El Ultimo Encuentro 6qn11

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EL ÚLTIMO ENCUENTRO. SÁNDOR MÁRAI (Hungría) Ensayo Por Lic. Irene Cabrejos de Kossuth 2013 El último encuentro es una pequeña obra de arte que prueba que la tensión de una buena novela no se encuentra en la acumulación de peripecias ni personajes. Dos hombres nacidos en el Imperio Austro-húngaro, de la Guardia Imperial y testigos de dos Guerras Mundiales donde el mundo cambió para siempre, esperan un encuentro. ¿O es solo el general el que espera? Para saber la verdad de lo sucedido 41 años atrás debemos aguardar un último encuentro que espera aún hasta el inicio de la novela en el vetusto castillo del general. Dos grandes amigos de la infancia se enfrentan, hombres quienes compartieran la Academia Imperial en Viena durante el crepúsculo del imperio. Nacidos precisamente cuando este orden es reemplazado por uno nuevo y mercantil, el cual no es entendido por el anciano general, pero sí por su amigo Konrád. ¿En qué clase de duelo se enfrentan? De espadas formadas por los recuerdos; pero, a la vez, también un juicio donde el general es, con sus propias palabras, la "víctima y el juez". Hay un terrible secreto entre ambos y una mujer de por medio. La estructura y la concepción de la novela son las de una tragedia griega: unidad de espacio, el castillo decrépito del viejo general en 1944, y particularmente, un comedor inmenso y señorial, sellado desde hacía 41 años, donde se servirá esa noche el mismo menú de la última cena pasada, donde las velas también serán azules, donde los protagonistas ocuparán los mismos lugares señalados por una pieza de porcelana; ambos estarán frente a frente. Unidad de tiempo: todo transcurre desde la mañana en la cual el general recibe el anuncio esperado hacía tanto tiempo: la visita, después de 41 años, de Konrád hasta la noche del mismo día. Al anochecer, luego del juicio y el paulatino desenmascaramiento de la verdad –si es que esta es aprehensible- la unidad de acción: todo lo que se narra aquella noche, todo lo que el general piensa y recuerda mientras se prepara para el encuentro, sirve a un mismo propósito narrativo: el de esclarecer poco a poco la verdad del terrible secreto. Otros elementos que la vinculan a la tragedia griega son el que nunca haya más de dos (en los recuerdos, máximo tres) personajes en escena, el que haya un héroe trágico, la víctima del sacrificio: un personaje ni totalmente inocente ni totalmente

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culpable, que ha cometido un pecado de soberbia, una hybris, con lo que ha precipitado los acontecimientos trágicos contra él. Existe también la dignidad de la caída: si la víctima fuera el general, si el héroe trágico fuera él, debe haber sido hermoso, rico, haber estado en la cima del mundo, de la felicidad y del amor para que se provoque el efecto trágico, que es, en el caso del general, la soledad y la destrucción de su mundo y de lo más preciado: la traición de la amistad y del amor. En algún momento de la conversación con Konrad reconoce que nadie es totalmente inocente. Debe haber, además, la noción del destino fatal, que, tal como el general lo ve, está determinado por el carácter. Su carácter de soldado de los bosques del Danubio, parecido al del padre, lo alejó de su madre, sensible pianista de origen francés, la cual a su vez se había alejado de su marido. Asimismo, esta llamada de los bosques lo aleja de la única mujer que amó en su vida, Krisztina, y del amigo más amado, Konrád. Quienes están "al otro lado de la orilla", cuando postula su teoría de que hay dos clases de seres humanos: los que son como él y su padre, sordos para la música, pero no para la muerte y la sangre, y los que son como Krisztina, Konrád y su madre, apasionados, individualistas, voluntariosos, orgullosos, representantes de la pasión y la furia, amantes de la música. p. 153 ¿Acaso su destino con Krisztina no es con el que nació predestinado por haber heredado el carácter de su padre? ¿Acaso no sufrió lo mismo --el abandono y la soledad--- de pequeño ante su madre […]? Solo una mujer de los bosques austro-húngaros, la nodriza Nini, es la única que puede darle calor, reconciliarlo con el mundo y devolverlo a la vida cuando la madre lo lleva al glamoroso pero incomprensible para él, París, envuelto entre los terciopelos, brocados, cristales, sofás, recamiers, plumas, colchones, sedas y oros del palacio de la abuela, comienza a languidecer y a morir de una enfermedad inexplicable. Ni doctores ses, ni súplicas ni oraciones ni su madre al pie de la cama conseguían darle aliento. Hasta que ella envía por Nini, el ama de los Bosques de Viena. Su nodriza de leche. Basta yacer en el pecho de ella para recuperar las fuerzas con las que Nini se lo llevará al palacio de verano al lado del mar, lo único que es como el bosque.

Sin embargo, no es fácil saber quién es la víctima en esta historia. Y si no fuera él? En todo caso, ¿si no fuera la única víctima? ¿Quién o quiénes son los victimarios y quiénes las víctimas?

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Ese es otro mérito de la novela, el manejo de la información, el mantener datos escondidos que nos sorprenderán cuando se revelen, como el momento cuando nos enteramos que fueron solo 20 años después de la muerte de Krisztina, el mismo día del encuentro, que el general se entera de que ella lo había llamado solamente a él en su agonía, y este es un dato que se revela al final del libro, pensábamos que en su orgullo, el general se había negado a verla. Otro ejemplo es lo que el lector cree por las medias palabras del narrador (que interviene muy poco), y, sobre todo, del discreto y flemático hasta el heroísmo general, el cual fue educado en no demostrar emociones jamás, pasara lo que pasase, a nunca perder el control de sí mismo ni la compostura, fiel al dictado de "lo cortés no quita lo valiente". Gran parte de la obra, el lector piensa que fue el general el que castigó a Krisztina negándose a verla y a hablarle durante el resto de su vida, pero nos sorprende sobremanera enterarnos de que habría bastado una palabra, un mensaje, una intención de ella para que el general hiciera lo que ella quisiera y la perdonase. Sembrar la duda en el lector, he ahí una consigna de la novela que se ajusta perfectamente a la formación y al carácter de los protagonistas, impedidos de decir la verdad a bocajarro, porque, además del sentido aristocrático del honor, el general piensa que los hechos hablan por sí solos y mejor, a veces, que las palabras, por lo que el lector se ve obligado a leer detrás de las palabras de cada uno de los personajes, cuyo sentido va mucho más allá de lo que a primera vista parece, es decir, se ve obligado a traducir explícitamente lo que apenas se insinúa implícitamente. Es una historia llena de sugerencias que debe ser reconstruida por el lector en sus detalles a través del enfrentamiento de preguntas y respuestas entre el general y Konrád. Por ejemplo, cuando el general pregunta si Konrád alguna vez volvió a Viena, cerca de la cual está el castillo,y estaba Krisztina, y "la pregunta parece cortés, sin el menor asomo de ironía en la voz. El invitado lo mira con recelo desde el extremo opuesto de la mesa (P: 77-78),luego, responde "…Hacía cuarenta años [es decir, un año después de "los hechos"]. Entonces… ---dice en un tono inseguro, y se calla de manera instintiva, un tanto perplejo---- Entonces pasé por Viena, camino de Singapur". ¿Qué se esconde detrás de esta pregunta, los gestos de uno y otro, y de la respuesta? Otras dudas se presentan: el secreto no es aquel impactante que aprendemos en la segunda parte del libro o que intuimos desde el principio: eso habría sido vulgar, en palabras del mismo general. Incluso los compadece por el dilema en que se hallaron, pero nos sorprende su explicación: el afán de venganza de ambos, ¿venganza contra un ser que los amaba intensa y desinteresadamente?

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(venganza porque era elegido de los dioses, porque era fuerte y hermoso como un héroe griego, porque era rico y aristocrático, porque en el viejo orden, ocupaba un lugar prominente, mientras que Konrád era hijo de padres pobres que dejaban de comer para que su hijo ascendiera socialmente, y ella vivió una situación igual? Ambos, Konrád y Krisztina, además, obligados a dejar su verdadera vocación, la música. Cuando Henrík conoce a los padres de Konrád, se queda con la impresión de alguien le debe algo al otro. Es claro que el más rico al menos favorecido por los dioses. Pero ahora, el juez, verdugo y víctima es Henrík, la culpa está del lado de Konrád, quien parece haberse ido al trópico también por culpa de su amigo. No solo le quitó el amor de su mujer, sino que intentó mucho más (eso es lo imperdonable) y traicionó el juramento a la bandera que como oficiales de la guardia imperial estaban obligados a defender con la vida. En realidad, todo acusa a Konrád y todo exalta la nobleza de Henrík. Es más, cuando la acusación es abierta, Konrád calla, como concediendo. Pero en ningún momento confiesa "soy culpable". ¿Es porque han sido 41 años de expiación? Incluso hay momentos en los que el lector se pregunta, ante ese duelo dialogado de honores, perfecto, afilado, sutil, si Henrik no se habrá imaginado lo que pasó. Duda que permanece hasta el capítulo final, en un diálogo hecho de grandes acusaciones, pero también de grandes silencios. Es que la amistad es el gran tema de la novela. Pero no es la amistad entre iguales. El final resulta espléndido, solo los grandes saben esperar así y escuchar hasta el final. El alivio en Henrik (no se disculpó Konrad) parece proceder del reconocimiento de la altura moral de Konrad, una vez que el huésped se marcha rechazando la cortés invitación de quedarse a dormir, el general se dirige, a Nini y ella puede dormir tranquila esa noche luego de 41 años.