Casi En El Cielo oy72

Casi en el Cielo Misterios del Cielo en una fantasía

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Pablo Romero Ojeda

Casi en el cielo Pablo Romero Ojeda

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© Pablo Romero Ojeda, 2018

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

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Primera edición: junio, 2018

ISBN: 9788417436148 ISBN eBook: 9788417436568

Índice

Índice Presentación Dedicatoria Un nefasto día, un feliz final Bendita madrugada Un despertar revelador Dios escucha nuestras oraciones Misiones celestiales El libre albedrío y la inspiración La encarnación En El Comienzo Tiempo y espacio La Santísima Trinidad, El Redentor y, el pequeño Juan Epílogo

Presentación

M ientras escribía las primeras líneas de “Casi en el Cielo”, de hecho, mucho antes de que así llamara a esta breve historia, recordé mucho a Erich Espino. Él ya no se encuentra con nosotros, pero fue un gran amigo de Carlos Manuel mi hermano, y a quien todos en la familia quisimos mucho junto a toda su familia. Hoy, el Cielo debe disfrutar de su compañía. El hecho es que lo que recordé fue el nombre que él le daba a algunas pinturas de mi papá: “Transformers”. —Don Ricardo, ¿esas montañas no eran la marina de ayer? —Y al día siguiente—: ¿Y esa calle no era la montaña? Así fue como comencé, con la historia de cinco hombres, si se quiere un tanto vulgares, reunidos de manera ordinaria para hablar de Jesús. ¡No! No debía ser, porque por más ordinario que me considere, esa no podía ser la base para una historia que hablara sobre Él. En poco tiempo, descubrí que lo que quería no era expresar su realidad humana, no por los momentos, realmente quería pensar y expresar los misterios del Cielo, los misterios de Dios Padre. Unos cuantos revolotearon mi mente y convertí a los cinco ordinarios en cinco devotos: Un cristiano, un judío, un musulmán, un hinduista y, un budista. Ahora ellos hablarían de Dios. Sí, muy ecuménico y muy interesante, pero no, yo quería algo fresco, sencillo. “Casi en el Cielo” es así, una historia fresca y breve. Un relato con mucho diálogo, en el cual expreso en voz alta con algo de jocosidad y a manera de fantasía, mis pensamientos y creencias —quizás no muy ortodoxas— acerca del mundo del alma y el espíritu. Más desde el punto de vista de cómo creo que funciona, que de mi propia espiritualidad. Se desarrolla en Morrocoy, uno de los bellos parques naturales que adornan la hermosa geografía de Venezuela. Allí se produce el encuentro entre Juan, un eventual amante de la soledad y aficionado a la pesca y, un hombre mayor, quien además de ser muy agradable, interesante y que comparte el gusto por la misma actividad, resulta que también tiene un pasado en común, pero nada común, con Juan y toda su familia.

La empatía entre los dos nace inmediatamente y Juan pasa el mejor fin de semana de su vida.

Dedicatoria

—A Ti, Dios, por dejarme imaginarte e inspirarme a escribir de Ti. —Por habernos bendecido con Jesús. —Por permitir que san Onofre me cautivara. —Por haberme regalado la dicha de venir a este mundo en tan bella familia. —Por poner a Beatriz en mi camino y habernos ayudado a construir una nueva familia, junto a Juan Pablo y Andrés Eduardo, nuestros hijos. —¡Por tantas cosas! —Bendito es este día de mi vida, en el cual puedo expresarte mi humilde pero gran agradecimiento y, más grande amor.

I

Un nefasto día, un feliz final

E scasa hora y diez minutos le separaron de su casa y la marina donde mantenía su pequeña lancha. Normalmente, cuando viajaba con su familia, le tomaba veinte minutos más de lo que tomó en ese momento, aun saliendo más temprano que el común de los transeúntes. Más tarde ya dependería de la hora y temporada, o peor, de los accidentes y desvíos lamentablemente muy frecuentes para su gusto. Carlos le esperaba y, en tanto recibió un repique de teléfono, abrió el portón gris para dejarle pasar. El sol aun permanecía oculto y celebró el hecho de que se haría al mar justo cuando este comenzara a iluminar. —¡Buenos días señor Álvarez! —dijo Carlos, llevando la mano al brazo de Juan, quien había bajado el vidrio de su ventana para saludar. —Carlos ¡Buen día! —respondió mientras bajaba del carro y estiraba sus músculos—. ¿Cómo estás? —Bien, con deseos de salir a pescar con usted, pero lamentablemente no puedo. —Y lamentablemente no quiero. —Rio Juan mientras lo tomaba del hombro para saludarlo con afecto. —¿Otro día de ermitaño? —Si así lo quieres ver, pues así será. —Ya tiene todo listo. Imagino que esperará algo de luz para salir. —Sí, solo y oscuro no va conmigo —se interrumpió, miró a Carlos y preguntó —: ¿Te animas a ir la próxima semana con mi familia? —Con toda seguridad.

Tomaron café mientras conversaban acerca de cómo había estado el clima recientemente. —Está como para que el peor marinero navegue sin contratiempos —dijo Carlos riendo—, ¡ahora, no sé usted! —Ni con el mar picado voy hoy con alguien —dijo— quiero estar solo. ¿Sabes Carlos? No soy nada aburrido para mí. Pensó un rato mientras reía la burla de Carlos. Necesitaba unos días de soledad y ya había decidido pescar, navegar y hasta holgazanear solo. El cielo ya tomaba un matiz morado y pronto saldría el sol. Apuró su café y enseñándole la taza a Carlos le habló: —Muy bueno, te gusta fuerte, ¿verdad? — dijo mientras se levantaba dispuesto a salir y veía a Carlos asentir—. Me voy, la semana próxima serás el capitán. —Cuente conmigo. ¿Viernes y domingo también? —No, solo sábado y domingo. Y gracias por todo. Apenas unas pocas y suaves olas cercanas a la orilla movieron la lancha en su partida, el resto del mar estaba sereno, inclusive en mar abierto. Sentía una sensación extraña por la soledad, un poco de temor y un poco de emoción. Había recorrido la ruta de Chichiriviche hacia Tucacas centenares de veces, pero muy pocas lo había hecho tan tempranamente y menos estando solo. Y vale aclarar que “solo” significó literalmente eso. No encontró ni una persona, ni lancha durante la travesía, ni un vestigio de campamento en ninguna de las playas. No fue sino entre Sombrero y Pescadores, dos pequeños cayos frente a la costa suroriental de Falcón, donde vio una lancha, como a unos dos kilómetros al sureste. Se encontraba justo en un sitio que semanas atrás le había recomendado Carlos, y Juan estaba deseoso de que rindiera los frutos que suponía. Aceleró para llegar pronto al sitio y ver cuán buena era la pesca, si es que era eso lo que hacían en esa lancha. «Si no ¿qué otra cosa podría ser?». A medida que se acercaba y con el mar todavía como un plato, disminuía la velocidad para evitar el ruido. Ya cerca, como a treinta metros de la lancha, puso el motor al mínimo para lentamente acercase y saludar. —¡Buenos días! ¿Pescando un poco?

—¡Relativo! Si llamas poco a quince meros, sí. Buen día, ¡acércate para que los veas! —dijo mientras levantaba con facilidad el más grande. Era un hombre mayor que aparentaba unos 80 años a juzgar por su piel, pero con una fortaleza poco común incluso en hombres relativamente jóvenes. Su voz era fuerte y de un tono afable. Al igual que él, estaba solo, pero en una vieja y bien conservada lancha de madera. Mientras se acercaba, Juan podía ver como se esmeraba en acomodar los pescados con actitud de orgullo. —¿Qué te parece? ¡Quince con un promedio de cuatro kilos cada uno! ¡Fabuloso! ¿No? —¡Más fabuloso de lo que usted piensa! Eso supone que mi día también será bueno. ¿No lo cree? —Lo creo y te lo deseo —dijo el viejo, dándole la mano a Juan—. ¿Cómo te llamas? —Juan, un placer conocerle. Y ¿usted? —Por favor, tutéame. Mi nombre es Aviraz —Abi... ¿Disculpe? —Aviraz, un nombre hebreo y por favor, no preguntes mi apellido. —Entiendo, israelita ¿verdad? —No. —Quise decir judío. —Tampoco. —Entonces, por descarte, debe ser maracucho¹ —dijo Juan mientras reía—. Mi apellido es Álvarez. Aviraz le rio la gracia y continuó la conversación: —Ya preparé uno en cebiche, ¿quieres? —Juan asintió con la mirada. No había sentido, sino hasta ese mismo instante, que el hambre acechaba y mucho mejor era ese cebiche que los

croissants de jamón y queso que compró la noche anterior. —Muy bueno —dijo Juan disfrutando del sabor y todavía con la boca llena. —Llegas un poco tarde. —No tengo mucha experiencia navegando solo y esperé a que comenzara a salir el sol. De igual manera no es tan tarde, lo igualaré en dos o tres horas. —Tutéame, después te será difícil quitarte la costumbre. —Claro —respondió Juan algo extrañado. Comieron mientras discutían acerca de la mejor hora para pescar. —Tienes razón Aviraz, lo mejor es llegar de madrugada y me perdonas, pero ya tú tienes quince. Se me va a ir la mañana comiendo y hablando y no pescaré nada. Mejor nos dedicamos a pescar. —Que tengas suerte —le deseó el viejo, mientras le ofrecía otra buena porción de la probada delicia para que mitigara el hambre de ser necesario—, pero ya me voy. Yo ya hice lo mío y fue un gusto conocerte. —Igual para lo fue para mí —contestó Juan—. Que tengas buen regreso y gracias por este manjar de dioses, está excelente. Juan se dio media vuelta aun antes de que Aviraz se acomodara al mando para encender el motor y marcharse. Tomó algo de carnada, la colocó en un anzuelo y disfrutó del tercer placer que le produce la pesca: el sonido del nylon abandonando el carrete y el de la carnada cayendo donde uno quiere. Cerró la palanca de liberación y dio un giro para ver al viejo alejarse. Él sabía que en otras circunstancias le hubiera insistido para que se quedara o, en última instancia, hubiera esperado a que Aviraz iniciara su marcha para despedirle por enésima vez entre comentario y comentario. Quizás una manera de decir “me agrada tu compañía y la disfruto hasta el final”. Pero su viaje era en solitario y así deseaba que fuera. Juan es un individuo satisfecho y feliz con su vida. Es de aquellas personas que las cosas le salen bien, y si no le salen tan bien, igualmente está bien.

Conoció a Cristina, su esposa, poco después de graduarse en la universidad y se enamoraron rápidamente, Ambos tenían veinticuatro años cuando se casaron. Trajeron tres regalos al mundo. El primero fue Juan, luego Andrés y por último Sofía, en intervalos cercanos a dos años entre uno y otro. Hoy tenía cuarenta y tres años y no podía sino agradecer lo feliz que era. Recogió el nylon ya que la corriente le acercaba el anzuelo a la lancha. La cara le ardía y se percató de la hora. «Nueve y media, el viejo debe haberse ido como a las siete. ¡Dos horas y media y ni una sardina!». Se untó protector solar, se puso el sombrero y reemplazó la carnada. Ya se veía movimiento hacia Pescadores y un poco más hacia Sombrero, no mucho, pero para ser viernes era bastante. Disfrutaba mucho del paisaje y sus cambios a medida que pasaban las horas. Hacia la costa, el paisaje se veía mucho más nítido que cuando llegó, colores más definidos y menos sombras. Hacia el Este todavía se reflejaba el sol en las crecientes olas, unas encandilaban y otras mostraban profundas sombras. «Hay un mundo de cada lado —dijo— y esta tarde el sol hará que se intercambien». El agua circundante era tan transparente que daba la impresión de flotar a alguna distancia del fondo de arena y coral, sobre el cual se veían cientos de peces medianos y pequeños que pululaban alrededor del bote. Sonrió cuando veía que estos se apresuraban a zambullirse trocitos de carnada que Juan les lanzaba mientras los sobornaba: «¡Oigan pequeños! un trozo de cebiche del viejo si le dicen a los meros que piquen». Pero esperó sin éxito, lamentando lo incorruptible de algunas especies. Eran ya las diez y media y aun nada. Colocó la caña en su base y se sirvió un whisky con mucho hielo y agua de coco que Carlos le había congelado en la noche. «Hora legal», dijo, obviando por lo menos media hora de protocolo, para permitirse el aperitivo. Recordó los placeres que la pesca le produce: La preparación y el viaje, conforman el primero. De segundo, llegar al ambiente natural y distinto a la rutina. El tercero, el sonido del nylon abandonando el carrete y el de la carnada cayendo donde uno quiere, aunque falle. De cuarto está la pelea con el pez, preferiblemente que uno la gane, claro está. Y como quinto placer, efectivamente pescarlo, el premio. Tal parece que se perdería del cuarto y quinto placer. No importa, la pesca siempre te da placeres derivados y el trago con agua de coco es uno de ellos. Levantó su vaso celebrando el día.

Minutos después y con mucho sueño, levantó el techo de la lancha, tensó el nylon y guardó el resto de los aparejos de pesca para hacer una corta siesta a la sombra. Ya acostado, se sintió satisfecho de que la lona azul le cubría del sol, pero aún le permitía recibir aire y ver el profundo celeste del cielo sirviendo de fondo, primero, para apreciar el vuelo de las tijeretas y también, al viento esculpiendo las nubes con formas únicas. Encontrar similitudes con esas formas, resulto para Juan mucho más efectivo que contar ovejas. Despertó luego de casi una hora y revisó el nylon, lo recogió y revisó el anzuelo. Allí estaba la carnada intacta, sus habilidades culinarias no agradaban, al parecer, por esas aguas. Se disponía a cambiarla por una fresca, cuando se dijo: «Hoy no tengo actitud para pescar». Organizó rápidamente los aparejos, se quitó la camisa, bermudas y zapatos y se dio un chapuzón. El contraste del calor con lo fresco del agua le estremeció, pero en un segundo se relajó mientras comenzaba a ascender sin esfuerzo, con los ojos abiertos observando las sombras y siluetas de los incorruptibles peces huyendo de él. Llegando a la superficie exhaló escuchando y viendo las burbujas de aire que salían de su nariz. Con la cabeza ya fuera del agua, Juan terminó de arreglar todo su cabello hacía atrás, quitó el exceso de agua de su cara y plácidamente se quedó observando hacia tierra. Volvió a sumergirse pero esta vez para quedarse un rato flotando con la cabeza hundida en el mar. Cuando de pronto, con tan solo unos segundos de disfrutar su nueva posición de relajación, tuvo que soltar el aire abruptamente, sacar la cara y respirar para no ahogarse. ¡Dos meros se cruzaron justo por debajo de él! a no más de un metro de distancia y cada uno aparentaba unos diez kilos. Eran dos grandes y Juan no perdió tiempo en nadar hacia la lancha, sintiendo la corriente producida por estos debajo de él. Subió como un atleta y mientras buscaba las carnadas y su caña, se quedó boquiabierto por lo que vio: Ya no eran dos grandes meros, ¡era todo un cardumen de enormes meros! Lanzó trozos de carnada y en seguida subieron a comer. No podía esperar más, ya con la carnada en el anzuelo, soltó el nylon y la oyó caer al agua. Preparado para la pelea, tomó la caña con ambas manos, se retiró del borde, colocando su pie izquierdo en este. Pasó el tiempo suficiente para que alguno ya hubiese picado y Juan, soltando el freno y sosteniendo la caña con una sola mano, retiró el pie del borde para acercarse y ver nada, exactamente nada, ya no había ni una sardina. Se sintió decepcionado y sin poder de comprensión, colocó la caña en su base y

se sentó. Miraba de vez en cuando el nylon esperando ver como el pez más grande de todos los que habían estado allí lo hiciese tensar. Pasaron los minutos más largos que había percibido en años y decidió recoger. Retiró la carnada del anzuelo y la tiró al mar, consiguiendo ver el espectáculo de burla más grande que se le hubiese podido dedicar a él: Un buen mero hizo de la carnada su almuerzo. «¡El “Merosapiens”! Sí, acabo de descubrir la evolución del mero. ¿Será que también hubo un “Merocantropus Erectus”? o ¿Un “Mero de Cromagnon”?». Soltó la carcajada cuando al asomarse al agua vio nuevamente el cardumen alrededor de la lancha. Lanzó nuevamente la línea y el mismo impresionante resultado: ¡Desaparecieron! Intentó varias veces hasta que, ya frustrado, pese a lo risible de la escena, recogió todo y emprendió lentamente la marcha hacia la marina. Regresar le tomaría un poco más de tiempo que el que le tomó llegar. El mar estaba un poco picado y, con preocupación, notó una gran nube negra al noreste y que iba rumbo suroeste, justo a cruzarse en su camino. Apresuró la marcha todo lo que pudo para procurar el menor tiempo posible. Sin embargo, poco antes de llegar a la altura de Mallorquina, una hermosa playa con pequeños acantilados, tuvo que aminorar la velocidad a cinco nudos y hasta menos. El mar ya estaba muy agitado y el cielo casi cubierto en su totalidad. A unos quinientos metros se veía una cortina de lluvia y Juan agradeció tener su equipo satelital y una ruta marcada, pero temía encontrase con otras embarcaciones en medio de la falta de visibilidad que habría con una lluvia como la que avizoraba cada vez más cerca. Las olas iban y venían, chocaban unas con otras y otras contra la lancha, haciéndola ascender y descender, pero por suerte sin cubrirla, tan solo unas salpicadas caían en su interior. El espectáculo era especialmente hermoso y así lo veía, pero también estaba deseoso de que se acabara. La luz que se colaba entre nubes negras y grises creaba unos matices de gris a azul intenso en las olas, luego a celeste y eventualmente, el blanco de la espuma, intercambiándose de lugar en medio de las millones de crestas que podían verse de un lado y otro. Un paisaje marino delicadamente realizado con una gran espátula por un mejor pintor. Mas el sonido no era precisamente del mejor percusionista. Cada vez que el casco descendía lo hacía de manera estrepitosa, sacudiendo bruscamente las entrañas y la cabeza de Juan, acelerando su pulso y su respiración. Cuando comenzó la lluvia, Juan rogó para que volviera rápidamente la

visibilidad, mientras las gotas le puyaban como agujas, igual en los brazos que en la cara. Se agachó a buscar sombrero y lentes cuando de pronto el casco de la lancha cayó bruscamente de una cresta, desequilibrándolo y llevando su frente a chocar contra la consola y a rebotar hacia los tanques de gasolina. Mareado por el golpe, trató de incorporarse al mando nuevamente y tres golpes seguidos le sacudieron muy fuerte, se sentó en el sillón de mando, observó la ruta y miró a su alrededor, todo estaba bien. Todo menos su pulso, su respiración y la tensión en los músculos de la cara. Miró de nuevo a los lados tratando de calmarse. «Ya no hay peligro, falta poco». Se engañaba a sí mismo de una manera no muy convincente. A Juan le gustaba hablar solo, entendía mejor sus ideas cuando las pronunciaba que cuando las pensaba, y eso le servía mucho cuando lo hacía en circunstancias inmediatamente previas a un evento importante para él. También solía rezar en voz alta, pero sus oraciones no eran solo las tradicionales que uno puede conocer, sino que se trataban de verdaderas conversaciones con Dios, hasta con un: ...Ya va, dame dos segundos… bien, ya volví…, simplemente hablaba con Él y aunque nunca obtuvo respuesta auditiva, siempre salía fortalecido, a veces desanimado cuando se convencía de que lo que él quería no podía ser, pero en definitiva fortalecido porque sabía que era lo correcto. A eso se disponía Juan en medio del pánico. Se paró del sillón, se persignó y rezó un Padre Nuestro, era su manera de saludarlo y comenzar la conversación. Mientras avanzaba en la oración se notaba su voz quebrada. El miedo avanzaba. «Sabes que poco te pido, pero por favor, sácame de esta tormen…». Una, dos y tres caídas, cada una peor que la otra y Juan gritó: «¡Ya, por favor!». Su propio grito lo aturdió un poco y se sintió confundido cuando advirtió que el cielo se despejaba milagrosamente rápido y ya no llovía. Arrojó un suspiro fuerte. Las nubes parecían devolverse como un boomerang y ahora podía ver mucho del cielo azul. El mar todavía permanecía agitado pero las crestas tenían menor tamaño y los matices en ellas eran aún más impresionantes que antes. A su izquierda esos matices contrastaban con la blanca arena y esta con el verde follaje que se movía delicadamente con el viento y todo esto con un hermoso cielo azul de fondo. «¡Presumido!». Fue lo único que se le ocurrió a Juan decir, al imaginarse a Dios dibujar este nuevo paisaje en lugar de la tormenta. Al frente ya podía ver la costa con claridad, buscó con la vista la marina y al divisarla

suspiró, agradeció y se persignó. Avisó por radio a Carlos que ya se aproximaba al embarcadero y aceleró un poco la marcha. Sin darle importancia, miró la cava que debía contener el producto de su pesca. Luego, repasando con la mirada y sin éxito, buscó el maletín con todo lo que había traído de su casa. Pocos minutos después Carlos le esperaba con el remolque haciendo señas para enganchar bien la lancha sobre el tráiler. Luego, mientras la aseguraba, este le preguntó sobre la pesca. —Toma cuanto quieras, es mucho y no tengo espacio para llevarlo. —¿Tan mal le fue? —preguntó Carlos mientras revisaba la cava. —Pudo ser peor. ¡Por ejemplo que me comieran ellos! —A veces pasa, no se preocupe, mañana le irá mejor. —Mañana depende de si encuentro el maletín con todo: mi comida, ropa, mi dinero, mi identificación, teléfono y pare de contar. ¡Increíble! —gritó— ¡también las llaves del carro! Ayúdame, por favor. Las llaves no aparecieron y Juan rio mientras recordaba: «Cientos de peces y ninguno pescado, la única tormenta en temporada de calma absoluta y ahora sin nada, ni como regresar a casa». —Por ropa no se preocupe que le tengo guardado un bolso que dejó en la lancha la última vez que vino. ¿Contra qué se golpeó? —preguntó Carlos mientras señalaba la frente de Juan. —Supongo que contra la consola, los golpes en el casco eran muy fuertes. —Dese un baño que ya encontrará una solución para lo demás —dijo Carlos mientras buscaba el bolso en un casillero y algo para aliviar la herida en la frente. —Gracias. Juan se metió en las duchas y Carlos le hablaba desde afuera: —Le puedo prestar dinero para la posada.

—Muchas gracias, no sabes cuánto me alivia. —¿Alguien le puede traer llaves del carro? —En teoría sí. —Entonces no veo razón para negarse mañana un intento. Seguro le irá mejor y vendrá con buenas piezas. —¡Ojalá! Y que te oigan los “Merosapiens”. —¿Los qué? —Luego te cuento —dijo Juan riendo. Si en algo Juan era lento era en ducharse, sobre todo si la ducha, más que de aseo era de relajación. Se tomó su tiempo mientras pensaba cómo solucionar el resto de los problemas. Terminó su ducha, se vistió y salió. —Carlos, voy a una posada cercana, veo cuánto cuesta y vengo a ver si puedes prestarme ese monto. —Vaya y pague de una vez, le prestaré suficiente para el fin de semana. Realmente se lo prestará la Marina, ya Daniel lo autorizó. —¿Daniel? —Sí, mi jefe —Sí, cierto. Gracias, estoy agradecido en el alma. Entonces me despido de una vez hasta mañana —dijo Juan mientras recibía el dinero de Carlos y le daba un apretón de manos—. Desde la posada aprovecharé de hacer unas llamadas. —No hay por qué. Que descanse. —Igual. Juan no haría mucho esfuerzo en caminar. A pocos metros quedaba una posada que ya le habían recomendado y donde servían buena comida. —Buenas tardes —dijo al recepcionista.

—Buenas tardes Señor ¿en qué le puedo ayudar? —Quiero una habitación, soy solo yo, para hoy y posiblemente mañana. —Lo lamento pero estamos totalmente llenos, ni para hoy ni para mañana tenemos disponibilidad. —No puedo creerlo, es raro ¿por alguna razón en especial? —Un evento mañana, desde temprano. —Y ¿podría usted ayudarme a…? —Juan sintió que alguien le tocaba el hombro y volteó—. ¡Aviraz! ¿Cómo estás? —Bien. Pensé que habrías olvidado mi nombre. ¿Cómo te fue hoy? —Bien, muy bien, Saqué muchos, como unos… —Juan no pudo contener la risa y se sinceró, no tenía ánimo para una broma hacia sí mismo—. Cualquiera con menos voluntad se retira para siempre. Cero Aviraz. ¡Cero! —Juan giró hacia el recepcionista, le agradeció su atención e invitó al viejo a sentarse—. No creerás ni la mitad de lo que te cuente, pero entre las muchas cosas, he perdido mi maletín con todo: llaves de carro, cartera, dinero, identificación, todo. En la Marina me prestaron dinero para el fin de semana, pero ahora parece que no hay disponibilidad y me temo que será en la mayoría. Te importaría darme unas vueltas por las posadas. Si tienes carro, claro está. —Sí tengo. —¿Te importaría? —De ninguna manera. —Gracias. ¿Te importa si salimos ya? —Tampoco. Juan acompañó a Aviraz en su camino hasta una camioneta, este último le indicó que entrara por el asiento del copiloto y dio vuelta para él entrar. Se puso en marcha y preguntó:

—¿A dónde vamos? —La verdad no sé, quizás deberíamos ir a las más lejanas de esta zona ya que mañana hay no sé qué evento y las cercanas deben estar llenas. Y tú ¿si te hospedas en esta? —No. Esta mañana vine a tomar un jugo y oí a la dueña de la posada decir que no tenía pescado fresco para hacer un plato frío para sus clientes y le ofrecí traerle una buena cantidad de cebiche. No sin antes darle a probar el mismo que probaste en la mañana. Ya se lo despaché y me estaba yendo cuando te vi. —¡Bien! Ganaste un dinero extra. ¡Qué bueno! —Fue un trueque, ella me invitó el almuerzo. —Ya, entiendo. Y por lo visto, o mejor dicho, por lo oído vives aquí. —Pues no comprendo. —Para prepararlo. Tienes que tener tu cocina para prepararlo. —No necesariamente, podría prepararlo en una posada con cocina, o también tener una casa o apartamento arrendado e inclusive una propiedad la cual use únicamente para vacacionar, o en la lancha, como esta mañana. —Tienes toda la razón y entonces ¿dónde vives? —Vivo aquí, al norte, en la costa. —Ambos rieron y el viejo continuó—. ¿Te gustarían unos buenos churrascos a la parrilla? —¿De los tuyos de hoy? —Sí, claro. —¿Te quedan después del cebiche de la señora? —Créeme, soy bueno multiplicando los peces. —¿Y los pescados? —Ya verás. Te invito a mi casa. Es cómoda y podrías quedarte esta noche.

—No quisiera incomodar. Además eres arriesgado ¿no crees? ¿Cómo sabes que no soy un asesino en serie, amargado y envidioso por tu pesca de hoy? —No lo eres. Tú decide, pero te pregunto ¿Qué harás si no encuentras habitación? —Podría aceptar tu invitación. —Y ¿qué tal si te haces la idea de que no conseguiste y nos ahorramos tiempo? —Hagamos un esfuerzo y ya veremos. Pasaron por todas y cada una de las posadas de las que Juan tenía conocimiento y la respuesta era la misma. Juan no había estado nunca en una situación en la cual, durante todo un día, absolutamente todo le saliera mal. Mientras iban de lugar en lugar, Juan intentaba recordar qué había habido de bueno. Pensó: «¡Nada! No creo que las cosas empeoren y el viejo es muy amable». Lo pensó mejor y: «¡No! Podrá serlo, pero de allí a ir a su casa, es una locura». Después de pasar por un hotel, con la promesa de Aviraz de ayudarle a pagar la diferencia, pero para terminar obteniendo la misma respuesta, Juan dijo decidido: —Acepto tu invitación ¿Paramos a comprar alguna bebida? —No hace falta, tengo en casa —respondió el viejo. Ya estaba oscureciendo y el camino a la casa de Aviraz era de arena y sin iluminación. Salvo por algunos comentarios acerca de las calles en el Pueblo, de la multitud los fines de semana y en época de vacaciones, el resto del camino lo pasaron bastante callados. Después de unos pocos kilómetros doblaron a la derecha hacia un camino bordeado de palmeras. Aviraz encendió todas las luces de la camioneta y al fondo le mostró a Juan el paredón que bordeaba su casa y desde el cual sí podía verse luz. Dos minutos más tarde atravesaban el portón y podían ver un jardín lleno de grama verde y muy tupida con arbustos delicadamente cortados y flores iluminadas por finos faroles. Las caminerías de piedra, incluida la de vehículos, conducían a la entrada techada de la casa y a pocos metros un garaje. Aviraz, se detuvo justo a la entrada de la casa, colocó el freno, apagó la camioneta y miró a Juan mientras este observaba los detalles. —¡Bienvenido a tu casa!

—Gracias —respondió Juan. La casa no era grande pero si muy acogedora y cómoda. Al entrar Juan quedó encantado con la distribución. Una sala amplia con puerta de vidrio, los separaba de una terraza con vista al mar y, a la izquierda de esta, también con puerta de vidrio de por medio, una cocina que era enorme y muy moderna, con ese desde la terraza y también por adentro de la casa. La parrillera en forma de media luna, aunada a unas estufas a gas, a una mesa de trabajo culinario y un gran fregadero, estaba ubicada a la derecha de la terraza y separada a unos seis metros de la cocina. Una mesa auxiliar portátil esperaba los elementos que se incluirían en la cena. Aviraz encendió las luces de la terraza y la cocina y dio algunas instrucciones a Juan: —Entra en la cocina. Allí encontrarás un pequeño plato con algo de ajo, un paquete de perejil que dejé escurriendo en el fregadero, un pote de aceite, sal y un tarrito con margarina. Dora un poco los ajos con la margarina y un toque de aceite y los licúas con más aceite, sal y suficiente perejil. No escatimes, que si sobra se guarda. Sartén y licuadora están fáciles de ubicar, si necesitas ayuda, grita. Yo mientras pondré música y acomodo el carbón. —Creo que me tocó el trabajo más fuerte. —Y espero que lo hagas bien. Y por favor, también trae hielo, pero sin sabor a ajo —dijo Aviraz con un una risa que implicaba una mezcla entre súplica y orden. Juan inició su trabajo rápidamente. Dejó dorando los ajos a fuego medio, lavó sus manos con un poco de perejil, sal y abundante agua, las secó, sirvió hielo en una hielera y fue a la terraza con Esta mientras oía la música. —Chopin —dijo Juan a Aviraz— ¿cierto? —La Polonesa Heroica. ¡Una obra maestra! —Maravillosa. —Así es. Las cosas buenas y, así pasa con la música, se aprecian cada vez más. —A diferencia, de otras que aprendes a despreciarlas a medida que las escuchas,

por lo menos en cuanto a música se refiere. —En cuanto a muchas cosas. Hay mucha tendencia a simplificar y eso es bueno mientras no te simplifiques tú mismo. Puedes ser sencillo, pero no simple. Como la salsa que espero que traigas, es muy sencilla pero no simple. —No espero ganar méritos con ella, realmente es muy sencilla. —Entonces hazla con cariño. Juan regresó a la cocina y ya los ajos estaban dorados. Retiró la sartén del fuego y cortó casi todo el perejil, lo introdujo en la licuadora añadiendo un poco de aceite y sal hasta ver que no quedaba nada sin licuar, le sumó el ajó con la margarina, volvió a licuar y la sirvió en un recipiente. Al regresar a la terraza Aviraz le esperaba con su trago servido y se lo entregó. «Salud». Aviraz no dijo más nada, soltó su bebida y bañó las piezas de pescado con la salsa que recién le trajo Juan, untándola suavemente con sus manos. —En lo sucesivo tenazas y brochas. Juan ¿te puedo pedir un favor? —Dime. —Unta con aceite la parrilla y prende el carbón mientras lavo mis manos ¿Quieres algún acompañante? —Sí —respondió Juan viendo la cantidad de pescado—, quisiera acompañar este churrasco con este otro y quizás con este otro también. En mi opinión podemos picar y picar de esta delicia mientras conversamos. —Estoy de acuerdo —respondió Aviraz. —Seremos sibaritas monotemáticos. —Solo culinaria y musicalmente, espero. —¿Musicalmente? —Sí. —¿Y sibarita no se refiere al placer por lo culinario?

—No, sibarita se refiere al buen gusto, a lo refinado, a la calidad. Y me gusta si no se trata de arrogancia o del placer por ella, si no del placer del buen gusto y de compartirlo. —Se aprende algo todos los días —dijo Juan y continuó—. Te propongo entonces una conversación también monotemática. —Me lo temía. —Hablemos de monos temáticos. —Me sorprendiste —rio Aviraz—. Ambos enmudecieron por un rato mientras Aviraz lavaba sus manos y al llegar, Juan interrumpió el silencio: —Religión —¿Qué? —El “monotema” —respondió Juan. —¿Religión de monos? —Casi —dijo Juan riendo. —Explícate. —No, en realidad no es religión de monos, sino mi religión o la tuya, o la de ambos, si es el caso. —Tendremos un problema en ese sentido. —¿Por qué? —Porque no pertenezco a ninguna. —¿Eres ateo? —Para nada, creo en Dios. Créeme. —Listo, entonces creo que tenemos el “monotema”.

—¿Cuál es? —Dios —respondió Juan. —Hermoso y profundo. —Sí, estupendo tema para una noche despejada, profundamente negra y abundante de estrellas brillantes. —Cierto —dijo Aviraz observando el oscuro cielo—, pero ¿qué con eso? —Tanta grandeza y tantos misterios allí, a la vista pero inexplicables. Eso me inspira a hablar de Él. —Te entiendo. Pero la verdad es que Él se me da mejor con luz. —¡Pero no con calor! —dijo Juan sonriendo pícaramente. —Mas sí una gran calidez —respondió Aviraz a Juan mezclando un poco su picardía con ternura. Luego preguntó—: ¿Lo haces a menudo? Me refiero a hablar de Dios. —Para serte franco, no mucho. Pero siempre en escenarios como este: Una noche hermosa, unos tragos y un buen interlocutor. —¡Uy! ¡Pobre Dios! Seguro termina siendo la oración final de una mente nublada y una lengua entrapada. —Está bien, entiendo el punto. Pero nunca he pretendido banalizarlo. No recuerdo haber tenido un manual de “cómo entender a Dios” y aun así lo tomo muy en serio. —Como la salsa Juan. Se sencillo, no simple, y harás algo mejor que tomarlo en serio. Juan se obligó a sonreír pero no pudo ocultar un poco de vergüenza. Una mezcla de cuestionamientos pasaron por su cabeza mientras veía al viejo. Sin dejar de sonreír le dijo: —Para no ser de ninguna religión me da la impresión de que sabes algo del tema. Y sí, me gusta hablar de Dios, quizás no lo haga a menudo, pero es un tema fascinante.

—No solo sé del “tema”, siento el “tema” —dijo el viejo haciendo mímica de las comillas con los dedos y una mueca con la boca. —¿Y no me quieres decir cómo sientes y sabes del “tema”? —preguntó Juan imitando a Aviraz. —Claro que quiero, pero lo haré luego. Fuiste tú quien lo propuso, tú comienzas. Eres católico ¿verdad? —Sí. Pero no mucho. Quiero decir, soy de familia católica, me bautizaron, hice mi primera comunión, me casé ante la iglesia, llevamos a los niños a misa, pero cualquier excusa es “válida” para escaparse y ciertamente es lamentable porque ese es el único lugar donde uno oye de Dios y de Jesús, salvo en ocasiones como esta. —Te recomiendo la oración, es buena. —¡Olvidaba eso! Sí lo hago, no siempre, pero me gusta como lo hago y, de verdad creo que Dios me escucha. —Entiendo que sí y además le gusta escuchar. —Me cuesta creer que no seas religioso. —¿De cuál religión? —No sé ¡Qué sé yo! ¿Crees en Jesús? —Sí. ¡Claro está! —¡Uff! No sé cómo no eres cristiano entonces. —Es algo profundo que te explicaré cuando te diga cómo sé y siento del “tema”. —¿Serás capaz de perdonarme lo del “tema”? —Perdonado estás —dijo Aviraz riendo—. ¿Y tenías algo particular en mente? —¿En cuanto a qué? —A la conversación ¿Tenías algún tema específico? Y conste que este tema no

lleva comillas. —Realmente no, aunque tengo muy presente aun una conversación con alguien que afirmaba que el Diablo lo había tentado a hacer algo malo. Eso me pareció muy absurdo, era como tener a quien culpar por una tontería que hizo. Al rato, ya solo y pensando en su convicción, concluí que el Diablo no podía existir y ¿sabes por qué? —No, dímelo tú. —Porque Dios es Amor, Todo Poderoso y Creador de Todo. Si crees en Él con estos fundamentos, no puedes dar por existente a ese monstruo maligno, porque Él no lo hubiera creado. Y en consecuencia, tampoco existe el Infierno. —Ahora te toca a ti reponer mi trago. ¡Creo que me hará falta! —Bueno —dijo Juan entendiendo que para Aviraz su comentario fue muy vago —, sí no tengo razón no ha pasado nada, pero sería ideal que la tuviera — concluyó con una sonrisa nerviosa. Se levantó para quitarle el vaso a Aviraz y llenó ambos con hielo y las bebidas, mientras pensaba que no le importaba si hacía el ridículo mientras trataba de explicar su reciente teoría. Le entregó al viejo su vaso y se sentó. Aviraz se paró de la silla y dijo: —Gracias. Pondré estos trocitos de leña en las brasas y pronto pondremos los churrascos ¿Bien? —Estupendo. —Bueno Juan, mientras los trozos de leña arden en el Infierno… digo, arden con los carbones… Juan escupió el trago con la carcajada, se levantó de la silla para no ahogarse mientras reía y trataba de calmarse. Secó las lágrimas de sus ojos y miró al viejo con aprecio. —Creo que no podremos hablar seriamente del tema. —Sí que lo haremos, pero mientras tanto ¿no podremos divertirnos? —Claro que sí, viejo, claro que sí —dijo Juan ya casi controlado. —¿Viejo?

—Disculpa, lo dije sin pensarlo. —Sin pensarlo ahora, pero por lo oído, lo has pensado. —Sí, lo confieso, pero con aprecio y respeto. —No lo dudo y tampoco te reclamo. Sonó agradable. Vamos, continúa. —¿Diciéndote viejo? —No, con tu teoría del Infierno. —Querrás decir: con mi teoría de no existencia del Diablo y su “cálido hogar”. —Eso mismo. Vamos pues. Juan no sabía cómo comenzar e hizo silencio mientras pensaba la forma de hacerlo. Entretanto, Aviraz esperaba tranquilo, sin expresión de bromas ni de impaciencia por oírlo. —La verdad es que al tener que explicarlo no parece tan sencillo. Pero trataré de hacerlo basándome en los tres fundamentos que te mencioné y en el hecho de que el Diablo sea un ser igualmente poderoso que Dios, que es en esencia su contraparte en un supuesto equilibrio entre el bien y el mal… —Espera un poco. ¿Equilibrio entre el bien y el mal? Eso es caos. —Es como cuando dos naciones no se atacan porque reconocen que ambos son igualmente poderosos y podrían hacerse mucho daño entre sí. —No. Eso es equilibrio de recursos bélicos entre dos partes o más. El bien no necesita un ápice de mal para vivir bien, en paz. Aunque no te cuento cuánto bien se necesita en el mal para tener una esperanza de paz. El mal no es inherente ni está relacionado al bien, es su ausencia. Ten esto presente: El que siempre existió es el bien y es el de tus tres fundamentos. —¡A eso me refiero! Nunca lo hubiera explicado mejor. Entonces este señor Diablo sería creación de Dios. Y ¿cómo crearía Él un monstruo de esa naturaleza?

—Cuéntame qué fue lo que le pasó a tu amigo, el que te dijo que fue tentado por el Diablo. —Destruyó su familia, una muy bonita familia por una mujer. —¿Y cómo es ella? Me refiero a la nueva mujer. —Prácticamente perfecta. Tiene… —¿Parece un monstruo? —interrumpió Aviraz. —¡No! —Pero coadyuvó en la destrucción de esa familia. Estoy seguro de que Dios nunca ha agregado dosis alguna de maldad a sus creaciones. Tan solo las hizo libres. Y no esperes encontrarte con un dragón rojo con muchos cuernos para luchar contra el Diablo. —¿Piensas entonces que sí existe? —Pues si no lo creyera tu amigo me habría dado algunos indicios. Creo que tu apreciación fue muy inocente, deseable sí, pero te repito: las creaturas de Dios, sus hijos, son libres de escoger y algunos han escogido muy mal. ¿Qué piensas ahora de tu teoría? —¡Mandémosla al Infierno! —dijo Juan con un tono histriónico y gracioso. Entre comentarios y risas se dieron cuenta de que el hambre comenzaba a sentirse y dividieron el trabajo. El viejo regresó a colocar cuatro piezas grandes que estarían listas en pocos minutos. Juan nuevamente repuso las bebidas y le entregó el vaso, brindó nuevamente y caminó distraídamente hacia el mar, hasta un poco antes de la arena, justo donde terminaban la caminería y la tupida grama. Disfrutó del fresco viento y del sonido del mar, el cual apenas se oía. A la izquierda estaba la lancha de Aviraz sobre un remolque y este enganchado a un cabrestante fijado al suelo de la playa. Al sentir ganas de hacerse a la mar, recordó querer estar solo, sin embargo, se sentía satisfecho y feliz de su compañía. Quizás saldrían temprano a pescar. «¡Ojalá!». Pensó. —¡Un detalle! —gritó Juan dando un giro rápido y caminando aceleradamente hacia la terraza—. No hice llamadas al banco ni a mi familia ¿me prestas el

teléfono? —Por supuesto, usa el de la cocina. —Gracias. Después de recibir sus merecidos reproches por no haber informado de él y contarle la historia del día a Cristina, habló con cada uno de sus hijos y los bendijo, prometiéndoles que regresaría a más tardar el domingo por la mañana. Se despidió de su esposa con la misma promesa y colgó. Al regresar Aviraz ya estaba cortando los churrascos en pedazos pequeños para picar. —No puedo acostarme sin haberles dado la bendición. —Yo los bendigo a cada momento. —No habíamos hablado de nuestras familias ¿Tienes hijos? —Seguro. Por cierto ¿llamaste al banco? —No. Realmente no tengo el teléfono ni los datos para bloquear las tarjetas y chequera. El lunes llamaré a mi agencia. —Ciertamente no tienes necesidad de apurarte, no creo que los peces te las usen. —Si te cuento, lo pones en duda. —¿Por qué? —Una de las cosas locas de hoy. No saqué nada, pero había muchos y no exagero, una gran... ¡Umm! ¡Qué bueno está esto! —dijo Juan interrumpiéndose y tomando otro trozo. —¿Pongo más para dentro de un rato? —Ni lo dudes. Por cierto excelente música. —¡Así lo es! En un rato, en lo que terminemos de comer y recoger, subiré a acostarme y puedes quedarte oyéndola.

—¿Y no hablaremos más del “tema”? —preguntó Juan retomando la mímica anterior. —¿Podrás perdonarte tú mismo? —Solo bromeaba. ¿Te gustaría un tema en particular? —Me preguntabas hace rato si creía en Jesús. ¿Quién es Él para ti? Catecismo en edad escolar, muchas misas, uno que otro artículo o libro leído y algunos emotivos e inspiradores cielos estrellados, no fueron suficientes para que Juan se sintiera cómodo y con dominio de la conversación, verdaderamente no sabía qué decir. Aun sus oraciones, verdaderamente fuertes y sinceras, no fueron suficientes para sentir autoridad de hablar de Él. Ciertamente, ni para sentir permiso de balbucear. Tal parecía que la conversación con Aviraz sería tan estéril como cualquier otra de las pocas que tuvo en el pasado con amigos. Podría decirse que así fue, pero ambos compartieron pareceres y se divirtieron con bromas que se jugaron entre sí. Ya Juan sabía que el día siguiente sería maravilloso y, lo mejor para él, es que supo que estar con “este viejo” era cien veces mejor que estar solo. Luego de casi dos horas de entretenida conversación nada monotemática, durante la cual Juan trató de averiguar cómo y cuándo dejaron de hablar de Jesús, él sintió consideración con el viejo y lo invitó a que descansara, a pesar del deseo de continuar conversando. —¿Me botas de mi propia terraza? —No, la paso muy bien. Solamente que no quiero que te sientas obligado a estar aquí atendiéndome si estás cansado. —Ya no tengo que atenderte, te sientes como en tu casa y cuidado si estás más cansado que yo. —Pues sí que lo estoy, pero aguanto un poco más. —Creo que mejor acepto tu sugerencia, subiré a dormir ya para levantarnos temprano y salir a pescar.

—¡Vale! Estaba esperando la invitación. Regresemos temprano para ocuparme de cómo regresar a mi casa. ¿Te parece? —Trato hecho. Juan le ofreció recoger y limpiar todo y Aviraz aceptó agradecido. Le dijo a Juan que le agradaba más ver cómo ya él sentía su casa como propia, que la misma ayuda en sí, y este le respondió que con sinceridad no estaba solamente retribuyendo una atención. Le dijo también: —No solo ha sido un gran día para mí —y enmudeció repentinamente recordando la mala fracción del día y luego prosiguió—: bueno, gran final de día para mí, sino que estoy deseoso de que amanezca y sigamos hablando mientras pescamos o intentamos hacerlo. —Quedé con una deuda —dijo Aviraz. —Sí. Por alguna razón no la he podido olvidar, pero me digas o no cómo sientes o sabes del “tema”. Sé que mañana será un día maravilloso. —Dios te bendice Juan. —Amén y a ti también. Para Juan, Aviraz debía haber sido muy religioso, quizás hasta fue monje o sacerdote y por alguna razón desertó, pero sin dejar de creer. Según le contó, había nacido en Polonia y emigrado a Italia, nunca se había casado y tampoco estuvo en la guerra. De Italia vino a Venezuela hacía apenas unos pocos años, pese a la increíblemente perfecta pronunciación del español. «¡Pero tiene hijos! —pensó y continuó—. ¡Ummm! quizás por eso desertó». Recogió y limpió todo, hizo un paseo por la arena frente a la casa, alrededor de la lancha, mientras terminaba “el del estribo” y se acostó, no sin antes subir un poco el sonido y seleccionar la tecla “aleatorio” y, de esa manera, comenzó a escuchar nuevamente la “Polonesa Heroica”.

II

Bendita madrugada

Primera Parte

Un despertar revelador

L a música dejó de sonar y el silencio despertó a Juan. A pesar de las luces de las lámparas que dejó descuidadamente encendidas al acostarse, podía ver en el firmamento que las estrellas se iban apagando mientras daban paso a los primeros rayos del sol. Casi todas, pero no así las menos tímidas, que según parecía, se quedarían a ver el amanecer. Le encantó esa idea y más aun verlo desde el mejor punto de ese lugar: sumergido en la orilla del mar. Eso le serviría de despertador y así lo hizo. Tomó su traje de baño y se cambió rápidamente ocultándose con la lancha. Caminó a la orilla y no paró hasta que el agua le cubrió las rodillas, se lanzó de cabeza, contuvo la respiración unos segundos y sacó la cara para respirar nuevamente, quedando en posición relajada y en espera de que la “bola anaranjada” saliera entre los matices cada vez más brillantes que se veían en el horizonte. “Te recomiendo la oración, es buena”, le había dicho el viejo. Y qué mejor momento y lugar para hacerlo. Se persignó, rezó el Padre Nuestro y, en pensamientos, inició su oración: «Buen día Dios, bendíceme este día. Perdóname, por favor, las cosas malas que pude haber hecho ayer y en mi pasado y, guíame para no repetirlas. Te doy gracias por este bonito amanecer y por el día de ayer. ¿Qué te parece el viejo? Para mí es muy agradable. Te apuesto a que fue monje o algo así. En un momento dejaré de hablarte desde aquí, Tú me entiendes, quiero sorprenderlo con un buen desayuno y no soy bueno concentrándome en dos cosas a la vez, sabes que te quiero y sé que siempre me acompañas y por cierto cuando sea el momento, dame una ayudita con la pesca. ¡Qué pases un gran día! En tu nombre, el de Jesús y el del Espíritu Santo». Salió del mar, se quitó el agua salada con manguera, se secó y cambió de ropa, se dirigió a la cocina y vio la mesa elegantemente puesta y, al centro, una bandeja de frutas frescas y una jarra de leche helada. —¡Buen día Juan¡ —Aviraz apareció por la puerta que da al interior de la casa—. Siéntate y comamos — Juan se sentó y, entre dientes, correspondió el saludo de Aviraz. —¡Cuánto desánimo! ¿No te gusta el desayuno? —preguntó el viejo mientras servía a Juan.

—Sí. Sí me gusta, pero te juro que no oí nada, no vi otra luz distinta a las que dejé encendidas y, además, te hacía dormido. Venía muy dispuesto a prepararte el desayuno y de pronto veo que todo está listo. —No tienes que jurar, lo sé. Lamento cortarte la ilusión pero anoche decidí que hoy temprano cumpliría simbólicamente contigo una promesa que te hizo Jesús y así lo estoy haciendo. —¿Qué promesa y cuál Jesús? —¡Católico de pacotilla! —¿Jesús de Nazareth? ¿Jesucristo? —Sí, tu Maestro. —Y el tuyo, supongo. ¿Y cuál promesa? —La de que si te mantienes despierto en la fe y sin que sepas cuándo será, Él mismo llegará, te hará sentar a su mesa y te servirá. —¿Jesús dijo eso? —Palabra más, palabra menos. —¿Y tú pretendes cumplirla conmigo? —rio Juan. —Simbólicamente sí. —¿Simbólicamente? No entiendo. —Sí, porque esta no es la mesa, no es el momento y no soy Él, pero puedo hacerlo. —Pues esta es mi mejor madrugada en años. Estoy sentado a la mesa con, y siendo servido por el enviado de Cristo —Juan recordó y rio—. Por eso el señor Aviraz sabe tanto del “tema”. Aviraz rio cuando Juan reaccionó con el gesto de las “comillas”. Le deseo buen provecho al viejo, mientras ambos disfrutaban de los variados cereales con frutas y un batido de lechosa que Aviraz se ocupaba de reponer a medida de que

vaciaban sus vasos. Ambos se miraron con la picardía de quien está próximo a gastarle una broma al otro y Juan se adelantó. —Si fueras realmente enviado de Cristo me habrías hecho huevos fritos con tocineta —dijo Juan sonriendo y Aviraz, tras una pausa, respondió con una pregunta. —¿Qué se supone que haremos ahora? —¿Respecto a qué? —¿Cuáles son nuestros planes para hoy? —preguntó Aviraz intentando recordárselos. —¡Ah, por supuesto! Salir a pescar. —Entonces créeme que un enviado de Cristo no te serviría laxantes huevos fritos para que luego salgas en una pequeña lancha y menos si él va a estar contigo. Ambos continuaron comiendo y riendo. Y Juan agradeció el desayuno que, según le repetía al anfitrión, estaba delicioso. Luego le hizo una pregunta aparentando no darle importancia. —Y si hubiéramos decidido quedarnos en tierra cerca de la casa ¿Qué me hubieras preparado? —Podría ser un par de jugosos medallones de lomito sobre una cama de buen jamón y cubiertos con dos huevos fritos, a su vez cubiertos con salsa holandesa. —¡No puede ser! ¡Eso es Aviraz! No te engaño, este desayuno está de lujo, pero lo que describiste ahora es, para mí, el desayuno ideal. Lo hago con menos frecuencia de la que quisiera. Retiro lo dicho antes. ¡Sí eres el enviado! —No lo soy, no dije serlo y, no puedo serlo. —¡No me digas! Jamás hubiera podido imaginar que no lo eras. —Miró fijamente al viejo luego del sarcasmo y siguió—: Y a ver señor —dijo con ironía jocosa—, ¿por qué dices que no puedes serlo? —Porque el enviado no puede enviar a quien lo envía.

—Quizás sea porque mi cerebro necesita algo de “calentamiento” en las madrugadas, pero no entiendo —dijo Juan, luego de tratar de pensar un rato. Hizo de nuevo una pausa y continuó—, ¿te refieres a Jesús cuando hablas del enviado? —Sí. —“El enviado no puede enviar a quien lo envía” —analizó Juan—. El enviado, Jesús, no puede enviar a… ¿Dios? ¡Te pasaste! —¿Qué no te gusta?

—Tú —rio Juan—. ¿Lo que quieres decir es que tú eres Dios en este tema de enviados? —¿Insistes con el “tema”? —preguntó Aviraz con la ya usada gesticulación y sonriendo. Luego continuó—. Te lo digo de esta manera —siguió con ternura—: Juan, hijito mío, ahora mismo te hablo con propiedad, seriedad y autoridad y, quien te habla, este viejo que tienes enfrente es Dios, tu Padre del Cielo. No te diré más nada, ni me dirás nada hasta luego de que recibas una llamada. Será una señal. Juan forzó el silencio haciendo muecas y esquivando la mirada de Aviraz. No entendía su cambio de actitud y pensaba: «¿Por qué hacer una afirmación tan absurda? ¿Para qué? No le encuentro la gracia a eso». Se sentía un poco incómodo. Consideraba que había que manejarse bien entre los límites de las bromas y siempre esperaba que la gente lo hiciese. Su mente continuamente daba vueltas: «Y este viejo tan especial ¿estará mal de la cabeza?». Trató de evadir o más bien desviar esa conversación y su “gracia” iniciando otra, pero cuando abrió la boca para hablar, Aviraz le respondió con un “¡nop!” acercando el índice derecho a su boca, para luego dirigirlo hacia el teléfono. Juan siguió la mirada hacia donde señalaba Aviraz y enseguida el teléfono repicó sorprendiéndolo. —Atiende, es para ti —le dijo. Obedeció de inmediato pero caminando lentamente en un estado de confusión. Aviraz tocó a Juan por el hombro, mientras salía de la cocina hacia la playa y lo dejó solo con su llamada. —Aló.

—Juan, mi amor, buenos días. ¿Cómo estás? —Era Cristina para alivio de Juan. —Hola, mi vida. Bien ¿Cómo amaneciste? —Bien también. Discúlpame con el señor de la casa. ¿Crees que le moleste la llamada? —No, tranquila. Creo que estaba esperando una. Sí me extraña la hora. ¿Sucede algo? —Es que parece que pasó algo muy bonito y quería —se interrumpió—, mejor dicho, tu hija quiere contártelo a ti directamente. Te la comunico. —¿Qué será? La espero. Dile que no cuelgue al terminar. —¡Papi! —dijo Sofía emocionada. —¡Dios te bendiga hijita! ¿Cómo amaneciste? —Bien ¿Sabes? —¿Qué? Dime. —Tuve un sueño que no fue un sueño. Caminé con Jesús por una playa y hablamos mientras veíamos salir el sol. Era muy lindo. Me dijo muchas cosas bellas que no recuerdo, pero sí recuerdo que me enseñó una casa y una lancha y me dijo: «¡Allí están tu papi y mi Papi!». —¡Ay Dios! —¡Ay Juan! —gritó Aviraz desde la playa imitando la entonación. —¡Qué bonito hijita! —respondió Juan, mientras imaginaba al viejo emulando su expresión. —¿Y fue así? ¿Sí estabas con su Papi? —Sí —contestó Juan desinflándose y retomando ánimo—, creo que sí. Y estoy feliz, dile eso a mami. Cuéntale todo tu sueño y dile que yo sé que es verdad y que luego los llamo.

—Aquí está mami. —¿Juan? —Sí, mi amor. ¿Oíste? —Sí. ¿Pero con quién estás en la playa? —Sofía te lo dirá y yo te contaré todo luego. Déjame entender algunas cosas, pero estoy bien. —Ahora estoy preocupada. Y te repito que sí oí. ¿Qué locuras son esas? —Locuras o no, mi amor, no hay por qué preocuparse, confía en mí. —le respondió Juan sin saber si mentía o no. Se despidieron y Juan colgó. Inhaló y exhaló un par de veces y miró al techo buscando fuerzas para encaminarse a buscarlo—. «Sí, pero ¿buscar a quién? ¿A un loco? ¿A quién?», pensaba mientras caminaba.

II Bendita madrugada

Segunda Parte

Dios escucha nuestras oraciones

A llí estaba Él, cerca de la lancha, parado sobre una arena más blanca y más fina que rato antes, algunos metros atrás de una grama más tupida y verde que hacía unos minutos y apenas a unos metros frente a Juan. Todo parecía tener brillo propio. Por lo menos el suficiente para que el sol, casi frente a sí y detrás de la espalda de Aviraz, no opacara nada de lo que se apreciaba en la visión de Juan. Su sonrisa era toda una expresión de amor, de placer, de ternura y, hasta de picardía, como la que le había conocido la noche anterior. Allí estaba Él, Aviraz, el Viejo o «¿Dios mismo? ¡Parecen cosas de loco!», pensó. Pero estaba allí, con los brazos abiertos esperándolo. —Buen y feliz día tienes Juan, hijo mío. Te bendigo este y todos los días. Eres bueno y compasivo, por tanto te son perdonadas esas cosas malas que pudiste haber hecho en el pasado y las de ayer, especialmente por haberme dicho “presumido”. Abre tu corazón a mí para guiarte a no repetirlas. Ábreselo a Jesús porque Él te traerá a Mí, a este viejo que no “fue monje, ni algo así”, quien te ama y quiere que lo ames. Te he regalado este amanecer y me siento feliz de que lo aprecies. ¡Ven acércate y tengamos un hermoso día! Juan, débil, se dejó caer de rodillas al terminar de oír la respuesta a su oración del amanecer, una oración que solo había resonado en su mente. Sentía una mezcla de las mejores emociones que había experimentado en su vida y las lágrimas no tardaron en caer como cataratas para su desahogo pleno de felicidad. Aviraz se acercó a Juan y cariñosamente le sacudió su cabeza, haciéndole perder el equilibrio y terminar sentado en la grama. Él lo acompañó a un lado y le habló. —¿Confundido o con dudas? —No, hace rato sí. Pensé que estabas algo loco. —Tras un silencio continuó—. Ahora tendré que descifrar si soy yo quien está loco. —Otra pausa y siguió—. Pero si esto es estar loco, bienvenida la demencia. —Y optó por callar un rato.

El silencio no era el de dos interlocutores que, después de una ráfaga de frases de uno o dos temas ya agotados, esperarían aburridos hasta que el otro iniciase algún otro. Ese silencio era el espacio que necesitaba Juan para adaptarse, para “pisar tierra”, o más bien “¿para alzar el vuelo?”, y Dios graciosamente se lo concedió. Volteaba de un lado a otro intentando descubrir algo que no pudiera ver mejor, algo que no tuviera el brillo especial que acababa de experimentar. Juan, con defectos de vista y algo conocedor de la óptica, sabía que al estar en un ambiente muy iluminado, las pupilas de sus ojos se contraían dejando pasar poca luz al globo ocular y, que mientras más se contrajesen, más nítidos se verían los objetos. Pero ahora era distinto, era un brillo verdaderamente especial y él mismo se veía así. Para Aviraz, era evidente la motivación que tenía Juan al observar todo cuanto le rodeaba. —Me estás sintiendo. Estás cerca de Mí. Tú espíritu y el mío —le dijo interrumpiendo el silencio y luego siguió hablando. —¿Seguro que no tienes dudas de quién soy? ¿No te parece que estás siendo fácil de convencer? —¿Fácil? La llamada, el sueño de Sofía, “…tu papi está con mi Papi”. Tu respuesta a mi oración. Este brillo que, según me dices, es porque estoy contigo, porque te estoy sintiendo. Además era imposible que me oyeras diciendo “¡Ay Dios!” —Juan se interrumpió con su propia risa recordando el “¡Ay Juan!” de Aviraz. —Lástima, me duele decirte que estoy un poco decepcionado. —¡No entiendo! —respondió Juan sumamente confundido—. Me siento en las nubes, en el Cielo, no lo sé, no entiendo tu decepción. —¿No me pedirás ni una pequeña señal? —Es que siento que… —Juan interrumpió la frase, miró a los ojos a Aviraz y la cambió—. Perdona que no entendiera, es broma ¿cierto? Y por cierto, ¿cómo te llamo de ahora en adelante, Aviraz, Viejo y, perdón por esa última, Dios o Señor? —A decir verdad, todas me gustan, lo haces bien. Y si no quieres pedirme una señal, no lo hagas, igual te la daré. —Quieres que te la pida por diversión. ¿Verdad? —preguntó Juan pícaramente.

—¡Para eso estoy aquí! —¿Para divertirte? ¿Solamente eso? —rio Juan— ¿Un pequeño tour por la Tierra? —Diría mejor “un pequeño tour con Juan donde sea”. —¿Conmigo? —Juan volvió a quebrarse entre emociones y sus lagrimales comenzaron a exprimir lo poco que le quedaba. Juan secaba sus lágrimas, mientras reía diciendo—: Quién sabe cuántas cosas pasan por mi cabeza, creo que las que ya quiero expresar, las que no, aquellas que no sé, pero en fin, no sé cuál es cuál. En todo caso ¡Bienvenido al Parque Nacional Morrocoy! ¡Disfruta el tour! Y espero llenar tus expectativas. —Juan sonrió en medio del gimoteo y Aviraz lo siguió. Se acercó a Juan, lo abrazó con fuerza y besó su cabeza y este respondió con un fuerte apretón con el cual disipó la timidez. Juan no cabía en sí mismo. ¿Qué habría hecho él para merecer esta gracia literalmente divina? Estar sentado con Dios en la grama viendo un hermoso paisaje, callados ambos mientras continuaba secando las últimas lágrimas de sus mejillas y esperando un gran día. Ya la pesca no importaba, la soledad estaba prohibida. Pensaba cómo le contaría a Cristina, a sus hijos, a sus padres y hermanos, a los amigos: «Disfruté toda una noche con el mismo Dios… —y, anticipándose a los hechos, siguió—…disfruté mientras pescamos, hablamos de todo y solo para divertirnos todo un fin de semana. ¿Será así?». Rio para sus adentros imaginando la cara de incrédulo de todos. De todos menos de Cristina y sus hijos. En casa habían tenido una experiencia vinculada a esta: «El mismo Jesús paseando con mi hija. ¿Un sueño? Yo sé que no lo fue. De alguna manera no lo fue». Juan se incorporó y le ofreció la mano al Viejo para ayudarlo a parar. Sentía la inquietud de un niño por tantas preguntas qué debía y quería hacerle, por tantas cosas que quería decir, pero lo más inquietante era que habría respuestas para las cuales él no tendría preguntas. Consideró que era mejor calmarse y dejar que todo fluyera. Iniciaron una caminata y Juan comenzó a hablar. —Si viniste a divertirte, nos divertiremos. Será un compromiso divinamente agradable. Pero inevitablemente creo que seré algo curioso. ¿Puedo serlo? —Juan, como un libro para niños. Aprende divirtiéndote. Yo me divierto

mientras aprendes. —Tengo una pregunta. Que esperes siglos y siglos para algo, es algo que creo entender, por lo menos medianamente. Pero que hayas venido hace unos buenos años, primero de Polonia, luego de Italia, luego años en Venezuela, es mucho tiempo. No sé, en concreto, ¿solo has esperado este momento, todo ese tiempo? —Es así. Ciertamente he hecho otras cosas que pudieron hacer mis ángeles, pero ya que vendría quise ocuparme personalmente, sobre todo de algo muy especial. —Comprendo —dijo Juan entendiendo que lo que acababa de oír era algo más que un simple sí o no, y que no debía tratar de saberlo todo—. Creo que me ocuparé de disfrutar en paz mis momentos contigo. Con la paz, todo vendrá por añadidura. —¡Inteligente actitud Juan! —respondió Aviraz mientras llegaban a un lugar en la playa previamente preparado con cañas y todo tipo de aparejos para la pesca, incluyendo carnada y sillas—. Y mientras disfrutamos hablar, ¡disfrutaremos la pesca! —¡Vaya! Mientras yo consideraba atenderte, ya Tú habías hecho todo. ¿No saldremos en lancha? —Luego. Por ahora probemos suerte aquí. —Pero entonces ¿los medallones? —preguntó Juan riendo. —Luego saldremos. No estoy loco. —Ambos rieron.

III

Misiones celestiales

L a preparación de las cañas fue tarea extremadamente fácil. Aviraz había guardado suficiente carnada, cada una en un anzuelo atado a su cáncamo, y todo lo que había que hacer era engancharlos a los extremos preparados de las líneas de pesca en un par de enormes cañas de aproximadamente cinco metros cada una. Juan lo agradeció mucho, ya que aunque sentía la calma que se había propuesto, de vez en cuando le entraban sobresaltos de emoción y estos no son buenos compañeros de los anzuelos. Lanzaron las líneas y estas cayeron a unos ciento veinte metros. Ambos se miraron como diciendo: “Empezó la diversión”. —¿Y ya terminaste ese asunto especial del cual te ocuparías personalmente? Digo, si puedo saber. —Sí. Lo que debía evitar que pasara, lo evité y lo que sí debe pasar, va por buen curso —hizo una pausa y siguió—. ¿Podrías creer que a quien debí detener, era parte importante de un grupo pequeño que pretendía asesinar al Papa, a Pio XII? —Bueno, me lo dices y te creo. Pero ¿por qué? —Fue durante la era Nazi. La posición de la Iglesia Católica frente a estos, respecto a la persecución de los judíos, fue muy delicada. El Papa, la Iglesia pues, sabía que no debía enfrentarlos con mucha fuerza porque se convertirían también en perseguidos y de esa manera no podrían ayudar. Esa posición de la Iglesia o la crítica que esta hacía, era muy generalizada y aislada. Pero gracias a ella y a la manera prudente como fue llevada a cabo, se salvaron cientos de miles de judíos a quienes se les entregaron, clandestinamente, actas de bautizo cristiano, entre otras formas de ayuda. De eso, por supuesto, tampoco se podía hacer propaganda, por lo que muchos ignoraban la verdadera labor que se realizaba y en consecuencia algunos tildaban a la Iglesia de Nazi, especialmente al Papa. —Es decir, que los que querían asesinar al Papa eran anti nazi.

—Correcto, y entre ellos hubo un voluntario para disparar, un polaco católico que luego vivió en Italia. Józef Mola, ese era su nombre. —O sea que el plan de tus ángeles y que finalmente ejecutaste Tú mismo, era impedir que esa persona disparara y entonces salvarle la vida al Papa. —No. Claro que lo hubiera hecho con gusto, pero no había necesidad. El plan fracasaría de cualquier manera, pero a tu abuelo pudieron matarlo o apresarlo. —¿Mi abuelo? ¿Cuál de mis abuelos? ¿Y qué papel tiene alguno de ellos en todo eso? —¡No te lo dije! —le respondió el Viejo con palabras, mientras que con sus gestos y actitud, le indicaba que no había sido un descuido. Siguió—, Józef Mola era tu abuelo materno. —Perdóname Dios pero mi abuelo era italiano. —Sí, Giuseppe Abbatangello. —¡Claro! ¡Pero ahora que sé que estás claro, yo estoy más confundido! —Te explico. El papá de tu abuelo, tu bisabuelo Mola, era un polaco de carácter muy fuerte, pero también muy noble y valiente quien, a fines de la ocupación de la Rusia Imperial y por defender a unos vecinos suyos, tuvo problemas serios con un oficial del Zar y se vio en la necesidad de huir de Polonia a Italia para evitar que lo asesinaran. Con ayuda de otros militares, rusos también pero buenos amigos, consiguió identificación Italiana para los tres, tu bisabuela, tu abuelo y él. Pasaron de ser la familia Mola que vivía en Varsovia, a ser la familia Abbatangello de Roma, por supuesto con nombres italianos. Tu abuelo fue Giuseppe. Tan discretos fueron los tres, que ni tu mamá, así como ninguno de sus hermanos, conoce esta historia. —¡Polonia, Italia, Venezuela! ¡Mi abuelo, yo! —exclamó Juan—. No voy a dar vueltas a la cabeza. Interviniste para salvar a mi abuelo. ¿Es así? —Sí. Eso es exactamente así. Con respecto a su misión en la Tierra ocurrió un accidente y había que intervenir, —¿Te refieres a una misión del Cielo? ¿Algo especial?

—Sí claro, misión del Cielo. Pero especial, no precisamente él. —¿Yo? —Preguntó Juan después de pensar velozmente—. ¿Salvaste a mi abuelo para que yo pudiera existir? —No. Claro que lo hubiera hecho con gusto, pero no precisamente por ti. —¿Sofía? ¿Por eso ella tuvo un sueño “que no fue un sueño” con Jesús? — preguntó Juan después de pensarlo con calma. —Exacto. No te hablaré mucho al respecto. Ella tendrá revelaciones cada vez más claras de cuál es su misión. La tuya y la de Cristina es ser buenos y amorosos padres. Sencilla, pero no simple. —No entiendo. Trataré de resumir. Naciste o encarnaste en Aviraz hace unos ochenta años aproximadamente. ¿Es así? —Ochenta y nueve años. —¡Luces bien, más joven! —Gracias. —Sigo. Básicamente naciste para impedir que mataran o detuvieran a mi abuelo y de esa manera él se casara con mi abuela, tuviera a mi mamá, luego mi mamá a mí y yo a Sofía. —No, encarné en Aviraz para este momento. No confundas mi espontánea ayuda a los ángeles con el propósito de mi encarnación, tú y ahora. Los planes de que tus abuelos maternos se conocieran y se enamoraran pudieron manejarse perfectamente sin mi intervención directa. —Tengo tantas preguntas —dijo Juan sin saber por cuál empezar—. ¿Y por qué nosotros exactamente como resultamos? ¿Por qué no hubiera servido que mi abuela se casara con otro y entonces tuviera una hija que no sería exactamente mi mamá, y un nieto que no sería exactamente yo, ni mi hija exactamente mi hija, pero el plan seguiría? —Porque así como en el Cielo preparamos todo para que los planes fluyan como fueron ideados, en la Tierra las circunstancias terrenales que rodean a quien debe

cumplir una misión, sobre todo tan especial, también deben ser preparadas para que el plan fluya. Y las costumbres, la genética, el lugar y el tiempo con y en los cuales nace y crece Sofía, son los ideales. —¿Tan importante es su misión? —preguntó Juan sorprendido—. ¡Mi hija! —Si lo es, aunque no lo entiendan o no lo noten cuando ocurra. Por tanto cumplan ustedes la misión que les he encomendado, para la cual vinieron. Recuerda, es sencilla. Y vivan la vida sin angustiarse por la curiosidad. —Y esos ángeles responsables del plan ¿son algo así como nuestros ángeles de la guarda? —La pregunta le llevó a otra—. ¿Ellos realmente existen? —¿Te respondo simplemente: sí o no? —No sé, como creas conveniente. —Sí existen los ángeles de la guarda, los que te protegen, los que te guían y los que te dan fuerza. Y claro, cuando un ángel es encargado de proteger, de guiar o dar fuerza, es porque es parte del plan o de la misión de vida de alguien. —Creo que tengo luz. Es sencillo, básicamente de unas generaciones para acá todos los de la familia vinimos con la misión de crear el ambiente necesario para mi hija, en el lugar y el momento correcto, y somos ayudados desde arriba. —¡Inmejorable resumen! —Y ya todos cumplimos la misión —afirmó Juan. —No, Sofía es todavía una niña y ustedes muy importantes en su vida. —Creo que hemos venido cumpliendo bien nuestra misión. ¿Lo crees así? —No me cabe la menor duda. ¡Oye! Como que están picando la carnada. Mientras Aviraz trataba de detectar movimientos en la línea, Juan pensaba o se preguntaba por qué él, y por qué por diversión. «Disfruta Juan, únicamente disfruta», se aconsejaba a sí mismo. Pero había algo que sí le incomodaba y no era por la divina visita, sino por algo de lo cual acababa de enterarse. Le angustiaba pensar que lo que hacemos aquí en la Tierra es manejado desde el

Cielo. «¿Seremos una especie de marionetas angélico-comandadas? ¿Por qué? ¿Para qué? No hay preguntas estúpidas —pensó Juan—, simplemente hazlas». Se ordenó. El pensamiento de Juan se interrumpió al ver que la línea de Aviraz se tensó y dobló ligeramente la caña que reposaba en el portacañas. Lo vio moverse rápidamente para iniciar “la pelea” que parecía ser fácil. Minutos después pasó lo mismo con la línea de Juan, pero la caña se dobló más. La tomó en sus manos y asiéndola con las piernas comenzó lo que parecía ser una gran pelea. —¡Este si es grande! —gritó Juan inflado de orgullo, mientras que veía a Aviraz terminar de recoger su pequeña pieza. Un cazón de escasos sesenta centímetros. —Y este se regresa a casa —comentó el Viejo mientras retiraba el anzuelo y soltaba al pez—. ¡Vamos a ver qué tienes! —le dijo a Juan mientras se paraba a su lado. Juan calculó que su presa estaría en la zona donde revientan las olas y tendría que saber lidiar con eso para aprovechar la corriente a favor y evitar que la contraria le reventara el nylon. Lo hizo bastante bien, pero algo no le parecía normal. —No sé —comentó—, ya no lo siento como una pelea, parece más bien un peso muerto. Indistintamente Juan siguió recogiendo, pero ya desanimado. Segundos después se lo confirmó al Viejo. —Sí, un peso muerto. Ya pude ver que se trata de una bolsa o algo parecido. No me harás bromas por esto ¿verdad? —No —contesto Dios, e hizo una pausa durante el tiempo exacto para que Juan pudiera ver claramente de qué se trataba su presa y continuó—. ¡Ya hice suficiente! —¡No lo puedo creer! —Juan volteó y vio como la sonrisa de Aviraz se unía a sus orejas. Se adentró al mar para tomar su presa con las manos y regresó carcajeando mientras retiraba el anzuelo del asa de su maletín, el mismo que había perdido el día anterior. Más calmado, lo abrió y se dio cuenta de que estaba completamente seco por dentro. Esperando ver su reacción, Aviraz preguntó: —¿Y eso si te parece una

buena señal? Sentado en la arena, Juan parecía verificar todas sus cosas en el maletín, pero realmente pensaba o más bien deseaba que ese día no terminara nunca. «¡Qué buen día! —pensó— ¿y ayer?». —¡Fuiste Tú! ¡Los Merosappiens! —Era el turno para que el Viejo carcajeara y ahora Juan sonreía disfrutando aquella escena. Él era Dios y allí estaba, el cuerpo de un viejo y la actitud del niño más feliz del mundo. —¡Imagínate! Yo, de paciencia infinita, casi la pierdo esperando ver tu cara cuando vincularas lo de ayer conmigo. —¿Te puedo hacer una pregunta muy en privado? —preguntó Juan. —Por favor, hazla. —Dime la verdad. ¿Realmente Tú creaste el universo? Mientras Juan reía y a la vez disfrutaba la risa espontánea del Viejo, sumaba razones para estar feliz. «Me siento libre, desinhibido. Este es Dios y solo me pide que nos divirtamos. Bendito es este día de mi vida».

IV

El libre albedrío y la inspiración

L a pesca de orilla dio algunos resultados, los suficientes para sentirse satisfechos y mantenerlos conversando amenamente de la pesca, pero ninguna de las presas llegaría a la mesa, todas volvieron al agua. Aviraz preguntó a Juan si quería pescar en la lancha y este respondió con un brinco. Comerían de los croissants de jamón y queso que había comprado Juan, y que todavía estaban en el maletín. No querían perder tiempo en preparaciones. Recogieron la cava de las carnadas y Juan buscó una para las bebidas y el hielo. En la lancha, Aviraz ya tenía el resto de las cosas para pasar un buen rato de pesca. El Viejo embarcó cuando la proa todavía tocaba la arena de la orilla y Juan empujó el bote a aguas más profundas para que Él pudiera bajar la propela y encender el motor. Una vez listos Juan abordó con ayuda y se dirigieron a mar abierto con el Viejo como capitán sentado en la popa. —¡Adéntrese cuanto guste, Capitán! ¡Confío en Usted! —No iremos muy lejos. Y gracias por confiar en Mí. Si bien el mar no parecía un plato, estaba bastante tranquilo. Navegaron en silencio durante aproximadamente media hora. Pero no era un silencio expresamente deseado, sino el resultado del ruido del motor. Aviraz señaló a Juan el sitio donde quedarían a la deriva mientras disfrutaban de la pesca y la conversación. Juan agradeció un gran grupo de nubes blancas que sin marchitar la belleza del día, le daban suficiente sombra para no tostarse la piel bajo el sol de ya casi el mediodía. Se preguntaba si era la naturaleza actuando sola o, si habría sido que el Viejo había solicitado un toldo. Rio para sus adentros y ya a punto de apagar el motor sirvió un par de vasos con jugo que había quedado del desayuno y le ofreció el suyo a Aviraz. —Gracias

—Es un placer. —Para mí también lo es. —Gracias —dijo Juan—. Quedé con una duda, si puede llamarse así. ¡Salud! —¿Sobre si yo creé el universo? —No. Es decir, no dejaré de preguntarte acerca del Big Bang, pero me refiero a otra cosa. —¿Big qué? —interrumpió Aviraz. —La creación del Universo, la gran explosión, el Big Bang. —Entiendo. Pero a mí me sonó como miles y miles de rayos de gran energía tronando mucho. Otra gran energía pujando hasta hoy día para escapar. Ustedes la llaman “energía oscura”, y otra, a la cual llaman “materia oscura”, conteniéndola hasta quebrarse y dejar libre a las primeras, pero aun así dándoles forma. Todo en medio de rayos y explosiones de más energías colisionando dentro de un gran Boooonggg. Luego poco a poco, los sonidos se esparcieron y estas energías comenzaron a transformarse en elementos y estos en masas que se conformaron en sistemas y, aun lo hacen, en los cuales se forma materia orgánica de donde nace la vida... —se interrumpió Él mismo—. Mejor dejémoslo en Big Bang, mi onomatopeya podría ser muy larga y aburrida. —¡Vaya! En serio, me gustaría saber más, pero no quiero hacerlo sin disipar la duda. —Dime. —Eso de los planes para mi abuelo, mamá, y el resto. Eso de tener misiones preconcebidas en el Cielo para la vida en la Tierra. No lo cuestiono, simplemente no lo entiendo, es decir, no me parece compatible con el “libre albedrío”, con el cual, y lo sé por la fe, fuimos creados por Ti. Sin ánimo de irrespetarte, lo percibo como si fuéramos marionetas del Cielo. —Es totalmente compatible pero entiendo tu duda. El “libre albedrío” que les he concedido no comienza con su vida terrenal, comienza en los Cielos al momento que son creados. Esa libertad se inicia en la escogencia más radical: vienen

conmigo o van en mi contra, quieren vida eterna a mi lado o se aventuran en lo que creen que es mejor. Sí escoges venir conmigo, bendito seas, tendrás que escoger entre el apego a las reglas, que por supuesto las hay, básicas, lógicas y sencillas de cumplir si te abres al amor y la humildad, pero las hay. Eso por un lado y, por el otro, el no apegarte a estas, lo cual hará, largo y tortuoso el camino a lo más alto en el Reino de los Cielos, un océano de espíritus en comunión con el mío, de hermosas almas independientes pero hermanadas, donde todo lo bueno es posible en el espacio más hermoso que existe y en un eterno ahora. ¿Me sigues hasta aquí, Juan? Me refiero a la escogencia del camino y de las reglas. A tu libertad de escoger. —Sí, la verdad suena muy humano, es decir, también nosotros procuramos organizarnos con normas. —Verdaderamente lo humano suena casi celestial. —Cielo, cielos, celestial. Realmente no hablamos de esta cosa azul que nos cubre y que de noche es negra con muchas lucecitas ¿cierto? —Por supuesto, el término “Cielo”, como “mi Morada” y la de los míos, se acuñó así por ser lo más alto y grande que pudieron entender los primeros profetas… —Juan impidió que Dios continuara para alabarlo amorosamente. —Disculpa, pero tu Morada está en mi corazón. Y si alguna vez tuve dudas, hoy me convencí de ello. —Hermoso hijito, gracias y sigue sintiéndolo así, pero en realidad te equivocas. Yo no busco tu corazón, ni me albergo en él. Es tu corazón quien busca mi Morada, tu espíritu buscando al mío, y el mío esperándolo de brazos abiertos, estirando sus dedos para que puedas alcanzarlo. —Aviraz vio a Juan complacerse con la explicación, besó su frente y le invitó a seguir oyendo—. Bien, aún hoy, les resultaría difícil entender que no se trata de un lugar sino de un plano distinto de energía, otra dimensión energética y más todavía de que se trata de muchas dimensiones, cada una más alta que la otra y, que para llegar a Mí, deben vibrar muy alto, iluminar con amor y ponderar la razón, para lo cual hay que dar largos viajes por ellas. Pero no te preocupes por eso, porque te he regalado toda una vida eterna y si en esta, que tiene fin, has sabido ser paciente y bien encaminado, todo ese trayecto te parecerá corto. ¿Vamos bien? —Pues sí, perfecto.

—Pues no solo hay reglas, también hay trabajo y bendito sea Yo, no hay desempleo. No nos compliquemos con todo lo que puedes hacer en todos esos distintos planos o dimensiones. Enfoquémonos en lo que se hace para ayudar a mis pequeñas creaturas mientras apenas son humanos. Ayudar, no manejar — aclaró Dios—. Ayer no pudiste ni balbucear sobre Jesús y te aseguro, Él es uno conmigo en ese océano de almas. Él está en lo más alto del Reino. —¡Cuánta vergüenza siento Señor! Pero ¿Qué tiene que ver con todo esto? —¡Mucho! Su misión era tal que no podía apartarse de lo previamente concebido. No existe un ser que haya encarnado a quien se le haya exigido tanto apego a su plan. Y es Él, nada más y nada menos. —¡Cierto! La verdad es. —Sigamos entonces. Esos planes preconcebidos, como los llamaste, normalmente son muy sencillos. Están concebidos, por lo general para el ser que está encarnando, para que durante toda su vida terrenal refuerce uno o varios valores que hubiere que reforzar o corrija algunos antivalores que hubiere que corregir. Siendo solamente así, el ser encarna en un ambiente ideal preconcebido para el refuerzo o corrección, pero su elección de pareja, el trabajo que hace, el lugar al cual se muda en el futuro, entre otras circunstancias, son de su libre escogencia y en principio no afectan el plan. En todo caso siempre contará con sus ángeles que lo protegerán, guiarán y darán fuerza espiritual para que su plan tenga éxito. Hasta aquí todavía pensarás que, aunque sea un poco, te manejan desde “arriba” y te repito: no te manejamos, te ayudamos. Bien, pero cada ser antes de encarnar sabe a qué viene y está de acuerdo. Es decir Juan, que todos los ángeles que te acompañan mientras estás aquí en la Tierra, entre otros, son tus compañeros de planificación en el Cielo, antes de encarnar. —O sea ¿Qué somos, es decir, yo soy como los ángeles? —Ni una pluma más, ni una pluma menos. En otras oportunidades —continuó Aviraz—, un ser encarna también para servir de apoyo a otro en el refuerzo o corrección de sus valores. Aquí se requiere de un poco más de exactitud en la planificación y luego en la ejecución, pero al igual, los encarnados planifican junto a sus ángeles. —¿Ese es nuestro caso?

—No. En el caso de ustedes la exactitud debe ser bien observada porque la realización definitiva del plan, será predecesora de otro de gran envergadura y eso es todo lo que te digo al respecto. Pero te puedo decir que tú te sentaste en una “mesa de trabajo” con todos tus ángeles, y con toda tu familia y los suyos mientras eran como ángeles, seres de la Luz sin la condición humana, es decir, antes de encarnar, mucho antes. Cierto es que, en tu rol de Juan, has tenido que cumplir muchas cosas, ser el buen hijo que eres, el buen estudiante, el buen trabajador y el buen partido que debía enamorar a Cristina, casarte con ella, tener sus hijos y ser los amorosos padres que son. ¡Uff! Parecen pocas opciones de libertad, pero tu verdadero “yo”, tu “yo superior” fue libre de escoger el rol dentro del plan. Claro, siempre puede haber roles ideales para cada quien y en particular, en su caso, nadie más podía ser Sofía. —¿Por qué no ella? —preguntó Juan un poco confundido. —Porque ella es, digamos un angelito un poco mayor que ustedes. —Es decir, ¿que está más cerca de Ti? —Digamos que sí. —¡Dios! ¿Cómo podré regañarla de aquí en adelante? —Lo haces bien —Aviraz sonrió y siguió—, aunque debí enviarles a María y a José para que les dieran unos buenos consejos. —Definitivamente es un plan muy importante. —Lo de María y José fue broma. Pero el plan claro que es importante y es de Jesús… —el Viejo se regañó a sí mismo—. ¡Esta carne me hace débil! Pero no te digo más. Ella dirá cosas importantes en ciertos ambientes y eso será bueno para el plan posterior. Y hasta aquí sí llego. —Ya sabías desde antes que llegarías hasta ese punto con respecto a Sofía. ¿No es así? —Sí, pero me gusta el histrionismo. —Una pregunta ¿Me senté en la “mesa de trabajo” con Jesús?

—Por este plan, unas cuantas veces, la líder era y es Sofía bajo su tutela. Nada más saber que estuvo con Jesús y que trabajó con Él lo tenía idiotizado de orgullo. Se sentía que ya formaba parte de los que irían al Cielo. Pudo inferir que habrían etapas, niveles o como pudieran llamarse, hasta llegar a lo más alto del Reino, junto a Dios, ya no como Aviraz, sino como Él, nuestro Dios, Padre y Creador. Y su hijita, su pequeña hija, estaba más cerca de Él que Juan mismo, que era su padre. Le daba gracia imaginarse a sí mismo pidiéndole a Sofía que recogiera sus juguetes, pidiéndole que coma tales alimentos y que no coma tantos dulces. Pero no había opción, su rol era de padre amoroso, no de alcahuete amoroso. Ya no tenía dudas acerca del “libre albedrío”. Si bien no tenía opción distinta a nacer en la familia Álvarez Abbatangello, haber llevado su vida como hasta ahora la había llevado, le parecía algo maravilloso. Sencillamente esta había sido hermosa y sentía orgullo por ello, y en el cielo fue absolutamente libre de escoger su rol para su vida terrenal. Nuevamente Jesús invadió sus pensamientos y al instante vio a Aviraz a los ojos. Ya no se trataba de haber estado con Él, o de las posibles conversaciones que tuvieron. Su imagen fue otra, la del Jesús en vida terrenal. Se conmovió cuando comprendió y sintió que Él mismo, Jesús mismo, el Maestro de quien la voz del Espíritu Santo se refirió como “Él es mi hijo amado, en quien me he complacido”, quien hoy debe pasearse por ese hermoso océano de espíritu y almas hermanadas, tuvo una vida humana sin opciones, de acuerdo al plan del Padre, un plan que Él mismo debió aceptar. Sin apartar la vista al Viejo le dijo: —Verdaderamente Jesús no tuvo opciones en su vida terrenal y entiendo que así debía ser. —Lo es. Veo que entiendes. No hubo lugar para errores. No podía decidir hacer una familia, como era normal hacerlo o, convertirse en un gran y cotizado carpintero y constructor de Galilea o Judea, y pudo serlo. O ser un sacerdote o escriba del Sanedrín. Ni siquiera debía quedar únicamente como un profeta. Su misión fue y sigue siendo anunciar con propiedad la cercanía del Reino y mi amor por ustedes. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, el Hijo de Dios hecho hombre. —Tanta exigencia en la exactitud seguro requirió mucha intervención de los ángeles o del Cielo ¿y cómo es esa ayuda? —Mucha, te explico cómo funciona, claro está, de manera general y sencilla. Lo más ortodoxo y efectivo es una buena combinación de inspiración y convencimiento. Es decir, con la inspiración, ese diálogo subconsciente entre la

mente humana y su “yo superior”, en muchos casos es suficiente para tomar las decisiones que te encaminen correctamente. En otros casos, hace falta una ayudita, un convencimiento de los ángeles a tu “yo superior” para que te inspire a hacer lo correcto. Jesús hecho hombre, estuvo muy bien inspirado, Él sabía lo que debía hacer. En su caso, no hacían falta tantas ayudas en cuanto a convencimientos, aunque sí mucho ánimo y muestras de lo que habría de predicar. Pero, por otro lado, sí se necesitó mi ayuda y la ayuda de muchos ángeles durante toda su estadía humana para que todo funcionara tal como fue programado, desde su concepción, la anunciación a María, el sueño de José respecto al embarazo, el de la huida a Egipto, el del regreso a Nazareth, pasando por miles de acciones para evitar infortunios o para garantizar que ocurrieran los eventos según se planificó y, hasta aquella noche en Getsemaní, cuando Yo mismo le consolé y animé. —¿Y cómo es con nosotros, el resto de los humanos? —Igual. Él era el diferente. Como te dije, Él no necesitó ayuda para convencerse de lo que debía hacer. Normalmente todos requieren mucha ayuda a través del convencimiento pero poca para el entorno. —En el caso de mi familia, a ver si entiendo, además de mucho convencimiento, hace falta ayuda en el entorno para que todo fluya. —Lo entendiste, y es así porque el plan amerita cierta exactitud, no como en la vida de Jesús, pero los accidentes pueden convertirse en fracasos y hay que evitarlos. —Y si Tú no hubieras intervenido, el accidente de mi abuelo hubiera convertido nuestro plan en un fracaso. —No, intervine porque lo pedí. Sus ángeles perfectamente hubieran impedido que tu abuelo se presentara a un lugar donde escondía un rifle. Era una construcción abandonada que estaba en lo que hoy es la “Via della Conciliazione” frente al Vaticano. Ya los “carabinieri” habían descubierto el rifle y montaron guardia para atrapar al hombre que lo había dejado allí (tu abuelo mismo). Él sí se presentaría por lo que sus ángeles lo impedirían, ya no por convencimiento sino por el entorno, con algún suceso que le hiciera imposible ir. —No me imagino a mi abuelo pretendiendo matar a nadie.

—¡Buenas noticias! Tu abuelo no pretendía matar a nadie. —Comienzo a creer que es mejor llegar al Cielo y allí enterarse de las cosas. ¡No entiendo! Me dijiste que creían que el Papa era Nazi, que por eso querían asesinarlo y que mi abuelo fue voluntario. —Y fue así. Pero tu abuelo fue voluntario precisamente para frustrar el plan. —¡Pudiste haberme explicado eso al principio! —¡Oye! Soy Dios, tengo derecho a un poco de suspenso. —¡Vale! Siento alivio por mi abuelo. —Pues quizás ahora comiences a sentir un poco de angustia por ti. —¡No! ¿Qué hice yo? —Te explico. Giuseppe comenzó a frecuentar a ese grupo de fanáticos y tuvo con ellos cierta empatía pese a haber notado su fanatismo. Un día, reunidos solo cuatro de ellos más tu abuelo, el mayor del grupo, quien ejercía mucha influencia en todos, les propuso una conversación confidencial. Debían quedarse únicamente los que se sintieran comprometidos a acabar secretamente con el apoyo de la Iglesia a los fascistas, y los que no, debían irse. Él cometió el error de quedarse, al igual que otros tres, y oír un plan siniestro y tonto a la vez. Tuvo miedo de enfrentarlos directamente, pero al día siguiente ya tenía varios escenarios posibles en los cuales él mismo mandaría el plan a un fracaso seguro. —El Viejo lo observó esperando que preguntara qué tenía que ver él en eso, pero la curiosidad de Juan surgió por el escenario definitivamente elegido por su abuelo. —¿Y cuál eligió? —Después de que uno de los del grupo obtuvo el rifle de gran alcance a través de un militar “leal” a Mussolini, tu abuelo insistió en probarlo y todos se opusieron para evitar que alguien lo viera y así anular cualquier relación con el arma, esta debía estar bien guardada hasta ser trasladada al escondite elegido: a metros del lugar donde el asesino dispararía al Papa. Ese fue el plan perfecto de tu abuelo. En lugar de preparar el arma para usarla según el plan, pasaría el tiempo de espera limando el percutor para que no pudiera producir detonación

alguna, entonces les haría ver que la culpa era de ellos por negarse a probarla y que posiblemente fuera una señal que se debía tomar en cuenta para abortar el plan definitivamente. —No suena mal —contestó Juan—, pero según dijiste, ya habrían montado guardia sin que él supiera. En pocas palabras, se arruinaba también nuestro plan. Entonces debía intervenir su ángel o, como terminó ocurriendo, interviniste directamente Tú. ¿Hablaste con él personalmente? —Sí, más allá de convencerlo con palabras de no ir al lugar, tuve la oportunidad de llevarlo a un hotel, a una habitación en la cual se reunían un sacerdote y un oficial de los “carabinieri”. Estuvimos encerrados en un closet y tu abuelo pudo oír y ver como el sacerdote entregaba al oficial, no menos de quinientas actas de bautizo cuidadosamente falsificadas, listas para que el este último les diera el primer empujón hacia su destino: muchas familias judías en Alemania. No solo lo convencí, sino que, posteriormente, él pudo convencer a su grupo. Por cierto, del cual, afortunadamente, se alejó en poco tiempo. —¡Bien! Seguro eso fue mejor que lo que pudieron hacer sus ángeles. Lo digo con respeto, claro. ¿Y él supo que Tú eras Tú? —No, él nunca supo que Yo era Yo. —¿Y lo viste nuevamente? —De manera eventual, mucho tiempo después. Hicimos amistad. —Me queda una duda: ¿por qué llamarlo “accidente” cuando, por una razón u otra, él terminaría a salvo? —Porque el accidente ocurrió antes. Había que impedir que tu abuelo conociera o, en última instancia, se relacionara con esas personas, pero en ese momento él solamente tenía un ángel guardián quien se descuidó. En realidad ese fue el accidente. —Pero todo se resolvió, literalmente gracias a Dios. —Sí literalmente gracias a Mí. Pero hubieras visto a ese ángel moverse como “peso pluma” para evitar lo que pudo pasar. Puso orden con los otros ángeles del plan. Entabló o con los de todo “carabinieri” que pudiera hacer guardia

en la zona. Hizo vigilar atentamente el escondite del rifle y aunque Giuseppe estaba claro de que su propósito era impedir el asesinato, trabajó duramente convenciéndolo de que se mantuviera lejos de peligros y dentro de los planes, los del Cielo, claro está. Ese ángel fue quien descubrió acerca de la reunión del sacerdote con el oficial y estuvo conmigo y tu abuelo en aquella habitación. Claro que únicamente Yo lo sabía, imposible que tu abuelo pudiera saber que el ángel estaba allí. —¡Bien por él! Ese ángel se ganó tu perdón, me imagino. —Le reduje sustancialmente la pena a castigos menores: como tener encuentros con grandes “Merosapiens” sin tener derecho sobre ellos, pérdidas de maletín y otros artículos personales y, también una pequeña tormenta repentina. Claro que el castigo se lo istraría cuando hubiera encarnado. Pero yo amoroso y misericordioso, también estaría con él al día siguiente. —El Viejo disfrutaba la transición de emociones de Juan. Ahora confundido y en segundos estaría feliz. Eso hacía feliz a Aviraz—. Te lo dije Juan, “ni una pluma más, ni una pluma menos”.

V

La encarnación

L a sorpresa de Juan fue interrumpida al ver su caña doblarse. Este sí debía ser un pez grande, uno bueno. Suficiente para que cualquiera sintiera que su día estaba hecho. Juan miró a Aviraz mientras luchaba con el pez. Su mirada era la de un niño que quería mostrarle a su padre sus capacidades para que sintiera orgullo de él. Distaba mucho de la mirada del hijo confundido que minutos antes tenía. La de Aviraz era la misma, orgullosa y feliz con el hijo que quiere entender y a la vez es capaz de hacerlo. El Viejo había recogido su línea para evitar enredos durante la lucha, mucho más si a Él también le picaban. Abrió el vaso térmico de Juan y le preparó un trago “espirituoso” ofrecido minutos antes, pesé que a Él no le apetecía. —¿Cómo te sientes? —le preguntó y Juan soltó una risa que le dijo todo, aunque no desaprovechó la oportunidad para hablar. —¿Cómo crees que me siento? ¡Soy un ángel y tengo un mero! —Era de buen tamaño y daba suficiente pelea para disfrutar, así pasaron un rato hasta que la pelea culminó con Juan como vencedor. Terminó de sacar la presa con sus manos y la acostó en la lancha mientras, no sin lucha, retiraba el anzuelo de la boca del pez. —¿Ves esto? —preguntó Juan. —Sí, claro. —Si ayer hubiera vivido la pesca de esta manera, posiblemente hoy no estuviera aquí contigo. Lo voy a devolver. ¿Te parece? —Hazlo. Pero te equivocas, mi plan era estar contigo y, si de una sola carnada hubieras sacado un cardumen, contigo igualmente habría estado. —¡Eres Dios! Sí lo eres Viejo. ¿Sabes qué? De hecho, ya sé que sabes. Jamás entiendo mucho la Biblia. Ni modo, poco la he leído y no soy un genio. Pero aun

así, he llegado a tener la osadía de criticar a los apóstoles evangelistas por no haber sido más descriptivos y narrativos acerca de la vida de Jesús y sus enseñanzas. —¡Vaya! Anoche no sabías ni qué responder y ahora eres crítico —ambos rieron —. ¿Pero a qué viene ese comentario? —A que no tengo moral para criticar. ¡Siglo veintiuno! ¡Mira qué buen mero! ¡Mira con Quién estoy! Y no traje ni una cámara. ¿Con qué moral podría hacerlo? —Volvieron a reír. Juan tomó el pesado pez y con esfuerzo lo levantó para meterlo suavemente en el agua. Lo introdujo cabeza abajo asiéndole por la cola mientras se ambientaba para luego soltarlo. Entretanto le comentaba: —Debe ser la fe Aviraz. Esa debe ser la respuesta al hecho de que los documentos no sean tan descriptivos. Quizás también la respuesta de por qué Jesús vino en una época todavía muy primitiva. Y me atrevo a pensar que también es la respuesta de por qué Él mismo no dejó documentación. Creo que no es lo mismo transmitir información que transmitir fe, claro que siempre debe ser bueno dejar colar algo de información que la refuerce. ¿Me acerco a la verdad? —El Viejo lo miró asintiendo y le habló. —Es correcto Juan, la fe es un valor intrínseco del amor y su transmisión supera en calidad cualquier información, que es un valor del conocimiento, de la razón. Sí que te acercas mucho Juan, la fe es el vehículo para el camino, si quieres meter información en el vehículo, bienvenida, pero móntate en el correcto. — Una vez ambientado el pez, Juan lo soltó, se sentó y preparó de nuevo su caña. Ambos lanzaron sus líneas y Dios continuó después de la pausa—. Con esa reflexión, te ganaste el Cielo de inmediato. Podemos fluir juntos ahora mismo si quieres. —Juan abrió los ojos sorprendido y busco la mirada del Viejo, quien definitivamente vino a divertirse. —¡No! Deja el plan como está. Me iré cuando Dios quiera y este no es el momento. Juan pensó que al fluir hacia Dios nuevamente sería un ángel y algunas preguntas surgieron: «¿Cómo luciría?¿Cómo habré sido?¿Cómo será estar allá?» Pero de pronto surgió otra y no perdió tiempo en iniciar el diálogo. —Jamás había relacionado el hecho de resucitar con el de ser un ángel, pero mucho menos que lo sería antes de nacer. La verdad es que no entiendo mucho.

—Simplemente es así. Pero debes tener claro que ser un ángel es un cargo. En buena medida, ahora mismo eres un ángel humano con una misión humana que viene del Cielo. Muchas veces, tus ángeles guardianes y guías, hacen junto a los de algún otro humano, inclusive hasta desconocido para ti, que este sea un ángel con una misión precisa, por ejemplo, de alegrarte el día cuando lo necesitas. ¿Recuerdas que hace meses despertaste con amargura por razones que, ahora entiendes, no justificaban esa actitud? ¿Recuerdas con cuánta facilidad alguien te hizo ver las cosas de un modo diferente? —¿Me hablas de aquel viejito de la limpieza? —El mismo, no lee, no escribe y adicionalmente es muy solitario, pero fue perfecto para enviarte un buen consejo actitudinal. —Y sí que lo fue, lo recuerdo constantemente. —Vamos a llamarnos como debe ser y es precisamente seres de Luz, que provienen de la Luz, es decir, de Mí. Yo soy la fuente de Luz y ustedes creados por Mí, a mi imagen y semejanza. Y para poder encarnar en sus vidas humanas, deben haber salido antes de la fuente. —Entiendo, pero pensaba que éramos creados al momento de nacer o de ser concebidos en el vientre de nuestras madres. —Puede suceder que no exista mucho tiempo entre el momento de surgir de Mí y el momento de encarnar en el humano concebido. Pero, en todo caso, eso podría suceder solo una vez. —No entiendo eso último. —Que en todo caso podría suceder la primera vez que encarnas, en las encarnaciones sucesivas eso no podría suceder porque ya fuiste creado para, por lo menos una vida anterior. —¿Te refieres a reencarnar? ¿Crees en la reencarnación? —¡Claro! Así decidí que fuera. —¡Dios mío! ¡Te van a botar de la iglesia!

—Pues no sería la primera vez —dijo Aviraz riendo. —¿Realmente? —¡Claro que no! No por la forma en la cual cada religión o cada ser entiende las cosas del Cielo, o por la forma en que cada una muestre su respeto o amor, o por las costumbres que tengan. Pero sí cuando, supuestamente en mi nombre, se atropellan unos a otros blandiendo la bandera de una verdad que, asertiva o no, irrespetan. —Cierto, los hombres a veces nos creemos dueños de la verdad y somos crueles. Pero apartando eso, Señor, toda la vida oí hablar es de la resurrección. Es decir, por lo menos desde el cristianismo. —Y también desde otras religiones. Y es así, tal cual lo has oído siempre, pero una vez resucitas, llegado el momento correcto y de ser necesario, vuelves a nacer humano. Recuerda lo que te dije: “…planes concebidos para el ser que está encarnando, para que durante toda su vida terrenal refuerce uno o varios valores que hubiere que reforzar o corrija algunos antivalores que hubiere que corregir, para sí mismo o para ayudar a otros y, como pasa contigo, para trabajar en algún proyecto especial de mayor o menor envergadura…”. Y para el logro de estas empresas se necesitan algunas cuantas vidas humanas. —¿Pero cómo reforzar o corregir algo si ni siquiera recuerdo nada de mi vida pasada? ¿O vidas? —¡A veces muchas! —¿Y yo? —Bueno a cualquier número del uno al nueve, ponle por lo menos tres ceritos a la derecha. —¡Qué horror! ¿Tan torpe soy? —¡No! Así lo es generalmente. Pero respondiendo a tu pregunta del recuerdo de tus vidas, te digo que no hace falta que recuerdes nada, de hecho es mejor así, la vida misma te pondrá en el camino para que refuerces o corrijas. Por ejemplo si eres un ser de poca paciencia, la vida te traerá circunstancias en las cuales tendrás que tenerla y aprenderás de ellas o, si has sido cruel con otros seres, la

vida te enseñará hasta no serlo. Podría tomarte algunas vidas el logro definitivo. En ocasiones, vienen a trabajar varios valores a la vez, con hincapié en los más importantes. —No quiero criticar tu manera de hacerlo, ¿pero no sería más fácil si lo recordara todo, por lo menos con respecto al valor o valores en cuestión? ¿O simplemente una vida un poco más larga con varias etapas? —¡Varias etapas! No. No se trata de continuar una obra o trabajo que conscientemente realizabas y dejaste inconcluso, se trata de la realización de tu ser y esto para llegar a Mí. Escucha, en cada vida humana que vives, valga la redundancia, tienes un principio y un fin. Eso hace que a lo largo de cada una de ellas te propongas metas cuyo propósito está ligado a tu misión de reforzar a corregir o, en todo caso, al camino a lograrlas. Es un ciclo con propósitos y final. Sí les diera mil años por cada vida humana, esos propósitos tardarían ese tiempo en cumplirse, si lo hicieran en una vida eterna, ¡ni te cuento! Eso por un lado y, más importante, es que lo haces desde el sentimiento, no desde el recuerdo o del conocimiento. Ya en tu vida superior reconocerás con amor tus avances o tus fallas. Así querido hijo, tu yo superior, tu ser de Luz, llegará mejor y más rápido a estar conmigo, como lo está tu Maestro, tu Camino, guardando la distancia, claro está, que ya entenderás. No importa si son miles de vidas las necesarias, lo importante es que en cada una debes completar tu misión. —Dios. Perdón, pero si entiendo que Jesús… —el Viejo lo interrumpió. —No entiendes, respetas y aceptas con amor. Ya entenderás. —Yo —Juan respiró un par de veces—, siento que, sin ser nada perfecto, no soy un hombre malo o quizás con valores muy importantes que reforzar o corregir. De algo me habrán servido tantas vidas. —Reforzar, creo que sí. Corregir, bueno digamos que algo. Pero en algunas de esas tantas vidas humanas, aunque ni puedas imaginarlo, fuiste cruel, un líder cruel y te costó superarlo. —Lo siento mucho Señor, de verdad lo siento mucho. —Lo sé. Que tuvieras oportunidades de corregirte es misericordia que tuve y tengo contigo, como con todos. En cada una de esas vidas de crueldad hiciste grandes esfuerzos para no serlo, eso lo aplaudo. Que descubrieras que lo eras

más que todo por temores y lucharas contra ellos, lo aplaudo dos veces. Un horror es cuando no ves esfuerzos y sientes que tu pequeño se va por otros rumbos. —Pudiste haberte referido a mis mejores vidas, no a esas. ¡Tengo ese derecho como anfitrión de Dios! —Pues el hecho de que tengas esta visita debe decirte que no vas por mal camino. —Sí, una divina y divertida visita. —Así es Juan.

VI

En El Comienzo

L ograron hacerse de varias piezas de buen tamaño y todas, salvo las dos últimas que no tuvieron la misma suerte, fueron a dar nuevamente al agua. Esa noche Juan le haría al Viejo una cazuela de mero y mariscos que irían a comprar una vez llegaran a la casa. Limpiaron los dos meros, uno cada uno, los salaron y les introdujeron algo de hielo para evitar su descomposición durante el tiempo que les tomaría estar allí. A pesar de la sombra decente que producían las nubes, Juan estaba un poco afectado por el calor y le propuso a Aviraz darse un chapuzón antes de regresar. Él aplaudió la idea y se lanzó dando un giro increíble para terminar entrando limpiamente al mar como si fuera una aguja. Juan se ocupó de sacar la escalera, se sentó en la borda piernas afuera y con delicadeza se deslizó al agua. Rieron por las contrariedades entre edades y acciones, pero Juan no haría ese salto y no quería pisar los asientos ni la borda con los pies llenos de restos de escamas y sangre. Una vez adentro del agua, si se zambulló como a un metro y medio de profundidad, para encontrarse con dos meros gigantes cruzándose debajo de él. Subió y el Viejo le preguntó: «¿Viste algo familiar?» Se relajaron y refrescaron un buen rato y Dios indicó que era hora de regresar, ambos subieron al bote por la escalerita y se sentaron a hablar mientras, sin apuros, limpiaban la cubierta de la lancha. —¿Realmente llevo tantas vidas humanas? —Ciertamente miles. —¡Uff! Me siento agotado tan solo con oír eso. Siendo así pude haber sido un judío en Egipto con Moisés. —Pudiste serlo. O un cromañón abriendo cocos con una piedra. No trates de indagar. Pero el comentario me hace recordar que querías saber de la creación del Universo. ¿Aún quieres? —Claro que sí. Veo que según me dijiste antes, la hipótesis científica de que el universo tiene su origen en una gran explosión, se acerca más que el relato

bíblico. —Te digo Juan que pretender que uno sustituye al otro te aleja de la verdad. ¿Quieres imaginarte que estás conmigo, solos tú y Yo al momento de la creación? Y explicármelo, por supuesto. —Sí, claro. Bien, estamos los dos hablando mientras flotamos en el espacio infinito… —Espera un poco. ¿Te refieres al gran espacio vacío, infinito y oscuro? —Sí, claro. —¿Y qué hacemos allí siendo que mi Morada es hermosa y llena de luz? ¿Qué hacemos allí cuando vivo en un jardín con una belleza tal que no podrías describir? —¡Ni imaginar! Digo yo. ¡Al parecer! —Sí puedes imaginarlo, aunque no llegues a su belleza. Flota o pisa todo lo que quieras, pero construye con tu imaginación el paisaje más hermoso y relajante que se te ocurra, porque desde allí construí tu universo. —Ciertamente necesito quitarme de la mente esa imagen de astronauta abandonado en la órbita cuando pienso en el Cielo. —¡Pues ya lo creo! —¿Pero una gran explosión no afectaría tal belleza? —No. ¿Recuerdas esos planos o dimensiones de energía de los cuales te hablé hace rato? —Sí. —Muy bueno. Tenlos presentes. Ahora nuevamente imagínate que estamos ambos al momento del inicio de la creación del universo. ¿Cómo es ahora? —Un súper jardín lleno de agradables olores y bellos colores. —Juan, y con mucha luz.

—Cierto. —Bien. Ese inicio se dio en ese allí y en un ahora, pero no en la misma dimensión de energía. Eso sucedió en una dimensión energética mucho más baja que la mía. Y aún sucede. —Pero entonces así fue y no como lo describe la Biblia. —Es imposible que en la Biblia se haya descrito un acontecimiento como ese en términos similares, y menos con detalles reales que ni los científicos de hoy podrían entender del todo. Tu “Big Bang” y la formación de todas las galaxias y sistemas planetarios, los tienes descritos en el Génesis: “…el origen del Universo y de la Tierra fue caos y confusión…”. También afirma: “…creó Dios los Cielos y la Tierra…”, y claro que fui Yo quien creó todo el universo, incluida la Tierra donde vives. Cada energía y cada elemento incluido en el origen, tiene su propósito para la formación del universo y de toda forma de vida que de este pueda surgir, desde su inicio hasta su fin y todo para albergarlos a ustedes. Y también fui quien creó todas esas dimensiones que conforman los cielos que llevarán, a quien quiera hacerlo, de vuelta a mi Reino, para siempre. Quienes llevaron de boca en boca, generación tras generación y luego quienes escribieron la tradición, hicieron sus mejores esfuerzos en entender y expresar lo que les fue revelado. —Te entiendo. Para los humanos actuales, especialmente para los astrólogos o expertos en estos temas, se les haría más fácil comprender y expresar cualquier revelación de esa naturaleza. —Es así. De esa manera esos expertos escribirían el Génesis en otros términos. Hoy, muy poco o nada se revela. Van tenazmente descubriendo pistas que les ayudan a formular hipótesis y teorías que tardarán poco o mucho tiempo en corroborarse o descartarse. —Ganando la información sin fe. —¿Lo crees así? —preguntó el Señor y continuó— Hazte esta pregunta y respóndela: ¿Cómo sabían en la antigüedad que el origen fue caos y confusión? —¡Por Ti! ¡Claro! Por tus ángeles. —Y cuando el experto de hoy corrobora hipótesis y observa que su

descubrimiento pudiera estar descrito en esas muy antiguas escrituras, ¿acaso no estaría también descubriendo que alguien realmente reveló misterios a aquellos profetas? —¡Es perfecto! Diste información a quien no la puede entender, la transmite a quien apenas puede aceptarla por fe y, cuando llega el momento, quizás cuando esa fe se está hasta perdiendo, un descubrimiento la renueva. —Y con más fuerza. —Sí, lo veo ¡Me siento lleno de fe! Aunque estoy haciendo algo de trampa al hablar contigo. —Es válido —le respondió Aviraz sonriendo. —Lo que sí me parece algo complicado, y desde muchos puntos de vista, es la creación del hombre. Según la Biblia, creaste a Adán a tu imagen y semejanza, pero también del polvo, le hiciste caer en un sueño, le sacaste una costilla y con esta creaste a Eva. Ellos se dejaron tentar, desobedecieron y fueron expulsados del Edén. ¡Ah! Olvidaba que le soplaste en la nariz a Adán para darle vida. Aviraz rio y contestó a Juan: —Es que si Yo no hubiera sido el artífice, tampoco habría entendido y, después de oírte, habría quedado más confundido. Estás mezclando relatos que de por sí ya son eventos mezclados en esos antiguos testimonios. La creación a partir del barro, de la tierra o del polvo, es la interpretación del origen humano, no del ser de Luz. Es el origen que comparte el humano y cualquier otro organismo o cosa, con el origen y evolución del universo. Comienzo con ello para darte un nuevo ejemplo de cómo hoy pueden sorprenderse de que, en tiempos tan primitivos, pudiera afirmarse (claro que de manera también primitiva) que la vida tiene su origen en elementos básicos. Eso les dice que aquellos seres de otrora, estaban bien informados, aunque no entendieran y, en consecuencia no supieran expresar la información. En el capítulo primero del Génesis sí se habla de la creación de ustedes en condición de seres de Luz, a mi imagen y semejanza, aunque lo hace al sexto día, después de que todo el universo estaba creado. —Y realmente fuimos creados antes. —Mucho antes.

—Y la historia de Adán y Eva se refiere a… —Básicamente describe de manera símbolica la realidad que se presentó en mi Reino. La de mi complacencia hacia los primeros seres, la de su desobediencia, retórica y, de su debilidad ante la tentación. Comienzan siendo seres de Luz en el Edén, en el Cielo, y terminan siendo humanos en la Tierra. —Pecan y bajan. —Es una manera de decirlo. —¿De allí que creas el Universo? —Sí, luego de pecar y antes de bajar. Aunque te digo que antes de crear el universo ya el Reino tuvo que improvisar “toboganes”. Muchas dimensiones muy, pero muy bajas. Nuevas dimensiones antes impensadas por el Padre. —Por comer frutas prohibidas. —La gente me calumnia. De haber prohibido algo comestible habría sido una flor que me fascina. —¿Cuál? —Alcachofa, me gusta mucho. Pero no sé trata de frutos ni flores. Se trata de dominio sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo. Te hablé del libre albedrío, ¿recuerdas? —preguntó y Juan asintió— vienes conmigo o vas en mi contra. Si vas en mi contra no podrás alcanzarme nunca y no podrás disfrutar de vida eterna. Si vienes conmigo pero no sigues las reglas, te verás obligado a aprenderlas y obedecerlas ¿Me sigues hasta aquí? Esa era la simple regla: “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Es decir, son absolutamente libres, pero no pretendas tener el dominio de lo que es bueno y de lo que es malo. Ese dominio lo tiene el Padre. ¿Vas entendiendo? —Pues creo que sí. —Es así. Y eso fue justamente lo que no hicieron, por lo que tomaron un camino tortuoso para llegar a Mí. De allí tu universo. Mas tienen un Camino, tienen un Maestro, tienen un ejemplo. Pueden brillar, vibrar por todo lo alto y llegar a Mí.

—¿Y cómo y cuándo elegiste cuál ser, sobrevenido de la naturaleza, habría de albergar nuestra alma y espíritu? —Debía ser una especie con instinto de autoprotección y que tuviera alguna capacidad de organización social. En lo físico, manos para acariciar y para trabajar. Elegimos una especie homínida que además poseía una inteligencia ligeramente superior y con gran capacidad de adaptación. Eso, hace unos cinco millones de años. Ha sido un trabajo duro, pero como te dije, tengo paciencia y busco efectividad. Y ¡mírate cómo luces! La presencia de Luz les hizo evolucionar de manera tal que, de no ser por ella, serían un primate más. Quizás más inteligente que el resto, pero uno más. —¡Gracias por el elogio! Y por cierto, llegamos a hoy y no te pregunté acerca de la costilla de Adán. ¿Por qué ella sale de él? ¿Por qué uno primero y la otra después? —En primer lugar, recuerda que es simbología del ser de Luz, un tanto mezclada con lo humano, macho y hembra. Realmente él no es él, ni ella, ella. Recuerda, son seres de Luz, no hay sexo. —Afirmó Dios. —Debo suponer que eso está bien pensado y no se trata de un error. ¿Cierto? — Ambos explotaron a reír y Juan, ya serio, se respondió a sí mismo—. Sé…, realmente imagino, que sí aquí disfrutamos emociones, allá deben ser distintas pero mucho más maravillosas. Y siempre he pensado que esa emoción que uno siente de tanta alegría y felicidad, aquella que sobre todo sientes por el otro, y que no te deja contener el llanto, debe ser una emoción del Cielo. —Así es, eso te da una muy pequeña idea. Pero continuemos. No solo no es él o ella, realmente ni siquiera es otro ser propiamente dicho. Eva es la mitad de Adán o, dicho mejor, ambos son el mismo ser viviendo por separado experiencias distintas. Te será un poco difícil de entender, pero así es. Y si lo prefieres oír de manera vivencial, tú eres a tu abuelo, lo que Adán es a Eva, o viceversa. —¿Qué? —¿Has oído acerca de las almas gemelas? —Sí, dos personas que son el uno para el otro, se enamoran y son inseparables.

—No tienen que ser pareja humana y, como te dije, no tiene que ver con el sexo, aunque así lo creyeron los griegos. Como te dije, tu abuelo y tú, son un mismo ser, son almas gemelas. Fueron creados como un ser y luego separados para vivir experiencias por separado, para sumarlas. —¿Los griegos sí conocieron de esto y los judíos no? —Cada quien lo conoció y cada quien lo interpretó y relató de manera distinta. Los griegos creyeron que Yo, Zeus, los dividí al ver que siendo un solo ser, masculino y femenino (andrógino), eran muy poderosos y Yo temía que pudieran escalar al cielo a luchar contra los dioses. Y que debido a esto, los convertí, a cada uno, en dos seres incompletos y los condené a anhelar por siempre a su mitad perdida. —Una historia extraña ¿no? —Expresada como fue entendida y pasada de boca en boca hasta su escritura. Tal cual como judíos y, posteriormente los cristianos creyeron que creé al hombre a partir del polvo y luego lo de la costilla. Separación, Juan. Distintas interpretaciones y expresiones pero una realidad en común, separados. Pero ahora sabes que es para sumar experiencias. —Tengo un pequeño enredo. El tema de la costilla es del Cielo, de la Luz, pero el del polvo, barro o tierra es terrenal. ¿Cierto? —Claro. Te lo dije. El polvo representa el origen común de los seres y cosas del universo. Pero los eventos fueron mezclados en sus interpretaciones. —Entonces de lo que no se habla, salvo por la mención del soplado de la nariz, es de la encarnación del ser en el homínido que mencionaste. —Realmente sí. El Diluvio. —¿La historia de Noé? —Juan aprovechó— ¿”Noé real”? —No. “No loé” —rio Aviraz—. Lo realmente revelado es el origen de la vida en el agua, de la evolución de las especies y de la elección de aquella que acogió a mis pequeños. Aquella donde encarnarían y sobre la cual prestaríamos, lógico, especial atención.

—Ciertamente era imposible que aquellos seres supieran entender o interpretar esos eventos o siglos de muchos eventos. Y hablando de no entender, este “homo sapiens-sapiens”, todavía no entiende eso de la división. —La separación. Me encantaría explicarte y lo haré feliz porque este tema dice mucho de Mí. —¿Eso de Ti? ¿división? Lo dudo. —¡Explícate sabiondo! —Tú eres multiplicador, Tú sumas, es imposible que dividas o restes. Tú eres vida, ¡La Vida! —Cierto, pero sí los separo según sea necesario y como te dije, para sumar experiencias. Deja que te explique. Yo soy en esencia dos fuerzas, dos energías inseparables, alma y espíritu. El Espíritu es la energía más grandiosa y sublime que otro ser puede observar, sentir y vivir de Mí, es aquella que emana de Mí y a la vez retroalimenta mi alma. Esta última, mi alma, es lo que soy, mis valores en pleno y, a la vez también una gran energía propia, la energía interna que alimenta al espíritu con el equilibrio de mi ser. ¿Me vas siguiendo? —Creo que sí. Continúa con lo del equilibrio a ver si realmente capto. —Mi ser son mis características, el cómo soy Yo. Esto, enmarcado en dos valores primordiales: amor y razón. Y cada uno de ellos con los valores y características inherentes a cada uno de ellos. El equilibrio perfecto entre esos dos valores primordiales, lleva a la perfección de mi ser, lo que genera energía que alimenta mi Espíritu y me hace grande, muy grande desde mi propia perspectiva y hacia ustedes, hijos queridos. —Voy bien. Pero, temiendo un posible desequilibrio me nace una duda: si hoy descubrieras que me amas y que yo te amo ¿eso no desequilibraría tu Ser? Habría amor pero no me conoces mucho, es decir, me amas más de lo que sabes de mí. —¡Claro que sé de ti! Pero no se trata de que si me dieras esos noventa kilos que pesas en puro amor, debo salir a buscar noventa kilos de razón o conocimiento. Es equilibrio de valores, no de cantidades. Yo te amo inmensamente, ¡cómo quisiera que estuvieras hoy mismo en lo más alto de mi Reino! Pero Juan, sé que

todavía no estás listo y si no supiera eso, llegarías sin estar preparado y…, eso no es bueno. —¡Pues paciencia que me llegará del Padre! Y entonces, volviendo a nuestra creación. ¿Es así como somos creados? ¿Es así como somos a tu imagen y semejanza? ¿Salimos casi diosecitos? —Más o menos —dijo Aviraz sin poder contener la risa y continuó—. Cuando soñé con este tan amado proyecto, lo hice pensando en diversidad de características. Cuando emanan de Mí, lo hacen perfectos, pequeños pero perfectos, cada uno con sus características. Luego, por lo general, van perdiendo esa perfección (algo como los adolescentes rebeldes), hasta que la recuperan siendo más grandes y dignos de venir a Mí. —Pero olvidas lo de la división o separación. —¡Ah! Sí. En su momento, mis creaturas son convertidas en dos seres complementarios entre sí y con un solo espíritu. Cada uno de ellos estará pleno de uno de los valores primordiales y con muy poco del otro. Su misión durante toda su vida inicial será complementarse, es decir, cada uno deberá complementar el valor primordial del cual carece, hasta lograr equilibrar ambos valores. Llegado el momento, Yo los uniré y ya nadie podrá separarlos. —Esa misión es referente a toda la vida como ser de luz. ¿Es así? —Sí, pero únicamente en la vida inicial, estés o no en condición de encarnado en el ser humano. Luego ya no carecerás de los valores primordiales y volverás a ser uno con tu alma gemela. Ya estarás más cerca de Mí, muy encaminado. —Y Tú esperando. —Con mi Espíritu estirando sus deditos. —Imagino tu tristeza, cuando alguien no lo logra. Quiero decir, cuando no lo logra porque no está dispuesto a hacerlo. —Diste en el blanco. Como te dije hace rato, las reglas no son difíciles de cumplir, si lo haces con amor y humildad. Pero, Juan, yo nunca pierdo, porque mientras entristezco por razones como esa, alguien me está llenando de vida. Como cuando tú… —Aviraz calló repentinamente mientras abría los ojos como

los de un búho. Lo único que le faltó fue taparse la boca para expresar gestualmente que estuvo a punto de revelar un secreto. —Como si no te conociera —le dijo Juan—, me dejarás un buen rato sin saber si en ese interrumpido principio de historia, fui el motivo de tu tristeza o quien te llenó de vida. —Deberías saberlo. —Sí, claro. ¡La divina y divertida visita! —¡Cuán tenaz eres Juan! —Gracias —dijo Juan satisfecho e hizo un pequeño giro temático—. Y retomando a mi abuelo, él y yo somos almas gemelas, ¿y nos encontramos como humanos y también como seres de Luz? —Sí, como humanos y como seres de Luz. Y muchas veces como ángeles guardianes del uno al otro. —¿Él es ahora mi ángel de la guarda? —Sí, pero es apenas uno de tus tres ángeles. —Cada vez que me entero de algo me siento más torpe. ¿Tres ángeles para mí solo? —No sé cómo aclararte esto —dijo el Viejo escudriñando los gestos de Juan—, pero son tres que te protegen, dos que te guían, uno que te da fuerza y, un servidor, Yo. —¡Dios! ¿Es que no conoces lo pudoroso que soy? Instalaré cortinas celestiales en mi ducha. ¡Cuánta gente! ¡Ángeles, quiero decir! —Juan, nadie te espía. —Una pregunta Señor y perdóname la curiosidad. Me hablaste de origen y fin del universo. Ese final ¿tendrá que ver con eso de la energía oscura y la materia oscura? Al principio venció la energía para que se pudiera crear el universo ¿será al revés el final?

—Eres muy curioso Juan. ¡Te felicito! Pero me estás preguntando cosas de “fin de mundo”. Solamente te diré que ambas son energía y que no me gusta dejar escombros por ahí, por más infinito que sea el espacio. —¡Caray! ¡Moriré aplastado! —Concluyó Juan. Y, un segundo después, dirigiendo su mirada y expresión a Dios, continuó—: ¡No estoy criticando! Si crees que eso es bueno, así me lo parece. —Ambos rieron. —Además hijo, así se reciclan energías. Si decido crear un nuevo universo, lo haré a partir del anterior.

VII

Tiempo y espacio

Y a el sol iniciaba su viaje a ocultarse tras la costa a la que en poco tiempo habrían de regresar. Aunque, desde el principio, aquellas nubes blancas los protegieron de su inclemencia, Juan prefirió iniciar el regreso cuando el astro estuviera por lo menos parcialmente oculto. Se lo propuso al Viejo, a Él le pareció buena idea y así lo hicieron. Ya con la cubierta limpia y el sol como lo querían, Aviraz encendió el motor. Juan nuevamente podía disfrutar de un gran paisaje, distinto sí, pero grandioso. Muchos colores: anaranjado, azul, morado, entre matices difíciles de identificar. Muchos tonos y contrastes. El mar totalmente calmo, salvo por las ondas dibujadas por una corriente que favorablemente les llevaría a tierra. Pero lo más emocionante es que tenía con quien compartirlo y, nada mejor que con su propio creador. Puso su mirada en Dios y Él preguntó: —¿Presumido? —Sí. Y de una vez te pido perdón —respondió Juan sabiéndose perdonado. Llegado el momento y, aprovechando la corriente favorable, iniciaron el retorno con el motor en mínimo para poder oírse mutuamente. Tanto el regreso como el ocaso, nublaron un poco la emoción de Juan. Tenía la impresión de que la visita llegaba a su fin y así sería. El Viejo le preguntó: —¿Serás más constante en tus oraciones cuando me haya ido? —Imagino que en las primeras oirás a un niño malcriado —respondió Juan con tristeza y continuó—. Regálame un poco de paciencia y yo haré el resto. —Cuando me haya ido, ora por ella y te la daré. —Pues entonces soy un ángel, tengo un ejército de ángeles y, además soy materia reciclada —expresó Juan, rompiendo un buen rato de silencio. —No voy a tomar a Juan y reciclarlo, reciclaría las energías y elementos de este universo, para dar forma y vida a uno nuevo. Por tanto la materia originada en ese nuevo universo sí sería reciclada. Pero si lo he hecho o no o, si lo haré o no, no te lo voy a decir. —Y lo acepto así. Lo importante es que tengo un Dios amoroso, compasivo,

misericordioso y tierno. Un Padre que me ama y quiere estar conmigo. De verdad que no pienso preocuparme por el fin. Tan solo me ocuparé de tu oferta de vivir junto a Ti. Pero cuéntame sobre mis ángeles: ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo me ayudan? Ya me dijiste algo, pero… —No te diste cuenta de lo que acabas de decir —le interrumpió el Viejo—, dijiste verdad porque sí quiero estar contigo, por eso estoy aquí y ahora. Pero lo verdaderamente importante es que quiero que estés Conmigo en un eterno ahora, como dijiste: mi oferta de vivir junto a Mí. Ahora sí: los ángeles, ¿cómo te ayudan? De distintas maneras. Tu ángel de Luz y los guías, básicamente con oración y meditación. De esa manera llegan a ti. —¿Oran y meditan por mí o para que yo les escuche? —No. Oran y meditan pidiéndome paciencia para no gritarte —Dios rio y aclaró —. Realmente eso pasa porque a veces les cuesta hacerse oír, pero el objetivo es que les escuches, que los sientas, y piden sabiduría para lograrlo. Tus ángeles de la guarda están pendientes de tu entorno, en tus momentos difíciles o de peligro, para reaccionar oportuna y asertivamente y evitar que pase algo que no queremos o que no podemos permitir que suceda. Ya te hablé de eso. ¿Qué quieres saber exactamente? —La rapidez que necesitarán tener, por lo menos en ocasiones. Debe ser un trabajo arduo. —Quizás a veces —sonrió el Viejo— como, por ejemplo, tú después de aquel descuido. Pero verdaderamente no hace falta. Los ángeles se mueven en distintos planos de energía y tiempo y con ello pueden planificar la mejor acción y aun así ser muy oportunos. —Algo como viajar al futuro y regresar para hacer lo adecuado ¿es así? —¿Viajar al futuro? —Sí. ¿No es así cómo lo hacían los ángeles o, hasta Tú mismo para enseñar el futuro a los profetas? Los hacían viajar al futuro para que pudieran verlo. ¿Cierto? La verdad es que se escribieron sobre algunos hechos, mucho antes de que estos sucedieran. —Bueno, viajar al futuro claro que es posible, en efecto es una realidad, el

tiempo es una ola que siempre te lleva al futuro. Pero ¿te refieres a que los profetas viajaban al futuro y regresaban a un presente para revelar el viaje? —Sí, exacto. Imagino que para hacer advertencias sobre algún evento importante. Para evitarlo si es malo o, promoverlo si fuera bueno. —¡O para revelar los resultados de las loterías! Juan, si hay maneras de alcanzar tiempos muy futuros en “instantes”, pero no existe forma de alcanzar el pasado, ni el de un segundo atrás. —Pero ¿cómo se escribió de Jesús tantos años antes? Por ejemplo ¿Cómo lo sabían los profetas? —¡Planificación! Simplemente eso. Y por supuesto, al profeta se le revela el plan. —¿Hasta que Él entraría a Jerusalén montando un burro? —Hasta el burro hubiera planificado eso. Bastaba con prever que los burros no se hubiesen extinguido para el momento y que los ángeles ayudaran a tenerlos disponibles. —¡Prever! A eso me refiero. ¿Cómo prevén? —Sencillo. ¿Ves esa isla? —Preguntó Aviraz. —Sí, Borracho. —¡Serás tú, yo ni estoy tomando! —El nombre de la Isla. Se llama Cayo Borracho —dijo Juan riendo. —Bien, no tengo que ser Dios para saber que si vas a ella sin agua te vas a deshidratar. Que si vas en un bote con el motor dañado serás un náufrago deshidratado y que si vas sin teléfono y no le dijiste a nadie a donde irías, morirías seguramente en un par de días. —Entendido. Solo un milagro me salvaría. —Exacto. Pero volviendo a la ayuda de tus protectores, por la cual me

preguntabas, moverse en distintos planos de tiempo no significa viajar al futuro y al pasado, de ninguna manera. Es simplemente desenvolverse en un plano energético que les permita oportunamente, por ejemplo, impedir que des un paso en falso que ponga en riesgo tu vida o que lleve tu misión de vida al fracaso. En el caso hipotético de tu visita a Cayo Borracho, ellos podrían dañar el motor de tu bote, de manera tal que no pudieras siquiera salir de la marina. Para lo cual necesitan moverse mucho más rápido que tú. —¡A correr ángeles que los humanos están torpes! —No. O no necesariamente. Te explico. ¿Puedes ver la costa a la cual nos dirigimos? —Juan asintió—. Bien ¿Podrías imaginarte que esta, en lugar de ser esa línea recta que es, es, en todo su largo, un punto al que llamaremos “B”? — Juan asintió de nuevo—. Perfecto. En este mismo instante estamos en el punto “A” viajando a cinco nudos en dirección a “B”, que se encuentra casualmente a cinco millas de nosotros. ¿En cuánto tiempo llegaremos? —¡Fácil! en una hora. —¡Exacto! Pero si nos desviamos una buena cantidad de grados hacia el norte ¿en cuánto tiempo llegaríamos? —Ciertamente podría ser hasta en dos horas, un poco más o un poco menos, dependiendo del desvío. —Eso pasa con el tiempo. Siempre hacia el futuro, siempre en ese sentido, pero la energía le hace tomar una dirección distinta. Te pregunto, si actualmente fueras mi ángel guardián y debes protegerme ¿en cuál dirección de tiempo estaríamos cada uno de nosotros? —¡Aparentemente obvio! Pero no tanto. —¿Por qué? —Porque yo iría de “A” a “B” sin desvíos y Tú, igual pero con el desvío hacia el norte. Yo llegaría primero que Tú y te protegería en la costa, pero ¡flaco servicio! Te abandoné en el camino. —No es así, recuerda que lo que estará desviada es la dirección del tiempo, no la del espacio. Por tanto irás en una dirección temporal distinta a la mía, pero

acompañándome todo el camino, y poco antes de llegar, caminarías a la costa, verificarías que todo está bien y regresarías a acompañarme nuevamente antes de que yo pise tierra. —¡Increíble! Pero creo que entiendo perfectamente. —La humanidad ya ha tenido someros encuentros con esa realidad energética que afecta al tiempo y al espacio. ¿Has oído algo de eso? ¿De la distorsión del espacio-tiempo? —Sí, pero da igual, de eso no entiendo nada. Particularmente menos entiendo eso de la curvatura del espacio. Para mí espacio es espacio. —Y es así, pero dentro del universo el espacio parece distorsionarse por efectos de la gravedad de los cuerpos, de la energía. El espacio entre dos puntos podrá ser una línea recta, pero los cuerpos, específicamente su energía gravitacional, hacen que cualquier objeto o partícula experimente una curva alrededor de su órbita, que se quede atrapado en esta o inclusive, que ambos se fusionen en una colisión. ¿Ves Borracho? —Y sobrio también. —Juan recicló la broma de Aviraz. —Bien, entre este punto y Cayo Borracho, hay una línea recta, ese es el espacio entre nosotros y el cayo. Pero la corriente del mar nos haría percibir una distorsión y más aún si tuviéramos un remolino en medio de los dos puntos. —Estoy más claro. No es espacio distorsionado, sino energía complicando o favoreciendo una trayectoria, distorsionándola. —¡Bien! La energía y, sigamos con la gravitacional, también hace que el tiempo parezca distorsionarse. Mientras más te alejas de esa energía, el tiempo transcurre ligeramente más lento. Es decir, usando tus propias palabras, la energía o su ausencia, favorece o complica la trayectoria del tiempo, cambiando ligeramente su dirección. Ya han hecho algunos experimentos con resultados mínimos pero concluyentes. Los ángeles justamente usan los distintos planos energéticos para favorecer el tiempo que requieren para realizar sus tareas. —Alto, largo y ancho, es decir el espacio, el tiempo y ahora la energía. Es simple. —Afirmó Juan, pero sabiendo que así lo sería si no profundizaban más.

—Ni tan ahora hijito, ni tan simple, Yo soy energía. Y eso me recuerda hacerte tres preguntas. La primera: ¿Dónde y cuándo nací o fui creado Yo? —Dónde no sé, pero cuándo… —Juan se interrumpió al darse cuenta de que si no hubo un cuándo, tampoco debió haber habido un dónde—. No sé qué responder, se me hace “fácil” pensar que siempre has existido, pero “dónde” me deja la mente en blanco. —La segunda pregunta. Además de este servidor ¿qué otro ser o cosa ha existido siempre, sin haber sido creado? —Te recuerdo que tengo la mente en blanco. —El tiempo y el espacio, Juan. Y ahora la tercera y más importante. ¿Será que el tiempo y el espacio forman parte de Mí mismo? —¡Por Dios! ¡Cómo voy a saber eso! Seguro Tú sabes. —No. Siempre han estado allí a mi disposición. Pensé que me ayudarías a conocer la verdad. —Pienso que piensas que te ayudaría a divertirte. —Esa es la idea. Pero puedes hacer un esfuerzo. Saca el blanco de tu mente. —Tendría que viajar en mi imaginación, algo como el ejercicio anterior. ¡Eso es! Voy a salir del universo. —Juan cerró los ojos e inició un viaje imaginario en cualquier dirección desde donde se encontraba. Visualizó cómo dejaba atrás a la Tierra, al Sol y al resto de sus planetas, en segundos dejaba atrás galaxias y en poco tiempo, los cúmulos de estas. Luego comenzó a ver los límites del universo —. Ya estoy afuera, veo el universo entero haciéndose más pequeño. Seguiré hasta que ya no pueda verlo. Espero no encontrarme con otro. —Es tu imaginación. Continúa. —Listo, ya no lo veo. Pero tengo un problema. —¿Cuál es? —Tú estás allí. Lo siento, pero tengo que sacarte por un momento.

—Me suena a golpe de estado —rio Dios. —Ya estoy solo. Completamente solo en una oscuridad total. No hay nada, y aquí si es válido pensar en flotar en la oscuridad. Trato de imaginar que estoy allí por mucho tiempo, por siglos y sigue sin haber ni pasar nada. —Juan hizo una pausa larga y concluyó—: Creo que puedo inferir una respuesta. —¡Qué bueno! Me estaba aburriendo. —El tiempo y el espacio están allí pero son nada, absolutamente nada. Parece ilógico pero el espacio existe porque no hay nada y el tiempo parece que no pasara con la ausencia de eventos. No pueden ser parte de Ti porque son nada, pero adquieren valor y sentido por Ti. —Y ahora por ti, por todos. ¡Excelente ejercicio! —Tuve dos sensaciones respecto al tiempo, una, la que te dije, que parece que este no pasara. Pero por otro lado, sentía que sí podía percibirlo con cada latido de mi corazón. Con eso me quedó claro que el tiempo únicamente avanza pero solo lo concibo como unidad. ¿Cómo es posible entonces que se pueda alcanzar tiempos muy futuros en tan solo instantes? —Ya te lo dije, por las distintas dimensiones de energía. —O sea que mientras más alto es el nivel energético más rápido se mueven los seres. —No necesariamente. Yo soy el origen de toda energía, y hago vida en los niveles más altos de esta y la percepción mía de la duración de los eventos del universo es mucho más corta que lo que puede ser para ustedes. Ya te imaginarás, aunque sea infinitamente paciente me gusta ver resultados. Tus ángeles, por lo contrario, se desenvuelven en niveles más bajos que los míos, pero aun siendo más altos que los de la Tierra o del universo, para cumplir su tarea, su percepción del tiempo en la Tierra es más larga, como te dije, para poder planificar y actuar. Siguiendo el mismo ejemplo del daño al motor de la lancha, mientras tú apenas esbozas una sonrisa para comenzar tu camino a encenderlo, ellos van cómodamente, le causan un daño eléctrico y se sientan a verte, desde que caminas contento hasta la lancha, hasta que frunciendo el ceño, terminas maldiciendo tu mala suerte al ver que el motor no enciende.

—En lo sucesivo la consideraré buena y la bendeciré. —Aprende a leer designios, porque podrías pecar de poco perseverante. Aprende a acercarte a Mí porque te puedo enseñar a leer. —¡Sí, entiendo! Por cierto y, retomando el tema de conocer el futuro, de la posibilidad de que me vieras haciendo lo que haré mañana, o a cualquiera aquí en la Tierra, o a tus ángeles en el Cielo, pienso que sería una vida ya escrita, eventos que ya se definieron o ya los definiste, así definitivamente no habría libre albedrío. —Perfecto, es así, no serían seres o personas, sino personajes de mi propia novela. Y no, ustedes son mis hijos amados, personas, seres creados de mi misma esencia. —La verdad, esto es tan lógico que no entiendo el empeño humano por los viajes en el tiempo. —¡Sueños! Eso me gusta. —Pero realmente me siento feliz de que sea como verdaderamente es. Aunque lástima que el pasado no pueda verse, simplemente verse. —No hijito, te equivocas con el pasado. Claro que lo podemos ver. Tú mismo dijiste que los evangelistas debieron ser más descriptivos y narrativos. De una manera, ellos están mostrándote su pasado reciente. Hoy los humanos tienen mucho más conocimiento y tecnología, por lo que pueden ver, estupendamente bien, hechos de su pasado reciente. Pasaron de la escritura y la pintura, a la fotografía y el vídeo. —Siempre que hayan sido captados con los aparatos, claro. —Cuando te llegue el momento podrás conocer los “planos de registros memoriales”. Son planos dimensionales en los cuales puedes estar presente en eventos pasados pero sin participación, lo que ves allí ya pasó y no se puede alterar. Como si estuvieras inmerso en un vídeo envolvente, realmente mucho mejor. Dejando a un lado la modestia, es estar allí en su ahora. —Debe ser algo complicado. ¿Cierto?

—Sencillamente son registros. Como la luz que ves de estrellas que están a miles de años luz, son registros de una luz emitida miles de años atrás, pero en lugar de solo registrar luz, se registran sonidos, movimientos, sentimientos, sensaciones, gestos y hasta olores que no se pierden. —Debe ser apasionante conocerlos. —Permíteme corregir una frase que recién te dije: “Cuando te llegue el momento podrás conocer los “planos de registros memoriales”. —El Viejo hizo una pausa muy larga para Juan. —Sí, eso dijiste. Pero ¿y la corrección? —Cuando te llegue el momento podrás recordar los “planos de registros memoriales”. —Me da la impresión de que los conozco bien. —¡Como pocos! —¡Uff Vaya! ¡Soy el dios del tiempo! —Ambos rieron.

VIII

La Santísima Trinidad, El Redentor y el pequeño Juan

A l llegar a la costa ya estaba oscuro pero con el cielo completamente despejado. Poco a poco relucían las estrellas adornando la bella vista de la casa, tenue, pero hermosamente iluminada. Aviraz aumentó un poco la potencia del motor, lo suficiente para que, aunada a la poca corriente que todavía se mantenía a favor, la lancha encallara en la blanda arena de la orilla. A Juan le extrañó que tan sabio Capitán no la llevara a su destino lógico: el remolque que había quedado a medio sumergir en la orilla. Pero sin hacer preguntas, Juan saltó de la lancha con soga en mano para asegurarla al cabrestante ubicado en el área más blanca de la arena, mas el Viejo le pidió que la dejara sin amarras, explicándole que no hacía falta hacerlo. Esta, la blanca arena, brillaba de manera muy sutil, pero brillaba. Juan recordó esa misma mañana, cómo cada objeto aparentaba tener brillo propio y, esa noche no parecía diferente, pensó. Pero mientras observaba detalladamente cada rincón a su vista, se convencía de que era mejor, mucho mejor. «¡Es mágico!», dijo mientras ayudaba a Aviraz a salir de la lancha, tomando su mano derecha con la propia y continúo hablando: —Es mi espíritu buscando al Tuyo, mientras estira sus dedos para que yo lo pueda alcanzar. —Sintió la rápida y gestual respuesta de Aviraz con tanta ternura y amor que sintió estar frente a Dios en toda su grandeza. Tanto así fue, que le haló de su mano acercando sus cuerpos para evitar verlo a los ojos, para que sus caras no pudieran verse. Aviraz, con la misma ternura, pero respetando el evidente rubor de Juan, no tardó en hablar—: ¡No temas expresarte! ¿Estás evitando recibir la reciprocidad del amor que me acabas de expresar? ¿Preferirías que callara indiferentemente? —No. Por supuesto que no —respondió Juan mientras se separaba del cuerpo de Dios para verlo a los ojos y acercarse a su alma—. «¡No, a su Espíritu! —Pensó— lo más grandioso y sublime que otro ser puede observar y sentir de Él». —¡Es el Espíritu Santo! —dijo—. ¡Tu Espíritu! Por el cual veo y me siento como me siento. ¡Tú eres en esencia dos energías inseparables, alma y espíritu! ¡Cómo no lo pensé antes!

—¡Mira como aprendes Juan! Y tú también lo eres —contestó Aviraz a la afirmación de Juan. —¡Padre, Hijo y Espíritu Santo! Perdóname Dios, pero entonces no existe la Santísima Trinidad. No como… —¡Por todos los cielos y por Mí! —irrumpió Dios—. ¡Creo que tú serás el expulsado por la iglesia! Dime ¿cuál es tu duda específica? —¡Tres personas, un solo Dios! Esa es la esencia de la Santísima Trinidad. Y el Espíritu, según recién me dijiste, es una de las dos energías inseparables, lo más sublime que otro ser puede observar, sentir y vivir de Ti. Pero no es otro ser o persona. —Tienes razón, es mi Espíritu, no otro ser. Pero en este instante puedes dar testimonio de una trinidad que te ayudará a entender. —Pues creo que si me pones a fabricar universos te será más fácil ver algún resultado —¡No! Acabas de decir, y así lo sabes desde esta mañana, que ves un gran brillo, y que te sientes como te sientes, porque tú espíritu está cerca del mío. Tú y Yo, con nuestros espíritus en comunión. ¿Ves la trinidad? ¿Ves la grandeza? —¡Pues sí! —Pues aquella que es Santísima funciona similar, pero en lo más alto de mi Reino. El Padre, Yo y el Hijo, Jesús, en la comunión del Espíritu. —¡Dios! Pero… —dijo Juan apretando los dientes y rascándose la cabeza. —¡Pensé que lo habías visto, que habías entendido! —Sí, la trinidad sí y la Santísima también. Pero es que ahora estoy infiriendo que Jesús es una persona distinta a Ti. —¡Esto no puede ser! ¿Primero te quejas que el Espíritu Santo no es una persona y ahora de que Jesús sí lo es? —No es queja… —Juan rio al ver la sonrisa de Dios—. Es Jesús. ¿Es que Él no

eres Tú? ¿No encarnaste Tú en el vientre de María para nacer como Jesús? —Ya. Te entiendo. Pero ¿te importaría que termináramos de llegar y luego seguimos hablando? Caminaron hacia la terraza y Aviraz encendió las luces principales de esta. La sorpresa de Juan no se hizo esperar. En la estufa aunada a la parrillera, había una especie de paellera grande con agua calentándose a fuego bajo, con cuatro cilindros sólidos de lo que parecía ser acero inoxidable y sobre estos, en una plancha tipo coladera con un diámetro un poco menor que el de la paellera, recibían calor y humedad no menos de quince alcachofas previamente sancochadas. Sobre la mesa de la terraza, dos platos con sus respectivos cubiertos y servilletas, copas y, los recipientes con lo que aparentaba ser el aderezo para las hojas y el corazón. —Como que no confías en mis habilidades culinarias —dijo Juan. —Imagino que te refieres a la cazuela que prepararías al llegar. —¡Claro! Y no creo que haya sido por la evidente ayuda angelical, porque de ser únicamente por eso, igual pudieron ayudar con la cazuela —respondió Juan teniendo la certeza de que el cambio de menú fue divinamente cambiado para complacer dos paladares. —¡Ah! Así es. Lo hicimos para que experimentaras cómo funciona la ayuda de los ángeles. ¿Viste? ¡Todo listo en tan poco tiempo! Además de esta manera no perdemos el tiempo de compartir. Respecto al cambio, la culpa fue tuya, por hablarme de la fruta prohibida, lo que me hizo recordar esta flor que me fascina. —A mí también me encanta. Soy feliz con esto —expresó Juan mientras tomaba una hoja y la probaba con el aderezo. —¡Um! Salsa… —Holandesa, como la de tus medallones. —Una “bombita” para el corazón de los mayores. —Este cuerpo tiene ochenta y nueve años. Dime ¿Qué daño puede hacerme ya?

—Yo… —Juan pensó hacer una pregunta pero decidió callar. —Te preguntas que pasará con mi cuerpo. ¿Cierto? —Un poco morboso o curioso. Perdóname. —Lo que pasará con mi cuerpo en este instante, es que recibirá un buen baño y espero que el tuyo también. Usa una de las habitaciones con baño que están arriba. La habitación era hermosa, apenas unos muebles y sin ninguna decoración, pero hermosa. El piso, de piedra azul celeste con vetas de un azul un poco más intenso, era, además de elegante, agradablemente misterioso, no tenía idea de cuál piedra sería, pero lucía mucho con las paredes color marfil y los pocos muebles de caoba finamente acabados y de apariencia sedosa. Estaba iluminada por tres lámparas que reflejaban su luz en el blanco techo. El al baño era a través de una puerta, también de caoba, que separaba los ambientes pero sin haber cambio en el color y el material de las paredes y piso. Este último continuaba hasta el fondo, en el cual se encontraba una elegante bañera a la cual se le accedía bajando a través de unos escalones, todo de la misma piedra. El área de ducha no tenía puertas ni otra cosa y Juan recordó las “cortinas celestiales” que dijo que instalaría. Se dio un baño como los que él siempre disfrutaba, pero un tanto ansioso de bajar con el Viejo. Para suerte de Juan, el bolso que Carlos le había entregado la mañana anterior, contenía ropa con la cual se sentía más cómodo y mejor vestido para estar con Aviraz. Unos bermudas blancos, camisa azul marino y unos blancos tenis recién comprados y sin estrenar. «No será un traje de protocolo, pero me siento reverente con Él, con Dios mi Señor. ¡Mi amigo Aviraz! el Viejo». Pensaba Juan, mientras sonriente, cepillaba su pelo frente al espejo. «¡Zeus!». Rio para sus adentros. Una vez bajó las escaleras y se encaminó a la terraza, vio que el Viejo estaba allí sirviendo sendas copas de vino. Al acercarse Juan, Aviraz extendió su mano y le entregó la suya. —¡Salud! —dijo mientras esperaba que Juan acomodara su copa para chocarlas en señal de brindis. Así lo hicieron y bebieron los primeros sorbos de un delicioso vino, entretanto se sentaban en las sillas alrededor de la angelicalmente acomodada mesa. —Aviraz.

—Dime hijo. —¿Qué significa? —¿Qué significa qué? —Aviraz. Tu nombre. —¡Ah! Ya. Como te dije, un nombre hebreo. Significa “padre del secreto”. —Muy elocuente ¿No? Me refiero a su significado y a que Tú lo tengas. —No lo veo así. Mis hijos no son un secreto para mí ni para nadie, por tanto no soy padre de este. Y si se trata de ser el máximo representante del secreto, tampoco. Cuando los creé, enseguida los amé y cuando lo hice, fue de manera abierta y transparente. Circunstancias, que ya conoces Juan, hacen que el Padre, hoy, sea un misterio para ustedes. Misterio que irán aclarando con la fe. ¿Recuerdas? El vehículo al cual le puedes meter información. —¿Entonces ese nombre no fue elegido por Ti? —No, para nada. Elegido por mi padre. Él era judío muy devoto, conocedor de los significados de los nombres y sentía que yo sería alguien muy especial, alguien que podría descubrir los misterios o secretos de Dios. —¡Y sí que lo fuiste! —Sí, lo fui. Fui, además, un gran hijo para mis padres. —¡Suena raro! —dijo Juan meneando la cabeza y sonriendo. —¡Totalmente raro! Pero nadie puede decir que el Padre no ha tenido la fortuna de ser hijo. —¡Ajá! Eso nos devuelve a nuestra conversación acerca de la Santísima Trinidad. —¡Cierto! E íbamos… ¿por? —¡Cómo gozas! Me gusta cómo eres —expresó Juan complacido—. Te pregunté acerca de Jesús, específicamente de que si Tú eras Él.

—Cierto. Pero ciertamente Yo no soy Él. —Bien. Suena fácil: El Padre y El Hijo, dos Personas que hacen la Trinidad con el Espíritu Santo. Pero ni tan fácil —dijo cambiando el semblante mientras pensaba en voz alta—, porque si mal no recuerdo también, las tres Partes deben ser no nacidas ni creadas. El Espíritu es fácil, siempre estuvo, está y estará contigo. Pero ¿el Hijo? ¿Jesús? —Juan esperó por largos segundos a que Aviraz reaccionara e hiciera algún comentario, pero eso no pasaba y decidió sacarlo del aparente trance—. ¿Señor? —¿Sí? —Te fuiste lejos. Y te comenté algo. ¿Me escuchaste? —Claro, soy Dios, siempre te escucho. Pero yo no inventé el dogma de la Santísima Trinidad y mucho menos sus reglas, no me reclames eso. Y disculpa mi aparente distanciamiento, pero es que realmente pensaba que Yo no soy Él, pero Él si es Yo. Quería explicarte eso pero de pronto no supe cómo hacerlo. —Solo quieres que lo descifre. —¡Me estás conociendo hijito! —¡Me estás confundiendo Padre! —¡Vamos! Anímate a pensar que yo te guío. —Pero te hice un comentario que es importante. —Sí, lo es. Pero si no descifras esto no entenderás nunca tu duda. —Está bien. No eres Él, pero Él si es Tú. Suena como una relación de dependencia. Tú no de Él, pero Él sí de Ti. ¡Aclaremos algo! Estamos hablando de Jesús hoy, sin condición humana. ¿Cierto? —Sí. Pero si quieres… —¡Perdón! Discúlpame Señor, pero tengo que ir por partes, si no me pierdo. —Válido, continúa.

—Use o no la palabra correcta, Jesús y yo emanamos de Ti. ¿Cierto? —Sí. —Podría decirse que por esa razón somos Tú. Pero, sin embargo, Tú no eres ninguno de nosotros. —¿Y tú tienes el tupé de llamarme “presumido”? —Perdón, solo trato de aprender. Podría entonces decirse que ambos somos hijos tuyos, creados por igual en diferentes momentos. Claro que Él es mucho más grande. —No. —¿No lo es? —No. ¡Que no tienes que aclararlo! Claro que Él es mucho más grande. Te ayudo un poco. Realmente es correcto decir que Yo no soy Él, pero Él si es Yo. También es correcto decir que Él emana de Mí pero a la vez no es creado. — Hizo silencio para que Juan manifestara cualquier duda. —Y también es correcto decir que la mitad de las neuronas de mi cerebro ya son irrecuperables. —Entonces trata de ahorrar las que te quedan —le dijo riendo—. ¿Recuerdas nuestra trinidad, la que te acabo de mencionar? —Seguro, Tú y yo, con nuestros espíritus en comunión? —Y, como te dije, la Santísima es Padre e Hijo en comunión del Espíritu Santo. —Siento como si lo supiera y no pudiera recordarlo —dijo Juan sobrecargando de trabajo cada una de sus neuronas—. Creo tenerlo frente a mi nariz pero sin poder verlo. —Hace rato te dije que algo similar decía mucho de Mí. —Eso fue… —Juan hizo algún esfuerzo para recordar— cuando me hablaste de la separación del alma… ¡Te dividiste! Como lo hiciste con nosotros.

—¡División! ¡Juan, por favor! ¡Me haces sentir como una célula! Y créeme que el resultado es un múltiplo, el Múltiplo que reina en el Cielo. —Por eso Él es no nato, porque Él eres Tú, increado. Y eres el Padre porque fuiste primero y Él viene de Ti, pero no eres Él. Por tanto son dos personas. ¡Esto es genial! —¡Pero tienes algo más, sigue! —Sí. Tú y Él comparten el mismo espíritu, el Santo Espíritu. A diferencia nuestra, que cuando estemos contigo, y con Él por supuesto, compartiremos cada uno de los nuestros con el de Ustedes. —Tal cual. ¡Maravilloso! —También creo entender por qué Él es la Palabra, el Verbo, la Razón. Porque Tú eres el Amor. —Sin muchos detalles, por supuesto, pero ¡sí Juan! Así nace la Santísima Trinidad. La que reina en lo más alto del Cielo. —¿Y cómo será entonces cuando vuelvan a unirse? —¿Quién te dijo que nos volveríamos a unir? ¿Quién te dijo que no estamos unidos como Padre e Hijo? —¿Y el equilibrio del ser? Amor y razón. —¿Me notas algo desequilibrado? O ¿Por ser el amor me falte razón? —No. —Juan carcajeó. —Juan, tanto el Padre como el Hijo somos perfectos. Nuestra Trinidad es inmensamente perfecta. Nuestro hogar es perfecto. Hay muchos detalles que ni tú, pequeño dios del tiempo, entenderías en este instante. —¡No importa! ¡Vamos a tomarnos el vino! Dame tu copa —expresó Juan extenuado pero feliz—. Por la Santísima Trinidad —Brindó. —¿Estás contento? —preguntó Dios.

—¡Estoy muy feliz! Disfrutaron durante largo rato de las hojas de alcachofa y de las copas de un vino que, además de estar exquisito, parecía ser interminable. Al rato, Juan sirvió tres buenos corazones a cada uno en su plato, los bañaron con la misma salsa y, aunque conscientes de lo maravilloso de su conversación, hicieron silencio para comer placenteramente ese manjar. —Ahora no tengo duda, Él sí encarnó en el vientre de María —afirmó Juan luego de disfrutar el último bocado. —Por supuesto. —¿Y se parecía a ella? —Sí, a decir verdad, tenía su tipo. —¿Y Tú a tu mamá? —Una mezcla de ambos. Creo que eso me describe muy bien. —Tenían buen tipo. Y ¿Él se parecía a José? —Gracias. —Aviraz miró a Juan y preguntó—: ¿Qué quieres saber de José? Eres pésimo insinuándote. —Sonrió mientras Juan se sonrojaba. —Es que es casi un pecado. —A ver. Termina de hablar, quizás te perdone. —Es que durante muchos años pensé que la inmaculada concepción fue una especie de estrategia, digamos… —Juan no conseguía como terminar la expresión y el Viejo le ayudó. —¿Marketing? ¿Ese es tu pecado? —Sí. Que la iglesia temprana lo había inventado y usado para dar a Jesús el carácter divino. Ya sabes, pensando que de otra manera no sería visto así. —No fue así. Pero en cierta forma no estabas equivocado.

—¿Respecto a la iglesia? —No, respecto al marketing. Aunque, por supuesto fue un objetivo colateral y secundario, ese misterio ayudó a elevar la fe, en cantidad y calidad. Eso lo sabíamos desde mucho antes de la concepción. Pero ni la iglesia, ni humano alguno inventó esa historia. La concepción inmaculada fue tan real como Jesús mismo. —¿Entonces el objetivo primario sí fue realmente la pureza de la concepción? —Tampoco. Por dos mil años la humanidad puede haber entendido que así fue. Y eso también ayudó al marketing divino. Pero no fue, ni es el objetivo primario. Juan, soy Dios Padre y este cuerpo, por mí encarnado, nació de una santa, natural y hermosa unión humana. —Entonces tuvo que haber un motivo muy importante para que haya sido así — concluyó Juan. —Y así lo fue. Sencillo y simple: la genética. ¿Recuerdas esta mañana cuando te dije que así como en el Cielo preparamos todo para que los planes fluyan como fueron ideados y que en la Tierra las circunstancias terrenales que rodean a quien debe cumplir una misión, sobre todo tan especial, también deben ser preparadas para que el plan fluya. Y que las costumbres, la genética, el lugar y el tiempo con y en los cuales nacen y crecen deben ser ideales? Me refería a Sofía cuando te lo dije, pues mucho más importante fue para Jesús. Tanto su concepción, como la de su madre fueron milagrosamente gestadas para garantizar que Él llegara sano a su ministerio. —Pero Tú, como dijiste, eres Dios Padre y no fue así contigo. ¿No debías cuidar la genética de tu ser para mantenerte sano hasta este día? ¿O ayer? La razón de tu visita. —Es distinto. Debía ser distinto. Si Jesús hubiese contraído alguna enfermedad grave; si por esa u otra razón hubieren mermado sus fuerzas humanas o posiblemente muerto antes de su cumplir su misión, nuestro plan habría fracasado. Por lo contrario, si a Mí me hubiera atropellado un tren ayer en la mañana antes de vernos, créeme que igual habría sabido qué hacer para estar contigo ahora. —¿Quieres decir que Jesús debía ser tal cual un humano?

—Sí, es así, y en esa condición salvarlos del “cálido hogar” —Te soy humilde y sincero Señor, pero no entiendo mucho cómo nos salva. —¿Ves? Hace rato te dije que aceptabas y respetabas, pero no entendías a Jesús. —¡Bueno! Eres Dios, la mayor parte del tiempo tendrás razón. —Juan terminó la frase con una risa relajada, como la de quien el descanso, el baño y el vino, atontaron apenas un poco. —Volveremos a los ejercicios para que tú mismo te respondas con mi ayuda — dijo Dios mientras reponía las copas. —“Una mente nublada y lengua entrapada”. A eso llegaré con tu gentileza — comentó Juan al ver al Viejo servir el vino. —Sé que no. Y siempre tengo la razón —le dijo haciendo simpático énfasis en ello—, pero sí te ayudará a dormir profundamente esta noche. —¿Y eso para qué? —El niño que hay en ti no querrá que me vaya. —Cierto. Creo que será mejor que saques un barril —respondió Juan con un gran cambio en su cara. —¿Comenzamos? —Preguntó Aviraz. —Sí, pero ¿puedo comenzar con lo que creo? —Por supuesto que sí. —Va con humildad. ¿Bien? —Estupendo. Y hazlo con amor. —Creo que Él vino con la misión de acercarnos a Ti. Para que lo hagamos por amor y no por temor. Creo que lo hizo enseñándonos que Tú nos amas, que eres amoroso, que nos esperas para darnos vida eterna a tu lado y, ese “a tu lado” es un Reino maravilloso y perfecto. Creo también —continuó Juan—, que todo lo hizo con conocimiento, no simplemente como alguien que, inspiradamente,

versa sobre la promesa de un mundo mejor. En pocas palabras, nos lo dijo porque lo sabe, porque lo vivió o, porque lo vive. Porque lo quiere compartir y porque Tú así también lo quieres. —Juan, si tuviera que ponerle ordinales a las misiones de Jesús, la que describes, sería la primera…, la segunda y la tercera. Sin duda le añadiría que también te mostró un camino. ¿Y entonces por qué tan solo lo respetas y aceptas? —Perdón, no lo sé. ¡Cuán duro es oírte decir eso! —No es mi intención ser duro contigo. Si lo sientes así es porque así lo sientes en tu corazón. —Quizás es que no entiendo. Quizás es que necesito saber cosas, verles el sentido lógico. —Juan, ¿qué pasó con el pequeño y humilde genio que esta mañana me dijo: “Creo que no es lo mismo transmitir información que transmitir fe, claro que siempre es bueno dejar colar algo de información que la refuerce.” —Dios hizo una pausa viendo con amor y paciencia a Juan—. Además de transmitirla, también es mejor sentir fe que sentir información. Y la fe, valor intrínseco del amor, vehículo glorioso que te trae a Mí, es también una esponja que absorbe sabiduría. —Te confieso que sí la tengo, pero itiendo que la mantengo muy superficialmente. —¡Vamos! Te animo a profundizarla. Y basta que hagas oraciones como la de esta mañana. Hazlas con amor a Él, tanto como a Mí y hazlas por tus hermanos de aquí y del Cielo. Por lo pronto cuéntame qué “pata tienes coja”, porque la de que es mi Hijo y la del amoroso Padre, las tienes sanas. —Eres un genio encaminando las ideas. —Sí, tengo alguna experiencia. Pero cuéntame. —Es que me acabo de dar cuenta de que no tenía mucha dificultad en entender la misión. Lo que no entiendo y, creo que fue lo que te dije en un principio, es por qué es Salvador y de cómo nos salva.

—Es relativamente sencillo de entender. En primer lugar, al cumplir su misión, la que expresaste estupendamente bien hace un par de minutos, Él dejó una huella a seguir: Para cristianos, aquellos que creyeron y creen en Él como Hijo de Dios y, para no cristianos, aquellos que no comparten esa creencia o fe, pero que como los buenos cristianos, siguen su camino. Camino de amor, de paz, de hermandad, de esperanzas. Camino hacia un Padre amoroso y misericordioso, a la vez que es exigente pero justo. A través del tiempo, el Camino ha ido más visitado y mejor transitado. Gracias a sus huellas, más y más almas se acercan más y más a Mí. Gracias a Él, cada alma se aleja de la inevitable y lamentable muerte espiritual en aquel “cálido hogar” del cual hablamos. —Eso era parte importante de mis dudas, por así llamarlas, esas que no me ayudaban a entender cómo nos salvaba. Era la creencia de que el Cielo solo estaría reservado para los cristianos. Veo que no es así. Veo que de alguna manera su misión se cumple de manera universal. Pero, aun así: ¿Cómo considerarlo salvador de la humanidad? Si hay, en esa humanidad, quien ni quiere saber de Él o, adorándolo o no, actúan con maldad. —Casi te respondes tú mismo. Grábate esto: Solamente por cumplir su misión, ya se hace merecedor del adjetivo y acreedor de este por antonomasia. Juan, el mensaje es universal ¿verdad? —él asintió—, pero la respuesta es individual — afirmó Aviraz y continuó—. Si tú les das a tus hijos mucho amor, muchos consejos sabios, si los educas bien y los llevas a instruirse en las mejores instituciones, si los alimentas de pan y de espíritu y, todo eso y más, se los das a todos por igual, ¿serías mal padre porque uno de ellos opta por mal camino? — Juan negó con la cabeza—. Tienes razón, nadie podría poner en duda lo maravilloso de tu paternidad. Pues hijito, no pongas en duda que Él, a quien puedes llamar Hermano Mayor, es tu Salvador y es Salvador de la humanidad. —No sé ni qué decir. —En buena parte mejor porque aun no termino. Cuando digo humanidad, quiero que la extiendas a la vida en los cielos, en todos esos niveles que habrán de vivir antes de llegar a este tu Padre. Y entonces sí, continúo: Cuando alguien lleva una mala vida o no logra alcanzar los valores o, corregir los antivalores, ¿no le damos muchas oportunidades? ¿No las tiene en múltiples vidas humanas y de luz? ¿A quién se lo deben? —A Ti. Según me dijiste.

—A Él. Yo decidí que así fuera, Yo creé el universo, pero es su proyecto. Él es el arquitecto de un mundo que ha salvado innumerables almas. Así que Juan hijito, dilo con orgullo, con muchas ganas: ¡Él es nuestro Salvador, Amigo, Hermano y Maestro! —¡Caramba! No puedo sino pedirles que me perdonen. —Perdonado estás Juan. Y gracias al Cielo apenas puedes decir eso porque todavía no he terminado. Te has preguntado una centena de veces qué quiere decir que Jesús sea Redentor. Y nunca has hecho un esfuerzo para entender qué es eso. —Juan “pelo los ojos” ante el evidente regaño—. Perdonado estás Juan. En el mundo piensan que al dar su vida en la cruz, Él cargó con los pecados de la humanidad, sufriendo una muerte para pecadores y con esta, les libró de los pecados. Por eso se dice que Él redime los pecados de la humanidad. Hay verdad en esa creencia, pero realmente la redención comienza desde que Él acepta hacer mi voluntad en su proyecto, desde que encarna y desde que nace. La redención se expresa magnamente en su lucha contra la adversidad a los planes del Cielo en la Tierra y contra la tentación y, se materializa con su entrega sin pelea por defender su vida humana durante la horrible tortura y muerte. En ese instante Juan, el Redentor terminó de cumplir su misión: Alejarlos del mal, alejarlos del pecado a través de la certeza de un Reino, de una vida eterna en este junto a Él y al Padre que los ama, y lo hizo a través de la enseñanza de un camino de amor entre hermanos. Él aumentó su fe y con autoridad añadió información. Él, el más grande, se manifestó pequeño, muy humano. Él, muy poderoso, sufrió como el más débil para enseñarles que lo verdaderamente importante se encuentra en el Reino, el cual comparte a mi derecha. Inclusive como humano, sabía que muchos no lo entenderían. Temía todo el sufrimiento que habría de padecer, pero con mucho valor cumplió el propósito. Y Juan, más allá de alejarlos del mal a través de la promesa y la enseñanza, los alejó de la baja vibración que existe en las tinieblas, los llevó a niveles más altos de energía, los acercó más hacia niveles celestiales. Sí, la Tierra y la humanidad, en ese instante, comenzaron una nueva era. ¡Mi Hijo! Él es la Sabiduría que istra el Amor espléndidamente. —Aviraz pronunció las palabras con tanto sentimiento que Juan no pudo contener su emoción. —¡Me gusta verte así! —Sí. A Mí me encante sentirme así.

—Gracias por iluminar mi mente. Gracias por iluminar mi espíritu. Él nos aleja del mal, pero todavía nos queda a cada uno hacer lo nuestro —Libres de la tentación, alejados de ella. No se trata de perdonar pecados cometidos, ni de hacerlos incapaces de cometerlos. El compromiso de cada uno de ustedes es mayor ahora. Mientras más sucumban ante la tentación, es porque están rechazando la Luz que se les regaló, porque están yendo por la ruta equivocada. Jesús les puso un camino, si te dejas tentar, es porque decidiste caminar en sentido contrario. —¡Cuán cómodo me siento entendiendo! Te prometo que Tú y Jesús estarán mucho más presentes en mi vida. —¡Brindemos por eso! Se sentaron a comer nuevamente las hojas impregnadas con la salsa. Parecía que no necesitaran más nada en la vida que esas hojitas, la salsa, las servilletas y las copas. Un placer enorme que disfrutaba y compartía con nadie más que Dios. «Placer —pensó—. ¿Será que el Viejo solo puede darse un gusto así si encarna? ¿Será que en el Cielo no se come? No quiero saberlo». —¿Te preocupa algo? — preguntó Aviraz y Juan respondió—: Solamente me hacía una pregunta, pero prefiero no conocer la respuesta aun. Cuando llegue su momento lo sabré. —Jesús. ¿Te preguntabas algo sobre Él? —No, pero me encantaría saber de su vida en familia, su carácter. Cuando veo algunas de las películas que de Él hacen, lo interpretan como alguien sufrido y triste. La verdad es que a mí eso no me cuadra. Y ahora que conozco a su Padre menos. —Juan rio y Aviraz le respondió sonriendo. —Sí, tienes razón. Desde niño fue muy alegre. También sabiamente ocurrente y con las respuestas siempre “a flor de piel”. Si callaba ante algo, es que la respuesta correcta era el silencio. —E imagino que fue también alguien muy atractivo. Y me refiero a su personalidad más que a su físico. —Por supuesto. El Espíritu Juan, se le podía sentir a kilómetros. —¿Y con José y María?

—¡Los hacía felices cada segundo de sus vidas! Apenas, en algunos momentos de abstracción en su preparación, ellos sentían una mezcla de emociones, a veces más de tristeza, otras de preocupación. Pero la mayor parte de las veces era nostalgia por no estar disfrutando de Él. —Mucha oración, me imagino. —Te imaginas bien, pero también mucha lectura. Las escrituras no llegaron a Él desde el Cielo. Hablaba arameo, hebreo, griego y algo de latín y aprendió a leer las tres últimas. Toda la lectura y su propia inspiración fueron la preparación para llevar a cabo su misión. Pero jamás le faltó tiempo y ánimo de hacer felices a sus padres. Para José, ya un poco mayor, fue un bastón, una gran ayuda, un compañero único de trabajo y vida. —¿Y cómo se enteró de quién era Él? —Ese fue su primer tormento, aunque también fue lo que lo motivó a interesarse en la lectura, especialmente de las escrituras judías. Aunque no tuvieran la certeza de que en realidad Él fuera el Mesías, algunos conocedores de esas escrituras y allegados a la familia le hicieron ver el vínculo entre su aun temprana historia de vida y las profecías. Imagínate a un niño pensando si es o no, el Salvador que todos esperan. Tratando de entender qué significaba aquello y, si fuera el caso, qué debía hacer. —¿Y no le fue revelado nada desde el Cielo. —¡Claro! Yo mismo. Pero, poco a poco y todo a su tiempo. En su mente, Él necesitaba tener la calma que logró. Necesitó alcanzar su alma y elevar el Espíritu y así me encontró. Pasó un tiempo, pero siendo tan solo un adolecente ya estaba claro de lo primero que tenía que estar claro: “Tengo una misión en mi vida, Dios es mi Padre y, con humildad, actuaré según su voluntad”. —Imagino la calma que debe haber sentido. ¿Y a partir de allí comenzó a conocer todo sobre Sí mismo? —Calma sí, y muy sabia, pero también sintiendo el peso de la responsabilidad, la cual y respondiendo tu pregunta, fue conociendo poco a poco, hasta cuando comenzó a hablar en privado con sus primeros discípulos y luego en público. En la misma medida que Él iba cumpliendo su misión, conocía más de Sí mismo, gracias a sus oraciones y a su entrega absoluta a la obediencia del deber. Él podía

hablar con propiedad y autoridad del Cielo y de Mí. Pero siempre fue un humano, su lucha fue humana, al igual que sus fuerzas. —¿Y conoció todo lo del Reino y su relación con la Tierra? —Lo necesario para poder cumplir su misión respecto a la promesa del Reino, no más que eso. —Y como humano, ¿tuvo conciencia de esa nueva era que estaba por comenzar? —No. De muchas cosas de la Tierra y del Cielo no tuvo conciencia en vida humana. Hay algo de lo que no tuvo conciencia por revelación, pero lo sentía desde lo más profundo de su alma, de una manera hermosa e impecable y, a cantidades infinitas: Su amor por ustedes. Desde su condición humana los amó como si fuera el mismo Dios. Tanto que le dolía más el odio hacia Él y el odio entre hermanos que los golpes y latigazos infligidos por sus torturadores o, los escupitajos e insultos que recibió de algunos del pueblo. Más que por su crucifixión, su corazón sufría por el odio. —Nos regalan la vida, tienen misericordia para con nosotros y no solo les damos la espalda, sino apuñalamos la suya. ¡Dios! ¡No me atrevo ni a pedirles perdón! —Cumple tú la misión de Él, como si fueras un apóstol, eso nos hará felices. ¿Viste que es sencilla? —Lo haré. —Recuerda pedirnos ayuda. —Sí, lo recordaré. Por lo menos en esta vida, recuerda que para la próxima vendré en blanco —dijo Juan intentando ser gracioso. —Entonces no lo harás bien, porque recuerda lo que te dije: “…que lo haces desde el sentimiento, no desde el recuerdo o del conocimiento. Ya en tu vida superior reconocerás con amor tus avances o tus fallas. Así querido hijo, tu yo superior, tu ser de luz, llegará mejor y más rápido a ser estar conmigo…” —Gracias a Dios tienes a Jesús, para no tener que oír tanto disparate seguido de tus creaturas, es decir, gracias a Ti lo tienes a Él.

—¡Bendito sea Él! Claro que lo agradezco, pero también disfruto el crecimiento de mis pequeños y tú, pequeño Juan, tienes un corazón de oro que gusto de ver crecer. —Debiste crearme un poco antes, podríamos pasar más tiempo en el Cielo. —Ten paciencia, pasaremos juntos toda la eternidad. —Pero imagínate todo el tiempo que no estuvimos juntos porque yo todavía no existía. Te perdiste de… —Juan comenzó su broma riendo, pero calló inmediatamente después de que una idea invadió su mente. —¿Me perdí de qué? —preguntó Dios. Juan continuó en silencio por un rato y ya sin darle importancia respondió la pregunta del Viejo: —De mí —dijo con seriedad y siguió—. Pero eso no importa en este momento, tampoco importa cuántos universos hayas creado, ni cuánto haya durado cada uno de ellos. No importa cuánto tiempo, antes del primero de ellos, ya te acompañaba tu creación. Ni siquiera importa cuán antiguo es el bendito día que Jesús comenzó a acompañarte. ¡Dios! ¡Viejo! ¡Estuviste mucho tiempo solo! —Pero Juan ¿qué te preocupa? —¡Por Dios! ¿No lo ves? ¡Alguna vez, y por mucho, estuviste completamente solo! No tenías con quien hablar. Si te sentabas a crear una estrella y querías disfrutar su belleza, la verías solo. Probablemente en un teatro majestuoso, pero con todas las butacas vacías, todas menos una. Eras Tú, pero no eras Dios. En aquel entonces habrás sido algo similar a cuando floté como astronauta en el espacio vacío. Creo que a tus pequeños, Señor, nos necesitabas. —Te preguntabas Juan… —No solo te debo la vida —interrumpió el pequeño— y la promesa de vivirla eternamente a Tú lado. Es que me amas tanto, que me invitas a ser perfecto para compartir tu Reino conmigo. Yo no tengo alternativa, si necesito y quiero eso, debo seguir el Camino. Pero Tú estás Allí y siendo así, me amas y me necesitas. Mi premio me lo darás con placer y complacencia. —Te… —Aviraz intentó hablar y el conmovido Juan volvió a interrumpir.

—No podías compartir con nadie. No tenías a quien amar. Posiblemente ni supieras cómo hacerlo. —¡Definitivamente presumido! —Presumo que sí. —Pero te digo, pequeño escudriñador del tiempo, que mucho antes de tener a quien amar, ya amaba lo que habría de venir. Te preguntabas Juan, por qué tú. ¿Por qué esta divina visita? —¡Para divertirte conmigo! Perdona que la opaque con esta repentina nostalgia de tu pasado y mi futuro. —¿Opacar? Tu compasión por mi antigua soledad, si bien no es motivo de risa, me llena de emoción y me gusta sentirla. ¡Claro que si vine a divertirme! Y divertirse también es sentir emociones. Y divertirse también es vivir las más profundas y sentidas. Y, pequeño Juan, este momento lo esperaba. ¡Gracias por no defraudarme! ¡Este es mi momento esperado! —Pero ¿por qué esperaste tanto? —Esperé tanto como tú tardaste en decirlo. ¿Acaso querías que arruinara el momento anticipándote que esperaba de ti? —¿Y cómo sabías que me daría cuenta de eso? ¿Era predecible? —Ese sentimiento tuyo no es nuevo, lo tienes desde hace mucho tiempo y muy arraigadamente. Claro, te confieso que eres un poco temático con eso de mi soledad, al punto, y lo digo literalmente, que estando en la Luz, le pides a tus hermanos mayores: “Oigan, no dejen solo al Viejo”. —¡Dios! ¿Tan irreverente soy? —No lo eres. Es que todavía no tienes claro que ya nunca estaré solo. No como sí lo tienen claro ellos. —Perdona —rio Juan— me refería a decirte “Viejo”. —¡Ah! Entonces sí lo eres. Tanto como algunos de tus mayores, los más

cariñosos. —Cuando me vuelva a tocar estar arriba, cuando esté en condición de Luz, estaré consciente de que ya nunca estarás solo. Al punto que entenderé y respetaré que habrá momentos en que así quieres estar. —Así se habla y así será. —Y te prometo que de esto que hablamos nadie sabrá nada. —Eso no lo entiendo. —El hecho de que estuvieras solo y que nos necesites. Te imaginas a todos los arrogantes diciendo: “si me necesita que me busque” y quien sabe cuántas sandeces más. —Juan, todo el que ama necesita al ser amado y sentir el amor de ese ser, Jesús grita a voces que Yo los amo, no hay secretos ni misterios en ese sentido. Vienen a Mí con amor y humildad. Quien no quiera hacerlo es libre de no hacerlo, aunque sea lamentable para sus hermanos y para Mí. —Yo sí estoy claro de cuan alto quiero llegar. Gracias Señor por este abreboca que me has regalado. —Y mi agradecimiento es recíproco. Me regalaste un poquito de Cielo aquí en la Tierra, aunque ni tan en la Tierra —aclaró Dios. —¿Y eso qué significa? —Que estamos un poco más arribita que el resto de los seres y cosas de tu mundo actual. —Algo como… —inició Juan como para que Aviraz terminara. —Como lo que tú mismo inferirás mañana. —Pues lo que puedo inferir hoy mismo es que en este “arribita” el vino también causa sus efectos. —Ciertamente, yo también lo siento así.

—¿En serio? —preguntó Juan riendo y continuó—. Ordénale al hígado hacer su trabajo. ¿Ahora eres Tú el de la mente nublada y la lengua entrapada? —Mente nublada no, la lengua quizás un poco. —¡Esto es imperdible! A ver, dime algo un poco complicado. Dios hizo silencio mientras miraba a Juan con una sonrisa que sobrepasaba sus orejas, con los ojos achinados y húmedos de risa y emoción. Y terminó diciendo: —Eres un tonto. —¡No, no! No sirve, eso se entendió perfecto —respondió Juan mientras se acercó al Viejo y lo abrazó—. Tienes que hacer un mejor esfuerzo. Se mantuvieron abrazándose un buen rato sin decir una palabra. Lo que inevitablemente venía, ambos lo sabían. Juan se adelantó preguntando: —¿Ya es la hora verdad? —A lo que Dios respondió—: La hora es, minutos tenemos. —No olvides dejarme el “barril” —pidió Juan. —Tan solo la mitad. —¿También hay un niño en Ti? —¿Lo dudas? —preguntó Dios. —¡Cuánto me gustaría enseñar a ese Niño valores como la paciencia, sentido de oportunidad y esperanza! Solamente para que se vaya feliz y esperanzado. Ninguno podía ver la cara del otro, pero cada uno conocía el gesto, la expresión y cada pliegue y humedad en la piel del otro. Y ni hablar del sentimiento. Pero al Viejo le tocó poner fin al abrazo. —Además de presumido, eres muy creído —le dijo mientras ambos se separaban. Juan lo tomó de las manos y viéndolo a los ojos le habló. —Señor, aquí parado, abrazo al viejo Aviraz, abrazo a mi viejo Dios, quien tan misericordiosa y milagrosamente vino a visitarme, pero estoy de rodillas ante tu grandeza y ante tus sencillas normas de amor y humildad, las que me harán llegar a Ti.

—Lo sé, Jesús me dijo que estabas metido en su cesta. —¡Uy! Las cestas tienen muchos hoyos. —Una regla sencilla: No te acerques a los hoyos y mucho menos hurgues en sus bordes. —Entendido Señor. —Y Juan, las alcachofas del Reino son más grandes y gustosas. Hijo, el Cielo te espera. El Reino entero te bendice.

Epílogo

L a madrugada del domingo no tenía nada que envidiarle a la del día anterior. Los mismos matices y las mismas extrovertidas estrellas que no se intimidaban ante el anaranjado sol. Tan hermosa mañana como la que Dios le había regalado veintiséis horas atrás. Pero esta vez Juan no la disfrutó. Despertó sudoroso con el calor de los rayos de sol y con la ya no tan blanca arena pegada a todo su cuerpo y ropa. Se sentó y trató de sacudir el exceso que tenía en la cara y la cabeza. Su mirada parecía perdida, la de un hombre con resaca que espera que le lleguen las fuerzas para pararse y huir del sol, tan solo distraído tratando de recoger, con su lengua, aquellos impertinentes granos de arena que invadieron su boca. Nada era distinto a lo que parecía, pero a su vez, Juan simplemente no quería apartar su vista del mar, porque justo frente a este y, a sus espaldas, ya no estaría la casa del Viejo. Apenas lo suponía, pero temía saberlo. A su izquierda, la vieja lancha de Aviraz permanecía tal cual la habían dejado allí. «¿Será posible que todo, al igual que el bote, esté tal cual estaba ayer? —pensó—, ¿o quizás únicamente el bote? Es posible que Él me lo haya dejado para poder regresar». Consideró que ya era tiempo de asumir la realidad y lentamente siguió girando su cabeza a su izquierda, al oeste, sintiendo el alivio de su mejilla izquierda ensombreciéndose, pero también el asombro e impacto de no ver la casa del Viejo. «Sí, una casa de Dios en un aquí y un ahora, pero otro plano. “Un poco más arribita…”. Un plano de energía más cerca del Cielo. Y tú, viejo bote ¿sí eres de este mundano plano?». Juan, sin perder tiempo y algo temeroso por la remota soledad, revisó el interior de la embarcación y encontró todas sus cosas. Se remojó en la orilla con todo y ropa, y regresó a la lancha empujándola fuertemente desde la proa, hasta que logró hacerla a la mar. Embarcó, encendió el motor, retrocedió unos metros y luego se enrumbó hacia la marina. —En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. —Juan se persignó, rezó el padre nuestro y, al terminar la frase “y líbranos del mal”, pero antes de decir “amén”, dijo—: Y por favor, sí la lancha no es de este humilde plano, no me la

quites en plena navegación. —Rio a carcajadas—. Te imagino diciéndole a los ángeles: “!Caray! Olvidamos la lancha. Recojámosla”. —Juan carcajeó un “Te Amo” y un “Amén” y aceleró a todo lo que daba el motor. No tardó mucho en llegar, por lo menos así lo sentía. Sus emociones recordando cada gesto del Viejo, cada palabra, lo entretuvieron totalmente. Quería memorizar cada segundo y cada detalle para compartirlos con Cristina. Con los niños también, pero lo haría dosificadamente, inclusive con la especial Sofía. «…Tu misión, y la de Cristina, es ser buenos y amorosos padres. Sencilla, pero no simple…». «…Imagínate a un niño pensando si es o no, el Salvador que todos esperan. Tratando de entender qué significaba aquello y, si fuera el caso, qué debía hacer». Continuó pensando pero ahora en voz alta, como a él le gustaba: «Si Dios hubiera querido que yo le dijera algo tan grande a Sofía, me lo habría pedido». Muy vívidamente, recordó a los sabios meros, la tormenta, el maletín. Su carcajada en tanto descubrió que todo había sido su obra. ¡El Cielo y sus seres! ¡Tantas cosas tan distintas a como él las creía! Pero el amor del Padre y el Hijo: ¡Cómo el Hijo nos enseñó! Entonces dijo: «¡Y lo viví! ¡Aquí en la Tierra! ¡Más arribita! ¡Casi en el Cielo!». —Buenos días. La verdad es que usted siempre tiene alguna historia —le dijo Carlos mientras Juan se orillaba. —Buenos días para ti también, pero la verdad es que no entiendo de qué hablas. —Comenzando con lo primero, nos dejó preocupados ayer. No apareció en todo el día y apenas anoche nos dijo su esposa que estaba en casa de un amigo. — Carlos hablaba entretanto ataba una soga. —Mil disculpas. Es que este amigo es… estuve… La verdad Carlos, es que me dejé absorber por su compañía —explicó Juan mientras Daniel aparecía por el portón hacia la playa y caminaba hacia ellos. —Es entendible —dijo Carlos—, el viejito es muy simpático y debe ser encantador por… —Hola Juan, buenos días —interrumpió Daniel—. Por fin te conozco. —¡Daniel! Igual un placer. ¡Mucho que agradecerte! A los dos, claro. Me estaba disculpando con Carlos por la desaparición de ayer. Pero no entiendo. ¿Ustedes conocen al dueño de esta lancha?

Carlos y Daniel rieron juntos y el último respondió: —Hasta donde sé, lo conozco mejor que nadie. Ese bote es mío. —¿Qué? Y Avi… ¿Y el viejito que la tenía? —Aviraz —recordó Carlos a Daniel—, así se llama. —Sí. Vino el jueves y quería alquilarla. Me dijo que le encantaba y que la necesitaría hasta hoy. No me equivoqué al confiar en él. Nosotros no alquilamos nada, así que se la presté. Aunque, realmente la lancha todavía no es legalmente mía. No lo sé, él tiene algo especial. —¡Tiene todo especial! —respondió Juan—. ¿Y se la prestaste así simplemente? —Sí, me sentí plenamente confiado. Aunque insistió en que guardara una bolsita con unas monedas bastante especiales. Me dijo que se las entregara a él mismo o a quien la devolviera. Ahora te las doy. —Está bien. Y también tengo que pagarles. —Al terminar de hablar, Juan se dirigió al bote, mientras Carlos y Daniel regresaron al interior de la marina. Recogió su bolso y dijo tocando la borda—: Sí eres de este mundo vieja lancha. Se sentaron en la oficina, y Juan le entregó a Daniel el paquete de efectivo tal cual como se lo había entregado Carlos. Lo mismo hizo Daniel con la bolsita de monedas que Aviraz le había entregado días atrás. Siete antiguas monedas doradas que parecían recién acuñadas. Juan no pudo disimular su asombro cuando las vio. —No soy un experto —intervino Daniel—, pero estoy seguro de que son de oro puro. Lo que no puedo decir es si realmente son auténticas. No tengo idea, pero sí tengo quien me puede ayudar certificando si lo son. —Tampoco soy experto, de hecho soy un gran ignorante —dijo Juan—, pero estoy seguro de que sí lo son. —Si es así, quizás el viejito fue más osado que yo al confiármelas. ¿Se las darás pronto? —No. —Hizo una pausa—. No se las daré nunca —Juan pensó un rato—. No de la manera que supones. Daniel, esas monedas son para Carlos. Ayúdalo a saber

qué hacer con ellas. —Daniel asintió. Carlos entró a la oficina y ambos le explicaron. Al desvanecerse de agradecimientos, Juan le respondió: —Agradece literalmente a Dios, porque Él se valió de dos ángeles para que las tuvieras. «Por lo menos dos» —pensó Juan mientras se despedían. Ya dentro del carro, a punto de salir, Juan recordó unas palabras de Daniel, con aparente poca importancia para él, pero que le resonaban mucho: “realmente la lancha todavía no es legalmente mía”. —Daniel ¿de quién fue o es el bote que aun no es legalmente tuyo? —De un viejo amigo y cliente de mi papá. —¿Alguien a quien más nunca vieron? —Sí.

—¿Podría saber algún día el nombre de ese viejo amigo de tu papá? —Si me das dos minutos te lo digo. Papá, en su momento, y yo, ahora, somos registradores disciplinados y meticulosos. Si no fue exacto el tiempo que le tomó a Daniel conseguir la identidad del dueño original de la embarcación, tampoco fue mucho más. Le gritó a Juan: — Giuseppe Abbatangelo. —¡Dios! —murmulló Juan y luego se dirigió a Daniel—: Gracias, tendremos mucho de qué hablar la próxima vez que venga. Camino a casa, Juan agradeció la vida, su familia, agradeció también el mundo donde vivía. Especialmente agradeció el mundo que le esperaba. Agradeció por los cielos que quizás él ya conocía y por los que habría de conocer. Por la larga vida que el Padre nos regala para que tengamos la oportunidad de llegar a Él, a Ellos y ganar la vida eterna. —Gracias Viejo, por regalarnos a Jesús, nuestro Salvador. Nuestro Camino, Verdad y Vida.

Notas

[←1] El término “maracucho” significa que es oriundo de Maracaibo, ciudad municipio y capital del Estado Zulia, ubicado al noroccidente de Venezuela. También se les conoce como marabinos o maracaiberos. Una de sus características es dar a sus hijos nombres nada comunes, como mezcla de dos nombres, apellidos foráneos, etcétera.