IGNACIO GARNICA LAVERDE ÉTICA EXISTENCIALISTA
Para hablar de ética existencialista, tenemos que comenzar por mencionar dos grandes referentes del existencialismo: Sartre, con el existencialismo ateo y Heidegger con el existencialismo agnóstico. Como lo que nos convoca es la ética existencialista, analicemos pues, los pormenores de la propuesta por Sartre. En primer lugar, su punto de partida es el ser humano en concreto. Afirma que es el hombre el que se plantea sus propios valores, pero estos valores se configuran en su subjetividad. Si estos valores fueran absolutos y universales, no provendrían del hombre, sino de Dios, pero como Dios no existe (para Sartre, claro está), no existen parámetros que regulen nuestro comportamiento. Por lo tanto, los valores, la ética, es construida y configurada en el devenir de cada libertad, ya que la libertad en el hombre es absoluta. El único fundamento de la ética es la libertad, y no existe justificación de comportamiento más allá del propio actuar. Pero la ética en colectivo no es del todo una utopía: como la ética parte de la libertad, y el único límite para la libertad es la libertad del otro, que depende de la mía y viceversa, nuestra ética se encuentra en un constante “careo” con otras perspectivas éticas. No existe pues, una ética universal, pero sí un entramado ético que debe, de alguna forma, revelar puntos comunes. La ética de Sartre es extremadamente individualista, proclama la fidelidad a sí mismo. Entonces, ¿por qué actuar éticamente? Simple: la ética es propia, producto de la libertad. Ser ético es ser fiel a mi construcción, a mí como producto. No cuenta lo que se haga en tanto se haga libremente1. Dejemos que sea Heidegger quien nos defina los pormenores éticos en su pensamiento: “Sin una esencia anterior, cuya plenitud deba alcanzar, sin un Dios trascendente creador que la saca de la nada en su comienzo, sin un Dios conservador y actuante que la mantiene y aumenta en su existencia, sin un Dios legislador que la conduce hacia sí como a su infinito bien trascendente, sin normas ni valores consiguientes que realizar, sin nada antes ni después, arriba ni abajo, sola, abandonada a su propia libertad, puro devenir o proyección temporal, la existencia humana, constituida desde y por la nada, corre inexorablemente a su cumplimiento total con la muerte, enteramente amoral, sin posibilidad siquiera de ser buena o mala”. Se encarga Heidegger de revelarnos que la existencia, por banal o auténtica que sea, no puede ser juzgada o categorizada por buena o mala. Es, al igual que en Sartre, un camino de autorrealización. Nos subraya el problema moral como la imposibilidad de lo moral en un camino que parte de la nada y llega a la nada. No existe moral en tanto no existe algo real y absoluto, y en caso de que existiese, estaría más allá de la existencia humana. Lo único válido será el actuar autónomo, en tanto sea de este modo, y será indudablemente intrascendente, ya que si trascendiese no podría estar ligado a algo tan efímero como la existencia humana2. Soren Kierkegaard, danés, también produjo una considerable cantidad de conceptos con respecto a la ética existencialista. “la ética de Kierkegaard no significa una exigencia general, sino una exigencia dirigida al individuo. En este sentido la ética aísla al individuo en cuanto individuo: la ética “singulariza”. El individuo está determinado éticamente a ser irreductiblemente este individuo, a 1 2
SANABRIA, J. R. (2005). Ética existencialista. En Ética. (pp. 169-173). México: Porrúa. MERISI, Octavio. Ética existencialista y Marxista. Universidad Católica Argentina. Buenos Aires.
saber este agente humano. Por tanto, la subjetividad implica asumir responsabilidad. La responsabilidad significa responder o dar cuenta de uno mismo. Es por eso que en La alternativa Kierkegaard ve la ética como un asunto de elegirse a uno mismo. A esto se podría objetar que la ética tiene, en primer lugar, que ver con la relación hacia el prójimo, o con la relación hacia un mundo compartido con otros. Pero en esta relación, lo que uno tiene que hacer es dar cuenta de uno mismo. Sólo esto convierte a la relación en una relación ética. En este sentido la ética consiste en ser este individuo. Pero el punto entonces es que tú eres exactamente este individuo en relación con otros. La perspectiva de primera persona es la de relacionarse a sí mismo con otros y con un mundo compartido con otros. A la ética concierne esta autorelación en relación con otros. Cuando vemos la ética como un asunto de prioridades, nos concentramos en la subjetividad que se manifiesta haciendo prioridades y consecuentemente en la libertad de escoger entre alternativas. Sin embargo, en esto la subjetividad misma es indefinida o indeterminada. Pero el punto fundamental del análisis de Kierkegaard es que la subjetividad implica ser determinado como este individuo. Esta autorelación del individuo tiene lugar en relación con otros y con el mundo en el que llegamos a entendernos. Es aquí – en relación con los otros y con el mundo – que la autorelación es el asunto de que se trata. El “aislamiento” o “singularización” ética presupone que tenemos relaciones con otros. Cuando se habla en primera persona, no es con respecto a uno mismo, sino con respecto a los otros. Así, la radical noción de subjetividad de Kierkegaard no implica un subjetivismo. Ni tampoco Kierkegaard sostiene un tipo de decisionismo, como lo sugiere MacIntyre. Subjetividad no sólo significa elegir, sino también ser uno mismo éticamente determinado. Aunque parezca redundante, la autodeterminación en Kierkegaard implica autodeterminidad. Sólo estás comprometido éticamente en una relación con otros si tú mismo estás siendo determinado en esta relación. Esta individualidad irreductible en relación con los otros empieza a destacar en la “segunda” ética de Kierkegaard en Las obras del amor (1847). Este escrito está compuesto de discursos que no son sino meditaciones sobre el mandamiento de amar al prójimo, pero al mismo tiempo son meditaciones sobre experiencias de culpa y perdón. Describen el mundo en el que está situada la ética, a saber un mundo social en el que nos vemos unos a otros. Como lo ha mostrado Hegel en su reconocimiento dialéctico, nos vemos a nosotros mismos a través de los otros que nos están viendo. Pero si lo que importa es lo que somos a los ojos de los otros, entonces el mundo social se convierte en un mundo de valoración y juicio mutuo. En Las obras del amor, el mandamiento de amar al otro como prójimo contradice una visión de juicio o medida. La segunda ética de Kierkegaard puede interpretarse como una ética de la visión poniendo énfasis en el problema de cómo hacemos lo que debemos hacer, siendo éste un problema de cómo vemos al otro como el que ‘recibe’ nuestras acciones. El cómo vemos cuando actuamos es un asunto de la subjetividad, pero la subjetividad inherente en la visión es una subjetividad determinada: es este individuo en relación con otro. Cuando Kierkegaard se enfoca al problema de cómo vemos cuando actuamos, convierte la reflexividad –el mundo de la imagen y el perfil– en una cuestión ética. De este modo, su ética de la subjetividad podría inspirarnos a tener una visión crítica en la cultura de visibilidad en la que vivimos. Debido a sus reflexiones compasivas pero también escépticas sobre las
ambigüedades de la cultura humana – me parece – que Kierkegaard también es un clásico moderno en el diálogo entre las diferentes culturas del mundo que compartimos”3
Grøn, Arne. Kierkegaard: Ética de la Subjetividad. Universidad de Copenhague. Publicado en “El Garabato” No, 12. México, octubre de 2000. 3