumplí 20, le dije a mi papá: “Oye, me pagan bien poco y yo quiero ser como tú”; entonces, como él también había sido escolta, me llevó a trabajar de escolta en el Gobierno del Estado. Me tocó cuidar al alcalde de Cuernavaca, Jorge Morales Barud, y a los gobernadores de Morelos, Jorge Arturo [García] Rubí y Sergio Estrada. Con Estrada estuve dos años hasta que el jefe de escoltas me pidió que fuera a apoyar a su hermano, que había sido escolta del procurador del estado de Morelos, Guillermo Tenorio Ávila, pero no le salía bien porque él era policía de tránsito. Es muy distinto el policía preventivo que el policía de tránsito y el policía ministerial… — ¿El entrenamiento es distinto? — No, es el mismo, pero las funciones son distintas, aunque los cursos de escoltas sí son muy diferentes a los de los policías para hacer detenciones, sometimientos y la forma de la defensa personal en general. — ¿Y de ahí después se fue con Sicilia? — Bueno, trabajé con otras personas y luego fui con el poeta. — ¿Es la primera vez que trabaja con un líder social? — Sí. — ¿Hay alguna diferencia al trabajar con gobernadores y líderes sociales? — Es muy diferente. Al principio, como no conocíamos a nadie, no teníamos la confianza de acercarnos tan fácilmente. Nosotros siempre nos remitimos a nuestro trabajo y las personas van con él, con el poeta, lo acompañan, lo abrazan. La gente se acerca a él y nosotros lo tenemos que cuidar, estar al pendiente de
que no le vayan a hacer algún daño, porque en esos casos nunca se sabe quién es el enemigo… — ¿Y a ustedes cómo los ven: como enemigos, como protectores? — Yo veo que la gente nos miraba muy raro y hasta murmuraba. Al principio éramos vistos como enemigos. Mis compañeros me decían: “La gente se está secreteando”. “Ustedes no hagan caso y sigan trabajando”, les contestaba. — ¿Tienen que mantenerse firmes? — Sí, de ahí no nos podemos mover. — ¿Se tienen que poner fuertes internamente para soportar el juicio de las personas? — Sí, porque se nos acercaban y nos decían: “Oigan, ¿ustedes con quién vienen?”. Entonces contestábamos que con el poeta, que nada más con él, pero no les decíamos que éramos de seguridad. Nos preguntaban: “¿Ustedes son víctimas?”. “Sí, somos víctimas”, contestábamos. — Pero entonces, ¿iban vestidos de civiles? — Sí, de civiles, aunque sí se notan nuestras facciones, ¿no? Hay como una diferencia en nuestro aspecto. — Tal vez se note un comportamiento militar y eso es lo que se nota… — Además, llevábamos un vehículo que, aunque no está rotulado, trae placas oficiales, luces de emergencia para llamar a la policía y torreta, pero nosotros íbamos caminando, dos a cada lado del poeta y otro atrás. La camioneta iba a un lado por si había que subirlo o cubrirlo. Como era carretera, podía pasar un vehículo con personas armadas y disparar; entonces hay que proteger por todos lados y, en caso de emergencia, no es preguntarle… es “súbase a la camioneta y vámonos”, y lo tenemos que sacar de la zona de peligro. Eran cosas muy duras para él, además porque iba su esposa. — En ese caso los suben a los dos, ¿no? — A nosotros nos dan un documento en el que especifican que la seguridad es
exclusivamente para él, y no podemos proteger a las demás personas. — Pero si la esposa del poeta está en peligro, ¿ustedes no pueden intervenir? — No podemos intervenir porque entonces lo descuidamos a él. Tenemos que ser fríos en ese momento. Si él dice que se queda porque está su esposa, no lo permitimos: lo subimos a la camioneta. — ¿Él tiene que subordinarse a lo que ustedes dicen en cuanto a seguridad? — Sí, y no hay vuelta de hoja, aunque se moleste. Hubo veces que se llegó a molestar y decía: “Ya no quiero seguridad, no quiero nada”, y yo le tenía que responder: “Discúlpeme, señor, pero nosotros recibimos órdenes. Si usted no quiere la seguridad, háblelo en la Procuraduría, pero mientras, yo tengo que seguir aquí”. — Entonces, ¿ustedes tienen que ser absolutamente obedientes y leales a las órdenes del gobierno? — Nosotros tenemos que acatar las órdenes de nuestros mandos… — ¿Y a veces no les dan ganas de brincarse la orden, como seres humanos que son? Me refiero al instinto de protección que se pueda extender al resto de la gente que camina en la caravana… — Es que eso pasó después. Pasó no nada más con el poeta, sino con su esposa e incluso con la misma gente. Llegó a haber un vínculo con ellos, pero eso se fue prestando. De pronto se me acercaba gente del movimiento y me preguntaba: “Dicen por allá que si está bien como están protegiendo”… Querían participar en la seguridad, y yo les decía: “Mejor diles que ellos hagan lo suyo”, porque aun así, uno no debe confiarse de la gente que le habla, no vaya a ser infiltrada. No se sabe con quién está platicando uno, así que es mejor contestar lo básico y ya. Se nos acercaban sobre todo hombres. Decían “Oye, ¿en qué te ayudamos?”. Yayo (Mario Galíndez) estaba entre ellos, pero a él lo veíamos en las actuaciones y nos causaba risa. Se acercaba a nosotros y siempre nos hacía muecas, ademanes, nos imitaba y terminábamos por reír. Decíamos: “Este payaso”… y así, con el tiempo, se fue creando la confianza con él y con otras personas, pero aun así, seguíamos en nuestro papel.
— ¿Tienen que ir midiendo la honestidad de la gente con la que tratan? — Sí, porque por lo regular la gente nos veía mal. No sabían distinguir la diferencia entre un escolta y un policía. Para toda la gente somos policías, pero lo escoltas tenemos que reaccionar de una forma totalmente distinta. Un día el procurador me mandó policías y no escoltas, y le tuve que decir: “Por el momento me mandaron a estas personas que no son escoltas y no son de mi confianza. Yo así no puedo darle seguridad al señor. Necesito traer gente de mi confianza”. Fue accesible y me dijo que pidiera los que necesitaba. Entonces solicité cambio de elementos porque, sobre todo, había uno que durante el poco tiempo que estuvo conmigo, no acataba las órdenes, había pleitos casi de golpes.
Protección a la caravana
— Durante la primera salida de Cuernavaca a la Ciudad de México, que fueron como tres días, llegamos primero a Cuajomulco, en el municipio de Huitzilac, Morelos; luego llegamos a Topilejo, en Tlalpan; luego caminamos a CU [Ciudad Universitaria] y después al Zócalo. Allí los civiles se tomaban de las manos y hacían sus vallas y nosotros puestos en la seguridad del poeta. Había gente, como Yayo y otro que se llama Jorge, que nos apoyaron porque estábamos bien apretados para entrar al templete. La multitud se venía encima, así que aceptamos que nos ayudaran a abrir espacio porque cuatro no podíamos con tanto y la gente fue muy solidaria. — ¿Ustedes también se suben al templete? — Por lo menos debe estar una persona ahí para apoyarlo a él. Los demás nos quedábamos abajo observando a las personas que no conocíamos. — Usted, como comandante, tiene que estar totalmente alerta, ¿verdad? — Sí, y, por ejemplo, esa vez decidimos sacar al poeta por el Metro Pino Suárez. Nos apoyaron los del Metro. Yo me coordinaba con el policía de ahí. Hay una comunicación por medio de lo que llaman el C4 y nosotros traemos radio y es cuando decimos: “Habla fulano de tal, vamos a tal lugar y solicito el apoyo de
esto”; así lo hacemos con todas las corporaciones. Se presentaba un comandante de la policía de tránsito: “Cualquier cosa que necesite, estamos a sus órdenes, mi comandante”, me decían. En ese movimiento se maneja mucha gente, y para mí fue nuevo eso porque, cuando trabajaba como escolta del gobernador, yo era quien manejaba la logística de la seguridad. Supervisaba el lugar y luego, antes de que él llegara a un evento, ya estaba antes con mi gente. Si íbamos a un pueblo, teníamos que ver que no hubiera un mitin o gente que no nos fuera a recibir bien. Así lo hacía de evento en evento. El gobernador viajaba en helicóptero y nosotros en vehículo. Vamos en friega, de arriba para abajo, de municipio en municipio. Todo se maneja por radio y por tiempos. Nos coordinábamos con la gente que maneja la agenda del gobernador, a diferencia de este lado, en el movimiento, en el que no hay nada. Nosotros no teníamos idea de quién organizaba el movimiento, así que de improviso teníamos que organizar todo sobre la marcha, porque nunca sabíamos cuánto tiempo iba a estar el poeta en el templete y a qué hora tenía planeado salir. Ahí no nos toman en cuenta para nada. Los organizadores del movimiento nunca piensan en la seguridad de las víctimas, como la del poeta. Ellos van en la caravana y se organizan para ir pasando por cada estado, por cada municipio, pero sin logística, sin orden. Yo decía: “Esto está mal, esto también está mal”, porque no se fijaban en la seguridad. Llegábamos a lugares a las doce de la noche o dos de la mañana, viajábamos por carretera a oscuras y era bien peligroso. El poeta todo el tiempo andaba bien estresado, y entonces yo le decía: “Mi señor, es que no podemos ir por acá”; y él me respondía: “Dígale a fulano de tal porque yo no sé para dónde voy, no sé para dónde me llevan”. — ¿A quiénes se refería? — A los de la misma caravana; no me acuerdo bien de los nombres de los organizadores, pero era claro que no había una coordinación. Manejaban la logística del movimiento, pero no de la seguridad, y muchas veces no dejaba pasar a la gente al templete, pero ellos insistían. Luego subían hasta cincuenta o cien personas y no se daban cuenta que el templete se podía vencer del peso. Así que yo nada más decía: “No suban a más gente, sólo suban 20”. Con el tiempo nos empezaron a hacer caso. En Monterrey, por ejemplo, era de madrugada y le dije al poeta: “¿Sabe qué? Estamos llegando muy tarde a los lugares y es peligroso”; entonces él se molestó y fue con su auxiliar, no recuerdo su nombre, y le dijo: “Se tienen que poner de
acuerdo con los comandantes. Tómenlos en cuenta porque ellos llevan la seguridad y nos van cuidando a todos”, pero yo decía: “Pues no a todos, porque más bien lo estamos cuidando a él”. — Aunque a la mejor él todavía no sabía eso… — Sí sabía, pero como se daba cuenta que yo tenía el enlace con las corporaciones, con la Policía Federal, y veía que se ponían a mis órdenes, a veces me pedía: “Comandante, ¿nos pueden apoyar con unas patrullas?”, “Sí, ahorita hablo con el comandante de allí para que nos manden unas patrullas”. Ya había una comunicación, así que cuando empezamos con la caravana de camino hacia el norte, la gente ya nos tomaba en cuenta. — Tenían que ir rompiendo ese miedo. — Había que romperlo. Y ya después, ellos preparaban su comida, su lunch y nos invitaban a nosotros, porque a veces, aunque nos daban nuestros viáticos, no llevábamos lunch; así que cuando ellos comían sus tortas, nos invitaban unas también, y es que nos veían con cara de hambre. — Veo que hay una gran diferencia entre el trato que reciben de la gente del gobierno y la gente de los movimientos civiles… — Hay gran diferencia. En la caravana, la gente nos cobijaba. Con el tiempo ya me siento parte del movimiento. Ya tengo seis años trabajando con el poeta. — Y ante eso, ¿qué dicen quienes lo contrataron? — Pues sí me vieron raro. Ya cuando entró el nuevo gobierno, el de Graco, me dieron de baja. Ya no me tenían confianza porque ya estaba yo del lado del movimiento. Entonces les dije: “Pues ustedes me mandaron, el gobierno me puso aquí. Yo no quería estar aquí, pero el gobierno dio la orden”. El poeta se dio cuenta de todo eso, y le dije: “Señor, me están corriendo por la pérdida de confianza” y él fue con el procurador a decirle: “Cuál pérdida de confianza. Yo le tengo confianza a este escolta. Es un buen elemento. Dejen que trabaje conmigo”. — Bueno, la desconfianza era de ellos porque usted ya formaba parte del movimiento…
— Han de haber dicho: “Éste debe ser gente de él”, pero entonces el poeta me ayudó a entrar a la PGR. Me recomendó porque justo ellos le iban a poner seguridad y yo ya tenía trabajando tres años con él. “Dejen a mi comandante. Él está conmigo”, les dijo. Entonces Murillo Karam, que era el procurador, le dijo que me llevara para darme de alta.
Dar la vida
— Ustedes, como escoltas, ¿se sienten amenazados? ¿Cómo viven la sensación de peligro? ¿O ustedes se convierten en el peligro? — Llegamos conscientes de que tenemos que dar la vida por la persona que nos han encomendado, y es por eso que nos pagan. Como ya estoy pagado y mi familia asegurada, entonces tengo que hacer mi trabajo. Siempre tenemos que ser conscientes de que, si vamos a tener algún enfrentamiento, ahí nos podemos quedar. Nos pagan por dar nuestra vida. — ¿Y cómo se prepara para vencer el miedo? — Con el tiempo. — ¿Todavía hay miedo? — Puede haber miedo, pero también se olvida. — ¿Es como una actitud que tienen que asumir? — Cuando vamos a trabajar, nos olvidamos de nuestra familia porque tenemos la responsabilidad de la vida que nos encomiendan. Ahora, yo no he tenido miedo. Me gusta mi trabajo. Yo le digo a mi esposa: “Mira, si me llega a pasar algo, estás consciente de mi trabajo. No te vayas a poner a llorar. Esto así es”. — ¿Tiene hijos? — Tengo dos grandes y dos chiquitos. Los grandes más o menos como que lo entienden.
— ¿Y ellos quieren ser escoltas? — No. Mi hijo es un varoncito de 17 años y ya va a pasar a la universidad. Yo le digo: “Tú estudia, si quieres ser alguien más grande que tu padre”. — ¿Y en verdad no le da miedo? — Por ejemplo, aquella vez de Coatzacoalcos, no existía el miedo. Yo organizaba las posiciones de los elementos. Traía mi equipo: cartuchos, cargadores, una lámpara de noche, un reflector grande. Le dije a un compañero: “Tú aviéntale la luz a los carros que vienen. Lamparéalos. Lanza la luz al interior de los vehículos”, porque siempre llevamos armas largas y armas cortas, y con ellas les apuntamos. Si veíamos que ellos sacaban un arma, teníamos que levantar la nuestra y accionarla. Yo cuidaba a los compañeros porque a unos siempre les entra el miedo, el pánico. Cuando vi a uno que estaba arriba de la camioneta, le dije: “Qué hace ahí, bájese, cúbrase detrás de la camioneta, protéjase”. Además, tengo que andarlos cuidando… — Bueno, no es lo mismo entrenar a ya enfrentarse en serio… — No es lo mismo. Lo bueno fue que no pasó nada, aunque a veces está bien que pasen las cosas porque es cuando uno ve qué tipo de reacción tiene. Ahí se da uno cuenta de los errores y de los aciertos. Hay compañeros que de los nervios quieren disparar a lo tonto y luego pierden la vida personas ajenas a los hechos. Esa vez había que estar seguros de apuntar hacia el objetivo que pensábamos nos iba a atacar. Aquella vez eran federales los que nos acompañaban y el jefe de ellos se quedó quieto porque sabía que yo estaba a cargo del evento, pero cualquier cosa, siempre hubo el apoyo. Ya cuando pasó el peligro y llegamos a otro poblado, ellos se pusieron a mis órdenes porque vieron que yo sabía organizarme. Entonces les di indicaciones: “Usted suba al templete”, “Nosotros nos infiltraremos entre la multitud para ver quién viene armado”, “No vean a su principal. Él no se va a mover de ahí (el principal, para nosotros, es la persona a la que protegemos), mejor cuiden alrededor”. — ¿Y qué es lo que observan para saber si traen armas? — Debemos cuidar las manos de las personas si llevan las manos dentro de una chamarra porque ahí puede haber un arma, debemos ver quién se acerca o a los que esconden su rostro. Esconden el rostro los que no quieren ser vistos; son sospechosos quienes mueven la cabeza para allá o hacen gestos con otra persona;
además, se nota que no están dentro del movimiento de las víctimas. Cuando sucedía eso, le decía a algún compañero: “Ponte atrás de esa persona y chécala”, y esa persona ni cuenta se daba que estaba vigilada por nosotros. Había mucha gente infiltrada ahí… — ¿De dónde serían esos infiltrados? — Del narco o del gobierno, no se sabía, pero eran muchos. Me tocó también en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Nos seguía un Tsuru. Entonces le dije al poeta: “¿Sabe qué?, al primer lugar que lleguemos se mete a un restaurante o donde sea. Nos vienen siguiendo”, “Sí, donde veamos un lugar me meto”, “Pero se mete, ¿eh?”, “Sí”. Total, cuando se baja el poeta, le mandé dos personas y mientras, fui con el compañero que manejaba y seguimos al del Tsuru hasta obstaculizarle el paso. Me bajé con el arma larga y le apunté: “Bájese del coche. A ver, qué vienen haciendo, por qué nos siguen”, “No, es que somos del gobierno”… Eran de esos que mandan para ver los movimientos. Entonces le digo: “A ver, identifíquese”, y no traía ninguna identificación. No traía nada. Registramos su vehículo y no traía armas, pero sí nos venían siguiendo. Ya lo dejamos que se fuera, pero vieron que estábamos al pendiente y que no nos iban a agarrar dormidos. “Los vuelvo a ver que nos siguen y les voy a disparar”, les dije. — ¿Y lo hubiera cumplido? — Pues sí, lo tienes que hacer, pero después de eso ya no nos siguieron. — ¿Ha habido momentos en que haya tenido que disparar o que le disparen a usted? — Cuando he dado seguridad a las personas, nunca. Me pasó cuando era policía. Ahí sí hubo un enfrentamiento. Detuve a unos sicarios. También se metieron un día a mi casa, eran hombres armados y encapuchados, pero afortunadamente no pasó nada.
Códigos de honor
— ¿Ustedes se sienten injustamente tratados por lo que hacen? — En parte sí, porque luego la gente con quien trabajas no sabe lo que tiene. No toma en cuenta que uno va dispuesto a dar la vida por ella. — Aunque también el medio de ustedes está desprestigiado… — Es el medio de la policía. La seguridad es muy diferente. Aquí se debería abrir una institución que maneje escoltas para víctimas. No la hay. Eso es lo que debería haber. — Y alguna institución que los apoye en cuanto a sus derechos, ¿no? — Tampoco la hay. Nosotros tenemos derechos como cualquier trabajador: derecho de vacaciones y ese tipo de cosas, pero como seres humanos, no. Estamos protegidos por un seguro de vida, un seguro social y prestaciones, y se hace extensivo a nuestras familias, pero nunca nos preguntan: “¿Está bien su familia?”. — ¿Es decir que falta la parte más humana en el trato a ustedes? — Ésa no existe. Somos como máquinas. He tenido compañeros escoltas a quienes matan y quedan sus esposas e hijos, pero luego el gobierno no los apoya en el momento o tardan mucho en pagarles el seguro. Nunca dicen: “Ya falleció su esposo y le podemos dar trabajo a usted o a sus hijos”. Al contrario, se desaparecen. Sólo queda la jubilación, pero no hay una recompensa más ni porque dieron la vida. Un sábado, por ejemplo, estaba viendo la televisión y salió una noticia: “Escoltas del procurador mueren en una emboscada”. Entre los nombres que dieron estaba el de un amigo, que también había sido militar. Me pegó tanto que hasta lloré, pero es parte del riesgo y uno tiene que tomar esas cosas como experiencias para que no vuelva a pasar. — Y Javier Sicilia, ¿qué le dice al respecto? — El poeta ya lo ha visto, así que ahora, si viajamos o si vamos en el vehículo y si veo un carro cruzado, me detengo antes o desvío la ruta y él lo entiende. Cuando íbamos en la caravana, le pasaban agua, se la quitaba de la mano: “Señor, usted no sabe qué puede traer ahí. Le pueden dar veneno”; y entonces me abrazaba y me daba las gracias. “Si usted quiere agua, yo voy y se la compro, pero nunca tome nada de lo que le den personas ajenas”. Entonces él sintió la
protección. Después de tiempo, ya nos habíamos puesto de acuerdo, y si él sospechaba de alguien, bastaba con que me volteara a ver para ir a checar de inmediato. — ¿Y cómo lo checaban? — Lo sacas de la marcha, lo registras a ver si tiene armas. Luego dicen: “Es que somos de inteligencia, somos policías”. Cuando se identifican, ya no puedes hacer nada, pero ya lo tienes registrado. A veces hasta llevaba mi cámara de video y filmaba algún evento, persona o lugar que no me gustaba. — ¿Me puede decir algo de su sentido de lealtad? — En el ejército te enseñan la disciplina y el respeto, pero en las corporaciones de policía no te enseñan nada de eso. En el ejército hay una hermandad y en la policía, no, pero al final se desarrolla una lealtad. Cuando me mandaron con el poeta, uno de los jefes me dijo: “Oiga, necesito que me haga un reporte de dónde anda usted y dónde se mueve el señor”, y le contesté: “Discúlpeme, yo sí le paso el reporte del servicio, pero no de las actividades del señor, eso no se lo puedo pasar”. Entonces me pusieron un localizador y eso mismo se lo dije al poeta porque ya había una lealtad con él; así que, por lo mismo, cuando él da entrevistas lo cuidamos muy bien, aunque también respetamos su espacio para que se sienta en confianza al hablar. Yo, aunque también tengo lealtad a la institución, prefiero renunciar porque nunca diré lo que hace el poeta y con quién se reúne. Yo, ahora, estoy ahí por el poeta.
EL EMPRESARIO
Lincoln Carrillo
Lincoln Carrillo se asoma de lo alto de la Torre Corporativa de Scotiabank, entre Reforma y Periférico, y con entusiasmo señala la bandera del arcoíris, también denominada bandera de la libertad o del orgullo gay, que fue creada por Gilbert Baker en California a finales de los años setenta, y cuyos colores rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta hablan y reivindican la diversidad de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero) a la cual pertenece. Luego señala las calcomanías, banderitas y separadores hechos con el mismo arcoíris que, con el lema “Aliado” impreso en ellos, sobresalen de algunos cubículos de las oficinas para que los de la comunidad sepan dónde y con quién buscar apoyo empresarial. Lincoln explica que empresas como JP Morgan usan placas de metal con el arcoíris, pero Scotiabank, en donde él trabaja como director ejecutivo de Global Transaction Banking, y copresidente del grupo de Recursos para Empleados, decidió hacer pegatinas para transmitir, de forma sencilla, un mensaje de inclusión. Un paso importante para la comunidad LGBT fue lograr que se izara la bandera afuera de Scotiabank durante el mes de junio, puesto que el 28 es el Día Internacional del Orgullo LGBT, en el que se conmemora el inicio del movimiento homosexual en protesta contra la irrupción policiaca en el bar Stonewall de Nueva York contra gente de la diversidad sexual, en 1969. Pasado el tiempo, además de la infinidad de movimientos de la comunidad, cuyos logros han abierto a la tolerancia y la aceptación de la diversidad, finalmente tocó a las puertas de los empresarios. Así, el 3 de septiembre de 2014 se reunieron algunos líderes de las redes de empleados LGBT con personal de empresas abiertas a la inclusión, entre las cuales estaba Scotiabank, Google, American Express e IBM, y formaron la iniciativa Pride Connection Mx, que
funciona como una red que genera ambientes incluyentes y diversos en las empresas, crea os con aliados, lugares donde los empleados LGBT se puedan desempeñar con todo su potencial y promueve valores como el respeto y la solidaridad. Además de las mencionadas, las empresas miembro de Pride Connection Mx son: Accenture, AON, AT&T, BlackRock, Baker McKenzie, BCG, Cabify, CBRE, Cinépolis, Citibanamex, Dell, Dow Chemical, Facebook, Ford, Gayosso, General Electric, Herman Miller, Hewlett Packard, Intel, Ingram, JP Morgan, JW Marriot, Kellogg’s, Lubrizol, Mastercard, McKinsey & Company, Microsoft, Mundo Joven, Nielsen, P&G, Paypal, Pemex, Pernod Ricard, Pepsico, Pfizer, PGIM, Philip Morris México, SAP, Sodexo, TE Connectivity, Unilever, Walmart y Zurich. Las palabras de la vicepresidente ejecutiva de Scotiabank, Marianne HasoldSchilter, quedaron impresas en la página web de Pride Connection Mx, donde afirma que, si se quiere un mayor éxito en los negocios, el tema de la inclusión ya no es opcional en el mundo empresarial. Así, el programa ha trascendido y en México tuvo gran aceptación. Como buen negociante, Lincoln Carrillo, uno de los primeros empleados en creer y promover la iniciativa, dice que para que Pride Connection Mx tenga credibilidad y sea permanente, se tienen que ir dando pasos cortos, pero sólidos, y mientras habla parece que justo así camina entre los colores de la bandera para hacer patente el valor de la sexualidad, la vida, la salud, la luz del sol, la naturaleza, la magia, la serenidad y el espíritu que los distingue y se necesita para despertar, desarrollar y hacer manifiesto el enorme potencial creativo que se puede encontrar en la diversidad. Imagino esta red empresarial hecha con hilo de araña, fuerte y flexible, tejida con maestría geométrica para que los vectores se definan y sostengan la estructura. Así es como tejen los empresarios, con todo cuidado, con metas a corto plazo, sin prisa y sin pausa. Lincoln es uno de los que camina sobre este tejido que se ha extendido en poco tiempo, mientras afirma que si queremos correr sin saber caminar, nos tropezaremos. Habla de certezas. No se da un paso sin haber consolidado el anterior. Así es la manera de crear un gran movimiento. De nuevo se detiene ante el ventanal y observa la bandera. Reflexiona: “El primer año subimos la bandera un día; el segundo, 15 días. Dice que una de las
grandes herramientas para un proceso de paz es el ser visible, salir del clóset “como organismo, como institución, como gobierno, como persona”. La primera cumbre, denominada Pride Connection Mx Summit, se celebró el 24 de mayo de 2016 y Lincoln asistió, junto con Marianne Hasold-Schilter y el copresidente José Antonio Carranza del Valle, como representante de Scotiabank Pride México, ante 300 invitados que participarían en distintos foros, talleres y sesiones donde se trataron temas referentes a las tendencias de gestión de talentos, las formas de expandir el mercado y las oportunidades de desarrollo, desde el punto de vista de la inclusión. Lincoln habla poco, pero con gran seguridad. Sus ojos sonrientes son muestra viva de una experiencia de transformación personal. Sin duda, como él dice, cuando salió del clóset se liberó de atavismos y eso le abrió la puerta a un mundo de posibilidades.
La red crece
— ¿Tú tomaste la iniciativa de promover la inclusión LGBT en Scotiabank México? — Junto con José Antonio Carranza, fui líder de la iniciativa en Scotiabank, pero, cuando creamos el grupo, no teníamos mucho conocimiento de cómo hacerlo, cómo transmitir los mensajes y cómo invitar a la gente a que participara. Estábamos abriendo brecha en la institución. Uno de nues- tros colegas en Canadá, que fue donde se dio la iniciativa, nos aconsejó acercarnos a otras empresas donde tal vez había prácticas corporativas interesantes en materia de inclusión hacia la comunidad LGBT. Entonces, por medio del departamento de Recursos Humanos, llegamos con Cecilia de la Vega, líder de Diversidad en IBM México y, a través de os personales, hablamos con Fernando Velázquez, líder de Recursos de Empleados LGBT de American Express, y luego nos conectamos con Ramsés Aldana, de Accenture México, y con Miguel Ángel Lara, de Google México. — Entonces, ¿este movimiento ya había comenzado paralelamente en varias
empresas? — Empezó, pero era un esfuerzo aislado. Cada empresa trabajaba hacia dentro con sus prácticas de inclusión hacia sus empleados, pero no era algo ni muy público ni había coordinación con las demás empresas. Te puedo decir que empresas como American Express e IBM, en México, ya tenían más de diez o quince años trabajando el tema LGBT de forma individual. Entonces, José Antonio y un servidor, convocamos a los de las otras empresas a un desayuno en las oficinas de Scotiabank. Simple y sencillamente les dijimos: “Oigan, estamos empezando nuestro grupo y nos gustaría mucho conocer las mejores prácticas. También queremos compartirles algo de nuestra experiencia y nuestros retos. Queremos abrir brecha a la comunidad LGBT y a sus aliados”. Hicimos más desayunos y empezamos a tener muy buena dinámica. Creamos una muy buena relación personal, a tal grado que ya en el 2015 pensamos ponerle nombre. — ¿No tenía nombre antes? — No lo tenía, pero llegamos a la conclusión de que, por el tema del orgullo gay y de que somos empresas multinacionales, Pride Connection Mx era el nombre adecuado porque se refiere a la conexión entre las empresas. Entonces, Pride Connection México es el nombre que se le da a esta alianza. No existe una asociación civil o una figura legal. Simple y sencillamente es un branding que le dimos para compartir nuestras mejores prácticas. También acordamos que no iba a haber un representante de Pride Connection Mx o que no iba a tener una voz porque era muy difícil compaginar las políticas de relaciones públicas de las empresas. Entonces, quedamos en que cada uno iba a hablar a título personal como representante o vocero de sus propias empresas, y Pride Connection Mx sería el catalizador que le iba a dar amplitud al tema. A partir de eso, buscamos darle un poco más de forma al grupo de trabajo; hicimos un comité conformado por representantes de diversas empresas, para encargarse de darle seguimiento a las juntas, acuerdos y planes de trabajo. Así empezamos poco a poco a crecer con la participación de más empresas. Al cabo de dos años, ya éramos 20 y hoy somos más de 45. La red crece. Después, empresas como IBM o American Express, que ya participaban en el desfile del orgullo, nos invitaron a participar por primera vez en el 2015. Obtuvimos las autorizaciones necesarias dentro de la institución para que
pudieran ir los empleados, con el branding de Scotiabank. Así, varias empresas, ya como un solo colectivo, pudimos mandar un mensaje contundente al mercado. Hicimos un statement en ese desfile para generar visibilidad y resultó un éxito. Aquella vez, participaron más de 500 personas en el colectivo de once empresas y la gente se nos acercó para preguntar si éramos un banco incluyente y si era de verdad que nos habían dado permiso. Eso nos permitió multiplicar nuestro mensaje y decir que en nuestras empresas hay ambientes seguros de trabajo, donde valoramos a las personas por su talento y no por situaciones ajenas a su control, como puede ser raza, discapacidad, orientación sexual e identidad de género. — ¿Y cuál fue la respuesta? — Después de aquel desfile, tuvimos algunas notas en Expansión, algunas entrevistas, artículos en blogs y en internet, y el branding Pride Connection Mx se hizo más conocido y nos buscaron más empresas, sin importar si éramos competencia o no. — ¿Buscan la colaboración más que la competencia? — Es un asunto de inclusión, más allá de la competencia entre las empresas. No se trata de ser el único banco o empresa de consumo o marca automotriz, sino de participar en pro de la inclusión de la comunidad LGBT y compartir nuestras mejores prácticas, como prestaciones igualitarias, combate al tema de políticas de cero tolerancia a la discriminación y, como negociantes que somos, saber vender el proyecto a la dirección general de una empresa, porque hace sentido hacerlo. — ¿Por qué hace sentido hacerlo? — Hace sentido por muchas razones, pero la principal es que tiene que comulgar con los valores institucionales de cada empresa. Por ejemplo, en Scotiabank, uno de nuestros valores es el respeto y, a partir de ese valor, tenemos que asegurar que nuestros empleados se comporten de esa manera con el resto del personal y con los clientes. ¿Por qué hace sentido hacerlo? Porque somos un reflejo de nuestros clientes. El banco tiene presencia en más de 50 países a nivel mundial y atendemos a todo tipo de etnias, razas, edades; entonces, no podemos pensar que todos tienen que ser hombres blancos. Tiene que haber mujeres, tiene que haber personas con discapacidad, tiene que haber diversidad porque, además,
queremos atraer al mejor talento. No podemos darnos el lujo de descartar al mejor talento por una de estas razones. Por eso hace sentido. El enfoque no es el valor del mercado ni lo que gasta la comunidad, sino es ser congruentes con nuestros valores y eso es lo que vendemos a las instituciones: decirles a los directivos que no pasa nada si un banco o empresa sale del clóset, aunque, claro, siempre habrá detractores. — ¿Y ha costado trabajo? Antes de esto, ¿ustedes tenían obstáculos laborales, había discriminación? ¿Qué los despertó para impulsar esta iniciativa? ¿Y qué obstáculos se enfrentan cuando hacen propuestas a otros directivos? — Nos despertó esta necesidad de apegarnos a los valores de la institución. Nuestra casa matriz nos propuso llevar a cabo esta iniciativa en México porque quería ir permeando en otros países donde el banco tiene presencia. En realidad, no fui testigo de actos de discriminación hacia la comunidad LGBT. Más bien, lo que te puedo decir es que los obstáculos o barreras te las pones tú. Cuando no estás en un ambiente que percibes incluyente, no quiere decir que te discriminan, pero sí hay una diferencia cuando, en una empresa, haces visible el apoyo, porque con el sólo hecho de decir: “No importa quién seas, puedes venir a trabajar y te vamos a valorar por tu talento, no importa que seas gay, trans o lesbiana”… Ése es un statement tan fuerte que te quita las telarañas de la cabeza y te quitas tú solo las barreras. — ¿El prejuicio existente es un asunto cultural? — Claro, es un tema cultural. ¿Por qué no sale la gente del clóset con su familia?, porque piensa que no la van a aceptar. Yo te puedo decir que con esta iniciativa, yo salí del clóset en el banco y José Antonio también salió del clóset, y nada cambió. Más bien pasa al revés. Después de que te sales del clóset, ya no tienes que esconderte ni inventar historias sobre lo que hiciste el fin de semana; vienes con otro nivel de compromiso porque ya sabes que están las reglas para que todo el mundo te respete. Con eso, te sientes más comprometido, eres más productivo y, al final, eso le da un gusto y potencializa tu carrera. — Y además tu vida personal es tu vida personal y tu carrera es tu carrera, ¿no? — Pero al final están entrelazadas. Uno no puede desempeñarse bien en el trabajo si te estás escondiendo, y entonces te proyectas como alguien poco confiable. Es muy difícil mantener una red de mentiras porque ya no sabes qué
le dijiste a uno y qué le dijiste al otro sobre el fin de semana o sobre la boda o sobre el porqué no tienes novia. Si no eres transparente, difícilmente puedes dar el cien por ciento. ¿Y por qué utilizamos este grupo empresarial? Porque podemos tener una voz mucho más amplia. — ¿Sólo las personas de la comunidad LGBT pertenecen a la red o también las personas heterosexuales pueden pertenecer? — Es un tema de inclusión. No se trata de hacer el club de Toby o de Lulú gay. Queremos escuchar todas las voces. Entonces, siempre decimos que este grupo tiene como objetivo promover la inclusión de la comunidad LGBT tanto en empleados como en clientes y sus aliados; al final, son piezas clave y forman parte del grupo interno. En las reuniones de Pride Connection Mx y las marchas o eventos, se trata de romper estigmas como el que se considere malo que un niño vea a gente de la comunidad, por ejemplo. Cada año hemos participado más personas. En el 2017, fue la tercera vez que desfilamos ya con un contingente de más de 300 personas de Scotiabank y más de 2,500 de Pride Connection Mx.
Empresas locales y multinacionales
— ¿Qué tipo de empresas se han incluido en el programa? — Empezamos siendo sólo multinacionales. Por fortuna, también se han ido integrando algunas empresas locales como Pemex, que es una empresa muy importante del sector público nacional, con una connotación muy importante en el país. Pemex forma parte de Pride Connection Mx, así como Gayosso y Cinépolis, empresas con distintos enfoques, que nos permite dar ese tono de diversidad que buscamos. Y hay otras empresas que todavía están en el grupo como observadoras porque están en el proceso o en la transición de salir del clóset y obtener la autorización para formar parte de Pride Connection Mx de manera abierta. Las hemos asesorado porque es un proceso difícil a veces, y es que hay empresas familiares grandes, pero con un corte muy conservador, y les cuesta trabajo adoptar estas prácticas, pero ya hay grupos dentro de esas empresas que están empujando para asegurar esa inclusión y esa no discriminación.
— ¿A qué le llaman Aliados? ¿Quiénes son? — Puede ser el papá de una persona LGBT, amigos, el hijo, la tía… Pride Connection Mx habla del orgullo LGBT. Pfizer nos diseñó el logotipo a través de su agencia interna. Es un logotipo muy llamativo y todos colaboramos en ese esfuerzo, justo para dar el mensaje que queremos. Por ejemplo, organizamos ya dos eventos abiertos y sin costo con el nombre Pride Connection Summit en el World Trade Center, en 2016 y 2017. En ellos se invitó a la población en general y a los medios a escuchar conferencias con diversos temas que tienen que ver con inclusión laboral y marketing. Invitamos a gente del sector público y activistas que nos contaron cómo fue la historia del matrimonio igualitario en la Ciudad de México; abrimos foros de discusión a la comunidad e invitamos a la gente a participar, escuchar y aprender lo que estamos haciendo. Hay mucha retroalimentación en este tipo de foros. — Entiendo que Scotiabank es el precursor de este movimiento, pero ¿todos los eventos son organizados por ustedes directamente o intervienen otras empresas? — Es un esfuerzo de equipo. Todos somos iguales en Pride Connection Mx. Cada año se renueva el comité y van cambiando las empresas. — ¿Tú siempre has estado dentro del comité? — No siempre. El año pasado estuvimos, pero este año, no. Somos y tenemos voto y participamos, pero al final todos tenemos que actuar de común acuerdo. Pride Connection Mx es un ente etéreo; tiene mucho que ver con la voluntad de las personas, y por eso la colaboración ha sido extraordinaria. Por ejemplo, hemos tenido un acer- camiento muy importante con el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred), a través de su presidenta en México, Jackeline L´Hoist Tapia.
Enfoque a resultados
— Si no tienen un líder muy formal, ¿cómo le hacen para conciliar todas las
ideas? ¿Cómo le hacen para que un grupo tan grande y tan abierto no se disperse y no se diluya? — Excelente pregunta. Yo creo que la respuesta tiene que ver con el corte de las empresas que participamos. Todos los que estamos en el grupo de Pride Connection Mx tenemos muy arraigados los valores corporativos y la forma corporativa de trabajar con un enfoque a resultados y un enfoque conciliador, lo cual quiere decir que no queremos sobresalir más que nadie. En un evento, le tocará brillar más a una empresa que a otra, y en otro evento, a otra. No existen estos protagonismos exacerbados. Los que sabemos trabajar en un ambiente corporativo, logramos acuerdos y tenemos buena organización. Scotiabank, por ejemplo, patrocina al World Trade Center porque forma parte de nuestros tratos de negocios, pero hay otras empresas que patrocinan la luz y el sonido, y otra patrocina los folletos, etcétera. Entonces, como tenemos claro que el objetivo es el bien común, le vamos dando rotación al grupo. El comité está integrado por cuatro empresas cada año y su trabajo consiste en organizar y presentar ideas en el foro y coordinar a los representantes de cada empresa para que tengan voz y voto. — Al final de cuentas, las empresas, que por naturaleza son competitivas, resultan colaboradoras a través del tema de la inclusión, ¿no? — Es correcto. — ¿Y eso marca la diferencia también a nivel negocios? — Sin duda alguna, somos colaboradores como empresas y, aunque pueda haber algunas cosas en las que, por las políticas de cada empresa, tenemos que ir por caminos separados y con estrategias comerciales diferentes, hay puntos de unión, como esta iniciativa y actividades de voluntariado a través de las cuales podemos regresar a la sociedad algo de lo que nos da, y es ahí donde se dan los vínculos y mucha colaboración. — ¿Es como ir tejiendo redes? — Claro, y hemos creado lazos personales incluso entre los representantes, y eso nos permite accionar más fácil.
Empresarios constructores de paz
— ¿Ustedes se considerarían constructores de paz? — Yo creo que sí, porque la violencia por orientación sexual o por identidad de género tanto física como psico- lógica es muy fuerte y se siente desde la infancia. O sea, la discriminación en los colegios, o la falsa idea que otras generaciones de padres transmitieron a sus hijos acerca de la diversidad sexual, es un tema que genera mucha violencia y resentimiento. No soy experto en estadísticas, pero la cantidad de crímenes hacia la comunidad LGBT en la Ciudad de México o en el país es altísima y son crímenes de odio por pertenecer a una comunidad diferente. Entonces, nuestro mensaje hacia el mercado, hacia la gente, es que todos tenemos los mismos derechos y oportunidades, y que hay que perseguir ese fin último. Mis colegas cercanos y amigos de la infancia siempre me dicen que lo que estamos haciendo es padrísimo porque, a través de nuestros mensajes, también estamos educando a la sociedad en cuanto a que podemos ser LGBT y trabajar en una multinacional y desarrollarnos con las mismas oportunidades que tienen otros. — ¿De qué otras maneras transmiten los mensajes? — Por ejemplo, participé con mi testimonio en un video de una organización estadounidense que se llama Todo Mejora o It Gets Better, y está enfocada en mandar mensajes hacia los adolescentes para prevenir el suicidio, porque en la comunidad LGBT, uno de los grandes temas es que te sientes acorralado, sobre todo en esa edad que es frágil, entonces muchos adolescentes no encuentran la salida y se suicidan. Para It Gets Better ha participado gente como Obama y muchos artistas que mandan los mensajes. — Y ahora, ¿cómo le hacen con Trump? ¿No crees que se vean afectadas todas sus iniciativas precisamente por la ideología de ese presidente? Pienso en la relación de México y Estados Unidos con Canadá (de donde es Scotiabank) y el Tratado de Libre Comercio. — Siempre existe el riesgo de tener retrocesos y, evidentemente, la retórica del
presidente Trump es muy conservadora, pero no porque él esté en una posición de poder, nosotros vamos a cambiar nuestros valores y nuestra manera de pensar. Entonces, por supuesto, puede haber obstáculos allá, acá y en Canadá, pero nosotros seguiremos firmes trabajando en pro de la inclusión de la comunidad LGBT. Quiero decirte que el esfuerzo de Pride Connection Mx ya trascendió fronteras, es algo de lo que estamos muy orgullosos porque tenemos fuertes lazos con nuestras filiales en otros países, y gracias a ellos se han creado Pride Connection Chile, Pride Connection Colombia, y están en pláticas de crear Pride Connection Perú (por cierto, en diciembre de 2017, Scotiabank Perú me invitó al lanzamiento y fui testigo de primera mano de lo que hicieron los colegas), pero la idea es la misma: el mismo logo, el mismo mensaje, la misma manera colaborativa de trabajar. Así, desde el punto de vista Scotiabank, que tenemos una presencia regional muy relevante en Latinoamérica, somos precursores de este proyecto y se siente padrísimo que ahora exista esta iniciativa en otros países. — ¿Es como una telaraña que va creciendo y creciendo? — ¿Te digo una cosa? Estamos sorprendidos de lo que ha crecido; nunca nos imaginamos que fuera a tener tanto empuje y de eso se trata, de tener participación en medios como el de Escuadrón Antihomofóbico, que fue un nombre que nos pusieron en una conferencia de prensa en las oficinas de Google. Aquella vez fuimos invitados por César Casas, presidente de la Federación Mexicana de Empresarios LGBT, que es una asociación civil enfocada en dar apoyo a pequeñas empresas y emprendedores de la comunidad para que pueden hacer vínculos con empresas más grandes, como la de nosotros. Ese evento, en particular, se enfocaba sobre la presentación de una bolsa de trabajo donde personas de la comunidad pueden entrar y buscar vacantes en Pride Connection Mx.
Clases sociales y LGBT
— ¿Qué tanta aceptación tiene la comunidad LGBT y Pride Connection Mx con
otras clases sociales del movimiento LGBT? — Nunca hemos tenido problema al respecto, y yo te diría que, en una estructura corporativa como la nuestra, tenemos personas con los niveles más básicos y trabajan de tiempo completo. Es una gama y un espectro gigantesco. El banco tiene más de doce mil empleados en México, entonces no nos podemos dar el lujo de tener diferencias entre unos y otros. Todos somos Scotiabankers y pasa lo mismo en las demás empresas. — ¿Cuáles han sido los obstáculos a los que se han enfrentado con respecto a la sociedad? Por ejemplo, con este movimiento de las familias cristianas y todo eso… — Ése es un tema de sociedad y, aunque está el Frente Nacional por la Familia o la gente que no está convencida de la igualdad de derechos, nunca hemos tenido una confrontación con ellos porque no es nuestra idea ni vamos a buscar eso. Nosotros vamos en nuestro carril. Por supuesto, una de las maneras más contundentes es haciéndonos visibles. Por ejemplo, este año, en el corporativo más importante del banco, izamos la bandera del orgullo gay, y el hacerla visible nos ha generado más temas positivos que negativos. — La manera en la que ustedes lo hacen es no violenta, finalmente. — Es no violenta y muy incluyente. — No se trata de pelear con el otro. — No. Y al final los mensajes permean en la sociedad y habrá quién los tome y quién no. Por supuesto, estamos interesados en seguir creciendo como Pride Connection Mx y en seguir otras jurisdicciones. Hemos sido muy activos en la Ciudad de México y queremos llegar a otras ciudades como Monterrey, Guadalajara, Tijuana y Puebla. Sabemos que son diferentes retos. — ¿Cómo viven los retos frente al machismo? — El banco ha construido una estructura uniforme y tenemos cuatro pilares de inclusión: LGBT, equidad de género, personas con discapacidad y generaciones (millennials, baby boomers, etc.), aunque también tenemos iniciativas como He for She, que consiste en lo que, como hombre, puedes hacer para empoderar a la mujer y que tenga posiciones de mayor responsabilidad.
— ¿Cómo se las ven las mujeres lesbianas? ¿Es más difícil para ellas? — Tenemos que trabajar más en la inclusión de las mujeres lesbianas. Es más fácil para los hombres salir o es más visible, porque las mujeres son más recatadas. Así que tenemos que trabajar en empoderarlas para que tengan una voz activa. — En términos empresariales, ¿cómo ves la proyección de este movimiento? — Estoy convencido de que hemos tenido un ritmo acelerado de crecimiento porque, de ser cuatro empresas, pasamos en poco tiempo a ser más de cuarenta y cinco de estar sólo en México; ya estuvimos en Colombia, en Perú y en Chile. Somos ambiciosos, y creo que estamos aportando nuestro granito de arena en este tema y, aunque sabemos que no podemos llegar a todos lados, tenemos un campo de acción muy bien establecido. — ¿Consideras que la paz se puede dar únicamente si hay una integración como ser humano? — Una de las claves importantes es estar en paz contigo mismo, porque cuando sigues en el clóset, no lo estás. Vivir con máscaras te genera una constante angustia; eres muy susceptible a reaccionar de manera muy explosiva porque te sientes en un estado de fragilidad e indefensión. Entonces, el poder liberador que tiene una iniciativa como ésta le cambia la vida a la gente. Una vez que estás en paz, puedes empezar a multiplicar esto y contagias a los demás. Al final, es educando a las nuevas generaciones como haces que no importe el color de la piel ni la orientación sexual ni el género de la persona. Lo que importa es tu vínculo con ella, y eso nos hace crecer a otro nivel de conciencia distinto.
LA MONJA
María de Jesús Zamarripa
Entre todos los cuadros que enmarcan las fotografías de los presidentes de la Confederación Nacional de Escuelas Particulares AC (CNEP), creada legalmente en México en 1943, aparece un único rostro femenino. Se trata de María de Jesús Zamarripa, primera mujer religiosa que recibió el cargo en marzo de 2017. Esto marca un hito, considerando que la CNEP está afiliada a la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC), con sede en Bogotá, Colombia, y a la Oficina Inter- nacional de Educación Católica (OIEC), en Bruselas, Bélgica, las cuales han sido presididas sólo por hombres. El día que la nombraron, Mary Chuy, como le gusta que la llamen, estaba feliz porque no hubo réplica. Eso la hizo confirmar que es muy querida y respetada por sus colegas, sobre todo porque su entrega al trabajo y a la causa no tiene límites. Es activista de tiempo completo y puedo imaginar que desea que su cuerpo sea tan veloz como las demandas de su mente que trabaja a la velocidad de la luz (y eso se refleja en la forma de hablar), pero, para no perder la pista, saca una pequeña libreta y ahí anota todo… pero todo, con tal poder de síntesis que no hay más que pensar que estoy frente a una persona con una mente estratega y ordenada. En ese cuadro con la imagen de un rostro de mujer, se marca el comienzo de una historia diferente en las propuestas educativas por la paz en México, pues el espíritu revolucionario de Mary Chuy, sobre todo en su calidad de monja, ha impulsado un nuevo modelo sistémico horizontal incluyente y enfocado en el pensamiento crítico llevado a la acción social. Ella misma dice que, desde que tomó el cargo de presidenta de la CNEP, ya existen varios equipos y coordinaciones que trabajan sin distinción de niveles y en completa libertad, lo cual se deberá reflejar en los proyectos educativos que se lleven a cabo en las cinco mil escuelas (no todas religiosas, por cierto) que están distribuidas en las 60 federaciones afiliadas a esta organización.
Es la esperanza que esta propuesta de trabajo pueda transformar la idea de la competencia y la jerarquía que tanto transmiten las escuelas tradicionales, en una visión más participativa, comunitaria y democrática, precisamente para crear una conciencia pacífica en esta sociedad. La participación de Mary Chuy en el desarrollo educativo mexicano no está lejos de hacer honor al lema en latín de la CNEP: Ubi unitas ibi et robur (Donde está la unidad ahí está la fortaleza). Atenta a las posibilidades que surgen de la diversidad, y como buena religiosa de la Compañía de María, fundada por Juana de Lestonnac (canonizada por el papa Pío XII, en 1949), Mary Chuy leyó durante su discurso de toma de posesión (en la que deja constancia de su postura didáctica y social) una analogía que hace San Pablo Apóstol entre el cuerpo y la conciencia humana:
Cada miembro de este cuerpo es un don diferente, pero estas partes no compiten, sino que funcionan juntas para el beneficio de todos; cada una contribuye al bienestar del cuerpo entero según se capacidad o don recibido, cooperando, participando, contribuyendo generosamente; así, el cuerpo funcionará de forma efectiva y en armonía. Por tanto, si eres profeta, ejerce el don de decir la verdad o ejerce el don del servicio, la enseñanza, o el don de exhortar. El que reparte, que lo haga con simplicidad; el que preside, que lo realice con solicitud, y el que hace misericordia, que lo haga con alegría.
Desde que era secretaria de la CNEP, Mary Chuy llevaba al Congreso mexicano algunas iniciativas de educación integral preventivas ante la ola de violencia y corrupción. Fue la única mujer participante en la jornada “La Iglesia frente a la corrupción, la injusticia y la violencia en México”, que se realizó el 8 de enero de 2015 en la Universidad Pontificia de México. Ahí estaba sentada junto a los sacerdotes Raúl Vera, Ramón Castro, Alejandro Solalinde y Miguel Concha, reflexionando sobre los temas correspondientes y la reconstrucción del tejido social en México. Comprometida con el bienestar de los jóvenes del país desde que era maestra de niñas y de novicias en la Compañía de María, el caso de la desaparición forzada de los 43 normalistas de la Escuela Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, no fue la excepción en su agenda, y desde entonces se ha entregado a la defensa de
esa causa en distintos niveles: marchas, foros y organización conjunta con otras instituciones de eventos como “Voces de Ayotzinapa”, por ejemplo (que se llevó a cabo el 26 de abril de 2015 en el cruce de Paseo de la Reforma y avenida Juárez, como parte de la 11 Jornada Global de Solidaridad con Ayotzinapa), en el que participaron artistas, académicos, luchadores sociales, personalidades del ámbito eclesial y muchas organizaciones no gubernamentales en solidaridad con los familiares de los desaparecidos. Pero su historia como activista no empezó en la Confederación, sino desde niña, cuando seguía el ímpetu de su padre, Salvador Zamarripa, y lo escuchaba decir que si volviera a vivir Plutarco Elías Calles, se haría una nueva Revolución y que él participaría en ella. Con una gran capacidad de transformar la indignación en fuerza comunitaria, Mary Chuy fue una defensora acérrima de la vida de los árboles y la permanencia de la gente en la colonia La Malinche, ubicada en la Delegación Magdalena Contreras, cuando el gobierno extendió un decreto de expropiación el 10 de abril de 2010 para construir la Supervía Poniente, que pasaría por ahí. Con voz enérgica, dio cuenta en los medios periodísticos de las mentiras y tácticas de los funcionarios públicos para dar largas a las soluciones, así como sus falsas promesas en cuanto a una supuesta reforestación. Siempre recuerda cuando el papa Francisco dijo: “Reúnanse, compartan experiencias, júntense con otras congregaciones, las que se dedican a las evangelizaciones, a las escuelas e iglesias y compartan sus experiencias para hacer comunidad”, pero también está consciente de las dificultades que surgen en los mismos grupos, y dice:
Algo diabólico pasa en el proceso porque a la mera hora, la comunidad se divide y quedamos todos peleados. Yo aprendí que mientras choquemos y estemos con rencores y heridas que no sanemos, será imposible articularnos. Hay vicios en todos los sentidos. Quién sabe qué les pasa a los cristianos, pero Jesús dice que hay que perdonarnos y eso es todo un proceso interior.
Con el diablo no se dialoga
— Mary Chuy, ¿cuál ha sido tu experiencia como constructora de paz en un contexto social tan violento como el de México? — No quiero ser pesimista, pero considero que ya tenemos una cultura de la violencia en México. Me preocupa que vivamos tanta violencia y estemos tan acostumbrados. Ya vemos normal que desaparezcan y maten a las personas; se ha vuelto cotidiano. Y los actores no hacen nada, el gobierno no tiene voluntad para dar un paso hacia la verdad y la justicia; no tiene oídos ni sensibilidad humana ni política. Entonces, ¿qué hacemos?… Estamos muy debilitados. Cuando acontece algo como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la matanza de periodistas o de indígenas, nos indignamos, salimos a la calle, demandamos y ya. Lo que quiero decir con esto es que los procesos de construcción de paz son lentos. No basta con salir o demandar una sola vez. Hay que persistir. Cuando sucedió lo de los 43, surgió un gran espacio de orientación y articulación. Se formaron muchos movimientos y colectivos, participaron muchas personas… y ahora te puedo decir que son contadas. Entonces yo me pregunto ¿qué nos pasa?, ¿por qué perdemos la conciencia de la justicia que estamos demandando? No se ha logrado que se haga justicia y, sin embargo, ya retrocedimos en la apuesta de la solidaridad. — Bueno, también hay una política de terror muy fuerte… — Claro, el gobierno se vale de muchas estrategias. Mira, yo fui a la exhumación de Julio César Mondragón, el normalista de Ayotzinapa a quien desollaron vivo. Aquella vez se mencionaron a los otros dos estudiantes asesinados: Julio y Daniel. Bueno, doña Bertha, la mamá de Julio, una mujer sencilla y sin escolaridad, habló con una claridad y valentía irable. Dijo: “Yo ya perdí el miedo porque perdí a mi hijo, que era todo lo que tenía”. Si todos tuviéramos esa posición y esa convicción de decir: “Ya perdí el miedo”, podríamos lo- grar muchas cosas… Y es que somos muchos mexicanos, Adela, muchos afectados, muchas personas sensibles al dolor, muchos indignados. ¿Qué nos pasa, entonces? Estoy de acuerdo que el gobierno se dedica a cansar, debilitar, fracturar, amedrentar, criminalizar, pero también hay que observar a mujeres como doña Bertha y trata de seguir su ejemplo. — También a ella ya le sucedió un evento que a todas las madres y padres nos
aterra, que es la posibilidad de que a un hijo nuestro le pase algo parecido, entonces más bien tendemos a resguardarnos. ¿Crees que nos falte valentía o una conciencia social más definida? — El proceso de construcción de paz es muy lento porque considero que la clave está en la educación. Existen procesos, actores y espacios de paz. El espacio de la familia es fun- damental y también el espacio de la escuela. El seno familiar es básico para todo proceso educativo, pero en México se ha normalizado la violencia desde el hogar. Nos vamos acostumbrando a los gritos, a los malos tratos, a no decir “gracias” ni “por favor”… Son formas de violencia porque no se está respetando la dignidad y eso parte de la familia, tal vez por ignorancia o falta de preparación, pero se va perpetuando y así se crea una cultura. Sales a la calle y es exactamente lo mismo. Ya nos acostumbramos a vivir en este ritmo violento e inseguro. Por eso, qué bueno que existen organizaciones y escuelas que hoy en día ven cuestiones de derechos humanos. Para la derecha, los derechos humanos son una amenaza porque forman personas conscientes, libres y responsables. Yo veo con esperanza a las escuelas y todo tipo de grupos que tienen una perspectiva de paz en el trabajo. — ¿En qué momento y lugar una persona puede convertirse en constructora de paz? — Considero que es dentro de un grupo humano donde se genera una construcción de procesos positivos, aunque en un descuido se pueden generar dinámicas desarticuladoras y disfuncionales. Eso también lo podemos ver en las familias, escuelas y organizaciones. Ya el Papa dijo: “Con el diablo no se dialoga”, es decir: hay que identificar aquellos factores con los que no vale la pena entrar en diálogo porque ahí no se generan procesos de paz. A veces hay estructuras inamovibles, perversas, ya corrompidas desde su misma entraña, y es ahí donde se dan pasos en falso. Con el diablo no se dialoga para construir la paz. Por ejemplo, cuando se creó el Frente Amplio para defender el territorio de la colonia La Malinche, en la Delegación Magdalena Contreras en contra de la Supervía, pude observar cómo se fue desdibujando la causa por la búsqueda de reconocimientos. Hubo conflictos de liderazgo y de poder. Había tanto celo interno que todo terminó dividido. Entonces, considero que un proceso de perdón y de reconciliación es muy necesario en grupos como éste. El tejido se rompe muy fácilmente y de muchas formas; lo difícil es la reconstrucción.
— ¿Qué tipo de valores crees que se necesiten para afianzar el tejido? — Se necesita sentido comunitario y solidaridad. Si eso existiera, no habría jerarquías. En las escuelas se enseña a competir, a sobresalir, a ser el mejor para ser recompensado y ser parte de la escolta, por ejemplo. Enseñan a actuar por recompensa no por convicción ni por deseos de ser feliz. Hay una tendencia a la autocomplacencia en todos los niveles y campos. Nuestra cultura mexicana tiene muchas fortalezas y riquezas, pero no estamos educados para verlas. Incluso, muchos maestros enseñan por necesidad, no por vocación. Proyectan en sus alumnos lo que no deben. En las escuelas, el error no está permitido y las y los niños se avergüenzan de los fracasos y los errores, cuando que eso es un nodo en la historia. Leonardo Boff, el teólogo y ex sacerdote franciscano, escritor, filósofo y maestro, menciona que, hoy en día, un tema transversal en la educación tendría que ser la cordialidad, pues se ha perdido la sensibilidad humana. Y justo el Papa recupera toda esta idea y habla del cuidado de la casa, de mirar, sentir, ser, ver cordialmente por la persona, por la tierra, por los otros. No bastan las mejores estrategias. Es necesario tener sensibilidad. Si todos entendiéramos la propuesta del Papa e hiciéramos algo en esa misma dirección, tendríamos muchos logros e impactaríamos. Y es que ése es el punto: hay muchos esfuerzos, pero aislados, y recordemos que cuando nos juntamos todas las organizaciones y la sociedad civil en la plataforma de la justicia por los 43, hubo un punto de conciliación que era la búsqueda de la verdad y la justicia; como coincidíamos en eso, pudimos empujar desde ahí muchas cosas. — Entonces, ¿cómo empezar a tejernos y a construir? — Yo digo que, en la sociedad civil, a través de la educación, la evangelización y muchos procesos humanos que nos permiten avanzar en valores y con un enfoque humanista. — ¿Las escuelas tendrían que cambiar sus esquemas tradicionales? — Puedo ver que parte de la estructura de la escuela, por su organización jerárquica y autoritaria, es violenta. Otro rango de violencia estructural que observo está en los planes y programas de estudio porque atentan contra el desarrollo, el crecimiento y la libertad. Se necesitan propuestas y recuperar cosas, como el caso de Paulo Freire, experto
en temas de educación, quien fue promotor de la enseñanza de paz, donde no hay maestro y alumno porque aprenden uno del otro y forman un pensamiento crítico. En cambio, pienso que la educación tradicional poco a poco se va a ir asfixiando hasta morir, y así debe de ser. Hoy en día los chicos son diferentes. Si el maestro dice algo con lo que ellos no están de acuerdo, hasta se lo demuestran porque tienen celular y dónde consultar al instante. — Sabemos que en las escuelas tradicionales no hay posibilidad de réplica… — En las escuelas tradicionales se refuerza el patriarcado y en esta época la gente va tomando conciencia de sus derechos y su dignidad. También hay que ver que, desde la Reforma Educativa, los padres de familia tienen que intervenir en el proceso educativo, pues ellos son la escuela de virtudes. Eso sí va abriendo caminos a la educación. Antes de eso sólo servían para organizar la kermés y los eventos extracurriculares, pero ahora hay muchas escuelas privadas y públicas que están haciendo su mejor esfuerzo para actualizarse en ese sentido y ser una comunidad. — Y dentro de este patriarcado, ¿cómo ves el papel de las madres de familia? — No quiero minimizarlas, pero creo que, como una tradición patriarcal, tenemos muchas madres machistas y autoritarias, y ahí está el asunto. Has puesto el dedo en la llaga. ¿Dónde se forman los futuros machos? En el hogar, y es la madre la responsable de esto. Cuántas veces no vemos que las madres son las primeras en decirles a los hijos varones: “Siéntate, tu hermana te va a servir”, “no levantes lo platos porque tu hermana lo va a hacer”, “no juegues con las muñecas, a ti te tocan los carritos”. Son muchas madres las que refuerzan esta cultura patriarcal. Vayamos a las escuelas privadas, que son las que conozco: casi ochenta por ciento de ellas están dirigidas y atendidas por mujeres. Entonces, ¿quiénes estamos formando a los machos? Y no sólo a los machos, también a los corruptos de toda la clase política. Creo que el papel de la madre ha sido fundamental en eso, aunque hay muchas mujeres que también están cambiando los esquemas en la educación de sus hijos… y eso es esperanzador. Por ejemplo, estuve en un grupo de mujeres latinoamericanas que promovían lo que llamaban “feminismo comunitario”. Resultó ser una experiencia maravillosa. Las de Bolivia decían: “Nosotras nos empezábamos a reunir y los
hombres también, pero ellos al principio hablaban de capitalismo, de mercado, de esos temas, y ahorita están hablando de género”. Entonces, me quedo con la idea de que un grupo líder con ese tipo de valores va abriendo caminos, mueve las cuerdas, los hilos de la sociedad, y es importante verlo de una manera sistémica. — Aunque hoy en día veo que gran parte de la sociedad está peleada con el feminismo, precisamente porque un sector emplea un discurso masculino y nada conciliador. — Como todo, el feminismo ha tenido sus polarizaciones y eso ha creado prejuicios, pero también hay grupos que buscan la fraternidad, el caminar juntas, hacer comunidad. Oponerse a los hombres no sirve de nada. No podemos vivir en contra de nadie si queremos construir paz. Nada más hay que leer El rostro materno de Dios, de Leonardo Boff, para darse cuenta de eso.
Conflicto de liderazgos
— ¿Qué pasa con los grupos cuando hay un conflicto de liderazgo? — Dentro del activismo social, donde me muevo, observo violencia. Siempre hay una pugna entre la sociedad civil, una causa, el gobierno y la empresa. El gobierno concede a la empresa determinados proyectos que afectan a la sociedad, pero también en la sociedad civil hay violencia y se puede ver cuando se trata de defender una causa, pero en esa defensa empieza a haber conflicto de liderazgos. Los líderes que se apropian las decisiones también generan violencia. — ¿Y la gente que se organiza? — Es gente que entiende su papel en la defensa de una causa, pero, cuando hay un liderazgo que impide tomar decisiones colectivas, rompe, fractura y trae muchos conflictos. Eso es de una violencia tremenda. El conflicto es como una cadena que va creciendo a tal grado que debilita la lucha y así es como se fracasa. No es tanto porque sea imposible ganar una lucha, sino porque no hay un correcto manejo de los conflictos.
— ¿Cómo fue que llegaste a todo esto, Mary Chuy? ¿Fue después de que te ordenaste como monja? — Todo esto tiene que ver con mi propia vocación. Yo creo en la familia, y por eso te digo que ahí es donde se generan muchos cambios. Mis padres eran personas, si no de una alta escolaridad, sí de una conciencia humana y social muy desarrollada. Mi padre, de Aguascalientes, era seguidor de Calles, y decía: “Si resucitara Calles, haríamos la Revolución” y yo me sumaba. Luego me enteré de la existencia de la Compañía de María, y lo que me llamó la atención fue el tipo de educación que se daba a las niñas porque no descuidaba lo social. Su fundadora, Santa Juana de Lestonnac, nacida en Burdeos, Francia, fue una mujer revolucionaria. Quiso ser monja, pero se tuvo que casar a los 17 años porque en aquella época los padres decidían, y ya le había conseguido un buen partido. Pero luego enviudó y perdió a uno de sus siete hijos. Cuando los demás eran mayores, entró a una congregación… tendría unos 46 años, pero Dios le guardaba un camino preparado por el cual ella luchó y era el de ver por la juventud. Es larguísima la historia, pero te pongo el antecedente sobre lo que me movió de ella. En esa época las monjas eran de clausura y sólo tenían que estar en el convento para rezar. Nada de servicios a la sociedad y menos de educación y salud. Quienes quisieran hacer ese servicio, tenían que ir a los beaterios, donde se forma- ban grupos de personas que vivían en un seminario y hacían un servicio organizado a la sociedad. Bueno, pues Juana de Lestonnac juntó las dos cosas: ser monja y hacer servicio social. Su proyecto se llamaba: De vida mixta, que optaba por lo que llamaba “contemplación en la acción” y las monjas que la seguían empezaron a estar al servicio de la educación. Dije: “Así quiero ser yo”, y fue cuando hice formación en la Compañía. Siempre fui muy crítica e inquieta. Cuando salí del noviciado, estudié en la Normal de Aguascalientes y, al mismo tiempo, junto con algunas compañeras, daba clases en otra escuela. Fue muy bonito aprender en la escuela y en la práctica al mismo tiempo. Desde que empecé a dar clases a niñas, me interesó mucho que tuvieran o con la pobreza, con las familias más necesitadas y que hicieran algo por ayudarlas. Me importaba mucho que aprendieran a dar servicio a la comunidad. El compromiso social siempre ha sido fundamental para mí. Incluso en Navidad y Semana Santa, nos íbamos en grupos monjas jóvenes a convivir con gente de las comunidades y grupos de jesuitas.
— ¿Eres seguidora de los jesuitas? — Nosotras tenemos un poco la espiritualidad de los jesuitas, precisamente por la fundadora de la Compañía. Los jesuitas organizaban misiones y nosotras nos sumábamos para acompañar a la gente necesitada. Esa inquietud de hacer algo y cambiar las condiciones de vida siempre ha estado presente en mi vida, pero luego se han presentado oportu- nidades. Me ocupé, por ejemplo, de que el noviciado donde daba clases estuviera en zonas de carencia, como Villa Coapa (que es la casa donde vivo actualmente). Ahí hicimos, junto a un grupo de filósofos dominicos que nos quedaban cerca, misas y otras actividades, pero luego tuve la inquietud de arme con grupos más organizados y nos acercamos a Nuestra Señora de Guadalupe, en el Cerro del Judío, donde tenían un proyecto pastoral muy interesante, así que nos trasladamos ahí, formamos grupos y pedimos a las comunidades de base que nos dieran espacios donde pudiéramos ayudar. Entonces, las chicas participaron en alfabetización, manualidades para mujeres y un sinfín de actividades de conciencia social. Hoy en día ya no van al Cerro del Judío, sino a Guerrero, Veracruz, a estados donde hay mucha pobreza. — Dentro del contexto religioso, ¿cuál es la riqueza de vivir la experiencia de pobreza? — Nosotros hacemos votos de pobreza, castidad y obediencia. Ésa es nuestra profesión y en ello hay una dimensión apostólica; por eso nuestra misión es vivir los votos, pero la pobreza de pronto se queda en el nombre porque todos los conventos y las casas religiosas tienen vestido, sustento y los últimos sacramentos en el último momento. Entonces, ¿dónde está la pobreza? — ¿El voto de pobreza tiene que ver con esta idea de desapego? — Sí, pero no es sólo eso. Es una experiencia de vida que te hace comprender la dinámica de la gente en pobreza extrema, que es mayoría en nuestro México. Y, entonces, como responsable de la formación, me pareció una línea importante ofrecer una experiencia más vivencial que teórica. Después, me tocó dar clase en un colegio de “niñas bien” en Culiacán, y ahí había que pensar cómo hacerle para sensibilizar y crear conciencia social. Entonces, como octubre era el mes de la solidaridad, fue una buena coyuntura para hablar sobre las condiciones de nuestro país y crear la necesidad de hacer
algo. Hicimos muchas actividades para sacar dinero y mandarlo a las zonas más pobres de Chiapas, Haití y África. Pero la cosa no quedó ahí: había que entender qué sentido tenía la donación, el trabajo, la entrega, la colaboración. La idea es que las actividades se vuelvan prácticas de transformación.
Comunidades de inserción
— Tenemos varias comunidades de inserción: la del Cerro del Judío y otras en Guerrero, Veracruz y Chiapas, donde estuve un año, y gracias a Dios me tocó participar en el proyecto de don Samuel Ruiz García, con una organización excelente y una dinámica pastoral maravillosa. Ahí aprendí a hacer las reuniones con un enfoque de transformación en las condiciones de vida de la gente, ya que son indígenas excluidos. — ¿Se encontraron con obstáculos para lograrlo? — El talón de Aquiles siempre es el gobierno. Nos tocó lidiar con eso porque en las comunidades la fe es muy práctica y el proyecto pastoral, muy claro, firme y sólido. Era una Iglesia autóctona e itinerante, pero el gobierno se metía con sus programas y con sus partidos políticos, que terminaban por dividir a la gente. — ¿Ahí también contemplaban en la acción, como Juana de Lestonnac? — Sí, la idea con eso es no quedarse en definiciones teóricas, sino al revés: que las definiciones teóricas se hagan a partir de lo que se viva, a partir de la práctica pastoral. Nuestra comunidad era la más pobre de la Compañía, con unas condiciones humanas bastante precarias. Recuerdo que ahí pasamos la Navidad y sentí mucha tristeza porque en Navidad siempre encontraba un plato con frutas secas y chocolates, y ahí qué frutas secas ni qué nada, ni dinero para comprar. Después alguien llegó con unos tamalitos y ésa fue nuestra cena. A lo que voy es que se viven muchos contrastes y al principio cuesta mucho trabajo adaptarse. Yo le pedía a la hermana provincial que ya no me mandaran a Chiapas, pero ella me convenció de ir. — ¿Pero no era justo el o con la pobreza lo que buscabas?
— La pobreza no me da miedo, sino al contrario, me impulsa a trabajar. Era más bien el contraste metodológico. De la educación escolar en la que yo me movía, a la educación popular que daban allá, había una distancia considerable. Yo no entendía nada. Para mí era un modelo totalmente desconocido. Pero aun así llegué con temor y temblor a observar, a ver. Había cosas que me parecían demasiado largas; por ejemplo, se la pasaban cuatro horas leyendo la Biblia. — ¿Se te hacía que perdían el tiempo leyendo la Biblia? ¿Querías más acción? — Al contrario, ellos se adentran mucho en el texto, por eso se tardan tanto, y todos dan su punto de vista. Además, tienen la calma de esperarte, y es que las comunidades están muy alejadas. Vas caminando a algunos lugares porque no se puede llegar de ninguna otra manera. En camión de redilas te mueves un tramo, en otros tramos te tienes que mover a caballo, y en otros sólo puedes hacerlo caminando. Si la cita era a las diez de la mañana, llegabas a las doce porque las condiciones del clima son determinantes. A veces te vas desmayando de calor y de sed, pero la gente espera y lo hace con paciencia y con gusto. Allá el tiempo es distinto, y ésa era otra cosa que no entendía, pero, al cabo de cuatro meses, dije: “Yo me quiero morir con esta gente. Me gusta cómo trabaja. Ojalá nunca me cambien”. Ahí, en la práctica, aprendí a ser pobre, aprendí la obediencia, el discernimiento, el voto de castidad, la eucaristía y muchas cosas más. Ahí, en la vida comunitaria, fue donde entendí mis votos. En los medios urbanos la fe no es un rito, es la vida, es la entrega, una convicción y la organización de la diócesis estaba muy consolidada. Cada parroquia tenía varias zonas en las que se formaban grupos de jóvenes, de mujeres, de salud y de derechos humanos. Cada parroquia, cada zona y cada grupo tenía un coordinador. Los coordinadores de zona iban a las reuniones diocesanas. Una de las que asistía a esas reuniones era una señora a la que iro mucho, que no sabía leer ni escribir (aunque la mayoría no sabía hacerlo), pero era una gran líder y fue coordinadora de grupo, de zona y de parroquia. Aunque no sabía leer ni escribir, llevaba su cuaderno a las reuniones porque ahí se hacía un análisis de la realidad, se intercambiaba información de lo que se hacía en la práctica y se creaban acuerdos. Entonces ella abría su cuadernito, daba la impresión de que leía y hasta le daba vuelta a la página. — La pantalla era su herramienta…
— Exacto. Formidable la señora, doña Emiliana. Se había convertido en un referente de la zona, y un día le preguntaron su opinión sobre el nombramiento de una persona para que representara la zona de salud, y ella contestó: “Está bien, sólo le falta el colmillo político”. Sabía de todo; tenía una mirada integral e integradora. — ¿En Chiapas fue donde desarrollaste tu colmillo político? — Todos los espacios en los que he estado me han dado mucho. Tengo muy claro que la Compañía de María nació para crear conciencia por medio de la educación, y nuestro carisma educativo se ha ido ampliando, se ha ido reconceptualizando. Ahora hay muchas escuelas de la Compañía en todo el mundo.
La Confederación Nacional de Escuelas Privadas
— Como presidenta de la Confederación Nacional de Escuelas Privadas en México y con todos tus proyectos en la construcción de la paz, ¿cuáles han sido los logros y los obstáculos a los que te has enfrentado en un sistema educativo como el mexicano? — Como ya te había contestado, la violencia institucional es un obstáculo enorme, pero ahora, a través de la Confederación, nos hemos acercado a organizaciones que trabajan una línea preventiva, concretamente el bullying y el acoso y, durante el proceso, nuestras mismas estructuras organizativas se han hecho más compartidas, más comunitarias y con más capacidad de diálogo. Se ha ido creando un sistema más humano, más vivible. El sistema de acreditación que tenemos hace que las gestiones sean de ese tipo. No creas que hemos logrado gran cosa porque parte del obstáculo es que vivimos en una cultura que tiene que ver mucho con el patriarcado; y no sólo muchos hombres forman parte de él, sino también muchas mujeres. — En ese sentido, ¿cómo has vivido el ser mujer religiosa y líder frente a una institución eminentemente patriarcal como la católica?
— He aprendido sobre la marcha porque no tengo una formación profesional en la línea de lo social. Yo soy físico- química y también estudié Teología, pero he aprendido mucho a través de lecturas, en foros de análisis, y voy buscando cosas que me retroalimentan. Gracias a mi amigo Alberto Solís Castro, director de Serapaz, me acerqué a su organización con temor, porque ahí llevan una militancia política de alto nivel, pero me enseñaron mucho; además, yo tengo una manera de ser inquieta y crítica en estos sistemas verticales y autoritarios. He tratado de convivir en armonía, pero conservando una línea. He pintado una línea para no hacerme daño y seguir sirviendo así, con gusto, sin tener rencores contra mis fobias. — ¿Una buscadora de paz tiene que encontrar su paz interior primero? — Debe haber una congruencia entre las aspiraciones internas con la práctica, pero déjame decirte que yo aprendí a ser más tranquila porque cuando empezaba, era peleonera. Yo exponía todo lo que pensaba que no estaba bien, aunque presentía que mucha gente se sentía representada por lo que yo decía, pero también tenía un frente de rechazo por otro lado. Siempre estaba como entre la espada y la pared. Incluso, tenía un grupito de amigas y nos etiquetaban como “el grupo inconforme”. — ¿Como luchadora social te sentías rechazada? — Sí, y no es fácil. Cuando estuve en el Cerro del Judío hasta salió un artículo en el que nos pusieron: “monjes rebeldes”. Ahí estábamos Raúl Vera, el padre Concha, una monja dominica que es coordinadora de un centro de derechos humanos, la monja Aída Concha y yo. No es muy agradable el título de “monjes rebeldes” en unos sectores, pero en otros es un honor. Para mí es un honor, aunque eso sí, he vivido el rechazo, la marginación y la exclusión de mi propia orden. Ahora estoy al frente de la Confederación porque ya no tengo lugar en el colegio. Pero aquí me han respaldado, me han tenido confianza para que haga las cosas que me gustan. Yo soy educadora de corazón. Mi pasión es la educación, la transformación social y el trabajo comunitario. Mi amigo Pablo Latapí, investigador en educación, un día me dijo: “Hay que aprovechar las rendijas del sistema”. — ¿Y cuáles han sido esas rendijas para ti?
— Esto que hago es una rendija. Primero era secretaria de la Confederación y me puse a abrir rendijas, a abrir puertas, y así, sin querer, llegué donde estoy. La Supervía, el Frente Amplio, el Cerro del Judío, Chiapas… todo ha sido una rendija.
Las rendijas de la educación
— Participé en la educación porque es mi área, porque me gusta, porque hice muchas cosas que me gustaron y que yo consideré que eran pertinentes en el proceso educativo nacional, y lo hice con el alma, vida y corazón. Ahora, al frente de la Confederación, estoy haciendo muchos cambios en las dinámicas. Eran anticomunitarias y antihumanas. Incluso, había acoso laboral. Estoy terminando con todo eso. Basta. Ahora tengo equipos de todo: comités de finanzas, un grupo consultivo, una secretaria particular, un equipo ejecutivo, otro equipo operativo, varias coordinacio- nes; es decir, una organización circular, con comunicación horizontal… Y la gente está contenta. — ¿Cómo fue la aceptación de tu nombramiento por ser mujer? En la Iglesia católica es difícil que se permita que una mujer tenga un cargo como el tuyo, ¿no? — Aunque soy mujer, alguien me dijo: “Te lo has ganado”. Tienen la confianza depositada en mí y ése es el reto, pero al mismo tiempo es mi garantía. Claro que para trabajar en esto se necesitan agallas. Luego impulsaremos una propuesta educativa con enfoque de género, de derechos humanos y de paz. Se me eriza la piel nada más de pensar y de entender que todo el país pueda trabajar en esa línea educativa. El día que lo logremos, el país será diferente, estoy segura. La Iglesia católica es de hombres y las mujeres no figuramos. No lo digo con el afán de ofender a nadie ni con soberbia, pero sí con un sentido de justicia. Las mujeres hacen cosas muy importantes, pero están en el rincón. La cara de la evangelización, de la reflexión, es del cura, aunque nosotras hagamos las cosas.
Los curas tienen una necesidad de ser vistos, de tener los reflectores, y tienen mucho miedo de compartir el poder. Piensan que, compartiéndolo, lo pierden; y no, sería todo lo contrario, pero de eso no se han dado cuenta, aunque existen excepciones como la de don Samuel Ruiz. Él era un hombre que delegaba todo y tenía una autoridad moral que nadie se la pudo quitar, pero no se la ganó con los reflectores, sino repartiendo el poder, delegando funciones, misiones.
EL PAYASO
Mario Galíndez, Yayo
En un albergue de Tapachula, Chiapas, después del huracán Stan, en 2005, dentro de la obra negra de una construcción, los niños colocan sus manos al frente, como si estuvieran empujando algo con todo el cuerpo. Pero sus miradas se instalan, expectantes, en Yayo, el payaso-mimo-actor-bailarín- titiritero social a quien imitan con total convicción. — ¿Qué hacen? — Empujando el miedo. El miedo a ser despojados de sus viviendas, de su territorio y de sus vidas, ya sea por desastres naturales o por las manos siniestras y detractoras que buscan un beneficio económico a costillas de los indígenas. Así es como Yayo ha trabajado el miedo con los niños de innumerables comunidades. Activista desde siempre, fue en 1995, durante el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuando se convirtió en uno de los más entregados constructores de paz y defensores de las causas en México; así que, durante el Movimiento de la Paz con Justicia y Dignidad, iniciado por Javier Sicilia a propósito del asesinato de su hijo Juan Francisco, en marzo de 2011, Yayo aparece en varias revistas, periódicos y videos saltando mientras mienta pinchis madres al gobierno, sentado en una silla de muñecas o bailando con una mujer del público que le llega al ombligo, pero lo que llama la atención es la actitud festiva de la gente a quien se le ha atenuado el dolor de vida por ese rato de función. Con todo esto, es imposible que Mario Galíndez se pueda despedir de su personaje Yayo, como lo pretendió hacer en 2015, aunque lo haya intentado en un acto de resistencia civil ante el desinterés de la población de Morelos por la creciente situación de violencia en la entidad. Yayo vive dentro de Mario
Galíndez: es su alma, su leitmotiv, la sombra de la que no se puede desprender; también es la linterna con la que ha iluminado los caminos más oscuros y pedregosos y le ha enseñado las formas de desactivar el espíritu agresivo de todo aquel que pretenda amenazar los movimientos de resistencia pacífica. Su nariz roja de bolita es su arma letal, y el oponente en cuestión termina por rendir toda su musculatura ante una buena carcajada. Yayo se ha convertido en el guiño que hace falta a la mujer que necesitaba reír para morir en paz, en el romántico que besa la mano de una mujer policía del cuerpo élite de un escuadrón especial en Torreón, y la hace reír junto con sus compañeros; se ha convertido en la fuente de alegría de un militar destinado a tener la cara seria y el cuerpo tieso, porque el entrenamiento consiste en perder la humanidad a toda costa. Yayo no necesita otro elemento más que su infinita imaginación que opera a través de su kilométrico cuerpo, con el cual desafía toda clase de vientos. Y se coloca siempre al lado de los más desprotegidos para llorar, reír y, tal vez, por qué no, morir con ellos. Amante de la literatura, siempre es el seleccionado para hacerla de El Quijote, no sólo por el aspecto, sino porque también es como un antihéroe que desafía todo tipo de batallas. Todavía lo recuerdo en la librería La Casa de las Brujas, a principios de los noventa, acomodando los libros en los estantes más altos sin tener que usar escalera, escuchando a Bob Dylan y leyendo las historietas del Hombre Araña. ¿Será por eso que ha despertado en él ese heroísmo humilde, certero y lleno de movimiento? Construía escenarios para dar funciones con los títeres que su papá, José Galíndez, había hecho con sus propias manos, y los niños, desde entonces, se le quedaban mirando con total iración y se le pegaban como lapas, lo abrazaban y le daban regalos. Un día estaba en medio de varias personas angustiadas porque no sabían qué hacer para salvarlo. Yayo había pegado dos cables con las manos y se estaba electrocutando. Más cerca, vieron que el cable no existía, pero su mímica había provocado una conmoción que duró un tiempo considerable. Mario Galíndez, Yayo, fundador de Ganapán y Compañía, Gandolín, el Teatro Guiñol y el Colectivo y Asociación Humor y Paz, apoya a otras organizaciones defensoras de los derechos humanos, de la no violencia y de la paz y, a pesar de tener un libro a medias, que se llama Palabras de mimo, es ahora cuando puede
hablar.
En un lugar de la mancha urbana
— ¿Tú estás a favor de la paz o de la no violencia? — Qué curioso que no haya una palabra determinante. Se habla de “paz” o “no violencia”. Ahora ya salió también una nueva onda que es “noviolencia” (junto), o “no (espacio) violencia”, o “no (guion) violencia”, o “No (con mayúscula) violencia”, pura semántica de la “no violencia”. Desde mi punto de vista, no dices: “no amor”. Es: “Amor”; no dices: “No oscuridad”, dices: “luz”. El problema justamente empieza desde la palabra “paz”, porque vives en “paz”, pero, ¿cuál es la idea? Obama fue Premio Nobel de la Paz, Hitler hablaba de paz… Todo mundo habla de paz. También salen conceptos como: “Educación para la paz” y, curiosamente, tiene que ver con la resolución de conflictos, es decir: “vamos a aprender a dialogar y a discutir para llegar a un acuerdo”. Otra idea es: “la construcción de una cultura de paz” o “la resistencia civil pacífica” (porque también hay una “resistencia civil armada”), “activismo social”, “luchadores sociales”… Pura palabrería. Por eso, como dice Pietro Ameglio, es mejor hablar de “la construcción del cono- cimiento”. Hasta que estás dentro de los colectivos y dentro de las comunidades, aprendes. Pones el cuerpo, pero hay que poner un cuerpo consciente, no ese rollo de que no me importa que me disparen. Vas con el cuerpo y sabes que hay protocolos de seguridad. Es impresionante todo lo que hay detrás. Yo, en esas circunstancias, lo único que sé es cuidarme y eso implica cuidar al otro, porque en la medida en la que yo te cuido, sé que hay alguien más que me está cuidando. Eso es muy bonito, muy humano. — Aunque sea palabrería, ¿te consideras activista social? — He hecho actividades de resistencia civil o de activismo social, pero esto no es una profesión o algo a lo que me dedique, porque ahí viene otra bronca: los recursos para operar, de ahí que salga no la cooperación, que significa que nos ayudamos, sino la co-operación (con guion) que implica operar juntos. En las
caravanas hacemos turismo revolu- cionario. Yo, como activista social o como “actor de cambio” —también esa pinche frase— aprendí por qué voy. — ¿Por qué vas? — Por ego. — ¿Por ego? — Claro, porque al final soy muy chingón: fui con los migrantes, fui a las marchas. Pero existe un ego bueno, y ése es el trabajo. La construcción del conocimiento está basada en acción-reflexión. Vas, reflexionas y a otra acción. Así es como empiezas a construir conocimiento en ti. La gente te dice: “Qué bueno que vas a acompañar con tu alegría”, pero no sabe que quien recibe eres tú. Vas porque tienes algo que dar, no para que la gente lo sepa. Si ayudas a una viejecita a cruzar la calle, no lo publicas. Si vas con los migrantes, te callas, y podrás salir en el periódico porque a la gente le interesa saber lo que pasa alrededor del acontecimiento y punto. Hicimos una coperacha de alimentos para llevarlos a Cherán, Michoacán, porque estaban bloqueados y no tenían comida; los metimos a un camión. La gente se peleaba por invitarnos a comer a sus casas, y entonces comí pozole seis veces. La gente le abre la puerta de su casa a un desconocido por el hecho de haber arriesgado su vida para ir. Uno es el que recibe. — ¿Cómo desarticulas la violencia? — Con el sentido del humor. — ¿Qué es lo que te impulsa a ir con la idea de que estás arriesgando tu vida? ¿Cómo te autoproteges? — Mi autoprotección es mi nariz de payaso, el humor, hacerme visible y acompañar a la gente. Si vas con la idea de que arriesgarás tu vida, entonces no vas; pero, en cambio, si le haces caso a la entraña, sí vas, y vas porque se trata del amor por el otro. Yo voy porque tengo algo que dar. Pienso que mi rollo de arte, de mimo o clown, los puede acompañar. Mi nariz es una herramienta, es una forma de llegar. La risa es intrínseca al ser humano: el pinchi asesino también ríe, el esquizofrénico también ríe, el loco también ríe, la señora ríe, a la hora de la seducción hay risa, el bebé ríe, y la risa desestructura la violencia, te
regresa de inmediato a lo humano, a tu esencia. Un momento de risa te une. El mismo policía que me preguntó: “Ya güey, ¿qué se siente andar de payaso?”, le dijo con otro tono a los demás: “¡Por favor no avancen más!, ¡ahí quédense!”. — ¿Te ha dado miedo ir a lugares de conflicto? — Te puedo decir que mi vida cambió después de ir a Ciudad Juárez. Ya había estado en Guerrero, en Tapachula, en la Sierra Norte de Puebla, en Hidalgo, en Tijuana, pero Ciudad Juárez me marcó porque justo en ese año, el 2010, era la ciudad más peligrosa del mundo. Ahí empecé a asumir que toda mi vida he tenido miedo. Descubrí que todo lo que hacía de activismo social era precisamente para enfrentar el miedo y también la rabia. Me quedé sin dientes porque siempre me quedé con todo callado, nunca dije lo que tenía que decir y, entonces, como mimo, preguntarán: “¿De qué murió?”, y la respuesta será: “De las palabras que nunca dijo”. Como mimo no necesitas hablar, pero puedes decir todo. Todo mundo te ve y te interpreta, y tú das por hecho que te entendieron; es ser un canal de expresión. Así, me puedo volver El Quijote o un dinosaurio. En el teatro puedo ser quien soy y es cuando brillo. La bronca es bajar con ese brillo y ser en lo cotidiano, porque el sistema no te lo permite. Te apagan la luz, te cierran el telón y ya no puedes decir: “Yo también tengo derecho a llorar”, pero en el escenario puedo llorar y la gente se conmueve. La palabra “actuar” viene de “acto”, de “acción”, no de drama, y no tiene que ver con el teatro. El sentido del humor es una forma de autodefensa y una actitud ante la vida. Estás jodido y aprendes a reírte de ti mismo, te quita esta superioridad, pero también la risa tiene muchas connotaciones. Eso de que el mexicano se ríe de la muerte, tómala, no es cierto, porque ve y pregunta cuánta gente le tiene miedo a la muerte. También ríes cuando tienes miedo, o ríes de nervios o porque te equivocaste. Ésa es una actitud ante la vida porque uno de los graves problemas, que también es estructural, es que la gente está acostumbrada a ver lo malo. Yo alguna vez intenté hacer el Wachingon Post, que era un periódico sobre noticias buenas. — ¿El arte te permite ser un constructor de paz? — Sin duda, mi presencia ante el EZLN ha sido lo más memorable de mi carrera. Haber llegado es el resultado de la búsqueda (más bien inconsciente) de todo cuanto había soñado. Encontré que es real lo que había pensado y dicho hasta el cansancio sobre la importancia del arte, sobre la importancia del sentido
del humor (el clown) y sobre el silencio (el mimo), donde no hay nada que decir, pero todo por sentir, crear, soñar y vivir. Pude ver la sonrisa de la gente del EZLN a través del pasamontaña, sus ojos chispeantes, una sonrisa real, sin la boca, con los ojos, una risa humana, la más humana, la única humana y que por eso resulta divina. Ellos decían:
He puesto las artes porque son ellas (y no la política) quienes cavan en lo más profundo del ser humano y rescatan su esencia, como si el mundo siguiera siendo el mismo, pero con ellas y por ellas pudiéramos encontrar la posibilidad humana entre tantos engranajes, tuercas y resortes rechinando con mal humor. A diferencia de la política, el arte entonces no trata de reajustar o arreglar la máquina, hace, en cambio algo más subversivo e inquietante: muestra la posibilidad de otro mundo.
Y ahí no sólo encontré el eco de mi pensamiento, sino también en esto otro:
Es nuestra creencia que la posibilidad de un mundo mejor (no perfecto, ni acabado, dejemos eso para los dogmas religiosos y políticos) está fuera de la máquina y su po- sibilidad se sostiene en un trípode o, más bien, en la interrelación entre tres columnas que han pervivido y perseverado, con sus altibajos, sus pequeñas victorias y sus grandes derrotas, a lo largo de la breve historia del mundo: las artes, (exceptuando de estas últimas a la literatura), las ciencias y los pueblos originarios con los sótanos de la humanidad.
En conclusión, los oí decir que el arte, las ciencias y los pueblos originarios serán los que salven al mundo, y vi que no se necesita que nadie te enseñe “el arte de hacer arte”, desde su concepción del arte. Por si fuera poco, y en conclusión, son tan amorosos que estoy feliz. Mi mundo cupo en su mundo. Desde mi trabajo logré que pudieran sentir el amor profundo
y el respeto a su lucha, y mi alma baila alegre de haber podido estar ahí, entre ellos, tratando de ser digno… En una escena me puse una capucha negra y totalmente cubierto les dije que esperaba ser tan digno para poder convertirla en pasamontañas y perderme entre ellos, ser uno de ellos y poder, entonces, vivir. — ¿El arte te une siempre? — El arte te une. Tus libros te unen con tus lectores. Tú te unes a tu obra y son uno, y tu obra se une conmigo y, entonces, a través de tu obra, tú y yo nos unimos, además de que lo que tú escribes, a mí me refleja y me lleva a algo mío. Lo bello de eso es que ni siquiera te das cuenta porque no es racional. Lo hermoso del arte es que yo puedo tener mi propia pinchis manera de expresarme. De esa capacidad de libertad creadora, la gente no se da cuenta, pero te voltea a ver. Mi sueño con los colectivos es que veamos dónde nos podemos unir, porque todos somos sensibles. Igual que en el arte, sería crear un solo cuerpo, así como el cuerpo de bomberos o el cuerpo de policías. ¿Qué tal un cuerpo de colectivos o los colectivos como un solo cuerpo? ¿Alguna vez tu mano derecha le ha reclamado a tu mano izquierda? El cuerpo trabaja en equipo. Nuestra máquina corporal no se anda con pendejadas. El estómago no le dice al cerebro: “Es que tú me trajiste esto y no lo digiero; te equivocaste, cerebro, elegiste mal”. En cambio, tienes una astilla y viene todo el pinche cuerpo, todo, completo, unido, y rechaza a la astilla porque “esto no es de nosotros”, y trabajan miles de células para sacar esa cosa extraña de ahí. Nada más se queda el dolor para que te acuerdes, porque la memoria es importante. Una vez me tiraron y me quedó un moretón. Todo el cuerpo se acuerda de eso y entonces funciona en conjunto para ponerle un taponcito de sangre morada a la herida para que sane. Es lo que yo llamo “puntos de atención”. — ¿Puntos de atención? — Es estar atento a lo que pasa: mi mano derecha tiene más fuerza y práctica que la izquierda, entonces toma un martillo, y la izquierda detiene el clavo. La mirada también entra en acción. De ahí, la mano derecha pega en el clavo, pero si falla y le da a la mano izquierda, todo el cuerpo se compromete en la sensación, y la mano derecha, de inmediato, la abraza para atenuar su dolor. Es
una total solidaridad. Ojalá así fueran los colectivos… Si así funcionáramos en lo cotidiano, qué simple sería el mundo. Simple y maravillosa la vida… — El humor también le quita carga a las cosas, ¿no? — Me pueden decir: “hijo de la chingada” y lo acepto porque sí, mi madre está amoladísima, ya casi no ve y está muy enferma. Entonces, sí, soy un hijo de la chingada. Ya no me ofendo porque el humor me permite regresar al principio de realidad. — ¿Entonces todo lo ves desde el ángulo de la belleza? — La gente dice que la vida es hermosa. Sí, la vida es hermosa, pero estamos tristes todos, y esa tristeza nos lleva al miedo y el miedo nos genera más tristeza, o nos sentimos tristes cuando asumimos el miedo, pero ¡qué triste! ¡Por qué tener miedo, chingada madre! Es muy triste. Es triste que las chavas tengan pánico al salir y caminar y yo también, aunque no soy chava, y entonces ante ese miedo, agredimos o huimos. Otros van y se suicidan. — ¿El miedo puede convertirse en un aliado en esos casos? — Eso es lo que hago con los talleres del miedo. Nos han enseñado culturalmente que no debemos tener miedo, pero el miedo es un factor que protege. Es gracias al miedo que no nos atravesamos la avenida Insurgentes con los ojos cerrados. El miedo evita que hagamos estupideces en contra de nuestra vida. Dejamos de fumar cuando nos da miedo sentir que no podemos respirar. El miedo forma parte de esta construcción del conocimiento, en el que vamos a aprender a resistir hasta antes de que ya no nos podamos mover.
La resistencia civil
— Si te fijas, la resistencia civil está basada en arte. Ahí tienes a los comunistas mexicanos: Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, Siqueiros. Los artistas están en los movimientos por ese nivel de sensibilidad y además son canales de comunicación más seguros y profundos.
La desobediencia forma parte de la resistencia civil. Es como lo que hizo Francisco Toledo con McDonald’s. No aceptó que lo pusieran y entonces no compra ahí. Con su fuerza moral, así como la que tiene Solalinde o Aristegui, desobedece a toda esa orden inhumana que trata de callarte si no haces lo que te dice. Entonces, en los pequeños actos de resistencia tratan de crear un control social sobre ti. Por ejemplo, cuando empiezas a separar la basura y tu vecino te dice: “Estás mal, mira, todo lo avientan al camión”, y tú, desde tu resistencia, contestas: “Si, pero yo la voy a separar”. Te critican por eso, te hunden, y terminas yendo contra tus principios por tener miedo, porque tú querías separar la basura, pero, si lo haces, te van a seguir jodiendo. — ¿Cómo hacerle no sólo para resistir sino para desarticular el espíritu agresivo de quienes aplastan? — Al final de cuentas todo es economía, es control. La gente siente miedo de quedarse sin trabajo porque tiene una familia que mantener y un techo que habitar, gas para bañarse con agua caliente y dinero para cubrir sus necesidades básicas, pero también todo lo puede perder. En cambio, cuando resiste, al final siempre le queda su fuerza moral: “Me han estado aplastando y aplastando y aplastando, pero no me pueden aplas- tar”, ¿entiendes? Es una parajoda bien bonita, porque, en la medida en que, según ellos, te van destruyendo, tú más bien te vas construyendo y reconstruyendo, porque eres libre de decir y hacer lo que creas conveniente. En la onda de la resistencia civil hay también una escalada de violencia porque te empiezan a lanzar ofensas y pueden llegar al asesinato, como en el caso de los periodistas, por ejemplo. Pero también hay una escalada de la resistencia civil: son pequeñas acciones de paros, encadenamientos, ayunos y huelgas de hambre. Esos son actos simbólicos de resistencia, pero justo es la construcción del conocimiento la que se va haciendo en el camino. En la Marcha de la Sal, Gandhi dijo: “No colabores”, porque si trescientos mil ingleses van a controlar a millones de hindúes, ¿cómo los controlas? No comprando tela inglesa. La sal fue un acto simbólico de Gandhi de no responder a la violencia para civilizar. Bajo esa mirada, y ante el resto del mundo, el monstruo de mil cabezas va perdiendo el control. Pero también tienes que ser muy consciente de que no puedes asesinarlo en una sola batalla, como muchos piensan. Yo creo que, precisamente, porque muchos lo piensan así, es que los movimientos no funcionan. — Entonces, ¿consideras que en los movimientos hay más impulso que estrategias pensadas? Yo lo que veo es que todos los movimientos se vuelven tan
visibles y tan de impulso que, claro, el monstruo de mil cabezas siempre está preparado ante la batalla y se nutre de ella. El monstruo crece. — Estoy de acuerdo contigo en esa postura, y, peor aún, muchos colectivos se medio matan entre sí; entonces, para qué se desgasta el monstruo de mil cabezas. Por eso insisto en la construcción del conocimiento. Pero también te lo pongo así: Mientras sigas tomando Coca-Cola, seguirás enriqueciendo al monstruo. Le seguirás llevando su croqueta. La desobediencia civil es la no colaboración, es ya no darle de tragar al monstruo. Ya ves las mujeres que hicieron una caravana del miedo en Estados Unidos. Precisamente, porque tenemos un chingo de miedo, nos vamos a pasar por la casa del monstruo, vamos a pasar cerquita del pinchi monstruo a decirle que le tenemos pinchi miedo, pero también sabrá que no nos podrá comer a todos. Ésa es la esperanza. En Tapachula, después del huracán, en el 2005, hicimos una cosa que inventamos que se llama “Brigada de recuperación emocional”. Íbamos algunos psicólogos y yo para el acompañamiento de primeros auxilios psicológicos después de una catástrofe; entonces se me ocurrió cortar pedacitos de manta y les dije: “Si el río se desbordó, hay que bordarlo de nuevo”, y fue así como la gente se sintió mejor. El chiste, para vivir todo eso y entenderlo, es ir a poner el cuerpo. — ¿Tú tienes protocolos de seguridad cuando vas a las zonas de conflicto? — Primero es avisar dónde estoy. La mayor cantidad de gente tiene que saber dónde estoy. También es saber con quién voy, con quién camino, y también debo estar atento para ubicar infiltrados. Algo muy importante es advertir: “No te vayas hasta donde no me veas y, si no me ves, no te separes”. El chiste es mantener el o. — Y ahí, ¿cómo manejas el miedo? — El sistema utiliza el miedo como herramienta, porque el miedo, igual que la escalada de violencia, se va haciendo como una bola de nieve hasta que explota. El peligro es llegar a tener terror, pánico, porque ahí está la parálisis. — ¿Los que tienen una pistola, como los policías o soldados, son los que más miedo tienen? — Claro.
— Entonces, ¿de qué manera alguien como tú se dirige a una persona armada para desarticularle su miedo y, por lo tanto, su agresión? — No es para desarticularles la agresión. Por ejemplo, afuera, la gente dice: “pinches policías de mierda”, y eso es un acto de violencia también. Entonces, si yo estoy luchando por la paz y por la resolución de conflictos, hay que ser congruente con el discurso. Yo siempre me pregunto si soy capaz de soportar con el cuerpo lo que digo con las palabras. Es la palabra como acción. Si digo: “pinches polis”, estoy generando violencia porque además los estoy estigmatizando, los estoy generalizando. Entonces, para desarticular a alguien con un arma, como un policía, es acercarme a él de otra manera, con mi nariz o con un dedo y hacer que el policía se voltee con su arma para decirle: “Baja tu pinchi arma, no vaya a ser que se te salga un tiro y me desmadres mi nariz”; entonces, el poli termina por reír. — Hay una foto donde sales dándole un beso en la mano a una mujer policía que está sentada en una camioneta. — Y los demás la chotearon. El compañero me dijo: “Es que ella es casada”, y yo le contesté: “Yo también”. Hay un video. También pasó en la caravana con Javier Sicilia. Íbamos en la carretera de Torreón, y de pronto nos encontramos con un policía que tenía uniforme gris porque era de un comando especializado. Estaba parado este güey, de mi estatura, pero mamadísimo, con chaleco, cubierto hasta la cara, muy amenazador. Entonces llegué de un lado y con un dedo lo toqué. El poli se volvió hacia mí con toda su defensa, pero al ver a un payaso, se rio. Es hacer un rompimiento. Por ejemplo, afuera del penal de Oaxaca, llegaba con un poli, y le decía: “Qué pinchi hueva estar parado ahí todo el día”, y entonces él se reía como diciendo: “Este pendejo, sí me entiende”. — Al final les tocas una parte de niños que tienen, incluyendo los criminales… — Sí, y si te vas para atrás, te das cuenta que ellos son el resultado de un sistema destruido. ¿Dónde estaba la mamá o el papá cuando aprendió a vender droga?, ¿o fue el papá quien la vendía y lo metió al negocio y fue cuando él se tuvo que romper la madre?, y si le dices: “Ven”, él te dice: “No me puedo sentar”, y se levanta la playera y te enseña una cicatriz que le cruza todo el abdomen porque le acaban de sacar una bala y estaba preso. Entonces dices: “Tuvo un
enfrentamiento a balazos este cabrón”, pero también ha de haber hecho algo porque no es nada más víctima, al igual que los polis, que no sólo son victimarios. — ¿Cómo es que te puedes acercar tan fácilmente a ellos? — Porque soy un payaso y vengo con mi nariz, pero soy un payaso que está con el pueblo y con la gente. Un payaso se asume como parte del pueblo. — ¿Piensas que toda la gente del pueblo va a responder siempre de buena forma? — Hay gente buena o no; policías buenos o no. En la caravana de Javier Sicilia iba un policía que había desertado de su cargo porque lo obligaban a hacer cosas que no eran de policías. Él se consideraba un servidor público, listo para defender a la ciudadanía. Te pongo otro ejemplo: afuera del penal de Oaxaca, en una manifestación, había dos grupos pidiendo por unos presos políticos. Había guardias por todos lados y, en ese momento, no supe lo que había logrado. Resulta que estaba pendejeando por aquí con mi pinchi nariz de payaso. Esa vez acompañé a Pietro Ameglio como parte de la caravana del sur y, mientras él entró al diálogo con las autoridades, se me acercó la reportera Claudian Pliego y le dijo a Isabela, mi pareja: “¿Puedo abrazarlo?” Resulta que no me había dado cuenta que había destensado el conflicto que había entre los dos grupos cuando les dije: “Si están peleando por frustración, echen estas piedras para allá”, y me puse a echar desmadre con ellos. Laura Herrero, periodista española, me dijo que lo que había hecho era impresionante. Entonces la gente vino y me abrazó y felicitó, pero no es el pinche ego, es una manera de decir que lo que hago sirve de algo. Cuando volví a Cuernavaca, una amiga me dijo: “Vaya que eres conocido”, y es bien bonito ver que la gente se acuerda bien de mí y que fue porque hice algo que estuvo bien. Entonces se me acercaban porque tomé la calle en Morelos. Me paré, menté la madre afuera del edificio del gobernador… Hay un periódico por ahí que dice: “Se junta solemnidad con humor”, porque literalmente estoy brincando con una mentada de madre. — ¿Tú crees que mentando madres puedas desarticular la violencia? — Otra vez el rollo de la palabra: Pensa-miento, conoci-miento, senti-miento,
enamora-miento… Este pensamiento es mentira. ¿Dónde está lo que piensas? Hay que pensar con el cuerpo porque tiene una memoria y es sabio. Aprende a confiar en tu mano, en tus pies, en tus rodillas que van a buscar la manera de protegerte. Tus pies son parte de ti, no son pendejos; a ver, cierra los ojos y camina. ¿Por qué no confías? Se va la luz en tu casa y, mientras encuentras la lámpara, el cerillo, la vela, los ojos se regulan. Entonces, mientras te acostumbras a la oscuridad, empiezas a ver. No puedes tapar a la luz. Ahí está la rendijita de la puerta o el hoyito de la puerta por donde metes la llave; es un rayo de luz y con eso basta para que por lo menos te ubiques, y en eso juega un papel importante la memoria corporal física y cerebral, la orientación, la percepción… Si cierras los ojos, puedes hacer un mapa de tu recámara. Ahí está todo. — ¿Aprender a pensar con el cuerpo podría ser de gran utilidad para un constructor de paz? — Conciencia corporal significa ser consciente del mensaje que te doy, de cómo digo: “pinchi poli”. Por el tono de voz cuando grito, la gente cree que estoy encabronado, pero es la pasión lo que me mueve y por supuesto estoy encabronado por lo que pasa con el sistema, pero me atrevo a reflexionar y acabo diciendo: “Estoy muy triste por lo que sucede”. Con la reflexión cambian muchas cosas. Gracias a esta conciencia corporal me doy cuenta del tono que estoy usando. Es un asunto de acción-reflexión porque, a través de eso, te vas observando y creas conocimiento. — Eso te pasa a ti, pero ¿lo mismo les pasa a todos los que están en la resistencia? — No, porque todo lo quieren arreglar a nivel cerebral, y lo que les falta es poner el cuerpo. Me tocó trabajar con un biólogo en los Viveros de Coyoacán y, mientras él hacía unas visitas guiadas, en mi taller yo les decía a los niños: “Ahora acuéstate porque vas a ser suelo. ¿Te gustaría que te pusieran una silla encima?”, y luego me veían pinchi raro porque les hacía ver que tenemos la naturaleza como modelo: “Mira, tenemos diferentes tipos de pasto (cabello), cauces (lagrimales), cuando lloras hay un río de lágrimas… Tu pipí sale por un conducto, por un río subterráneo en el que hay como una cascada; las venas son como raíces, tenemos cuevas (narinas) donde hay rocas verdes… O aquí (orejas) encuentras rocas amarillas, y luego te volteas y te metes a los montes (nalgas) donde sale la lava cacánica”… Luego se volvían árboles y actuaban mientras escuchaban: “Cuando te tomas el chocomilk, antes de irte a la escuela, todas tus
venas se nutren para crecer… Por qué tenemos tronco y por qué palmas; por qué plantas”. Entonces, ponía a un chavito, de pie, en medio de las piernas de otro que estaba acostado, y les decía: “¿Y qué hace el viento?”, empujaba al chavito y las piernas del otro lo detenían porque son uno. Luego les decía: “Imagínate que alguien venga con una navaja, que vinieran dos arbolitos, un árbol y una árbola y tirara la basura en tu boca, en tu cuerpo”… El hombre es el único animal que ha tenido la necesidad de dejar su huella al paso; esa conciencia corporal es la que hace falta. El biólogo les decía: “Debajo de esa piedra, hay vida, hay microorganismos”. Cuando lo vi, después hice un taller con los biólogos que hacían las visitas guiadas, y les dije: “Plis, no pinchis mamen, mejor tiren al piso a los chavitos y ustedes también tírense, y llénense de tierrita el chaleco para decirles que vean cómo las cochinillas salen; luego dejen que los niños las levanten y explíquenles: ‘Miren, es que esta humedad permite que sea calientito, no se preocupen por los bichitos, van a regresar a su casa porque los vamos a dejar ahí otra vez. Gracias por mostrarnos sus casas, bichitos, bye’”. La mejor manera de crear conciencia es haciendo las cosas con el cuerpo. — En la escuela dicen: “hay que reflexionar”, pero se piensa que reflexionar es pensar, ¿no? — Reflexionar es, en realidad, pensar con el cuerpo, y es ahí donde hay que seguir con esto de la construcción del conocimiento porque hay una cosa que se llama prejuicio, otra que se llama estigma, otra que se llama costumbre, otra que se llama violencia estructural, otra que se llama violencia económica. Un ejemplo de estigma: “¿Por qué le pegaste?”, “Porque es moreno”, “Ve y reflexiona sobre lo que hiciste”… Entonces se va… y regresa: “Ya reflexioné: está bien haberle pegado a los negros porque mi papá también les pega, y mi mamá está de acuerdo con él; aunque tal vez no esté de acuerdo, pero no se atreve a decírselo porque entonces le pega a ella y, si le pega, ella va y se desquita conmigo”… Y así se hace la cadenita. — ¿Qué hacer para que cambie eso? — Crear conciencia. Pero está tan metido el rollo del pensamiento, de la mentira, de la falsedad. Hay toda una guerra de códigos. Cuando de chavito te obligaban a ir a tu cuarto a reflexionar, ¿pues qué no podías reflexionar ahí mismo? Entonces, mejor vete a una cueva en la montaña, a la punta del cerro, a la
soledad del desierto, vuélvete ermitaño tres meses y, cuando encuentres la solución, regresa. Es tan pichis fácil que un niño se dé cuenta de lo que pasa… Me hago pipí en el pupitre de la escuela y de inmediato hay una reacción de mi amiguita: “¡Qué asco!”, o va el madrazo del maestro. Hay que aprender a reflexionar con el cuerpo. Cómo sé lo que le molesta a mi hijo si nunca he permitido que se exprese y diga: “Mamá, me molesta que me sirvas tan caliente la sopa”, “Me molesta que me regañes porque estoy esperando a que se enfríe y me quema”, así de simple. El error del sistema es que quiere que reflexiones con la cabeza, y entonces ahí te va todo el rollo de derechos humanos, y que si el principio del interés del niño, y que si hizo o si dejó de hacer, y que si tal o tal teoría… Y todo el discurso desvía la mirada del origen del problema porque además todo se da en pasado o en futuro. Ves y lees las noticias, y dicen: “mataron”, “robaron”, “mintieron”, “dijeron”; o: “se creará”, “se hará”, “se abrirá”… Entonces, ¿quién está haciendo aquí y ahora algo real y concreto? En todo se da la averiguación previa, más el discurso, más la investigación, más la revictimización. Ojalá todos fuéramos como monjes zen. — Tú que hablas de poner el cuerpo, ¿qué te ha dicho el tuyo? — Que poner el cuerpo resulta cada vez más necesario porque en la vida se normaliza y crece el miedo, y eso, justamente, inmoviliza al cuerpo; lo reduce a una mera máquina a la que hay que fortalecer, mantener sana, desarrollar físicamente con técnicas y disciplinas como arte, deporte o yoga… Se tiene el deseo de hacerlo fuerte y hábil sólo para actividades prácticas, pero estamos tan mal que nuestros cuerpos ya no se pueden tocar, acariciar (una característica de los mamíferos); basta mirar el caos de nuestras sexualidades. En la escuela nos enseñan que tenemos cinco sentidos… ¿Y el del equilibrio, orientación y percepción? ¿Y el sentido del humor? Como quiera que sea, y a pesar de todos, el cuerpo no es una herramienta nada más. Sin el cuerpo, el ser humano no existe como tal (lenguaje corporal). El cuerpo es la máquina perfecta para aprender a ser (la demostración del ego). El cuerpo envía mensajes que nos ayudan a aprender sobre nuestro estado interno (las enfermedades, las emociones). El cuerpo es la expresión física de los movimientos del alma. El cuerpo… el cuerpo es el que se ríe. Por eso digo que no sé si soy capaz de
sostener con mi cuerpo lo que digo con la boca. Poner el cuerpo es, quizá, la más importante herramienta de la resistencia pacífica porque significa acción. Sólo desde el cuerpo se vuelve real la teoría, pero, insisto, hay que poner un cuerpo coherente, que se manda obedeciendo, que trabaja incondicionalmente con un fin común, sin que cada parte pierda su autonomía… Es poner un cuerpo rebelde, un cuerpo digno… Un cuerpo que ama y vive. — ¿Qué te dice tu cuerpo acerca de la paz? — Es la prueba real de las teorías de la no violencia, de la cultura de paz y de la colaboración. El cuerpo trabaja en unidad, el corazón es incondicional, trabaja sin importarle si los demás están haciendo lo suyo.
LA FEMINISTA
Marisa Belausteguigoitia
Nada como estar con Marisa Belausteguigoitia para sentirse en el movimiento de una espiral que se puede ampliar hasta el infinito, pero sin dejar de circular sobre el mismo eje, que, por lo general, es el tema de la mujer. Nada como ella para meternos, como si fuera un cubo de Rubik, en aquel espacio laberíntico donde se busca el conocimiento como vía de esperanza y justicia. Nada como estar sentada en su cubículo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para viajar en esa vorágine tridimensional de ideas y palabras llenas de bordes, cruces y líneas finas que, de pronto, encuentran acomodo en un territorio propio. ¿Será que de ahí parte la idea del libro Des/Posesión. Género, territorio y luchas por la autodeterminación (UNAM, 2015) que coordinó junto con María Josefina Saldaña-Portillo, y que da cuenta de la violencia a la que ha sido sujeta la mujer, así como la fuerza con la que sale adelante. Hija de refugiados españoles, Marisa trae en la sangre el ímpetu de la lucha por la justicia y el arte como vía de cambio, la necesidad de caminar sobre las fronteras culturales para entender sus divisiones y crear vínculos, la fuerza de caminar al margen, como ella ha dicho en una entrevista que le hicieron en la Freie Universität Berlin, donde “todo es muy delgado y hay poco espacio”; la capacidad de observación desde el margen del margen de las mujeres porque en esa entrevista explica que le interesa estudiar a las empleadas domésticas de Rosario Castellanos y la locura y enfermedad de Virginia Woolf, más allá de sus expresiones literarias, así como cuando trabajó con indígenas y chicanas en el proyecto “Los intelectuales en Latinoamérica y las formas coloniales de poder”, para desentrañar los paradigmas coloniales del poder y los discursos de la resistencia, o cuando trabajó en el proyecto “Violencia y justicia: análisis de los feminicidios en Ciudad Juárez desde las fronteras geográficas y culturales”. También tiene la capacidad de recrearse en lo que llama “salón de clases”, que no es otra cosa que el territorio de transformación donde se puede generar paz. Como licenciada en Pedagogía por la UNAM (1981), dice que, si se multiplican
los salones de clase, se multiplican las perspectivas, donde el arte, junto con la pedagogía, nos pueden hacer personas diferentes. En la introducción de su libro lo explica así: “Caminar, dialogar, avanzar y platicar, negociar y adelantar: las mujeres con sus andares y decires nos muestran cómo entre tanta violencia, tanta impunidad, es posible la esperanza y la justicia”. No en balde tiene una maestría en Teoría Psicoanalítica, que obtuvo en el Centro de Estudios Psicoanalíticos (CIEP) (1986), otra en Literatura Iberoamericana, también en la UNAM (1992), y un doctorado en Estudios Culturales en la Universidad de Berkeley (2000). Su vida como profesora titular de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde aplica justo los estudios culturales, con especialidad en género, raza y sexualidad, ha dado buenos frutos no sólo entre sus alumnos de varias generaciones, sino también en el trabajo de campo que hace en las comunidades, calles, cuarteles y cárceles. Por ejemplo, en su trabajo “Rajadas y alzadas: de malinches a comandantas”, a través de grandes y coloridos murales hechos por las mujeres zapatistas, exploró la identidad de la mujer en un contexto patriarcal indígena en el que han sufrido violencia lingüística, corporal e institucional, así como las múltiples formas en que han sido suprimidas e invisibilizadas por el sistema. Eso mismo le dio las herramientas para trabajar con las mujeres de la cárcel, a través del programa “Mujeres en espiral. Sistema de justicia, perspectiva de género y pedagogías en resistencia”, con el propósito de ayudarles a crear un universo que las sacara del calabozo interior en el que, por depresión, se meten. Ya desde 1999, habría publicado junto con Araceli Mingo, el libro Géneros prófugos. Feminismo y educación, en el que explora la identidad cultural de las mujeres indígenas y migrantes mexicanas y del Caribe hacia Estados Unidos. En Cambridge, estuvo dentro de un grupo internacional en el que se analizaba el uso que los grupos indígenas, diásporas y exiliados hacían de la tecnología. Su análisis sobre el uso del internet por movimientos de mujeres indígenas y por los zapatistas quedó plasmado en un capítulo titulado: “On line. Off line and In line: Zapatista Rebelion and the uses of technology by Indian Women”, para una publicación de la editorial Routledge. En 2004, fue la directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM y también es autora de Descaradas y deslenguadas: el cuerpo y la lengua india en los umbrales de la nación (2001) y Las yeguas finas: una etnografía novelada (2004), donde la otredad es el elemento principal a observar.
El despojo y la paz
— ¿Qué me puedes decir de la paz? — El término “paz” me gusta mucho. La misma palabra se puede traducir como “sanación” y es necesaria para muchas cosas: para hacer frente a momentos de horror, como el que vivimos, en los que hay que dejar de hacer ciertas cosas y empezar a hacer otras. Yo creo que la paz es un estado previo a la estrategia de mejores soluciones; es un estado que te permite crear respuestas colectivas. La respuesta nunca es de una sola persona. — ¿Cómo trabajas el aspecto de la paz? — Mi trabajo tiene que ver con la desaparición y la desposesión, y me dedico a hacer aparecer. Por ejemplo, creamos una cátedra de un año y pensamos que la pedagogía, el arte y la justicia nos van a hacer aparecer. — ¿Aparecer qué? — Pues lo desaparecido: a mí, un tío; a mí, un primo; a mí, las ganas de vivir… Entonces, yo veo entre mis estudiantes todo lo que les ha sido desaparecido. Tenemos en la clase el libro Des/Posesión. Género, territorio y luchas por la autodeterminación, que saqué hace un año y medio con mi colega María Josefina Saldaña-Portillo, una chicana fabulosa de Nueva York con quien estudié el fenómeno de desposesión y cómo ha sido despojado México. No nos interesan los mecanismos económicos, políticos y culturales. Para nosotras es mejor narrar y explicar las formas en las que las mujeres se comportan, sobre todo, frente al despojo territorial. — ¿Y cómo se comportan? — Bueno, lo primero que hacen es paz. — ¿Hay un respiro? — No sé si están muy cansadas porque se levantan a las cuatro de la mañana
para hacer el nixtamal, llevar a los niños a la escuela o hacerle el lunch al marido. No sé si sea el proceso de una extenuación frente a un nuevo despojo o si ya es una forma de recibir la adversidad, que empiezan a formar colectivos, como el caso del Frente Mazahua en Defensa del Agua, conformado por las mujeres que tomaron acción cuando construyeron una presa y estaban desviando los ríos que daban a varias comunidades en el Estado de México. El caso es que los maridos empezaron a tener conversaciones y negociaciones con el PRI, acabaron borrachos, les dieron unas estrategias del ratón loco y un dinero hasta que las mujeres dijeron: “Paren”. Eran mujeres que habían empezado a ir conversando de ida y de regreso cargando tambos de agua sobre la cabeza. Lo que quiero decir es que surgen estrategias colectivas porque hacen cosas juntas: cocinan, van por agua, etcétera. Y aquella vez, llevaron sus petates e hicieron una huelga de hambre en la presa, hasta que lograron que la cerraran. Eso hicieron sin guerra. — Como feminista que eres, ¿consideras que las mujeres tienen más recursos estratégicos que los hombres? — Diferentes. — ¿Pero más enfocados a la paz? — Muy buena pregunta. Yo no creo que orgánicamente las mujeres estemos hechas para la paz y para ayudar a los otros. Creo que el escenario privado y público que nos tocó vivir hace que las mujeres se necesiten unas a otras y negocien su existencia de una forma colectiva, sobre todo en estos escenarios semiurbanos o indígenas, donde en verdad se necesita la presencia de la otra. Las mujeres no van a resolver las cosas con un pleito, sino de otra forma. — ¿A través de la paz? — Yo no diría que las mujeres son más orientadas a la paz, sino que, en ciertas comunidades, por el tipo de relaciones, de clase social y cultura, son más colaboradoras porque se necesitan. Los colectivos nacen donde hay necesidad de compartir el pan, cuidar a los hijos: “te dejo a mi hijo”, “me dejas al tuyo”, “vamos por el agua”, “tenemos que ponernos de acuerdo para que quiten la basura de aquí”… Van todos juntos, con una mirada puesta en congregar esfuerzos y crear lenguajes y propuestas que se negocian entre mucha gente para ofrecerlas al oponente o al gobernador en turno. No hay una intención de
derrumbar algo, sino de crear algo. — ¿Y de recuperar algo? — Por supuesto. Hay un despojo, un accidente o una desaparición y piensan en la construcción de una propuesta que involucre a mucha gente. Entonces, la paz, en principio es colectiva, restaurativa y se da como producto del despojo, como una reacción al despojo. Probablemente las personas más urbanas, como estamos solas, reaccionamos con mu- cha más rabia. No tenemos estrategias colectivas. En la clase media hay más competencia laboral, competencia por un hombre, competencia por la visibilidad, competencia por el poder. — Tampoco tenemos una cultura de ciudadanía… — En mi libro puedes ver múltiples formas de crear comunidad y ciudadanía bis a bis, formas radicales del despojo y la desposesión y también formas radicales de la construcción de una propuesta. Mira, por ejemplo, poco después de la desaparición de los 43 estudiantes hubo propuestas radicales cuando decían: “Vamos a buscar a los otros 60 mil”, pero luego, como pasó el tiempo sin lograr una solución, los 43 se convirtieron rápidamente en 130 mil. Se mezclaron un montón de movimientos que ya no sabes bien cuáles son. Lo que quiero decir con esto es que la paz requiere celeridad en el proceso de construcción porque hay una atmósfera y hay un ambiente y una experiencia, además, milenaria. Otro ejemplo: lo que ves con los zapatistas es una experiencia cente- naria. Son 500 años de negociar con la conquista, y esto se puede traducir en las mujeres que han sufrido el despojo por parte del patriarcado. El patriarcado es una estructura con la que vivimos: el mundo entero vive bajo el capitalismo, la heterosexualidad, la religión cristiana, católica, el islam… Y con esas estructuras hegemónicas se tejen las situaciones en las que tanto mujeres como hombres se las ven negras.
Mujeres indígenas y feminismo
— ¿Es cierto que es difícil que las mujeres de las comunidades asuman una postura feminista frente al machismo? ¿Cómo le haces para construir desde
ahí? — El feminismo es una visión increíble de justicia, equidad, solidaridad y bien común, pero es una visión urbana; sin embargo, las mujeres indígenas han aprendido mucho y están pensando como mujeres, piensan qué aspectos del patriarcado indígena las lesiona, las minimiza y las reduce, como que no pueden manejar, no pueden salir y son monolingües. Los que son bilingües y van y vienen son los hombres. Ahora, ellas están muy orgullosas de su tierra y de su lengua, pero son las menos educadas, las que más mueren por desnutrición y las que tienen menos posibilidades de conseguir otro tipo de trabajos que no sea el de empleada doméstica o ama de casa. Entonces, ellas, en sus términos, han calibrado cuáles son las reducciones del patriarcado indígena. — Entonces, ¿sí se han dado cuenta? — Claro, llevan cientos de años dándose cuenta, pero también hay una estructura económica que ellas sostienen. Las mujeres son el pilar de la familia, cuidan a los enfermos, a los padres, se levantan puntualmente a las tres de la mañana, trabajan 16 horas ininterrumpidas. Se organizan a partir del cansancio. — ¿Cómo se organizan a partir del cansancio? — Te voy a contestar con lo que hizo el Movimiento Zapatista, que me parece fascinante. Ese movimiento, con un ejército clandestino en principio y en el que se mezclan las comunidades de base católicas, las guerrillas académica-políticas y los movimientos indígenas (un movimiento de tres fases), hace una propuesta democratizadora de izquierda y les dice a las mujeres: “Intégrense como insurgentas” y les dan dos cosas maravillosas: libertad y descanso. — ¿Insurgentas? — A ellas les gusta que se les diga “insurgentas”, porque con eso dicen: “Soy yo”. No sería igual si se les menciona como “insurgentes”, así que los selectos de la lengua me tendrán que perdonar. — ¿Participar dentro de un ejército les da libertad y descanso? — ¿Qué es lo que cansa más a las mujeres indígenas? La maternidad, ¿no? Pues en este caso les dan pastillas y les dicen: “No, mamita, no tienes que parir a los 12 ni a los 13. Aquí tienes una misión, que es la de transformar, tomar el mundo.
No necesitamos que tengas hijos, pero si los quieres tener, entonces quédate en tu comunidad. Así que, number one: “Pastillas anticonceptivas y puedes tener novio sin emba- razarte y sin que te robe”. ¿Tú sabes lo que pudo haber sido eso? ¿Llegar a un lugar donde puedas besar, tener novio, no embarazarte ni tener siete hijos porque tu misión, como mujer, ahora es cambiar al mundo y hacer que tu comunidad crezca y dar educación? — Pero dices que ellas son las menos educadas. — Por eso, number two: hay que aprender a leer y escribir. Imagínate, entonces, si una mujer tiene la misión de cambiar al mundo, hacer que su comunidad crezca con educación y no tiene que cuidar a la suegra ni al marido… Empieza a tener tiempo. Muchas mujeres indígenas parecen no tener edad. Algunas de 30 años parecen de 60 porque toda su vida se han descuidado por hacerse cargo de los demás. Por eso, el ejército les da una opción de descansar, una opción de aprender y una opción de transformarse como mujeres. Ahora, no van a descansar tirándose. Desde luego hay un esfuerzo físico muy grande en un ejército, pues se forman como militares. Entonces, lo que hace el Movimiento Zapatista, a nivel de intervención, es una propuesta de principios donde las mujeres toman un lugar importante. — Y como militares, ¿no siguen en un segundo lugar? ¿Las tratan bien? — Cuando surgió la rebelión en 1994, salieron cuatro comandantas (perdón de nuevo por los puros de la lengua) del Ejército Zapatista y tomaron cuatro municipios. Lo interesante de eso es que fueron tan estratégicas que no hubo un solo muerto y, además, tomaron las cabezas municipales. — Entonces, sí tienen una visión de paz, pues buscan desarticular la violencia, ¿no? — Yo creo que sí, pero no porque las mujeres sean más buenas ni mejores. Las mujeres, incluso, pueden ser envidiosas y terriblemente depredadoras; pueden ser tan destructoras como los hombres, pero lo que sí tienen es un mejor conocimiento del trabajo en colectivo. — ¿Y eso es parte de la condición de ser mujer o es parte de la cultura?
— Eso es lo que te estoy tratando de decir desde un principio. Yo no creo que haya una condición biológica de ser mujer más allá de una cuestión hormonal. Si tú no tienes un escenario que te impulse a desarrollar eso fisiológico que tienes, no lo desarrollas. Cuidar a la mamá o a la suegra o tener los hijos que Dios te da, es una información cultural. Si fuera a nivel genético, tendríamos información que nos impediría cualquier cosa que tuviera que ver con tomar decisiones. Por ejemplo, a mí no me interesa boxear ni ir a la guerra, pero, ¿has visto a las luchadoras, a las boxeadoras?, ¿has visto a las jugadoras de futbol? No quiero decir que cuando una mujer llega a la presidencia va a dejarla porque tiene que ir con el marido y, si no, morirá porque en su genética está el dar. No. Seríamos igual de buenas e igual de malas, igual de cabronas y solidarias. La cultura te marca mandatos y vínculos.
Construcción del conocimiento
— ¿Cuál ha sido tu experiencia interna y externa como constructora de paz? — Con respecto a la paz, sería más bien constructora de alianzas, de colectivos, de lenguaje, porque no hay nada que enardezca más que no tener palabras para decir algo o que las palabras te falten y no te puedas comunicar. También me definiría como constructora de puentes de comunicación. La paz es justamente la diferencia entre la tensión y la disputa agresiva. No quiere decir que no haya puntos de vista diferentes, pero cuando haces la paz, cuando literalmente produces kilos de paz, cuando estás paseando con el verbo, cuando construyes paz, estás construyendo comunicación, puentes, lenguajes distintos. Hay un nivel que congrega personas y es cuando disminuye la agresión, disminuye algo tremendo, que es la venganza. La paz es un excelente antídoto contra la venganza y no la puedes tener sólo con respirar, hacer yoga y pronunciar Om, que son esas cosas de la clase media. — ¿Tú cómo la obtienes? — Lo que yo he hecho desde hace 40 años, desde la academia, desde la universidad, es construir salones de clase que se forman en calles, esquinas,
plazas y cárceles. Una esquina puede ser un salón de clases. En las cárceles, por ejemplo, no hay pupitres ni bancas ni pizarrones, pero hay un intercambio, y es ahí donde se construye conocimiento, y ese conocimiento tiene que ver con lo que te llegue, con lo que te involucre de manera personal. El conocimiento es como una autobiografía, como un relato de lo que te pasa, no importa si estás estudiando a Hegel o a Freud, no importa si estás estudiando la etapa moderna y la Revolución. Hay una manera en que los estudiantes deben implicarse en el conocimiento y ahí hay un espacio de sanación. Entonces, para mí, el salón de clases es una construcción de la paz. — ¿La paz surge de la interacción? — Para mí, la paz es el efecto del colectivo y la comunicación. Produces paz al comunicarte, produces paz en un salón de clases cuando propones estudiar algo. Yo la he producido cuando creo un vínculo estrecho con mis estudiantes y hemos salido a la praxis. Afuera siempre hay un salón de clases: la sala chica de la cárcel, que es donde esperan las sentenciadas, o un retén militar. Así hemos trabajado con militares, con presas, con policías y, aunque en mi vocabulario no aparece la palabra “paz”, sí aparece “alianza” porque hay un intercambio en ello, se cruzan fronteras y en esos actos se produce una atmósfera que no es beligerante, sino es agresiva en un sentido bonito. Es la agresividad estudiada por Lacan y Freud, en la que te dan ganas de estar con el otro y un poco más allá del otro, más allá de lo que quiere el otro. — ¿Romper los límites? — Exacto, es romper límites. Entonces, la paz es un sumum de actividad para consensar y lograr metas, resarcimientos, respuestas.
Mujeres en espiral
— ¿Cómo logras construir vínculos con los diferentes grupos? ¿Cómo es el discurso para crear una relación con los policías, con los militares o con las presas?
— Tenemos un grupo que se llama Mujeres en Espiral y tiene tres ramas: artística, pedagógica y jurídica. Hemos trabajado con las mujeres en la cárcel y con militares. A nivel artístico, por ejemplo, las presas han hecho murales. Nos basamos en Walter Benjamin. Y los militares hicieron un video sobre la violencia doméstica, la violencia contra las mujeres. A nivel jurídico, creamos una clínica de litigio estratégico, y ahí, con estudiantes y abogados, vemos los casos distintivos y estratégicos que puedan llegar a la Suprema Corte de Justicia y haya un cambio estructural en la justicia. — ¿Tienen algún caso en especial? — Está el caso de “la mala madre”. A una madre la acusaron de homicidio en razón de parentesco por omisión. Es decir, le dieron 36 años de cárcel por no haber hecho nada cuando su pareja sentimental lastimó a su hija al grado de que murió mientras ella trabajaba. Tenemos más casos de mujeres a quienes han acusado por estupideces, las meten a la cárcel y luego las acusan porque abandonan a los hijos. Las mujeres presas se sienten deprimidas, derrotadas; se quieren matar, quieren desaparecer. Me preguntarás, ¿cómo se puede vincular todo esto con la paz? Para mí, la paz infunde alegría. Tú dices “alegría” cuando dices “ganas de vivir”, cuando dices “ganas de comunicarte” o, desde el feminismo, cuando dices: “un colectivo de mujeres que están pensando”. Nos interesa saber cómo las ha afectado, enfermado y derrotado ser mujeres, pero también cuáles han sido las estrategias que les ha permitido vivir. Ahí trabajamos en Antígona. Las Antígonas son las mujeres en la cárcel, metidas en la cueva, enterradas vivas, olvidadas, castigadas por Creonte. Sufren un exceso de castigo, un carnaval de furia por parte de Creonte. — ¿Cómo entra el feminismo en este trabajo? — El feminismo es la indignación por lo que les pasa. Entra como una teoría de búsqueda histórica, de razones históricas, de razones genealógicas, de razones contextuales, de razones contemporáneas acerca de la dominación de los hombres sobre las mujeres y de la dominación de los hombres sobre los hombres, y del absoluto despedazadero entre los hombres porque nadie sale ganando con el patriarcado. Los únicos que salen ganando son los hombres que tienen un montón de poder y un montón de dinero.
— ¿Cómo fue que se hizo el programa Mujeres en Espiral? — Fue a través de Claudia Andrade, quien es agente cultural y trabaja en una ONG, pero entonces trabajaba conmigo. Yo era la directora del Programa Universitario de Estudios de Género en la UNAM, y me dijo: “Esto te va a encantar, Marisa”, pues yo ya estaba metida en este trenzado de arte y justicia. Trabajaba murales con los zapatistas. Por supuesto, me gustó la idea. En la cárcel, las presas estaban hartas de ver el turquesa sucio de las paredes, que es peor que el gris. Ellas querían color. — ¿Entonces hiciste una propuesta a través del arte? — Bueno, cuando decimos arte es hacer lo que te permite decir lo que quieres y un poco más. Decir lo que te está pasando o decirle al otro una palabra que lo va a hacer entender las cosas de otra forma y lo va a llevar a otro lugar. El arte te desplaza, te quita de donde estás. Es un espacio de transformación. Una gente diría que es belleza y otra dirá que es pasión… — Y, por lo mismo, el arte desarticula la violencia, ¿no? — Por supuesto y con mucha energía. Claro, la paz es el efecto de una enorme pasión volcada colectivamente para tomar algo, como las paredes, por ejemplo. Entonces, ellas querían color y nosotros, en la UNAM, ya teníamos un programa con un modelo, pues habíamos aprendido mucho del zapatismo con Gustavo Chávez Pavón, Guchepe, quien organizaba a las mujeres, doctores y demás personas de la comunidad para tomar los muros; así que eso nos dio bases para implementar el programa en la cárcel. — Además, el muralismo tiene toda una connotación social, ¿no? — Sí, y es una vía de escape y de articulación. Por ejemplo, el primer mural que las presas pintaron sobre “El caracol”, que es una escalera en espiral, se llama: “El grito”. Ahí expresaron esa fuerte rabia del tratamiento de la justicia. La idea es generar estrategias de comunicación y construir con base en convergencias, conversaciones y círculos concéntricos. Por eso, la espiral es esta especie de giro alrededor de un tema que se puede dar de forma elíptica o en un círculo vicioso. Es un carácter de circulación que te quita el carácter de estancado. Las mujeres de Santa Martha Acatitla tienen como seis patios distintos, pero están confinadas en un espacio bicromático.
— Ahora ya no porque tienen murales, ¿no? — Bueno, empezamos con que querían color y ellas eligieron su espacio. Es muy importante saber qué pared vas a tomar. — ¿Y no se peleaban entre ellas por algún muro? — Hay disputas por el diseño. Unas querían haditas y otras querían hacer un relato para que, cuando los visitantes fueran bajando por “El caracol”, se dieran cuenta de cómo se encontraban en la cárcel. Unas querían desahogarse y otras querían que la visita viera colorido para que no se preocupara. Tam- bién querían que la visita viera cómo ellas negocian cosas difíciles y luego querían gritar a la justicia. Total, negociamos e hicimos talleres y luego trabajamos con una enorme ceiba que pusimos atrás como el espacio del secreto, así como aparece en el Popol Vuh, pero también pusimos colores amarillos y naranjas porque querían que tronaran, como un chillido. Fue así que le pusimos “El grito”. De esta forma, se da un proceso de generación de una atmósfera de intercambio y de comunicación que produce paz. Como un detalle, una de las presas me llamó para enseñarme que de la ceiba había pintado como una ramita verde que la conectaba hasta el segundo patio y me dijo: “Ya creció la hierba, así que hay que tomar el segundo mural”. — ¡Qué bonito! — Es muy lindo. Pensé que ellas también son Sherezadas. La idea de ellas era: “No podemos parar, tenemos que seguir pintando, tenemos que seguir conversando, tenemos que seguir produciendo esos conglomerados de mujeres que discuten y crean una disputa”. — O sea que sí se creó una comunidad… — Exacto. Una comunidad siempre dispuesta a romperse, porque así son las comunidades y más si estás en la cárcel. Entonces, había que hacer otro mural para que siguieran discutiendo y creando. — ¿Observas en ellas una transformación interior? — Por supuesto y, como cuando salen no les dan trabajo, nosotros les damos una herramienta más. Y en esa trans- formación, también nos estamos transformando
nosotros porque no es lo mismo trabajar en la universidad que en un espacio tan precario como la cárcel. La construcción está en el activismo teórico de la universidad, donde se produce un conocimiento alto y picudo, que toma acción en espacios abandonados. — Y eso también crea comunidad entre tus estudiantes… — Me interesa mucho que los estudiantes se formen en los espacios de la cárcel, en los espacios donde hay policías, donde hay indígenas… Nos interesa que hagan del conocimiento una herramienta activa, que hagan su propia genealogía a través del trabajo, que sepan de dónde vienen ellos mismos, quiénes eran sus abuelos. Hemos tenido chicas que tienen padres que han estado presos, chicas que tienen a alguien desaparecido o enfermo, o que han sufrido algún tipo de extorsión; entonces, este método me parece muy contundente para construir comunidades colectivas de conversación y de intercambio y que sirva para sanar heridas. En ese sentido, te diría que “sanación” equivale a “construcción de conocimiento”. — ¿Y eso es construcción de paz? — Claro, la propuesta es ésa y saber que la paz no está donde están todos acojonados, sino donde tienes conversación, alegría, donde tienes un proyecto, donde tienes gente con diferentes objetivos. Por eso, en la UNAM cada año hacemos algo distinto: un mural, un fanzine, un diccionario, una película, un documental, y cada producto genera relaciones, genera procesos de conversación y convergencia, genera colectivos y genera, en tus términos, ambientes donde hay paz porque hay vida, porque hay intercambio, porque las cosas fluyen. Eso es para mí la paz, el ambiente donde puedes producir una idea, la puedes compartir y, con ello, crear un impacto.
LA GUERRERA
Marta Fernández
Si alguien ha cultivado su presencia como un bambú, cuyas raíces llegan al centro de la Madre Tierra antes de emerger con la suficiente fuerza y flexibilidad que se necesita para resistir y danzar con el más vigoroso torbellino, es Sensei Marta Fernández, 6º Dan en Aikido. Su sonrisa, serena y abierta, que lo abarca todo, es muestra fiel del cultivo de la energía, la conciencia y la paz que se requiere para desarticular toda forma de violencia sin tener que usar la fuerza. Estar con ella es descansar en un refugio suave y firme a la vez, donde la disciplina es el mayor eslabón para conectarse con el flujo del universo. Qué mayor protección que ésa, lo dirá en la entrevista, en la que hace mención de algunos pensadores que han buscado la paz social como Mahatma Gandhi, Albert Einstein, Bertrand Russell, Martin Luther King, León Tolstoi y, desde luego, Õ-sensei Morihei Ueshiba, creador de este arte marcial conocido como el arte de la paz, camino del guerrero que cultiva la compasión; son éstas las referencias constantes en el pensamiento de la Sensei Marta Fernández, una de las fuentes que nutre este libro. Fiel a los preceptos de Õ-sensei (Gran Maestro), Marta Fernández busca las palabras más sencillas para explicar una filosofía que adquiere vida sólo desde la práctica directa, y las encuentra en el corazón de su experiencia de 39 años como practicante continua y maestra de varias generaciones. Inició su formación con el profesor Carlos Cordero, cuando era director general de Aiki Calli, AC, asociación de la cual ella es co-fundadora desde 1982 y de la que fue presidenta hasta 2009. Durante doce años, fue alumna de Shihan Yutaka Kurita, director técnico de la misma asociación y alumno “uchideshi” del fundador Õ-sensei Ueshiba, palabra que quiere decir alumno interno que vivió con su maestro durante años, y esto lo coloca en un lugar de gran honor en el Aikido.
Asimismo, fue alumna del Shihan Yukio Kawahara por quince años, director técnico de la Federación Canadiense de Aikido; independientemente de ellos, ha tomado cursos con los maestros de Aikido más reconocidos en el mundo, entre quienes están: Kanai Sensei, Yamada Sensei, Chiba Sensei, Tamura Sensei, Sugano Sensei, Massimo di Villadorata Sensei, Nishio Sensei, Yamaguchi Sensei, Tohei Sensei, Sakane Sensei, Okuyama Sensei y Doshu Moriteru Ueshiba, entre otros. Fue en 2008 que, junto con Sensei Rubén Mora, 5º Dan, que fundó la Asociación Aikido México Aikikai Kokoro No Michí, bajo el reconocimiento oficial de la Escuela Central de Aikido en Japón (Hombu Dojo Aikikai). Como directora técnica, ha organizado eventos y seminarios e impartido clases en la Ciudad de México y en países como Venezuela, Brasil, Estados Unidos y Canadá, al lado de maestros de prestigio como: Kanai Sensei, director técnico en Boston; Yamada Sensei, presidente de la Federación Norteamericana de Aikido en Nueva York; Peter Bernarth Sensei, director técnico de Florida Aikikai; Shoji Nishio Sensei, Shihan 8º Dan Aikikai; Miguel Morales Sensei, jefe de instructores de la Escuela Aikikai de Perú; Akira Tohei Sensei, director de la Federación de Aikido en Estados Unidos; Roderick T. Kobayashi Sensei, jefe de instructores de Aikido en el Instituto de América; Nelson Requena Sensei, presidente de Venezuela Aikikai Caracas, AC, y Yukio Kawahara Sensei, presidente de la Federación Canadiense y asesor técnico de Aiki Calli, AC. Sus enseñanzas han llegado a diferentes sectores de la sociedad, ya que ha impartido clases para el cuerpo de policías de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, así como a bailarines de distintas compañías de danza en México. También ha instruido a la población femenina con cursos de defensa personal, ha enseñado Aikido en numerosos centros deportivos y delegaciones de la Ciudad de México. La energía de Marta Fernández es inagotable. En el libro Aikido o la armonía de la naturaleza, publicado por Kairós, Sensei Mitsugi Saotome explica el significado de la palabra “Aikido”. Dice que “Ai” significa unión, encuentro, comunicación, confluencia; “Ki”, poder, energía, vibración, la esencia de la vida y el espíritu, y “Do”, camino, y que, por lo tanto, el sentido del camino del Aiki es: “Hacerse uno con la energía del universo, con la fuerza vital”, unificación que se necesita para generar paz social. Ya lo diría el mismo fundador, Õ-sensei Morihei Ueshiba (nacido en 1883), al finalizar la Segunda Guerra Mundial en la cual participó: “En lugar de iniciar la
locura de la guerra, a partir de ahora desencadenaremos la paz, el verdadero propósito del Aikido. Practicaremos para evitar la guerra, para abolir las armas nucleares, para proteger el medio ambiente y para servir a la sociedad” (introducción de John Stevens en El arte de la paz, de Morihei Ueshiba).
El arte de la paz
— ¿Qué es el Aikido, Marta? — El Aikido es un arte marcial creado por el gran maestro Morihei Ueshiba en 1942. Es una forma de llegar a un estado de armonía interna, un camino de autorrealización personal, una forma de vida y una oportunidad de desarrollarte de manera integral. Para el fundador, Õ-sensei Morihei Ueshiba, siempre fue muy importante el aspecto humano, el aspecto espiritual. Le dio importancia a la técnica, pero sólo como un vehículo de transformación. Siempre promovió el arte de la paz con la intención de que fuese una actividad que no estuviera vinculada al deporte y que no existiera la competencia, porque, cuando entra la competencia, existe la rivalidad. — Y tú, ¿qué piensas sobre esto? — Bueno, eso es en definitiva algo que me atrae profundamente del Aikido. ¿Qué paz puede haber cuando estás compi- tiendo con alguien? ¿Qué paz puede haber cuando te estás confrontando y cuando hay un ganador y un perdedor? En el Aikido no existe eso. Tú no tienes la necesidad de comprobar nada a nadie ni de probarte ante nadie porque estás en paz contigo mismo. Estás tranquilo. En Aikido, como en muchas disciplinas, conocemos la ley de causa y efecto; entonces, si tú eres una persona violenta, encontrarás violencia, y si cultivas la armonía y el espíritu de no resistencia en tu vida, encontrarás la paz. Todos somos parte del universo y estamos protegidos por él. — ¿El Aikido propone sistemas horizontales y de comunión? — Es horizontal porque puede ser practicado por cualquier persona, no importa el género, la edad, la nacionalidad ni las habilidades físicas. La comunión
también es esencial porque supone la participación total del yo en nosotros. Estar en comunión es estar presentes, es estar en cuerpo y espíritu. Õ-sensei decía: “El Aikido es mi herencia para la humanidad”. Aunque en todos los tiempos han existido filósofos, pedagogos, pensadores, sabios y maestros que promueven una existencia pacífica, como Mahatma Gandhi con su filosofía de la no violencia, Õ-sensei fue el fundador del Aikido y con ello creó lo que hasta el momento nadie había propuesto: una filosofía de paz. A través del movimiento objetivo es como puedes refinar tu espíritu, es como puedes cambiar tu pensamiento, es como te puedes entender a ti mismo y reconocerte. — ¿Cómo llegaste al Aikido y cómo te ha transformado? — Uno piensa que las cosas son casuales y no lo son, así que yo llegué de una forma no casual hace 39 años. Imagínate, si ahora el Aikido no es conocido, mucho menos hace 39 años. Un amigo que practicaba Aikido me invitó a ver una clase. Me llamó la atención por sus movimientos circulares, por las rodadas y por su vestimenta elegante. Cuando el cuerpo se mueve, se mueve toda la hakama, que es la falda pantalón negra que se usa; así fue como empecé a tomar clases con él los fines de semana, sin imaginarme que me dedicaría toda la vida a esta disciplina. Por eso te digo que no fue algo casual, sino que yo tuve la suerte de llegar a él y ahora transmitir lo que he aprendido. Yo veo el Aikido como una misión que tengo para transformar, en la medida en la que sea posible, a las personas con las que comparto este arte. — ¿De qué manera te ha transformado? — Me ha transformado total y profundamente, me ha preparado para comprender la vida… los retos, los obstáculos, los problemas y la fragilidad. La educación que recibes al interior de la familia se integra y se renueva con la formación del Aikido, eso permite avanzar de manera diferente. Si el Aikido ha cambiado nuestros corazones y mentes, entonces hemos practicado bien. — En alguna entrevista contestaste que cuando el cuerpo aprende a caer, aprendes a caer en la vida y a levantarte… — Ése es el paralelismo que existe, y lo menciono algunas veces en mis clases. Cada rodada, cada caída te enseña a levantarte de una mejor forma, de una manera fuerte, firme, segura. Sabes que puedes ir hacia abajo, pero al final, también puedes levantarte. Nunca nos quedamos en el suelo; es el espíritu de
levantarte siempre ante cualquier circunstancia adversa. — ¿Es una forma de vida? — Claro. En todo momento se puede practicar Aikido. En el Dojo sólo pasas algunas horas a la semana, pero lo importante es tu vida diaria. En el día a día se aplica la esencia de este arte, pero de forma sutil, porque el Aikido se vive las 24 horas. Sales a la calle y estás haciendo Aikido, compartes con alguien y estás haciendo Aikido, te encuentras con un problema y estás haciendo Aikido; la forma de actuar y reaccionar ante diversas situaciones cotidianas son una oportunidad de ponerlo en práctica. Yo veo la vida a través del Aikido. A mis alumnos les digo: “Ustedes no son personas comunes, son personas que hacen Aikido, y eso significa que tienen una obligación de ser mejores personas, no importa a lo que se dediquen. Cualquiera que sea su actividad, traten de ayudar, apoyar y tener excelencia en sus palabras y acciones”. El pensamiento cambia, la visión de las cosas cambia, la intuición se desarrolla, la sensibilidad se agudiza. El Aikido te transforma. — ¿Te consideras una constructora de paz? — Ahora que hemos platicado, he pensado sobre esto. Me he puesto a reflexionar que las personas que hacemos Aikido somos más sensibles ante la importancia que tiene la paz, entonces procuramos colocar los cimientos para que quienes lo practican piensen y actúen de acuerdo con la filosofía del Aikido. Mantener la paz interna implica darnos cuenta de nuestras cualidades espirituales; la gente quiere y necesita paz. Por ejemplo, hubo un tiempo en que impartí clases a los niños. Creo que es muy importante iniciar desde ahí, es una gran responsabilidad porque ahí es donde empieza la formación para construir personas de paz, no personas violentas. Los niños tienen que aprender eso a través de la disciplina del Aikido. He podido colaborar y apoyar a niños que ahora ya son adultos y eso es un trabajo muy bello. El Aikido tiene muchas recompensas. — ¿En el Aikido hay jerarquías? — Sí. Independientemente de nuestros grados y experiencias, y de que todos nos vemos como estudiantes y en cualquier lado del mundo nos apoyamos, nos entendemos, nos reci- bimos bien, con cariño, y practicamos juntos, en el Aikido existe una jerarquía, así como en la naturaleza hay jerar- quía; existe también
una jerarquía natural en la familia, la naturaleza misma tiene una jerarquía, un orden y, si no existiera, habría caos. — ¿Qué es lo que marca la jerarquía en el Aikido? —El orden de grados o Dan, que es un sistema que comprende las clasificaciones progresivas de cinturón blanco hasta cinturón negro. — En Aikido, ¿el respeto reconoce la integridad del maestro? — Reconoces el esfuerzo, la dedicación y el conocimiento del maestro. Respetas la forma, las cualidades que el maestro llegó a tener, como la humildad o la entrega hacia sus alumnos. No es eso de respetar al maestro porque se le tiene miedo, eso yo creo que viene de la infancia. Los padres tenemos un papel decisivo en el comportamiento de nuestros hijos. ¿Qué estamos haciendo cuando les decimos: “no hagas eso porque el Coco te va a venir a asustar en la noche”, “no hagas eso porque te voy a castigar”, “no hagas eso porque te va a castigar Dios”? Es una cultura de miedo en la que tienes que pensar dos veces las cosas para hacerlas porque puedes tener un castigo. Eso es ignorancia. El fundador promovió la libertad, la mente abierta, el conocimiento y la posibilidad de que todos los seres humanos nos integremos y no sólo con los seres humanos, sino también con los animales. Él era agricultor y también estuvo en la guerra. — Y se le hacían absurdas las armas… — Claro y hasta la fecha, en el arte del Aikido se menciona que la persona que tiene una mente en discordia ya ha sido vencida, precisamente porque la propia mente es la que te vence antes de que tomes una acción. El Aikido tiene varias partes que lo integran: espiritual, mental y física (técnica). No pueden separarse. Podemos hablar, como lo estamos haciendo ahora, pero si no practicamos físicamente el Aikido, no lo entenderemos del todo. — ¿El cuerpo tiene que llevar la experiencia? — Claro, la vivencia es importante. Tienes que integrar. Se tiene que integrar el conocimiento con el movimiento; se tiene que integrar el conocimiento con el desarrollo espiritual; se tiene que integrar el desarrollo del cuerpo con la mente
interna, y así se hace un todo. Las personas que hacemos Aikido somos diferentes porque la visión la llevamos a la acción. Hay una acción constante, una posibilidad de vivir el Aikido día a día. No se ve en una demostración ni en un examen; no se ve en el tatami viendo a dos personas haciendo algo. Incluso, muchas personas hacen un juicio incorrecto porque dicen que el Aikido es fingido o que no tiene el suficiente control para desarmar o enfrentarte a un oponente real. Hay muchas malas interpretaciones acerca del Aikido.
Entre la guerra y la paz
— ¿Con el Aikido aprendes a protegerte? — Es muy importante saber protegerse. Todo es una preparación. En el Aikido y en la técnica de la rodada se enseña que es fundamental que en la vida aprendas a protegerte. ¿Cómo aprendes a protegerte? Siendo una persona que se preocupe por desarrollarse como ser humano. Protegerse no significa ser ofensivo. El Aikido no es ofensivo, sino cien por ciento defensivo. En el momento en que atacas, incurres en un error, porque así es como generas la violencia, no la estás neutralizando, no la estás guiando. Además, hablar de violen- cia es otra cosa porque no sólo existe la violencia física, sino psicológica, y en México hay una violencia muy disimulada contra la mujer. El Aikido es una herramienta importante para las mujeres por los resultados que se adquieren a través de su entrenamiento. — ¿Por qué crees que exista tanta violencia contra la mujer? — La mujer no ha sido educada para enfrentar situaciones de fuerza, y no me refiero a la fuerza física, sino a estar psicológicamente preparada para manejar conflictos; y es que así se nos ha educado desde pequeñas. “No, hijita, tú eres mujer, eso no lo hagas”, “quédate callada, él es hombre, tú no sabes”, “tenle respeto, él es hombre”, “si te tocó ese marido, a la mejor Dios te lo mandó y tienes que aguantar y cargar la cruz”. En fin, una serie de mensajes e ideas que van restando fuerza a la mujer. Las mujeres no debemos perder de vista algo que es muy importante: la autoestima. Nuestra autoestima es básica para enfrentarnos al mundo, aunque en México se cree que el enfrentamiento es ir con
la espada desenvainada y no se trata de eso. No se trata de manejar los problemas o conflictos así. No necesitamos desenvainar ninguna espada. Yo estoy afiliada al Aikido International Club, y en ese club nos reunimos cada año los maestros de mayor rango de los países latinoamericanos. Hace cinco años, me tocó hacerlo en México. El caso es que en este club todos son hombres. Cuando me afilié, fue interesante y a la vez difícil… Finalmente, fui muy bien recibida por algunos de ellos y hemos cultivado una valiosa amistad. En América no hay muchos maestros, menos mujeres, que tengan el grado que yo tengo. En Aikido los de grado mayor se sientan a la derecha y hay muchos maestros que les cuesta trabajo el hecho de tenerse que sentar a mi lado izquierdo. — ¿El Aikido, a final de cuentas, es un arte para relacionarse con el mundo? — Claro, pero para relacionarte necesitas, primero, respetar. De la falta de respeto proviene el conflicto, y de ahí vienen también las guerras. — ¿Cuándo hay respeto, hay paz? — La paz no es absoluta ni perfecta y tampoco es permanente. Eso está relacionado con la polaridad entre la guerra y la paz, entre ser violento y ser pacífico. Los seres humanos no somos buenos ni malos, somos ambas cosas. La idea, entonces, es crear conciencia para que nuestras acciones se vuelvan pacíficas y nos relacionemos de forma respetuosa con las personas, los animales, la naturaleza y el universo. El ser humano está acabando con la naturaleza porque no la entiende… Tal vez está acabando con el mundo. Se cree con el derecho de dañar a los animales, de comerlos, contaminar las aguas, el aire, todo. Yo, por eso, procuro una alimentación vegetariana. — ¿Consideras que los movimientos y las manifestaciones que sirven para proteger los derechos humanos y los de la naturaleza forman parte de la construcción de la paz? — Todo depende de cómo se enfrentan las cosas. Si hablas de paz, tienes que trabajar a través de la paz. Muchos movimientos y manifestaciones no generan paz porque no se dirigen en plan de comunicación ni conciliación. ¿Cómo van a defender sus derechos y a generar paz si van con palos y pegan y gritan e insultan y se resisten a la ley de una forma agresiva? Así no se construye la paz. La conciencia colectiva es fundamental para un cambio, pero la negatividad es
tan fuerte que muchas veces absorbe, atrae y predomina. Con frecuencia nos dejamos absorber por la inconciencia colectiva, aunque contradiga nuestros principios. Eso es en lo que mucha gente cae cuando participa en las marchas y manifestaciones, añadiendo a ello la agravante de que muchos no saben ni a lo que van. — Aunque también hay mucha gente que va con mucha conciencia. — Pienso que el sentido de las protestas es bueno, siempre y cuando sea claro y limpio y se tenga un objetivo bien construido; de otra forma, no tiene un buen sustento. Si no hay una buena base, no puede haber un movimiento firme, con equilibrio y estabilidad, pero para eso, de nueva cuenta, se necesita conciencia, respeto, humildad, consideración y buena comunicación. ¿Por qué el gobierno hace lo que quiere con el país? Porque la protesta no está bien dirigida; incluso, muchas protestas, plantones y mítines los maneja el mismo gobierno. Entonces, mientras el ser humano no se dé cuenta de que debemos formar un todo y de que no sólo debemos pedir sino también dar, no habrá fuerza para sostener ningún movimiento. — ¿Se necesita un orden? — Claro, si no hay orden, no sirve de nada. En términos de Aikido, tengo que usar todo mi cuerpo, con coordinación y equilibrio, para defenderme: mis brazos, mis piernas, cadera, todo, para que la respuesta sea efectiva y contundente; pero si mi mano va por acá y mi cadera por allá y mi pierna para el otro lado y mi mente y mis pensamientos están en otro lugar, no hay más que desarticulación, y así no tiene ningún sentido marchar. — Había un principio de Õ-sensei Morihei Ueshiba, que era aprovechar la fuerza del oponente para transformarla a tu favor. Entonces, en todo este caos social y político, ¿cómo podríamos tomar toda esa fuerza caótica y destructiva del sistema para transformarla a nuestro favor? — Eso que dices es muy complejo. — Pero entonces, ¿cuándo podríamos hacer algo por el país? Debe de haber alguna manera, ¿no? — Sin duda, pero posiblemente el hombre no ha llegado a ese punto de conciencia y de evolución que pueda lograr eso que dices.
— ¿Necesitamos tener una transformación individual también? — Necesitamos tener una responsabilidad propia.
Círculos y esferas
— ¿Consideras que faltan estrategias más inteligentes? ¿Qué es lo que falta desde el punto de vista del Aikido? — El problema es que la gente no sabe que lo que hay que reconocer es la esencia, la relación que tenemos con el universo, la conexión con la naturaleza. En Aikido se dice que necesitamos actuar por el cambio, más allá del pensamiento y las palabras. Eso significa romper el círculo de la violencia. En Aikido se maneja el principio del círculo que simboliza la perfección, la energía en movimiento, la belleza, la armonía. Cuando hay un círculo hay armonía. Por eso el Aikido, dentro de su técnica, no es violento; no maneja líneas como otros artes marciales. El Aikido siempre maneja círculos y esferas. En sus técnicas se usa constantemente la espiral, y la espiral te debe llevar hacia arriba, pues parte de un centro muy poderoso que eres tú. Cuando aprendes a manejar ese centro de gravedad, puedes mover el centro de gravedad de la persona de quien estás recibiendo un ataque. Si manejas tu centro y el de la otra persona, la puedes sacar de su círculo y entonces será muy fácil desequilibrarla para poderla proyectar. — ¿Y eso no es violento? — El Aikido no es violento. Si analizamos a una persona que va a atacar, sería incongruente que el atacante muestre serenidad o calma y refleje esta relación de su mente con su cuerpo. Al contrario, la respiración de la gente que ataca está agitada y sus pensamientos negativos, de violencia, le llevan a una pérdida de control físico y psicológico. ¿Por qué se dice que una persona perdió la cabeza? Porque perdió el centro de gravedad de su cuerpo y, para que puedas tener control sobre tu centro de gravedad, debes tener una mente en calma, debes respirar correctamente. A través de la respiración puedes dominar los impulsos y
las emociones. La respiración lo es todo. Es la afirmación de la vida y la usas en todas las disciplinas de desarrollo físico como el yoga, por ejemplo. La respiración repercute en la salud, en la mente, en la conducta y en la energía. El Aikido maneja la respiración porque a través de ella canaliza la energía de una mejor manera, que es inhalando y exhalando en un ritmo: en tu técnica hay un ritmo, en tu ataque y en tu defensa siempre hay un ritmo, en el movimiento siempre hay un ritmo, en la naturaleza siempre hay un ritmo, en tu organismo también lo hay. Todo se basa en ritmos. Tu corazón marca un ritmo. Por eso el Aikido se basa en los principios de la naturaleza. Entonces, cuando alguien ataca, está en desequilibrio, no está al ritmo de la naturaleza y, desde ese momento, está perdido. Desde el momento en que está pensando agredirte, está en desventaja. Bueno, pues con todo este principio, te puedo decir que el Aikido es un camino que busca la inteligencia para solucionar un problema o conflicto y, para ello, es importante silenciar nuestra mente y descansar en la conciencia. El problema de Occidente es que nos han enseñado a pensar en exceso, y eso va en contra del desarrollo. Maestros tradicionales muy antiguos que a mí me tocaron todavía, como mi Sensei Yukio Kawahara, no explicaban mucho. — ¿Por qué la explicación iría en contra de un desarrollo? — Un niño le dice a su mamá: “Mamá, ¿cómo se abre esto?”, y la madre se lo quita y se lo enseña y se lo explica. Todo es a través de la palabra y eso quita la posibilidad al niño de que por él mismo tenga la experiencia y encuentre las soluciones. Cuando mis alumnos llegan y me preguntan, les contesto: “Observa y hazlo”. Lo importante es el resultado. Tú sabrás qué haces con el proceso, si eres un alumno de Aikido, tendrás que buscar. Tendrás que saber cuál es el proceso para lograr un resultado.
La verdadera fuerza
— ¿Cuál es la diferencia que observas entre la no violencia y la paz?
— La no violencia no sólo es ausencia de violencia o abstención de su uso, sino que implica tener reglas, tácticas y estrategias de lucha política y social pacífica. La no violencia usa una fuerza templada, pero se refiere al temple del carácter, del espíritu. Ésa es la verdadera fuerza. La no violencia te lleva a una paz. Si tú no vas por un camino de no violencia, entonces nunca vas a tener paz. La paz abarca tanto, la paz es todo. El fundador decía: “Lo que necesitamos son técnicas de armonía, no de enfrentamiento, porque el mundo continuará cambiando, pero las luchas y las guerras pueden acabar destruyéndonos y entonces, lo que se necesita es el arte de la paz y no el arte de la guerra”. — ¿Y qué nos impide aplicar el arte de la paz? — Los enemigos que nos impiden llegar, lo dicen grandes maestros como Buda y Gandhi, son la ira, el miedo, la duda, el menosprecio y la vanidad. Con todo esto, yo también he llegado a la conclusión de que necesitamos promover la cultura de paz, y una de las formas de hacerlo es a través de la educación. Si los niños aprenden a respetar a sus mayores, a sus compañeros, a sus maestros y a su nación, la vida será distinta. ¿Cómo podemos pensar que los adultos respetarán si de niños no les enseñaron este principio? — Aunque, en general, también existe la idea de que los límites se tienen que poner mediante un castigo, ¿no crees? — Eso es absurdo. Con el castigo ya estás agrediendo al niño; por eso me gusta mucho la filosofía de María Montessori, pues su enseñanza parte del principio de poner límites, pero con libertad y amor, nunca a través del miedo. — En ese sentido también hay una confusión de lo que representa una autoridad. — Claro. Creo que los adultos somos quienes hemos inventado las guerras. Los niños pequeños no hablan de guerras, pero empiezan a hacerlo cuando los adultos les regalan la ametralladora y la pistola de juguete, o les ponen la televisión y aparecen las caricaturas que luchan y emplean un lenguaje de lo más violento que hay. Luego por qué nos quejamos del bullying. El Aikido, en ese sentido, es excelente porque enseña a no lastimar a los otros; enseña que tienes derecho a defenderte contra un ataque injustificado, porque además posees los recursos para ello, pero al mismo tiempo tienes la obligación de aplacar de forma consciente todo deseo de venganza para no dañar al oponente, o no dañarlo más
allá de lo necesario. La idea es darle fuerza a la paz, que es lo que queremos, no darle la fuerza a la guerra. — Entiendo que el Aikido aprovecha proporcionalmente la fuerza del oponente y que, si la persona agrede, el Aikido redirige la fuerza de ésta para neutralizar el ataque y la misma resulta- ra lastimada. En ese sentido, ¿el Aikido funciona como un espejo de la realidad del otro? — Así es exactamente. La persona violenta se lastima con su propia violencia. En el momento que ataca, pierde todo su equilibrio tanto mental como físico. Es como si alguien viene y se golpea contra la pared. La pared no lo está lastimando, se está lastimando él mismo con su propia fuerza. Entonces, a través del Aikido, se trabaja con la fuerza centrípeta, la fuerza centrífuga y espirales para proyectar o inmovilizar al oponente, todo en un movimiento circular constante para que la energía y el mismo movimiento lo lleve a él a perder su centro de gravedad. — Y todo se tiene que hacer simultáneamente… — Claro. Si no es así, sería imposible; es un todo, es un solo. Dicen que entre un ataque y una defensa no debe caber un cabello de espacio, para no fallar. La mente juega el papel principal, pues a través de ella se dominan todos los aspectos técnicos físicos. Además, la mente es la que recibe, la que centraliza, la que extiende la energía y la neutraliza, pero todo lo hace simultáneamente. — Pero, el fin último sería no tener que utilizar ninguna técnica, ¿no es así? — Exacto. Si abordamos el conflicto con esta serenidad, con esta paz y claridad, se disuelve. Õ-sensei decía: “Tu espíritu es tu verdadero escudo. Herir a un oponente es herirte a ti mismo. El arte de la paz es controlar la agresión sin producir daños”. — ¿En el Aikido dejas de tener miedo o aprendes a manejarlo? — El miedo es parte de la naturaleza del ser humano. Es un mecanismo natural; no puede uno decir que no tiene miedo. El miedo existe, pero se aprende a manejar con una postura física, con una postura mental y con la respiración. El miedo no es malo porque, canalizado correctamente, se vuelve el motor de grandes cosas. El miedo es una energía, así como la alegría y el amor, pero también sus respectivas contrapartes son energía. En la polaridad no puede haber
nada malo porque las dos están en una misma línea. No es que una esté más arriba que la otra ni una más adelante que la otra. Las dos emociones forman una polaridad y lo importante es llegar al centro. En su polaridad, el miedo es carencia de energía y, cuando tu energía sube, el miedo baja. En ese sentido, no debemos repudiar la violencia porque ésta forma parte del universo. Como decía el fundador: “Un chorro de agua o una brisa refrescante o un tornado o un terremoto, ambas son naturales, pero ambas representan el lado oscuro y claro de la naturaleza”. Entonces, por eso no podemos pensar de una forma ideal y absurda que vamos a erradicar la violencia en el mundo. Eso es imposible. Más bien hay que pensar en las estrategias que ayuden a manejar de la mejor manera los conflictos para su transformación.
Aikido a los policías
— El Aikido ayuda a deconstruir para volver a construirnos culturalmente? — Sí, pero se tienen que inculcar los valores, pues el temor, la envidia, el egoísmo, la desconfianza, la falta de respeto, la soberbia, la ambición y el odio son causas generadoras de violencia. — ¿Cuál fue tu experiencia cuando diste clase en la Secretaría de Seguridad Pública? ¿Cómo se comportaba ese tipo de alumnos? — Mira, desde que trabajé ahí, trato a los policías con gran respeto. Como en todos lados, hay buenos y malos policías. Se dicen cosas muy negativas de ellos: que son unos corruptos, ignorantes y violentos, pero no todos son así. Entre ellos, también encuentras gente muy preparada, respetuosa, culta, con una carrera profesional. Me llegué a encontrar con gente que tiene dos profesiones, gente con un gran espíritu, muy valiosa. No podemos generalizar ni ser tan categóricos. En la policía existe gente con el deseo de aprender, porque su labor es cuidar y tratar de mantener el orden. Hay gente preocupada por la seguridad de la ciudadanía y sí quiere intervenir. ¿Cuántos policías no mueren en los operativos? El problema es que no reciben el apoyo, los estímulos y los recursos que necesitan para ser mejores elementos.
— Y no sólo materiales. También les falta que se les fortalezca su espíritu, ¿no crees? — Claro, les falta un desarrollo de la conciencia y educación, pero también recursos económicos porque, si no se les paga bien, no pueden ir a los cursos. Trabajan mucho y duermen muy poco. — ¿A ellos les dabas Aikido o defensa personal? —Dentro del Aikido hay técnicas específicas para grupos de seguridad. En ese tipo de Aikido tenía que dar armas: cuchillo, espada, bastón, y me tenía que enfocar más en técnicas de inmovilización y de conducción. Õ-sensei decía esto: “La paz está vinculada con el concepto de justicia social y desarrollo, también con los derechos humanos y la democracia. Debemos abordar esta problemática desde una perspectiva práctica y no retórica. El sistema educativo cuyos principios, objetivos y procedimientos vayan sustentados en el reconocimiento de que somos seres de luz, que estamos viviendo una vida que nos lleve a amar y a ser compasivos y lidiar por conseguir, sea la paz”. Por eso, en el Aikido olvídate si tienes una cinta negra y vas a salir a defenderte o no. Lo importante es cómo amas, cómo vives tu vida, cómo resuelves tus conflictos día a día, cómo te enfrentas a tus miedos, cómo te enfrentas al dolor. — ¿Cuál es la postura del Aikido frente a la muerte? — “El verdadero Budo es la protección de todos los seres con un espíritu de reconciliación. Reconciliación significa permitir la consumación de la misión de cada una”, decía Õ-sensei Morihei Ueshiba. En el Aikido, se habla más bien de la vida, se habla de la importancia de respetar la vida, de no dañar. — ¿Cómo lo puedes traducir al ámbito social y político del país? — Mira, yo soy apolítica, pero eso es aparente, así como te puedo decir que no soy religiosa porque no voy a la iglesia, pero en realidad soy espiritual porque la espiritualidad te hace libre. Y pienso que, si empiezas a cambiar tu vida, empezará a cambiar tu entorno, y si empieza a cambiar tu entorno, empieza a cambiar tu sociedad, y si empieza a cambiar tu sociedad, se va generando un sistema no violento. “Alimenta la paz en tu propia vida y luego aplica el arte a
todo lo que encuentres”: Õ-sensei Morihei Ueshiba.
LA PROMOTORA
Paloma Saiz
Ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, Marina Taibo, hija de Paloma Saiz Tejero y de Paco Ignacio Taibo II, pasó, en representación de su mamá, a leer el discurso a propósito de la Medalla al Mérito en las Artes, que le concedieron en mayo de 2017. En ese discurso sintetiza, de una manera clara y precisa, su declaración de guerra: una guerra contra la ignorancia, la ignominia y la injusticia social, temas que pueblan los millones de libros que ha promovido al lado de su compañero de vida por 46 años, Paco Ignacio Taibo II, y de sus soldados de la libertad: Beatriz Sánchez, Daniela Campero, Alicia Rodríguez, Rosa Valdez, Salvador Vázquez, Eduardo Castillo, Jorge Belmarino Fernández, José Ramón Calvo, Óscar de Pablo, Ezra Alcázar, Aarón Álvarez, Eduardo Penagos y Marina Taibo, guardianes de la Brigada para Leer en Libertad, creada en 2010, y cuyas acciones de promoción de la literatura y de una conciencia social y política bien definida, se ha convertido en un arsenal para salvar la democracia. Armada hasta los dientes, Paloma cuida que sus palabras, que pueden ser flechas que lanza con vehemencia (no en balde es hija de exiliados españoles), no se las lleve el viento; va con los puños cerrados, sosteniendo el peso de la historia, como lo hiciera Ana Frank, personaje que la atrapó desde que leyó su diario, y, en alto, mostrando las utopías como proyectiles del verdadero cambio, pues, sin la construcción del pensamiento crítico que se promueve sólo con la lectura, como ella dice, “no hay sociedad que pueda progresar”. De izquierda más que declarada, Paloma redoblaba el paso el sexenio pasado y decía: “Si nos descuidamos, nos acabarán vendiendo como mercancía”, y alzaba la voz para gritarle al sistema opresor que México no es una marca ni es mojigato, como lo pretendía aquel gobierno autoritario e ignorante, sino un pueblo que tiene muchos valores y derechos por defender.
Directora de la Feria Internacional del Libro del Zócalo y fundadora junto con Paco —con quien ha sido “prófuga de varias escuelas”, incluyendo la universidad porque cuando estaba en Letras en la UNAM, se atravesó el Movimiento estudiantil del 68— del programa Brigada para Leer en Libertad, Paloma resulta ser una molesta, fastidiosa y desagradable carne de cañón contra la siniestra sonrisa de los poderosos que son indiferentes al dolor y la pobreza, que descuidan la educación para mantener al país dormido. La distingue su amabilidad, aunque sus frases sean misiles contra la desi- gualdad; tiene una delicadeza particular para encañonar a la simulación, aventar gases lacrimógenos a las cortinas de humo, hacer explotar las cajas chinas, porque sabe cómo hacerlo. Lo ha leído y también lo ha escuchado de los miles de intelectuales invitados que se han reunido en conferencias, charlas y foros, gracias a su persistencia. Sus palabras son balas que salen de los renglones de los libros de historia y literatura, son fuente de experiencia directa con todo tipo de personalidades del medio que también luchan, armados de pies a cabeza y sobre sus teclados, para crear un México libre y con conciencia de sus derechos humanos. Puño de hierro en guante de seda, Paloma ha logrado que la Feria Internacional del Libro del Zócalo tenga miles de actividades e invitados culturales de alto nivel, tanto nacionales como internacionales, y que sea foco de debate de distintas posturas políticas, sociales y culturales; se ha colocado en todas las posiciones de combate ante las distintas posibilidades de promoción literaria. A veces, tiene que dar giros inesperados en sus propuestas porque los ataques frontales no le permiten avanzar; sabe rodear al enemigo que pretende matar la cultura en función de oscuros intereses y lo hace caer en la trampa. Por eso, Paloma sigue ahí, abriendo paso para los tianguis de libros en toda la ciudad, salvando los libros de las editoriales antes de que los guillotinen, clasificando libros y programas para que lleguen a todos los sectores de la población, entre los cuales están los policías, bomberos, enfermos y estudiantes. Su lucha es la lectura; cuida que las palabras permanezcan vivas en cada página que se lee, por lo que ha creado una historia de venta paralela al mundo editorial, tan lleno de intereses comerciales, pero su labor al frente de guerra consiste en hacer accesible la lectura a toda la gente, sin importar su condición económica, social y cultural. Para ello, ha ganado territorio en lugares emblemáticos de la ciudad, como la Alameda Central o el Zócalo capitalino, entre muchos otros, donde remata y regala libros, cuelga tendederos de poesía, organiza conferencias, alguna que otra puesta en escena, pone música y, con ello, tiene
todo listo para continuar con su plan de guerra.
Constructora de guerra
— ¿Cómo has construido la paz a través de la Brigada para Leer en Libertad? — Qué chistoso. Ahora que lo preguntas así, me da por contestar que más bien soy una constructora de guerra, pero en el buen sentido: le doy armas a la gente con el fomento a la lectura para que pueda construir su vida más ampliamente. Yo creo que una persona que lee logra ver otras cosas, sale de ese pequeño mundo en el que vivimos todos, porque, aunque estemos en la ciudad más grande del mundo, nos encerramos en un mundo pequeñito y la lectura nos permite ver otras experiencias, conocer más personas, países, lugares y situaciones; el criterio se abre y se puede enfrentar la vida de otra forma y no ser tan fácil carne de cañón. ¿Que con eso construyes la paz?, sí, sí la construyes. Es probable que en un país como éste, primero tengamos que ir a una situación no de guerra, pero sí de enfrentamiento, porque las cosas están muy feas, pero si tú le das el arma de la lectura a la gente para que conozca y viva otras experiencias y vea otros horizontes, probablemente hagamos un cambio de buena manera. — ¿La lectura despierta toda la conciencia? — Quizá lo que más te puede despertar una conciencia son las situaciones terribles que de pronto vives, pero si no tienes armas con qué procesarlas, es muy difícil saber para dónde ir, y eso es lo que te da la lectura; con esto, te hablo de una lectura súper amplia, aunque no se trata de imponer nada. Nosotros insistimos en que tiene que haber un placer en la lectura y para ello debe haber una total libertad de decir qué es lo que se quiere leer y qué no. Cada quien se va formando a sí mismo a través de la lectura de una manera muy especial y particular; entonces, no hay normas. Por ejemplo, esto del gobierno mexicano de “Lea 20 minutos”, me parece la cosa más absurda del mundo. Primero, porque ¿les estás dando libros para leer?
El noventa por ciento de la población no puede comprar libros en una librería, y, segundo, ¿les estás dando armas para decir qué es lo que quieren leer? No. Y, tercero, cualquier cosa que sea de obligación de esa manera, no funciona. — Y hasta causa rechazo — Así es. Y eso lo vemos a lo largo de toda la vida. A un niño ponle en las manos un libro y jamás lo rechazará ni se asustará. Es más, cuando no sabe leer, insiste en que se lo leas. El problema es cómo lo estropeamos. Nada más mira en las escuelas: si te portas mal, vas castigado a la biblioteca; entonces, asociarás el libro con el castigo. O en la casa, cuando ven a un niño leyendo y le dicen: “No pierdas el tiempo y ponte a estudiar”. Hay que cambiar la idea de que la lectura es aburrida y darles libertad. En las escuelas, por lo general, no la dan. Ponen unas lecturas que, aunque eran obras maestras, no tienen nada que ver con su realidad, como El mío Cid o el Quijote. Cuando yo iba a la secundaria, nos hacían leer el poema de El mío Cid en español antiguo y era una cosa espantosa. Pero fíjate que, si en vez de eso le das a los chavos un libro de ciencia ficción o de fantasía, o algo como De perfil, de José Agustín, cuando despiertan a la adolescencia, se marca una gran diferencia. — Pero al Estado no le conviene cambiar el enfoque de la enseñanza… —Así es. Para que un país progrese, es fundamental la lectura, pero al Estado no le conviene y tampoco le da importancia. Cuando ves que habrá un buen programa, más tardas en alegrarte, que el programa ya acabó. Mi marido siempre hace una distinción, que me parece muy clara y clave, entre la educación formal y la informal. La formal es la escuela y la informal es la que tiene que ver con la cultura, y ésta es la que finalmente te forma como individuo, la que verdaderamente te hace crecer. Cuando Andrés Manuel López Obrador era jefe de Gobierno, yo trabajaba como subdirectora de Literatura en la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México y ahí organizábamos talleres, conferencias para escritores y muchas cosas más, pero siempre me quedaba con la idea de que no era suficiente, pues eran muy poco masivas; entonces, se me ocurrió diseñar el programa “Para leer de boleto en el Metro”. Me tiraron de a loca, pero mi amigo Javier González Garza, entonces director del Metro, y yo, diseñamos un programa. Yo le decía: “En los vagones hay unas cosas para poder colocar los libros”, y me contestaba: “Estás loquita, en los vagones no se puede poner nada”, “Bueno, entonces en los
andenes”, “Mira, ve con los de Protección Civil y no me presentes nada hasta que no hables con ellos”. Entonces, fui con ellos y me dijeron: “Estás loca, tiene que ser en lugares donde sean fáciles las salidas. No puedes hacer que se entorpezca nada”. Total, diseñé el programa y se lo presenté a Enrique Semo, entonces secretario de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, y él me dijo que siguiera adelante. Así, en la Línea 3 pusimos una antología de cuentos cortos, de poemas, y hasta de una obra de teatro en un acto. Luego hicimos 250 mil ejemplares de una antología de relatos y la colocamos dentro de unos estantes en todas las estaciones, excepto en La Raza, porque era tan masiva que no había espacio para ello. Entonces, pasando los torniquetes de entrada, los s podían tomar un libro, leerlo durante el trayecto y devolverlo cuando se bajaran. — ¿Y no se lo llevaban? — Sí, también se lo llevaban, pero llegamos a calcular que duraban tres meses, mismos en los cuales preparábamos la siguiente antología. — ¿Y qué hacían con la que quedaba de la otra? — Obviamente, se iba acabando. Lo único que pedíamos era que nos dejaran llegar a los tres meses para poder surtir las estaciones con las siguientes antologías. Todo el mundo me dijo que estaba loca, que eso no serviría porque en México no hay una cultura de devolución, pero de todas formas lo hicimos porque, además, en ese entonces empezaba a haber más violencia dentro del Metro y el director me dijo que, en lugar de policías, mejor metiéramos más libros. Al saber eso, el secretario de Cultura se ofendió porque, según él, no le había avisado. Yo le contesté: “Perdón, pero no sólo te dije, sino que te estaba informando; pregúntale a tu secretaria todos los avances”. Desde ese momento, el programa dejó de existir para la Secretaría de Cultura, lo cual era absurdo porque además tuvo mucho impacto. Habíamos lanzado una campaña que decía: “Tómalo, o léelo y devuélvelo”. Primero empezamos con unos volantes que durante tres o cuatro horas al día repartían unos chavos del Instituto de la Juventud y que conformaban “la ola cultural”. A ese tiempo le llamamos “La hora naranja”, porque ellos se encargaban de explicar a la gente en qué consistía el programa. La gente, intrigadísima, preguntaba cuánto costaba: “No cuesta nada, tómelo”, “¿Qué tengo que dejar a cambio?”, “No tiene que dejar nada a cambio, confiamos en usted, queremos que lo lea durante el
trayecto y que después lo devuelva”. — ¿Y cuál fue el resultado final de ese programa? — Nos pasaron cosas padrísimas. El primer día llevamos como 19 mil libros porque en la Línea 3 del Metro se mueven miles de personas. El caso es que se llevaron muchos y casi no hubo devolución. Dije: “Me van a matar”. Al principio no sabíamos cómo medir qué tanto nos devolvían y qué tanto se llevaban, pero, de pronto, uno de los días estaba yo supervisando y empezaron a devolver los libros con una hoja que decía: “Devuélvelo, es de todos, deja que los demás leamos también”. Otras veces encontrábamos libros forrados para que no se fueran a estropear; era una respuesta impresionante de la gente. Una señora un día se me acercó: “¿Le puedo dar un abrazo? Le voy a decir una cosa: hace muchos años que nadie confiaba en mí, se lo agradezco”. Mira, yo casi lloraba porque de pronto me di cuenta de que no sólo era un programa de fomento a la lectura, sino que iba más allá, que tenía que ver con tratar a la gente como adulta, con confiar en ella y que pensara en que los demás también tenían derecho a leer. — ¿Se los dejaron de llevar? — A veces se los llevaban, sobre todo los viernes porque los regresaban los lunes, que era cuando teníamos una devolución muy alta. Lográbamos el setenta y dos por ciento de devolución, lo cual me parecía el triunfo más grande. El caso es que así salieron cuatro antologías al principio. — ¿Cuáles escritores estaban incluidos? — Nos interesaba que fueran mexicanos y que vivieran en la Ciudad de México, aunque a veces no todos eran mexicanos. De pronto estaba Juan Gelman o García Márquez, que llevaban años viviendo aquí. Total, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) nos dio un premio por ser el programa de fomento a la lectura más masivo y popular. Luego empezaron las entrevistas y la gente hablaba del programa. Eso no lo soportaban en la Secretaría, pero no se podían echar para atrás por lo exitoso que resultaba. El caso es que llegó Raquel Sosa, la nueva secretaria de Cultura, quien dijo: “Sí, muy bien todo, pero vamos a modificarlo” y ahí empezó el declive, porque un día que me estaban entrevistando, ella se molestó y dijo que quién era yo para una entrevista. Empezó a decir que no me dieran ninguna información. Quería
sacarme, así que yo renuncié primero. Ella decidió continuar con el programa, pero vi que en lugar de libros (que además se hacían con letra grande para que se fueran acostumbrando los no lectores) hacía folletos. Era igual a todo lo que yo había preparado, pero en un formato más pequeño y con letra chiquita, así que la gente no se daba cuenta que era el mismo programa y tiraba los libros porque creía que eran folletos. ¿Cuántas veces has visto un libro en la basura? Es bien raro. Todavía hay un respeto por el libro. Raquel Sosa, entonces, dijo: “Vamos a pedirle a la gente que lo devuelva y, si no, ya no le daremos otro a cambio”. Nosotros habíamos manejado la leyenda: “Si no lo devuelves hoy, devuélvelo mañana”. — ¿Cuál era el resultado de la leyenda de ustedes? — Que la gente nos tenía confianza y nos contaba historias. Un amigo nos platicaba que estaba en un café de terracita y que vio a un señor leyendo un libro de nuestro programa, pero que pasó de pronto una señora y le reclamó por haberlo sacado del Metro para leerlo. A Raquel Sosa se le ocurrió después poner computadoras en cada una de las estaciones para que la gente se fuera a inscribir. Por supuesto, no funcionó y se tuvo que parar el proyecto porque, además, una de las cosas que habíamos pensado para implementar “Para leer de boleto en el Metro” es la prisa de la gente que viaja en él. Tú vas al Metro y caminas al ritmo de todos los demás, que van casi corriendo. No se van a detener a ver qué onda con los libros. Tiene que ser algo en lo que no tengas que parar ni darle explicaciones a nadie, sino tomar el libro y punto. Cuando cambiaron la dirección de la Secretaría de Cultura, me pidieron que regresara y dije que sí, pero que entonces quería hacer más programas de fomento a la lectura, pues con el de “Para leer de boleto en el Metro” calculamos que cada libro había llegado a un millón y medio de personas; es decir, era la primera vez que se había hecho un fomento a la lectura tan profundamente masivo. — Y además, la gente entendió que había que regresarlo y lo hacía sin haberlo maltratado… — Nunca encontré un libro rayado o arrancadas las hojas. A veces la gente sí se quedaba con algunos ejemplares, pero no nos importaba, pues era crear
conciencia. A la fecha me he encontrado a quien dice: “Ay, perdón, pero yo los tengo todos en mi casa”. — ¿Cuáles otros programas hiciste después? — Hice “Sana, sana, leyendo una plana” para los hospitales del Gobierno de la Ciudad de México. Teníamos lecturas en voz alta una vez a la semana en las salas de espera de los hospitales. Habíamos colocado libros ahí para que la gente que esperaba entrar a consulta pudiera leer. Teníamos un libro club y también un carrito que pasaba por los cuartos y los ofrecía a los enfermos, por si ya se sentían con ánimo de leer. Funcionó muy bien. Luego nos fuimos a las quince prepas del Gobierno del Distrito Federal. Hacíamos antologías para los dieciséis mil alumnos de entonces y llevábamos mes con mes a alguno de los escritores de la empresa para que hablara y que los chavos pudieran conocerlo y discutir el texto. También hicimos talleres de literatura. Otro programa fue “Letras en Guardia”, que era para los policías, y lo iniciamos en Ciudad Netzahualcóyotl… — ¿Los policías sí leían? — ¡Hombre, no te puedes imaginar de qué manera! Un día vi que un auditorio estaba ocupado a la mitad con los policías, así, todos vestidos de azul, y la otra mitad por chavos de prepa, y te juro que las preguntas más inteligentes las hacían los policías. Muy sorprendente. Y bueno, hablando de los policías, un día estaba tranquila en mi oficina, y de pronto alcé la vista y vi a cuatro bomberos. Casi me dio el telele pensando que se estaba quemando el edificio, pero me dijeron: “No, no se preocupe, nada más vinimos a preguntarle por qué nosotros no”, “Tienen toda la razón, no tenemos presupuesto, pero quién sabe qué voy a hacer para lograrlo”, y fue cuando iniciamos el programa “Letras en llamas”. — ¿Tenían alguna forma de hacer visibles los libros? — En ese entonces teníamos el Tianguis de Libros, que es un poco lo que hacemos con las ferias itinerantes. Ahí recuperamos el programa del Libro Club que había hecho Alejandro Aura cuando era titular del Instituto de Cultura en 1998. Él lo había dejado, así que nosotros lo pusimos en marcha, pero también inventamos el Remate de Libros, que eran los libros de las editoriales ya después de que pasaran por venta, por saldo y por todo.
Libros a la guillotina
— ¿Rescataron muchos libros de las editoriales antes de ser guillotinados? — Eso, los guillotinan… — Es una tristeza… — Es una tristeza. Además, era algo que no se sabía públicamente, así que cuando me enteré, dije: “Esto no puede ser”, y fui a ver si las editoriales podían donar los libros, y resulta que tienen que pagar impuestos si hacen donaciones. — ¿Por qué? — Porque no toman al libro como un producto cultural sino como un objeto; entonces, causa impuesto si se le regala a alguien… Fíjate qué absurdo. Me dediqué ahora sí que a chantajear a las grandes editoriales, diciéndoles: “Voy a hacer público que ustedes están guillotinando libros, así que yo les pongo el lugar y les doy lo que necesiten, pero llévenmelos antes de guillotinarlos”. — ¿Dónde pusiste el Remate de Libros? — El primero fue muy chico. Eran diez editoriales nada más y fue en lo que había sido la Torre de Relaciones Exteriores en Tlatelolco. Fue un éxito como no te puedes imaginar, y entonces ya todas las demás editoriales llegaron y dijeron: “¿Y nosotros qué?”. Por eso luego hicimos remate de libros en el Auditorio Nacional, donde duramos cinco días y calculamos haber vendido novecientos mil libros. — ¿Y qué hacían con el dinero? — Las editoriales se quedaban con el dinero y yo nada más hacía la labor. Además, la Secretaría no puede vender nada. — Creía que era para distribuir o editar libros…
— Ojalá hubiera podido ser. Aunque, claro, se vendió mucho en volumen. No tenían grandes ganancias porque eran diez pesos por libro, pero en volumen daba mucho. Entonces, yo trabajaba en eso para evitar que trituraran los libros, pero ahora lo que hacen es vender los libros que están en bodega de saldo. De todas formas, van al Auditorio y están mucho más baratos que en las librerías, pero ya no como antes. Nosotros les poníamos el lugar y ellos iban con las tarimas. Ahora ponen stands y les cuesta un dineral; entonces, tienen que subir el precio de los libros. Se perdió el espíritu, aunque de todas formas encuentras libros más baratos. — Pero se le quitó el encanto… — Yo digo que sí…
Brigada para leer en libertad
— ¿Y las ferias? — Los últimos años en que estuve en la Secretaría de Cultura, además de ser coordinadora de Fomento a la Lectura, dirigí la Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México, pero, de pronto, empezamos a tener unos choques tremendos con Elena Cepeda, quien estaba al frente de la Secretaría. Vamos, parece que les molesta cuando empiezas a tener programas que funcionan. Además, empezó a correr el rumor de que a mi marido lo iban a nombrar secretario de Cultura e iba a quedar en el lugar de ella… El caso es que a la mitad de una de las ferias iba a haber una gran marcha de electricistas que llegaría al Zócalo y nos pidieron levantar las carpas. Yo quería hablar para ver cómo nos podíamos organizar, pero me dijeron que estaba loca, que había que levantar todo. Entonces, dije: “Si no queda de otra y hay que levantar las carpas, las levantamos”, pero ella contestó: “Sí, pero las volvemos a colocar tres días después”, “¿Tú sabes lo que es levantar las carpas y todo y luego volverlas a poner? ¿Crees que los invitados internacionales se puedan quedar más tiempo? Ya tenemos boletos de avión y las editoriales ya pusieron todo; es imposible pedirles que quiten todo y lo vuelvan a colocar, mejor valoremos las posibilidades”, le discutí y ella contestó: “No, tú ya estás fuera”. Me sacó de la
feria, pero no se había atrevido a sacarme de la Secretaría; sin embargo, se me hizo absurdo quedarme ahí. Ya para entonces teníamos como nueve programas de fomento a la lectura y éramos cerca de 30 personas, a quienes les dije: “Nadie se mueva. Defiendan sus programas”, pero, así como me fui, empezaron a correr a quienes estaban al frente de ellos. Entonces nos reunimos para pensar qué podíamos hacer y fue cuando se nos ocurrió hacer la Brigada para Leer en Libertad. — ¿Tenían cómo financiar el proyecto? — No teníamos ni dónde estar. Nos reuníamos en mi casa. Lo bueno era que ya teníamos muchos años de experiencia en este trabajo. Paco, no sólo como escritor, sino como promotor de la lectura, y los que habíamos trabajado en la Secretaría, teníamos una relación con gran cantidad de gente: escritores, periodistas, académicos y con el resto del Gobierno del Distrito Federal. Entonces, paradójico, trabajamos con todo el gobierno, excepto con la Secretaría de Cultura. Era una contradicción absurda. Total, para el Gobierno del Distrito Federal hicimos conferencias y ferias de libros y, al poco tiempo, nos prestaron una casa y estuvimos ahí como dos años y medio. Luego, la Fundación Rosa Luxemburgo se acercó para ofrecernos ayuda y, desde hace seis años nos dan una cantidad al año y nuestra manera de pagarles es con libros, conferencias y cursos de formación política porque es una asociación política de izquierda. Sin embargo, con todo y la ayuda no alcanzamos a cubrir todo lo que necesitamos. Ahora somos quince personas, de las cuales catorce cobramos salario. Paco no cobra nada. Y ahora, además de dedicarnos a poner carpas con el sonido adecuado, hacer las invitaciones y acomodar libreros, vamos a todas las editoriales para comprarles saldos de libros y venderlos a precios muy baratos. Esto no quiere decir que no lleves libros que acaban de salir con su precio fijo, pero que la gente que no tenga recursos para comprar ésos, tenga la posibilidad de adquirir libros a 10, 20 y 30 pesos. Cuando empezamos con los tianguis, creamos un programa muy bonito llamado Tendedero de Poesía y, como si fuera ropa tendida, colgamos poemas escritos en hojas de colores tamaño carta para que la gente se los lleve. Con eso hacemos que la gente lea poesía. Durante la última feria en el Zócalo, se llevaron como diez mil hojas. Después nos propusimos publicar libros, así que empezamos con la editorial
Para Leer en Libertad y publicamos antologías parecidas a las que hacíamos en la Secretaría, pero también sacamos libros de historia, libros de gente que llega con sus derechos de autor y nos dice: “Tengan, se los regalo y hagan con esto lo que quieran”. También apoyamos con libros a quienes quieren dar a conocer su lucha, como los maestros, electricistas, mineros, obreros… Algunos los hemos hecho nosotros y otros nos los regalan. — Es un asunto político cultural, entonces… — Por supuesto, no somos inocentes palomitas. Obviamente tiene que ver con un rollo político cultural. Ahora tenemos como ciento cincuenta y ocho títulos. Hemos sacado libros sobre el movimiento magisterial que nos piden los mismos maestros. Tenemos ahora tres títulos de veinticinco mil ejemplares: No habrá recreo, Cero en conducta y La novena ola. Hicimos también un pequeño folleto para ellos con la leyenda: “Por qué no a la Reforma Educativa” e hicimos cerca de cien mil ejemplares. Regalamos esos libros en las ferias, pero no a cualquiera, sino a quienes van a alguna conferencia o un debate. Se los damos al público que verdaderamente se interesa por los temas. — ¿Qué clase de debates organizan? — Buscamos los temas álgidos y, después de presentar las novedades de los libros, acercamos a la gente con los especialistas en los temas. Las tertulias sobre historia de México, por ejemplo, también nos han funcionado muy bien. — También hacen documentales, ¿no? — Desde hace como año y medio, se empezaron a grabar algunas cosas y ahora se graba todo si es que contamos con las condiciones necesarias y es que todo lo hacemos en lugares abiertos, excepto en las escuelas. La idea con los espacios abiertos es atrapar a la gente que va pasando casualmente por donde nos colocamos. Cuando hay internet, grabamos en vivo y, claro, de pronto se nos ha multiplicado el público de una manera brutal porque a la mejor tienes a doscientas personas escuchando una charla, pero tal vez tienes dos mil viéndola en vivo, o la ven después en Youtube quién sabe cuántas veces más. Así es como pensamos que es una manera de fomentar una conciencia política y crear la necesidad en la gente de cambiar esta realidad porque nos está llevando pifas.
La guerra de los lectores
— ¿Por qué decías que más que constructora de paz eres una constructora de guerra? — Porque le doy armas a la gente para defenderse. Era en ese sentido. Por supuesto, queremos un país en el que vivamos en paz, con igualdad, tolerancia, equidad, sin feminicidios, en fin, una serie de cosas… Entonces, creo que con nuestro granito de arena sí estamos ayudando, si no a la paz como tú le llamas, a que la gente tome conciencia de que las cosas tienen que cambiar de alguna manera. Que cambie su mentalidad, que ya no piensen, como la televisión les dice que, si no es con dinero, no existe nada. — Ustedes han demostrado que la cultura se puede fomentar sin tanto dinero… — Claro, no necesitas las grandes cosas. Nosotros hemos podido sostener nuestros programas durante siete años y medio. — ¿De esa manera es también como consiguen los espacios? — Así es. Hacemos ferias en Querétaro, Puebla, Ciudad Netzahualcóyotl, en Texcoco y en Tula. Incluso pudimos ir a Veracruz y a Acapulco porque los maestros nos mandaron dos camiones para llenarlos de libros. No podemos en toda la República, porque es una bronca llevar todos los libreros a Tijuana, por ejemplo, que es muy lejos. Además, dentro de los problemas es que tenemos una “preciosa” ley del libro que marca un precio único y yo estoy en completo desacuerdo porque, si se tienen que llevar los libros a lugares lejanos, ¿quién paga el transporte? Si los compradores van a comprar al mismo precio aquí que allá, es la pequeña librería la que tiene que absorber los gastos. En provincia hay muy pocas editoriales, entonces, ¿cómo llevas lo libreros?… A menos que sea como la Feria del Libro en Guadalajara, donde cada editorial va, le cuesta un ojo de la cara, y normalmente pierde dinero para ir, pero es por prestigio que quiere estar. Cómo hacerle para llevar a todos los que tienen que transportar libros o a los vendedores que tienen que comer y vivir de ellos. Es muy difícil. — ¿Qué tipo de problemas has tenido con funcionarios del gobierno para poder montar las ferias?
— Nosotros nos hemos movido con la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México. Ahorita está Eduardo Vázquez y se ha portado muy bien, pero antes de él estuvo Lucía García Noriega, una mujer que no definía si quería o no que se hicieran las ferias. Total, aunque en la Brigada trabajábamos más, íbamos pocos; pero yo tenía que ver cómo estaba el asunto de la licitación para poner las carpas, quiénes la habían hecho y qué tan serios eran. Se lo decía y me contestaba: “Tienes razón”, pero, cuando salía, le decía a su gente: “Nadie le dé un dato a Paloma”. Entonces terminé por decirle: “Yo soy la directora de contenidos de la feria y punto, de lo demás no me responsabilizo”. Así, en la rueda de prensa previa a la feria, la secretaria me llama y me dice: “No hay feria”. No sé qué cara pondría yo, pero los periodistas me decían: “Ay, Paloma, cuánto lo sentimos”. Estaba verdaderamente desolada porque faltaban cinco días, los boletos de avión ya estaban comprados y algunos invitados ya venían en camino. Después me enteré que lo que pasaba era que el señor Mancera no quería que usáramos el Zócalo porque, como había corrido a los maestros y estaban con acopio de víveres para damnificados de un huracán, entonces no teníamos cabida a pesar de que la Cámara de Diputados y la Caniem [Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana] ya habían dado dinero para hacer la Feria del Libro del Zócalo. La Caniem organiza a los editores para que sea posible. Dijimos: “Cómo que la van a suspender, están locos”. El Zócalo estaba rodeado de policías y ni el centro de acopio se podía poner en ningún lado, así que dijimos: “¿En lugar de libros habrá policías? Perfecto, vayamos a regalar libros a los policías”, y entonces se armó un grupo con muchos escritores y fueron a regalar los libros a los policías hasta que nos dijeron: “No, no, no… Sí pueden hacer su feria”. Empezamos con tres días de retraso, pero finalmente se hizo la feria. — Y es que cuando regalas un libro desactivas la violencia, ¿no? Pienso en las caras de los policías… — Yo creo que sí, muchísimo. — Te dan un libro y sonríes. — Así es, yo lo veía en el Metro. Como hay tan poco espacio vital, quieras o no, hay violencia. Por eso los hombres tienen oportunidad de estar toqueteando y, como no se ve, no pasa nada, pero en cambio, cuando ves que varios están
leyendo, la actitud de la gente cambia y deja de haber bronca y confrontación. A veces también hemos tenido problemas con algunas autoridades del DF que llegan a decirnos que no tenemos permiso para estar con los libros. Pasó en el tianguis de Reforma. Ya montado, llegó una patrulla que no entendió, a pesar de que le enseñamos los papeles. Y es que querían que habláramos con el secretario de Gobierno nada más para rendirle pleitesía. — ¿El trabajo con el fomento a la lectura les ha abierto también muchas puertas? — Hemos tenido una suerte impresionante porque siempre tuvimos una casa que nos prestaron. Primero, la que nos prestaron durante tres años y medio, y luego, la que nos prestaron otros tres años y medio. Ahora nos acabamos de cambiar y ya pagamos seis meses para que nos bajaran el precio. Hemos logrado un balance, pero, si te dijera qué nos hace falta, sería que la Fundación Rosa Luxemburgo nos diera un dinero fijo para poder subir un poco los salarios de los chavos que, además, son jóvenes que están empezando y, si no los ayudas con algo de dinero, no pueden salir adelante. Hemos logrado un equilibrio en las necesidades dentro del mismo movimiento y la gente que nos va pidiendo ferias. Por ejemplo, han venido de Tula, Querétaro, Puebla y Azcapotzalco a pedirnos ferias. En Texcoco llevamos cinco ferias, en Neza, como siete, en Tlalpan ya llevamos varios años, así que ya son cosas que están programadas previamente. En Ciudad Universitaria tenemos dos o tres al año. En los planteles de la UAM [Universidad Autónoma Metropolitana], también… En muchos lugares.
La lectura como movimiento de resistencia pacífica
— ¿Lo que ustedes hacen es un movimiento de resistencia pacífica? — Por supuesto que sí, porque en ningún momento pretendemos que tomen las armas, pero la idea es darles herramientas para que se defiendan. — Ahí es donde está la batalla a liberar.
— Así es. Por ejemplo, aquí está Rafael Ramírez Heredia, Juan Domingo Argüeyes, Fabrizio Mejía Madrid, Francisco Pérez Alce, Beatriz Alce, Leo Eduardo Mendoza, Verónica Ortiz, Felipe Galván, Juan Tovar, Arturo Trejo Villafuerte, Josefina Estrada, Gabriel García Márquez, Dolores Castro, sca Gargallo, Rubén Bonifaz Nuño, Estela Leñero, Mario Bellatin, Margo Glantz, Alejandro Aura, Rosa Beltrán, o sea, la verdad es que tenemos muy buenos autores. — ¿Y toman los cuentos que ya están publicados? — Sí, pero tienes que hablar con los autores. En general, no hemos tenido bronca con las editoriales porque lo que hacemos es tomar un cuento de un libro y eso no estropea la venta de ellos, sino, al revés, siempre decimos que algún texto está tomado de tal libro, etc. Con la única editorial que no hemos podido porque no hay manera, es con Era. — Pero ahorita vi que tienes La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Ella lo publicó en Era, ¿no? — Sí, pero ya no tiene los derechos Era, y además lo que hacemos es hablar con los autores y, cuando te dan chance, les pedimos que avisen en las editoriales que los vamos a publicar para regalar. Además, yo creo que, al final de cuentas, si a alguien le interesó ver el cuento aquí, va a ir a buscar el libro. — Claro, es promoción para el autor y para la editorial. — Lo que pasa es que, aunque somos muy cuates, Marcelo Uribe, de editorial Era, no entiende que regalemos libros. Mira, por ejemplo, quisimos que nos dieran un cuento de Pepe Revueltas (porque ellos tienen derechos de autor) y no quisieron. Entonces tuvimos que hacer un libro de Revueltas de la Brigada pero con textos que escribieron Musachio y Fabrizio Mejía Madrid, Francisco González y Saúl Escobar… — Pero, aún con todos estos problemas, han logrado formar una comunidad… — Así es y, mira, otra de las cosas que hemos hecho es pedir donaciones de libros para hacer bibliotecas comunitarias en lugares donde no tienen nada. Eso sí lo hemos logrado hacer por toda la República mexicana. Lo único que les pedimos es que ellos vengan a recogerlas porque no tenemos la manera de transportarlas. Hemos dado bibliotecas de quinientos libros y también de cuatro
mil libros. Para ello, tenemos que clasificar los libros porque no es lo mismo hacer una donación para una escuela o para una universidad que para una comunidad perdida en Puebla o una comunidad urbana. La mayoría de las escuelas primarias, por ejemplo, no tienen un solo libro y, para ellas, la gente está donando enciclopedias porque ahorita ya todo mundo consulta por internet, pero para niños de esas comunidades es como si llevaras oro. Calculo que hemos hecho como unas setenta bibliotecas. — ¿Y cómo le hacen con el analfabetismo? ¿Ustedes hacen programas para combatirlo? — No creas que el índice de analfabetismo es tan alto. El problema son los analfabetas funcionales, o sea, que te saben leer el letrerito, pero no leen un libro. Para eso trabajan muy bien las bibliotecas; entonces, lo que siempre pedimos para eso es que alguien se haga responsable al recibir las bibliotecas y promueva la lectura a través de ellas.
EL ESTRATEGA
Pietro Ameglio
“No hay empresa más difícil que criar un hijo y más con valores de justicia y de paz”, dice Pietro Ameglio al saber que soy madre de familia y que busco el tema de la paz precisamente porque me preocupa el futuro de mis hijos. — El problema es la seguridad, Pietro. Da miedo exponerlos en esta época. — En cuanto a la seguridad, la pregunta no es hasta dónde puedo cuidar más a mi hijo, sino hasta dónde lo puedo empujar más… Parece una tontería anecdótica, pero es una mirada sobre la radicalidad de la defensa de algo para saber hasta dónde luchar lo más adelante posible sin poner en riesgo el cuerpo, la vida… Claro, estoy frente al hombre que, inspirado por la filosofía de Gandhi, ha buscado la forma de cambiar la llamada “paz armada” por un modelo de “paz con justicia”, y cuya incesante trayectoria como estratega y articulador de movimientos pacíficos, con acciones no violentas, lo llevó a tener el Premio Educación por la Paz 2014, por parte de la Fundación El-Hibri. Es reconocido como maestro de historia contemporánea y autor del libro Gandhi y la desobediencia civil. México hoy, publicado por Plaza y Valdés en 2002. Sus alumnos, lo interceptan en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde da clases de Educación por la Paz y la No Violencia en la Licenciatura de Desarrollo y Gestión Intercultural, y lo saludan, le comentan, preguntan, pero siempre con mucho respeto; lo siguen a todas luces en su política de no-cooperación y en todas las formas materiales y morales que él propone para que el adversario capitalista termine por abandonar sus planes injustos en contra del pueblo. Pietro Ameglio habla sin prisa, pero sin pausa. Será que su mente no cesa de tejer tantas ideas que sus respuestas crean puntos de cruz y, con ello, ofrecen
varios caminos a recorrer y analizar, aunque en realidad no importa el rumbo que se decida, pues, al final, siempre se llegará a otro punto donde invariablemente converge el tema de la resistencia pacífica como única vía de solución a todo tipo de conflictos. En su libro, explica que la Satyagraha o “resistencia pasiva” es un método que defiende los derechos a través del sacrifi- cio o sufrimiento, pero sin caer en una “extática de mesianismo o martirologio colectivo”, pero cuyo objetivo es llegar al grado máximo de la desobediencia civil como una forma no violenta de protesta social que obtiene resultados sin derramar una sola gota de sangre. Algo parecido es lo que decía Shihan Morihei Ueshiba, creador del Aikido o “arte de la paz”: “Desar- mad el espíritu agresivo de tu oponente y se rendirá de manera natural sin lastimarse”. Su experiencia lo llevó a fundar colectivamente Servicio de Paz y Justicia México (Serpaj), como una extensión del movimiento latinoamericano que promueve la cultura de paz y en el que participan 12 países. Serpaj fue impulsado por cristianos y ecuménicos y es reconocido como una entidad consultiva ante organizaciones como la UNESCO y el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (Ecosoc), además de que obtuvo el premio UNESCO de Educación por la Paz en 1987. Así, Pietro ha trabajado en acciones no violentas contra la militarización y la represión ejercida sobre los pueblos indígenas, principalmente, e impulsa en ellos la forma de crear una autonomía con pleno uso de sus derechos humanos. En numerosos artículos escritos por él, en entrevistas y espacios de reflexión como Rompeviento y Desinformémonos, ha refle- xionado en torno a los presos políticos, los periodistas, las mujeres y los estudiantes desaparecidos, torturados y asesinados, sobre la violencia en general y sus mecanismos perversos.
Reflexión y cuerpo
— ¿Cómo actuar aún ante la terrible inseguridad que sufrimos en México, Pietro?
— La variable de la seguridad, combinada con la de la rebeldía de la indignación, es difícil para la gente de lucha social por la paz, pues hay una determinación moral que muchas veces oscurece la reflexión sobre el principio de seguridad del cuerpo, y eso lo vemos con tantas victimizaciones de activistas sociales, defensores de derechos humanos y periodistas en México que, aunque es una frase fuerte, son fáciles de matar; los matan al mediodía, al lado de su coche, en la puerta de su casa. Entonces, tú preguntarás por qué el grado de seguridad es tan bajo en gente que es tremendamente avezada, valiente y confrontativa en positivo… Bajo esa mirada, no se trata de responsabilizar al gobierno y al Estado, pues la seguridad también tiene que ver con redes que uno construye, con formas ciudadanas, solidarias, de organizaciones propias y familiares. — ¿Hace falta una cultura de seguridad en general? — Estamos mucho más indefensos en el tema de la seguridad que en el tema de la confrontación y la resistencia hacia el poder y la autoridad. Es un principio de realidad objetivo- empírico de ver cuánta gente muere con bastante indefensión hacia el atacante, o sea, ni siquiera con la posibilidad de correr, que sería un grado de seguridad. A Miriam Rodríguez, por ejemplo, la mataron cuando abría la puerta de su casa; a Miroslava Breach, cuando estaba subiendo al coche en su casa, y a Javier Valdez, cuando iba al estacionamiento, todo a plena luz del día. Entonces, eso no es un asunto de culpa o negatividad, sino de reflexión. La reflexión es la primera arma de la paz y la no violencia, y luego el cuerpo. Reflexión y cuerpo son las primeras dos armas. Uno tiene que preguntarse por qué es tan fácil asesinar con gran impunidad a gente tan comprometida, radical y positiva para la sociedad… Quizá la relación entre la capacidad de confrontar al poder y la injusticia, y la de defender el propio cuerpo, no está en igual equilibrio. — ¿Esa falta de equilibrio es una debilidad de los movimientos? — Yo le llamaría una indefensión que como sociedad civil, redes, grupos y fuerzas internacionales tenemos en los temas de derechos humanos, de la construcción de paz y de la resistencia civil ante la violencia, el poder y la impunidad del poder que sí tiene especialistas en formas de represión y exterminio muy planeadas, sofisticadas y articuladas.
La lucha por la paz no promueve el martirio, es algo que aprendí de los activistas de Argentina, Chile y Uruguay contra las dictaduras del Cono Sur en los años setenta. En Chile, por ejemplo, tenías un tiempo muy preciso para ciertas acciones y, si te pasabas de un minuto, las fuerzas policia- les te podían tomar y desaparecer; no se podía jugar con los tiempos ni subvalorar al adversario de su capacidad de ataque. No queríamos mártires ni gente apresada, herida, torturada ni muerta. A veces existe la idea mesiánica de dar la vida por un ideal, cosa que suscribo totalmente, pero eso no quiere decir bajar la guardia sobre todas las potencialidades de la violencia que a uno le rodea. Ahora, el objetivo no es dar la vida, sino cuidar la vida propia y la de otros. — ¿Entonces hay un malentendido sobre cómo enfrentar la violencia? — No es un malentendido, pero hay una cultura de lo heroico que, a veces imperceptiblemente, nulifica la defensa en la reflexión. Las cosas tienen que guardar una medida con el cuidado del propio cuerpo y la identidad de la vida, lo que no significa que en momentos de lucha uno no se encuentre en situaciones de frontera de la vida, pero no es porque uno lo busca, sino porque se calcula mal el principio de realidad o el adversario cambia hacia una estrategia más violenta sin posibilidad de conocer antes lo que va a pasar; es decir, hay muchos imponderables, pero no porque uno los provoca.
Espiral de violencia
— ¿Qué opinas sobre la espiral de violencia cada vez más creciente en México? — Ése es otro tema en la construcción de paz, y a veces tiene que ver con no provocarla. Creo que quienes se han destacado por no provocar una espiral de violencia en México han sido los zapatistas porque, aunque conforman un ejército o un pueblo en autodefensa con armas, no han caído en la provocación. — De acuerdo con un movimiento de resistencia pacífica, ¿cómo revertir toda esta espiral de violencia? ¿Cuáles son las estrategias y tácticas que se están buscando sin el uso de las armas?
— Bueno, armas siempre se usan en todo. Prefiero hablar de resistencia no violenta porque “pacífico” a veces se confunde con “pacifista” en el sentido de “pasivo”. Como el padre Donald Hessler, creo que la no violencia es la más violenta de las violencias, pero usa armas que crean una violencia moral en contra de la violencia material del adversario. No se trata de destruirlo, sino de que tome conciencia y cambie. Gandhi decía que no podemos esperar 30 años a que el adversario se humanice y cambie, entonces hay que aplicar la acción directa, pero sin que se active la espiral de la guerra, sino más bien detenerla, como el caso de la tregua de 25 años que logró mantener el zapatismo con procesos de encuentro, negociación y diálogo… Eso es muy difícil en el arte de la guerra y en el arte de la resistencia civil, pero, por suerte, hay experiencias tan acabadas como ésa y la de los pueblos indígenas en México. No es que haya recetas, pero sí se tiene que partir de un buen principio de realidad, saber dónde se está luchando y conocer las identidades que se enfrentan. Muchas veces luchamos solos, como mirando nuestro propio ombligo, y nos olvidamos del adversario. Por eso, las estrategias o tácticas a operar deben tener una profunda relación con las del adversario. Existe una relación de medición, como si tuviéramos unos termómetros entrecruzados; en ese sentido, hay que saber las situaciones que pueden polarizar determinaciones más violentas y agudizar la espiral de la guerra. Por ejemplo, las autodefensas en Michoacán, movimiento tremendamente importante y valioso (desde el doctor Mireles, que es una gran alegría que haya salido libre porque esa canallada de haberlo encarcelado y sembrado armas y droga, no tiene nombre), comenzaron con una enorme determinación moral, material y con mucho valor, pero se engancharon en la espiral de la guerra, en perseguir de aquí y allá con el deseo de limpiar el territorio, pero en realidad aumentaron la guerra porque llegaron los Templarios como si estuvieran arrepentidos. Ésa fue la gran diferencia con el zapatismo que, aunque sí tuvo una guerra de poder con armas, no reprodujo la espiral de la guerra, sino que paró con la tregua y no ha caído en provocaciones. Ciertos niveles de violencia nacen de la ignorancia, no de la maldad; entonces, no sabemos cómo detener tanta violencia sin usar alguna forma de violencia equivalente, incluso armada, como en el caso zapatista, pero es para detenerla, no para contra atacar. — ¿Para desarticularla?
— Ojalá. No se ha logrado porque los militares y paramilitares están ahí. No han regredido, pero no han podido atacar como lo hacían antes. — Entonces, ¿hemos avanzado un paso? — Es un paso más de construcción de paz, pero lo interesante es que al programa “constructivo” que llamaba Gandhi, los zapatistas le llaman “autonomía”, y tiene que ver con relaciones sociales en la educación, la salud, el buen gobierno, la producción, las asambleas, las decisiones comunitarias que son de una cultura no violenta. Sin embargo, en la parte de la defensa y la seguridad no han bajado la guardia en el tema de las armas, pero no hay que verlas como un fetiche, no hay que quedarse en las armas, sino en el hecho de que no sabemos todavía, como especie humana, detener tanta violencia sin usar una forma equivalente que no agudice la espiral. — ¿La invisibilidad que les da sus capuchas les ayuda? — Bueno, en realidad no es invisibilidad porque ahí está su cuerpo. Lo único que no se verá es el labio y la nariz. Yo les veo los ojos, quizás el cachete. Conservan su identidad: son indígenas, tzeltales, tzotziles, tojolabales, comunitarios que viven ahí, que están ahí, que trabajan, que están en las clínicas de la salud, en las juntas de buen gobierno. Tú me podrías decir que faltan los agujeros de la nariz, el bigote, detalles, pero están ahí. Ellos dicen: “Usamos las armas para que sean inútiles, usamos el pasamontaña para que nos vean”. Es un simbolismo. — ¿Es entonces una visibilización del movimiento como tal? — Es una visibilización más que invisibilización, aunque parezca una paradoja. La construcción de la paz está llena de paradojas. Te hablo de un pueblo en autodefensa con armas, una experiencia de mayor territorio y gente de paz y no violencia a nivel mundial, pero es un ejército con armas. Es una gran paradoja porque justamente usan armas para dejar de usarlas, usan pasamontañas para que los vean. — ¿Y a eso se le puede llamar una construcción de paz? — Yo creo que hay que hablar primero de justicia que de paz y mucho más en México. Paz es el primer eje de gobierno de Peña Nieto con su lema “México en paz”, que salió el 1 de diciembre de 2012. Con ello dice: “Ya estamos en paz”,
pero es la cosa más falsa porque estamos en guerra. Para mí, la paz es fruto de la justicia, no al revés. Si no hay condiciones mínimas de igualdad, dignidad, verdad y justicia, la paz se vuelve un encubrimiento desde el poder. Paz es una palabra tan abstracta que la usan muchos grupos para esconder su complicidad con relaciones de explotación y represión. Hablan de paz para sembrar el olvido y la desmemoria. Entonces, hay que tener claro que el que trabaja en la construcción de justicia y, si quieres, también de paz, tiene que acostumbrarse a vivir entre paradojas o contradicciones. Tú, como madre, tendrás una tonelada; yo, como padre, ni te digo, sobre todo criando a un adolescente. Fíjate, en 2014 me tocó estar en Washington por un reconocimiento de paz y, en la pequeña charla que ofrecí, dije la mayor paradoja de mi vida porque llevo 25 años construyendo, aprendiendo y educando a gente joven y no tan joven en la “desobediencia debida a toda orden inhumana” (Juan Carlos Marín), y justo quisiera que mi hijo me obedeciera una vez al día. El mayor desafío de la especie humana es criar un hijo y, justamente, el que trabaja en estos terrenos tiene que acostumbrarse a enfrentar las paradojas. En eso me ayudó mucho Gandhi desde que leí su idea de coherencia. Él decía: “Si digo una cosa hoy y es diferente a la que dije la semana pasada, tomen en cuenta lo que dije hoy y olvídense de lo que dije la semana pasada”. — ¿Eso quiere decir que las condiciones cambian? — Gandhi cambió también; la verdad, cambia. Gandhi hablaba de verdad con “v” minúscula, porque con “V” mayúscula, es Dios. Decía que Dios es la Verdad. Ser coherente no es pensar igual toda la vida, sino que hay que tener flexibilidad, pero no una flexibilidad del relativismo moderno (que ha hecho tanto daño a la humanidad), sino una coherencia con el principio de realidad que duele, que es dura, que es fuerte, que exige mover y cambiar, pero no para dar el avión, sino para ser más radical en el sentido de Marx: ir a la raíz, aunque la raíz que descubra hoy en su profundidad pueda ser mayor que la que haya descubierto la semana pasada. Paradójico, ¿no? Cambiar sin ser relativo. Ésos son los desafíos epistémicos en esto y más en un terreno de resistencia civil, en la calle, en las movilizaciones de masas, donde está la vida de las personas en medio y donde uno se pone atrás de los que meten más el cuerpo y luchan más, que son nuestros maestros. De hecho, hoy en día los principales constructores y constructoras de paz son los familiares de los desaparecidos que están buscando en las fosas y en
todos lados. Hacen lo que el Estado no hace. Decidieron romper con la cooperación obediente como decía Gandhi, y eso justo es lo que deberíamos hacer todos. Otras grandes constructoras son las comunidades, que defienden sus recursos territoriales, naturales y su cultura; también los defensores de los derechos humanos, los periodistas y las autoridades políticas que tratan de ejercer alguna forma comunitaria y democrática. Prácticamente, dos o tres veces al mes asesinan a alguien que estuvo en algún puesto político. Es muy grave ese nivel de violencia de exterminio selectivo que cada vez crece más en México. — Yo siento que la espiral de violencia va demasiado veloz con respecto al movimiento por la paz en sus distintas vertientes… ¿Crees que algún constructor de paz pueda entender desde su lugar las mismas estrategias de guerra del Estado para saber cómo combatirlas desde la paz o la no violencia? ¿Existen las reflexiones para revertir esta espiral de violencia? — Conocer las estrategias de la guerra tiene que ver con el tema de la indefensión ante la amenaza, el exterminio, la muerte, el desplazamiento, la tortura, la cárcel y el proceso de victimización de la violencia desde el poder. Quizás hay una tendencia a bajar la guardia o un desconocimiento o falta de reflexión colectiva entre grupos o redes para tener más claridad de las etapas que se viven, de ciertos patrones o de los principios de realidad de muchos cuerpos que están en la frontera, en exterminio o en el desplazamiento de la agresión muy directa y grave. En ese sentido, es verdad que falta saber más sobre las claves y tácticas de la estrategia de la guerra, sobre todo la que ya se ha instalado en el país, que es el exterminio selectivo hacia activistas de derechos humanos, de defensa territorial, de familiares que buscan a sus desaparecidos o justicia para sus muertos, hacia periodistas o autoridades políticas de cierto nivel, escala y honestidad. No conocemos suficientemente la mirada del poder, del victimario y de los tiempos que se están acelerando por la magnitud de la elección de 2018, así como lo que se jugó en las elecciones del Estado de México como control del territorio del delito. El puesto político es un puente, un medio para controlar el terri- torio y lo delictivo. La perfecta simbiosis entre la clase política y el grupo delictivo y la clase empresarial, en mucho y parte de la sociedad civil y de las fuerzas armadas en la región, es total y transparente. Se está jugando mucho para tres o seis años. Por eso hay un aumento de la violencia que genera no miedo, sino terror, parálisis. Hay una vuelta de tuerca muy grave y fuerte en la situación mexicana, y quizás estamos tardando en generar las formas de defensión con
urgencia. — En ese sentido, ¿cómo retomar el aspecto de la justicia si las leyes también las tienen tomadas ellos y las manipulan a su favor? Tú vas y demandas o denuncias y te va peor, te matan por eso… — Ése es un tema clave en la construcción de paz y en la resistencia civil. Insisto que, para mí, no hay una lucha por la paz ni por la justicia. Si preguntas a los grupos por qué luchan, te dirán que por la verdad, la justicia, y te agregarán que también por la memoria, pero, en realidad, no he escuchado a quien diga que lucha por la paz; por eso creo que es un error hablar de paz. Primero hay que hablar de justicia porque hasta que no la haya, no se puede hablar de paz. Si no tienes claro eso, estás imperceptiblemente encubriendo lo que quiere el gobierno, la lucha por la paz y no por la justicia. Eso es lo que una persona que lucha por la justicia, desde el ángulo de la resistencia civil no violenta (y armada también), se tiene que plantear y, al mismo tiempo, cuestionarse cómo va a criar a su hijo o cultivar su relación de pareja o relación intrafamiliar.
Legalidad y justicia
— ¿Me puedes hablar de la justicia? — No es lo mismo justicia que legalidad. Si una persona no se da cuenta de esto, no puede luchar, no puede enfrentar la inhumanidad y el poder porque éste juega todo el tiempo con el encubrimiento de la justicia a partir de la legalidad que él controla con los aparatos legislativos judiciales, ejecutivos, militares y policiales; tiene todo el monopolio de la legalidad por las buenas o las malas, por lo formal o lo oscurito. Entonces, la ley, que es de las cosas más importantes en la construcción de la lucha social desde Gandhi y Mandela hasta el zapatismo y todo lo que hay en medio, es una construcción de una clase política y de un grupo de interés social para defender sus privilegios. Ahora, el problema es que la ley entra en el imaginario colectivo y en la construcción social con un carácter sagrado por encima de todo y, entonces, cuando alguien dice “en el nombre de la ley” o muestra la firma de un permiso,
nadie se preocupa de que esa firma se logró comprando permisos en las oficinas de gobierno para expropiar un río para una minera canadiense. La gente ve el papel y lo firma porque hay una construcción mágico religiosa alrededor de la ley, una especie de fetichismo, y el que se opone a eso va contra la ley, crea caos social y por lo tanto tiene que ser reprimido. Entonces, si tú bloqueas tu mina para que no entre el ejército y lo expropie para una minera canadiense que no te ha pedido permiso, el que está contra la ley eres tú porque ellos traen un papel firmado por un funcionario corrupto. Y es que ellos tienen un poder material y una completa decisión de matar y reprimir si de un gran negocio se trata. La pregunta, entonces, es: ¿cómo luchar sin aumentar la espiral de la guerra y sin que haya muertos? Cuando uno forma gente para construir justicia con paz o quiere trabajar en eso, tiene que reflexionar, como un punto central epistémico, algo más complejo sobre qué es la ley y cómo la ley es, para el poder y los grupos empresariales asociados, un instrumento muchas veces más poderoso que una tanqueta que sirve para despojar, expropiar y reprimir. Y es que la gente asocia ley con legitimidad. En la construcción de la paz, la verdad y la justicia dan legitimidad, pero sólo si es una justicia desde el interés colectivo, no desde el grupo de poder que quiere utilizarla para aumentar su poder, su economía, un territorio o a una persona. — En ese sentido, la palabra “¡justicia!” que se grita en las marchas, ¿es correcta?; pues también el poder la puede usar a su favor y beneficio, así como pasa con la palabra “paz”. — Hay dos ideas de justicia totalmente diferentes. Mientras que una idea busca reinsertar a la persona en el tejido comunitario para educarlo, la otra busca encerrarlo, excluirlo y castigarlo corporalmente. La idea de justicia de la policía comunitaria de Guerrero o la del zapatismo, por ejemplo, se refiere a corregir un error, no a castigo y encierro. Entonces, las palabras “justicia”, “paz” o “violencia”, sueltas, no ayudan a entender los fenómenos sociales porque son grandes conceptos vaciados de contenido. Por eso, hablar de paz sin hablar de justicia, no ayuda; pero también hablar de justicia sin entender que no se refiere a legalidad, tampoco ayuda. A pesar de ser un abogado tremendamente cumplidor de la ley, Gandhi decía: “Primero la conciencia y luego la ley”. Ésa es la desobediencia civil: poner por delante la conciencia y no la ley de la legalidad, que muchas veces va en contra de la conciencia. Hace 60 años tú no votabas y
era legal, hace cien años era legal tener esclavos en América Latina. La sociedad no tiene la imagen de cómo la ley cambia; cree que la ley es estática, que siempre ha sido igual y que así será. — En su correspondencia con Gandhi, Tolstoi decía que el principio del amor y el Estado no se llevan porque el Estado siempre va a reprimir con las armas, con la fuerza y con el castigo, y el amor es completamente diferente. Yo entiendo que Gandhi retoma esta idea, pero cambia la palabra “amor” por la palabra “justicia”. ¿Consideras que la justicia tiene que ver con el amor? — Totalmente: el amor entendido en la incorporación y dig- nificación del otro en mi propia identidad; el amor entendido como compasión, como otredad, como encuentro. Jean Piaget y Juan Carlos Marín decían: “Cooperación: trabajo entre iguales con el otro”. En ese sentido, la cooperación o la operación más grande con el otro es la justicia; es decir, recibe lo que es correcto en esa relación de principio de igualación, así que, en lugar de expulsarlo del entramado social, lo ayuda a reincorporarse. Es una idea opuesta a la que se maneja en el sentido distributivo del castigo en la cultura occidental y oriental, en que la justicia está asociada muchas veces al grado de expiación corporal, que es un tema muy importante con los hijos y los estudiantes: no hay castigo si no hay encierro, si no hay dolor, porque el castigo está asociado con lo que se llama “aprendizaje”. En la medida en que hay más dolor, se aprende más y se corrige más; principio totalmente inhumano y opuesto a la cultura de paz, que termina por ser minoritaria porque todo el orden social opera justamente sobre una idea de justicia castigadora, represora y que ataca al cuerpo. — ¿Se tendría que cambiar toda esa idea desde ahí? — Claro, ésa es la base y es en eso donde el orden social no capitalista trabaja mucho, como en las culturas indígenas y negras, en los pueblos comunitarios, donde buscan reincorporar una relación social que llaman “reeducativa”, porque no están de acuerdo con encerrar y excluir. — En su libro El reflejo de lo oscuro, Javier Sicilia plantea, desde mi punto de vista, que el sentido de la justicia significa ir hacia dentro para entender el origen de la acción, porque sólo desde ahí hay una transformación real. — La idea de justicia en la policía comunitaria de Guerrero, del zapatismo y de Gandhi, por ejemplo, no es psicologista, introspectiva o intimista, aunque nadie
niega la parte individual, pero la gran sanación es colectiva, comunitaria. — Pero tienen que partir de una observación personal que necesariamente es individual, ¿no? — Por supuesto, es una interacción, pero hay una tendencia de una espiritualidad de encierro que cree que es un proceso individualista, y no. Creo profundamente que es la comunidad la que sana su relación interpersonal, interfamiliar, intercomunitaria. Para mí esto es de gran valor en la construcción de paz y en la construcción de las resistencias, porque es construir comunidad entre iguales. — ¿Cómo se construye comunidad? — No puede haber comunidad sin el principio de igualación, que implica creer que el otro tiene algo que yo no sé, y que yo tengo algo que él no sabe y necesitamos esos dos “algos” en un plano de igualdad. Es una de las cosas más complejas en la pareja, en la familia, en las clases, en el trabajo y en la lucha social. Piotr Kropotkin llamó “respeto mutuo” a los valores que no transmiten verdades, sino preguntas y problemas, y se trata de enfrentarlos juntos. La epistemología de la justicia con paz, para mí, es trabajar por problemas y preguntas, y no tanto en una forma de obediencia de los otros hacia mis verdades, como trabaja mucha gente que es incluso constructora de paz.
Riesgos en el trabajo de construcción de justicia y de paz
— ¿Cómo tener la certeza de que se está trabajando por la justicia? — Lo importante es centrar la mirada en la cultura que se reproduce: si es de obediencia y castigo, aunque sea en nombre de grandes valores de justicia, en realidad no se está logrando un cambio social, sino fomentando un tipo de catecismo axiológico positivo. Pero, en muchos sentidos, a veces puede dar lo mismo, en parte, obedecer a Gandhi ciegamente que obedecer a Hitler ciegamente. Es la cultura de la obediencia la que hay que atacar, y mira que esto es fuerte porque te estoy hablando tanto de un santo como de un ser demasiado inhumano. Sin embargo, lo que he aprendido es que uno pone la mirada en la
cultura que reproduce, no en las palabras ni en el empirismo lógico del discurso, porque atrás de éste, y de los grandes valores y protestas, puede haber una cultura de obediencia y castigo, igual a la que se le critica al poder. Por eso hay que tener mucho cuidado en ello; por eso es tan difícil educar a un hijo o hija y estar en un movimiento social. En eso yo me apoyo mucho en Jean Piaget y Juan Carlos Marín. La identidad moral de las personas se ve por sus acciones, no por sus discursos, no por sus palabras, y en la cultura de paz muchas veces hay una ideologización y un tema discursivo que puede ser de una enorme obediencia ciega a la autoridad. — ¿Crees que a los movimientos sociales en México y todos los grupos y los subgrupos les falta integración y sentido de comunidad? — A todos nos falta. La idea zapatista de “mandar obedeciendo” nos ha ayudado en ese sentido, porque ahí no hay una obediencia ciega a la autoridad, sino que es la comunidad la que ordena a la autoridad y, si no cumple, la saca. Gandhi decía que nosotros creemos que la autoridad está ahí por sus méritos, pero no: está porque nosotros delegamos un poder y, en el momento en el que no cumple, se le quita. Le llamaba “la no cooperación”, que es un grado muy alto de lucha social, anterior a la desobediencia civil. Eso es justo lo que deberíamos tener en México. — ¿Es un principio que retomó Gene Sharp? — Es un principio gandhiano. La virtud de Gene Sharp es, más bien, sistematizar formas de lucha a nivel mundial y tratar de conceptualizarlas, pero el gran peligro es tomar mecánicamente y al pie de la letra esas recetas y acciones. No se toman como una conceptualización para reflexionar en la propia realidad, y eso es terrible. He visto grupos que han usado lo de Gene Sharp para destruir la resistencia no violenta del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y en parte lo han logrado. Ésa ha sido una de mis grandes confrontaciones con el movimiento. En aras de traer la cultura de la no violencia, tomaron los videos y manuales de Sharp y destruyeron la capacidad de reflexión autónoma y de principio de realidad mexicano; entonces se paralizó totalmente la radicalidad no violenta del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Tres años después, vi lo mismo en el Movimiento 132 a través de mis alumnos de la universidad y me puse furioso. Incluso, le escribieron a Gene Sharp y le pidieron que viniera a dar un taller de recetas, a lo que él contestó: “No puedo porque es otra realidad y no la conozco”. Les dio una cachetada con guante
blanco… Genial. — En su libro De la dictadura a la democracia, Gene Sharp dice que, para derrocar dictaduras, hay que aprender a ver dónde están las fortalezas y debilidades tanto de la sociedad civil como del Estado, y también dónde están las articulaciones y los pilares en las que éste se sostiene. Eso me parece muy interesante para cualquier cultura… — Se refiere a los países bálticos. Aquí no cabe porque no hay una dictadura. Yo viví una dictadura en Uruguay, por eso afirmo que en México no la hay. Claro, Mario Vargas Llosa dice que es una dictadura perfecta, pero hay que saber usar los conceptos. No hay una dictadura, pero sí hay un exterminio selectivo. Los pilares de los que habla Sharp son como si viéramos la realidad desde un avión a tres mil metros con muchas nubes de por medio que impiden distinguir bien. El problema de Sharp, y no de sus libros que son tremendamente importantes, pues él es un gran intelectual, es el uso que se hace para penetrar la resistencia y encapsularla, disciplinarla, hacerla rutinaria y mecánica; eso anula la capacidad de reflexión del principio de realidad.
Fuerzas y debilidades
— Los movimientos de resistencia pacífica que están subdivididos, están muy debilitados por lo mismo, ¿no? — Pero hay fortalezas individuales. — ¿Y cómo se puede hacer para que se integren? porque el Estado y el crimen organizado sí que están organizados… — Esos están mucho más organizados que nosotros, es un buen dato. — Cuando dices “poner el cuerpo”, ¿te refieres a un cuerpo consciente? Porque si yo, como cuerpo, voy a combatir al adversario, tengo que entrenarme para estar articulado, coordinar bien los movimientos, emplear la fuerza y la velocidad que se requiera en cada momento y desarrollar un poder de
observación agudo. Si lo extrapolamos a los movimientos sociales, tendría que suceder algo así para que realmente fueran movimientos fuertes, ¿no?, considerando que se combate contra un monstruo de mil cabezas entrenado para ejercer la violencia en toda su dimensión… — Sí, pero la toma de conciencia de tu cuerpo, como diría Norberto Elias, es un entramado de relaciones sociales que te atraviesan, que te han construido como la identidad que tienes, y también es un entramado de relaciones sociales de violencia, de guerra. La sociedad mexicana está dentro de tu cuerpo; entonces, se necesita un autoconocimiento para convertirlo, como diría Juan Carlos Marín, en un arma moral con reflexión y capacidad de enfrentar al poder. Ésa es la tarea de convertir tu cuerpo en un arma no violenta de resistencia civil, pero junto con el cuerpo de otros. Tú no puedes tomar conciencia de las relaciones que atraviesan tu cuerpo de violencia, de guerra y también de paz y de construcción humana sin los otros, así como los otros no pueden sin ti. Es una permanente dialéctica. — Pero la idea es formar un gran cuerpo, ¿no? — Eso tiene que ver con las organizaciones, la lucha social, las alianzas y que estamos divididos. Ése es uno de los grandes problemas de nuestra realidad. El Congreso Nacional Indígena y algunas organizaciones cercanas han hecho un enorme esfuerzo para unirse, de aquí al 2018, para articular las resistencias y las discusiones de justicia. También hay otros esfuerzos de redes e incluso de movimientos electorales en América Latina, en México y, quizás, en el mundo, pero siempre ha costado mucho integrar a la izquierda; en cambio, la derecha se une en seguida porque su humus es la conspiración permanente, sobre todo cuando se trata de tumbar algo para hacer más negocio capitalista. Un valor importante de la construcción de paz y de la resistencia civil es la articulación de movimientos, de acciones, cosas, y ahí es donde el adversario casi siempre, por cuestio- nes a veces ideológicas primarias, nos divide, nos fractura y nos impide unirnos. — Entonces, ¿qué debemos reflexionar para que eso cambie? — Debemos preguntarnos: ¿qué vamos a hacer para no cooperar? ¿Qué quiere decir no cooperar? No quiere decir sentarme en una cafetería; hay otras variables. ¿Qué quiere decir la desobediencia civil? ¿Qué implica no chotear la frase “desobediencia civil”? Esa frase que nace mucho de este tipo de videos de
difusión masiva, aunque es “masiva”, entre comillas, porque el activismo social puede ser masivo, aunque es mínimo con respecto a la sociedad. Cuando estamos juntos, creemos que somos un chingo, pero cuando salimos a la calle, nos damos cuenta que somos una mirruña, aunque la difusión para nosotros es “masiva”. ¿Qué quiere decir eso? Que se tiene que entender que para generar una desobediencia civil se tiene que captar lo que implica desobedecer una ley y que no es una palabra que se puede usar así nomás, sin preparación y socialización. Hay que entender que esa ley debe tener una legitimidad negativa en quien la desobedece; no es lanzar a la gente a bloquear, a hacer, a desobedecer o hacer consignas. Se trata de construir cuerpos con reflexión, armas morales, no cuerpos de acarreados con acciones de provocación. Esa diferencia es brutal… — Pero eso también ha fallado, ¿no? Muchos activistas se dirigen con acciones de provocación. — No me atrevo a decir lo que está bien o mal, pero sí te puedo decir que ha habido una toma de conciencia muy precaria de la verdadera raíz epistemológica de la resistencia civil y del contexto de las acciones, y se ha quedado con esa mirada desde el avión de tres mil metros con el sensacionalismo de la libido, de la adrenalina. No se mira una de las cosas más importantes de quien está en la construcción de justicia, de paz y de la resistencia civil, que es el efecto de la propia acción en el poder. La clave que tengo que mirar es cómo toca la raíz del dominio del otro, no cómo me siento yo. Muchas veces, con estudiantes de la universidad, de quienes aprendo mucho, hay grandes movilizaciones: justicia para los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, contra los feminicidios y cuanta cosa sucede en el país. Y cuando regresan de la movilización, les pregunto: “¿Cómo les fue?”, y con entusiasmo, responden: “No, bien, bien”; entonces vuelvo a preguntar: “Y qué tal, ¿cómo fue?”, y me les quedo mirando y ellos, como saben que pregunto con doble intención o con cierta malicia, se ponen más desconfiados y contestan: “No, bien. Estábamos los de ingeniería, fue uno de economía y algunos chicos de letras”, “¿Y?”, “No, pues llegamos muchos al Zócalo y estuvo muy animada”, “¡Ah! qué interesante… ¿Y el adversario?”, porque, finalmente, ¿cuál es el objetivo en la marcha?… — Eso. Hay que aprender a observar al adversario que nos observa… — Y no se trata de sentirnos a gusto entre amigos o sólo ver que hay movilización. Hay movimientos de sumar, de empoderamiento y no sé de qué más, pero un objetivo importante es ver los efectos de cambio en la injusticia
que se combate; hay que ver si el efecto no es más bien una escalada en el proceso que se busca, o si hay que cambiar la táctica; hay que saber si se debe convocar de nuevo a la misma marcha o si ya no es necesario. Eso es lo que se llama una identidad moral reflexiva. — ¿En México falta esa identidad moral reflexiva? — En México siempre ha habido un mecanicismo de las acciones, otro tema fundamental. — Aunque últimamente han parado las movilizaciones porque las callan, las desvirtúan, las desarticulan… — Hay cada vez menos movilizaciones por la rutinización, que tiene que ver mucho con entender estas formas mecánicas. Un ángulo estratégico, que es lo que falta, sería ver el efecto de mi acción en el adversario, pero es fundamental que mi acción sea proporcional, en radicalidad a la de él. Existe una proporción de termómetros entre la violencia y la no violencia. Yo con cartas no voy a parar acciones genocidas o presos o tortura; tengo que asumir el nivel que se necesite. Por ejemplo, las acciones simbólicas, muy creativas y hermosas, de los jóvenes del 132 no tenían proporción con la decisión política, violenta y de una envergadura brutal y fraudulenta de que subiera Peña Nieto a la presidencia. Entonces, aunque el nivel de ellos era entusiasmante, no tenía posibilidad de detener la imposición. Yo les decía: “Si no suben y cambian la forma de acción, están simulando una movilización, un sentirse en la lucha, pero sin posibilidad de lograr el objetivo real”. La consecuencia fue el desánimo del movimiento porque no lograron lo que habían querido.
Desafío de la construcción de la paz y la no violencia
— ¿Entonces cómo lograrlo si no es desde la experiencia directa? ¿Cómo saber la dimensión de la lucha? — Es importante distinguir entre quién lucha y quién es solidario con los que luchan. El que lucha tiene un adversario. El gobierno no entiende el tema de la
solidaridad. Tú crees que eres solidario porque escribes o das voz o acompañas o das una donación, pero en realidad, el gobierno, por el nivel de polarización y de intereses e impunidad que tiene, te ve como alguien que lo confronta, no que apoya a quienes lo confrontan. — En ese sentido, ¿las víctimas serían esos luchadores sociales y la sociedad civil que los apoya es solidaria solamente? — Sí, pero, una persona que cree que sólo es solidaria puede convertirse imperceptiblemente, dentro del análisis del adversario, en alguien que lucha. Por eso es importante entender el principio de realidad del adversario, pues si él amplía el círculo del activismo en su análisis de la lucha y en él incluye gente simpatizante, su acción de violencia será mayor que si sólo lo tenía considerado en las cajas de la solidaridad. Entonces, si uno descuida esa mirada, su nivel de seguridad y protección no puede seguir como la de un simpatizante. — Shihan Morihei Ueshiba, creador del Aikido, en su libro El arte de la paz, dice: “Desarmad el espíritu agresivo de tu oponente y se rendirá de manera natural sin lastimarse”. En ese sentido, y en el contexto de nuestro país, ¿si se observa al adversario, se tiene la posibilidad de desarmar su espíritu agresivo antes de que éste se manifieste? — La primera condición es conocer la identidad de quien quiero desarmar, pues cómo voy a desarmar a alguien si no la conozco. Me refiero a la identidad real, no a la fantasiosa. La real tiene que ver con conocer primero y medir sus acciones para saber cuántas represiones ha hecho sobre los cuerpos de personas parecidas o diferentes a mí. Después de eso, seguiría la pregunta: ¿cómo desarmar esa identidad sin generar y aumentar la espiral de la guerra? Ahí está el desafío de la construcción de justicia con paz y no violencia. Muchas veces, desarmarla en situaciones de alta violencia provoca un coletazo más fuerte del adversario porque su identidad está muy construida en la lógica de la guerra. Tú quieres desarmarlo, pero, para su identidad, lo estás atacando. — Entonces, ¿cómo se debe construir la paz? — Las Naciones Unidas tienen cultura de paz, pero es una paz armada, una paz negativa; el gobierno habla todo el día de paz, pero desde la seguridad y la militarización. Hay que distinguir las culturas de paz. Yo te hablo desde lo que algunos llaman “la paz positiva”, “la paz neutra”, “la paz imperfecta”, “la paz
con justicia”, “la paz con no violencia”. Un elemento muy importante en la cultura de paz no violenta es saber que el otro también es un ser humano y que su objetivo no tiene que ser necesariamente excluir y matar, sino también vivir mejor, aunque su lógica salga desde un capitalismo consumista y egocéntrico. Para ello, entonces, hay que tratar de crear una ruptura moral, intelectual y material en la identidad del otro y que vea que la justicia, en el fondo, es benéfica para todos. — ¿Existirá alguna remota posibilidad de lograrlo? — Trabajar con una cultura egocéntrica capitalista de encierro no es fácil, por eso a veces la acción directa se radicaliza y potencia la confrontación. Justamente al inicio te dije que la no violencia es la más violenta de las violencias, pero usa armas morales, reflexivas, materiales que no buscan destruir al otro, sino que tome conciencia de una verdad que en principio libera y ayuda a todos. — ¿Con eso se baja la fuerza moral del adversario? — En realidad se aumenta, porque se suma el campo de la verdad, de una verdad que es un punto de encuentro entre ambas partes. — En México, sin embargo, la fuerza moral del Estado ha bajado… — Por supuesto, porque no tiene legitimidad, pero sí tiene legalidad. Legalidad no significa legitimidad, pero para mucha gente, sí. Éste es otro de los elementos de reflexión de un constructor de paz. Tiene que saber historia y darse cuenta qué es una ley, qué es un aparato de poder y qué es el orden legal; si no, no puede avanzar porque va a creer que la legalidad es lo mismo que legitimidad. Esto no quiere decir que uno está en contra de la ley, aunque sí se está contra la ley usada por un poder que la usa para crear más violencia. — La ley, hoy en día, se usa para manipular… — Claro, es un arma del poder, de la violencia en nombre de la paz. Por eso, en el tema de la paz sí es muy importante des- nudar la paradoja.
El poder del discurso
— ¿El discurso es un arma? — La palabra es un arma, pero no creo que sea la principal ni la única. La no violencia es el arte de disponer cuerpos en un tiempo y espacio que permita detener la mano de la injusticia, de la inhumanidad. En ese sentido, la palabra también sale de un cuerpo y tiene fuerza, pero el pensamiento mágico religioso o el empirismo lógico cree que la palabra cambia la realidad y eso no ayuda, pero el poder juega mucho con eso porque todo el tiempo construye en forma pública y abierta un discurso de paz, de seguridad, de legalidad que los hechos lo contradicen, de ahí que hay mucha gente que sale a la calle y, aunque ve que asaltan al vecino, dice “me siento más seguro” porque en la tele dijeron que bajó la tasa de homicidios. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado de no confundir la palabra con la realidad. Al respecto, es muy importante tener una medición empírica de lo que pasa en la realidad con el tema de las amenazas, de las violencias y de las escalas represivas, pues ese principio de realidad es el que ayuda a ubicar el propio cuerpo en el entorno y a saber qué puede o no suceder. Por eso hay que medir, hay que saber leer la noticia. A nosotros nos gusta mucho trabajar a partir de bases de datos, de registros para tener un pulso más real y no discursivo de lo que pasa. ¿Cuántos activistas han sufrido cierto tipo de amenazas y victimizaciones?, y ¿fue en los últimos seis meses más que en los anteriores? ¿En qué región? Ve el tema de los periodistas, en qué formas aparecen sus cuerpos, a qué hora… No sé, hay muchas mediciones, qué tipo de amenazas recibieron antes. Hay que tener principios empíricos mínimos. — Y tener alguna estrategia para que ya no pase. — De eso se trata. — ¿Y dónde han quedado las estrategias efectivas? Siguen matando periodistas. — Ésa es la construcción del terror. — Pero el movimiento no cambia; siguen matando periodistas. Se abren cada vez más expedientes y carpetas de investigación, entonces, ¿cuál estrategia?
— Es la simulación. —Pero el problema es que ya los mataron y esto no cambia. — Estoy de acuerdo y no deberían de matar más gente, eso es lo más importante. — Entonces, ¿cómo armar una estrategia para que ya no suceda? Los periodistas dicen: “Vamos a seguir”, pero no se han detenido a crear estrategias de movimiento y protocolos más definidos de seguridad, ¿o sí? — Bueno, no es: “vamos a seguir ciegamente”. Una pregunta interesante hubiera sido qué enseñanza sacó Javier Valdez de la muerte de Miroslava Breach y qué enseñanza sacó ella de la muerte del periodista que mataron anteriormente en Guerrero o en Veracruz. Dijeron que a Miroslava la mataron por “lengua larga”, pero no se trata de quedarse ahí, sino de hacer una reflexión profunda del proceso de las amenazas antes de que los mataran. Hay patrones y yo no sé cómo, pero hay que saber más sobre eso para que no siga pasando. No nos podemos quedar en ver sólo muertes anunciadas o represiones anunciadas. Eso lleva al desánimo y al terror. Y no tiene que ver con culpas, errores o inteligencias, tiene que ver con crear estrategias, y yo creo que la tarea de la construcción de la justicia con paz y de la resistencia civil no violenta es saber cómo inhibir las acciones inhumanas del adversario. Entonces, ¿cómo desobedecer la orden de que me van a matar? No con más valor ni heroísmo ni voluntarismo, sino con más conocimiento y con un poco más de cuidado para evitar que siga pasando. — Julio César Viveros, el escolta comandante de Javier Sicilia, habla de la capacidad de observación como una parte fundamental en el conocimiento de la seguridad y la defensa personal. ¿Crees que sería importante incorporar ese conocimiento a la vida de los activistas en México? — Muy importante. Lo que dice tiene que ver con el grado de conocimiento que él tiene de la seguridad, no sólo de información, porque es distinto tener información que conocimiento. Lo que él hace es bajar del avión y observar las cosas a primera vista. Con el avión a tres mil metros mirando nubes, ni cuenta te das; entonces, ésa es la verdadera epistemología de la paz o de la resistencia civil: ver o mirar, aunque no sé cuál es la diferencia entre ver y mirar. Creo que una de ellas es un ejercicio fisiológico.
Ver y mirar
— ¿Cuál sería esa diferencia para ti, Pietro? — Mirar es tener variables y categorías observables que generan otras situaciones; entonces, en la cultura de la justicia, hay que tener la capacidad de mirar y tener observables que incidan en la realidad, pero no es sólo mirar el propio ombligo, eso es egocentrismo, sino mirar, primero, la identidad del adversario. Después, mirar la estrategia y la forma de actuar del adversario y, luego, mirar lo que determina la estrategia para el adversario, que no son sus palabras ni su discurso, sino sus acciones. Eso es muy importante. — Y mirar las propias también. — Las propias, que están relacionadas con las de él. Por eso, retomando la frase del Aikido, no puedo desarmar lo que no conozco, pero a la vez tengo que armarme a mí mismo, o sea, tengo que mirar las propias armas y las de él, y su interrelación. Muchas veces los discursos esconden lo real y crean un mundo, una ilusión, una fantasía: “Peña Nieto va a caer con el 132” fue una ilusión que hizo daño y que creó mucho desánimo porque no había ninguna posibilidad de tirarlo con la escala de acciones de no violencia que hacían los jóvenes del movimiento frente a la escala de acciones del PRI, PAN, Panal y Verde Ecologista, y todo el dinero mundial para que Peña Nieto siguiera. — ¿Y el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad tenía claras sus estrategias? — Al inicio, no. Creo que tuvo su momento más importante en la marcha gigantesca por toda la ciudad hasta el Zócalo, el 8 de mayo, cuando 72 víctimas dieron su testimonio por primera vez en el país en un escenario enorme. Ahí se destapó esta falsa idea de que la mayoría de las víctimas de la guerra del narco son delincuentes y se confrontó al poder, pidiendo la renuncia de Genaro García Luna. Creo que se tocó el momento y la raíz de más impunidad y violencia porque él, que entonces era el secretario de Seguridad Pública, era una de las cabezas del delito, incluso buscada también por el gobierno de Estados Unidos.
Fue cuando se pidió ir a la raíz del problema, que era descabezar a la clase política, pero poco después esa medida se tuvo que regredir por ciertas situaciones que tampoco critico, pero se fue cayendo en situaciones de diálogos políticos y legislativos, cosas que en realidad sirvieron para desprocesar la verdadera presión que se hizo a partir de la movilización social y de las víctimas en la calle. Se creó toda una atmósfera, toda una telaraña jurídica y política, cuyos efectos de no verdad, no justicia, con mayor violencia e impunidad, vemos todavía. Y no es que sea culpa de nadie, es parte de las reflexiones colectivas, de disputas, de relaciones de poder en el movimiento, de muchas cosas. Yo no veo ni culpo mínimamente a nadie. Cada uno sabe lo que empujó y lo que defendió.
El grito de cada movimiento
— ¿Por qué los movimientos no duran? — El zapatismo sí ha durado. — Me refiero a la mayoría… — En realidad, lo que ha habido en México, desde 2011, es una serie de gritos masivos de gran indignación moral: “Estoy hasta la madre” del 28 de marzo de 2011 fue el grito de las víctimas encabezadas por Javier Sicilia a raíz de la tragedia de su hijo. El Yo soy 132 de los jóvenes en 2012, que se diluyó con la subida de Peña Nieto porque no tenía piso organizativo ni radicalidad de acción. El tercer grito muy importante fue el “Ya no”, del doctor Mireles y las autodefensas, el 24 de marzo de 2013, que fue profundamente penetrado por el poder político delictivo y se enganchó en espirales de guerra y una brutal represión a sus líderes. “Fue el Estado” fue otro grito de gran indignación social a propósito de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, el 26 y 27 de septiembre de 2014, el cual creció e incursionó en terrenos muy importantes de no cooperación. Hubo paros en universidades públicas, hubo acciones de dualidad de poder en comunidades de Guerrero donde desconocieron a autoridades, pues se crearon autoridades paralelas; sin embargo, hubo gran fuerza moral de los padres de las
víctimas y de grupos. Hubo una táctica tremendamente inteligente y positiva, que fue la creación del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), que rompió la versión oficial discursiva histórica, pero ha faltado la fuerza social para empujar a que haya una verdad y justicia reales. Ha quedado en una gran simulación también porque el poder expulsó al GIEI y nosotros, como sociedad civil, lo dejamos ir porque nos quedamos pasmados y paralizados, cuando era un arma no violenta tremendamente importante y el gobierno no tenía que decidir nada sobre el GIEI… Era un problema de la sociedad civil porque lo que hubo en Ayotzinapa fue una acción genocida que involucra a toda la sociedad mexicana desde que la orden fue “a todos”. Ésa fue una orden genocida. Otra indignación nacional fue el 15 de mayo de 2016 con el grito de “No a la reforma educativa”, pero el gobierno logró poco a poco ir neutralizando este proceso de enorme no cooperación con un paro nacional de todo el magisterio disidente con cientos de miles de acciones de desobediencia civil comunitarias y apoyadas por las masas. Duró hasta el 19 de septiembre; fue un gran movimiento difícil de avanzar en el terreno de la negociación. Y ya luego fue el “No al gasolinazo”, en enero de 2017, otro gran grito de indignación nacional muy rápido que se logró desprocesar. No todos los países del mundo tienen tantos gritos y con enormes masas en las calles, pero el grado y la radicalidad de las acciones de la resistencia civil no lograron llegar con fuerza a la no cooperación y a la desobediencia civil. Se quedaron antes, en las movilizaciones de masas, en la protesta, en las acciones políticas, y entonces eso no fue suficiente para evitar que la impunidad y la violencia del poder crecieran. — Y entonces, ¿qué se hubiera tenido que hacer? — Seguimos obedeciendo a la autoridad. No creamos situaciones paralelas de dualidad de poder, de dejar de cooperar y otras formas de paros, de boicots, de organización ciudadana. ¿Cómo es posible que después de los casos de desaparecidos en Veracruz, seguía el fiscal, el secretario de Seguridad y además desaparecía más gente? ¿Cómo es posible que sigan fiscalías de libertad de expresión y no corrieran al titular y a cantidad de otros funcionarios en la impunidad total? Yo digo que, si no quieren que los quitemos por corruptos, hay que quitarlos por ineficientes. — ¿Y cómo?
— Entrando a los espacios de gobierno; ir cientos de miles a la oficina de la Fepade [Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos Electorales] y decirle al titular: “Váyase, no tiene nada qué hacer aquí porque es un incapaz”. — ¿Y haría caso? ¿Sería posible hacerlo? — Bueno, el poder sabe que todo se acaba para él cuando se movilizan así, al estilo Ecuador, en que sacaron a dos presidentes, o el caso de Yugoslavia en que empezó a llegar gente de todas las ciudades al Palacio de Gobierno, se metieron y salieron todos los diputados, senadores y el presidente; ya luego se convocó a nuevas elecciones y se reestructuró todo. Se necesitan más movilizaciones hacia los lugares correctos. Hay que entrar y sacarlos de sus despachos y que se instalen grupos civiles. — Pero en las marchas llegamos hasta donde nos espera la Gendarmería Nacional con todo y sus armas. ¿Tú crees que tendríamos la fuerza para entrar a sus lugares y sacarlos de ahí? — Pero si nos quedamos y tratamos de pasar cientos de miles no pueden, porque hay una voluntad grande y además es importante que parte de la reserva moral de ciertos liderazgos sociales claves entre las iglesias, universidades, los intelectuales y artistas, también metan sus cuerpos con claridad, se paren ahí con lo que los brasileiros llaman en la no violencia “la firmeza permanente”; es decir, no me voy a ir hasta que no salga el encargado de la Fepade, o el encargado de la fiscalía de Ayotzinapa, que no ha hecho nada. Si toda la ciudadanía masivamente dice: “Váyanse”, es una gran presión que nadie resiste. Hay que dejar de obedecer las órdenes inhumanas de la autoridad. — Pero en México la autoridad todo lo resuelve por la fuerza… — En México hay un problema muy serio, que es el delito organizado ligado a la clase política, y éste tiene códigos morales y éticos completamente mínimos sobre la vida huma- na; entonces, hay acciones que se vuelven suicidas porque la impunidad las convierte en un cheque al portador. Eso es una variable nueva muy importante de la lucha social. A muchos nos ha tocado luchar contra presidentes municipales, gobernadores, diputados y autoridades políticas en general, incluso contra las nuevas fuerzas armadas y el tema de la militarización en Chiapas y contra empresas mineras, pero con el delito organizado no es fácil tener un rango de análisis y, entonces, la
lucha social se vuelve más riesgosa, con códigos mucho más cortos en cuanto a la vida humana. Por ejemplo, qué tanto margen hay entre una amenaza y una ejecución y de acuerdo a qué territorios. Necesitamos conocer más, medir más y crear estrategias de defensa y enfrentamiento más fuerte. — Julio César Viveros explica que hay que aprender de los errores y estudiar las fallas, saber por qué mataron a un compañero, qué le faltó por hacer, por dónde había que moverse. Yo creo que tendríamos que hacer algo parecido, ¿no? — Así es.
El miedo
— ¿Y el miedo? — Algo importante es que quien no tiene miedo en la situación mexicana actual, es porque no tiene principio de realidad, no conoce lo que está pasando. El miedo es un gran instrumento de defensa, y el terror es un gran instrumento de indefensión. El miedo ayuda a prever y disminuye la indefensión. El terror se basa en fantasía: “no sé qué va a pasar”, “ahora me toca a mí”; así, sin un principio de realidad. Eso es justo lo que quiere el poder y el delito para que la gente quede paralizada y encerrada. Entonces, hay que evitar que en México el miedo se transforme en terror. — Ya se transformó… — El problema de muchos mexicanos es que hay un gran proceso de aterrorizamiento social. Se usa la palabra miedo, pero en realidad lo que opera es el terror. La reflexión es muy baja. Hay que tener un mapa de las situaciones porque con el terror muchas veces hacemos todo lo que el adversario quiere que hagamos, y en México no es fácil porque hay muchas situaciones de verdadero terror en muchos lugares. El aterrorizamiento se construye desde la siembra de la inseguridad, que es un arte fundamental de la guerra. La gente se tiene que sentir insegura y eso es lo que alienta todo lo mediático: los noticiarios, los cuerpos desmembrados y
situaciones e ideas que hacen que ya no se quiera salir de las casas. Por ejemplo, el que hayan matado a una chica aquí en la UNAM, se convierte en la noticia de que cada semana matan a dos chicas. Es la indefensión y la falta de reflexión, pero es un proceso social que se construye desde el poder, desde los medios, y es muy sofisticado, y uno, sin darse cuenta, lo reproduce. Se crean así ciudadanos obedientes, aterrados, como soldaditos.
LA ARTICULADORA
Sylvia Aguilera
No importa rumbo, distancia y tiempo sino el viaje por los sinuosos caminos que hay que transitar en busca de la paz, así como lo hace Sylvia Aguilera García, quien ha tenido la capacidad de articular las más diversas culturas e ideologías del mundo que ha visitado para construir en México nuevas formas de colaboración cívica; no en balde fue consejera ciudadana de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal entre 2003 y 2007, y en 2005 fue postulada al Premio Nobel de la Paz en la iniciativa internacional Mil Mujeres un Premio Nobel, y ese mismo año obtuvo la Medalla Omecihuatl por parte del Gobierno del Distrito Federal. En aquel tiempo, la labor de Sylvia, según los medios de comunicación, destacaba por su quehacer en beneficio de las víctimas de Ciudad Juárez. Era directora de la no gubernamental Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos y buscaba justicia ante instancias internacionales. Desde que estudió Psicología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (1993-1997), ya se notaba que lo suyo era la dirección, coordinación, planeación y capacitación en actividades relacionadas con derechos humanos y educación por la paz. En 1997, obtuvo un diplomado de Derechos de los Pueblos Indígenas por parte de la Academia Mexicana de Derechos Humanos. Mientras era estudiante, trabajó en Servicio, Desarrollo y Paz, AC, y visitó comunidades indígenas como la Huasteca Potosina. También diseñó talleres para organizaciones civiles y sociales, en los que enseñaba técnicas de respuesta rápida ante violaciones de derechos humanos a pueblos indígenas y mujeres. En 1998, entró al Instituto Interamericano de Derechos Humanos como consultora sobre los indicadores de progreso en derechos humanos sobre a la justicia y, un año después, se especializó en Trabajos con Conflicto, en Birmingham, Inglaterra.
Inglaterra fue un parteaguas en su vida como activista, ya que durante su estancia en la Universidad de Bradford (2004 a 2005), se definió más como constructora de paz que como defensora de derechos humanos. A su regreso, se integró como directora de Proyectos en el Centro de Colaboración Cívica (CCC) en 2018, y ahí creó nuevas dinámicas para la resolución de conflictos, construcción de acuerdos y procesos de diálogo con la experiencia que trajo de Inglaterra. Durante su estancia en el CCC, intervino como consultora, tutora, tallerista y consejera de otras organizaciones como Oxfam México, el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, OP, AC, el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y El Caribe, la Maestría en Educación en Derechos Humanos, en el Instituto para la Seguridad y la Democracia, AC, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, AC, entre otras; lo anterior ha facilitado procesos de diálogo y capacitación en temas relacionados con justicia, seguridad, ciudanía, la relación entre empresas, comunidades y gobierno, gobernanza de recursos naturales y articulación de redes de sociedad civil. A través del CCC, articuló a más de 27 empresas socias, más de 30 organizaciones (gubernamentales y no gubernamentales) y 16 organizaciones donantes. De marzo de 2001 a la fecha, ha sido miembro del grupo coordinador de América Latina de Action for Conflict Transformation y ahí da seguimiento a las tareas y acciones desarrolladas por Action en América Latina. Sylvia Aguilera dejó el CCC como un cuerpo completo capaz de caminar sobre cuerdas flojas, correr a grandes velocidades, trepar muros políticos, escalar las más fibrosas discusiones y llegar a la cúspide de las causas más devastadoras, como es el caso de los desaparecidos en México, entre otras muchas, para verlas desde arriba en todo su conjunto y así regresar al centro de gravedad, desde donde se generará el siguiente movimiento. Sylvia Aguilera, entonces, es la artróloga de estrategias y tácticas para constituir puntos de unión entre los grupos en conflicto y facilitar el soporte, la protección y movilidad que se requiere para una positiva transformación.
Articuladora de conocimientos
— ¿Cómo has construido la paz, Sylvia? — No fue fácil llegar a decir que soy una constructora de paz, porque he trabajado desde distintas iniciativas en las que no necesariamente se hablaba de paz, como es el caso de los derechos humanos. Muchos defensores ven la paz como algo que desmoviliza, que pacifica de manera negativa, porque ellos se manejan en un ambiente más legalista y tienen otras herramientas. — ¿El término les hace ruido? — Sí, además, hablar de paz en nuestro país no es algo muy común. Creo que se empezó a hablar de ésta después del levantamiento zapatista, en 1994. El término es poco conocido y está vinculado a cuestiones más bien religiosas o espiritua- les, no necesariamente de movilización política y participación. Entonces, aunque muchas personas en México ya nos autonombramos “constructoras de paz”, todavía resulta muy novedoso. — ¿Te costó trabajo? — En esa lógica, sí; aunque cuando se me abrió la perspectiva desde la construcción de la paz para abordar ciertos temas, dije: “De aquí soy”. Se puede construir paz aunque no te asumas como constructor, pero a mí me gusta asumirme porque estoy en un lugar desde donde lo puedo hacer y además me da identidad. — ¿Por eso estudiaste una maestría en Educación por la Paz? — Sí, aunque primero empecé en la universidad y estaba más relacionada con derechos humanos; además, entré a una organización donde tuve la oportunidad de conocer grupos de gente de otras organizaciones civiles y de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos (CMDPDH) con las que conformé lo que llamamos “La misión civil por la paz”, que consistía en traer a la mesa herramientas de transformación pacífica de conflictos. Hicimos varios ejercicios en torno a la negociación, la mediación y el diálogo; creamos materiales pedagógicos, dimos talleres, formamos misiones de observación, y ahí fue importante para mí ver que eran herramientas que no necesariamente se utilizaban de una manera proactiva en el ámbito de los derechos humanos. Y no critico esa postura, sino es sólo la observación de que las organizaciones de
derechos humanos establecen una postura mucho más de denuncia confrontativa porque la situación en México es bastante grave en cuanto a violencia se refiere. Cuando estaba en la “misión civil por la paz”, tuve la oportunidad de ir a Birmingham, Inglaterra, a estudiar una especialización en trabajo con conflictos, y ahí fue donde conocí gran cantidad de opciones de trabajo con experiencias muy diversas de personas trabajando en conflictos armados o en conflictos ya violentos de larga data en lugares como África, Asia y los Balcanes. Justo en ese momento estaba el tema de la guerra de Serbia-Kosovo y teníamos compañeros y compañeras representantes de ambos países. Fue entonces cuando decidí enfocarme en crecer profesionalmente en esos temas. — ¿Qué te llevaste de ahí? — Experiencias muy interesantes con grupos de mujeres que trabajaban en la frontera norte de Kenia, donde están los refugiados de Somalia y de Somalilandia. A través de su organización, las mujeres creaban el vínculo y el o entre las facciones en conflicto y lograban espacios seguros tanto para ellas como para los niños. Se pudo establecer una comunicación entre los diferentes grupos armados con el fin de construir espacios no violentos. También conocí el proceso de negociación y diálogo entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte, y el proceso de movilización de las juventudes blancas a favor de las personas negras contra el Apart- heid en Sudáfrica. Conocí la perspectiva de los que viven en Kosovo y de los que viven en Serbia con respecto al tema del bombardeo de la OTAN a Kosovo. Ahí vivían dos compañeras de Pakistán quienes, además, eran refugiadas en India, y eso me permitió entender el tema de ser mujer musulmana estudiando fuera de su país. También me dio una perspectiva más clara sobre las personas de distintas religiones. — ¿Cuáles eran los mecanismos de esas personas para lograr procesos de diálogo y colocarse en otra situación? — Una de las más importantes experiencias para mí fue entender no sólo las metodologías de mediación, negociación y transformación de conflictos, sino que ahí, por el tipo de escuela cercana a los cuáqueros y menonitas (varios de los que daban el curso eran cuáqueros, por cierto), hacían que las acciones tuvieran repercusión positiva sobre la dignidad de las personas y la humanización del contrincante. Ahí no se hablaba de enemigos, sino de cómo humanizar a quien estuviera utilizando la violencia para destruir.
Es difícil de entender, sobre todo cuando en los procesos de diálogo las víctimas hablaban con quienes habían masacrado a sus familiares; pero, tener la capacidad de recuperar el lado humano de personas que han hecho atrocidades, ha sido para mí uno de los hilos de conducción que ayuda justamente a construir los espacios de comunicación y reconocimiento. — Õ-sensei Morihei Ueshiba, quien inventó el Aikido o “arte de la paz”, decía: “Dadle al enemigo todas las oportunidades de hacer la paz”. — De hecho, en este curso tomamos clases de Aikido para conocer justo todo lo que hay detrás de ese arte marcial, que consiste en utilizar la fuerza negativa del oponente para convertirla en fuerza positiva. — Ueshiba decía: “Desarmad el espíritu agresivo de tu oponente y se rendirá de manera natural sin lastimarse”. Me parece que es el aspecto más elevado que puede tener un ser humano en su relación con el mundo. ¿Estás de acuerdo con esto? — Sí, porque es complejo estar en procesos muy fuertes y no perder la capacidad de reconocer la humanidad y la dignidad de los oponentes. Por ejemplo, La Comisión de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, donde participé en capacitación y promoción y fui directora, está mucho más enfocada en los temas de litigio de casos frente al sistema interamericano. Pero ahí me di cuenta que se necesitaban más herramientas porque, si bien el sistema internacional de derechos humanos ayuda mucho a generar estándares y buscar espacios de reparación del daño para las víctimas, llega un momento en que las decisiones que se dan a nivel internacional no se ajustan a las sentencias locales. Así como eso, me percaté de otras cosas, y fue por eso que, para hacer mi maestría en 2004, postulé para dos programas diferentes: para el de Derecho Internacional de los Derechos Humanos y para el de Estudios de Paz. En ambos me aceptaron y estuve dos semanas pensando a cuál irme, puesto que había trabajado muy intensamente en los derechos humanos, pero mi corazón estaba mucho más en la lógica de la construcción de paz. Al final, me decidí por los estudios de paz porque, además de que era algo nuevo en México, también me permitía aportar mucho más desde cómo soy y lo que tengo, que desde la parte legal. Entonces dejé la Comisión Mexicana y me fui a la Universidad de Bradford, Inglaterra, la cual tenía los mejores recursos en términos de bibliografía, documentos de movimientos, etcétera, y donde se creó una red de
practicantes de transformación de conflictos en el que había intercambio de propuestas y lecciones aprendidas en distintas partes del mundo; es por ello que he estado muy conectada a nivel internacional en el ámbito de la transformación de conflictos. A mi regreso, empecé a trabajar en el CCC, que tenía un año de haberse creado. El CCC forma parte de una red internacional de organizaciones que, como en Rumania, Kosovo, Eslovaquia y la República Checa, entra en las transiciones de regímenes más autoritarios a otros más democráticos. Entonces, la idea de la red es crear las capacidades para vivir en democracia. Desde que entré ahí, hemos abierto un espacio en el que se apuesta por el diálogo y el reconocimiento de las diversas perspectivas para resolver conflictos, pero reconociendo la importancia de todas las voces, de todos los actores. — ¿Y sí logran conciliar? — A veces los espacios han tenido relevancia por el simple hecho de que las personas o grupos se escuchen. A veces ni siquiera se piensa en acuerdos, pero sí en la necesidad de que por lo menos se comuniquen sin juzgarse ni pelearse porque los prejuicios entre los grupos son muy fuertes. Hablar de acuerdos va a un segundo estadío. — ¿Tú aplicas aquí la psicología social? — La psicología social ve las relaciones al interior de los grupos y entre varios grupos; ve los temas de poder y de los roles. Eso es lo que hacemos en el CCC: desde hace 12 años hemos construido este espacio social-civil para ayudar al diálogo y a la toma de decisiones a través de distintas metodologías. — ¿Es parecido a lo que hacen en Serapaz? — Siempre decimos que somos organizaciones hermanas, pero tenemos una diferencia: Serapaz se inclina por las comu- nidades y los movimientos sociales, y nosotras, además de eso, también trabajamos con el sector privado y con el gobierno. — ¿El gobierno y el sector privado tienen conflictos serios? — También tienen contradicciones y luchas de poder internas. Lo que hacemos no se inclina a fortalecer al gobierno, sino a crearle espacios de articulación para
que éste pueda ayudar y recibir de manera correcta la participación de la sociedad civil. Asesoramos a instancias gubernamentales para que hagan procesos participativos adecuados en los que realmente estén tomando en cuenta a las personas y no se dediquen a crear fachadas. Aquí sí apostamos a una institucionalidad democrática.
La confianza
— Como mediadoras o articuladoras, ¿las personas que trabajan en CCC han sufrido amenazas por parte de alguno de los grupos en conflicto? — Como organización, nunca hemos detectado amenazas, aunque a veces sí nos hemos sentido inseguras, sobre todo porque los actores con los que trabajamos sí están en una cuestión fuerte de vulnerabilidad y, de alguna manera, nos correlacionamos. Sin embargo, no me atrevería a decir que estamos en un nivel de vulnerabilidad como lo están otras organizaciones, por ejemplo. — ¿En qué crees que radique eso? — Yo creo que radica en los intereses de algunas organizaciones, sobre todo cuando están denunciando o cuando ponen sobre la mesa cuestiones más graves. Nosotros no hacemos denuncia ni firmamos desplegados, justo para mantener el espacio de imparcialidad, pues eso es esencial para generar la confianza que los actores en conflicto necesitan. Entonces, eso nos pone en una situación de menor riesgo, aunque sí trabajamos con quienes lo hacen, pero nuestro rol es facilitar y mediar, pero los actores son los otros; nosotros no somos los que aparecemos. — ¿Se consideran más pacifistas por no denunciar? — No diría que es más o menos pacífico; son roles distintos. Algo que nos ha costado trabajo es diferenciar ese rol. Incluso, a veces apoyamos a quienes hacen denuncia porque creemos que está bien, que alguien lo tiene que hacer, pero también creemos que alguien tiene que abrir el espacio de interlocución, de diálogo, de negociación, y eso nos toca como organización, pero entonces no se trata de decir que ellas son las personas violentas y nosotras las pacifistas, sino
más bien de asumir el rol de mediación que nos corresponde.
Justicia restaurativa
— En 2010, hiciste una propuesta de diálogos sobre temas de seguridad y derechos humanos… — Aquella vez sentamos en la mesa de diálogo a organizaciones que no se conocían, pero aun así se tiraban con todo y, aunque ahora no son amigas, algunas ya trabajan juntas y otras siguen en una lógica de polarización. El CCC dijo dónde había puntos de encuentro y dónde no los había. A veces las partes no encuentran puntos de acuerdo y puede ser por cuestiones técnicas, de convicción, de principios o de valores que no comparten. Eso es justo lo que nos toca detectar. En muchos casos, hemos visto transformación en las relaciones, pero muchos de los temas que trabajamos tienen que ver con cuestiones estructurales; por lo tanto, además de la comunicación, hay que cambiar cosas de fondo. Muchas veces se piensa que la persona es el problema y que con sacarla se resolverá todo, pero no es así. Esto lo vemos en nuestro país: cambian y cambian a secretarios de Estado y procuradores, y el sistema sigue igual, así que lo que se necesita, en ese caso, es ver el problema desde un enfoque estructural. El tema es que no a todos les conviene que se cambie lo estructural. — ¿Por qué? — Porque lo estructural da poder. — ¿Y ustedes cómo le hacen cuando un grupo no quiere cambiar lo estructural? — El cambio estructural, por definición, es de largo plazo. Ninguna estructura se cambia de un pincelazo, así que entonces vamos generando espacios de construcción de procesos de confianza con nuevas propuestas; espacios menos violentos de relación o de nuevas formas de relación entre grupos. — ¿O sea que, mientras se va construyendo una relación, se va deconstruyendo
la estructura misma? — Ésa es nuestra apuesta, aunque después hay que tomar distancia para ver si lo estamos logrando. — ¿Tú te has transformado a través de todos estos procesos? — Sí. Me costó y me sigue costando mucho trabajo todos los días. El primer paso fue moverme de lugar de defensora de derechos humanos a constructora de paz. Las estrategias de la defensa de los derechos humanos confrontan al Estado que violenta los derechos de la ciudadanía. Me costó mucho trabajo desestructurar en mi persona la vía de la confrontación. Me fue difícil entender otros puntos de vista desde lugares distintos. Me cuestionaba si era lo suficientemente receptiva a eso. Muchas veces es muy complicado no tomar partido y decir: “Aunque mi corazón está aquí y no estoy de acuerdo con la injusticia, con la inequidad y la violencia, ahorita mi rol es hacer que los grupos en conflicto puedan dialogar y encontrar algo diferente para cambiar sus puntos de vista”. Todos los días reviso mi rol y procuro no salirme de ahí. — ¿La justicia se logra cuando, en los diálogos, se llega al origen del conflicto? — De hecho, ahora estoy formando procesos de justicia restaurativa, pues en México no hay mucho de eso. En esos procesos se ve al delincuente como una víctima, no como el victimario, y desde ahí se puede recuperar la dignidad y la humanización de ambos. La mediación se usa en personas que han matado a otras, pero esto no significa: “ya nos perdonamos y todos somos felices”, sino la idea es llevar un proceso más justo, transparente y equitativo para lograr una transforma- ción. La justicia restaurativa va en una lógica de construcción de paz que tiene que ver con las personas involucradas y su entorno. La cárcel, en cambio, es la universidad de la delincuencia, pues meten a la gente por robar atunes y salen como jefes de un cártel. — ¿Cómo han aplicado ustedes la justicia restaurativa en México? — Nos hemos acercado al trabajo que se genera en grupos de la sociedad civil, pues en México se vive una situación tan fuerte de violencia y de resistencia que durante las coaliciones se genera un nivel de conflictos, juegos de poder y emocio- nes terribles; entonces, las metodologías de la justicia restaurativa han
ayudado a restablecer los espacios de confianza y de fortaleza para que la ciudadanía tenga la capacidad de seguir respondiendo aun en este estado de violencia que vive el país.
La normalización del miedo
— ¿Has aprendido a manejar el conflicto interior? — Es muy complicado, sobre todo cuando estás expuesto a conocer las vivencias más violentas y no transferir a tu propia vida todo lo que escuchas. Ahora, por ejemplo, con Serapaz estamos trabajando el acompañamiento a los colec- tivos de familias de personas desaparecidas. Serapaz crea el vínculo del movimiento en sí mismo, y nosotros creamos el vínculo entre el movimiento y el poder legislativo. El proceso personal ha sido fuerte, sobre todo al principio. No podía salir de mi casa sola con mis hijos. El nivel de terror de que me podría pasar algo igual era fuertísimo. — ¿Y cómo le haces para que el miedo no te tome y aplaste? — La verdad es que hemos tratado de trabajarlo más porque estamos en procesos donde la violencia es más evidente. Hace tres años trabajamos con colectivos de periodistas en los estados que han sido más violentos con ellos. También he- mos trabajado con sobrevivientes de violencia sexual en el teatro; entonces, todo el tiempo estoy expuesta a unos niveles altísimos de violencia que no me han pasado de manera directa, pero sí hay un impacto secundario al conocer de primera mano la problemática de las víctimas. Para ello estamos creando espacios de contención, pero algo que tengo que trabajar es cómo no hacerme la valiente. — Tal vez es necesario reconocer el miedo… — No sólo el miedo, sino la necesidad de tener un espacio de contención más efectivo. Tal vez el espacio de contención que inconscientemente he construido es la propia organización, porque en ella hemos generado un nivel de compañerismo y de confianza que me hace sentir en mi lugar.
— ¿Cómo le haces para tener confianza en las personas que entran a trabajar? ¿Qué tal si son infiltradas? — Por lo regular, las personas del CCC entramos a trabajar por recomendación de alguien más. También hay muchos jóvenes que están saliendo de la universidad y vienen a formarse aquí. No hacemos convocatorias abiertas y también hemos apostado a que, como organización, contenemos a nuestras personas, aunque yo creo que no es suficiente. — ¿Qué no es suficiente? — El espacio para poder procesar la violencia a la que estamos expuestas, porque, aunque tenemos nuestros protocolos de seguridad cuando salimos de viaje, preferimos no caminar solas de noche y avisar dónde estamos o cuando llegamos a algún sitio. Además, esos protocolos no nos protegen de lo que vemos y de lo que sabemos que se vive. A cada quien nos tocan cosas distintas, y no porque sea mayor o menor, pero el impacto es diferente en quienes tenemos hijos. — Tú, ¿cómo lo vives como mamá? — Me aguanto y respiro muy profundo. Pero, además, tam- bién porque tengo otros espacios de contención con amigas de otras organizaciones que están en procesos similares. — ¿Aprendes a vivir con el miedo? — No sé si uno aprende a vivir con el miedo; de hecho, me daría miedo aprender a vivir con el miedo. Yo creo que el miedo tiene que ayudar a motivarte a hacer cosas diferentes, pero espero que no sirva para normalizarlo porque, cuando lo normalizamos, entonces dejamos de ver las cosas que son graves. Después de todos estos años en que hablo con mamás de desaparecidos, digo: “Aquí y ahora”; pero, si me platican una historia idéntica a las tres anteriores, vuelvo a llorar. Al menos eso me da una buena señal de que no lo he normalizado. Cuando normalizamos el miedo y la violencia, banalizamos la situación, y creo que eso está pasando en México. Hemos normalizado la grave crisis que vivimos cuando, por menos de lo que nos pasa, han caído regímenes enteros en otros países.
— En un programa de Carmen Aristegui, Lorenzo Meyer y Denisse Dresser decían que por la situación de violencia que padecen los periodistas hoy en día, ya se tiene que recurrir a instancias internacionales, porque en México las denuncias y demandas son ignoradas por las autoridades. — Creo que ésa es una opción porque, además, no hay persona alguna procesada por asesinato, pero también pienso que frente al miedo y la violencia hay que seguir buscando la manera de fortalecer los espacios de comunicación y la organización de la ciudadanía. Eso es lo que podemos aprender de otros países. Chile se organizó en la época de la dictadura, por ejemplo. — ¿A través de la campaña del No? — La campaña del No es muy importante, porque ahí se ve cómo las élites se pusieron de acuerdo y la ciudadanía tuvo un espacio de articulación en el que se informó y documentó durante el proceso más fuerte de represión. También pienso cuando mis amigos me platicaron que, en medio del bombardeo en Kosovo, la gente se juntaba para decirse: “el miedo no nos detiene”, y eso no necesariamente significaba que confrontaría directamente, aunque siempre habrá grupos que lo hagan; pero hay otros que, sin confrontar, se sientan a hablar de opciones para fortalecer lazos y crear alianzas. Yo creo que, en la actualidad, el reto de la construcción de paz en nuestro país es mantener esos espacios de comunicación y reconocimiento entre las personas, porque lo que crea la violencia es la desconfianza y la desarticulación. Por eso el movimiento de personas desaparecidas me parece muy importante, pues hemos conocido casos de familias que nunca denuncian por temor. Ahí podemos ver cómo el miedo desarticula a tal grado que ni siquiera le dicen a nadie que su hijo desapareció, versus los colectivos de familias de desaparecidos que dan la cara. Esto habla de cómo el miedo desarticula, pero también de cómo puede ayudar a crear cosas nuevas y estar presentes con todo lo que implica, y que, si en algún momento hay una transformación, ahí está el espacio de crecimiento, confianza, intercambio y nuevas relaciones para apoyarse. — ¿Vivimos en una sociedad dormida en general? — Hay muchos espacios en los que la gente hace cosas increíbles. Tal vez en la Ciudad de México no pasa tanto, pero hemos visto que los pescadores se organizan bien para relacionarse de la mejor manera con la autoridad y con los ciu- dadanos que se organizan para crear nuevos desarrollos turísticos en lugares
donde se pone en riesgo el desarrollo sustentable de costas importantes en el Mar de Cortés, por ejemplo, o también hemos visto cómo se llegan a aliar pobladores de comunidades muy marginadas con empresarios, justo para que no se lleven a cabo grandes desarrollos inmobiliarios turísticos de los españoles. Tal vez, como nuestro trabajo está enfocado en ver lo que la ciudadanía sí puede hacer, me cuesta trabajo decir que no se está haciendo nada. Yo creo que sí se ha hecho mucho, pero nos falta ver qué es eso que nos va a dar el cambio cualitativo.
Articulación de organizaciones y ciudadanía
— ¿Crees que la articulación entre organizaciones y ciudadanía pueda significar un cambio importante? — Creo que será necesario, pero que también va a venir de otros lugares e incluso nos rebase a las organizaciones. Lo veo con algunos actores sociales que llaman “actores emergentes”, que son los colectivos de víctimas y de comunidades afectadas por nuevos proyectos, de mujeres en situación de violencia, y que no necesariamente participan en espacios organizativos formales, sino que se juntan porque algo les está afectando de manera directa en su vida diaria. Si vemos esto y creamos alianzas desde ahí, puede venir mucha fuerza porque no estamos hablando de los movimientos sociales como los de los ochenta y noventa, que tenían un perfil más político, sino que tienen un perfil en el que han sido afectados sus derechos de forma directa y no necesariamente tienen una ideolo- gía determinada. Los que siguen en una burbuja se sienten interpelados por estas movilizaciones, pero al final de cuentas en México somos víctimas de algo en cualquier momento, ya sea de violencia o decisiones arbitrarias que afectan la vida cotidiana. — ¿Será que somos muy yoístas? — Yo creo que sí, y también muy codependientes de la toma de decisiones. Por
ejemplo, con el gasolinazo, las personas que tienen auto se movilizaron porque se vio afectado su privilegio, pero luego soltaron cuando el gobierno dijo que ya se arreglaría el problema… Y el aumento de gasolina sigue. Ahora, no me parece justo decir que no hacemos nada porque hay movilizaciones todo el tiempo. Hay gente involucrada que deja todo lo que hace para dedicarse a la causa. Lo que me parece adecuado, más bien, es decir que nos falta tener una visión estratégica más amplia para ver dónde está el punto que hace el quiebre cualitativo en las movilizaciones, dar un salto en ello y lograr que haya cambios fuertes en el sistema.
EL MURALISTA
Tomás Darío
Tomás Darío es un creador de mundos paralelos. A través de su proyecto Ciudad Mural, que lleva a cabo a través de Colectivo Tomate, organización nacida en 2016 y de la que es codirector, ha abierto las puertas dimensionales de las comunidades, para que sus habitantes, unidos y reconciliados durante la invitación a crear murales, tengan a la mano los colores para crear con ellos las historias, los mitos y las tradi- ciones de sus propias colonias. Como facilitador en la construcción de ciudadanías, ha conseguido que artistas plásticos de distintas partes del mundo vengan con total disposición y entrega a ayudar en la elaboración de los bocetos para que los vecinos los pinten. Así, a todo pulmón y pincel, ellos mismos, convertidos en artistas transformadores de su propio destino, se han perdido en el laberíntico misterio de sus colonias, y dentro de ellos se han detenido a escuchar los rumores de otros tiempos, a descubrir los secretos de sus ancestros, a entender el lenguaje de las paredes descarapeladas, de los muros rotos, de las terminaciones antiguas de tantas casas, para poderles dar forma y recobrar, en infinitas narrativas de colores vivos, la dignidad con las que fueron creadas. Así están algunas calles de México, Puebla, Querétaro, La Paz, Monterrey y Saltillo, en las que los murales han creado puentes de comunicación y reconstruido el tejido social. Por eso, Tomás Darío fue galardonado con el Premio Quorum por impacto social. Al lado de Paola Suculima de la Concha Zindel, Donaji Tejeda, Guillermo Morales Sotomayor, Maribel Benítez Ramírez, Vica Amuchástegui, Gabriela Torio, Eduardo Saba, Jeshu Guti, Albano Torres y Saraí Rodríguez, Tomás Darío ha logrado el sueño que se lee en su eslogan: “Arte, paz y participación social”; y, para que las colonias tengan el suficiente abastecimiento de miles de litros en pintura acrílica, consiguió el patrocinio del programa Comex por un México Bien Hecho. Abogado de profesión, tiene una maestría en Estudios de Paz y Transformación
de Conflictos realizada en la Universidad de Innsbruck, Austria, Cátedra UNESCO, de 2009 a 2013, donde obtuvo un entrenamiento en operaciones de cooperación cívico-militares y una formación en métodos elicitivos de transformación de conflictos. Esto lo ha llevado a colaborar en el Reino Unido, Rumania y Holanda con proyectos ambientales, de no discriminación y ambientes laborales, y a dar cátedras en las licenciaturas de Derecho y de Derechos Humanos y Gestión de Paz en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Es docente certificado por la Secretaría Técnica del Consejo de Coordinación para la Implementación del Sistema de Justicia Penal en la Secretaría de Gobernación y profesor externo de la Licenciatura en Derecho en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Su interés siempre ha girado en torno a la justicia social, la construcción de procesos de diálogo y el fortalecimiento institucional enfocado en temas de negocios para autoridades municipales y estatales, en temas de perspectiva de género en el Instituto Estatal de las Mujeres en Durango, comunicación efectiva y programas de teatro imagen en lugares como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales México (Flacso), con el programa “Escuelas seguras, mediación de conflictos escolares”. Ha dado asesoría en instancias como el Senado de la República, donde diseñó y llevó a cabo procesos de construcción de consensos legislativos mediante la preparación de audiencias públicas entre la sociedad civil, académica y legislativa; ahí mismo participó durante la dictaminación para la publicación de las reformas en materia de justicia penal. Para llevar a cabo sus estrategias, ha profundizado en la teoría del psicólogo estadounidense Marshall Rossenberg sobre la comunicación no violenta, y también ha organizado talleres de teatro y esculturas humanas basándose en las prácticas del Teatro del Oprimido, creado por Augusto Boal, cuyo objetivo es el desarrollo del método que opta por una lucha pacífica contra toda forma de represión para lograr la libertad interior. Estas técnicas fueron puestas a prueba por él mismo cuando trabajó en el combate a la droga y el delito en la Oficina de Naciones Unidas.
El entendimiento de las paces
— ¿Te consideras un constructor de paz? — Yo no creo que pueda construir la paz. Lo que puedo construir es el espacio donde las personas puedan vivir la paz y sus entendimientos de las paces. Desde mi perspectiva, no hay una sola forma de entender la paz. Si yo impusiera una forma de la paz, sería violento. Yo únicamente soy responsable de crear un espacio de libertad para que las personas puedan elegir y, desde ahí, hagan propuestas. — ¿Y qué eligen? ¿Cuáles son las ideas de la paz que tienen las personas con quienes trabajas? — Eso es muy bonito porque nos vamos al tema de cómo entendemos la paz o las paces. En Colectivo Tomate trabajamos contando historias a través de la identidad o las identidades. — ¿Por qué tu organización se llama Colectivo Tomate? — Quien creó y puso el nombre al colectivo es Paola de la Concha. Su idea parte de la forma en la que se dan los tomates. Es un tema orgánico y un tema como de las matas que van creciendo. Otra explicación es que el tomate es la base para muchos platillos. — Lo que trabajan, ¿tiene que ver también con la identidad personal? — Con la identidad personal o la identidad de barrio. Trabajamos en barrios de distintas ciudades y hacemos entrevistas. Invitamos a las personas a que pongan un muro externo de su casa para contar historias. La idea es compartir los talentos en comunidad; de esa forma se cuentan las identidades a través de las historias personales. — ¿Qué historias? — Ahí es donde está relacionado el asunto con la paz o el entendimiento de las paces. — ¿Y también está relacionado con la identidad del propio espacio? — Así es. Entonces, parte de la historia de la persona, reflejada en su pared, se ubica en un tiempo y un lugar específico. Mi trabajo consiste en facilitar el
trabajo entre la comunidad y los artistas que consigo para contar las historias y que los muros queden convertidos en murales. — Los que pintan son artistas, ¿no son las personas de las comunidades? — Entre los artistas y las personas de las comunidades, pintan. Hago una convocatoria pública y abierta a nivel nacional para que lleguen artistas. En esa convocatoria se les ofrece pagarles los viáticos y una pequeña compensación. El proyecto que hacemos tiene, por lo general, tres meses de duración. Los artistas conviven con la gente del barrio y a veces hemos regresado varias veces. A Puebla, por ejemplo, hemos regresado cuatro veces en un periodo de seis años. Se genera una dinámica. — ¿No han tenido problema con los municipios? — No, porque también conseguimos permisos, respetamos los reglamentos. Todo lo vemos con las autoridades, lo vemos en las juntas de protección a la imagen urbana y con las gerencias de los centros históricos, y así hemos logrado trabajar en La Paz, Baja California Sur, en Zacatecas y Puebla, principalmente. — ¿La idea con esto es crear vínculos, acercar a las personas de las colonias? ¿Buscan colonias en conflicto? — Buscamos distintos aspectos en un barrio. Hemos trabajado en barrios que tienen una narrativa de peligrosos y conflictivos. Hemos trabajado en barrios cuya narrativa es de olvidados. Y sucede que, por lo regular, en los centros de las ciudades se encuentran estos barrios. — ¿Cómo identifican las narrativas? ¿Cómo saben que un barrio es peligroso? — Porque vamos identificando actores clave. De una noche a otra, llega la gente y te dice: “Ten cuidado porque ayer hubo una balacera”; o llegan a ofrecerte protección y les dices: “No, gracias, no quiero protección”. En Monterrey, por ejemplo, pintamos en una calle donde antes había mensajes del Cártel del Golfo. También en Saltillo trabajamos en un barrio con una narrativa de peligroso, aunque también en México la hay y en el Estado de México, no se diga. El nivel de peligroso es distinto. — ¿Cómo son los niveles de peligroso?
— Pues mira, en el barrio donde estuvimos trabajando en Puebla, la narrativa de peligroso estaba construida desde mucho tiempo atrás. Incluso, donde pintamos es un barrio fundacional de la ciudad y tiene una traza muy interesante. Me refiero a que, de pronto, un barrio que está en el centro de una ciudad queda excluido y sin servicios, como si no existiera en la misma ciudad. Es un tema de exclusión. Ahí está la construcción de una narrativa histórica. En ese caso específico, mi abuelo me decía: “No vayas allá porque es como una cueva de ladrones”, pero justo pienso que esa zona roja de la ciudad tiene una narrativa de peligro- so que se va transmitiendo en la narrativa colectiva. Así que fui con mi equipo y, cuando llegamos, sí estaba oscuro, con mucha basura, con puntos de venta de droga y no me quedaba claro lo que pasaba ahí, pero en el comportamiento de la gente veíamos algo distinto. — ¿Justo es eso lo que les sirve para trabajar? — Ahí empezamos a desbaratar las narrativas porque, cuando tocamos puertas, siempre nos topamos con alguien que tiene la intención de generar una mejora en el lugar en el que vive. — ¿Aunque sea un lugar que tenga una narrativa de peligroso? —Claro, porque, aunque la narrativa de peligroso sí está dentro, creo que está construida más desde afuera. — ¿Quienes viven dentro, alcanzan a ver la narrativa de peligroso de su barrio? — Los de dentro viven ahí. Los de dentro siguen teniendo a las niñas y los niños que siguen jugando en la calle. — Entonces, ¿son peligrosos sólo con quienes llegan de fuera? — Hemos trabajado en lugares donde hay pandillas y nunca he tenido una situación de violencia, aunque a veces sí llegamos con la idea de cuidarnos; así que en esos casos acordamos dejar de trabajar una vez que se meta el sol y avanzar en grupos de dos personas para no quedar completamente solos. — ¿La intención de llegar a estas narrativas de peligroso es justamente desarticular esa narrativa o desarticular la violencia?
— Una idea es deconstruir y desfragmentar la narrativa de peligroso, pero, la otra, conforme madura el proyecto, es crear conexión entre las personas, y los murales se vuelven el pretexto. En realidad, Colectivo Tomate no hace murales, sino trabaja con esa conexión. Por eso, además de los murales, también promueve talleres, invita a la gente a eventos públicos y también la invita a construir algo en colectivo. Ahí es donde entran los murales. La colonia América, que está entre Observatorio y Constituyentes, donde trabajamos un proyecto de Ciudad Mural, era una zona de prostitución y de peleas clandestinas de perros. Ahí, a través de la narrativa, íbamos identificando a los perros de pelea. Al principio generó shock al equipo porque no sabía qué hacer con eso y con la gente, hasta que llegó un momento en que me di cuenta de que no íbamos a cambiar las cosas del lugar, sino que íbamos con un proyecto de transformación del espacio. Entonces, para transformar el espacio no voy a partir de lo que yo considero que está equivocado, sino a proponer algo creativo. Finalmente, ¿quién soy yo para querer cambiar la realidad de las personas? Si vengo desde la perspectiva de cambio, estoy enjuiciando lo que ya está, y eso es una perspectiva colonizadora y evangelizadora que no me interesa. Más bien busco la transformación del espacio porque se crea un impacto que hace que las personas también se transformen. — ¿Cómo es el proceso en la creación del mural? — Quien decide el tema es la persona de la casa, el artista escucha el tema, propone el boceto y traza el contorno en el mural y se invita a la gente del barrio. A veces la gente del barrio invita a gente de otros barrios; entonces todos se conectan con la narrativa y crean el mural entre todos. — ¿Pintan sólo una casa y luego van con otra? — A veces en 15 días hay cincuenta murales pintándose de forma simultánea; terminan por ayudar personas de otros lugares. Quien dirige el mural es el artista, quien al final es el responsable de la estética del lugar. — ¿Qué artistas han trabajado con ustedes? — Son muchos, pero nos alejamos de la dinámica de los rock stars. Hago una convocatoria pública y abierta a quien quiera participar, pero hay dos requisitos: mandar un ejemplo de la gráfica y contestar un cuestionario para ver si el artista entiende o no el proyecto. Una de las preguntas es si está dispuesto a soltar su
ego y ofrecer su talento en favor de la comunidad, pues no se trata de que el artista cree un lienzo más para él, sino que se convierta en intérprete de la comunidad. Como director del colectivo, valoro qué tanto se conecta con la comunidad y qué tanto toma la responsabilidad de ser facilitador para que la comunidad cuente sus historias.
Comunicación no violenta en murales
— ¿Cómo creas la conciencia de una comunicación de paz? — Un autor que yo sigo mucho es Marshall Rosenberg, quien trabaja comunicación no violenta. En la comunicación no violenta cada persona toma responsabilidad de lo que siente, piensa y hace. Algunos de los talleres están enfocados en comunicación no violenta porque, sobre todo en México, no se nos exige ser responsables ni de lo que pensamos ni de lo que hacemos ni de lo que sentimos. Y si no se toma responsabilidad por ello, entonces se seguirán reproduciendo patrones de violencia. Es visible lo que hacemos, pero no necesariamente hay congruencia con lo que pensamos. La idea es ser congruentes y responsables por lo que pensamos; es cuestionarnos por qué pensamos lo que pensamos y de dónde viene eso que pensamos. — ¿O sea que de alguna manera todo este mecanismo de no violencia o de paz tiene que partir de uno? — Claro, es un asunto personalísimo. Marshall Rosenberg propone cuatro componentes de la comunicación no violenta: el primero es observar, distinguir tus observaciones de tus interpretaciones y evaluaciones de las cosas. El segundo componente es identificar lo que sientes, pero eso que sientes se da únicamente en el aquí y ahora; el lenguaje da pie a que te confundas entre lo que piensas y lo que sientes, porque no hay un incentivo para que expreses lo que sientes, sólo lo que piensas. El tercer componente es identificar lo que necesitas. Debajo de lo que sientes, hay una necesidad, y no es obligación de las demás personas el satisfacer esa necesidad; tienes que identificar tú mismo qué es lo que necesitas. Y el último componente es hacer una petición clara de lo que enriquezca tu vida y la de las demás personas. Desde esta petición clara es donde hacemos la
invitación a participar. Lo que yo trabajo con mi equipo es: “vayan a tocar a las casas e inviten a las personas, pero no vayan a convencer a nadie”. — Porque tiene que partir de una libertad también, ¿no? — Exacto. Si no quieren, se respeta. — ¿Y normalmente aceptan? — Hay personas que no han aceptado. Hay personas que en algún momento dijeron que no y luego dicen que sí. Nos pasó en Monterrey con una señora que dijo: “Sí pueden pintar mi casa, pero no crean que los voy a dejar entrar”. — ¿Pero, entonces, pintan también dentro de las casas? — Sólo es por fuera. La intención es que sea en el espacio público. Pero lo que te quiero decir es que, cuando llegó el artista, la señora se portó muy seca y distante, pero, en la medida en que convivieron, terminaron por ver telenovelas juntos. Incluso, ya cuando se termina el trabajo, normalmente pasa el artista y la persona de la casa a explicar el contenido del mural, y el día en que les tocó a ellos, la señora tomó el altoparlante y dijo: “A ver, ¿dónde está el primer muchacho que vino a tocar a mi puerta? Quiero que venga para decirle que sí me porté muy grosera. Me equivoqué y lo reconozco”. Fue un proceso muy sanador. — ¿Buscan procesos sanadores? — Buscamos espacios de encuentro y, a partir del encuentro, hay conexión. En la medida en que me conecte con otra persona puedo generar confianza y, en la medida en la que creo confianza, puedo sentirme más seguro, y, en la medida en la que me sienta más seguro en el barrio, empiezo a generar seguridad. Dentro del espacio de confianza se pueden construir otros proyectos. Hemos trabajado para que los niños de barrio construyan espacios sanos de diversión y encuentro, aun- que sigan los temas de pandillas y de drogas en su comunidad. Pero la diferencia es que se empieza a generar comunidad, y esa comunidad se vuelve responsable por el espacio. A eso es a lo que le tiramos. — ¿Han ido a barrios donde los pandilleros participen en los murales? — En Xanenetla, participaron. La idea es conocer a quién y cómo involucramos a las personas, pero ahí fueron súper nobles porque participaron en el proyecto.
Ahora, se salió ligeramente de la intención que proponemos, pues desde la comunicación no violenta se busca que se construya en el mural un mensaje de construcción, no de destrucción. Me refiero a que si pintas un mural donde está un niño golpeado, lo que se queda plasmado en el muro es eso, y es como darle más energía al problema que a la solución.
Teatro del Oprimido
— ¿La idea es transmitir lo que sí se quiere en vez de transmitir, como pasa en el caso de las protestas, lo que no se quiere? — Eso es lo que hago con el Colectivo Tomate, y también lo hago a través de una metodología que parte del Teatro del Oprimido, creado por Augusto Boal, que junta la comunicación no violenta y las perspectivas elicitivas de transformación de conflictos. La idea con todo esto es resaltar el conocimiento que ya existe. Parto de la idea de que la gente sí sabe y, como facilitador, ayudo a que exprese lo que sabe. El Teatro del Oprimido ayuda cuando trabajamos temas de conflicto porque metemos los entendimientos transracionales, es decir, que tenemos formas de entender más allá de la razón. La comunicación no violenta propone hablar y escuchar desde el corazón. Eso no lo puedes entender racionalmente. Tienes que entender otras cosas, como el comportamiento de la energía. Se hacen las intervenciones en escena que puedan modificar o transformar la situación que están viviendo. Así es la dinámica del Teatro del Oprimido. — El Teatro del Oprimido parte del lenguaje no verbal también, ¿verdad? — El lenguaje teatral es el lenguaje del cuerpo. Boal a veces decía que no se hablara para no racionalizar, pero otras ve- ces decía que se hablara para racionalizar. Entonces, entras y sales de lo racional, pero tienes otras formas de entender. Por eso, mi propuesta, como facilitador, es hacer que las personas que participan evoquen el conocimiento. También hago trabajo con esculturas humanas. Por ejemplo, trabajé con Flacso
en mediación de conflictos escolares en toda la República a través de teatro y esculturas. Les pedía que hicieran una escultura en la que mostraran qué significaba vivir en aquel estado de la República. Me sorprendí porque había estados altamente violentos y las esculturas que representaban daban una fotografía de la situación del lugar. Te daba una idea clara para interpretar lo que están sintiendo y viviendo las personas. Hemos trabajado relaciones y situaciones difíciles en esculturas humanas. Hay una técnica llamada “Síntesis de las imágenes”, y consiste en que formen grupos de seis personas; la idea es que cada persona del equipo se vuelva la protagonista de su escultura y la monte con todas sus compañeras y compañeros. Una vez montada la escultura, se junta con el resto de las esculturas de los otros grupos y se genera una síntesis de todas y, con base en esa síntesis, se forma una gran escultura que las represente. — ¿Qué temas has trabajado a través del Teatro del Oprimido? — He trabajado temas de género, de violencia de género, de discriminación de género o temas de nuevas masculinidades, de distintas formas de entender las masculinidades. Parto de la idea de que existe una única forma de la masculinidad hegemónica en la que vamos a encontrar ciertos patrones que van cambiando, pero otros se van manteniendo, y eso está relacionado con actitudes patriarcales relacionadas con la competencia, la búsqueda de poder y el ocultar los sentimientos. Entonces, las distintas masculinidades ayudan a deconstruir los estereotipos de género porque, al final de cuentas, ¿qué es ser hombre?, ¿qué es ser mujer? Eso es lo que vas construyendo. — ¿Consigues especialistas en el tema de género? — Reboto los temas de género con quienes considero que tienen mayor dominio. Lo reboto como rebotar ideas. Como facilitador, puedo trabajar distintos temas porque yo no me pongo en la postura de experto, pero consigo gente. — Y el nivel de o entre los participantes debe ser muy fuerte… — Desde mi perspectiva, la idea es captar la energía del personaje en la escena para transmitir toda la fuerza que sea necesaria. — Y tú, ¿te has transformado como facilitador?
— Me he ido flexibilizando. Al principio, la perspectiva que tenía era meramente jurídica porque, como abogado que soy, me dedicaba a la mediación de conflictos; luego era el tema de construcción de acuerdos, y después ya el tema de deconstruir todas esas formas y construir otras. Entonces, el hecho de hacer un trabajo de murales ayuda a tener otra perspectiva y entender las cosas de otra forma. Por ejemplo, cuando regresé al Senado, pude participar en las discusiones desde otro lugar; pude trabajar temas de comunicación no violenta al interior de la Comisión de Justicia. — A nivel emocional, ¿cómo te has transformado? — Cuando me estoy enojando, por ejemplo, identifico lo que me pasa. Es: qué observo, qué estoy interpretando y qué siento y, a veces, no tengo la respuesta en ese momento. A veces tengo que salir un rato y regreso de otra forma. Lo que tengo claro es no reaccionar y tomar responsabilidad de lo que dije o hice. Al final, entiendo la relación como un proceso.
Justicia en los actos performáticos
— Dices que has trabajado en mediación de conflictos… — En 2014 trabajaba en el Senado y participé en la creación de la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solu- ción de Controversias en Materia Penal, que es la ley de mediación para temas penales. Ya existía la iniciativa, pero yo trabajé en la dictaminación, en la atención de justicia y como asesor técnico para esa ley. Y es muy interesante, porque esa ley propone tomar responsabilidad de nuestros conflictos antes de llevarlos a juicio. La perspectiva es más de restauración que de castigo. Se trata de ir más allá de las leyes penales que sólo están relacionadas con el dinero o la privación de la libertad. — ¿Y sí se ha llevado a cabo esa ley? — Está vigente. A nivel nacional, está dentro del Nuevo Sistema de Justicia; se propuso la mediación en materia penal. Yo estuve en la creación y la
implementación. En nuestro país, necesitamos trabajar mucho el tema de las cárceles o centros de privación de la libertad y, sobre todo, en cómo son entendidas las penas y los castigos. — Como abogado, ¿qué piensas del sentido de la justicia en México? — Considero que hay una demanda no satisfecha de la justicia. Si hiciera un doctorado, me gustaría trabajar el tema performático del acto de justicia. Por ejemplo, a las personas que están en prisión preventiva dentro de las cárceles y que no se les ha dictado una sentencia, se les alarga el tiempo nada más. Lo que quiero decir es que el sistema de justicia no tiene nada que ver con la justicia, sino con un tema de desigualdad en cuanto a dinero, a la posibilidad de y a los medios de defensa. En cuanto a desigualdad, por ejemplo, Talina Pérez, una investigadora del CIDE, hizo una observación de las mujeres que visitan las cárceles de hombres en México. Una de sus con- clusiones es que en realidad son estas mujeres quienes mantienen el sistema penitenciario, pues son quienes dotan de alimento, vestido y protección a los hombres presos, que pueden ser sus esposos o sus hijos. — Y los hombres no visitan a las mujeres presas… — Las mujeres están muy solas en las cárceles, y ahí tienes otro tema de género porque, además, nada más ve el énfasis que pone el Estado en la infraestructura de las cárceles de hombres sobre la de las mujeres. Es un tema de género y justicia. — Tú hablas mucho de la responsabilidad. ¿Crees que, si se lograra que la gente tomara responsabilidad, se podría prescindir de las leyes y del sistema de justicia? — Pero seguiría habiendo acuerdos. Las leyes, en un principio, fueron acuerdos. Yo sí creo en la creación de acuerdos y que éstos tienen que adaptarse y entender las nuevas necesidades. Ése es justo el problema de muchas leyes, y lo vemos con los partidos políticos, que no están representando los intereses de las personas. El sistema político ha desvirtuado la representación y, si desvirtúas la representación, desvirtúas la democracia. — Y hasta ese aspecto de la comunicación tiene un efecto porque, cuando dices “acuerdos”, me relajo, y cuando dices “reglas”, me estreso.
— Porque los acuerdos te involucran; las reglas, no. La estructura de premios y castigos no está planteada en términos de la comunicación no violenta, y ésa la he aprendido sobre la marcha. La convivencia con las comunidades me ha ayudado mucho.
CONCLUSIONES
En el tránsito de la noche oscura del México de los desplazados, de los desaparecidos, torturados y asesinados. En el México de la marginación, discriminación y exclusión, y con el ánimo aplastado por la desesperanza al sentir que no había nada más que hacer, la vida me ubicó frente a los constructores de paz, y con ellos me regresó la esperanza y el aliento. Alguna vez, un maestro cheroqui dijo que el camino de un guerrero es la permanente observación de la impecabilidad en sus acciones y el cuidado de su armonía. Y no fue sino hasta que la vida me colocó frente a mis dieciséis entrevistados que la enseñanza se me reflejó en su justa dimensión. La conclusión es que no basta un entendimiento intelectual. Hace falta “poner el cuerpo”, como dirían algunos de ellos, porque sólo desde la experiencia directa se construye el verdadero conocimiento y se aprende a actuar con sabiduría. Las personas que habitan este libro me hicieron entender que al monstruo de mil cabezas no se le debe cortar el cuello, pues, de esa manera sólo se poda y se multiplica su voracidad, sino apuntarle al corazón, que es el centro mismo donde anida el odio que lo mantiene vivo. No es gratuito que todos coincidan en el corazón como el centro fundamental donde radica la experiencia del amor y que, sólo si se le experimenta, no en un sentido romántico, sino en un sentido de unidad e integración total, es posible hablar de paz y, en consecuencia, crear sistemas circulares, horizontales, incluyentes y democráticos. Los constructores de paz que he tenido el gusto de conocer encarnan el honor del que hablan los antiguos guerreros, pues ante todo se conducen con respeto, cortesía, cautela y benevolencia, no importa el tamaño del problema. Son fuertes transgresores sociales justo porque han transgredido sus propios límites y, en ese tenor, entienden los mecanismos de la discordia. De esta forma, están listos para desarticular la violencia a la que se enfrentan día con día.
No se limitan a la defensa de los derechos humanos, pues no se rinden a la trampa de las leyes que defienden y castigan. Incrédulos de los sistemas punitivos, prefieren ir al fondo de la problemática hasta dar con la causa de cada conflicto y restablecer, en la medida de lo posible, la armonía perdida, que es el verdadero sentido de la justicia y la dignidad. Su método es apelar al diálogo y a la conciencia de todo ser humano, buscando puntos de conciliación en las diferencias. Para ellos no existen víctimas y victimarios, sino personas en situaciones de conflicto con derechos fundamentales que hay que respetar y honrar. Son pacíficos porque han encontrado la paz después de haberse tirado al abismo, cruzado el infierno y caminado en lugares pedregosos, resbalosos y llenos de aristas, donde muchas veces han sido presas de un dolor de vida que los confronta. Son cautelosos como consecuencia de una autoobservación permanente que los ha obligado a cuidar su entorno, porque en cualquier momento de descuido pueden ser aniquilados y, aun así, permanecen sonrientes porque tienen gran capacidad de asombro y la firme convicción de una posible y real transformación del mundo. Teseos que se mueven en el laberinto del Minotauro para matarlo y evitar que siga devorando a los inocentes, son cautos en tomar el hilo guía que les impide perderse en sus recovecos oscuros y malolientes. Davides frente a sus Goliats, lanzan la piedra a la frente del gigante rapaz para matar la bestialidad de un sistema que se ha ocupado en cegar la conciencia y evitar la libertad. Así son ellos, los constructores de paz en México, maestros de la transformación personal y social, agentes de cambio, canales de información, puentes de diálogo, mapas de acción, brújulas, linternas… aves fénix que han renacido una y mil veces de sus cenizas; basta con su presencia luminosa para que se apaguen los fuegos de la ira y se enciendan los que ayuden a atravesar la más negra noche. Es a las personas entrevistadas para este libro, a quienes agradezco infinitamente su entrega y esa forma tan particular de moverse con una mente siempre clara, un corazón abierto, una voluntad firme y ese espíritu fortalecido que se extiende y se comparte al mundo con una generosidad sin límites.
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