Un camino hacia la remodelación interior
Fidel Yamanouchi
Yamanouchi, Fidel
Un camino hacia la remodelación interior / Fidel Yamanouchi. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Guadalupe, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-500-840-7
1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.
CDD 248.4
Presentación
Este libro va dirigido al público en general como un aporte al camino de su crecimiento interior a través del autoconocimiento personal. Es conocer su propia historia, la familiar, sus mecanismos de defensa, su mundo afectivo, sus valores.
Esto le ayudará a comprenderse mejor a sí mismo y a los demás, a aceptarse y quererse con su propia historia, tal como es en realidad. Es una guía para vivir con más lucidez, paz y seguridad.
Al final de cada taller hay preguntas, referencias bíblicas y bibliográficas que pueden ser útiles para la reflexión personal.
Yoshinobu Yamanouchi.
El estoico y yo
…Y empezó a pensar si matarlo sería homicidio o caridad. Sorprendente, pensé, este profesor podía poner en jaque mis convicciones, después de veinte minutos en su seminario, mi mundo, el mundo que yo conocía empezó a girar en mi interior como cuando te purgan para una colonoscopia. Pensé, es muy persuasivo. Claro está porque es uno de los profesores célebres de la universidad de New York.
De pronto un silencio. ¿Alguna pregunta? agrega el profesor.
Levanto la mano y digo:
─ ¡Buenas tardes! Soy Agustín Willkins.
─ Profesor Massimo Pigliucci. He leído su libro de “Cómo vivir hoy”. Y mi pregunta es: ¿puede usted afirmar que la filosofía estoica es la mejor forma de vivir la vida, mi vida?
-¡Sí!, contesta sin titubear. Si dominamos, controlamos los hechos y las pasiones que perturban nuestras vidas, valiéndonos de la valentía y la razón, alcanzaremos la felicidad y la sabiduría.
─ Pero ¿Aristóteles no decía que “conocerse a sí mismo” es el comienzo de toda sabiduría, que educar con la mente, sin educar el corazón no es educación en
absoluto? Habla de la vida con sentimientos y la razón para aprender a vivir con ellos, producir un equilibrio en el ser humano, conocerse y crecer.
Me miró por unos instantes y dijo:
─ Sí, podemos vivir sin ellos. Las pasiones no son necesarias para vivir, podemos reprimirlas y llevar una vida más armónica, dejando de lado lo que son pasiones sin sentido, las que no podemos controlar.
─ No estoy de acuerdo, repliqué: matar los sentimientos, las pasiones, no es un acto de caridad; sería un homicidio de nuestra naturaleza. Un ser humano que no empatiza, que no comunica sentimientos y no se apasiona por su familia o por un equipo de futbol, profesión, estilo de vida, proyectos, estaría muerto en vida. Viviría solo por la simple razón de vivir (existir), convirtiéndose en un robot. Yo que soy estudiante de antropología cultural si no me apasionara lo que hago, los lectores no sabrían nunca de las civilizaciones que existieron antes que nosotros o de lo que pueda descubrir: tradiciones, ritos, creencias, costumbres... ¿Usted no es apasionado de lo que hace? ¿De lo que enseña?
─ Lo soy. Responde. Por esta razón doy estos seminarios, soy profesor.
─ Entonces es verdad lo que dice Blas Pascal: ¿“El corazón tiene razones que la razón no entiende”?
─ Sí, afirma. Y ¿tiene algo más que agregar Agustín?
─ Sí. ¿Conoce usted sobre la vida de Fritz Haber?
─ Lo he escuchado nombrar. ¿Por qué?
─ Porque fue un científico químico alemán sin escrúpulos. Con sus experimentos creó fertilizantes para la agricultura, pero también armas químicas fatales, utilizadas también en el siglo XX, consideradas las más letales para la humanidad. Dejó su fe judía y se hizo presbiterano para poder seguir sus estudios. Cuando subieron los nazis se convirtió en su mejor arma. Con sus experimentos químicos mató miles y miles de personas. Su hijo Ludwig dijo que su padre era un tirano sin escrúpulos.
─ ¿A dónde apunta?, manifestó el profesor.
─ Si somos personas puramente razón y utilizamos solo la lógica, podemos convertirnos en seres peligrosos como los del “Ku Klux Klan” y aún más: patológicos, ya que el mundo afectivo que reprimimos aflorará de alguna manera, porque este viene dado por naturaleza (esencia) y está dentro de nosotros.
─ ¿Qué intenta decirme con esto?
─ Que, en unos años, cuando la razón no quiera entender a la pasión y ocultar los sentimientos como pasa en ciertos ambientes humanos, volveremos a los períodos en el cual los “puramente razón” intentarán controlar, cambiar a la humanidad, pues se sentirán extraños y esto los harán por medio de la ciencia o por la fuerza; por naturaleza no lo cambiarán ni controlarán. El amor siempre será amor, no importa las circunstancias, no vencerán este sentimiento y por más
que lo intenten, nuevamente estarán en cero. Los sentimientos, las pasiones, aflorarán y la razón los acompañará integrándose y produciendo un equilibrio.
Todo el auditorio queda en silencio. Se preparan para irse y recogen sus cosas. Cuando Agustín está junto a la puerta a punto de salir, el profesor le argumenta:
─ ¿Y si los sentimientos son tóxicos?
Los sentimientos
Cuando describimos un día que vivimos podemos hacer el horario desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, con una serie de actividades. Al terminar la jornada podemos estar contentos, tristes, enojados, deprimidos, malhumorados, eufóricos.
Si te encontraste con un amigo habrás sentido alegría de haberte visto. Si te fue mal en una tarea estarás enojado, triste, desilusionado, etc.
Una cosa es “qué” y otra es “cómo” vivimos. Todo lo que vivimos tiene un eco en nuestro interior.
¿Qué son los sentimientos?
1. Son la principal fuente de información sobre mí y sobre las resonancias que la realidad despierta en mí. Miro el cielo estrellado y me da una sensación de inmensidad, paz, iración, gozo.
Estas son subjetivas, personales y originales. A uno le gusta ver películas de acción, a otros, románticas, de terror, comedia, suspenso.
Frente a ellos es necesario una actitud de escucha receptiva y abierta. Nos son discutibles: Ej. Podré no estar de acuerdo con tu ira, pero no podré discutir el hecho de que tú la sientas.
Son educables en buena medida, aunque no todos.
Con algunos sentimientos debo “convivir” aunque no me agraden; de ahí la necesidad de aceptarlos como míos.
Los sentimientos
2. No son la realidad, sino el “eco” de la realidad en mí, o “mi” manera de percibirla; mi reacción frente a ella.
No son universales; es decir, no los experimentamos todos de la misma manera e intensidad frente a los mismos “estímulos”.
No son buenos ni malos moralmente, sino que los acepto o no como válidos para mí en referencia a mis opciones vitales básicas. (Cf. Carrau, “Soplos del Espíritu”, pág.13).
¿Para que existen?
3. El mundo de los sentimientos, las emociones dan a la conciencia intencional su peso, su momento, su energía, su fuerza. Dándole “color y calor” a la vida. Sin los sentimientos, emociones nuestro conocer y decidir serían débiles como una hoja. (Cf. Rulla, AVC I, pág.116-117).
¿Qué opinas tú? …
Sentimientos tóxicos
¿Qué son los sentimientos tóxicos?
Son los sentimientos que distorsionan, dispersan, desintegran y quitan energías psíquicas.
Los sentimientos tóxicos absorben la energía psíquica, la capacidad creativa y el entusiasmo. Ellos velan para que la persona tenga una percepción distorsionada proveniente de metas inmaduras e inalcanzables.
En algunos casos, son necesidades infantiles inmaduras no satisfechas, no correspondidas, que quedaron fijadas en la persona.
¿Cuáles son?
Algunos de ellos son: mandatos paternos o maternos, sentimientos de culpas destructivas, expectativas tóxicas, resentimientos, angustia, complejo de inferioridad, ansiedad flotante, celos, envidia, coraza defensiva (“todo me resbala”), venganza, perfeccionismo, falta de perdón (corazón endurecido), depresión, dependencia afectiva, frustración, sentirse rechazado.
¿Para qué existen?
Existen como respuesta o manifestación de un desequilibrio emocional del ser humano; son originadas por un trauma, frustración, carencia y herida afectiva, necesidad insatisfecha, mandatos paternos.
Están presentes, aunque no sean agradables ni deseables. Por ejemplo: si por circunstancias de la vida, vives la ausencia de la figura paterna, en la mayoría de los casos, la carencia o dependencia afectiva son consecuencia de esa necesidad insatisfecha, provocando un desequilibrio emocional que lleva a una conducta compensativa. Sus mecanismos defensivos pueden ser apegarse a una figura de autoridad que le dé seguridad y protección. (Cf. Stamateas B., “Gente Tóxica”).
Para reflexionar:
¿Cuáles son los sentimientos tóxicos que reconoces?
¿Cómo los va llevando?
¿Cómo haces tú para elaborarlo?
Orientaciones para integrar los sentimientos
1. Los sentimientos no son ni buenos ni malos en sí mismos, no tienen una valoración moral
El sentirse frustrado, el estar enojado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que una persona sea buena o mala. Pero si nuestra “conciencia censora” no ite determinados sentimientos, los reprimimos en nuestro subconsciente. Ej. Si nos sentimos culpables de nuestra ira o deseos afectivos-sexuales tendemos a reprimirlos.
Para discernir bien en nuestra vida, debemos estar convencidos de que los sentimientos son una realidad fáctica (existen en mí) pero sin un valor moral (ni bueno ni malo).
Mis envidias, celos, ternura, cariño, etc., no hacen de mí una buena o mala persona. Debo ser capaz de oír con toda claridad lo que me están diciendo, y decirme, sin reprimirlos, que estoy enojado, celoso, cariñoso, deprimido. Luego veré cómo integrarlos en el todo de mi persona.
2. No decidimos tener sentimientos porque no dependen de mi libertad, simplemente existen
Muchas veces nos decimos: “yo no debería sentir o experimentar este sentimiento” porque nos hace sentir culpa. Por ej. Estoy furioso porque salió mal un proyecto; o siento envidia porque al vecino le va todo tan bien. No es que yo decida tener esos sentimientos, pero los siento.
Los sentimientos son modos de reaccionar frente a determinados sucesos; son “avisos” frente a hechos internos o externos. Es como la función de las terminaciones nerviosas en nuestra piel que físicamente nos indican que algo nos está afectando: frío, calor, dolor, etc.
El papel que la libertad puede y debe jugar con respecto a los sentimientos es: puedo alimentarlos o no, puedo “echar leña al fuego” o no, puedo seguirlos en mi acción o no.
3. Los sentimientos deben ser integrados con los valores de su vida
No reprimir los sentimientos significa que debemos sentir, reconocer y aceptar plenamente nuestros sentimientos. Lo cual no significa, en modo alguno, que debamos actuar siempre de acuerdo a ellos. Sería trágico e inmaduro que una persona se rigiera por sus sentimientos como criterio absoluto (actuar por el “yo siento que…”). Por ejemplo, una cosa es reconocer que está muy enojado y otra cosa es darle una trompada en la nariz.
Uno tiene que reconocer sus sentimientos (escuchar el mundo afectivo), la razón verá si es bueno darle cauce, y la voluntad, llevar a la acción o no. Así los integra con los valores de su vida.
4. Los sentimientos tienen dos caminos: o los verbalizamos o los somatizamos
Los sentimientos son como el vapor que se acumula en una olla: si se guardan dentro y se deja que acumulen en intensidad pueden hacer saltar la “tapa”
humana que los reprime, lo mismo que el vapor puede hacer saltar la tapa de una olla.
La somatización consiste en que determinados sentimientos no conscientes se manifiesten en dolores de cabeza, diarreas, subidas o bajadas de presión, úlceras, gastritis, pánico, crisis de llanto, estados de depresión, opresión en el pecho, contracturas musculares, rabietas, portazos violentos, etc. Es decir, los sentimientos se convierten en síntomas físicos.
Cuando enterramos (reprimimos) nuestros sentimientos, no han muerto, sino que siguen vivos en nuestro inconsciente y en nuestro mundo interior, lastimándonos y afligiéndonos. Por ejemplo, una persona que ha tenido muchas heridas en la infancia soñó, pasados algunos años, que sus padres enterraban cadáveres en el jardín de su casa. Ella veía asustada el hecho y se despertaba aterrada. Es la “memoria afectiva”. Si un niño fue castigado físicamente por sus padres, puede desarrollar una actitud de desconfianza, miedo, enojo hacia las figuras de autoridad. (Cf. Rulla, AVC I, p. 124).
Es importante que verbalicemos nuestros sentimientos. Es decirse a sí mismo qué estoy sintiendo, sin miedo a ponerle nombre a ese sentimiento, por más desagradable o rechazable que me parezca.
Es bueno diferenciar entre “verbalizar”, que significa “ponerle nombre”, y “manifestar”, que significa decir a otro lo que sentimos. En el primer caso es hacernos consciente nosotros mismos de lo que sentimos; en el segundo caso, es contar a otra/s persona/s lo que sentimos. Puede ser que muchas veces no sea conveniente o incluso desaconsejable “manifestar” nuestros sentimientos. Pero siempre y en todo caso es conveniente y aconsejable “verbalizar” lo que sentimos, Cf. Lc 2,41-51: Jesús entre los doctores del Templo. María le dijo a Jesús: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (v. 46).
5. El reconocer, nombrar y aceptar mis sentimientos ayuda a mi crecimiento personal y a la construcción de mi propia identidad
En la medida que yo soy capaz de reconocer qué siento en cada circunstancia, voy construyendo mi identidad (si bien no es el único elemento de esta construcción).
Si verbalizo el sentimiento de “sentirme ofendido” regularmente por cosas intrascendentes, iré cayendo en la cuenta de que la hipersensibilidad en buena medida me domina. Al darme cuenta podré cambiar ciertas conductas.
Hay ocasiones en que debemos honestamente plantearnos la necesidad de convivir lo más sanamente posible con sentimientos que no desearíamos sentir. No está en nuestras manos el experimentarlos o no, pero sí está en nuestras manos el seguirlos o no.
Sintetizando el proceso:
1. Tomar conciencia de tus sentimientos: ¿Qué estoy sintiendo?
2. Ponerles nombre: Ternura, afecto, enojo, envidia…
3. Buscar el origen de tus sentimientos: ¿Por qué estoy reaccionando así?
4. Verbalizar o manifestar tus sentimientos.
5. Integrar tus sentimientos al conjunto de tu persona: Valores, razones).
Para reflexionar:
¿Cómo manejas tus sentimientos?
¿Cómo los integras como parte de tu personalidad?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Carrau H., “Soplos del Espíritu”, pp. 20-26.
ü Arnold M., “Las emociones, guardianes del autoideal”, en “Emoción y Personalidad II”, pp. 314-323, ed. Losada, Bs. As. 1970.
ü Rulla L., AVC I, “Desear emotivo y racional”, pp. 116-120.
ü Fischer R., “El caballero de la armadura oxidada”.
Secuencia estrés - enfermedad
La somatización
En el taller 4 hablamos de que los sentimientos tienen dos caminos: o los verbalizamos (y manifestamos) o los somatizamos. En el gráfico explico el proceso que transcurre en el ser humano desde un evento traumático no consciente a la manifestación de una enfermedad orgánica.
Todo lo que nos sucede resuena en nuestro interior y va quedando grabado en nuestra psiquis, a nivel consciente y no consciente, formando un almacenamiento en nuestra memoria afectiva. No siempre recordamos los hechos sucedidos, pero recordamos el tono afectivo de los mismos, agradables y desagradables. Por ejemplo, cuando uno fue picado por primera vez por una abeja o cualquier otro insecto y casi se muere porque era alérgica, cada vez que ve una abeja u otro insecto semejante al que le picó, siente mucho miedo aun cuando no le pique, entra en pánico.
El evento o hecho puede ser real o imaginario. Es real cuando uno pierde su trabajo y se pone mal, pero también puede imaginarse que puede perder su trabajo y comienza a angustiarse con lo que le puede pasar: no tener un sueldo, no poder pagar los gastos básicos, llenarse de deudas, no poder comprar alimentos ni medicinas, etc. Recordemos a un familiar, un amigo, un compañero de trabajo.
La reacción varía según el tipo de personalidad que tenga: narcisista, histriónico, paranoico, obsesivo, depresivo, borderline. Y si la persona es más sana o más desarmada psíquicamente para afrontar las dificultades de la vida.
Otra variable importante es la situación social. Está solo, aislado, o vive bien relacionado con sus familiares, amigos, compañeros de trabajo. Si tiene formación cultural o no, mayores o menores posibilidades económicas, etc.
Según perciba el evento estresante como más o menos amenazante, será la respuesta orgánica con que se manifestará. Por ejemplo, cuando a una persona le dicen que tiene una esclerosis múltiple o el mal de Alzheimer, puede reaccionar de diversas maneras, unos piden la eutanasia, otros intentan suicidarse, se deprimen, otros se vuelven alcohólicos, viven la vida loca, o quieren quedarse solo y aislarse del mundo, y otros que lo afrontan con entereza con todo el sufrimiento que conlleva.
Secuencia desde el evento estresante hasta la enfermedad
La agresividad
¿Qué es la agresividad?
La agresividad es una fuerza que lleva al ser humano a luchar contra la adversidad, conseguir alguna meta costosa, superar un obstáculo en el camino, oponerse ante la injusticia. También es una fuerza que hiere a otras personas, a vengarse de quien le hizo daño, e incluso a matar o matarse (agresividad contra sí mismo).
No confundamos “agresividad” con “ira”, “violencia” o “destrucción”. La agresividad es una fuerza, y, como toda fuerza, tiene riesgos, pero no necesariamente es destructiva. Pensemos en el río caudaloso: si va dentro de su cauce, puede ser muy útil (para el riego, la pesca, generar energía eléctrica...), pero, si se desborda, puede causar inundaciones. La “ira” es una agresividad desordenada. Pero no porque algo implique riesgos hay que eliminarlo. Pretender quitar la agresividad de una persona es mutilarla.
Al negar la agresividad, sólo se aumenta su potencial. Como cuando a un río caudaloso se le pone un dique, aparentemente ha dejado de crear problemas porque ya no fluye, pero en realidad aumenta el peligro de que el dique reviente y la catástrofe sea mayor.
Se necesita fuerza agresiva para trabajar, para mantenerse firme ante la adversidad, para emprender obras que impliquen sacrificio, para asumir riesgos y enfrentar dificultades. Como decía Barth Kiely: “El caballo que patea es también el caballo que trabaja”.
¿Para qué existe?
Alguien no se enoja de la nada ni cuando las cosas le van bien, cuando lo tratan con respeto y amabilidad. Se enoja cuando se siente maltratado, incomprendido, humillado, no puede expresar lo que siente, ante una injusticia, una desgracia, no le gusta algo, no logra una meta, por las malas decisiones, etc.
Es como una alarma que suena dentro de sí, que le lleva a defender algo importante en su vida. Hay una necesidad, un valor que está siendo amenazado, en peligro, y por eso, reacciona con enojo. Es un aviso que luego necesita ser escuchado y canalizado.
Miedo a nuestra agresividad
Tenemos miedo a nuestra propia agresividad. Se nos educó para perdonar, para superar nuestros resentimientos, etc. O bien, no se nos educó del todo y simplemente expresamos nuestra agresividad de manera irracional. Por eso muchas veces, cuando la externamos, lo hacemos de manera violenta y destructiva, y entonces herimos a los demás. También nos asusta la agresividad porque hemos sido víctimas de reclamos ofensivos o de violencia verbal o física de parte de otros.
En nuestras relaciones interpersonales no es raro que nos hiramos unos a otros. Esto muchas veces de manera involuntaria, pero al fin y al cabo, una herida se ha producido. Lo paradójico es que con frecuencia las personas que más han lastimado son precisamente las que más queremos, también por nuestra parte, a quienes más hemos lastimado son a quienes más nos quieren. Esto se debe a que el amor a alguien nos hace más sensibles y vulnerables a su comportamiento, y
también porque con la asiduidad de trato aumentan las ocasiones para ser heridos.
¿Qué hacer cuando la agresividad daña nuestros vínculos?
Y después de la herida, ¿cómo restablecer la relación? No podemos comportarnos como si nada hubiera pasado, pues algo pasó. El desafío es saber expresar el malestar, el sufrimiento o el enojo, y al mismo tiempo ofrecer el perdón.
Pero cuánto trabajo nos cuesta expresar controladamente nuestra agresividad. Muchas veces, en lugar de esto, optamos por alejarnos físicamente de la persona o por colocar una barrera afectiva para evitar así ser heridos nuevamente. Pero entonces lo que estamos sacrificado es el vínculo que nos unía con la otra persona. Viviremos juntos, pero en una indiferencia glacial, o acabaremos separándonos.
También puede ser que, en lugar de exponer nuestras molestias y quejas, optemos por un silencio resignado, desempeñando el papel de “víctima” que perdona siempre y que asume todo el peso de la relación. Pero entonces aumenta la carga de sentimientos, y un día podemos explotar, sea con un estallido de ira o violencia, sea a través de un síntoma psicosomático (depresión, úlceras, insomnio, colitis, etc.). El final del silencio sumiso es la enemistad abierta o la enfermedad, pues lo que no se habla, se actúa, se somatiza.
Si quiero mantener el vínculo con otra persona (en la familia, en la amistad), tengo que aprender a expresar mi agresividad de manera constructiva.
Para que un reclamo sea constructivo, la verdad que se dice debe ser expresada con amor, en el momento oportuno y con la intención de hacer un bien a la otra persona.
Un ejemplo de este tema podemos encontrar en el libro de Anselm Grün, “Transformación”, el cuento de los “Tres idiomas” (el lenguaje de los pájaros, las ranas y los perros ladradores). ¿Por qué es importante aprender estos idiomas, y por qué los perros ladran tan fuerte, qué es lo que defienden tan rabiosamente, qué tesoro esconden?
Para reflexionar:
¿En qué situaciones reconoces tu agresividad?
¿Cómo manejas tu agresividad?
¿Cómo valoras tu agresividad?
Lee Mt 21, 12-14. ¿Qué mensaje encuentras en este texto?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Torre Medina, F., “Grítale a Dios, expresándole tu coraje y dolor”, en Revista “Kyrios”, nº 5, México, 1998.
ü Grün A, “Transformación”, pp.18-22 ed. Guadalupe – Verbo Divino.
Los fetiches
¿Qué significa la palabra fetiche?
Del latín “facticius”, artificial, inventado por el hombre. El origen de la palabra viene de cuando los colonizadores de distintos países vieron que los primitivos del lugar tenían costumbres de ritos con que adoraban, agradecían, pedían a Dios protección, bendición, perdón. Como era algo creado por los hombres le llamaron fetiche, para que los cristianos pudieran distinguir que era algo inventado por el hombre y no por Dios. Ejemplo: le dejaban una fuente con los frutos de la cosecha como agradecimiento a Dios.
¿Qué es un fetiche?
Es un objeto material de cualquier cosa (tótem, ídolo, amuleto, talismán) que encarnan cualidades misteriosas, asombrosas, y se le atribuyen poderes sobrenaturales y divinos.
El fetichismo en la sexualidad y psiquiatría
Es la excitación sexual mediante el uso de una prenda u objeto, normalmente una parte del cuerpo o algún objeto que pertenece o está asociada con el objeto amoroso. Es una parafilia, un trastorno de la identidad sexual, donde la persona busca el placer o la excitación mediante un objeto, talismán o fetiche.
El fetiche reemplaza y sustituye al objeto amoroso, y aún la actividad sexual con el objeto amoroso y la gratificación sexual es posible si el fetiche está presente o al menos fantaseado durante la actividad sexual. Es típico del fetichista obtener gratificación sexual del fetiche solo, en ausencia del objeto amoroso.
Los fetiches sexuales más comunes son: zapatos, cabellos largos, aros, lencería erótica, disfraces, pies. (Cf. “Fetish”, en Psychiatric Dictionary, sixth edition, de Robert J. Campbell, Oxford University Press, New York, 1989, USA).
El fetichismo religioso
Es una forma de creencia o práctica religiosa en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o sobrenaturales, que protegen al portador o a las personas de las fuerzas naturales.
Ejemplos: Las piedras energéticas, cuarzos según el signo zodiacal, sahumerios para ahuyentar los malos espíritus, los equecos.
Los ídolos falsos (fetiches) surgen de mis heridas, que provocan miedos y compulsiones, y que éstas, a su vez, producen falsas imágenes de Dios.
Las compulsiones son acciones repetitivas donde entre el estímulo y la respuesta falta la reflexión. Por eso, son actos automáticos, mecánicos, impulsivos, como ordenar sobre lo que está ordenado, limpiar sobre lo que está limpio, lavarse las manos constantemente porque se siente sucio, comer y comer sin tener hambre sino porque está ansioso, etc.
Las compulsiones se trasladan al campo de la religiosidad. De allí surge el ritualismo en las diferentes religiones. Por ejemplo, los panfletos que dicen: “Tenés que repartir 100 copias para que Dios no te castigue”; “pon un amén o un me gusta” a una imagen de una persona para que se sane de su enfermedad; “no tires este panfleto con la oración de una novena o por un ídolo porque te irá mal”, etc.
Le otorgan poder divino a objetos inanimados, que nada tienen que ver con Dios y la verdadera fe.
Las compulsiones hacen que no se perciba a Dios mismo sino un dios fetiche, que hace alianza con las mismas compulsiones: un dios perfeccionista que te premia si sos perfecto; un dios que exige sacrificios; ídolo de los méritos personales, el exitismo, populismo, intimismo; un dios manipulador, juez implacable; ídolo hedonista, sexual, tradicionalista; un dios hecho a medida humana, a tu imagen y semejanza.
Estas imágenes distorsionadas de Dios hacen que te relaciones con un dios mercantilista (papá Noel), vengativo (si prometiste hacer una peregrinación a quien le pediste una gracia como conseguir un trabajo, o sanarte de un enfermedad, o salir bien en un viaje, pero por alguna razón no podés cumplir con esa promesa, crees que serás castigado), controlador, censurador, exigente, abandónico, posesivo, ritualista, leguleyo (cumplir “a raja tabla” con una ley religiosa inventada por el hombre aún a costa de la misma vida), prohibitivo, asfixiante, muchas veces más aplastante que tu propia compulsión y tu propia herida. Un dios que ganas el cielo pagando para ser perdonado.
Los fetiches alimentan la culpa malsana, sintoniza con nuestra parte vulnerada, es decir, del remordimiento que lleva a la negación del auto perdón, puede incapacitarte para experimentar la gratuidad del amor humano y la misericordia de Dios.
Hay una culpa sana que está basada en un hecho objetivamente malo, y que lleva a sanarse de la herida, y pacificarse; y hay una culpa malsana, negativa, destructiva, como en este caso, que no lleva a sanar las heridas sino a aumentar el daño. La culpa malsana siempre paraliza, censura, socava la autoestima personal. No te llevan a tener paz interior.
Para reflexionar:
¿Cuál es mi fetiche principal?
¿De cuál me cuesta más desprenderme?
¿Qué fetiche aprendí de mi familia?
¿Qué fetiche me dio el colegio, la universidad, la iglesia?
¿Cuál me vende, me contagia mi propia cultura actual?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Cabarrús Carlos: “La danza de los deseos íntimos”.
ü Cencini A.: “Vivir Reconciliados”, cap. 2, “Culpa constructiva y culpa destructiva”.
La culpa
¿Qué es la culpa?
El sentimiento de culpa es una realidad que todo ser humano experimenta en su propia vida, y está enraizada en lo más profundo de su corazón. Tiene una fuerza muy grande en la vida del ser humano.
Cuando escuchamos la palabra culpa surge inmediatamente la idea de responsabilidad por algo mal hecho, algo que se ha dañado y se busca su origen, aclarar dónde se encuentra la responsabilidad (culpa) última del daño ocasionado, con el fin de corregir tal situación, reparar de alguna forma el daño cometido y prever daños futuros. En nuestra cultura la palabra culpa nos remite inmediatamente a la idea de infracción de la ley. Surgen luego las palabras juicio, castigo, pago o reparación por el perjuicio cometido.
Pero el mal sucede también en nuestro mundo interno, en nuestros pensamientos, sentimientos y fantasías. En el mundo de nuestras fantasías, nuestras tendencias agresivas nos llevan a cometer robos y asesinatos, a decir las cosas más violentas e imaginar los peores escenarios. Cuando un niño está enojado y frustrado, desearía reaccionar agresivamente en contra de sus padres, pero como necesita del cuidado de ellos descarga esos sentimientos en el mundo de su fantasía.
Otras veces sentimos que dañamos o herimos a alguien porque lo decepcionamos o porque no lo hacemos feliz. Si un niño piensa que va a hacer feliz a su papá con una buena nota, pero se saca una mala nota puede sentir que lo pone triste, que lo hiere al decepcionarlo, aunque el padre nunca le diga nada. Pensamos que decepcionar al ser que amamos es equivalente a herirlo porque no
cumplimos con las expectativas que tiene de nosotros.
Entonces, la culpa sería aquel sentimiento que surge del reconocimiento del daño que hemos causado a un ser valioso para nosotros, tanto en la realidad externa como en la realidad interna (pensamientos, sentimientos, fantasías) que pueden causar pena y dolor.
También existen las fantasías inconscientes. Por ejemplo, un malestar acompañado de sufrimientos constantes, depresión, preocupación por la desventura, se deprimen cuando tienen un logro en vez de sentirse contentos y agradecidos. Es una culpa inconsciente que le impide ser merecedor de las cosas buenas y gratuitas de la vida. La idea de ser muy malo existe como un sentimiento inconsciente muy hondo. Esa persona siente que debe hacer muchísimo mérito para ser amada, necesita pruebas permanentes de que no es tan mala y de que sí es querible. Esta experiencia tiene su raíz en la infancia por lo cual es un sentimiento de culpa inconsciente que afecta constantemente en la vida real y es muy difícil de manejarla.
Por otro lado, la culpa puede manifestarse contra uno mismo. Por ejemplo, cuando uno se ha privado o restringido mucho en la vida y de pronto se da cuenta de que no era necesario pasarlo tan mal, puede sentirse culpable de haber dañado una parte de sí mismo.
Culpa sana, culpa malsana
Existen culpas sanas que permiten crecer y culpas malsanas que hacen daño a la persona.
La culpa malsana es destructiva y persecutoria. Se manifiesta cuando surge el remordimiento (comerse a sí mismo) que hace que uno se encierre en sí mismo cuando comete un error, hace algo inadecuado, cuando falla en algo, se lamenta de su incapacidad, se autodestruye con las cosas que se dice contra sí mismo. Esta culpa siempre paraliza, socava la autoestima personal.
El origen primario está en la infancia, cuando te hirieron, te maltrataron, te abandonaron, porque no te querían como eras, no te creyeron, porque te comparaban mal, de parte de las figuras parentales. A eso se añadían frases negativas, te echaban la culpa por cualquier cosa. Y lo peor es que cargaste con la culpa, aunque no la tuvieras. Eso provocó en ti una culpa mala porque está siempre presente en tu vida, sobre todo cuando hieres a las personas más queridas del mismo modo como te hirieron cuando eras pequeño, y no te la puedes perdonar, ya que te ocasionó lo que más te duele en la vida.
La culpa sana es constructiva y reparadora. Reconoce el mal hecho, haber dañado a una persona, que no estuvo a la altura de su ideal. Se centra en las consecuencias de su mala acción y busca la manera de reparar el daño ocasionado. Si ha herido a alguien pide disculpas y perdón, si ha robado devuelve lo robado, si ha abusado física o psicológicamente repara el daño causado a la víctima, hasta incluso cumpliendo con una condena según el tipo de abuso en algunos casos.
Es la culpa que permite a la persona corregirse de sus errores, aprender de ellos, crecer en la vida, no ser reincidente. Permite restablecer los vínculos y la confianza dañada por el mal cometido, buscar ayuda en otras personas cuando sea necesario para su crecimiento personal.
No se encierra en sí mismo ni busca chivos expiatorios, sino que asume su responsabilidad (culpabilidad) por el mal que ha hecho.
¿Cómo reconocer y trabajar con la culpa?
Lo primero es reconocer el sentimiento de culpa y discernir si es una culpa sana o malsana.
Lo primero que surge de una culpa sana es la reparación: hacerse responsable del daño provocado y llevar a cabo actos de restitución. Esta actitud brota de la fuerza del amor, que es más fuerte que las tendencias agresivas (envidia, avidez, maltrato, etc.). Es el amor que permite perdonar por las heridas que otros nos provocan y a perdonarnos a nosotros mismo por el mal que nos hacemos.
Cuando la culpa es malsana surge el sentimiento de dolor, remordimiento, resentimiento, desesperación, temor, auto reproche. El malestar es tan grande que busca distintos mecanismos defensivos. Por ejemplo, puede poner la responsabilidad en el otro y acusar en lugar de reconocer, puede apaciguar el malestar pensando que el mal no fue tal, o que el ataque es justificado, que el otro es verdaderamente malo y merecedor de nuestro odio.
Un sentimiento característico es el resentimiento. La persona experimenta un resentimiento frente a quien siente responsable de su propia frustración y
alimenta ese sentimiento que justifica sus ataques o agresiones. Hay quienes alimentan una rabia en su mente, recordando todos los males de los que se sienten víctimas.
Si la culpa malsana es suficientemente neutralizada por las fuerzas del amor, alimentadas por experiencia de amor y satisfacción, se reforzarán los elementos reparatorios de la culpa y la persona podrá auto repararse y sanarse.
Cuando reconoce estos sentimientos, signos de una culpa malsana y destructiva, será conveniente buscar una ayuda externa, que le facilite elaborar su mundo interno. Porque hay mucho material no consciente que no puede conocer ni elaborar por sí mismo.
Para reflexionar:
¿Reconoces algunos de estos sentimientos?
¿Cómo distingues las diferentes culpas?
¿Qué herramientas utilizas para elaborarlas?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü “La Culpabilidad. Psicoterapia y Fe Cristiana”. En Cuadernos de
Espiritualidad nº 147, pp. 3-11.
ü Cencini A.: “Vivir Reconciliados”, pp. 28-31.
De la culpa a la conciencia de pecado
Sentimiento de culpabilidad y sentido de culpa
El sentido de culpa pertenece al ámbito racional y afectivo, que hace relación a un comportamiento (interior y exterior) no coherente con los ideales asumidos o las normas éticas vigentes. Es una no adecuación ética con uno mismo.
El sentimiento de culpabilidad es un estado emotivo en que la persona se halla dominada por lo que siente interiormente, subjetivamente de haber infringido alguna norma social, una ley o algún principio ético.
Algunos sentimientos culpabilidad son: tabú, narcisista y legalista.
Culpabilidad tabú: El tabú es un objeto hacia el cual uno se siente atraído con fuerza, pero conlleva una estricta prohibición. Este objeto “misterioso” (ideas, sentimientos, lugares, personas, experiencias) conlleva un sentimiento de asco y vergüenza frente a la atracción y el placer que suscita. La ambivalencia del placer-vergüenza y de la atracción-asco constituye una fuente de culpabilidad casi irracional en el sujeto.
Culpabilidad narcisista: es el sentimiento de culpabilidad que surge de la pérdida de su auto estima frente al propio ideal del yo. Está centrado en su amor propio herido, en su propia imagen venida a menos. Se produce por una frustración a su propio ideal y el temor a perder la iración, la estima de los demás.
Culpabilidad legalista: En la ley está contenido el modelo de comportamiento correcto, ya que en ella se expresa de manera impersonal los deberes que deben de cumplirse. La culpabilidad surge del no cumplimiento de la ley, pero no dice relación a los demás (haber causado daño a otro) sino la relación con los demás está dictada por la ley.
Estos tres tipos de culpabilidad no abren a la persona a la alteridad, sino que la deja encerrada en ella misma: los demás se utilizan en función de la propia autoestima. Esto los lleva a vivir en frecuentes conflictos internos ya sea por la ambivalencia del objeto tabú, el ideal inalcanzable (narcisista), y el incumplimiento de la ley (legalista), que genera sentimientos de angustia.
El sentido de la culpa religiosa y la conciencia de pecado
La apertura a la alteridad, al tomar conciencia que vivir es convivir, permite el paso del sentimiento de culpabilidad al sentido de culpa en su vertiente ética y religiosa. La culpabilidad ya no se centra exclusivamente en el daño a la propia autoestima, sino se abre a la preocupación por el otro y el sentido de culpa es generado por el daño que se le ha causado.
La culpa religiosa es el reconocimiento de la falta que surge desde la fe, de la relación a una persona, Dios. Y desde esa relación se iluminan todas las relaciones con los demás seres humanos y consigo mismo. Ya no está encerrada en sí mismo.
Al haber dañado a una persona que lo ama, Dios, al haberle fallado en su respuesta de amor, brota la culpa religiosa, que en la terminología religiosa llamamos “pecado”. Cuando un creyente reconoce haber fallado a Dios, surge la “conciencia” de pecado, del mal que ha cometido, del daño causado a los otros. La conciencia es lo más profundo que un creyente tiene en su interior, en su
espíritu, donde sólo él y Dios pueden entrar. La conciencia del pecado se tiene solamente cuando uno se ubica frente a Dios y descubre, con dolor, el haberle ofendido.
Así existe un sano sentido de culpa, que es connatural a la conciencia del pecado y surge de la comprensión de la ruptura entre la elección realizada y la voluntad de Dios. La experiencia auténtica de la culpa religiosa se vive siempre en relación al Otro y a los otros, cuyo centro de gravedad es Dios, mientras la culpabilidad religiosa falsa se centra en el hombre (mi amor propio herido).
¿Cómo reconocer la culpa religiosa sana y la culpabilidad religiosa malsana?
La conciencia de pecado incluye en sí el sentido de la culpa, pero también está presente la culpabilidad malsana (tabú, narcisista, legalista, etc.). No existe un límite bien definido en la realidad interna de la persona, sino es una distinción para la comprensión de estas experiencias que vive el ser humano.
La experiencia fundamental es la relación que el ser humano entabla con Dios. Es como la experiencia humana del amor entre los seres humanos: el amor matrimonial, el amor de amistad, el amor padre/hijos, etc. Mientras más se aman más sufrirán si hieren o dañan a la persona amada, si la ven sufrir. Están centrados en la persona amada y no en sí mismos. De allí el reconocimiento del mal cometido y del daño provocado.
De allí surgirá el arrepentimiento, el deseo de no ofenderlo más, y la búsqueda para reparar el daño causado, y volver a reestablecer el vínculo dañado. Eso trae como fruto una paz interior. Es el signo de una culpa religiosa sana que conduce a la reparación del mal hecho.
La culpabilidad religiosa malsana lleva a una vivencia angustiosa por el mal hecho.
La culpabilidad tabú está asociada al ámbito sexual, donde el placer que descubre y el castigo que experimenta el niño hace que se sienta culpable de esas experiencias. Siente vergüenza ligado al placer que experimenta.
La culpabilidad narcisista comporta una agresión continua contra uno mismo, por la falta de auto aceptación y comporta una alta cuota de sufrimiento. Es una necesidad de ser perfecto para ser irado, estimado por los demás, y así sentirse bien.
Un signo de este tipo es el intento de eliminar o anular el mal de nuestra vida, y ver solo lo que es bueno, aceptable para su imagen. Es la ilusión de ser justos. Ver solo el trigo y negar que crece la cizaña.
Otro modo es proyectar el mal en los demás, es el mecanismo del chivo expiatorio, donde todo lo bueno es mío y todo lo malo es de los otros. Es no asumir su propia responsabilidad. Cf. Gn 3, 8-13: “… la mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él…”.
La culpabilidad leguleya. La norma, la ley, los valores dejan de cumplir una función mediadora en el desarrollo personal y de fe para convertirse en ídolos absolutos que le brindan seguridad. Necesitan ser perfectos cumplidores de la ley para sentirse buenos.
Por eso intentan cumplir con la ley, la norma establecida, pero su corazón está en otra parte. Es un cumplimiento mecánico, automático, ritualista, desencarnado,
frío.
Pero muchas veces vive en la ambivalencia de haber cumplido con la ley o no haber sido lo suficientemente cumplidor, por lo cual surge una duda constante entre el bien y el mal. De allí surgen los escrúpulos: ve mal, pecado donde no existe y vive angustiado.
Se vuelven ritualistas para calmar su angustia. Por ejemplo, hacer una peregrinación todos los años a un lugar religioso, de lo contrario, creen que serán castigados.
Algunos fetiches son un modo de expresión para calmar la angustia, intentando sanar las heridas y su sufrimiento.
¿Cómo tratar la culpabilidad religiosa malsana?
Una vez identificada la presencia de una culpabilidad malsana es importante buscar el modo de sanarla.
Algunos síntomas para reconocer esa culpabilidad malsana son: angustia por haber hecho algo malo, sentir que lo que hizo no tiene perdón, el miedo de ser castigado, sentir vergüenza, querer esconderse, deprimirse, autocastigarse, sentirse que no vale nada, agredirse a sí mismo, etc.
Una cosa fundamental es creer que Dios nos ama no porque seamos perfectos, no porque no cometemos pecados, sino porque somos sus hijos amados. Y
dejarnos amar por Él. Es la experiencia de la gratuidad del amor. La experiencia del amor de nuestros padres puede asemejarse a este amor. Ese amor hace que nos sigan amando aun cuando le fallamos, no llenamos sus expectativas, no seamos perfectos. Y nos perdonan cuando reconocemos nuestras faltas. Cf. Is 49,14-15: “¿Se olvida una madre de su creatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”.
Esto implica que aún en nuestra culpabilidad no debemos centrarnos en nosotros mismos sino en Dios que es misericordioso, que perdona nuestras culpas, y cura las heridas que provocan nuestras faltas.
De nuestra parte, es clave reconocer nuestras culpas, hacernos responsables del mal hecho, arrepentirnos y reparar el daño causado. Pero no solo con nuestras propias capacidades sino confiados en el amor y la ayuda de Dios.
Es reconocernos simplemente que somos seres humanos, con las fuerzas del amor, del bien, pero también sujetos a las tendencias del mal.
Para reflexionar:
¿Reconoces algunos sentimientos de culpabilidad malsana o culpa sana?
¿Qué consecuencias han tenido esos sentimientos de culpa?
¿Cómo repercuten hoy en tu vida?
¿Cómo las has elaborado luego de reconocerlas?
¿Cómo las elaborarías?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü “La Culpabilidad. Psicoterapia y Fe Cristiana” en Cuadernos de Espiritualidad n 147, pp.17-24.
ü Cencini A., “Vivir Reconciliados”, pp. 33-37.
ü Juan Pablo II, “Dives in misericordia”, comentario al término Rahamín.
ü Lc 15, 20-24.
El perdón liberador y sanador
El perdón como paso a la sanación
Dice un refrán: “Dios siempre perdona, el hombre, a veces, la naturaleza, nunca”.
¿Qué es el perdón?
¡El perdón es una experiencia humana interna! A partir de esa vivencia abrimos las puertas de nuestro corazón para dejar que salga el enojo, la indignación, la tristeza, la hostilidad y cualesquiera otros malos sentimientos que estén afectando nuestra vida.
Perdonar y ser perdonado es el camino más confiable para una vida plena, libre y feliz. Cuando concedemos y/o recibimos el perdón, un inmenso peso es eliminado, transformando la vida de los involucrados. De esa manera quedamos liberados de las personas que nos hirieron o herimos.
El perdonar es fruto del amor que habita en nosotros. Una madre perdona las faltas de sus hijos porque los ama con todo su corazón, no por debilidad de carácter ni por un mandato moral, sino porque es el fruto de sus entrañas. Solo quien ama es capaz de perdonar. El amor misericordioso de Dios se comprende más de cerca al experimentar el amor de una madre que perdona.
Perdonar es no castigar a alguien por un daño u ofensa, venciendo el resentimiento por el mal hecho.
Perdonar no es aceptar todo con tal de vivir en falsa armonía o para evitar mayores complicaciones.
Perdonar no significa anularse a sí mismo, como un ser totalmente dependiente del otro, cediendo siempre a las expectativas ajenas, dejando de ser fiel a sí mismo.
Perdonar no significa volver a restablecer una amistad luego de una traición o volver a convivir en una vida de pareja cuando hubo una infidelidad.
Perdonar no significa olvidar lo sucedido sino ya no sangrar por la herida.
Perdonar no significa incompatibilidad con la justicia. Si alguien robó tiene que devolver lo robado, si alguien difamó tiene que restituir la imagen dañada. (Cf. Vander L. Devidé, ¡Nao Perdoe!, pp.57-64).
¿Para qué perdonamos?
La mayoría de las personas, cuando pasa por un trauma, tristeza u ofensa queda detenido en aquel episodio, rumiando esas emociones negativas, como en un círculo vicioso sin salida. Cuando decidimos perdonar, damos un paso más allá de aquella situación, permitiendo que la vida continúe. Si no perdonamos cargamos todo el tiempo con el peso de nuestras culpas o sentirnos víctimas de
quienes nos ofendieron.
Nuestra vida está hecha de constantes relaciones humanas, donde los roces, desentendimientos, provocan distanciamientos. Ante esta situación buscamos la manera de hacer las paces para convivir serenamente. Eso implica reconocer nuestras faltas y pedir ser perdonado o perdonar a quien le piden perdón.
Tipos de perdón
Hay diferentes tipos de perdón: intelectual, voluntarista, emocional.
Muchas veces escuchamos: es necesario perdonar, el perdonar es un acto de voluntad. La razón nos dice que debemos perdonar. Es como decir “lo perdono” pero no logro sacar el enojo que siento interiormente. Hace un razonamiento perfecto para perdonar, pero sigue con la herida abierta y los sentimientos negativos que dan vueltas.
Otras veces sigo el mandato religioso que me dice “tienes que perdonar a tu hermano” y uno hace el acto voluntario de perdonar. Sin embargo, siente el malestar interiormente. Pero no se detiene a elaborar el dolor, el enojo, la indignación etc., que provocó la herida.
Otras veces, entiendo que es importante perdonar, y dejo que las emociones surjan interiormente, y sin negarlas, busco caminos para perdonar. De ese modo, integro las emociones desagradables en el proceso del perdón. (Cf. Vander L. Devidé, ¡Nao Perdoe!, pp. 47-56).
Procesos para perdonar de corazón
Algunos creen en un camino simplista diciendo: “no perdona quien no quiere perdonar”, como si fuera una decisión voluntarista o un mandato divino que cumplir. Pero en realidad no es así. Perdonar implica pasos a recorrer y tiempo a emplear hasta hacerlo de corazón, liberarse y sanarse de las heridas, como un fruto maduro que se desprende de la planta.
Hacer un proceso de perdón implica:
Identificar tus sentimientos: estoy enojado, indignado.
Buscar el origen de esos sentimientos: fulano de tal me maltrató, humilló, difamó, o también fracasé en un trabajo, en un proyecto.
Luego hablar con sinceridad y de la mejor manera con la persona que me ofendió, de aquello que me molesta, me enoja. Abordar el hecho sucedido, narrando tal cual ocurrió, los sentimientos que surgieron, y buscar el modo de reconciliarse.
Si es algo contra sí mismo, tener la humildad de reconocerse tal como es, como sucedió el hecho. Luego aceptarse con sus errores, límites, y quererse de tal modo que se perdone a sí mismo.
Perdonar a los que ya se fueron
¿Y si esa persona ya falleció?
Ya no tengo la posibilidad de hablar con esa persona. Entonces, ¿qué puedo hacer para no seguir cargando con el peso del daño recibido con sus sentimientos molestos?
Un camino posible es entablar una conversación espiritual, afectiva. Aunque no esté físicamente está presente psíquica y espiritualmente. Nosotros lo mantenemos vivos a través de los recuerdos, escenas, frases, fotos, etc.
En ese diálogo, hago memoria de los hechos que me hirieron y ofendieron, y le ofrezco mi perdón. Por ej., le digo: “yo te perdono porque me insultaste en tal ocasión… te perdono porque me diste la espalda cuando te necesitaba… “y así voy haciendo con las heridas que tengo guardado en mi corazón.
De ese modo, al perdonarle, le libero del mal que me hizo. Y eso sana mis heridas.
Perdonar no es un acto automático, mecánico, sino que es un proceso interno que lleva su buen tiempo, sus marchas y contramarchas. Hecho de reflexiones, elaboración de los sentimientos que acompañan, decidiendo perdonar /ser perdonado. (Cf. Vander L. ¡Devidé, Nao Perdoe!, pp. 177-184).
Para reflexionar
¿Qué heridas reconozco que deba perdonar?
¿Cómo perdono cuando alguien me pide perdón?
¿Reconozco algunas secuelas de las heridas que me provocaron?
¿Reconozco las consecuencias de mis faltas de perdón hacia otras personas?
Lee Gn 42-45; 50,15-21. El proceso de perdón de José a sus hermanos.
La autoestima
La autoestima es la valoración que una persona hace de sí misma integrando diversos componentes de su yo (self): actual e ideal. a) De su yo actual manifiesto (lo que se conoce de sí mismo, lo que cree que es), latente (lo que no conoce, pero es parte de sí mismo), social (según lo que yo soy para los demás) y b) de su yo ideal (de que quisiera ser, aspiraciones, proyectos, sueños).
De los aspectos que considera positivo (cualidades, dones) y negativo de sí mismo (límites, defectos). Esto da una imagen de sí mismo que puede coincidir con lo que realmente es o puede sobrevalorarse (imagen grandiosa); por ej., suele suceder cuando a uno siempre le fue bien, le hicieron creer que era el mejor, el perfecto, o subestimarse (inferioridad); por ej., si uno creció a la sombra de su hermano el Doctor tal (famoso), le llevará a subestimarse porque el entorno lo trató como menos que su hermano, y no por lo que es en sí mismo.
Esta autoestima está basada en los valores (naturales, morales, espirituales) que son importantes en la vida y/o en las necesidades psicosociales (ayuda a los demás, éxito, afiliación, dependencia afectiva, etc.).
La integración entre sus valores y necesidades psicosociales hará que una persona sea consistente o menos consistente (inconsistente).
Según esté más sana o insana, más consistente o inconsistente, abordará la realidad de diferentes maneras.
Cuando su autoestima se siente amenazada, aparecen los diferentes mecanismos
de defensa para mantener su propia imagen. Mientras más sana es la persona surgirán los mecanismos protectores de control (anticipación, sublimación, humor) y a medida que es más inmadura usará mecanismos defensivos más compensatorios (racionalización, formación reactiva, etc.), hasta los más primitivos (escisión, negación masiva, proyección, etc.).
Los mecanismos de defensa
1. Niegan, falsifican o deforman la realidad interna y externa.
2. Son automáticos y no actos deliberados.
3. Obran en el inconsciente, de tal modo que la persona no se da cuenta de lo que ocurre.
4. No permiten la adaptación de la persona ya que no enfrenta el conflicto.
Tienen como ventaja evitar la confrontación con un estímulo interno o externo peligroso, como así también permitir gratificaciones sustitutivas, y reducir a un efecto "soportable" los efectos de las frustraciones. Así la estima de sí, herida si se quiere, se recupera ficticiamente, ya que el conflicto de fondo no queda solucionado.
Los mecanismos protectores de control hacen que la persona afronte la realidad tal como es, resolviendo los desafíos que la vida presenta, sin distorsionarla. Eso le permite que siga con confianza consigo mismo y mantenga una visión realista
de sí mismo y del mundo externo en que vive.
La autoestima no es una cuestión conceptual, solamente racional. No depende si tiene muchas cualidades, capacitaciones, títulos académicos, bienestar económico, etc. sino de cómo una persona se quiere a sí mismo tal como es, con su historia familiar, personal, con la realidad en que vive, con su mundo social, laboral. No significa que no tenga límites ni defectos, sino no sería un ser humano. Lo importante es si uno los conoce, y los acepta como parte de sí mismo. Es la aceptación de las propias sombras.
La estima de sí tiene un peso muy grande en la vida de todo ser humano. Por eso, es importante que sea sana.
Para reflexionar:
¿Cómo te conoces a ti mismo, te aceptas y te quieres?
¿Cómo está tu autoestima: sana, grandiosa, subestimada?
¿Has elaborado tu historia familiar y personal?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Esquema del Curso de Escuela de Formadores, Bs. As. 1992.
ü Cencini-Manenti, “Psicología y Formación”, pp. 289-394.
ü Drennan M.- O`Flynn K.: “Requisitos de la autoestima en los escritos de san Pablo”. En Antropologia Interdisciplinare e Formazione, pp.397-408, EDB, Bologna, 1997
Etapas de maduración afectiva
La afectividad es un conjunto de fenómenos de la vida psíquica, que están relacionados con la sensibilidad y la emoción, que evoluciona y se desarrolla por vía propia, como las otras áreas de la persona (intelectual, moral, sexual).
El amor en sentido estricto es una emoción, es “la tendencia que se siente hacia una persona que se percibe como un bien”.
Las etapas o estadios de su desarrollo son: autismo, simbiosis, diferenciación permanencia y consolidación.
Distinguimos dos líneas del amor: amor de sí mismo y amor a los otros.
A) Amor de sí mismo: origen y desarrollo
El amor de sí es una búsqueda de un bien para sí mismo.
Va del bienestar fisiológico a relacionarse de forma gratificante y recíproca con un otro adulto.
Sale de sí mismo buscando alguien que para él es un bien.
B) Amor a los otros: origen y desarrollo
Se desarrolla desde la utilización del otro (un bien para mí) al don de sí al otro (un bien en sí mismo). Ej., cuando uno es bebé “utiliza” a su madre para poder subsistir; cuando es adulto cuida a los demás.
Etapas de maduración afectiva
1) Estadio del autismo
No distingue entre mundo externo e interno, ni un yo de un tú; es una indiferenciación total.
2) Estadio de la simbiosis
Hay una fusión entre el yo y el otro, sin confines entre ambos. Todo es una matriz positiva, excluyendo lo negativo. Se siente seguro si se siente querido.
3) Estadio de la diferenciación
Comienza a distinguir un yo distinto del otro, su madre. Entabla una relación parcializada con ella, dividiéndola en dos: madre buena (si satisface sus necesidades) y madre mala (si no le satisface).
En esta etapa aparecen los llamados “objetos transicionales”, por ej., muñecas, peluches, chupete, etc. Su función es calmar la ansiedad, reconfortar al bebé; es como sustituir a la madre en su ausencia física.
La simbología del objeto transicional hace que sea importante en el desarrollo humano porque es personal, único, insustituible; y cada uno le da un significado único.
El niño puede hacer lo que quiere, expresar sus emociones con el objeto transicional (abrazarlo, golpearlo, tirarlo contra el suelo, etc.), cosa que no puede hacer con su madre.
Busca para sí la estima y el afecto de una persona significativa (madre). Es indispensable sentirse “importante” (estimado) por la persona significativamadre.
Aparece el afecto personalizado hacia el otro, que se muestra en las calurosas y tiernas manifestaciones del niño para con la persona amada (madre). Es una relación personal, positiva. No con cualquier persona.
Las características de este estadio se dan en la etapa de la adolescencia. Los amados y los rechazados, un día sos un héroe (todo bueno) y al otro día sos un tirano (todo malo).
En este estadio se da el amor narcisista. Este solo se ve a sí mismo, los demás son un mero espejo para resaltar su propia imagen desfigurada y agrandada. Dice
que ama a los otros, pero en realidad, los usa para que lo iren, creyendo que es tan grandioso.
4) Estadio de la integración
Integra lo positivo y negativo del otro y de sí mismo.
Se da la constancia emotiva del otro. Afectivamente el otro permanece tanto en el amor (satisface) como en el odio (no satisface).
Amor de sí: complacer al otro
Busca “gustar al otro”, ganarse su estima, su aprobación, aceptando lo que el otro considera bueno o útil para el sujeto.
Los deseos y valores se utilizan fundamentalmente para complacer al otro.
Lo realmente importante es “agradar, ser apreciado”. Es un sentido “utilitario” del otro. Se busca al otro porque con su afecto el sujeto puede colmar su deseo de amor y con su aprobación apuntalar su autoestima y ser una fuente de seguridad.
Amor al otro: empatía y solicitud
Empatía: el sujeto adquiere la capacidad de “ponerse en la piel” del otro. Implica: 1) la capacidad de percibir al otro como diferente de sí; 2) la formación de límites sólidos que permiten al sujeto mantener una identidad estable, diferente de la del otro; 3) y la capacidad de despegarse de sí (trascendencia).
Solicitud: es preocuparse por el otro (supone la capacidad de entender lo que es importante para el otro). La solicitud es sentir en concreto y actuar a favor del otro. Aprende a dar. Comienza la capacidad de enamorarse.
El sujeto percibe los aspectos positivos y los límites del otro, si bien tiende a idealizar los primeros. El otro no es su espejo, pero se le mira con “anteojos” irreales y excesivamente intensos.
Scott Peck dice en “La nueva psicología del amor”: Una persona enamorada dice enseguida: “lo/a amo”. Pero esa expresión tiene dos problemas: 1º la experiencia de enamorarse tiene relación específica con una experiencia erótica vinculada con el sexo. 2º es invariablemente transitoria; es decir, la sensación de éxtasis que caracteriza el enamoramiento pasa.
Se ilumina desde el tema “fronteras del yo”. Al pasar del estadio de la fusión simbiótica a la diferenciación surge la “soledad”. El enamorarse permite evadir esa soledad y fusionarse con otro, identificándose. Es la experiencia del “éxtasis”: ¡yo y la persona amada somos uno! Es una ruptura momentánea de esa frontera.
En el matrimonio, esta fusión se rompe cuando aparecen las diferencias entre él y ella: gustos, intereses, amistades, etc.
Enamorarse no es un acto de voluntad, no es una decisión consciente. Pero está sujeto a una disciplina, desde el amor verdadero. Ej. de psiquiatras que se enamoran de sus pacientes, pero manejan sus sentimientos sin involucrarse con ellos.
5) Estadio de la consolidación
Se estabiliza y consolida las imágenes positivas y negativas de sí mismo y del otro; hay vínculos afectivos estables.
Amor de sí: Capacidad de recibir, de acoger
La madurez humana supone la capacidad para entablar relaciones recíprocas.
Es la dependencia afectiva madura: capacidad de desear y acoger el amor del otro percibido como “un bien para mí” (capacidad de depender).
Características de este amor
1. El bien deseado se identifica con la necesidad de recibir afecto/estima del otro específico y personal. Pero es de modo flexible, capaz de recibir y también de renunciar a la gratificación afectiva.
2. la dependencia madura es receptividad, acogida y superación de formas de autonomía defensiva (mostrarme externamente que no necesito del afecto de los
demás).
3. Lo que se considera “un bien para mí” es a la vez “un bien en sí mismo” (es un valor más allá de mis intereses).
Amor al otro: don total de sí mismo
Es el amor maduro en relación al otro: consiste en la capacidad de desear y obrar por el bien del otro. Supone una persona interiormente integrada, con capacidad de auto poseerse.
El amor-don como comunión personal, supone una atracción hacia la otra persona. Tiene tres modalidades diferentes de expresión:
1. amor esponsal: es una reciprocidad completa que abarca lo fisiológico (genitalidad), lo psicosocial y lo espiritual.
2. afecto familiar: (paterno, materno, filial, etc.). abarca lo fisiológico, psicosocial y espiritual, solo que en lo fisiológico se expresa como ternura, lazo de sangre.
3. La amistad: abarca lo psicosocial y espiritual.
Amor esponsal: La persona misma del amante se convierte en don, sencillo, único y sin ninguna reserva posible, que se hace al amado.
Amor de amistad: la atracción va unida a un interés, una pasión, un sentir común que crea el vínculo.
“Los enamorados están todo el tiempo cara a cara, absortos en su mutua contemplación; los amigos, unos junto a otros, absortos por algún interés en común”. (C. Lewis: “Los cuatro amores”).
Para reflexionar:
¿En qué estadio/s me siento identificado?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Bissi A, “Madurez Humana. Camino de Trascendencia”, pp.47-73.
ü Scott Peck, “La nueva psicología del amor”, pp. 83-190.
Formación de la maduración afectiva
Formación de la afectividad
La afectividad es una energía, una fuerza, un dinamismo que busca la satisfacción de nuestras necesidades en orden a un equilibrio y realización personal. Pero esta fuerza y dinamismo necesita una dirección para ser integrada en el conjunto de las necesidades personales y de los demás. Sin esta orientación e integración surge el conflicto en el interior de la persona y en su relación con los otros. Esta dirección la recibe desde el orden moral y del amor.
Negar la energía y fuerza que supone la afectividad, sería apagar y anular a la persona humana. Asumida y canalizada por el amor, la afectividad se convierte en fuente de dinamismo, riqueza y fecundidad.
Podemos decir que la afectividad pertenece a nuestra dimensión psicológica; el amor al mundo de la moral. De este modo la afectividad va madurando en el amor.
Ni intelectualismo ni voluntarismo. El intelectualismo se ha centrado en dar explicaciones de las situaciones de la realidad vivida, pensando que, teniendo claro, ya está educada la persona para obrar el bien.
El voluntarismo ha insistido y exigido el esfuerzo de la voluntad, pensando que, ejercitando la voluntad y el esfuerzo, la persona va a superar todos los problemas.
Integrando la afectividad
a) Educación de la sensibilidad
La sensibilidad es la capacidad innata de sentir agrado o desagrado. Esto genera una serie de mecanismo que desarrollan tendencias a gozar, buscar y apegarse a las cosas que proporcionan agrado, así como también deseos de huida y alejamiento de todo lo que es fuente de desagrado o dolor.
Educar la sensibilidad implica vivir e integrar el placer y el gozo dentro de la vida como parte del mismo. Pero también aceptar las inevitables frustraciones como parte de la misma ya que nacen de nuestra condición humana: limitada, imperfecta y pecadora.
b) Educación de las emociones
No reprimir las emociones porque sigue actuando desde el nivel inconsciente. Sino reconocerlas, darles nombre, conocer sus posibles orígenes, verbalizarlas e integrarlas desde el conjunto de los valores de la persona.
c) Una sana autoestima
Es tener una sana valoración hacia sí mismo. Algunas características son:
* Aprecio de uno mismo como persona, independientemente de lo que uno pueda ser o hacer.
* Aceptación tolerante y esperanzada de los propios límites y errores, dada nuestra condición de seres humanos.
* Afecto, una actitud positiva y de cariño hacia uno mismo.
* Atención y cuidado de las propias necesidades.
* Buen nivel de autoconocimiento y autoconciencia realista y crítica.
Sanando las inmadureces afectivas
Inmadurez afectiva quiere decir que la persona no ha madurado de acuerdo a la exigencia propia de su edad, condición personal y cultural. Las causas posibles pueden sintetizarse en la carencia y falta de alimento afectivo, o en la falta de relación y comunicación profunda. Podemos mencionar algunos signos indicadores de inmadurez afectiva.
Aislamiento: la persona se aísla por miedo y dificultad en la relación afectiva.
Superficialidad: se relaciona solo a nivel exterior, puramente funcional.
Relaciones selectivas: solo centran su relación con algunos, excluyendo a los demás.
Relaciones conflictivas: reacciona rechazando y agrediendo a los demás, a los que considera causantes y culpables de su propia dificultad.
Rigidez y dureza afectiva: se relaciona como si tuviera una coraza, una armadura para defenderse de los demás.
Activismo: es una búsqueda de satisfacer en el trabajo el reconocimiento y valoración afectiva que no consigue en la relación humana.
Pseudomisticismo: es como un refugio pseudoespiritual, una huida en el mundo simbólico de una religión.
Formas concretas de inmadurez afectiva
Nos detendremos en algunas formas concretas de inmadurez afectiva: las carencias, bloqueos y heridas afectivas.
1) Carencias afectivas
¿Qué son las carencias afectivas? Es la debilidad afectiva que sufre una persona por falta de afecto y amor profundo que no recibió en su infancia. Es una fragilidad que ha quedado en su estructura personal afectiva por no haber podido
satisfacer de forma básica las necesidades afectivas de afirmación, seguridad y cariño en la infancia.
Algunas características:
a) Son muy dolorosas: La persona se siente muy limitada en su relación afectiva.
b) Son muy humillantes: entabla relaciones muy dependientes, que no puede dominar su necesidad de afecto; puede tener comportamientos infantiles.
c) Son desgastantes: a pesar de los esfuerzos no logra canalizar su necesidad afectiva, es como un hambriento afectivo.
d) no son culpables: no es culpable de esa carencia sufrida en la infancia, es más bien víctima.
e) No tienen edad: la carencia a veces ha estado reprimida y negada, y aflora de manera inesperada y sorpresiva para la propia persona y ante los demás.
Expresiones de las carencias afectivas
Relaciones simbióticas: se da entre dos carenciados afectivos. Al relacionarse a nivel profundo pierden las fronteras de su propia identidad personal y se sienten mezclados y confundidos. La ausencia de la otra persona se hace difícil y
angustiosa.
Dependencias afectivas: el carenciado afectivo busca en otra persona protección, seguridad y apoyo. Es como el niño que busca a su madre. A cambio de esta protección está dispuesto a pagar con dependencia y sumisión infantil.
Enamoramientos inmaduros: a) Enamoramiento simbiótico: cuando la relación se da entre dos carenciados afectivos. b) Enamoramiento infantil: cuando el carenciado afectivo busca en la otra persona una figura de padre o madre protector/a. c) Enamoramiento adolescente: el carenciado busca en la otra persona lo que proyecta de su imagen idealizada, lo que quiere y necesita.
¿Cómo tratar las carencias afectivas?
De parte del carente afectivo
- Asumir su propia situación dolorosa: y reconciliarse con ella sin culparse ni buscar culpables.
- Asumir el protagonismo de su propia vida: asumirse como el primer responsable de su propia vida.
- Buscar ayuda: en una persona adulta y madura, tenga experiencia y formación para este tipo de ayudas especiales, que nos quiera y se interese por nosotros.
- Iniciar un proceso de recuperación: acompañados y ayudados por esa persona adulta y madura. Es un camino difícil y doloroso.
- No perder la confianza: No perder la confianza en uno mismo, en la persona que te ayuda y en Dios. No desanimarse por el ritmo lento, o los posibles fracasos y caídas.
Para reflexionar:
¿Cómo integro mi afectividad?
¿Qué signos de inmadurez afectiva reconozco en mí?
¿Qué carencias afectivas reconozco en mí y cómo las estoy elaborando?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Ferreras E., “Apuntes del Curso de Maduración Afectiva”., Bs. As., 2002.
Bloqueos y heridas afectivas
A) Bloqueos Afectivos
Bloqueo afectivo quiere decir que algo está retenido, reprimido, comprimido y no puede salir hacia fuera. La carencia es una privación de afecto que debería existir, algo que falta. En el bloqueo existe el afecto, pero está trabado y no se puede canalizar.
El bloqueo afectivo es la incapacidad o dificultad que experimenta una persona en comunicarse afectivamente a nivel profundo. El bloqueo puede ser estructural (habitual y con todo el mundo); circunstancial, en un determinado momento de su historia personal por una causa concreta; con una persona determinada, sin saber bien el motivo. Tienen una afectividad sana y normal, pero no han hecho ejercicio de comunicación a nivel profundo.
Causas de los bloqueos
Pueden ser muchas causas, pero tienen una base en común: no se ha hecho ejercicio suficiente. Por eso, la persona no sabe manejar su afectividad. Los padres han querido a sus hijos, pero no le han expresado su cariño o no le han enseñado como expresar el afecto, comunicarlo, compartirlo a nivel profundo. Nunca le han preguntado cómo se han sentido en las diversas situaciones de la vida, qué ha significado un acontecimiento, cómo les ha afectado un hecho.
Como en ese mundo interior y profundo no se ha educado, no sabe leerlo ni expresarlo. No ha aprendido a escuchar las resonancias de lo que va viviendo, es
como un analfabeto en el mundo afectivo.
Cómo tratar los bloqueos
El bloqueo afectivo no es un problema grave. Pero sí una incomodidad y una molestia continua. Mantiene a la persona en una situación de timidez e inseguridad en la relación afectiva.
Normalmente no requieren un tratamiento o ayuda especializada. Pueden ser útiles algunas orientaciones:
- Favorecer un clima de confianza y seguridad para poder comunicarse.
- Hacer ejercicios de comunicación con alguien que sabe, que lo quiere, que le dedica tiempo, que lo educa; es decir, que le inspira confianza y seguridad.
- Proceso gradual, que implica tiempo para desbloquearse progresivamente.
B) Heridas Afectivas
¿Qué son?
Las heridas afectivas son aquellos acontecimientos y situaciones que lesionan y
lastiman nuestra persona; dañan nuestra necesidad de afirmación, valoración y cariño. Las sufrimos al sufrir marginaciones, injusticias, rechazos, calumnias, frustraciones, traiciones, no haber sido amado suficientemente por nuestros padres, etc. Pueden ser causadas por otras personas o por nosotros mismos con el mal manejo de la realidad.
Su efecto en las personas
La gravedad de las heridas depende del daño en sí, de la propia sensibilidad afectiva y de lo significativo que sea para nosotros la persona que nos hiere (no es lo mismo que sea rechazado por su padre o por un desconocido).
¿Cómo tratarlas?
Es importante elaborar las heridas con otra persona. Narrar cómo sucedió, la historia de una herida, y si aún sigue abierta. Sobre todo, lo que le ha significado de sufrimiento y dolor. La persona herida tiene que hacer salir todo lo que está infectado dentro hasta que no quede nada, expresar lo que siente de dolor. Necesitará contar una y otra vez el mismo contenido, pero poco a poco irá sanando su herida. Es como una herida física que se infecta y necesita que salga lo que está infectado, limpiando con alcohol, hasta que se cierra la herida.
Como son heridas provocadas por otras personas (padres, hijos, amigos, compañeros, autoridades, etc.), será importante hacer un proceso de reconciliación, de perdón. Si fue consigo mismo, perdonarse a sí mismo. El perdón que sana como fruto de un amor más profundo que la misma agresión recibida. (Cf. Taller 10: El perdón liberador y sanador).
Para reflexionar:
¿Tengo algún bloqueo afectivo que me aflora en la vida cotidiana?
¿Reconozco algunas heridas afectivas y cómo las abordo?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Ferreras E., en “Apuntes del Curso “Maduración Afectiva”, Bs. As. 2002.
El perdón a los padres (I)
Padres e hijos poseen lazos indisolubles; padres e hijos son seres que están fuertemente ligados, y esos lazos de familia difícilmente podrán deshacerse, ¡porque se forman normalmente por una grandiosa fuerza llamada amor!
¿Conoces a tus padres?
¿Conoces realmente el alma de tus padres y todo lo que va dentro de él? Cuántos de nosotros ha dialogado con nuestro padre, sentados de igual a igual, mirándonos dentro de los ojos de uno y de otro para un diálogo simple y verdadero: “Papá, cuéntame de tu infancia. Háblame un poco de ti… de los sueños e ideales que un día existían en tu interior…Háblame de tus novias, de tu juventud… de tu proyecto de familia feliz…”.
Tómate el tiempo necesario en el descubrimiento de esas historias que tú desconoces; lo mismo con tu madre, tus hermanos, tu esposo/a, hijos, y verás que el lenguaje del amor es realmente universal, siendo la falta de diálogo el mayor obstáculo.
Juicios, demandas y falsas expectativas
Una receta infalible para la infelicidad es ser críticos y demandantes con nuestros padres.
Cuando comprendemos que nuestros padres no son súper héroes, y sí seres humanos, con virtudes y defectos como nosotros, dejamos de alimentar ciertas expectativas y cargarles pesadas obligaciones de las cuales hacemos depender nuestra felicidad. ¿Cómo puedo exigir que mi madre me ame plenamente, si no se sintió amada por sus padres? No puedo negar que exista amor de ella para conmigo, pero tal vez yo desearía que ese amor fuese más intenso, más comprensivo, más cariñoso… O sea, todo lo que ella no conoció ni experimentó, pues no vivenció ese amor fundamental en su infancia. Reconociendo que ella está haciendo lo mejor que puede, dejo de juzgarla y de exigirle lo que para ella es imposible. Comprendiendo su historia personal, puedo sentirme profundamente agradecido por el amor que recibo de ella, al mismo tiempo amarlo lo mejor posible. Actuando así, renuncio a la posición de víctima y paso a reescribir la historia de mi vida.
Mantenemos en nuestro interior moldes predeterminados de cómo nos gustaría que nuestros padres fuesen y actuasen. Algunas personas transforman su corazón en una verdadera caldera de recuerdos amargos, hirviendo en el fuego de la crítica y del juicio, formando el grueso caldo de la tristeza.
Rótulos a nuestros padres que nos impiden ser feliz
Existe una infinidad de rótulos que esconden la verdadera identidad de nuestros padres. Padre alcohólico… Madre insensible… Padre violento… Madre desequilibrada…
Padres ausentes
Existen ciertos momentos de nuestra vida, en que nada sustituye la presencia física y afectiva de nuestros padres. La triste verdad es que esa expectativa a veces es frustrada, abriendo dolorosas heridas en esa relación que, si no son
tratadas con la debida seriedad, tienden a evolucionar generando abismos difíciles de ser superados. Difíciles, pero no imposibles.
Debido a la necesidad cada vez mayor de realización personal y profesional, de búsqueda de mejores cargos y salarios, un número creciente de hijos son entregados a los cuidados de los jardines de infantes, haciendo que su educación sea totalmente tercerizada por la televisión, internet, celular, “el chupete eléctrico” … de manera que muchos padres se contentan apenas en acompañar el crecimiento de los hijos a través de los boletines escolares. Otros para compensar su ausencia dan a los hijos un montón de cosas tecnológicas sin ninguna expresión de cariño, aumentando aún más la sensación de abandono, vacío, soledad. Trabajan para que nunca les falte nada material o lo que a ellos les faltó, cuando muchas veces lo que los hijos más desean es tan solo su compañía, un abrazo, un cariño y una palabra de consuelo, aliento, contención. Y cuando finalmente están en casa el cansancio físico de ellos es tan evidente, que ni siquiera sienten el valor de invitarlos a un paseo
Es muy difícil para un hijo comprender la frase “Papá y Mamá no se pueden quedar contigo ahora, porque necesitan trabajar para ganar dinero”. En la infancia no comprendemos cómo funciona el mundo de nuestros padres: vemos que la leche, el yogurt, los postres están en la heladera; los chupetines, los chocolates, las galletas, los cereales, las papas fritas, los alfajores en la alacena y basta que papá abra la billetera y poder llevar cualquier juguete. No son pocos los casos de niños entristecidos que llegan a enfermarse por descubrir que el dinero es más importante que ellos. Recuerdo a un alumno adolescente cuyos padres tenían un supermercado, que estaban muy bien económicamente, pero él llegaba todos los lunes muy triste al colegio. Entonces una vez le pregunté ¿por qué estás tan triste? Porque mis padres se pasan el domingo contando el dinero y se olvidan de mí, respondió.
Padres violentos
Existen hogares donde la agresión es el pan de cada día. Esa amarga experiencia suele dejar marcas emocionales más profundas que las físicas. Para muchos, las escenas siempre vivas en sus memorias son un verdadero cuadro pintado a sangre.
Las violencias sufridas van mucho más allá de las palizas. Sufrimos también con las violencias emocionales, frases que hieren más que un fuerte cintazo de cuero. Palabras hirientes proferidas por nuestros padres que todavía hoy resuenan en nuestra mente, repitiéndose una vez y otra vez como un eco; por ejemplo, “sos una burra”, “sos una inútil”, “20 tenés que traer (de calificaciones) porque no hacés nada más que estudiar”, “sos corta, retardada”, “porque no sos como tu hermana”, “porque no sos la mayor ni la menor”, “porque no sos viva”, “hacés todo mal”, etc. Y los sobrenombres hirientes, despectivos, como “luci” (de lucifer), “tribilín” (por los dientes grandes), “dumbo” (por las orejas grandes), “bigotuda”, “chancha”, “maricón”, etc.
Para sanar nuestro niño interior herido, debemos permitir que él aparezca y se exprese. Por lo tanto, no seguir reprimiendo tales recuerdos o evitar hablar de ellos, por más dolorosos que sean. Por eso en un proceso terapéutico, procuramos conversar con detalles sobre todo aquello que está causando dolor, para que ese dolor reprimido sea entonces liberado.
Tomemos como ejemplo un niño que está llorando de dolor por causa de una espina hincada en uno de sus dedos de la mano derecha. Cuando intentamos sacar la espina, su reacción espontánea es llorar más fuerte e impedir que toquemos el lugar que le duele. Por más que le expliquemos, él se rehúsa a extender la mano, no permitiendo que podamos sacarle la espina. El niño se muestra asustado y llora aún más por miedo a que el dolor aumente. Para que el dolor cese, sin embargo, no hay otra alternativa que sacarle la espina.
Si sufriste con padres violentos, entonces ahora es el momento de extirpar tu espina: el perdón entra en escena.
Sugerencia, un ejercicio de perdón:
Ahora trata de recordar una escena de violencia que hayas sufrido. Busca recordar algunos detalles para sanarte de tus heridas. Algunas preguntas a modo de ejemplo.
¿Cuál fue el motivo de la golpiza?
¿Quién te golpeó: tu padre o tu madre?
¿Qué te decían mientras te golpeaban?
¿Además del dolor físico, qué más sentiste?
¿En aquel instante, deseaste que tu padre o tu madre muriesen?
Luego de golpearte, ¿demostraban algún cariño como un abrazo o un beso?
¿Qué deseabas de ellos?
¿Cómo te vas sanando de esas heridas?
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Vander Luis Devidé, “¡Nao Perdoe!”, pp.113-124.
El perdón a los padres (II)
Padres alcohólicos o drogadictos
Vergüenza, miedo, humillación y rebeldía son sentimientos de quien tiene o tuvo padres envueltos en vicios. Es un hogar lleno de altibajos, donde es preciso estar siempre esperando lo inesperado, crea inestabilidad en los hijos.
Personas que sufren ese tipo de dependencia normalmente son personas que están carentes, inseguras, infelices o heridas, y buscan cubrir la sensación de vacío existencial con drogas o alcohol. Esas sustancias químicas están siempre ocupando el lugar de algo o de alguien.
El sentimiento de culpa que sienten suele ser la primera causa que alimenta tales vicios: estando alcoholizado o drogado, el cerebro queda anestesiado, adormeciendo la voz de la conciencia y encubriendo temporalmente la melancolía, la angustia y las frustraciones.
Los hijos de padres alcohólicos están expuestos más fácilmente a problemas en lo referido a experiencias espirituales, a enfermedades somáticas, disturbios psicológicos, por ejemplo, compulsiones, desórdenes en las comidas, falta de habilidad para el aprendizaje, ansiedad, incestos, y otras formas de violencia y explotación. Poseen un alto riesgo de tornarse alcohólicos y casarse con personas que podrían tornarse adictas.
¿Cómo hacen estos chicos para adaptarse al caos y a la inconsistencia en su familia? Negando sus sentimientos. Además, desarrollan ciertas características:
incapacidad para la verdad, excesivo sentido de la responsabilidad, excitación, miedo al abandono, conflicto y pérdida de control. Los resultados son: aislamiento, baja estima, dificultad para mantener relaciones estables, depresión y sentimientos de vergüenza.
Los hijos de estas familias no invitan a sus amigos a sus hogares, asumen el cuidado de hermanos menores y las tareas del hogar que sus padres no han realizado dado su estado. Muchos saltan su niñez, se vuelven” adultos” antes de tiempo.
Para establecer la estabilidad y la consistencia en sus vidas este tipo de familia adopta 4 reglas: negación, silencio, rigidez y aislamiento.
Negación: Viven la discrepancia entre lo que ven que ocurre en su casa y lo que dicen fuera de ella. Si uno le pregunta cómo está tu familia, él responderá por ejemplo "somos una familia feliz, disfrutamos estando juntos." Aprenden a negar lo que ocurre en su casa y para sobrevivir niegan sus sentimientos completamente.
Silencio: La regla del silencio amonesta hablar de sentimientos y emociones, todo queda en “casa” y se impide hablar del tema a otras personas, incluso a parientes.
Rigidez: El comportamiento rígido se vuelve imprescindible. Los demás experimentan falta de ayuda, abuso, dolor, heridas, soledad y falta de control. El crecimiento emocional de los niños se detiene. Se socavan la espontaneidad, los juegos y las alegrías reales.
Aislamiento: Los niegan los sentimientos y hechos acerca de su conducta, no dicen qué está pasando, faltan a la verdad y para sobrevivir se aíslan de los otros grupos.
Para recuperarse, ellos deben romper las reglas familiares, tarea que no es rápida ni fácil.
Para reflexionar si has tenido o tienes esta situación familiar:
¿Qué consecuencias ha tenido en tu persona?
¿Cómo has elaborado los efectos negativos en tu vida?
¿Sientes que has perdonado a tus padres? ¿En qué experiencia, situación?
Padres separados
Es importante afirmar que los posibles traumas no vienen del simple hecho de la separación de los padres, sino más bien cómo sucede esa separación. También es verdad que los hijos pueden una vez y otra vez experimentar una sensación de tristeza o melancolía, aunque ligeramente, suscitada por ocasiones en que le gustaría ver a sus padres lado a lado en un paseo, reuniones en la escuela, fiestas, o simplemente por ver los padres juntos como amigos. Es deseo natural de los hijos que los padres permanezcan siempre juntos.
Existen casos de hijos que llegan a desarrollar enfermedades emocionales después de la separación de los padres. Y no estoy hablando solamente de niños o adolescentes; también los adultos sufren con la separación conyugal de sus padres. Muchos llegan inclusive, a tener perturbado su propio matrimonio, según la herida causada por esa separación.
No culpes a tu padre o a tu madre por un matrimonio deshecho; ese asunto está más allá del entendimiento de los hijos. Ellos pueden dejar de convivir como marido y mujer, pero serán eternamente tus padres.
Otras veces los padres usan a sus hijos como rehenes, se alían con el hijo o la hija para ponerlo en contra o vengarse de su pareja. Si se separan y se vuelven a casar, viven otra nueva situación/relación a la que deben adaptarse.
Los hijos no precisan ni deben ser involucrados en la vida conyugal de sus padres, o en los motivos reales de una separación, pues ese asunto debe ser resuelto entre ellos.
Compartimos algunas referencias bibliográficas para profundizar los temas que estamos abordando.
ü Vander Luis Devidé: ¡Nao Perdoe!, pp.125-128).
ü Sammon Sean, F.M.S., Ph.D., “Understanding the children of alcoholic parents, en Human Development”, vol. 8, nº 3, 1987, pp. 28-35.
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Devidé, Vander Luis: ¡Nao Perdoe! Se nao souber o que é perdao. Ed. Ser Mais Ltda., Sao Paulo 2014.
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