2- LOS DEBERES PARA CONSIGO MISMO Como se puede ver, y como claramente se advierte, los deberes para consigo mismo se reducen a un aspecto de la virtud de la caridad, entre las teologales, y a los de la prudencia, fortaleza y templaza –con sus derivadas- entre las morales. Nada tienen que ver con nosotros mismo la fe y la esperanza, que se refieren exclusivamente a Dios, ni la virtud de la justicia que se refiere exclusivamente al prójimo. 1- LA CARIDAD PARA CONSIGOMISMO Es preciso tener ideas claras sobre el verdadero amor de caridad para consigo mismo, porque hay muchas maneras de amarse que nada tienen que ver con la caridad sobrenatural. He aquí las principales clases de amor que son: a) AMOR SENSUAL, como el que profesan a su cuerpo los pecadores, concediéndose toda clase de placeres ilícitos. Es desordenado e inmoral. b) AMOR PURAMENTE NATURAL de conservarse en el ser y buscar el propio bien. No es virtud sobrenatural, ya que es algo puramente instintivo y natural, pero tampoco es un desorden. Es común a buenos y a malos. c) AMOR SOBRENATURAL DE CARIDAD, por el que nos amamos en Dios, por Dios y para Dios. es un amor perfectísimo y de altísima dignidad, ya que, teniendo a Dios por motivo formal, pertenece propiamente a la virtud de la caridad. ¿Cómo se relaciona esta virtud de la caridad con la vida natural y cotidiana? Se relaciona de diversas maneras. En primer lugar el hombre tiene la obligación de amar su propio cuerpo y conservar su propia vida natural en virtud del precepto de caridad para consigo mismo. Por eso la Escritura nos dice que nuestro cuerpo es templo vivo del Espíritu Santo (1Cor. 6, 19-20). Este deber de conservar la vida natural nos prohíbe hacer nada contra la salud del cuerpo y manda emplear los medios ordinarios para recuperarla cando se ha perdido. Pero no estamos obligados al empleo de los medios extraordinario (una operación quirúrgica muy difícil y peligrosa, como, por ejemplo, un transplante de corazón, etc.), a no ser que la vida propia sea necesaria para la familia o el bien común y haya fundada esperanza de éxito en el empleo de los medios extraordinarios para su alcance. No obstante el amor al cuerpo es lícito practicar la mortificación voluntaria, incluso muy severa, para expiar los pecados propios o ajenos o para la perfecta configuración con Jesucristo, aunque ello lleve consigo la disminución no intentada de nuestra vida sobre la tierra. El mundo egoísta y sensual no entenderá jamás esta conclusión, que calificará, en su ceguera, de inhumana y cruel. Pero quien conozca el valor del sufrimiento para expiar los pecados propios o ajenos y la sublime grandeza de la perfecta inmolación de sí mismo para configurarse plenamente con Cristo crucificado en la cumbre de la perfección, la entenderá sin esfuerzo alguno. El bien espiritual del alma vale infinitamente más que la salud y la vida corporal. Debemos remarcar, también dentro de esta virtud que también se puede -y hasta se debe- inmolar la propia vida en aras de la caridad para con el prójimo o del bien común temporal. Y así es lícito y altamente meritorio consagrarse por caridad al cuidado de los enfermos contagiosos, aun con peligro próximo de contraer su misma enfermedad y acarrearse la muerte. El párroco tiene la obligación de istrar los últimos sacramentos a los enfermos apestados, aunque sea con peligro de su propia vida. El soldado puede y debe inmolar su propia vida en defensa de la patria en una guerra justa, etc., etc., etc.
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¿Cómo se relaciona esta virtud de la caridad con la vida sobrenatural? La vida sobrenatural es incomparablemente más importante que la natural. Con relación a ella, la caridad para con nosotros mismos nos prescribe dos cosas fundamentales: una negativa EVITAR EL PECADO, y otra positiva, PRACTIVAR LA VIRTUD CON LA MÁXIMA INTENSIDAD POSIBLE. La caridad para con nosotros mismos nos obliga a evitar cualquier pecado, por mínimo que sea, aun a costa de nuestra propia vida. Es clara la distancia infinita entre el orden natural y el sobrenatural y la infinita superioridad de este sobre aquél. Y así, el hombre que reflexione seriamente en cristiano debe estar dispuesto a perder la vida antes que acarrearse el daño espiritual que proporciona a su alma un pecado venial muy ligero, aunque sea una simple mentira oficiosa que no perjudique a nadie. La caridad para con nosotros mismos nos obliga a procurar con todo empeño el desarrollo de la vida sobrenatural en nuestras almas hasta alcanzar las cumbres de la perfección cristiana. Y como la suma perfección cristiana consiste en la perfecta configuración con Cristo, se sigue, que el verdadero amor para consigo mismo consiste en la perfecta imitación de Jesucristo. Ninguna razón autoriza jamás a acarrearse un daño espiritual, por muy ligero que sea, cometiendo, por ejemplo, un pecado venial. El bien espiritual del prójimo exige a veces que sacrifiquemos por él incluso la misma vida corporal; pero jamás debemos sacrificar nuestro bien espiritual por cualquier ventaja material o espiritual del prójimo. PECADOS OPUESTOS Con relación a la vida sobrenatural pecan contra su propia vida aquellos que viven en pecado mortal, con grandísimo peligro de que la muerte los sorprenda en ese estado, los que no mortifican sus pasiones desordenadas o se exponen a grave peligro de pecado y los que descuidan por completo su vida sobrenatural o no se esfuerzan en adelantar en los caminos de la perfección cristiana. No obstante con respecto a la vida natural, los principales pecados son: el suicidio, la propia mutilación, los atentados contra la propia salud, desearse la muerte y el descuido culpable de los bienes humanos. a) El suicidio: el suicidio consiste en producirse la muerte a sí mismo por propia iniciativa. Puede ser por una acción (disparándose un tiro) o por omisión (negándose a tomar alimento hasta producirse la muerte. El suicidio siempre es un pecado gravísimo porque con él se quebranta gravemente la justicia para con Dios y la sociedad y la caridad para consigo mismo. Se peca contra Dios porque de Él es el dominio exclusivo sobre la vida del hombre. se peca contra la sociedad porque se la priva injustamente de uno de sus que está obligado a colaborar en el bien común y se pecado consigo mismo porque todos tenemos una inclinación natural a conservarnos el ser y a amar la propia vida. La vida es un beneficio de Dios que nos la ha dado para que la istremos de acuerdo con sus leyes y normas, no para que dispongamos de ella a nuestro arbitrio. b) La propia mutilación: la razón fundamental que prohíbe el suicidio es muy semejante a la que prohíbe la propia mutilación, ya que el hombre no puede disponer de sus corporales sino para los usos determinados por Dios a través de la propia naturaleza. c) Los atentados contra la propia salud: no es lícito nunca abreviarse directamente la vida, puesto que no tenemos dominio sobre ella. Pecan gravemente contra esta obligación de conservar la vida los que la abrevian notablemente por crápulas, embriagueces, lujuria desenfrenada, uso de drogas y estupefacientes (morfina, opio, heroína, etc.) y otros procedimientos pecaminosos.
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d) El deseo de la propia muerte: el deseo de la propia muerte pede ser un pecado, una imperfección o una obra virtuosa según los motivos. ES PECADO desearse la muerte por un motivo pecaminoso (ejemplo por no querer llevar las molestias ordinarias de la vida). ES LÍCITO PERO IMPERFECTO cuando obedece al deseo de verse libres de graves molestas (por ejemplo una larga enfermedad), ya que sería mejor soportar pacientemente la cruz, a imitación de Cristo. ES BUENO Y MERITORIO cuando se la desea por un motivo totalmente sobrenatural y con plena sumisión a la voluntad de Dios (para no pecar más y unirse con Dios) así lo decía San Pablo y también Santa teresa ·que muero porque no muero·
VIRTUD DE LA PRUDENCIA La virtud de la prudencia cumple la misión de dictarnos lo que tenemos que hacer en cada caso particular. Como virtud natural o adquirida fue definida por Aristóteles como la recta razón en el obrar. Es una virtud importantísima, ya que es la que dirige a las demás (tanto teologales como cardinales). En esta virtud es posible distinguir tres funciones: 1- El consejo, por el que consulta, delibera o indaga los medios y las circunstancias para obrar honesta y virtuosamente. 2- El juicio o conclusión sobre los medios hallados, dictaminando cuáles deban emplearse u omitirse. 3- El imperio u orden de ejecutar un acto. Este es el acto propio o principal de la prudencia en donde se aplican las operaciones anteriores de consejo y juicio. Partes subjetivas de la prudencia. Se denomina parte subjetivas las diferentes especies en la que subdivide una determinada virtud. La prudencia se puede dividir: personal y social. a) Prudencia Personal: es la que se encarga de dirigir los actos individuales del que la posee. b) Prudencia Social: es la que se refiere al bien común de la sociedad. ite cuatro subespecies: gubernativa, política, familiar y militar. 1) Prudencia Gubernativa: es la que correspóndela príncipe que ha de regir a toda la sociedad civil encaminándola al bien común. Es la más perfecta de las prudencias sociales, y se llama también regnativa –o propia del rey-, por cuanto la forma de gobierno más perfecta es la monárquica, como dicen Aristóteles y Santo Tomás 1.Su acto principal es legislar, ya que, aunque este poder compete también a otros, es únicamente en cuanto participan de algún modo del gobierno del rey. 2) Prudencia política: es la que corresponde a los ciudadanos para cumplir las órdenes de las autoridades y observar puntualmente las leyes dictadas por ellas en aras del bien común, al qeu han de encaminarse súbditos y superiores. El hombre no es un animal o una máquina, sino un ser libre; por eso necesita una prudencia especial –la política- para conducirse rectamente como ciudadano o miembro de la sociedad civil, además de la prudencia personal para el gobierno de sus acciones como individuo particular. 3) Prudencia Familiar: es la que corresponde a los de una familia para conducirse rectamente entre sí. Su fin último es la rectitud de la vida familiar en todas sus manifestaciones. Para abarcarla en su conjunto se requiere una vida virtuosa; por lo que no puede hallarse íntegra en los pecadores, aunque puedan tenerla con relación a un aspecto parcial de la vida familiar. 4) Prudencia militar: es la que debe brillar en el jefe de un ejército para dirigirlo rectamente en una guerra justa en defensa del bien común. El ejercicio militar de la guerra tiene mucho de arte –para el buen uso de ciertos medios externos como lo son las 1
Aristóteles, Ethica VIII, c.10,n.2; Santo Tomás, II-II,50,1 ad2.
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armas o los caballos-; pero, en cuanto orientado al bien común, pertenece de lleno a la prudencia. Vicios opuestos a la prudencia. Entre ellos encontramos a la imprudencia que es la falta de advertencia, consejo o razón para ejecutar las acciones. Por su parte también, se le opone a la prudencia, la negligencia, no cualquiera, sino la supone falta de solicitud en imperar eficazmente lo que se debe hacer y del modo en que se debe hacer. Se distingue también de la inconstancia, de la pereza y de la indolencia en que la negligencia no impera, la inconstancia no cumple lo imperado, la pereza no comienza a tiempo y la indolencia lo realiza flojamente, sin cuidado y sin esmero. También entran aquí los vicios que parecen prudentes. Entre ellos el más peligroso es el de la prudencia de la carne, que consiste en una habilidad diabólica para encontrar los medios oportunos de satisfacer las pasiones desordenadas de la carne, en las que se coloca el último fin de la vida. Es de suyo pecado mortal y supone un gran error en los principios mismos de la prudencia y al colocar el último fin en los bienes del cuerpo, en los que de ninguna manera consiste. También se encuentra, entre los vicios, la astucia, que supone la habilidad especial para conseguir un fin, bueno o malo, por vías falsas, simuladas o aparentes. Es pecado aunque el fin intentado sea bueno ya que el fin no justifica los medios, y hay que obtenerlo por caminos rectos, no torcidos.
VIRTUD DE LA FORTALEZA Se puede definir como una virtud cardina, infundida con la gracia santificante, que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal. Actos. Es posible distinguir dos actos en la virtud: atacar y resistir. Son, cabalmente, los actos que ha de realizar el soldado en el campo de batalla (por eso la fortaleza ha de brillar en sumo grado en los militares). Unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido. La fortaleza se manifieste principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión. Así, el acto principal de la fortaleza es el Martirio, que puede definirse como un acto de la virtud de la fortaleza por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe o de cualquier otra virtud cristiana relacionada con la fe. No obstante existen condiciones esenciales para que se de un verdadero martirio. a) La muerte corporal aceptada voluntariamente, no basta desear ser mártir para serlo efectivamente, ni si quiera sufrir grandes dolores o heridas por causa de la fe o de la virtud si no se sigue de ellos la muerte corporal. Sin embargo, por cierta analogía se puede hablar de ciertos martirios morales o del corazón. Y, en este sentido, la Santísima Virgen, que no sufrió el martirio corporal, ha sido considerada –sobre todo en e el misterio de su compasión al pie de la Cruz- como Reina y Soberana de los mártires. b) En defensa de la fe o de otra virtud cristiana, si se sufre la muerte en defensa de una virtud puramente natural, sin relación con la fe cristiana, no hay martirio propiamente dicho desde el punto de vista teológico. El verdadero martirio supone siempre un perseguidor de la fe (o de otra virtud cristiana) que produzca la muerte corporal al que resiste a sus solicitudes perversas. Si se tratase de un párvulo, no se requiere otra cosa que la muerte 4
sufrida realmente por Cristo, aún ignorándolo totalmente, como en el caso de los santos Inocentes. El martirio produce en ellos su efecto quasi ex opere operato, a semejanza del sacramento del bautismo. Por eso se llama al martirio bautismo de sangre. Corolario. El martirio propiamente tal justifica al pecado, devolviéndole la gracia santificante (al menos si se sufre con atrición de los propios pecados, tratándose de adultos) y remitiéndole toda la pena temporal debida por ellos. El mártir va inmediatamente al cielo, sin pasar por el purgatorio; y tendrá en el cielo un premio especial que es la aureola de los mártires. Vicios opuestos. A la fortaleza, como a toda virtud, se le oponen vicios por exceso y por defecto. Por defecto se opone la cobardía o temor que consiste en temblar desordenadamente ante los peligros que es menester afrontar para la práctica de la virtud, o en rehuir las molestias necesarias para conseguir el bien difícil. Si nos aparta del cumplimiento de un deber grave, constituiría un pecado mortal; pero a veces impulsa solamente a proferir, por ejemplo, una mentira oficiosa para evitar un disgusto, en cuyo caso no pasa de pecado venial. Con este vicio se relaciona el llamado respeto humano, que por medio al ·qué dirán· se abstiene del cumplimiento del deber o de practicar valiente y públicamente la virtud. Puede ser pecado grave o leve, según la categoría o importancia de la omisión. Por exceso se le opone la indiferencia que es el no temer los peligros, aunque sean de muerte, pudiendo y debiendo temerlos. Suele provenir del desprecio de la vida, o de la soberbia, o de la necedad; y puede ser mortal o venial, según los casos y objetos sobre que recaiga. También es vicio por exceso la temeridad que consiste en salirse al encuentro del peligro sin causa justificada. Procede de las mismas causas que el vicio anterior y, como él, puede ser grave o leve, según la magnitud del peligro al que se expone imprudentemente. Virtudes derivadas de la fortaleza. 1- Magnanimidad es una virtud que inclina a las personas a cometer obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad. Su opuesto es la presunción (que nos lleva a comenzar obras que están por encima de nuestras fuerzas –aceptar un cargo para el que no estamos preparados-), la ambición (que nos lleva a procurarnos honores indebidos), la vanagloria (que busca la fama y la nombradía sin méritos) y sobre todo la pusilanimidad que es el pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismo o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución todos los medios y energías de que Dios les ha dotado. La pusilanimidad no suele pasar de pecado venial, pero sería mortal si nos impidiera cumplir un grave deber (si uno abandonase la lucha contra las tentaciones porque cree que jamás podrá vencerlas). Se la combate poniendo la esperanza en el auxilio divino, que no faltará nunca a los hombres de buena voluntad. 2- Paciencia es la virtud que nos inspira a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más necesarias en la vida cristiana, porque, siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos todos que sufrir en este valle de lágrimas, necesitamos la ayuda de esta gran virtud para mantenernos firmes en el camino del bien sin dejarnos batir por el desaliento y la tristeza. Sin ella perderíamos el mérito de nuestros trabajos y sufrimientos y agravaríamos nuestros males, ya que la cruz pesa mucho más cuando se la lleva con desgana y a
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regañadientes. Motivos. Hay motivos, y son varios, para que practiquemos esta virtud. Entre ellos, el primer motivo es que, debemos conformar nuestra voluntad con la voluntad amorosísima de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y por eso nos envía tribulaciones y dolores. Otro motivo es el recuerdo de los padecimientos de Jesús y de María –modelos incomparables de paciencia- y el sincero deseo de imitarles. Otro motivo se encuentra en la necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y virtuosa aceptación del sufrimiento en compensación de los placeres ilícitos que nos hemos permitido al cometerlos. Otro motivo es la necesidad de cooperar con Cristo en la aplicación de los frutos de su redención a todas las almas, aportando nuestros dolores unidos a los suyos para completar lo que falta a su pasión (1Col. 1,24). De esta manera vemos como existen diferentes motivos para aceptar de buena manera la cruz que Dios nos envía cotidianamente. No obstante en la manera de padecer hay distintos grados. El primer grado es la resignación donde la persona sufre sin quejas ni amarguras ante las cruces que el Señor nos envía o permite que sobrevengan sobre nosotros. El segundo grado es la paz y serenidad en donde la persona sufre esas esas mismas penas sin ese tinte de tristeza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación. El tercer grado es la dulce aceptación en la que comienza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien. El cuarto grado es el gozo completo que lleva a darle gracias a Dios porque se digna a asociarnos al ministerio redentor de la cruz. Y por último, el quinto grado, es la locura de la cruz en donde la persona prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo: en cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo lo estoy para el mundo (Gal. 6,14). Vicios opuestos a la paciencia. Por un lado se encuentra la impaciencia (como defecto) en donde la persona se deja dominar por las contrariedades de la vida hasta el punto de prorrumpir en murmuraciones, lamentaciones o en arrebatos de ira contra Dios. Ordinariamente esto no pasa de pecado venial. Y por exceso se opone la insensibilidad o dureza de corazón en donde la persona no se inmuta ni impresiona ante ninguna calamidad propia o ajena, no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano y social. A veces, mas que un desorden moral, es un defecto psicológico, temperamental que es necesario corregir y encauzar según el recto orden de la razón.
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