CLA�DE�MA Ling�ïstica/An�lisis del discurso
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IEUN A. VAN DIJK El discurso como estructura
RACISMO Y DISCURSO DE LAS �LITES
y proceso
Estudios sobre el discurso I Una introducci�n multidisciplinaria TEUN A. VAN DUX El discurso como interacci�n social
Estudios sobre el discurso II Una introducci�n multidisciplinaria JAN RENKEMA Introducci�n a los estudios
sobre el discurso
TEUN A. VAN DUK Ideolog�a
Teun A. van Dijk
Un enfoque multidisciplinario GEOFFREY SAMPSON Sistemas de escritura
Introducci�n ling�ïstica JEAN STAROBINSKI Las palabras bajo las palabras
Los anagramas de Ferdinand de Saussure GIORGIO RAIMONDO CARDONA Los lenguajes del saber
AP
gedisa editorial
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Introducci�n La realidad del racismo A finales de 1991 y a principios de 1992, cuando estaba escribiendo las �ltimas versiones de este libro, las minor�as �tnicas, los inmigrantes y los refugiados en Norte�merica y, particularmente en Europa, segu�an siendo v�ctimas de un racismo flagrante, del etnicismo y de la xenofobia. Ante la inminente unificaci�n de Europa en 1993, se endurec�a la pol�tica sobre minor�as y se incrementaban las restricciones de la inmigraci�n. La legitimaci�n ideol�gica de estas pol�ticas y pr�cticas deja bastante claro c�mo los pol�ticos blancos en el poder ven a los que pertenecen a otra cultura o tienen un color de piel distinto al suyo, y cu�l ser� la situaci�n de las minor�as dentro de la futura fortaleza de la Europa unida. La pol�tica de acci�n positiva e igualdad de oportunidades, cuando la hay, est� sujeta a presiones constantes a pesar de la actitud discriminatoria que se practica con frecuencia, tanto en la contrataci�n como en la promoci�n del personal y al alarmante incremento de la tasa de desempleo entre las minor�as. De modo parecido, la mayor parte de la prensa adopta una actitud c�nica que, cuando no abiertamente xen�foba, como es el caso de la mayor�a de tabloides de derechas, suele dar mayor relevancia a la delincuencia menor, a las conductas desviadas y a las diferencias culturales interpretadas como una amenaza para las normas y valores occidentales de los blancos que a los problemas graves, como la xenofobia y la discriminaci�n. Al compartir su actitud de negaci�n de 19
racismo con otras �lites, tienden a dirigir sus iras hacia facciones antirracistas y, en particular, contra quienes tienen la osad�a de concluir, no sin antes haber aportado datos contundentes fruto de su investigaci�n, que son los propios medios de comunicaci�n blancos los que forman parte de la problem�tica racista. Alentados por esta pr�ctica general de chauvinismo en alza, el crecimiento de partidos racistas y otras organizaciones extremistas es muy preocupante, como tambi�n lo son sus actos y actitudes cada vez m�s prol�ficos. No obstante, el porcentaje de afiliados a tales partidos ser�a menos preocupante si no fuera porque se ve superado con creces, localmente en m�s de un 70%, por los elementos de la poblaci�n general que comparte actitudes contrarias a la inmigraci�n en grado m�s o menos virulento. Por otra parte, las connotaciones pol�ticas de esta situaci�n no ser�an tan alarmantes si los partidos europeos respetables no adoptaran cada vez m�s unas versiones moderadas de las ideolog�as racistas de la extrema derecha, con el objeto de captar los votos que representan a este resentimiento xen�fobo en auge, con lo cual se legitima y se refuerza el racismo que, a su vez, alimenta dicho resentimiento. El racismo en las c�pulas
As� las cosas, el racismo no se mueve �nicamente por las calles ni es prerrogativa de una reacci�n de la poblaci�n blanca com�n dentro de una coyuntura social o econ�mica determinada. Gran parte del desarrollo que he descrito someramente se define en algunas ocasiones de forma sutil e indirecta mediante la actuaci�n o el discurso de grupos de �lite. El racismo de las �lites pol�ticas, por ejemplo, tiene una larga tradici�n y, a pesar de sus apolog�as rutinarias y de sus llamadas oficiales a la tolerancia, sigue en la actualidad gozando de muy buena salud. Los ejemplos abundan. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente Bush aport� su grano de arena, muy efectivo, cuando en 1990 vet� el Civil Rights Bill, no sin antes haber realizado otra aportaci�n tambi�n muy eficaz durante su campa�a electoral, en la que propugnaba el �temor a la delincuencia negra�. De forma parecida, y a pesar de las leyes internacionales sobre asilo pol�tico, su istraci�n no ces� de repatriar a negros haitianos que se enfrentaban en su pa�s a una situaci�n 20
realmente precaria, mientras aceptaba la entrada de refugiados de la Cuba comunista. Durante las primarias presidenciales de 1992, el candidato Patrick Buchanan consigui� recabar un buen n�mero de votos del ala conservadora a pesar de haber efectuado declaraciones racistas y antisemitas p�blicamente. En el otro lado del oc�ano, hacia finales de la d�cada de 1970, Margaret Thatcher lleg� al poder en Gran Breta�a despu�s de manifestar con aprensi�n que su pa�s pronto se ver�a �inundado� de inmigrantes de culturas distintas, frase que a la larga se ha puesto de manifiesto en la pol�tica nacional. En Francia la consabida llamada a la tolerancia por parte del presidente Mitterrand ha sido al parecer mitigada por lo que �l mismo y otros interpretan como �umbral de tolerancia� del grupo dominante blanco. En 1991 el que hubiera sido l�der en el gobierno y alcalde de Par�s, Jacques Chirac, manifestaba su simpat�a hacia un movimiento popular que alegaba el �mal olor� de sus vecinos minoritarios. Poco despu�s el antiguo presidente, Giscard d'Estaing, intent� ganarse a la derecha denunciando una invasi�n de inmigrantes y exigiendo que para su derecho a la ciudadan�a deb�an demostrar la existencia de lazos de sangre. Dichas opiniones surtieron el efecto predecible de deleitar a los dirigentes del racista Frente Nacional franc�s, que en la actualidad se ha desplazado todav�a m�s hacia la derecha mediante el despliegue de una pol�tica rabiosamente racista que aboga abiertamente por la instauraci�n en Francia de una versi�n del apartheid. Al mismo tiempo, el canciller Kohl y otros pol�ticos conservadores alemanes contribuyeron a la creaci�n de una atm�sfera de p�nico p�blico con sus reiteradas y ostentosas referencias a la amenaza de una masiva inmigraci�n de refugiados. De forma parecida, otros l�deres europeos y sus istraciones se afanan en preparar o en llevar a la pr�ctica tratados como el semiclandestino de Schengen, dise�ados de manera sustancial para mantener a raya tanto a refugiados como a no europeos, es decir, no blancos en particular. Aunque solo fuera para equilibrar el esp�ritu ideol�gico de esta exclusi�n, ni ellos ni ning�n otro l�der se han molestado en combatir las manifestaciones de racismo y xenofobia en auge dentro de los confines de la propia UE. Este hecho no deber�a sorprendernos, puesto que han sido ellos mismos los que han conjurado los antiguos espectros europeos, por lo menos con su aquiescencia ante la realidad de que una pol�tica de inmigraci�n permisiva, la acci�n posi21
tiva o una postura firme ante el racismo podr�a costarles muchos votos blancos. �sta es, literalmente, la punta m�s visible del iceberg racista en Europa y en otros pa�ses europeizados. Aparentemente inocentes (una frase �poco afortunada� aqu� o all�), al menos en opini�n de muchos blancos, las actitudes �tnicas de los l�deres nacionales manifiestan �nicamente que el consenso �tnico subyacente en la poblaci�n blanca en general debe ser muy amplio y poderoso. No es dif�cil deducir cu�les son las actitudes �tnicas del establishment pol�tico menos visible, as� como las de las istraciones que gestionan estos l�deres, ni de qui�n son portavoces. Otros grupos de �lite tambi�n propugnan unas actitudes y pr�cticas igual de c�nicas y oportunistas; podemos pensar, por ejemplo, en las grandes corporaciones, el mundo acad�mico y en especial la prensa. Los peri�dicos de gran alcance suelen apoyar en gran medida las actitudes pol�ticas mayoritarias en lo que se refiere a temas �tnicos e inmigraci�n. Por otra parte, fomentan en el p�blico la reproducci�n de la ideolog�a de los pol�ticos y otras �lites mediante la publicaci�n de art�culos (tambi�n llamados de investigaci�n en profundidad), que inducen al temor, a �riadas� o �invasiones masivas� de refugiados, inmigrantes �ilegales�, guetos �de delincuencia�, consumo abusivo de drogas, ataques de negros, violencia callejera, amenazas de �fundamentalistas� musulmanes, costumbres �raras�, inmigrantes desmotivados para trabajar, par�sitos de la beneficencia social, racismo negro, la correcci�n pol�tica de lo multicultural, los puntos d�biles de la acci�n positiva y tantas otras historias que nunca fallan, ya sea para instilar o bien ratificar en general el resentimiento xen�fobo o antiminor�as en la base de la poblaci�n blanca. Efectos en la base
No hace falta entrar en detalles para describir los efectos m�s aterradores de este racismo de �lite. En Gran Breta�a las familias asi�ticas han sido v�ctimas desde hace muchos a�os de asaltos, ataques incendiarios y todo tipo de acosos. En Francia, los norteafricanos reciben a menudo disparos, en algunos casos mortales, mientras las tumbas de los jud�os siguen siendo profanadas en diversos pa�ses. Entre 1991 y 1992 los cabezas rapadas alemanes atacaron masiva y reiteradamente tanto a grupos minoritarios como a refugiados, incendiando sus casas y albergues. Los 22
inmigrantes del Tercer Mundo reci�n llegados a Italia que hu�an de la pobreza y de la opresi�n en su tierra natal, se enfrentan en la actualidad a la explotaci�n, el asalto y los insultos en un pa�s que se hab�a sorprendido a s� mismo con su potencial razzismo. Incluso en los pa�ses aparentemente tolerantes, como los escandinavos, los refugiados no est�n libres de intimidaciones y agresiones. No hace falta mencionar lugares de Estados Unidos como Howard Beach, Bensonhurst y Los �ngeles para recordar lo que todav�a puede sucederle all� a un afroamericano. Casos parecidos han tenido lugar en B�lgica, Canad�, Australia, Nueva Zelanda y, por supuesto, Sud�frica. Las incipientes democracias de Europa Oriental han puesto en evidencia lo f�cil que resulta aprender de Occidente (o de recaer en sus antiguas tradiciones) cuando se trata de discriminar o atacar a los jud�os, los gitanos, los trabajadores del Tercer Mundo, adem�s de a sus �propias� minor�as. Las autoridades y la polic�a son mucho menos eficaces al combatir este tipo de actos que cuando se enfrentan a otros actos de terrorismo. El desplazamiento general hacia la derecha que sigui� a la ca�da del comunismo suele ir acompa�ado de avisos sobre el incremento de la criminalidad, pero el racismo no est� categorizado como delito y, por consiguiente, no se persigue. Una vez m�s no deber�amos sorprendernos al comprobar que los j�venes africanos, caribe�os y otros inmigrantes o adolescentes de color pertenecientes a grupos minoritarios son molestados sin cesar y a veces atacados por la polic�a en casi todos los pa�ses occidentales. En la primavera de 1991, en la ciudad de Los �ngeles, una c�mara de v�deo fue testigo de un tipo de suceso normalmente restringido al p�blico, y que se neg� con vehemencia a pesar de las acusaciones que efectuaron un grupo de negros. Se trataba de una grabaci�n que mostraba c�mo un grupo de polic�as blancos se deleitaba en el apaleo de un negro a quien hab�an detenido por superar el l�mite de velocidad permitido al conducir. Aunque la evidencia fuera innegable, el veredicto de un jurado blanco en abril de 1992 concluy� que los polic�as eran inocentes, hecho que desat� la violencia y que convirti� en cenizas grandes sectores del centro de Los �ngeles. Racismo cotidiano Aunque estas formas violentas de racismo callejero evidente sean sorprendentes y algunas se den con asiduidad, no todas definen el estilo de 23
vida cotidiano de todos los integrantes de los grupos minoritarios de los pa�ses occidentales. Es posiblemente m�s grave e insidioso el efecto acumulativo y estructural de otras formas habituales de racismo menos violento que cualquier persona de un grupo minoritario es susceptible de experimentar en el �mbito pol�tico, laboral, escolar, en la investigaci�n acad�mica, en organismos oficiales, tiendas, medios de comunicaci�n, lugares p�blicos o en cualquier otra situaci�n de interacci�n con los blancos. Antes de pasar a analizar la noci�n de racismo en t�rminos m�s te�ricos en el cap�tulo siguiente (que tambi�n aporta las referencias a textos acad�micos subyacentes a la presentaci�n informal de la problem�tica de este cap�tulo), deber�amos subrayar que el concepto de racismo cotidiano es compatible con la �ptica de este libro, es decir, que el racismo no consiste �nicamente en las ideolog�as de supremac�a racial de los blancos, ni tampoco en la ejecuci�n de actos discriminatorios como la agresi�n evidente o flagrante, que son las modalidades de racismo entendidas en la actualidad durante una conversaci�n informal, en los medios de comunicaci�n o en la mayor parte de las ciencias sociales. El racismo tambi�n comprende las opiniones, actitudes e ideolog�as cotidianas, mundanas y negativas, y los actos aparentemente sutiles y otras condiciones discriminatorias contra las minor�as, es decir, todos los actos y concepciones sociales, procesos, estructuras o instituciones que directa o indirectamente contribuyen al predominio del sector blanco y a la subordinaci�n de las minor�as. Deber�a hacerse hincapi� desde un principio en que nuestra concepci�n del racismo tambi�n incluye el etnicismp, es decir, el sistema de predominio de un grupo �tnico que se b�sa en la categorizaci�n mediante criterios culturales, la diferenciaci�n y la exclusi�n, entre los que se encuentran el lenguaje, la religi�n, las costumbres o las concepciones del mundo. A menudo los criterios �tnicos y raciales son inseparables dentro de estos sistemas de predominio, como es el caso del antisemitismo. En esta obra, siguiendo el uso acad�mico y pol�tico, emplearemos en general el t�rmino racismo en lugar de etnicismo. Nuestro an�lisis del racismo se centra en su modalidad contempor�nea blanca o europea, tal y como se dirige contra las gentes en o del sur y, en especial, contra las diversas minor�as �tnicas, las gentes nativas o de color en Europa, Am�rica del Norte, Sud�frica, Australia y Nueva Zelanda. Este hist�rico y espec�fico tipo de racismo puede acu�arse como 24
eurorracismo,.. neologismo muy �til pero que no utilizaremos en este libro. Tampoco debatiremos otras modalidades de predominio �tnico o conflictos del pasado en Europa Oriental o en otros continentes. Como veremos en detalle m�s adelante, el criterio fundamental para la identificaci�n del eurorracismo es el poder (predominio) ejercido por los blancos y la consiguiente discriminaci�n de las minor�as. Este tipo de racismo integra actitudes e ideolog�as de apoyo, que se han desarrollado en un escenario hist�rico de esclavitud, de segregaci�n y de colonizaci�n, y en un contexto m�s actual, de migraciones sur-norte de mano de obra y de refugiados. Son las �lites blancas, es decir, los pol�ticos, catedr�ticos, editores, jueces, oficiales, bur�cratas y directivos de primera, quienes ejecutan, controlan o condonan muchos de los actos racistas sutiles u obvios que definen el sistema del racismo cotidiano. Cuando un blanco no se involucra activamente en una de estas modernas modalidades de segregaci�n, exclusi�n, agresi�n, menosprecio o marginaci�n, su participaci�n en el acto racista consiste en adoptar una actitud pasiva, aquiescente, ignorante o indiferente respecto a la discriminaci�n �tnica o racial. Este amplio enfoque sist�mico del racismo de �lite implica que una buena parte del discurso que estudiaremos en esta obra no tiene en absoluto la apariencia de ser racista. Antes bien, tanto el texto como el habla de las �lites referido a minor�as pueden parecer toTer�lies e� �lturia ocasi�n, incluso comprensivos, con tintes humanitarios o de aceptaci�n, aunque dicho discurso caiga en contradicci�n debido a una situaci�n de discriminaci�n estructurada, principalmente provocada o condonada por dichas �lites. Puesto que estamos especialmente interesados en las propiedades generales de los discursos y de las pr�cticas dominantes, evitaremos efectuar distinciones entre blancos racistas y los que no lo son. La coincidencia de de grupos dominantes en la reproducci�n de (o resistencia a) un sistema de predominio �tnico es demasiado compleja como para permitir caracterizaciones simplistas. Lo mismo puede decirse de la evaluaci�n en t�rminos racistas del discurso individual, aunque en alguna ocasi�n lo hagamos informalmente, cuando el texto o el habla sean abierta o expl�citamente vejatorios hacia las minor�as. As� pues, nos centraremos en el sistema cultural y social del racismo en general, y �nicamente estudiaremos ciertos discursos y actos de discriminaci�n a t�tulo de manifestaciones localmente variables o muy puntuales. Por otra parte, no estamos �nicamente interesados en el sistema 25
racista y su reproducci�n discursiva, sino en el modo de hablar y escribir de los blancos sobre los �otros�, por ejemplo, en su discurso antropol�gico o pol�tico sobre otras gentes y otras naciones, particularmente las del sur. Este libro se fijar� ante todo, en el discurso referente a las minor�as �tnicas de Europa y Am�rica del Norte. Continuidad y cambio Aun cuando muchas de las manifestaciones racistas que se han comentado anteriormente son bastante conocidas, y sus expresiones m�s extremas se han itido con rubor pero a menudo tambi�n a rega�adientes, ser�a un grave error suponer que dicho tipo de racismo ata�e al pasado. Este tipo de suposici�n, por otra parte, goz� de aceptaci�n durante la regresi�n conservadora de la d�cada de 1980, asociada con la istraci�n Reagan. Cierto es que la esclavitud y el tr�fico de esclavos fueron abolidos hace m�s de un siglo, que la mayor�a de pueblos asi�ticos y africanos proclamaron su independencia de sus due�os coloniales durante la generaci�n anterior y que los imperios globales se desmoronaron. Como resultado de ello y te�ricamente, las relaciones internacionales actuales se fundamentan en leyes y tratados que afirman la igualdad entre todos los pueblos. Tanto los estudios como los medios de comunicaci�n mayoritarios han dejado de proclamar abiertamente o de legitimar la supremac�a blanca. El movimiento pro derechos humanos, las leyes anti discriminaci�n, la pol�tica de igualdad de oportunidades y las t�midas modalidades de acci�n positiva han contribuido a atenuar las manifestaciones m�s contundentes y descaradas de racismo contra las minor�as. Dicho esto, tanto en el �mbito internacional como nacional, este progreso innegable s�lo ha servido para suavizar el estilo de predominio de las naciones occidentales blancas y de su poblaci�n mayoritaria. Distan mucho de estar abolidas las antiguas pr�cticas de desigualdad y de opresi�n, profundamente enraizadas en lo econ�mico, lo social y lo cultural. Lo propio puede decirse por lo que se refiere a los prejuicios actuales sobre minor�as, el poder econ�mico o militar y la hegemon�a cultural del blanco sobre el negro, del norte sobre el sur, de las mayor�as sobre las minor�as. As� pues, los cambios que han sufrido las relaciones raciales y �tnicas durante el siglo xx no pueden interpretarse como un progreso gradual, 26
antes bien, los frutos de las conquistas, de la esclavitud, del colonialismo, del imperialismo y de las ideolog�as que les han dado soporte tardaron varios siglos en prosperar, y cuando estos sistemas empezaron a desmoronarse lentamente, aproximadamente entre 1850 y 1950, el racismo ideol�gico, el antisemitismo y la explotaci�n colonial registraron su punto m�s �lgido y su expresi�n m�s extrema, como se demuestra por ejemplo en la salvaje colonizaci�n de �frica, en Jim Crow y la segregaci�n en Estados Unidos, en el Holocausto jud�o perpetrado por los nazis y sus colaboradores europeos y en el apartheid sudafricano, por citar s�lo algunos. En comparaci�n con estos cataclismos morales de la civilizaci�n occidental y a pesar de las feroces manifestaciones de racismo insistente por parte de la derecha, las sutilezas del racismo cotidiano m�s actual pueden parecer inofensivas. Fundamentalmente, ello sugiere un cambio repentino en el sistema de predominio �tnico y racial durante las �ltimas d�cadas, tanto en el plano ideol�gico como en el pr�ctico. No obstante, hemos observado que a pesar de estos cambios, tambi�n existe una continuidad en el sistema de predominio del sector blanco. Tanto los sucesos sociales como pol�ticos de la d�cada de 1980 como de principios de la de 1990, han puesto de manifiesto que el etnicismo y el racismo siguen constituyendo una problem�tica sustancial en la sociedad europea, norteamericana y de otros pa�ses europeizados, dominada por los blancos. Las agresiones prevalecientes, los prejuicios y la discriminaci�n contra los refugiados, los inmigrantes y minor�as del Tercer Mundo han dado al traste con la ilusi�n de que un incremento de la tolerancia y de los derechos humanos m�s elementales significaba, en algunos pa�ses, un avance hacia un estado de aceptaci�n y de total igualdad. La segregaci�n de hecho, una tasa de desempleo alta, la mala escolarizaci�n, el alojamiento de segunda clase y la marginaci�n cultural siguen siendo, entre otros, los rasgos estructurales que caracterizan la situaci�n de las minor�as. Cuando se examina detenidamente su interacci�n y su experiencia, estas caracter�sticas vitales se corresponden con muchas formas sutiles de la pr�ctica del racismo cotidiano. Como ya hemos indicado, estas modalidades predominantes de racismo �normal� est�n exacerbadas, particularmente en Europa, por modalidades menos sutiles de asedio racista, fuera del consenso actual, como los ataques, incendios de la propiedad y asesinatos de mujeres, hombres y ni�os de procedencia o color distintos. 27
El papel de las �lites Con este fondo hist�rico y estructural, la presente obra trata de esbozar un estudio sobre el racismo, centr�ndose en el papel actual que desempe�an las �lites en su perpetuaci�n de la discriminaci�n �tnica y racial. Demostraremos c�mo contribuyen a la reproducci�n de este proceso las �lites pol�tica, medi�tica, educativa, acad�mica y corporativa mediante su 'persuasiva preformuraci�n de un consenso �tnico dominante, en el �mbito de las relacionas �tnicas. Mediante su texto y habla influyentes, se manufactura el consentimiento necesario para legitimar su poder en general, y su liderazgo que sustenta su predominio sobre el sector blanco, en particular. El racismo de �lite se caracteriza por su negaci�n e indulgencia, adem�s de atribuir sus propiedades a la poblaci�n blanca de a pie. Para evitar confusiones, deber�amos destacar una vez m�s que este estudio no trata de examinar a fondo las ideolog�as y pr�cticas racistas expl�citas, obvias o intencionales de la derecha. Es justamente este tipo de racismo evidente el que la mayor�a de �lites rechaza y el que entiende como �nica modalidad de racismo. Dicho de otra manera, su negaci�n del racismo presupone una definici�n que les excluye convenientemente, como si no fuera con ellas. Somos cr�ticos diametralmente opuestos a esta ideolog�a predominante y nos interesamos por los grupos que conforman una corriente m�s bien moderada, es decir, los pol�ticos de partidos respetables, los periodistas de nuestros diarios, los escritores de los libros de texto de nuestros hijos, los reputados acad�micos que prologan los libros de sociolog�a, los jefes de personal de las empresas punteras y todos aquellos que de alg�n modo gestionan la opini�n p�blica, las ideolog�as dominantes y las pr�cticas cotidianas consensuadas. Sostenemos que el predominio de los blancos en general y el racismo en particular, con inclusi�n de la modalidad evidente que practica la derecha, presuponen un proceso creativo en el cual las �lites moderadas desempe�an un importante papel. La mayor parte de los integrantes de cualquier grupo de �lite no estar�a de acuerdo con estas premisas, dado que tienen un concepto normativo de s� mismos bastante incongruente. En el fondo se consideran guardianes de la moral y, por lo general, se apartan de cualquier pr�ctica racista que se asemeje a su definici�n del mismo. Por consiguiente, y como veremos en nuestro estudio sobre la prensa (cap�tulo 6), las conclusiones extra�das de la investigaci�n sobre racismo y de las denuncias 28
efectuadas por los grupos minoritarios son con frecuencia negadas, marginadas e incluso atacadas con virulencia por las �lites, con lo cual se confirma justamente la veracidad de nuestra tesis. Por regla general se puede concluir que en cuanto se cuestionan los intereses de una �lite, por ejemplo en el �mbito de las relaciones �tnicas, las normas de tolerancia y los valores de igualdad que supuestamente se hab�an adoptado se olvidan f�cilmente. Ello no es solamente cierto para los pol�ticos o los ejecutivos de empresa, sino tambi�n para las �lites culturales y simb�licas, en los �mbitos de, por ejemplo, la ense�anza, la academia, las artes y los medios de comunicaci�n. Cuando para ajustarse a una realidad multicultural determinada se efect�a un leve cambio en la programaci�n escolar o universitaria (de Estados Unidos pero tambi�n en otros pa�ses), los feroces ataques conservadores sobre la �correcci�n pol�tica� demuestran con cu�nta fuerza el eurocentrismo est� enraizado en el �mbito �tnico y cultural predominante. Racismo de elite y discurso
El objetivo primordial de este libro es el an�lisis cr�tico de algunas ,formas sutiles de racismo ,susceptibles de ser desarrolladas por las �lites. ExaMinaremos, en especial, de qu� manera el racismo de �lite propicia la reproducci�n del racismo en toda la sociedad, mediante lo que hemos dado en llamar la preformulaci�n de las formas populares de racismo. Puesto que las acciones p�blicas de las �lites son mayoritariamente discursivas, nos centraremos en analizar las modalidades de propagaci�n del racismo en texto y habla, y que definen tanto su propio racismo cotidiano como las modalidades generales de gesti�n de consenso �tnico en la sociedad blanca. Para que la perspectiva discursiva sobre el racismo de �lite sirva como punto de partida no hacen falta grandes justificaciones. En su inmensa mayor�a, la poblaci�n s�lo participa activamente en las conversaciones cotidianas de su c�rculo de familiares, amistades, vecinos o compa�eros de trabajo. La gente com�n participa con un mayor o menor grado de pasividad en los eventos de comunicaci�n o discursivos controlados por las �lites. Nos referimos, entre otros muchos estamentos sociales, a los medios de comunicaci�n, la pol�tica, la educaci�n, el entorno acad�mico, la empresa, la iglesia, los sindicatos y las agencias de bienestar social. 29
Puesto que las �lites dominan estos medios de reproducci�n simb�lica, es de suponer que tambi�n controlan las condiciones comunicativas en el proceso de formaci�n de la gente corriente y, por ende, del consenso �tnico. A pesar de que los mecanismos sociales y cognitivos involucrados en este proceso comunicativo sean muy complejos, y de que a veces est�n repletos de contradicciones reales o aparentes, su hip�tesis fundamental nos guiar� a trav�s de esta obra para formular tanto la investigaci�n emp�rica como la te�rica. Racismo de �lite y racismo popular Sin menospreciar el papel que, d�a a d�a, desempe�an las conversaciones y las vivencias inter�tnicas o interraciales de un grupo de blancos en la conformaci�n de actitudes �tnicas e ideolog�as de grupo, responsables de establecer la dimensi�n sociocognitiva del racismo estructural, nuestra' ' hip�tesis sostiene que las �lites son el principal responsable de forjar los cimientos de producci�n e interpretaci�n de tales conversaciones. Deber�amos reiterar, no obstante, que este enfoque particular dirigido a investigar la influencia del discurso de �lite y del racismo no sugiere que el racismo popular no exista, ni que el discurso popular y el racismo no influyan de forma ascendente a los conceptos sociales y las acciones de las �lites. Abundan las conclusiones, fruto de la investigaci�n, que demuestran reiteradamente la existencia de resentimiento por parte de la gente blanca corriente, ya sea hacia un nuevo grupo de inmigrantes o una minor�a local, en especial cuando existen condiciones propicias a la competici�n debido a una escasez de recursos o a una crisis pol�tica. Tampoco es nada nuevo que las �lites se aprovechen a su vez de estas reacciones populares para desarrollar y legitimar sus propios programas de pol�tica �tnica o racial. Sin embargo, el punto de vista espec�fico que este libro quiere realmente sugerir es que no todo racismo se fundamenta en el resentimiento popular espont�neo,Y � q� u� � g-r-a-n parte de la motivaci�n y de los abundantes prejuicios que al parecer inspiran el racismo popular est�n �preparados� por las �lites. Nuestra perspectiva es, por consiguiente, la de * ninendar la opini�n popular, no s�lo entre las �lites sino tambi�n en el �mbito de las ciencias sociales, que preconizan que el racismo en la sociedad no deber�a buscarse entre los de sus grupos. En resumen, aun 30
ndo las relaciones entre �lites y los grupos que no lo son sean dial�ccas, nos centraremos en examinar estas relaciones �top clown�, es decir, e forma descendente a partir de la c�pula. Las implicaciones sociopol�ticas de nuestro manifiesto son obvias: blando el racismo es tambi�n causa de problemas importantes en el seno e varios grupos de �lite, m�s graves ser�n las consecuencias para las mior�as, incluso m�s que las del racismo popular. A fin de cuentas las �lies definen y constri�en en su mayor parte las oportunidades vitales de ks minor�as y, en especial, mediante o en su educaci�n, su empleo, sus asuntos econ�micos y sociales, los media y la cultura. El racismo popular espont�neo s�lo surte efecto cuando los medios de comunicaci�n y otras modalidades de discurso p�blico parecido y controlado por las �lites se extiende a toda la poblaci�n. El discurso de socializaci�n en familia, as� como las primeras conversaciones infantiles donde destaca alguno de sus , pueden contribuir a la elaboraci�n de un formato de interpretaci�n elemental que defina el consenso �tnico sobre el conflicto entre grupos, pero al crecer, el ni�o pronto se encuentra con formas de discurso sobre el �otro� mucho m�s sofisticadas. Podemos dar como ejemplos los cuentos infantiles, los programas de la televisi�n, las clases y los libros de texto. En efecto, casi todos los ni�os se enteran por primera vez (y a veces de forma exclusiva) de la existencia de otros grupos �tnicos o del Tercer Mundo me' diante la comunicaci�n y el discurso controlado por este tipo de �lite. Lo propio es cierto para los adultos cuando adquieren sus conocimientos y creencias a partir de los medios de comunicaci�n, de los libros de texto de nivel superior, por el estudio avanzado o el discurso pol�tico (intervenido por los media). En definitiva, cuando el conocimiento general de la sociedad se ha formado esencialmente a trav�s del discurso p�blico, y cuando �ste est� en su mayor parte controlado por varios grupos de �lite, efectuar una exploraci�n de las mismas porque en ellas se hallar� alguna de las esencias del racismo est� del todo justificado. Es posible que ello sea tambi�n la causa que induce a algunas �lites en oposici�n a fomentar el establecimiento de una corriente antirracista, aunque este tema merecer�a un estudio aparte con el objeto de examinar los detalles del discurso disidente.
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Estructura del an�lisis del discurso interdisciplinar
se formulan en este libro deber�an entenderse como limitadas por el contexto, el tiempo, los pa�ses y los tipos de discurso tratados.
El discurso como conjunto de datos
Los datos que sustentan la realidad de esta obra se han reunido y analizado en diversos proyectos de investigaci�n, durante la d�cada de 1980 y principios de la de 1990, en la Universidad de Amsterdam. La estructura general del proyecto, mucho m�s amplia, concern�a al discurso y al racismo. Algunos libros y art�culos precedentes se hab�an referido de forma individual a dichos proyectos, por ejemplo, un estudio sobre conversaciones y prensa; no obstante, la presente obra pretende integrar y elaborar las teor�as de aquella investigaci�n de forma m�s espec�fica y dentro de una estructura conceptual m�s coherente. En lugar de hacer hincapi� en los primeros estudios, este libro se concentra, por ejemplo, en el papel que desempe�an las instituciones y las �lites, as� como sus respectivos discursos, en la reproducci�n del racismo. As� pues, adem�s de aportar un conjunto de resultados de investigaci�n nuevos, prestaremos mayor atenci�n a laldimensi�n sociopol�tica del racismo, de lo que hab�amos hecho con anterioridad. El cap�tulo 3, por ejemplo, efect�a una comparaci�n y un examen exhaustivos del estilo de debate parlamentario y congresual acerca de las minor�as, los refugiados y relaciones �tnicas, la acci�n positiva y los derechos civiles en Estados Unidos, Gran Breta�a, Alemania, Francia y los Pa�ses Bajos. Otros cap�tulos se refieren al discurso en los �mbitos educativo, universitario, corporativo y medi�tico. Los an�lisis y conclusiones de este estudio se basan en un extenso cuerpo de tipos diversos de texto y habla: miles de p�ginas de transcripci�n de entrevistas, informaciones, libros de texto, informes parlamentarios, publicaciones acad�micas, cartas y comunicaciones informales cotidianas, provenientes de diversas partes de Norteam�rica y Europa. Sin embargo, aunque una colecci�n de datos tan masiva nos haya servido para llegar a unas conclusiones bastante modestas, creemos que a�n nos faltan muchos datos y an�lisis sobre otros g�neros de discurso y sobre otros grupos de �lite en la mayor parte de Europa y en otros pa�ses europeizados. La mayor�a de nuestros datos est� fechada en la d�cada de 1980, lo cual excluye un an�lisis de tendencia m�s hist�rica que s�lo podr�an aportar otros estudios sobre racismo pero que casi nunca est�n orientados al discurso. En otras palabras, las dem�s generalizaciones que 32
El an�lisis multidisciplinar de texto y contexto
Antes de pasar a desglosar de forma m�s te�rica la estructura multidisciplinar de este estudio (v�ase el cap�tulo 2) destacaremos, a modo de resumen informal, las principales caracter�sticas anal�ticas del enfoque de este discurso. Cuando hablamos de estructuras o estrategias de texto y habla, nos referimos, por ejemplo, a la presentaci�d gr�fica, a la - entonaci�n, a las variaciones estil�sticas o a la sintaxis de una selecci�n de palabras, a las implicaciones sem�nticas y a la coherencia, a los temas generales del discurso, a las formas esquem�ticas y a las estrategias de la argumentaci�n o de los informativos, a las figuras ret�ricas como las met�foras, hip�rboles, actos de habla y estrategias dialog�sticas de veracidad y persuasi�n, entre otras. N�tese que dichas estructuras no son racistas por naturaleza y que pueden tener una funci�n racista en un contexto espec�fico solamente; es posible que en otros contextos, las mismas estructuras tengan funciones diferentes e incluso antirracistas. Estas estructuras y estrategias suelen estudiarse en oraciones y gram�ticas del discurso y en teor�a de la ret�rica, semi�tica, pragm�tica, an�lisis conversacional y argumentativo. No obstante, para facilitar la lectura de esta obra, limitaremos al m�ximo el uso de estos conceptos y de otros instrumentos te�ricos de estos subdominios y de otras disciplinas de an�lisis del discurso adl�teres. En general, la mayor parte de nuestro an�lisis de texto y habla ser� muy informal. Otra limitaci�n importante, debido a la escasez de espacio, se refiere a una ingente cantidad de material recabado para este estudio, que comprend�a un minucioso detalle sobre los discursos completos analizados (o grandes fragmentos) y referidos al debate parlamentario, una entrevista, una lecci�n de un libro de texto y un noticiario. Estos an�lisis tambi�n hubieran sido relevantes para ilustrar las propiedades de interacci�n dialog�sticas. Como veremos con m�s detalle a continuaci�n y de forma m�s extensa en el cap�tulo siguiente, se supone que estas propiedades estructurales de texto y habla est�n monitorizadas (y explicadas) por cogniciones subyacentes de los s del lenguaje, es decir, por procesos y representaciones de la memoria como son los modelos mentales de eventos 33
espec�ficos, conocimiento, actitudes, normas, valores e ideolog�as. Estos discursos, adem�s de sus cogniciones sociales subyacentes, interpretados a la saz�n como formas de acci�n situadas, se adquieren y utilizan en 1 contextos socioculturales, como el de la pol�tica, el educativo, el acad�mi, co, el medi�tico y el corporativo. Puesto que nuestra interpretaci�n del racismo es fundamentalmente la de un sistema social de dominaci�n de grupo, deber�amos hacer hincapi� sobre el hecho de que nuestro inter�s �nicamente se dirige a los discursos y cogniciones de individuos percibidos como integrantes de grupos o instituciones, lo cual tambi�n significa que, en ocasiones, estos individuos y su discurso pueden no parecer en absoluto racistas. Como veremos, es posible que en alguna ocasi�n exhiban valores incluso tolerantes o humanitarios. De forma parecida y seg�n de qu� emisor y de qu� otros elementos de contexto se trate, la misma afirmaci�n puede tener funciones distintas en el conjunto del sistema de racismo. Un enfoque anal�tico del discurso no significa que reduzcamos el problema del racismo a un problema de lenguaje o de comunicaci�n. Es evidente que el racismo tambi�n se manifiesta en muchas estructuras y pr�cticas que no son discursivas, como la discriminaci�n en el empleo, el alojamiento, la sanidad y los servicios sociales o en la agresi�n f�sica. Nuestro inter�s y alegato principales tienen dos intenciones: 1) el racismo tambi�n se manifiesta en el discurso y en la comunicaci�n, y est� a menudo relacionado con otras pr�cticas sociales de opresi�n y de exclusi�n, y 2) las cogniciones sociales subyacentes a estas pr�cticas est�n mayoritariamente conformadas por la comunicaci�n discursiva dentro del grupo blanco dominante. En otras palabras, aunque el discurso no sea la �nica forma de pr�ctica racista, desempe�a, no obstante, un papel muy relevante en la reproducci�n de los mecanismos b�sicos de la inmensa mayor�a de pr�cticas racistas que lleva a cabo la sociedad. Cognici�n social Hemos sugerido que una explicaci�n interdisciplinar del papel que desempe�a el discurso de �lite en la reproducci�n del racismo, tiene asimismo una dimensi�n cognitiva importante: la producci�n e interpretaci�n de texto y habla sebasan en modelos mentales de eventos �tnicos que, a su vez, est�n conformados por la memoria en representaciones so34
ciales compartidas (conocimiento, actitudes, ideolog�as) acerca de un grupo propio, de grupos minoritarios y de las relaciones �tnicas. Estas mismas representaciones sociales controlan otras acciones no verbales de los de un grupo, por ejemplo, los actos de discriminaci�n. Puesto que los procesos de reproducci�n comprenden tanto representaciones sociales como asimismo actos discriminatorios, y que las representaciones sociales las conforman y las cambian el discurso y la comunicaci�n, debemos conocer con precisi�n de qu� forma las estructuras de texto y habla afectan las estructuras de cognici�n social. Debemos, por lo tanto, investigar mediante qu� estrategias mentales las actitudes �tnicas y las ideolog�as influyen sobre la producci�n del discurso. De la misma manera que un enfoque anal�tico del discurso no significa que reduzcamos el racismo a un mero estudio de texto y habla, un an�lisis cognitivo tampoco sugiere que el racismo y su reproducci�n se limiten a una cuesti�n de psicolog�a individual, por ejemplo, al estudio de prejuicios personales. Muy al contrario, las representaciones sociales son propiedades de la mente social y se comparten entre los de un grupo. Como veremos a continuaci�n, las mismas se adquieren, se cambian y se utilizan en circunstancias sociales y, por lo tanto, son cognitivas y sociales. Con su aspecto dual, esta propiedad nos permite relacionar, por una parte, la naturaleza social del racismo con la estructural, a modo de sistema de discriminaci�n social, en el que se incluyen los prejuicios �tnicos compartidos o las ideolog�as racistas de los grupos blancos, y por otra, con los individuos de un grupo y sus opiniones y discursos, adem�s de sus variaciones contextuales y personales. Acci�n social y estructura social Hemos apuntado asimismo que tanto el discurso social como la cognici�n social est�n por sistema impregnados de circunstancias sociales que, a su vez, se caracterizan por integrar elementos de estructuras y relaciones sociales m�s complejas, como los grupos, las instituciones o las relaciones de discriminaci�n o de predominio. La noci�n de �lite propiamente dicha deber�a ser definida dentro de una estructura social mucho m�s amplia. Aunque se materialice en los niveles micro del discurso, de la acci�n y del pensamiento, es evidente que la proliferaci�n del racismo tambi�n necesita un an�lisis estructural de amplio espectro. As� 35
las cosas, no es meramente el periodista o el informativo espec�fico quien desempe�a un papel en este proceso, sino tambi�n el discurso de la sociedad y otras interacciones sociales, como las que efect�an redactores y editoriales, a niveles micro. De forma similar, este �ltimo precisa de un an�lisis dentro de un contexto estructural m�s amplio, tanto social como econ�mico y cultural de la prensa en tanto que instituci�n, del peri�dico como organizaci�n y del periodismo como grupo profesional, a nivel macro. Lo propio puede decirse de la reproducci�n del racismo en la pol�tica, la educaci�n, la investigaci�n y la empresa. Es justamente dentro de estas estructuras m�s amplias donde el discurso y las representaciones sociales sobre temas �tnicos desempe�an sus funciones espec�ficas contextuales. En definitiva, nuestro enfoque multidisciplinar a�na el discurso y otras acciones con la cognici�n social y, asimismo, con las esferas sociales a nivel macro y micro. Aunque el discurso y la cognici�n aparentan ser fen�menos caracter�sticos de nivel micro, tienen a veces la particularidad de tratar acerca de fen�menos de nivel macro: la gente puede hablar y pensar acerca de grupos, discriminaci�n o racismo. En otras palabras, el discurso y la cognici�n son capaces de relacionar las estructuras macro y micro del racismo y su reproducci�n. Un informe multidisciplinar describe y explica las m�ltiples relaciones, y el an�lisis del discurso nos capacita especialmente para estudiar estas relaciones. Cultura Seg�n se entiende en la sociolog�a y la antropolog�a modernas, el racismo y su reproducci�n no suelen tenerse en cuenta en t�rminos de �cultura�. No obstante, incluso en las p�ginas precedentes, de cariz bastante informal, acerca del papel que desempe�a el discurso de �lite en la reproducci�n del racismo, hemos encontrado muchas dimensiones culturales de discriminaci�n. Hemos subrayado, por ejemplo, que el racismo actual ya no es primordialmente racial, sino que tambi�n se sustenta y se legitima en la cultura. Ello presupone que los integrantes de grupos dominantes tambi�n funcionan a base de jerarqu�as culturales de grupo, y que el racismo tambi�n implica predominio cultural. Esto es especialmente cierto dentro del grupo que estudiamos: las �lites. El complejo conjunto de discursos de �lite que define, por ejemplo, el caso Rushdie y 36
la c onservadora campa�a contra el multiculturalismo en la ense�anza y la in vestigaci�n son ejemplos a destacar. De modo semejante, las actitudes �tnicas y las ideolog�as predominantes, adem�s de la manera t�pica en que se expresan o legitiman en texto y habla, son propiedades caracter�sticas de la cultura europea blanca do minante. Destacan, entre otros g�neros, la literatura, el cine, las noticias en prensa, el debate parlamentario, los informes acad�micos y las historias cotidianas, as� como sus estrategias y estructuras narrativas, argumentativas, estil�sticas o ret�ricas, todas ellas fen�menos culturales, particularmente cuando se refieren a grupos y asuntos �tnicos. Existen muchas relaciones interesantes entre el modo de hablar y de escribir sobre el �otro�, de la gente profana, entre la cual se incluyen las �lites y el estilo m�s o menos profesional que practican antrop�logos y etn�grafos desde hace mucho tiempo. En consonancia con las directrices cr�ticas de la antropolog�a actual, este estudio no se relaciona con poblaciones �ex�ticas� de ninguna clase, sino que se centra en nuestra propia kirma de pensar y de escribir acerca de �ellos�. Al contrario que muchos estudios actuales sobre cultura popular, nuestro enfoque cr�tico se dirige a la cultura de �lite; en otras palabras, un estudio de la reproducci�n del racismo es, a su vez, un estudio de la reproducci�n de la cultura de �lite dominante.
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Integraci�n te�rica Este informal esbozo de algunos elementos principales que conforman la estructura te�rica, necesaria para explicar el complejo problema que representa la reproducci�n del racismo en la sociedad, hace hincapi� sobre el hecho de que nuestro enfoque tiene que ser multidisciplinar por necesidad, y es por ello que comprende nociones de ling�ïstica, socioling�ïstica, an�lisis del discurso, estudios interpersonales y de comunicaci�n de masas, psicolog�a cognitiva y social, sociolog�a macro y micro, etnograf�a, ciencias pol�ticas, historia y otras disciplinas. Un enfoque de esta naturaleza presenta unos inconvenientes caracter�sticos. Las teor�as y metodolog�as en las que dichas nociones se han desarrollado no siempre son directamente compatibles. Por ejemplo, un estudio de estructura del discurso nos aporta un punto de vista sobre la comunicaci�n bastante distinto del que proporciona un an�lisis cogniti37
vo o social sobre texto o habla, que puede concernir, en especial, a 1 procesos propiamente dichos, al progreso de las interacciones o a la funciones sociales del discurso. A pesar de la disparidad, tenemos buenas razones para suponer que la integraci�n multidisciplinar es posible, y adem�s tan crucial, te�rica y emp�ricamente, como para tener muy e n reproducci�n. Hemos sugerido que un enfoque con miras a tal integraci�n es multidimensional e integra el discurso, la cognici�n y la interacci�n, por tener dimensiones mentales y al mismo tiempo socioculturales; por otra parte, lo cognitivo, lo social y lo cultural precisan de un an�lisis tanto a nivel micro como a un nivel estructural macro, para resultar en un equilibrio de relaciones relevantes, todas ellas involucradas en el racismo y su reproducci�n. El an�lisis del discurso es perfectamente id�neo para justificar estas relaciones. En otras palabras, al describir el discurso de �lite propiamente dicho, podemos justificar el discurso en t�rminos estructurales (por ejemplo, gramaticales, estil�sticos, ret�ricos) y, asimismo, en los t�rminos microsociol�gicos de las interacciones progresivas y de las pr�cticas socioculturales de las �lites, o como un evento mental (de interpretaci�n, memorizaci�n, etc.) o como una expresi�n general de cogniciones de grupo, como son las actitudes y las ideolog�as. As� pues, la complejidad te�rica de nuestro an�lisis conceptual refleja, necesariamente, la complejidad emp�rica del racismo en la sociedad.
cuentaf�mo plejcsraimoyupced
ejerce sobre el consenso �tnico, que, a su vez, sustenta el predominio euro peo blanco sobre las minor�as �tnicas. Un an�lisis del discurso cr�tico y multidisciplinar nos permite divulgar los patrones discursivos de texto y habla de la �lite blanca sobre temas �tnicos as� como de las estrategias y estructuras socioculturales del papel que representan en la reproducci�n del racismo. Este enfoque cr�tico del racismo y del poder de �lite apenas si precisa de una justificaci�n, puesto que se inscribe en un paradigma de investigaci�n cuyo prop�sito es aportar informaci�n y conocimiento experto que pueda ser de utilidad en el desarrollo de pr�cticas e ideolog�as de cariz oposicional y antirracista. Este libro demuestra que, a pesar de intentar mantener una imagen de tolerancia muy cuidada como l�deres y ciudadanos, las �lites blancas son, fundamentalmente, parte del problema del racismo. Adem�s de la necesaria acci�n pol�tica, es preciso que este tema se investigue seriamente, con el prop�sito de descifrar y desvelar los mitos preponderantes sobre el papel de las �lites en el �mbito de los asuntos �tnicos. Nuestro estudio solamente representa una aportaci�n entre tantas a esta modalidad de discrepancia acad�mica, a la que se unen los estudiosos con las minor�as y todos aquellos que se oponen al racismo, con el prop�sito fundamental de conseguir una sociedad realmente multicultural.
Resumen
Este cap�tulo a modo de introducci�n sostiene que existe la necesidad de estudiar el papel de las �lites en la reproducci�n del racismo actual en Europa, Norteam�rica y otros pa�ses europeizantes. Las �lites dirigentes en pol�tica, los media, la universidad, la ense�anza, la empresa y tantos otros dominios sociales controlan el a los privilegios y recursos sociales valorados y son los principales responsables de la falta de paridad entre los grupos mayoritarios y los minoritarios. Entre muchas acciones citables, el discurso de �lite es un medio muy importante que establece, representa, mantiene, expresa y legitima dicho predominio. En realidad el poder de las �lites tambi�n se define por su privilegiado a varias formas de discurso p�blico y, por ende, por el control que 38
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2 Marco te�rico El an�lisis cr�tico del racismo La teor�a cr�tica del racismo que sustenta el an�lisis del racismo de �lite en este libro es el resultado de una compleja interacci�n de investigaciones acad�micas, sociales, culturales y pol�ticas. Dicha teor�a cr�tica se orienta a la problem�tica en lugar de a la disciplina, es decir, se centra en el racismo como problema social y pol�tico de las sociedades blancas occidentales. Por esta raz�n, se han elegido instrumentos tanto te�ricos como de m�todo a partir de disciplinas diversas o, cuando ha sido necesario, se han elaborado a prop�sito, �nicamente en funci�n de su relevancia para describir y explicar las distintas manifestaciones de racismo de elite. As� pues, no nos dejamos guiar por la estrechez de un paradigma preestablecido ni por una determinada �escuela� para describirlo y explicarlo, sino que, como hemos indicado en el cap�tulo anterior, utilizamos el an�lisis del discurso, la lingu�stica, la psicolog�a cognitiva y social, la sociolog�a, la antropolog�a, las ciencias pol�ticas y la historia para describir las m�ltiples dimensiones de un problema tan complejo como es el papel de las �lites y de su discurso en la reproducci�n del racismo. No obstante, en lugar de efectuar una combinaci�n ecl�ctica de nociones y conceptos prestados incompatibles, nos proponemos reconstruir esta problem�tica mediante una estructura te�rica coherente donde el concepto multidisciplinar del discurso juegue un papel central y organizador. 41
Este an�lisis del racismo tiene en consideraci�n la importancia de una perspectiva coherente con la de quienes experimentan el racismo como tal, es decir, los competentes o �conscientes� de los grupos minoritarios. Esta competencia consiste en el conocimiento fundamental y en las estrategias de decisi�n y evaluativas necesarias para interpretar las opiniones, actitudes, discursos u otras pr�cticas de los blancos, relacionadas con el sistema de predominio �tnico. En otras palabras, partimos de la base de que la �definici�n de la situaci�n �tnica�, tal como la describen los grupos minoritarios informados (Essed, 1991) es tambi�n nuestra definici�n. Es evidente que el conocimiento evoluciona con la historia y que existen variables dentro de la definici�n seg�n se trate de individuos, subgrupos de minor�as distintas, �pocas diversas y circunstancias socioculturales o pol�ticas cambiantes. Por ejemplo, la interpretaci�n de los mecanismos del racismo de los afroamericanos es m�s sofisticada en la actualidad, debido en parte al Movimiento de Derechos Civiles, de lo que lo era hace 40 o 100 a�os (Marable, 1985, 2000, 2002; Marx, 1967; Morris, 1984; Sigelman y Welch, 1991; St. Jean y Feagin, 1997). En nuestra interpretaci�n de las variables del racismo discursivo, que a veces son sutiles, hemos combinado esta atribuci�n minoritaria con datos y conocimientos contextuales significativos relativos a consecuencias relevantes, tal y como es propio dentro del marco de una estructura multidisciplinar. El reconocimiento de la perspectiva minoritaria resulta un tema controvertido para muchos blancos dedicados al estudio de las relaciones �tnicas. A menudo la ignoran, y cuando no, consideran que las evaluaciones minoritarias de las pr�cticas de los blancos son sesgadas e interesadas, o sensibleras, vengativas e incluso muestras de racismo a la inversa (para un an�lisis cr�tico, v�ase, por ejemplo, Essed, 1987; Essed y Goldberg, 2002; Ladner, 1973). Esta actitud concreta y una tendencia general a considerar la evidencia minoritaria menos s�lida es un ejemplo t�pico de racismo de �lite acad�mico. Ello es particularmente cierto cuando los mismos acad�micos blancos niegan o mitigan de forma interesada el fen�meno del racismo, al suponer que est�n mejor dotados para determinar o definir el racismo. Por esta raz�n, el enfoque acad�mico de las relaciones �tnicas es objeto de an�lisis cr�tico en esta obra. Lo cual no significa que los estudiosos blancos no sean capaces de estudiar el racismo. Al contrario, cualquier persona que haya adquirido la perspectiva, el conocimiento pr�ctico, la sensibilidad y la estructura te�rica necesaria que define el predominio blanco puede, por supuesto, comprender las m�ltiples manifestaciones del racismo. 42
En alguna ocasi�n, tanto en nuestro anterior trabajo sobre la reproducci�n del racismo como en este libro, identificamos esta posici�n cr�tica como antirracista (Scheurich, 2002). Este t�rmino presenta ciertos inconvenientes y lo utilizamos no sin cierta reticencia. A fin de cuentas es mucho m�s positivo y gratificante estar a favor de algo, como por ejemplo el multiculturalismo o la democracia �tnica, que definir el posicionamiento propio como contrario. En segundo lugar, como veremos a continuaci�n dentro de este estudio, la mayor parte de �lites afirma estar contra el racismo, con lo cual nuestro posicionamiento no parecer�a ser muy distinto. No obstante, confiamos en demostrar que existe una diferencia bastante grande entre, por una parte, alegar estrat�gicamente que �uno est�, por supuesto, contra el racismo�, y por otra, dar un apoyo consistente a la pol�tica y a los posicionamientos antirracistas. En tercer lugar, y de la misma manera que tiene poco sentido (pol�tico o te�rico) clasificar a la gente en racista o no racista, tampoco sirve de mucho diferenciar a los antirracistas de los que no lo son; las normas, actitudes y pr�cticas discriminatorias y las no discriminatorias pueden mezclarse de modos muy complejos. A pesar de estas serias discrepancias, no disponemos a�n de una terminolog�a alternativa, sea pol�tica o acad�mica, para denotar teor�as, an�lisis y acciones que se opongan de forma cr�tica a todas las manifestaciones de racismo, con inclusi�n del sutil racismo de �lite y que favorezcan una igualdad etnicorracial y una justicia verdaderas. Dentro de esta estructura general cr�tica y multidisciplinar centrada en un planteamiento antirracista y en el reconocimiento de una perspectiva minoritaria, este cap�tulo se dedica a debatir algunas de las principales nociones te�ricas, necesarias para describir en cap�tulos sucesivos el papel del discurso de �lite en la reproducci�n del racismo. Para algunos detalles, a veces complicados, de estas nociones, daremos la referencia literaria del estudio, aunque por razones de espacio, �stas ser�n limitadas. Grupos Una dimensi�n primordial del racismo es su naturaleza intergru al. FuniirCio. y la discridamentalmente, la categorizaciï __................_ ¿½n, el estereotip�, �l _.---r.._el-....... minaciï .. .¿½n_. . afectan a �l, os dem�s� porque se cree que forman parte de otro grupo, es decir",, qiii-s-o-� atributos de los miernbros:_de.un.grupo y no de los individuos. De este modo, las propiedades negativas que se atribuyen
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al grupo en general se aplican a sus , pero se interpretan por igual y de modo intercambiable. Por el contrario, las caracter�sticas negativas que se atribuyen a un miembro de un grupo en una situaci�n determinada pueden extrapolarse a todo el grupo. De forma parecida, los blancos con prejuicios �tnicos o que se dedican a pr�cticas discriminatorias lo hacen a t�tulo de de un grupo. Ello significa que dentro de ' nuestra estructura te�rica, el prejuicio y la discriminaci�n no se atribuyen a unos rasgos individuales de personalidad, sino a las normas, valores o ideolog�as sociales y culturales de los grupos dominantes. Desde el punto de vista de los de un grupo minoritario, podr�an en principio parecer propias del grupo o de cualquiera de sus . As� pues, al analizar la reproducci�n del racismo, nos referimos a los procesos de reproducci�n de grupos, es decir, de normas, valores, actitudes e ideolog�as que rigen sus pr�cticas de grupo, as� como a las propiedades de conflicto y predominio entre los grupos (Abrams y Hogg, 1999; Billig, 1976; Brewer y Kramer, 1985; Tajfel, 1978; 1981; Turner y Giles, 1981), Poder y dominio
El racismo no es caracter�stico de cualquier relaci�n de intergrupo, aunque muchas propiedades de las relaciones intergrupales sean una caracter�stica del racismo. Para el racismo es esencial una relaci�n de poder o dominio de grupo (Giles y Evans, 1986). De nuestra definici�n de racismo como propiedad de relaciones intergrupales se desprende que dicho poder no es personal ni individual, sino social, cultural, pol�tico o econ�mico (para detalles sobre diversos aspectos del poder social, v�ase, por ejemplo: Cartwright, 1959; Clegg, 1989; Galbraith, 1985; Haugaard, 2002; Lukes, 1974, 1986; Wrong, 1979). Esta definici�n sugiere que en situaciones o posicionamientos determinados, a t�tulo individual, un miembro de un grupo minoritario, por ejemplo, un profesor o un alcalde negro, pueda tener m�s poder que ciertos de grupos mayoritarios, siempre y cuando est�n ejerciendo las funciones que le son propias. El poder de grupo es, fundamentalmente, una forma de control: el espectro y la naturaleza de las acciones de los de un grupo dominado est�n limitadas por las acciones, la influencia o los deseos evidentes de los de un grupo dominante. En otras palabras, el ejercicio de control social sobre otros grupos limita la libertad social de 44
�stos. Dada la definici�n de racismo como forma de dominio, el racismo a la inversa o racismo negro en una sociedad doniiria� crapor los blancos est�n excluidos, en teor�a, de nuestros par�metros. De hecho, como veremos a menudo en este estudio, estos tipos de inversi�n son claramente , y por definici�n, un instrumento del discurso racista. Los recursos en los que se sustenta el grupo de poder blanco son m�ltiples y de naturaleza socioecon�mica, as� como cultural e ideol�gica (French y Rayen, 1959; Wrong, 1979). El hecho de estar asociados a un grupo dominante puede significar que sus se consideren capacitados para ejercer el control sobre �los dem�s�. No obstante y en general, la base de poder tambi�n se define en t�rminos de estatus, privilegios, ingresos y capacidad de al trabajo, alojamiento o escolarizaci�n superiores. El control que no se justifica ni moral ni legalmente y el preferente a dichos recursos definen de por s� la noci�n de dominio y son el eje fundamental de todas las formas de discriminaci�n social y, por ende, de racismo. En otras palabras, el predominio de un grupo es una modalidad de abuso de poder. Lo mismo es cierto en el caso de las relaciones de poder dentro del propio grupo dominante y, por lo tanto, para la definici�n de �lites (v�ase a continuaci�n). Ello significa que el poder relativo de las �lites mayoritarias y minoritarias juega un papel fundamental en la naturaleza de las relaciones �tnicas. Veremos a continuaci�n, de forma m�s detallada, que el dominio definido como control social tiene una dimensi�n cognitiva y otra social. Adem�s de su control sobre el a recursos sociales de valor, los grupos dominantes pueden controlar, indirectamente, la mente de los dem�s. Pueden hacerlo mediante el discurso persuasivo y por otras v�as (informaciones sesgadas, mala educaci�n) que limiten la adquisici�n y el uso de conocimientos relevantes y de creencias necesarias para poder actuar con libertad y en inter�s propio. Esta obra presta especial atenci�n a esta dimensi�n del discurso de dominio, es decir, de la que se ocupa de conformar el consenso �tnico sobre la legitimidad del grupo de dominio blanco dentro del propio grupo dominante. Fundamentalmente, la reproducci�n del racismo sirve para mantener el poder del grupo blanco: el grupo dominante no quiere desbancarse y se asegura de que ello no ocurra con la adquisici�n de un privilegiado a sus relevantes recursos de poder socioecon�micos o culturales, aunque s�lo sea por el hecho de impedir su a los grupos minoritarios. No obstante, en las relaciones �tnicas, el control de poder es rara45
mente total y normalmente topa con cierta oposici�n, es decir, con pr�cticas orientadas hacia la adquisici�n del contrapoder, cuando menos en algunos dominios sociales. Cuando se cambian GT -f�rmulas de , como es el caso en la acci�n positiva y de los programas de alojamiento o bienestar social, el incremento de contrapoder real o imaginario de las minor�as puede ser objeto de rechazo por parte de los blancos y considerarse un favoritismo injusto. Veremos m�s adelante que esta modalidad es una de las manifestaciones m�s patentes del racismo actual (Dovidio y Gaertner, 1986). Diferencia: raza y etnicismo Mientras que las formas de poder de grupo introducidas precedentemente son de car�cter general y tambi�n aptas para definir el predominio de clase y de g�nero entre otros, el racismo presupone la construcci�n s - - - � � . .i. Tradicionalmente, la noci�n de racismo se aplicaba anuellas formas de dominiodeLrupo donde las diferencias espec�ficas� de apariencia . f�sica (principalmente de color) serv�an para forjar asociaciones elementales de inclusi�n o exclusi�n de un grupo (Miles, 1989). Aunque las diferencias entre el grupo �de fuera� y el grupo �de dentro� fueran m�nimas y, a veces, no existieran, su construcci�n social se fundamenta en varias operaciones cognitivas para definir la diferencia racial, por ejemplo mediante prototipos, la exageraci�n de diferencias intergrupales y la minimizaci�n de la variaci�n dentro de un grupo (Abrams y Hogg, 1999; Bourhis y Leyens, 1994; Brewer, 2003; Gaertner y Dovidio, 2000; Hamilton, 1981; Hogg, 2001; Jones, 1972; Miller, 1982; Stephan y Stephan, 2001; Tajfel, 1981). Estas construcciones sociocognitivas pueden variar sustancialmente en culturas o pa�ses distintos. Mientras en Estados Unidos o Europa puede haber una diferencia esencial entre negros y blancos o entre africanos y europeos (cauc�sicos), la diferenciaci�n en el Caribe o en Brasil puede ser mucho m�s detallada y hacer distinciones, por ejemplo, entre muchos grupos de negros diferentes. La diferenciaci�n y categorizaci�n de grupo basada en la apariencia f�sica va casi siempre acompa�ada de otras asociaciones por diferencias de origen del grupo (o sus ancestros) y, en especial, de las atribuciones de caracter�sticas culturales, como el idioma, la religi�n, las costumbres, los 46
h�bitos, las normas, los valores e incluso los rasgos de car�cter y sus pr�cticas sociales asociadas. Aunque la apariencia y el origen suelen ser los criterios principales para la diferenciaci�n de grupo, es posible que surjan otros, por ejemplo, que un conjunto de caracter�sticas culturales se convierta en un factor predominante en el proceso de categorizaci�n y de diferenciaci�n (M. Barker, 1981). El dominio de grupo basado en estas formas de diferenciaci�n de grupo puede denominarse etnicismo (Mullard, 1985). No obstante, en este libro seguiremos utilizando el t�rmino racismo para denotar estas otras modalidades de etnicismo, aun cuando las diferencias raciales sean m�nimas o desempe�en un papel subordinado en el proceso de categorizaci�n. As� pues, en Europa puede utilizarse tambi�n para describir el etnicismo que se practica contra los turcos u otros pueblos del Mediterr�neo y en Estados Unidos para caracterizar las relaciones con los mejicanos u otros latinoamericanos. Hemos comprobado que esta dimensi�n del racismo entra�a muchos aspectos de concepto distintos, entre los que se incluyen elementos geogr�ficos, fisiol�gicos, culturales, sociales y cognitivos. Esta separaci�n sociocognitiva es fundamental porque categoriza a las personas en de �otros grupos�, seg�n criterios a menudo arbitrarios, aunque socialmente establecidos, de atribuci�n de distinciones de origen, de apariencia f�sica y otros aspectos culturales. Cuando se atribuyen al grupo excluido, es t�pico del sistema racista suponer que ciertas propiedades, como las de car�cter, inteligencia, morales u otras acciones caracter�sticas, est�n relacionadas de forma inherente a la identidad racial o �tnica del grupo. Veremos m�s adelante y con mayor detenimiento que el proceso de reproducci�n del racismo conlleva, precisamente, la reproducci�n social de estas construcciones, aunque los criterios subyacentes puedan sufrir cambios hist�ricos. Racismo blanco A pesar de que este an�lisis del racismo como grupo de dominio, basado en diferencias �tnicas o raciales de elaboraci�n sociocognitiva, pueda, en teor�a, aplicarse a otras formas de discriminaci�n, Licillsenuremosa_qu� en el racismo blanco o europeo. Ello no significa que los blancos sean racilt�S -13-�rnaturaleza, sino que, a lo largo de la historia, han adquirido o �
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se han apropiado del poder que, a su vez, se ha reproducido en t�rminos raciales, a saber, en varias formas percibidas como superioridad racial respecto de los no europeos, y como sistema de discriminaci�n que se traducen en pr�cticas de exclusi�n, de marginaci�n y otras modalidades de opresi�n o de control (Bowser y Hunt, 1981; Bulmer y Solomos, 1999; Essed y Goldberg, 2002; Feagin, 2000; Feagin y McKinney, 2003; Feagin, Vera y Batur, 2001; Katz, 1976b; Katz y Taylor, 1988; Miles, 1989; Sears, Sidanius y Bobo, 2000; Solomos y Back, 1996; Wellman, 1977). Mientras que las variaciones actuales y m�s sofisticadas de racismo hacen un mayor hincapi� en la �diferencia� con otros grupos, el racismo tradicional presupuso la superioridad inherente de la �raza blanca� (M. Barker, 1981). En otras palabras, tal y como se analiza aqu�, racismo significa el predominio europeo de grupo ejercitado especialmente hacia los grupos no europeos (no blancos) u otros pueblos que se identifican en t�rminos de un complejo conjunto de diferencias, basadas en atribuciones f�sicas, culturales y socioecon�micas. Esta modalidad espec�fica de racismo blanco se desarroll� en colaboraci�n con el colonialismo y el imperialismo occidentales, pero sigue siendo relevante en las relaciones actuales entre el norte y el sur y entre las mayor�as europeas y las minor�as no europeas (Lauren, 1988; Robinson, 1983). Pr�cticas sociales y cogniciones sociales Hemos argumentado anteriormente que el dominio de grupo �tnico tiene dos dimensiones complementarias: la de la acci�n social y la de la cognici�n social. El grupo �de dentro� controla al �grupo de fuera�, mediante pr�cticas sociales de opresi�n, supresi�n, exclusi�n o marginaci�n. Sin embargo, estas pr�cticas son espec�ficamente racistas (o perpet�an el sistema de poder racista) �nicamente cuando tambi�n contienen una carga cognitiva, como actitudes o ideolog�as prejuiciadas (Allport, 1954; Apostle, Glock, Piazza y Suelze, 1983; Jones, 1972; Zanna y Oson, 1994; Bar-Tal, et al., 1989; Ruscher, 2001; Young-Bruehl, 1996). Ello no significa que estas pr�cticas sean siempre intencionadas o conscientemente racistas, pero s� que se sustentan en creencias que conducen a acciones con consecuencias negativas para los de grupos minoritarios. 48
Ello tambi�n significa que en nuestro estudio el problema de discriminaci�n sin prejuicios o discriminaci�n no intencionada se considera espurio. Es as� en primer lugar porque desde nuestra perspectiva de minor�as para definir el racismo los actos discriminatorios se experimentan y se valoran seg�n sean sus consecuencias para las minor�as. En segundo lugar, por lo que se refiere a los grupos y al dominio de los mismos, las pr�cticas discriminantes de un grupo presuponen unas cogniciones soc iales prejuiciadas, compartidas por muchos o por la mayor�a de los del grupo dominante. Los individuos sin prejuicios �tnicos (si existen), que discriminan contra minor�as, �nicamente para conformar con la norma o debido a la presi�n social, lo hacen en cualquier caso y justamente debido a un consenso de prejuicios compartidos, y contribuyen de este modo al crecimiento del racismo. As� pues, en un an�lisis del racismo como poder de grupo, el prejuicio que se define como una mera actitud individual es irrelevante. En este punto deber�a tenerse en cuenta que nuestra actitud hacia el r�cisno (etnicismo incluido) como sistema de dominio de grupo, y que se manifiesta tanto en cogniciones sociales (actitudes, ideolog�as) como en pr�cticas sociales sistem�ticas de exclusi�n, inferiorizaci�n o marginaci�n, es distinta klaconcepci�n sociol�gica C_QD1U,SieXaCiSMO-Cellna.� ideolog�a racrsla- (Miles, 1989; Van Dijk, 2000; v�ase tambi�n el cap�tulo 5). Hemos argumentado que el racismo tambi�n comprende pr�cticas discriminantes y que las cogniciones sociales subyacentes a �l no precisan acompa�arse de una ideolog�a sobre la superioridad racial blanca. A un nivel local de interacci�n y de experiencia, el sistema social general del raCisin�ir�in�T�ToTrna de racismo cotidiano, es decir, como un incumplimiento del reglamento, las normas y los valores que subyacen en la conducta apropiada de interacci�n social (Essed, 1984, 1991). Estas pr�cticas cotidianas pueden ser institucionalizadas o no serlo, por ejemplo, en t�rminos legales y de reglamentos; pueden ser sutiles u obvias, abiertas o solapadas, intencionales o no. Se interpretan como pr�cticas racistas cuando los de un grupo minoritario, bas�ndose en su conocimiento generalizado sobre el racismo, las interpreta como tal, y cuando no puede darse ninguna excusa o explicaci�n razonable que justifique estas acciones negativas: por ejemplo, cuando un catedr�tico infravalora las habilidades acad�micas de un alumno porque su piel es negra y no porque tenga un motivo cr�tico espec�fico, o porque dicho estudiante no haya sido suficientemente brillante (para m�s teor�as, an�lisis y 49
ejemplos de estos procedimientos de evaluaci�n, v�ase, en especial, Essed, 1991). Como primera aproximaci�n disponemos ahora de algunos elementos de racismo primordiales, a modo de sistema de una sociedad de predominio de grupo blanco, en detrimento de grupos o pueblos no europeos, que implementa pr�cticas negativas cotidianas generalizadas y que se sustenta en cogniciones sociales compartidas, sobre las diferencias raciales o �tnicas del grupo �de fuera�, interpretadas por la sociedad y, a menudo, negativamente valoradas. Tambi�n hemos visto que los conceptos de este tipo de an�lisis necesitan ser expl�citos porque comprenden teor�as cognitivas y sociales, tanto en el plano local como en el global de una organizaci�n social. Veremos a continuaci�n qu� tipo de lenguaje te�rico es preciso para proporcionar una exposici�n tan avanzada.
Reproducci�n Uno de los conceptos centrales de este libro es el de reproducci�n, aunque lamentablemente, si bien las ciencias sociales lo tratan con frecuencia, casi nunca lo definen ni analizan con precisi�n (v�ase, no obstante, Bourdieu y eron, 1977; Atkinson, Davies y Delamont, 1995). Tanto su significado biol�gico como el tecnol�gico sugieren la continuaci�n o duplicaci�n de objetos, organismos, especies o im�genes existentes. La reproducci�n social tambi�n implica la continuaci�n de las mismas estructuras, fruto de unos procesos activos, como es el caso de una cultura, una clase o, de hecho, todo el sistema social. En este caso es fundamental que los propios integrantes sociales est�n activamente comprometidos en el proceso de continuaci�n: esta contribuci�n continuada sirve para perpetuar una estructura social o unas normas y unos valores culturales. Lo mismo es cierto para la reproducci�n del sistema de racismo que contin�a existiendo, siempre que haya del grupo blanco o instituciones que implementen el sistema, es decir, que compartan prejuicios �tnicos y lleven a cabo con regularidad pr�cticas discriminatorias. Aparte de este aspecto de reproducci�n de abajo hacia arriba (o micro-macro), tambi�n existe un aspecto de arriba hacia abajo (o macro-micro): los del grupo 1:Zanco adquieren prejuicios y aprenden a discriminar por el conocimiento que tienen de un sistema social de desigualdad �tnica o racial. En otras palabras, este sistema de desigualdad lo repro50
ducen todos cuantos acuerdos, estructuras, cogniciones sociales y acciones contribuyan a su continuidad hist�rica. Lo mismo ocurre para los procesos de cambio, es decir, para la reproducci�n de un sistema de igualdad �tnica o racial: el sistema racista solamente dejar� de existir cuando prevalezca un sistema de normas, reglas, leyes e ideolog�as multiculturales que se implementen activamente y donde se compartan las interacciones y las cogniciones sociales en todo el grupo. La l�gica de la reproducci�n implica que bajo un sistema de racismo, la connivencia, la pasividad, la inercia o no combatir el prejuicio y la discriminaci�n contribuyen a la continuidad del sistema. Por lo tanto, en lugar de hablar de gente y de acciones racistas o antirracistas, haremos una valoraci�n de las acciones que en mayor o menor grado colaboran o se oponen a la reproducci�n del racismo. En esta obra, este supuesto significa espec�ficamente que los que tienen un mayor poder, y por lo tanto m�s control sobre las acciones de m�s gente en un mayor n�mero de situaciones, tambi�n disponen de un espectro m�s amplio de oportunidades para contribuir o para oponerse a la reproducci�n del racismo. Esto apoya nuestra hip�tesis de que las �lites son especialmente responsables de la reproducci�n del racismo: son las que disponen de mayores recursos para propagarlo activamente y para atajarlo. A partir de un an�lisis conceptual de los mecanismos de reproducci�n social, llegamos a los elementos de una �tica aplicada: �qui�n es el mayor responsable de la reproducci�n del racismo? Reproducci�n cognitiva e ideol�gica
El proceso de reproducci�n no se limita a los procesos generales sociales de dominio a nivel macro, ni a la interacci�n social a nivel micro de las situaciones cotidianas. Hemos argumentado de forma reiterativa que el sistema de racismo tambi�n tiene una importante dimensi�n sociocognitiva. Las cogniciones sociales, como normas, valores, actitudes e ideolog�as de grupo compartidas, permiten en primer lugar los actos discriminatorios porque todo acto humano presupone cognici�n. Para implementar taxis roducir el sistema de racismo, los del grupo blanco deyrep. ben conocer impl�citamente el sistema, de la misma manera que un de la lengua inglesa debe conocer su gram�tica y sus reglas de sin51
Las cogniciones sociales tienen una doble funci�n muy important e teracci�n situada, representan la base de una planificaci�n concreta, la ejecuci�n, as� como la comprensi�n de las acciones que puedan tener efectos discriminatorios. Por otra parte, siguiendo la dimensi�n micromacro, las cogniciones sociales unen estas cogniciones individuales, las acciones o los eventos de determinados participantes en situaciones espec�ficas, al sistema general y definen las relaciones entre grupos �tnicos. Por ejemplo, un ejecutivo (o ejecutiva) blanco que se opone a la acci�n positiva en su organizaci�n, act�a as� bas�ndose en lo que conoce y cree sobre la pol�tica de acci�n positiva en conjunto, sobre las relaciones entre mayor�as y minor�as y otras creencias generales sobre asuntos �tnicos, igualdad social y la ideolog�a de libertad en las corporaciones empresariales, como veremos con m�s detalle en el cap�tulo 4. Es en este punto crucial donde la cognici�n social establece la importante conexi�n entre el individuo y la sociedad, entre las opiniones individuales y las actitudes sociales de grupo y, por extensi�n, entre el discurso y el racismo. As� pues, la reproducci�n del sistema de racismo presupone la reproducci�n de sus cogniciones sociales mediante, por ejemplo, los procesos de inferencia, de aprendizaje y de reparto dentro del grupo. En nuestro esquema te�rico, estos procesos de reproducci�n sociocognitivos est�n esencialmente implementados por el discurso p�blico y la comunicaci�n (Van Dijk, 2000, 2003). El segundo supuesto fundamental asume que ya que las �lites ejercen la mayor parte del control sobre este tipo de discurso p�blico y comunicaci�n, tambi�n son mayoritariamente responsables de la reproducci�n cognitiva o ideol�gica del racismo. Deberemos recordar que esta responsabilidad especial tambi�n se sostiene por defecto, por ejemplo, cuando las �lites condonan o se abstienen de ejercer una acci�n contra la reproducci�n discursiva del racismo �quiz�s al permitir el uso del discurso medi�tico, libros de texto o propaganda pol�tica racistas�. En este punto nos hemos topado con unos problemas �ticos y pol�ticos complejos, como las tensiones que existen entre estar libres del racismo y la libertad de expresi�n. Veremos m�s adelante que las �lites blancas en Occidente suelen optar por conveniencia por la libertad de expresi�n, es decir, en favor de los derechos de los de dentro del grupo y contra el derecho de los de fuera a no estar sujetos al racismo. 52
enlprocsd ui�n.Prapte,lvmicrodan-
Discurso Puesto que este estudio se centra en la reproducci�n discursiva del racismo, deberemos prestar especial atenci�n al papel de texto y habla en este proceso: qu� eventos comunicativos, tipos de discurso, hablantes, modos de c omunicaci�n y estructuras y estrategias discursivas comprenden. Las respuestas a todas estas preguntas precisan de un sistem�tico an�lisis del discurso de los g�neros o eventos comunicativos que desempe�en un papel en la reproducci�n del racismo, por ejemplo, conversaciones cotidianas, di�logos institucionales, informativos, editorTileZp . libi-6S� de-te.Xio, lecciones, leyes, propaganda pol�tica, debates parlamentarios, discurso corporativo o cualquier otro discurso de g�nero que pueda referirse a grupos �tnicos y relaciones �tnicas. Dicho an�lisis sistem�tico del discurso representa una descripci�n interdisciplinar de los respectivos niveles y dimensiones del discurso y de sus contextos social, cultural y cognitivo, como son: � � � �
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Expresi�n o realizaci�n gr�fica y fon�tica (escritura y habla). Caracter�sticas fonol�gicas del habla, por ejemplo, la entonaci�n. Estructuras sint�cticas de (secuencias de) las oraciones, por ejemplo, orden de las palabras. Lexicalizaci�n (selecci�n de palabras). Estructuras (micro) sem�nticas (significados) de las oraciones y frases. Estructuras (macro) sem�nticas de secuencias de oraciones y textos completos (materias o temas). Funciones ilocucionarias (actos de habla, como asertos, �rdenes y demandas) y otras propiedades pragm�ticas. Variaciones estil�sticas de las estructuras de expresi�n, por ejemplo del l�xico o de la sintaxis. Operaciones ret�ricas (figuras ret�ricas como las met�foras o las hip�rboles). Formatos convencionales de texto, esquemas o superestructuras (de narrativa, argumentaci�n, discurso medi�tico, conversaci�n o di�logos institucionales). Estructuras de interacci�n de habla, por ejemplo, giros, desviaciones, estrategias. Otras propiedades de eventos y situaciones comunicativas, por ejemplo, propiedades y relaciones entre los participantes, objetivos 53
e intereses comunicativos, asertos, circunstancias, relaciones co otras acciones, contexto institucional, etc. � Procesos cognitivos, estrategias y conocimiento y estructuras de creencias de producci�n, comprensi�n, memorizaci�n, aprendizaje, etc. Cada uno de estos niveles o dimensiones, que se ampliar�n en los cap�tulos siguientes, son enormemente complejos y se justifican mediante gram�ticas ling�ïsticas (discurso) y por teor�as de estilo, ret�rica, narrativa, argumentaci�n y conversaci�n, pragm�tica, etnograf�a, semi�tica, an�lisis de interacci�n, psicolog�a cognitiva y social de texto y habla y socioling�ïstica de la utilizaci�n del lenguaje, entre otras disciplinas m�s o menos independientes (hermanas o hijas) de un an�lisis del discurso interdisciplinar (para detalles v�ase Van Dijk, 1985c, 2001). M�s espec�ficamente y para poder analizar el papel de las diversas estructuras concernidas con la reproducci�n del discurso, ser� preciso realizar una descripci�n funcional, que hace expl�cita la forma en que cada caracter�stica estructural de texto y habla o una combinaci�n de caracter�sticas contribuye en los procesos sociales y cognitivos que definen la reproducci�n del dominio del grupo blanco. Como sugiere la lista de niveles o dimensiones del an�lisis del discurso, hay muchas maneras de enfocar el discurso que tiende a la reproducci�n del racismo. Tambi�n consideramos que la amplitud del terreno que cubren el an�lisis del discurso y sus disciplinas asociadas sugiere muchas propuestas te�ricas y anal�ticas para la descripci�n detallada de texto y habla, a veces a niveles muy sofisticados. A pesar de que los diversos cap�tulos de este libro se refieren a muchos de los niveles mencionados anteriormente, no es nuestro principal inter�s contribuir a estas teor�as del discurso, sino utilizar y aplicar �nicamente algunas de sus nociones relevantes. Por otra parte, y por razones de espacio, lo haremos de forma muy informal, para garantizar su accesibilidad a los lectores de otras disciplinas y a fin de poder estudiar varias perspectivas o dimensiones simult�neamente. Otro inconveniente que se plantea es que la inmensa cantidad de datos estudiados para esta obra no permite un an�lisis detallado del discurso, salvo en algunos peque�os fragmentos. Al haber establecido en esta obra unos par�metros generales de investigaci�n, se podr�a en el futuro profundizar en los detalles t�cnicos de las caracter�sticas de los discursos respectivos que se tratan. 54
eber�a hacerse hincapi� una vez m�s sobre el hecho de que las escturas formales del discurso son raramente espec�ficas para texto y habla racistas. Las formas sint�cticas, el estilo del l�xico, las operaciones ret�ricas, los esquemas de texto y las estrategias de conversaci�n pueden tener muchas funciones dentro de la comunicaci�n y la interacci�n y, por supuesto, no se utilizan exclusivamente en la reproducci�n del racismo. Si observamos las formas o estrategias t�picas de un discurso marcado por el prejuicio, como las movidas sem�nticas de las presentaciones personales positivas (�no es que yo sea racista, pero...�), su funci�n o papel especial s�lo se deriva en combinaci�n con la sem�ntica de significado y de referencia, esto es, con la tem�tica del discurso y en un contexto particular (es decir, participantes espec�ficos y sus objetivos). Existen dos modalidades b�sicas del papel del discurso en la reproducci�n del racismo, es decir, como discurso entre de grupos mayoritarios y minoritarios y como discurso entre de un grupo mayoritario sobre minor�as o relaciones �tnicas. La primera modalidad, la del discurso con minor�as, puede contener elementos racistas o de prejuicio, como cualquier otra forma de discriminaci�n, y comprender un complejo sistema de estrategias que, voluntaria o involuntariamente, se enfocan directa o indirectamente a la pr�ctica de dominaci�n. Esto es as� para actos de habla como las �rdenes o las acusaciones inapropiadas, las afirmaciones sin fundamento o la implicaci�n de caracter�sticas negativas de oyentes minoritarios o, por el contrario, atender exclusivamente a las propiedades u otras caracter�sticas positivas del grupo local. No es probable que un informador blanco aporte espont�neamente datos sobre estas formas de abuso verbal en sus entrevistas. Por lo tanto, �nicamente las informaciones sobre las minor�as que aportan las mismas minor�as deber�an interpretarse como indicadores de valor de esta forma de racismo (Essed, 1984, 1991). Discurso sobre minor�as
No obstante, nuestra investigaci�n no se centra en estas formas directas de interacci�n discursiva y su papel en la reproducci�n del racismo, sino en el modo en que los blancos escriben y hablan sobre grupos minoritarios o sobre relaciones �tnicas. Este tipo de discurso est� mayormente dirigido a otros blancos, aunque de forma indirecta las minor�as puedan 55
tambi�n estar implicadas o puedan o�rlo, como es el caso del discurso p�blico. De este modo, las relaciones de poder �tnico no se implementan como tal, sino que m�s bien se trata de presuposiciones que se comentan y se comunican. Las funciones principales de este tipo de discurso sobre minor�as son persuasivas, es decir, el hablante pretende influenciar la mente de sus oyentes o lectores de tal forma que sus opiniones o actitudes permanezcan o se conviertan en m�s pr�ximas a las del comunicador. De este modo el hablante o escritor puede justificar o legitimar sus cogniciones o acciones espec�ficas o las de otros del grupo local, o bien descalificar las de los del grupo de fuera. Estamos esencialmente interesados en las funciones sociocognitivas o ideol�gicas del discurso sobre asuntos �tnicos: en c�mo los del grupo local adquieren, comparten, modifican o confirman sus creencias sobre otros grupos �tnicos (Ruscher, 2001). Una vez comprendidos estos procesos de reproducci�n ideol�gica, disponemos ya de la informaci�n que nos permite comprender los mecanismos subyacentes que controlan otras modalidades m�s directas de discriminaci�n o de acci�n racista, entre las que se incluyen el texto y el habla dirigidos contra de grupos minoritarios. Deber�a notarse que las funciones de habla sobre minor�as tanto expresivas como persuasivas denotan tambi�n unas funciones socioculturales indirectas: de este modo los de un grupo blanco pueden transformar sus experiencias personales en experiencias de grupo, sugerir qu� acci�n debe ejercerse en situaciones de conflicto �tnico, decidir la afiliaci�n y lealtad a su propio grupo �tnico, resaltar sus valores e intereses compartidos, ejecutar el dominio de grupo y, finalmente, fomentar la reproducci�n del racismo. Sem�ntica y creencias
Una importante pregunta te�rica y metodol�gica que debemos tratar es la relaci�n entre discurso y creencias �tnicas subyacentes. Es cierto que el an�lisis discursivo puede profundizar en los modos en que la gente habla o escribe sobre asuntos �tnicos, pero �c�mo se relaciona dicho discurso con las cogniciones sociales subyacentes en los del grupo blanco? La misma pregunta es aplicable al an�lisis de los procesos de comprensi�n e influencia: �c�mo se interpretan las estructuras del discurso y, en especial, c�mo influyen en la formaci�n o modifican los mo56
delos mentales de los eventos �tnicos o de las opiniones y actitudes sobre minor�as �tnicas o asuntos �tnicos en general? La inserci�n directa en las estructuras sem�nticas construidas durante la planificaci�n cognitiva de texto o habla es, al parecer, la expresi�n m�s evidente de la existencia de creencias sociales subyacentes en los asuntos �tnicos (para detalles sobre estos procesos v�anse Levelt, 1989; Van Dijk y Kintsch, 1983; Britton y Graesser, 1996). Si un hablante cree que �los refugiados vienen aqu� para aprovecharse de nuestro bolsillo�, esta proposici�n puede en principio insertarse en la representaci�n sem�ntica de una conversaci�n. Es precisamente este principio comunicativo fundamental de capacidad de expresi�n lo que permite inferencias de sentido com�n sobre las creencias de la gente a partir de lo que dice. Es por ello que el an�lisis sem�ntico del discurso proporciona, cuando menos, el parcial a las cogniciones sociales subyacentes. No obstante, otras estrategias y limitaciones intervienen en la expresi�n de las creencias sociales como significados discursivos. En primer lugar, la gente tiene unas estructuras de creencias enormes, y solamente algunos fragmentos de las mismas suelen expresarse en el discurso. En otras palabras, la expresi�n es generalmente parcial porque los lectores u oyentes son capaces de inferir otras creencias relevantes a partir de las que se expresan en el discurso o simplemente porque la mayor�a del resto de creencias es irrelevante en el contexto comunicativo presente. En efecto, a partir de la creencia sobre refugiados que hemos mencionado anteriormente, el oyente puede inferir que el hablante cree que �los refugiados est�n llegando a nuestro pa�s�, �no me gusta la gente que vive de nuestro bolsillo�, y �no me gusta que vengan refugiados a nuestro pa�s�, as� como muchas otras proposiciones relacionadas, ya sea por implicaci�n o presuposici�n. En segundo lugar, la expresi�n parcial es el resultado de una econom�a cognitiva y comunicativa, pero tambi�n puede ser una movida funcional, dentro de una estrategia de formaci�n de impresi�n, en la cual el hablante quiere evitar inferencias negativas sobre sus creencias sociales (Arkin, 1981). Las estrategias de expresi�n est�n, por lo tanto, directamente relacionadas con las estrategias de interacci�n de �mantener las formas� o de autopresentaci�n positiva de los del grupo blanco, y que encontraremos muy a menudo en nuestros an�lisis. Por consiguiente, las estrategias de expresi�n pueden suponer distintos tipos de transformaci�n. Uno puede creer en la propuesta �p� pero, 57
de hecho, expresar una propuesta �q� que, aunque relacionada con la primera, no es la misma sino que se trata de otra m�s cre�ble, menos ofensiva, menos sesgada o menos susceptible de que se pierdan las formas; por ejemplo: �Muchos refugiados vienen por motivos econ�micos�; o: �Los refugiados econ�micos deber�an ser atendidos por sus propias comunidades�. En otras palabras, hay muchos motivos comunicativos o de otro tipo de interacci�n que inducen al hablante a no decir exactamente lo que quiere decir o lo que piensa. Los participantes de la conversaci�n conocen bien este tipo de transformaciones que pueden incluso resultar en la expresi�n de creencias incongruentes o contrarias, como sucede con la iron�a y la mentira. Despu�s de muchos a�os de pr�ctica, ya sea en una conversaci�n o en un texto, los s del lenguaje se convierten en expertos detectores y disciernen entre las creencias verdaderas de un hablante y las que no lo son, por ejemplo, mediante la interpretaci�n de diversos signos textuales o contextuales como la entonaci�n, las estructuras sint�cticas espec�ficas, los significados de otras palabras y oraciones en el texto, gestos o expresiones faciales. As� pues, aunque el an�lisis del discurso sem�ntico revele significados subyacentes, dicho an�lisis no siempre permite una inferencia sencilla de las creencias reales, particularmente cuando se trata de texto y habla sobre creencias de contenido delicado o, de alguna forma, socialmente arriesgadas. La tarea conjunta de diversas teor�as y metodolog�as del an�lisis del discurso, de la cognici�n y del contexto social establece la naturaleza y condiciones de las citadas transformaciones existentes entre creencias y su expresi�n discursiva. Es posible que tambi�n necesitemos m�todos de investigaci�n adecuados para discernir con mayor facilidad entre las creencias de la gente, lo cual incluir�a el an�lisis de los eventos comunicativos que disponen de un menor grado de autocontrol social, como es por ejemplo el habla entre los de una familia o amigos �ntimos. Estructuras discursivas y mentales Los an�lisis sutiles de texto y contexto proporcionan un m�s o menos directo a las creencias de la gente, es decir, al contenido de representaciones mentales sobre asuntos �tnicos, pero el an�lisis del discurso puede revelar asimismo de qu� forma dichas creencias se organizan en la 58
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memoria. Las estructuras del discurso involucradas pueden ser de diversos tipos. Mientras que la sem�ntica de las frases revela (en parte) el contenido de las representaciones mentales, un an�lisis de relaciones de coherencia entre estas frases puede manifestar el modo en que la gente relaciona en su mente las propuestas, como por ejemplo, mediante la relaci�n de las causas o motivos que desempe�an un papel muy importante en la explicaci�n de eventos �tnicos. De forma parecida, el estudio de las macroestructuras sem�nticas (materias, temas) de un texto puede poner de manifiesto el orden de las proposiciones seg�n su jerarqu�a de importancia, relevancia o predominio conceptual. Por lo tanto, en la mente y en el discurso del hablante blanco, la llegada de nuevos grupos de refugiados puede estar relacionado con la causa real o imaginaria de problem�ticas sociales, como el desempleo o el alojamiento precario, y puede ser asumido, por ende, bajo (macro)propuestas sem�nticas de un nivel m�s alto, acerca de la problem�tica que los inmigrantes crean, supuestamente, para el grupo interno. La estructura narrativa de las historias puede analizarse de la misma forma, seg�n sea su estructura de modelos en la memoria, es decir, las representaciones de eventos, las acciones y los participantes del episodio narrado (v�ase a continuaci�n). Por ejemplo, los significados que tradicionalmente se organizan en la categor�a de complicaci�n de un esquema narrativo convencional (Labov, 1972), que organiza las historias en la mayor�a de culturas occidentales, puede interpretarse como una representaci�n problem�tica para el narrador o, cuando menos, como un evento o acci�n inesperados, extraordinarios o interesantes seg�n el canon de eventos normales del d�a a d�a. De forma parecida, la categor�a Evaluaci�n de las historias expresa las opiniones o emociones del narrador sobre este evento extraordinario (por ejemplo: �No me gust� nada!� o �Pas� tanto miedo!�). Finalmente, la Coda o Conclusi�n representa la formulaci�n de las conclusiones relevantes para la evaluaci�n general de los participantes o de las consecuencias de los eventos para acciones futuras (por ejemplo: �Jam�s volver� a hacerlo!�). Las estructuras de la narraci�n no revelan simplemente la organizaci�n de modelos mentales, es decir, c�mo se experimenta, se interpreta y se eval�a un evento, sino tambi�n, impl�cita o expl�citamente, las normas, los valores y las expectativas del narrador sobre episodios sociales. Lo propio se puede decir de otras estructuras esquem�ticas del discurso. Las estructuras de argumento, verbigracia, manifiestan c�mo se relacionan 59
las creencias sociales del hablante, mediante varios tipos de inferencia, por ejemplo. Como veremos m�s detalladamente en el cap�tulo 6, las estructuras de los informativos ponen de manifiesto la importancia o la relevancia jer�rquica de los modelos mentales y de las actitudes de los periodistas. Aparte de estas estructuras del discurso m�s abstractas, y m�s sem�nticamente profundas y esquem�ticas, podemos encontrar correlaciones entre texto y mente en niveles m�s locales y superficiales de la descripci�n. As� pues, un an�lisis del orden de palabras y de otras estructuras sint�cticas puede desvelar qu� conceptos o proposiciones son m�s importantes o prominentes en la mente del hablante, que supuestamente es el responsable de acciones y eventos, o cu�l es el punto de vista general o la perspectiva del hablante en un determinado episodio. Si se sabe que los inmigrantes vienen a nuestro pa�s en busca de trabajo, este episodio puede describirse desde su perspectiva o desde la nuestra y, como ya hemos visto, nuestra perspectiva puede asociarse con valoraciones positivas o negativas, por ejemplo: �Los inmigrantes contribuyen a la econom�a holandesa� o �Los inmigrantes nos quitan el trabajo�, respectivamente. Estas perspectivas tambi�n pueden destacarse por las estructuras sint�cticas de las frases que expresan estas propuestas: �Los inmigrantes nos quitan el trabajo�, �Nuestro trabajo nos lo quitan los inmigrantes�, y �Nos est�n quitando el trabajo�. Estas diferencias sint�cticas pueden estar relacionadas con las limitaciones estructurales de las secuencias de las frases en el texto y el habla y, asimismo, a la subjetiva diferenciaci�n de inmigrantes como responsables del aumento de la tasa de desempleo y tambi�n a las estrategias sociales de persuasi�n o de mantener las formas. De forma similar, en las comunicaciones escritas como, por ejemplo, los informativos, el posicionamiento, aspecto, tama�o, tipo de letra y otros elementos gr�ficos o visuales pueden destacar la importancia o la relevancia. As� pues, muchas de las propiedades del nivel de expresi�n del discurso pueden interpretarse como se�ales de significado, perspectiva, estrategias de interacci�n, t�cticas persuasivas y opiniones o actitudes subyacentes. Es esto, exactamente, lo que practican los s del lenguaje: adem�s de su extenso repertorio de conocimiento y de creencias, tanto personales como sociales, acerca de la situaci�n, contexto o tema presentes, s�lo disponen de estas expresiones o caracter�sticas aparentes a modo de �datos� para procesar su interpretaci�n. Aunque algunos aspectos del significado pueden caracterizarse o expresarse a trav�s de la entonaci�n, la disposici�n en la p�gina o el or60
de n de las palabras, los significados suelen expresarse mediante los elementos del l�xico, es decir, con las palabras de un lenguaje natural. No obstante, podemos usar distintas palabras para referirnos al mismo evento, acci�n, objeto o persona. Estas variaciones estil�sticas caracterizan diversos elementos del contexto social, como las relaciones entre los participantes o la afiliaci�n de grupos sociales. Por otra parte tambi�n expresan las opiniones sobre dichos referentes (Sandell, 1977; Scherer y Giles, 1979). Ello es as� especialmente cuando nos referimos a palabras utilizadas para describir grupos minoritarios y sus acciones (como en el abuso racista y en el uso de terminolog�a como �de color�, �negros�, �oscuros�, �afroamericanos�, �africanoamericanos�, seg�n sea el caso). Por consiguiente, el estilo l�xico tambi�n tiene m�ltiples conexiones con las estructuras mentales subyacentes, entre las que se incluye nuestro conocimiento de qu� palabras son las apropiadas en cada situaci�n sociocultural. Lo mismo puede decirse en el caso de variaciones dentro de las estructuras gr�ficas y fonol�gicas utilizadas para expresar palabras y oraciones y tambi�n en pautas de entonaci�n, que pueden caracterizar diversas emociones y opiniones respecto de los episodios citados, como pueden ser el odio, el rechazo, la compasi�n, la aprobaci�n o la l�stima. Estrategias: discursiva, cognitiva y social. Finalmente, en el an�lisis del discurso interdisciplinar tambi�n se pueden establecer conexiones entre las distintas estrategias de texto y habla, las estrategias mentales de manipulaci�n de creencias y las estrategias sociales de interacci�n comunicativa. As� pues, en el curso de las conversaciones cotidianas, la gente utiliza distintas estrategias para presentar, sostener o cambiar un tema determinado (Button y Casey, 1984; Sigman, 1983). Es posible que se intenten introducir nuevos temas a un discurso sobre otra materia cuando se estima relevante la expresi�n de una creencia personal sobre aquel (otro) tema o, a la inversa, que se quiera tambi�n cambiar un tema presente porque, de alguna forma, sea socialmente arriesgado para el hablante (Grice, 1975). La estrategia de utilizar dichos temas suele propiciarse particularmente cuando se habla de cuestiones delicadas, como los asuntos �tnicos. Desde el punto de vista global de la organizaci�n del discurso general se encuentran las estrategias de argumentaci�n, como las que utiliza el 61
hablante cuando defiende su posicionamiento personal (creencia) mediante razonamientos de apoyo o plausibles, o bien atacando la posici�n de su interlocutor al refutar sus argumentos (Bell, 1990; Hirschberg, 1990). Una historia puede parecer m�s efectiva o m�s cre�ble cuando se subrayan los aspectos m�s notorios, inesperados o interesantes en relaci�n a su Complicaci�n, por ejemplo mediante el establecimiento de un fuerte contraste con aquello que normalmente ser�a lo corriente en dicha situaci�n (Polanyi, 1985). Una vez m�s, dichas estrategias nos revelan algunos aspectos de las estrategias mentales que utiliza el hablante cuando establece relaciones entre sus creencias subyacentes o al representar un episodio en un modelo mental. Por otra parte dichas estrategias discursivas son funcionales dentro del propio contexto comunicativo. Es decir, que puede tratarse de estrategias sociales de interacci�n y desempe�ar una funci�n informativa, de persuasi�n o en la formaci�n de una impresi�n. As� pues, las estrategias de ret�rica y de argumento desempe�an tradicionalmente un papel dentro de una estrategia general de persuasi�n, mientras que las desviaciones sem�nticas de concesi�n o de desviaci�n aparente pueden utilizarse dentro de una estrategia combinada de autopresentaci�n positiva y de presentaci�n negativa del Otro (�Yo no tengo nada contra los extranjeros, pero...�). En resumen, el contenido, las estructuras y las estrategias del discurso est�n conectadas de m�ltiples maneras para subrayar las representaciones y los procesos cognitivos subyacentes y, a la vez, implementan varias propiedades de interacci�n social en las situaciones comunicativas. As� pues, el discurso es, en efecto, el conector entre lo individual y lo social, entre la cognici�n y la comunicaci�n, entre las creencias sociales y la forma de expresarlos y reproducirlos en los de un grupo. Una de las tareas primordiales de este libro es la de explorar m�s a fondo las mencionadas relaciones entre el discurso, la cognici�n y la sociedad que definen el proceso de dominio del grupo blanco y su reproducci�n.
Cognici�n social En el enfoque te�rico sobre discurso y racismo que se ha esbozado anteriormente, hemos subrayado con insistencia que la cognici�n social desempe�a un papel primordial en el proceso de reproducci�n. Los estu62
dios sociol�gicos sobre la reproducci�n no tienen en cuenta a menudo o infravaloran este aspecto cognitivo de los procesos sociales, quiz� �nicamente por el respetable temor a practicar el reduccionismo psicol�gico. No obstante, ning�n an�lisis de los procesos y estructuras sociales, ni siquiera los que se efect�an a nivel macro, ser� completo sin la inclusi�n de un an�lisis expl�cito del papel que desempe�an las creencias sociales, entre las que se incluyen el conocimiento, las opiniones, actitudes, normas y valores de los grupos. Lo mismo es cierto para la comprensi�n o interpretaci�n social de nivel micro, esto es, para los procesos concern�dos en la interpretaci�n del entorno social realizada por los sociales (Cicourel, 1973). Si bien es cierto que la importancia de dichos procesos ha sido reconocida en especial por los microsoci�logos de cariz fenomenol�gico, concernidos por las interacciones rutinarias del d�a a d�a, raramente ha sido objeto de explicitaci�n en t�rminos de una teor�a cognitiva del entendimiento (no obstante, v�ase, por ejemplo, Cicourel, 1983, 1987). Por el contrario la mayor�a de psic�logos han manifestado poco inter�s hacia las funciones y condiciones sociales de la cognici�n social general (pero v�anse las contribuciones en Fraser y Gaskell, 1990; Himmelweit y Gaskell, 1990; Resnick, Levine y Teasley, 1991). Estas limitaciones de investigaciones anteriores tambi�n pueden aplicarse al �mbito m�s espec�fico de las relaciones entre razas que se han centrado bien en la psicolog�a social de la teor�a sobre prejuicio e intergrupalidad, o bien en la sociolog�a de grupos de instituciones �tnicas y raciales y en fen�menos como la discriminaci�n y el racismo en la pol�tica, la econom�a, la educaci�n y la cultura. Desde nuestro punto de vista, el racismo y su reproducci�n tienen dimensiones tanto cognitivas corno socioculturales, que deber�an relacionarse expl�citamente a fin de comprender los mecanismos del proceso de reproducci�n. Afortunadamente la psicolog�a social durante los �ltimos quince a�os ha experimentado el desarrollo de unas estructuras te�ricas particularmente adecuadas para establecer dichas conexiones, en especial en el estudio de �cogniciones sociales�, en particular en Estados Unidos (Fiske y Taylor, 1984; Wyer y Srull, 1984), o �representaciones sociales�, especialmente en Francia y otros �mbitos europeos de la psicolog�a (Breakwell y Canter, 1993; Deaux y Philog�ne, 2001; Farr y Moscovici, 1984; para una comparaci�n de esas dos aproximaciones, v�ase Augoustinos y Walker, 1995). Una de las mayores ventajas de estos avances radica en que los procesos y las estructuras mentales relacionados con la 63
condici�n social se han tomado en seria consideraci�n. Esto no significa que dispongamos de teor�as bien definidas sobre la precisa naturaleza de estos procesos y estructuras; al contrario, aunque disponemos de alguna informaci�n sobre las estructuras y funciones del conocimiento social, nos falta todav�a disponer de teor�as detalladas sobre las cogniciones sociales �calientes�, conocidas tradicionalmente como opiniones, actitudes, normas, valores e ideolog�as de grupo. Por lo tanto, en nuestra propia estructura te�rica, se entiende por cognici�n social la interacci�n de unas estructuras y procesos mentales espec�ficos: y no �nicamente las representaciones cognitivas que comparten los de un grupo o cultura acerca de asuntos sociales, sino tambi�n las estrategias que permiten hacer un uso eficaz de tales representaciones en diversas tareas sociales, como las interpretaciones, inferencias, categorizaci�n, comparaciones y evaluaciones, y los procesos a�n m�s fundamentales, como los de almacenamiento y obtenci�n. En un sentido m�s amplio, las representaciones sociales comprenden todos los elementos que la gente debe conocer o creer para poder funcionar eficazmente dentro de un grupo o cultura determinados. As� pues, todos los procesos inteligibles, por lo que se refiere tanto a los detalles de las situaciones y de las interacciones sociales como en un sentido m�s amplio, a las relaciones, estructuras e instituciones sociales, est�n sustentados por cogniciones sociales. De forma similar, en la producci�n activa, la cognici�n social controla la interacci�n social propiamente dicha, por ejemplo, la interacci�n �tnica, la comunicaci�n y el discurso. Aparte de la dimensi�n fundamental de conocimiento de la interpretaci�n, las cogniciones sociales tambi�n conllevan un proceso de evaluaci�n social, esto es, de opiniones de grupo compartidas sobre eventos, situaciones y estructuras sociales. Los integrantes de una sociedad necesitan estar informados y, asimismo, saber si les gustan o no otras personas, si est�n o no de acuerdo con ellas o con otros eventos o estructuras sociales. En efecto, muchas de sus acciones se fundamentan en opiniones como �stas que, a la saz�n, se orientan hacia la realizaci�n de los objetivos deseados (preferidos, queridos, etc.). Aunque muchas de estas opiniones y sus objetivos de acci�n relacionados sean puramente personales, otras opiniones se comparten con otros del grupo o cultura. En esta obra s�lo llamaremos representaciones sociales a estas �ltimas aun cuando existan opiniones y acciones personales relacionadas con cogniciones compartidas, culturales y sociales. 64
Cuando se trata el problema del racismo, el an�lisis de las representaciones y las estrategias sociales consiste en divulgar los usos del conocimiento y de la opini�n de los blancos sobre su propio grupo, sobre grupos de minor�as y sobre las relaciones mayor�a-minor�a. Las estrategias din�micas que operan en estas representaciones manifiestan de qu� forma los eventos �tnicos tienen sentido para la gente, c�mo las opiniones sesgadas pueden influenciar su comprensi�n y su recuerdo de dichos eventos, c�mo las creencias �tnicas caracterizan la acc i� n y el discurso y, de modo m�s general, c�mo se reproducen las cogniciones sociales sobre asuntos �tnicos. Modelos personales frente a representaciones sociales Para comprender qu� papel desempe�a la cognici�n en la representaci�n del racismo, distinguimos entre el conocimiento �individual�, las opiniones y las representaciones de experiencias personales, incluidas, por una parte, las relacionadas con grupos y eventos �tnicos y las creencias �sociales� compartidas de los de un grupo, por otra. Los primeros se almacenan en el �rea de memoria a largo plazo, llamada 'epis�dica' (que tambi�n puede llamarse 'memoria personal'). Este conocimiento personal se representa mediante �modelos�, es decir, como representaciones mentales �nicas de situaciones, eventos, acciones y personas espec�ficos (Johnson Laird, 1983; Van Dijk y Kintsch, 1983; Van Oostendorp y Goldman, 1999). Cada acci�n, interacci�n y discurso en particular que nos concierne personalmente se planifica y ejecuta �junto con nuestras evaluaciones personales de cada uno� siguiendo la forma de dichos modelos; lo mismo es cierto para cada evento que presenciamos o sobre el que leemos, comprendemos, memorizamos o evaluamos. Los modelos son personales porque los individuos asumen un sinf�n de experiencias, asociaciones, conocimientos y opiniones personales que emanan de su propia �autobiograf�a� mental (Neisser y Fivush, 1994; Neisser y Jopling, 1997; Van Dijk, 1985a, 1987b). Como veremos a continuaci�n con mayor detalle, estos modelos desempe�an un papel muy importante en una teor�a de la reproducci�n porque unen las experiencias personales con las compartidas por grupos, las opiniones individuales con las actitudes sociales y el texto y habla individuales con el discurso social, pol�tico o cultural de un grupo o insti-
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tuci�n. Los modelos tambi�n explican por qu� los de un grupo social que comparten aproximadamente los mismos conocimientos y actitudes pueden, no obstante, tener opiniones individuales variables y, por ende, desarrollar un discurso y unas acciones personales �nicas. Estos modelos personales �nicos tambi�n explican una condici�n de cambio social muy importante, a saber, la desviaci�n de las normas, reglas, actitudes e ideolog�as establecidas; es decir, la mism�sima posibilidad Cle cambio social. A pesar del papel tan importante que desempe�an los modelos en la descripci�n de casos �nicos y, por extensi�n, en el an�lisis de ejemplos concretos de texto y habla, la teor�a de la cognici�n social est�, por supuesto, m�s interesada en las representaciones �sociales� compartidas por los de un �grupo�, como son el conocimiento, las actitudes, las normas, los valores y las ideolog�as sociales. Suponemos que estas representaciones sociales est�n almacenadas en el amplio sector de la memoria a largo plazo, normalmente llamada memoria sem�ntica, a la que no obstante preferimos llamar memoria social para distinguirla del �rea de memoria donde se almacenan, como modelos, las experiencias personales. Mediante los procesos de descontextualizaci�n, de generalizaci�n y de abstracci�n, los de un grupo pueden deducir representaciones sociales a partir de sus modelos personales sobre eventos sociales determinados. No obstante, las representaciones sociales tambi�n pueden adquirirse de forma m�s directa, por ejemplo, mediante el pensamiento (inferencias a partir de representaciones sociales existentes) y mediante el discurso y la comunicaci�n con otros de un grupo (Engestr�m y Middleton, 1996; Fussell y Kreuz, 1997; Hewes, 1995; Roloff y Berger, 1982; Turner, 1991; Zarina, Olson y Herman, 1987). Una variedad de la representaci�n social se refiere a los esquemas de conocimiento y creencias que la gente construye alrededor de su propio grupo y de otros grupos (Bar-Tal, 1990). Otras comprenden los principios y reglamentos de una interacci�n social apropiada en episodios sociales estereotipados, como los guiones de �vamos al colegio� o �vamos al cine� (Schank y Abelson, 1977). Los esquemas sobre creencias que comprenden opiniones evaluativas generales suelen explicar el concepto tradicional de las actitudes sociales. Esquemas de este tipo, como el que se refiere a estereotipos o prejuicios de grupo, pueden representarse en estructuras jerarquizadas de opiniones a un alto nivel en sus cuadros superiores (por ejemplo: �No nos gustan los negros�) y de opiniones m�s 66
detalladas en los cuadros inferiores (por ejemplo: �Los negros son demasiado suspicaces sobre la discriminaci�n�). Los esquemas de grupo pueden organizarse asimismo por una o m�s categor�as mentales socialmente relevantes, como las que se refieren al Origen (�de d�nde son?), a la Apariencia (�qu� aspecto tienen?), a los Objetivos socioecon�micos (�a qu� aspiran?), a las Propiedades socioculturales (�qu� idioma hablan?, �qu� religi�n practican?, etc.) y a la Personalidad (e qu� clase de gente son?). Dichas categor�as se asocian tradicionalmente con grupos minoritarios �tnicos, aunque tambi�n son relevantes para el an�lisis de g�nero o de otras representaciones de grupos sociales. As� pues, la descripci�n de prejuicios �tnicos supuestamente compartidos y basados en grupos deber�a efectuarse a partir de dichas actitudes generales de grupo o de representaciones sociales y no desde las opiniones individuales sobre experiencias o eventos �tnicos espec�ficos seg�n se hayan almacenado en los modelos personales. En esta obra, los t�rminos actitud y prejuicio s�lo se utilizan en el sentido de representaciones mentales en la memoria social, consistentes en esquemas estructurados de opiniones generales compartidas por un grupo, y no a t�tulo de opiniones personales espec�ficas, como suele ocurrir a menudo en el uso cotidiano y en buena parte de la psicolog�a social tradicional (v�anse comentarios en, por ejemplo, Allport, 1954; Bar-Tal, Graumann, Kruglanski y Stroebe, 1989; Dovidio y Gaertner, 1986; Hamilton, 1981; Jones, 1972). Las actitudes �tnicas generales influyen en la formaci�n de modelos espec�ficos, como los planes de acci�n espec�ficos o la interpretaci�n de eventos. As� pues, los integrantes de grupos blancos interpretan y valoran un discurso o evento concreto con participantes de minor�as �tnicas, como una funci�n de sus opiniones m�s generales sobre estas minor�as �tnicas, lo cual, si la actitud general es negativa, se denomina com�nmente �opini�n sesgada�. Ciertamente se pueden utilizar modelos negativos de eventos �tnicos, con inclusi�n de an�cdotas sobre dichos eventos contadas por otros del grupo blanco, para inferir una actitud m�s generalizadora sobre minor�as �tnicas; se trata de un proceso de abuso de generalizaci�n que caracteriza la formaci�n de los prejuicios �tnicos (Allport, 1954). En nuestra estructura de representaciones de modelos personales y sociales y de las estrategias mentales relacionadas, se hallan las nociones fundamentales que nos permiten tener en cuenta las estructuras y procesos �tnicos sesgados o prejuiciados, ade67
m�s de los procesos sociocognitivos b�sicos que participan en la reproducci�n del racismo. Ideolog�a Finalmente, las actitudes sociales est�n asimismo organizadas en representaciones sociales m�s fundamentales, es decir, en ideolog�as (para unos estudios m�s o menos distintos sobre el concepto de ideolog�a, v�anse, por ejemplo, Billig, 1982, 1988; Kinloch, 1981; Larrain, 1979). Seg�n este uso del concepto, bastante espec�fico, las ideolog�as caracterizan los principios sociales esenciales y sus fundamentos, como las normas y valores subyacentes a las estructuras y a la formaci�n de actitudes. Es decir, constituyen la representaci�n del corpus mental de los objetivos e intereses fundamentales de un grupo, bien sean sociales, econ�micos y/o culturales. Si utilizamos un s�mbolo inform�tico dir�amos que, en conjunto, estas ideolog�as conforman el sistema operativo social de un grupo o cultura, mientras que las actitudes respectivas ser�an los programas espec�ficos que hacen funcionar dicho sistema para que efect�e unas tareas sociocognitivas espec�ficas. As� pues, las ideolog�as otorgan coherencia al sistema y al desarrollo de las actitudes. Por ejemplo, dada una ideolog�a antiextranjeros espec�fica, es de esperar que las actitudes negativas hacia los turcos, marroqu�es y caribe�os se asemejen notablemente. En un �mbito m�s abstracto de control ideol�gico, una ideolog�a racista de estas caracter�sticas puede asimismo mostrar cierto parecido con la ideolog�a sexista de los hombres, que com�nmente se aprecia como coherente y tambi�n asociada a una actitud reaccionaria de antiigualdad. Se trata de un nivel m�s general e incluso m�s esencial, m�s parecido a lo que com�nmente se conoce como ideolog�a. Deber�a subrayarse que existe una distancia mental considerable entre estos sistemas ideol�gicos y los discursos concretos. Encontramos ideolog�as espec�ficas (por ejemplo, sobre inmigraci�n), conocimiento social, actitudes (por ejemplo, turcos, o refugiados) y modelos personales (por ejemplo, cuando esta ma�ana me he encontrado con un refugiado turco), entre los fundamentos ideol�gicos b�sicos y culturalmente variables, como las normas y valores generales (por ejemplo, tolerancia y hospitalidad) y los discursos por s� mismos. Este modelo, eventual68
mente, junto con sus opiniones personales socialmente dependientes, se encarga de alimentar la producci�n del texto; por ejemplo, una an�cdota sobre mi encuentro de esta ma�ana con el refugiado turco. Para evitar la confusi�n, deber�a se�alarse que al contrario de la mayor�a de estudios sobre ideolog�a en el terreno de las ciencias sociales, nosotros no definimos una ideolog�a �nicamente como �sistema de creencias� (en cuyo caso las ideolog�as coincidir�an con otras representaciones cognitivas), como tampoco la consideramos vagamente como una forma de �conciencia� (palabra de dif�cil definici�n) (Van Dijk, 2000, 2003). A \I nuestro modo de ver, las ideolog�as no comprenden pr�cticas sociales (discurso incluido) de control, como en la actualidad indican algunos estudios sobre ideolog�a en los �mbitos de la filosof�a y de las ciencias sociales (Althusser, 1971a, Barrett, Corrigan, Kuhn y Wolff, 1979; Donald y Hall, 1986; Freeden, 1996; Therborn, 1980; 2i�ek, 1994). En suma: las ideolog�as de nuestra estructura te�rica son, meramente, las representaciones sociales m�s esenciales que comparte un grupo, es decir, las que comprenden sus intereses y objetivos globales. Aunque hacemos una diferenciaci�n muy clara entre discurso e ideolog�a, es natural que la ideolog�a y otras cogniciones sociales est�n involucradas en la producci�n y la comprensi�n del discurso (Van Dijk, 2000). En efecto, tanto en el texto como en el habla, la gente expresa en sus comentarios generales y de manera rutinaria ciertos fragmentos de sus representaciones sociales que utiliza para comprender las opiniones y eventos manifestados en el discurso de otros. La naturaleza general y relativamente abstracta de las representaciones sociales precisa, incluso, de una comunicaci�n simb�lica; es probable que �nicamente mediante el discurso se pueda acceder directamente al conocimiento de las opiniones de otros de un grupo, aunque la interpretaci�n de sus acciones permita inferir tales actitudes de una forma m�s bien indirecta o emp�rica. Por consiguiente, el discurso es el modo m�s efectivo para adquirir y compartir actitudes generales y, por ende, prejuicios. Por lo tanto, una combinaci�n del an�lisis del discurso con la cognici�n social constituye un componente crucial para la teor�a de la reproducci�n del racismo.
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Interacci�n social y estructura social La naturaleza social de las cogniciones sociales no se debe meramente al hecho de que conciernan a objetos sociales, como los grupos, ni a que los de un grupo o cultura las compartan. La investigaci�n suele ignorar que, de hecho, las cogniciones sociales se adquieren, se utilizan y se cambian en el transcurso de situaciones e interacciones sociales y dentro de un contexto de estructuras sociales m�s amplio, como los grupos, las instituciones y los dominios sociales. As� pues, los de grupos, en situaciones sociales distintas, adquieren su informaci�n y sus opiniones sobre otros grupos sociales, minor�as inclusive, de las conversaciones cotidianas, peri�dicos, la televisi�n, libros de texto y de un amplio espectro de tipos de discurso. Las opiniones y las actitudes no se adquieren, ni se estructuran, ni se utilizan arbitrariamente, sino que deben ser funcionales, puesto que.se trata de creencias sociales y culturales; en otras palabras, en principio deben servir a los objetivos o los intereses de un grupo o instituci�n. Por lo tanto, es probable que su contenido y su organizaci�n cognitiva tengan un patr�n �ptimo que sirva a la perfecci�n a sus funciones y usos sociales. Es decir, las cogniciones sociales son, por s� mismas, una funci�n de su contexto social. N�tese, no obstante que esta funcionalidad puede ser sesgada en s� misma porque el contexto social no es un factor externo objetivo, sino una representaci�n cognitiva por derecho propio. Por lo tanto, las cogniciones sobre otros grupos se desarrollan como funci�n de las creencias que los de un grupo consideran relevantes para ellos mismos. Constatamos que para relacionar la cognici�n y la sociedad, no podemos eludir la estructura cognitiva. A este nivel de an�lisis, la estructura social nos resulta relevante incluso como construcci�n mental (Himmelweit y Gaskell, 1990). No obstante, lo contrario tambi�n resulta cierto: las �nicas cogniciones que manifestar�n ser relevantes para la interacci�n, la comunicaci�n y el discurso ser�n las que se compartan y, por extensi�n, las sociales. Una vez m�s se comprueba que las dimensiones social y cognitiva de la reproducci�n est�n �ntimamente relacionadas. No obstante, dentro de la estructura de an�lisis sociocultural relacionado pero te�ricamente distinto, es aconsejable dise�ar una teor�a aut�noma que justifique espec�ficamente el papel de las interacciones sociales, la cultura y las estructuras sociales en el proceso de reproducci�n. 70
Comentaremos en detalle las estrategias y estructuras conversacionales que participan en la comunicaci�n interpersonal de las cogniciones sociales sobre eventos y grupos �tnicos, o qu� papel desempe�an en la reproducci�n del racismo las instituciones como el Estado, los medios o las escuelas. As� pues, hemos visto que en la conversaci�n, los sociales expresan sus opiniones personales o parte de las mismas, acerca de sus actitudes basadas en el grupo, y que, adem�s, se involucran en estrategias de compostura y persuasi�n que a su vez presuponen un conocimiento social y unas normas para realizar sus acciones sociales adecuadamente, ya sea a t�tulo de ciudadanos competentes o de de grupo. De forma similar, si queremos comprender el papel que desempe�an los libros de texto o los informativos en la reproducci�n del racismo, debemos ir m�s all� de la teor�a del discurso o de las estructuras y estrategias cognitivas patentes en su reproducci�n, comprensi�n o usos sociales. Por lo que se refiere a la producci�n de noticias, deberemos especificar las rutinas sociales implicadas en su producci�n, qu� reglas y roles las organizan y en qu� estructuras y relaciones institucionales (por ejemplo, el poder) est�n inmersas (Tuchman, 1978). As� pues, si encontramos que los de un grupo minoritario se citan en las noticias con poca frecuencia, en parte podremos justificar el hecho por razones de esquemas mentales en los que los grupos minoritarios se representan como fuentes de informaci�n menos fiable. No obstante, en este caso tambi�n se deber�a tener en cuenta que los grupos minoritarios m�s peque�os pueden estar menos organizados e incluso no disponer de su propia prensa o departamento de relaciones p�blicas, portavoces u otras condiciones econ�micas o sociales de preestructurado a los medios de comunicaci�n, lo cual no facilitar�a la tarea de los periodistas, aun cuando lo desearan, para obtener informaci�n de una minor�a. De forma similar para los libros de texto, su contenido puede estudiarse seg�n sus expresiones de estereotipos predominantes sobre el Tercer Mundo o minor�as inmigrantes, pero una comprensi�n m�s profunda tambi�n precisar� de un an�lisis del curr�culum al completo, del sistem a escolar, de la participaci�n de los ni�os del grupo minoritario, de la presencia de organizaciones educativas opuestas al material pedag�gico racista y dem�s factores que influyan en el contenido de los libros de texto (v�ase, por ejemplo, Apple, 1979, 1986, 1993). Lo mismo es cierto en el �mbito del discurso jur�dico y su papel dentro del sistema legal, 71
para el discurso pol�tico y sus funciones en la pol�tica, o para el discurso m�dico y el posicionamiento de los m�dicos y sus clientes, entre otras formas de discurso de elite. En nuestro an�lisis de racismo de las p�ginas precedentes, hemos comprobado que existen relaciones de poder entre grupos y que �stas son tambi�n relevantes en el an�lisis del proceso de reproducci�n propiamente dicho. Es decir, hemos visto que los grupos de elite blancos y las instituciones controlan y/o tienen preferente a los media y a otros medios de reproducci�n ideol�gicos (Van Dijk, 1996). As� pues, es de prever que las cogniciones sociales tiendan a prevalecer en las definiciones de situaciones �tnicas, de la misma manera que se reproduce rutinariamente en el discurso de elite. Racismo, instituciones y las �lites Es este grupo de poder social en control del discurso lo que tambi�n ha inspirado nuestras hip�tesis sobre el papel de las �lites en la reproducci�n del racismo. Por lo tanto, pasaremos finalmente a elaborar con m�s detalle esta hip�tesis. Por ejemplo, �a qu� �lites nos referimos y de qu� forma, exactamente, est�n..involucradas en la reproducci�n del racismo? A pesar de que 1,a -neci�n de elite) no sea f�cil de describir (v�ase, por ejemplo, Domhoff y'13,11 -arcl-,--1-9651, inicialmente hemos utilizado el concepto informalmente, como una noci�n heur�stica para definir algunos grupos sociales que disponen de recursos &pQder espec�ficos : Seg�n sea el �mbito o dominio social donde detenten su poder, hablaremos de, por ejemplo, elites pol�ticas, estataks,..co_r2orativas, cient�ficas, militares o sociales, a pesar de que algunas �lites operen, asimismo, en m�s de un territorio, como es el caso de las �lites corporativas o militares que pueden ejercer influencia sobre el proceso de una decisi�n pol�tica. Los recursos de poder de las �lites pueden ser m�ltiples e incluyen propiedad, remuneraci�n, control de decisi�n, conocimiento, pericia, cargo, rango y, adem�s, recursos sociales e ideol�gicos, como estatus, prestigio, fama, influencia, respeto y similares, seg�n se los otorgue un grupo, una instituci�n o la sociedad en general (Acosta, 1994; Bottomore, 1964; Domhoff, 1978; Mills, 1956; Lerner, Nagai y Rothman, 1996; Stanworth y Giddens, 1974). El poder de elite puede definirse en t�rminos del tipo o la cantidad del control que las �lites ejercen sobre las acciones y la mente de otros. A pe72
sar de que este control pueda ser impl�cito, se suele implementar expl�citamente, bien sea mediante decisiones, uso de cierto tipo de actos de habla y de g�neros de discurso (por ejemplo, �rdenes, dict�menes, consejo, an�lisis y dem�s formas de discurso p�blico), y otras formas de acci�n que influyan directa o indirectamente sobre las acciones de los dem�s. Este control redunda, en general, en beneficio de las propias �lites o, cuando menos, de forma que sea coherente con las preferencias de las �lites. Algunos ejemplos de dichas �lites en el mundo occidental podr�an ser los pol�ticos dirigentes en el gobierno, el parlamento y en los partidos pol�ticos; los propietarios, los directores y los gerentes de corporaciones; los directores y otros ejecutivos de alto rango en instituciones estatales (con inclusi�n de la polic�a); los jueces de tribunales superiores de justicia; los l�deres sindicalistas; las principales autoridades de la Iglesia; los altos cargos militares; los directores generales y los editores de medios de comunicaci�n punteros; los profesores y los l�deres de instituciones de investigaci�n de envergadura, etc. Aunque las �lites representen normalmente los rangos superiores de las instituciones u organizaciones, algunas como los escritores famosos o las estrellas de cine pueden ejercer su influencia mediante recursos de poder, como el prestigio, el respeto y la ad-miraci�n. En t�rminos sociol�gicos cl�sicos, las �lites.no conforman-una clase. De hecho, cabe la posibilidad que distintos grupos de elite entren enconflicto, si sus objetivos e intereses son incompatibles. Para nuestro debate es esencial tener en cuenta que las �lites de poder tambi�n disponen de recursos simb�licos especiales, como el_azceso preer.ie_nte _a los sistenTas..de disC�rso sociocuIt�raT(Van Dijk, 1996). Adem�s de tomar decisiones que pueden afectar a muchos seres humanos, tambi�n ejercen control sobre los medios de producci�n de opini�n p�blica, es decir, disponen de preferente a un espectro de g�neros de discurso y de eventos comunicativos que trasciende las reuniones u otros di�logos institucionales y su contexto cotidiano inmediato de toma de decisiones. As� pues, controlan departamentos de relaciones p�blicas, oficinas de prensa, comunicados de prensa, anuncios comerciales, informes y otras publicaciones que describen, explican o legitiman lo que hacen o lo que dicen y, que por ende, tienen un amplio al discurso p�blico, en particular al de los medios (Tuchman, 1978). En general, sus actividades principales atraen el inter�s de los medios de comunicaci�n, son conocidos por un extenso p�blico o por los responsables de permitir su 73
a los medios de comunicaci�n o a las instituciones; sus opiniones, asimismo, se toman en serio, aun cuando no siempre se aplaudan. Es decir, son objeto y sujeto del texto y habla p�blicos y su poder es, por as� decirlo, simbi�tico con el de los propios medios de comunicaci�n (Altschull, 1984; Bagdikian, 1983; Eldridge, 1993; Eldridge, Kitzinger y Williams, 1997; Lichter, Rothman y Lichter, 1990; Paletz y Entman, 1981; Tuchman, 1978). Mediante este especial activo y pasivo al discurso p�blico, las �lites tambi�n tienen especial a las mentes p�blicas, debido a unos complejos procesos de formaci�n de la cognici�n social y del cambio anteriormente citados, es decir, producen autoevaluaciones, definiciones de la situaci�n, selecci�n de problemas y agendas que pueden tener un impacto p�blico significativo. En otras palabras, las �lites disponen de medios para manufacturar el consentimiento (Herman y Chomsky, 1988). Ello no significa que el p�blico en general adopte todas las opiniones de las �lites, sino que, simplemente, sus opiniones son bien conocidas, que disponen de los medios de persuasi�n p�blica m�s eficaces y los mejores recursos para suprimir o marginar opiniones alternativas. En un an�lisis de reproducci�n del racismo, estamos particularmente interesados en las �lites involucradas en el control de relaciones y asuntos �tnicos. Puesto que los asuntos �tnicos son relevantes en casi todos los �mbitos de la sociedad, las �lites en general tambi�n desempe�an un papel en la gesti�n de dichos asuntos. Esto es b�sicamente as� en el caso de los pol�ticos que controlan el presupuesto p�blico y realizan la mayor parte de toma de decisiones en lo que respecta a la pol�tica de asuntos �tnicos. Dentro de un �mbito social m�s espec�fico, la implicaci�n de los directivos de las corporaciones en lo que se refiere a los asuntos �tnicos, se orienta al control que ejercen cuando contratan y despiden al personal perteneciente a una minor�a �tnica; los agentes policiales de rango y los jueces controlan el �mbito del orden p�blico y, por lo tanto, la �delincuencia ejercida por las minor�as�; los directores estatales o de entes municipales controlan los programas de empleo y de bienestar social relacionados con las minor�as. Estas acciones y decisiones de elite no afectan �nicamente a las minor�as y a sus integrantes sino que, a menudo, acaban por contar con la legitimaci�n del grupo blanco en general y, por ende, con las estrategias discursivas que intervienen en la formaci�n del consenso �tnico. 74
�lites simb�licas A pesar del preferente al discurso p�blico del que disponen la mayor�a de �lites y de su enorme potencial para influir en la opini�n p�blica, prestaremos atenci�n en especial a las �lites que controlan de cerca el discurso p�blico sobre raza y asuntos �tnicos. La conocida acu�aci�n �l�der de opini�n� ya sugiere por s� misma que algunas �lites espec�ficas desempe�an un papel m�s destacado en el �mbito del debate p�blico y tambi�n en temas de raza, inmigraci�n o minor�as. En efecto, aun cuando los generales en un Estado democr�tico puedan tener control sobre los asuntos �tnicos (por ejemplo, relaciones �tnicas en el ej�rcito), sus opiniones sobre asuntos �tnicos son poco conocidas y el p�blico en general raramente las comenta. Aun cuando los directivos de las corporaciones desempe�en un papel crucial en los asuntos �tnicos porque controlan el empleo (y el despido) de grupos minoritarios, sus opiniones al respecto son raramente aireadas en p�blico, incluso en los casos en que afecten directamente al �mbito de la contrataci�n, por ejemplo, la discriminaci�n y la acci�n afirmativa. Por contra, son sus sindicatos o sus representantes pol�ticos quienes debaten estos temas en su nombre, como sucedi� en un debate del Congreso en Estados Unidos, que ampliaremos en el cap�tulo 3 de este libro y que trata sobre la Ley de Derechos Civiles entre 1990 y 1991. Algunos comentarios similares podr�an aplicarse a los agentes policiales de rango, a los jueces, sindicalistas, cargos eclesi�sticos y directores de agencias estatales. De mayor relevancia son, por consiguiente, las decisiones, acciones y opiniones de las �lites simb�licas, de los grupos que est�n directamente involucrados en elaborar y legitimar la pol�tica general de decisiones sobre minor�as, es decir, los l�deres pol�ticos y todos aquellos que afectan la opini�n y el debate p�blicos, como los editores de primera l�nea, los directores de programas de televisi�n, los columnistas, los escritores, los autores de libros de texto y los acad�micos en el �mbito de las humanidades y las ciencias sociales (v�ase, por ejemplo, Bourdieu, 1984, 1988). Una buena educaci�n y un control efectivo del conocimiento p�blico, de las creencias y del discurso son los recursos de poder principales de estas �lites simb�licas, cuyas opiniones y discursos en un Estado moderno se manifiestan principalmente a trav�s de los medios de comunicaci�n que propician especialmente el control de los directivos o editores de los peri�dicos y programas de televisi�n. Ello significa que, como dirigentes de los me75
dios de comunicaci�n de masas, las �lites medi�ticas disponen directamente de influencia y poder y que detentan, asimismo, un poder indirecto considerable al contribuir en gran manera al poder de otras �lites. Adem�s de los media, el otro �mbito simb�lico principal es el de la educaci�n y la investigaci�n acad�mica. En este terreno, los profesores, los autores de libros de texto y los estudiosos controlan los curr�culums, las lecciones y los proyectos de investigaci�n que comprenden el conocimiento y las opiniones sobre asuntos �tnicos y temas sociales en general. Su influencia es, asimismo, directa, por ejemplo, cuando asesoran a los que implementan pol�ticas e indirecta, es decir, a trav�s de la educaci�n y de las cogniciones sociales de las �lites del futuro (Bourdieu, 1984). Con excepci�n de los l�deres pol�ticos, la mayor�a de �lites simb�licas tienen poco poder directo por lo que se refiere a la econom�a o a la capacidad de decisi�n que afecta a los grandes grupos. De hecho su control se limita al �mbito de las palabras y de las ideas, incluso cuando, de forma indirecta, ejerzan un efecto notorio sobre las mentes de otras �lites (por ejemplo las de los pol�ticos) y, por ende, sobre las pol�ticas p�blicas. Es decir, que dichas �lites tienen un fundamento de poder que consiste en un �capital simb�lico� (Bourdieu, 1984, 1988). Por lo tanto, los periodistas, escritores, profesores y otras �lites simb�licas desempe�an un papel primario en el establecimiento de las agendas, as� como una influencia considerable en la definici�n de los t�rminos y de los m�rgenes de consentimiento y de disensi�n para el debate p�blico, en la formulaci�n de los problemas manifestados y pensados por los individuos y, en especial, en el control de los sistemas cambiantes de las normas y valores, mediante los cuales se eval�an los eventos �tnicos. Es de suponer, por lo tanto, que este grupo de �lites desempe�a un papel crucial tanto en la reproducci�n como en la resistencia contra el racismo. La tarea de este libro ser� examinar los mecanismos detallados de este poder ideol�gico de las �lites simb�licas. Haremos esto mediante un an�lisis de las estructuras de su discurso, su al discurso p�blico y a los eventos comunicativos y de qu� forma afectan el debate p�blico y la opini�n sobre asuntos �tnicos.
Conclusiones La estructura te�rica que sustenta el historial anal�tico de los diversos g�neros de discurso de �lite en el cap�tulo siguiente es complejo y multi76
disciplinar, con una perspectiva cr�tica que enfoca el racismo como un grave problema social de la cultura occidental, en lugar de hacerlo a partir de unos paradigmas de disciplina espec�ficos y que reconoce, en particular, las experiencias y la capacidad de las minor�as. Los procesos de r eproducci�n se examinan desde el punto de vista de la interacci�n del discurso, de la cognici�n social y de las estructuras sociales. En �l se define el racismo como una propiedad de dominio sobre el grupo �tnico, que se identifica como el dominio, profundamente enraizado en la historia, de los blancos (europeos) sobre los �otros�. Incorporadas en el mismo se estudian las cogniciones sociales compartidas (prejuicios), adem�s de las pr�cticas sociales (discriminaci�n), tanto a nivel macro de las estructuras sociales como a nivel micro de las interacciones espec�ficas o eventos comunicativos. La intenci�n de este estudio es que el t�rmino racismo tambi�n abarque la acepci�n de etnicismo, es decir, el dominio de grupo que se fundamenta en la construcci�n o percepci�n de diferencias culturales. Contrariamente a un uso muy extendido, por las �lites en especial, el racismo no se limita a unas modalidades raciales obvias, descaradas o violentas, sino que tambi�n comprende ciertas formas m�s sutiles e indirectas de racismo cotidiano. Para la situaci�n actual en Estados Unidos, algunas de las propiedades de este racismo de �lite contempor�neo, practicado especialmente por los m�s j�venes,_han sido de_ finidas como yuppze raczsM(Lowy, 1991). Dado su pa� el de predominio, algunas �lites disponen de medios especiales para manifestar, expresar, legitimar o disimular su participaci�n en la reproducci�n del racismo, particularmente en sus diversas modalidades de discurso p�blico. Este estudio se centra, en especial, en las �lites simb�licas y examina en detalle el modo de hablar y de escribir de las �lites sobre minor�as �tnicas que, con ello, contribuyen con persuasi�n a manufacturar el consenso �tnico entre los grupos blancos en general. Dicho an�lisis consta de tres componentes principales. En primer lugar hemos estudiado sistem�ticamente los discursos propiamente dichos en varios niveles o dimensiones de su estructura, aunque en t�rminos bastante informales. En segundo lugar se han relacionado estas estructuras del discurso con las cogniciones sociales, entre las que se incluyen las actitudes �tnicas de los autores, que b�sicamente constituyen las �lites propiamente dichas, as� como tambi�n las de los destinatarios. En tercer lugar, dichos discursos y las cogniciones sociales que presuponen o controlan est�n imbuidos en una estructura pol�tica, cultural y social m�s amplia, 77
en la que el papel de las �lites y sus instituciones as� como las relaciones entre distintos grupos �tnicos o sociales se han estudiado como elementos en la reproducci�n del racismo. En cap�tulos sucesivos, esta estructura tan compleja tambi�n pretende sentar las bases para una explicaci�n integral de varios modos y modalidades de racismo de �lite. Ello significa que las propiedades del discurso est�n relacionadas con las creencias subyacentes y el discurso m�s las creencias, con las estructuras o funciones sociales, o viceversa. Este nexo de discurso, cognici�n social y sociedad est�, todav�a, muy fragmentado, porque la psicolog�a, incluida la social, y la sociolog�a apenas si se dirigen la palabra. En cierto sentido, confiamos en que el discurso y el an�lisis del discurso sirvan para aportar algunas claves a estas relaciones tan complejas porque, cuando menos, el discurso es una forma de acci�n social y un producto cultural a la vez que una manifestaci�n expl�cita de una fuente de creencias y de conocimiento sociales. En otras palabras, el discurso refleja gran parte del contenido y de las estructuras de las cogniciones sociales, con inclusi�n de prejuicios y de ideolog�as racistas que, de otro modo, son de dif�cil . Dada la �ntima asociaci�n que reina entre las �lites, su poder y su influencia y, adem�s, el preferente del que gozan as� como la naturaleza de las estructuras y funciones del discurso p�blico, la orientaci�n de dicho discurso nos dota de una herramienta singular para estudiar tanto el racismo de �lite como su reproducci�n.
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Discurso pol�tico Introducci�n Como predijo W. E. B. Du Bois en 1903, la raza y los asuntos �tnicos han sido y contin�an siendo un tema pol�tico candente a lo largo del siglo xx (Du Bois, 1969). Es por ello que un an�lisis m�s detallado del discurso de las �lites pol�ticas sobre estos temas puede contribuir a profundizar en nuestros conocimientos de la reproducci�n discursiva del racismo y, asimismo, a comprender el contexto pol�tico m�s general de estos procesos de reproducci�n en otros �mbitos, por ejemplo los medios de comunicaci�n, la investigaci�n acad�mica, la educaci�n, las corporaciones y el empleo, que se analizar�n en los cap�tulos siguientes. Con este objetivo general en mente, este cap�tulo se dedica a estudiar de forma comparativa texto y habla de contenido pol�tico sobre asuntos �tnicos en Estados Unidos, Gran Breta�a, Francia, Alemania y los Pa�ses Bajos. Para limitar los par�metros tan extensos del discurso pol�tico, este cap�tulo se centrar� ante todo en ciertos debates parlamentarios recientes sobre inmigraci�n, discriminaci�n, acci�n afirmativa y otros temas �tnicos en los respectivos pa�ses. Los gobiernos, parlamentos, partidos pol�ticos, burocracias y otras organizaciones pol�ticas se enfrascan regularmente en pr�cticas discursivas de debate pol�tico, toma de decisiones y legislaci�n sobre temas �tnicos que definen acuciantes tales como la inmigraci�n �ilegal�, las �olas� de refugiados, el alojamiento, los guetos, la delincuencia en la poblaci�n 79