EL CONCEPTO TEOLOLOGICO DEL DEBER La ética teleológica sostiene que la vida humana tiende a un bien, que es la felicidad. Las acciones morales van conformando una persona feliz. Estas éticas dan prioridad al bien, bajo lo cual se mide lo correcto o el deber. Dentro de esta orientación se encuentran la ética aristotélica, cristiana y utilitarista, aunque difieren sobre el contenido de esa felicidad y los modos de obtenerla.
Es así que la ética aristotélica, llamada ética
eudemonistica o de las virtudes alude que la felicidad se encuentra relacionada con la actividad que hace el hombre para alcanzar la perfección o excelencia su alma racional, es decir que todas las actividades humanas tienden hacia una finalidad, a un bien” y de existir muchas actividades se tendrá muchas finalidades (la finalidad de médico es diferente a la de un policía). Por su parte, el filósofo griego expresa la felicidad se logra viviendo virtuosamente y que los seres humanos tienden naturalmente a la felicidad, desean ser felices, aunque dependerán de diversas condiciones el que puedan alcanzarla, para ello el hombre necesita discernir, sobre lo que debe hacer o no, en ese sentido, toca ser prudente evitando de esta forma los externos (acciones no racionales, pasiones), buscando el justo medio de sus acciones.
La perspectiva teleológica otorga como ventaja un valor a nuestras metas, especialmente a nuestra aspiración más profunda de ser feliz las cuales deben ser construidas, creadas, con nuestras acciones Serían éticas teleológicas las que se ocupan en discernir qué es el bien no-moral antes de determinar el deber, y consideran como moralmente buena la maximización del bien no moral; mientras que serían éticas deontológicas las que marcan el ámbito del deber antes de ocuparse del bien, y sólo consideran bueno lo adecuado al deber. Las ventajas del primer tipo de éticas consistirían en permitir un enraizamiento de la acción moral en la naturaleza del hombre, dándole un sentido desde ella; el inconveniente más claro es el conflicto entre los bienes que los distintos individuos se proponen y que difícilmente puede llevar a una conciliación. Las éticas deontológicas, por su parte, salvan la contradicción de propuestas individuales de bien, pero desligan lo moral del concepto de vida buena, sea individual o política. La moral autómata de Kant La moralidad es, pues, la relación de las acciones con la autonomía de la voluntad, esto es, con la posible legislación universal, por medio de las máximas de la misma. La acción que pueda compadecerse con la autonomía de la voluntad es permitida; la que no concuerde con ella es prohibida. La voluntad cuyas máximas concuerden necesariamente con las leyes de la autonomía es una voluntad santa, absolutamente buena. La dependencia en que una voluntad no absolutamente buena se halla respecto del principio de la autonomía ―la constricción moral― es obligación. Esta no puede, por tanto, referirse a un ser santo. La necesidad objetiva
de
una
acción
por
obligación
llámase
deber.
Por lo que antecede resulta ya fácil explicarse cómo sucede que, aun cuando bajo el concepto de deber pensamos una sumisión a la ley, sin embargo, nos representamos cierta sublimidad y dignidad en aquella persona que cumple todos sus deberes. Pues no hay en ella, sin duda, sublimidad alguna en cuanto que está
sometida a la ley moral; pero sí la hay en cuanto que es ella al mismo tiempo legisladora y sólo por esto está sometida a la ley. También hemos mostrado más arriba cómo ni el miedo ni la inclinación, sino solamente el respeto a la ley es el resorte que puede dar a la acción un valor moral. Nuestra propia voluntad, en cuanto que obrase sólo bajo la condición de una legislación universal posible por sus máximas, esa voluntad posible para nosotros en la idea, es el objeto propio del respeto, y la dignidad de la humanidad consiste precisamente en esa capacidad de ser legislador universal, aun cuando con la condición de estar al mismo tiempo sometido justamente
a
esa
legislación.
La autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad, por la cual es ella para sí misma una ley ―independientemente de cómo estén constituidos los objetos del querer―. El principio de la autonomía es, pues, no elegir de otro modo sino de éste: que las máximas de la elección, en el querer mismo, sean al mismo tiempo
incluidas
como
ley
universal.
(...)
Cuando la voluntad busca la ley, que debe determinarla, en algún otro punto que no en la aptitud de sus máximas para su propia legislación universal y, por lo tanto, cuando sale de sí misma a buscar esa ley en la constitución de alguno de sus objetos, entonces prodúcese siempre heteronomía. No es entonces la voluntad la que se da a sí misma la ley, sino el objeto, por su relación con la voluntad, es el que le da a ésta la ley. Esta relación, ya descanse en la inclinación, ya en representaciones de la razón, no hace posibles mas que imperativos hipotéticos: «debo hacer algo porque quiero alguna otra cosa». En cambio, el imperativo moral y, por tanto, categórico, dice: «debo obrar de este o del otro modo, aun cuando no quisiera otra cosa». Por ejemplo, aquél dice: «no debo mentir, si quiero conservar la honra». Este, empero, dice: «no debo mentir, aunque el mentir no me acarree la menor vergüenza». Este último, pues, debe hacer abstracción de todo objeto, hasta el punto de que este objeto no tenga sobre la voluntad el menor influjo, para que la razón práctica (voluntad) no sea una mera a de ajeno interés, sino que demuestre su propia autoridad imperativa como legislación suprema. Deberé, pues, por ejemplo, intentar fomentar la felicidad ajena, no porque me importe algo su existencia ―ya sea por inmediata inclinación o por alguna satisfacción obtenida indirectamente por la razón―, sino solamente porque la máxima que la excluyese no podría comprenderse en uno y el mismo querer como ley universal.
Kant pretende derivar de la naturaleza humana, de esa capacidad de racionalidad propia y constitutiva del hombre los principios morales y jurídicos obligatorios. El fundamento de la obligatoriedad de las leyes morales no se puede buscar en las circunstancias del mundo, sino sólo a priori en los conceptos de la razón pura; que después
se
vuelve
razón
pura
práctica,
razón
práctica.
La autonomía moral del individuo deviene la ley fundamental moral. Pero Kant, a pesar de cierto subjetivismo, no pasa por alto un orden objetivo de las cosas; Kant no es el representante de un subjetivismo moral puro, como
fue
desarrollado
por
el
neokantismo
y
por
ciertas
doctrinas
existencialistas.
Por otro lado, Kant creyó haber encontrado en el llamado imperativo categórico, la piedra de toque y, en consecuencia, el punto de partida para la ética que los milenios antes de él no habían descubierto. Mas para
la ética es difícil fundarse sobre el imperativo categórico. A pesar de todo, Kant, por medio de la libertad autónoma que concede incondicionalmente a la persona, ésta se convierte en gran medida en sostén del orden moral. Una frase famosa de Kant que apoya lo anterior al mismo tiempo está dirigida contra todo totalitarismo:
"...todo
ser
racional,
existe
como
fin
en
sí
mismo,
no
sólo
como
medio...
"
En Kant, la moral y el derecho tienen un fundamento común. Las exigencias de ambas resultan de la razón práctica, que parte del sentimiento y la voluntad. Esta razón es autónoma, la autonomía significa en Kant solamente
que
el
hombre
encuentra
la
ley
de
sus
acciones
en
su
razón
práctica.
Desde tiempos inmemoriales la ética o filosofía moral se ha ocupado y preocupado siempre de la praxis humana.
La moral o lo ético es un conocimiento, un conocimiento que se evoca principalmente al hombre y a Dios -en la mayoría de los casos-, de la relación que se establece entre el conocimiento del hombre y el de Dios se deriva
así
mismo
el
conocimiento
de
lo
que
es
bueno
y
de
lo
que
es
malo.
Este conocimiento moral se encuentra presente en la conciencia de todo hombre, un conocimiento que es objeto de estudio tanto en el campo teórico como en el práctico y que constituye un saber filosófico que se ocupa de lo que se debe o no se debe hacer. LA IMPORTANCIA DEL DEBER EN LA ETICA el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de usar de su libertad de un modo determinado”. En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas que no son suficientes para
crear
un
deber.
(Tales
son
las
reglas
gramaticales,
artísticas
o
técnicas).
Pero dondequiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por cuanto todo, deber tiene carácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria implica responsabilidad. El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de “deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes vocacionales. “El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias concretas del bien común. Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una mentalidad desdoblada y estrábica que se despreocupa de los deberes
pudieran despojarse de su carácter de moralidad obligatoriedad y gravedad. Y así la sociedad soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas las situaciones que provengan de esa misma naturaleza. EL VALOR OBETIVO Y SUBJETIVO Objetivos:
Reconocer y valorar la especificidad del ser humano como ser capaz para darse a si mismo principios racionales que orienten su vida, individual y colectivamente.
Identificar y analizar críticamente los problemas morales, valores y proyectos éticos de la comunidad donde se pertenece.
Reconocer y analizar cuestiones relativas a los valores morales fundamentales en función de la vida personal, colectiva como joven.
Mostrar actitudes de tolerancia y respeto hacia otras opciones éticas, desde juicios y valoraciones de autonomía moral.
Mostrar actitudes de rechazo hacia todo tipo de injusticia, corrupción, guerra, crímenes, secuestro, etc. Mostrando compromiso con los proyectos éticos y morales.
Elaborar juicios morales de valor reconociendo el problema de la justificación de normas, valores y principios de actuación.
Debatir de forma racional, con respeto y abierta acerca de problemas éticos, valorando siempre el dialogo, como medio para la superación de conflictos.
Ejercitarse, meditar e imaginar cómo tomar medidas para resolver o paliar problemas morales.
Desarrollo de la capacidad de elaborar juicios moral
La axiología contemporánea tiende a superar la oposición entre subjetivismo y objetivismo de los valores: los valores tienen aspectos subjetivos y aspectos objetivos. El subjetivismo nos ha mostrado la conveniencia de no olvidar la valoración, es decir, la actividad del sujeto que valora, una actividad marcada por condicionamientos psicológicos, sociológicos y culturales. Los valores son valores de una sociedad y los individuos, en su proceso de socialización, los aprenden (o los rechazan). El objetivismo nos ha mostrado la conveniencia de analizar las características de la cosa que consideremos un valor, que los valores no son arbitrarios ni gratuitos, que los valores siempre son valores compartidos