El simbolismo de la Paloma en la Tradición universal (Parte 1ª)
Oscar Freire
“Por la paloma del espíritu me convertí en paloma…” Rumi
De aquella serie de “animales” tomados como sujetos de simbolismo, y que hemos considerado en otras ocasiones, toca ahora sumarle el tratamiento de la paloma. Para ello, usaremos dicho sustantivo femenino (proveniente del lat. palumbam) que la distingue corrientemente [1]. Es decir, más allá de cualquier nombre con que se la designe (aún con la importancia que le cabe a cada uno de sus múltiples apelativos tradicionales) [2] lo cierto, es que la paloma representa (simbólica e iniciáticamente) una influencia directa y una presencia de permanente manifestación (tal como sucede con otros tipos de aves o con cierta serie de símbolos a la que es conforme) cuyas figuraciones tradicionales comportan fundamentos verdaderamente universales; queriendo decir, que no es, en instancias preliminares, un motivo alegórico propio o particular al contorno de algunas tradiciones como corriente y tardíamente suele entenderse en lo referente al ámbito judeo-cristiano (más propiamente al cristiano) y tal como lo iremos viendo en el curso de esta anotación. En realidad la importancia y trascendencia del tema es tal que ha logrado cierta vigencia hasta hoy, aunque residualmente, mediante amplias evocaciones en las artes profanas contemporáneas. Así, la figura de una paloma blanca con una rama de olivo en su pico se ha generalizado como signo de la paz mundana en las sociedades occidentales [3], y cuya influencia en los últimos tiempos, probablemente haya aumentado debido a
la “Paloma de la paz”, refiriéndonos al conocido sujeto pictórico de Pablo Picasso [4] De todos modos, la figura de nuestro tema es, en tal sentido, un claro ejemplo de cómo puede hacerse un amplio uso de las imágenes tradicionales sin avizorar la idea primordial que les sustenta. Es decir, sin salirse del juego de las apariencias o “sombras” al decir de Platón [5]. Avisemos, que no se trata de una “normal” carencia de la conversión platónica por ejemplo, ya que aquí no podemos hablar de principio ni de cosa, sino de una sustitución manierista [6] del singular para emplear un término de Aristóteles y de Aquino; siquiera se toma en cuenta el dominio de algún método proverbial secundario como podría ser la olvidada continuatio en referencia del último citado [7], y que pudiera constituirse (en cualquier disciplina que sea) como punto de orientación hacia una idea tradicional que siempre contempla un sentido de orden universal. Para un cabal ejemplo de esto último, y sin salir del motivo de nuestro tema, piénsese en la crítica de Kant dirigida al método de conocimiento de Platón [8] comparándolo con una paloma que vuela en un espacio vacío y descuidando el mundo sensible, pretendiendo por esta suerte de metáfora o “analogía” (es claro que aquí no se trata del principal operador del simbolismo) descalificar al sabio griego (por inconsistencia, ausencia de fundamento y falta de solidez) puesto que, según decía: “la razón humana (de lo que implica tampoco se trataría de esta) dedicada a especular con las ideas, abandona el mundo circundante y pierde su base de apoyo”. Ahora bien, teniendo en cuenta las alusiones de numerosos sabios de todos los tiempos, quienes justamente decían que la contemplación espiritual sólo es posible con “los ojos de la paloma”, suponemos quedará suficientemente claro de lo que aquí se trata realmente, es decir, una radical negación de la intuición intelectual que, en algunos casos (incluyendo el simbolismo del corazón) suele asimilarse como la figura de la paloma: “Levántate, paloma mía, amada mía, esposa mía; apresúrate a venir a las aperturas de la roca, a las profundidades de la piedra” (Cant.2, 13-14)
Evidentemente, la crítica kantiana, no sólo expresa negligencia de la posibilidad y de los modus operandi de dicha intuición, sino también su desconocimiento del simbolismo tradicional en general y de aquello (en sus verdaderas analogías) estrechamente relacionado con la imagen de la paloma.
Simbolismo y analogías En lo que concierne a su simbolismo y analogías, podríamos, por ejemplo, adelantarnos a señalar todos los “” o partes conformes al ser de la paloma (tanto como su crocitar, su vuelo, su color, gestos y movimiento) y que siempre han sido sujetos de alusión (imitados, cantados, danzados y representados) en las más diversas sociedades tradicionales. Asimismo, y como dato asociado, podríamos decir que aún hoy, en algunos países orientales, es posible localizar algunos tratados antiguos que, al respecto, testimonian una síntesis tradicional basada en las analogías referidas (por ejemplo, cabeza, pico, ojos, alas, etc., de una serie, tanto como esqueleto, corazón, etc. de otra serie) y que, en número determinado, conforman por una parte aquello sustancial con relación de transposición a sus respectivas “esencias elementales”; y así, sucesivamente, por elevación hacia su razón de ser o verdadera significación, es decir, su anagogía. Es más, podríamos añadir también, no solamente los actuales topónimos relacionados con la paloma, y que reflejan de algún modo los innumerables vestigios (de una antigua geografía sagrada) que aún se ven, por ejemplo, en los países mediterráneos [9] conteniendo además, los restos de palomares o construcciones no desaparecidas del todo, cuyas trazas transmiten aún el simbolismo cabal de la arquitectura tradicional. Y que decir además, de aquellos tratados agrícolas andalusíes de épocas islámicas, cuyos libros de agricultura (que otorgaban una importancia fundamental a la crianza de palomas) sabían encubrir cuestiones de otro orden. Lo cierto es que, la figura de la paloma, comporta múltiples aspectos que podríamos resumirlos, tal como avanzábamos, en una presencia y una influencia relacionadas a su apariencia y a su esencia, cuales el hombre tradicional de todos los tiempos y latitudes supo discernir, no solamente para integrarlos a su “modo de vida”, sino también para emplearlos y asociarlos a los métodos de realización intelectual (o espiritual) [10] ya que la paloma, posada sobre una rama o volando, ya sea picoteando, arrullando o gimiendo parece (para quienes sepan atender adecuadamente) moverse siempre sobre una vía axial (en concordancia con el eje del universo) y tal como confirmaremos en lo que sigue.
Notas
[1] Al parecer, dicho término servía antiguamente para distinguir a la paloma torcaz de la paloma común (columba). Asimismo, la acepción engloba distintos tipos de palomas. En simbolismo, salvo las excepciones, el uso genérico sirve para las equivalencias y analogías que correspondan. [2] Tal como el caso de la voz árabe hamama para designar a la paloma, aunque algunos autores tradicionales señalan que dicha voz sólo se refiere a la paloma collareja. Otro ejemplo, se refiere a San Gregorio de Elbira quien citaba a la voz griega peristera para nombrar a la paloma, y cuyo valor numérico, de acuerdo al cómputo griego, da la suma correspondiente a 801, siendo también la suma de alfa (igual a 1) y omega (igual a 800) todo lo cual ampliaremos más adelante en razón de sus implicaciones simbólicas
[3] Con la debida reserva de principio, y teniendo en cuenta que tradicionalmente la paloma representa una porción de belleza que Dios derramó en el mundo (que no ha sido reconocida) quizás valga señalar aquel rasgo, en este caso referido a la paloma, pero estrechamente relacionado a las determinaciones generales del mundo actual y en cuanto aquellas influencias de las más inquietantes. En tal sentido, cabe el mencionar la paradójica circunstancia actual referida al sistemático exterminio (en constante aumento) de especies de palomas consideradas como “plaga” o atribuyéndoles ser portadoras de imprecisas enfermedades. También, podríamos señalar el auge de la matanza “deportiva”, tanto como a una enigmática y singular aversión generalizada que logra su “clímax” entre muchos grupos de adolescentes (en las más diversas ciudades contemporáneas) que se divierten incinerándolas vivas o haciéndolas víctimas de crueles juegos en la misma actitud festiva (en numerosas oportunidades, frente a la atraidorada indiferencia de los testigos ocasionales). [4] Nótese que en esta referencia subyace un tema de fundamental importancia, debido a que en no pocas ocasiones por parte de quienes se dicen tradicionistas, suele adjudicarse a los artistas profanos cierta incumbencia, continuidad o “transmisión” de las figuras tradicionales. Por tal motivo decimos “signo” y no “símbolo operativo”, ya que este sólo puede radicar en la austeridad del Principio y tener lugar sólo en un contexto dado (salvo excepciones extraordinarias) donde el transmisor y el receptor se hallen involucrados en una verdadera operación de orden intelectual. Así, una misma figura puede (dentro de una determinada mentalidad generalizada) pasar de símbolo a sobrefaz, depreciándose en significado y declinándose en apariencia y manera, es decir, una inadecuación, donde la circunstancia reniega [como imagen] del principio y el modo [como soporte] de la cosa. [5] No olvidemos que, desde el punto de vista tradicional, la cerrazón sobre un dato sensible incluye a la metáfora, al impresionismo filosófico tanto como a la imaginación o fantasía desprovistas de su principio perceptor. [6] El manierismo (como parecer sin ser) sería uno de los componentes que conducen a la inversión y degradación de los símbolos (y expresiones tradicionales) que siempre son verdaderos en su causa (respecto al silencio) y austeros en sus reflexiones (respecto
a la soledad). Hoy, dicho manierismo, se halla muy relacionado con el uso y abuso generalizados por parte de quienes se aplican a ciertos ejercicios ya “militantes”, ya “cortesanos”; y que, (sin ser conscientes de ello) dan lugar en ocasiones al “aparato” o reunión de lo que se necesita para algún fin particular o interesado. Precisamente, dicho término se relaciona en cierta medida con el de “apariencia” cual, en una de sus derivaciones, se refiere también a lo que sólo puede ser perceptible sensorialmente. [7] “Suma Contra Gentiles” [8] “Crítica de la Razón Pura”, Introducción, A5 [9] Si bien aún persiste el gusto por la crianza y la compañía de las palomas deberíamos decir que las causas, los modos y los fines son bien distintos [10] Vale aclarar que dicho contenido fundamental no decae, aún haya devenido en una circunstancia de “recognición” en algunas formas tradicionales.