1. Asturias en la Edad Moderna. 1.1. Demografía. Los inicios de la recuperación demográfica asturiana que siguió a la crisis bajomedieval hay que situarlos en la segunda mitad del siglo XV y, ya de forma más perceptible, en el último tercio de la centuria, como lo refleja el incremento del número de contratos de arrendamiento y de aforamiento acordados por los diferentes monasterios y el cabildo catedralicio, claro indicio de que estaba aumentando la ocupación del espacio agrícola. Esta tendencia al auge demográfico, aunque no uniformemente, se prolongaría a lo largo del siglo XVI hasta la década de los 70, en que comienzan a percibirse los primeros síntomas del cambio de coyuntura finisecular al observarse signos evidentes de una ralentización del crecimiento poblacional que preludia la inversión de la anterior tendencia alcista en los postreros años de la centuria (HA). Así, se ha estimado el volumen de la población asturiana en el período comprendido entre 1528 y 1536 en unos 22500 vecinos, cifra que ascendería, según datos aportados por el erudito salmantino Tomás González Hernández (1780-1833), archivero en 18151829 del Real Archivo de Simancas, a 51557 vecinos en el año 1557, alcanzando en 1570, según viene indicado por el corregidor Arévalo en un cuestionario realizado acerca de la presencia de moriscos en Asturias, los 70000 vecinos; en cambio, a pesar de la escasa fiabilidad de esta fuente documental y de la diversidad de interpretaciones que se le han dado, el cómputo global de vecinos del Principado de Asturias inferido de la información proporcionada por el censo general de la Corona de Castilla de 1591, elaborado con ocasión del establecimiento del servicio de Millones por parte de Felipe II, impuesto indirecto sobre diferentes productos alimenticios aprobado por las Cortes de Castilla el 4 de abril de 1590 a fin de reconstruir la fuerza naval española, mermada tras el desastre de la Gran Armada en 1588, y sufragar el esfuerzo bélico del Imperio español, oscilaría, en función de las diferentes aproximaciones al citado Libro de los Millones y de las conclusiones extraídas de su contenido, entre los 37727 y los 45936 vecinos, reflejando un sensible descenso de la población asturiana a principios de los años 90 respecto a las décadas precedentes (HA). Más esclarecedor resulta dicha evolución demográfica en el caso concreto del concejo de Oviedo. La población del casco urbano pasaría de los 240 vecinos en 1515 a los 391 en 1561 y los 770 en 1579, esta última cifra confirmada por el Dr. Pernia, corregidor del Principado, en un documento expedido a Valladolid en 1581 para justificar un aumento del número de oficios municipales, y por el Padrón cierto e verdadero de los vecinos
que hay en la ciudad de Oviedo de 1586; no obstante el cuidado con el que hemos de manejar estos datos y la precaución con la que han de ser tratadas estas fuentes, el hecho de que el tamaño de la población urbana de Oviedo haya permanecido invariable en el transcurso de siete años según los datos registrados por las fuentes contemporáneas parece confirmar la ralentización en el ritmo de crecimiento de la población; ya en 1596, el declive demográfico de la ciudad de Oviedo es evidente, según lo constata, en el contexto de la recaudación del servicio de Millones, el escribano municipal Pedro de Quirós, el cual certifica el censo de la urbe ovetense en 538 vecinos, lo que, pese a no incluir en el recuento ni las viudas ni a los pobres, parece corroborar el cambio de la tendencia al alza que había caracterizado a la demografía asturiana desde mediados del siglo XV, modificación de la que es consciente el propio Pedro de Quirós, quién arguye la disminución del número de habitantes de la ciudad en la muerte de muchos ovetenses y la marcha de numerosos vecinos a Castilla. Si junto al vecindario urbano contemplamos la población de los términos municipales del concejo de Oviedo, la evolución que se detecta es muy similar: mientras que en 1528 se contabilizaban 136 vecinos pecheros, en el mencionado padrón de 1586 el número de vecinos se eleva a 1547 para el conjunto del municipio ovetense, incrementándose la cifra hasta los 1755 vecinos, de los cuales 720 pecheros, en el Censo de los Millones de 1591, para bajar el cómputo, teniendo en cuenta la información que nos da Pedro de Quirós, a la cifra más reducida de 1087 vecinos en 1596 (HA). En cuanto a la villa y concejo de Gijón, según los padrones de moneda forera, que, confeccionados cada siete años, contabilizaban el número de vecinos pecheros de una determinada circunscripción con vistas a la recaudación del impuesto de moneda forera, su vecindario se reduciría en una quinta parte de 1585 a 1602, siendo el descenso más acusado en las parroquias rurales, mientras que el número de vecinos de los concejos de Avilés, Illas y Castrillón, pasaría de 876 en 1579 a 731 en 1591 (HA). Las razones de la vitalidad demográfica que, favorecida por la pacificación social y la estabilidad política que significaría el reinado de los Reyes Católicos, se mantendría hasta el último tercio del siglo XVI, hay que remitirlas tanto a una menor incidencia de las enfermedades, con el consiguiente retroceso de la mortalidad catastrófica, como al incremento de la producción agrícola, en base a una extensión de la superficie cultivada, que mitigaría en buena medida las hambrunas durante aquella época, si bien no se puede hablar de un progreso demográfico ininterrumpido, puesto que, aún en sus fases más
expansivas, se vería afectado por periódicas crisis de subsistencia que, aunque sin la fuerza de antaño, disminuirían su intensidad (HA). Sin embargo, la modificación de la coyuntura alcista que había venido anunciando la ralentización del ritmo de crecimiento demográfico desde los años 70 cristalizaría en la gran crisis finisecular, en que la combinación de crisis de subsistencia con el azote de la peste atlántica diezmaría la población asturiana. En los tres últimos años del siglo XVI se extenderían por casi toda España graves crisis de subsistencias, a las que Asturias no sería ajena; efectivamente, la cosecha de escanda de 1597 sería muy escasa y, asimismo, desde principios del verano se haría evidente la insuficiencia que se avecinaba de otros productos típicos de la alimentación asturiana, como el panizo y las castañas. Esta primera carestía lograría superarse importando trigo castellano, pero, a partir de la primavera de 1598, se iría volviendo cada vez más difícil el abastecimiento cerealístico, puesto que la caída de la producción triguera castellana y la proximidad del inicio de las campañas militares con la llegada de la primavera que exigía el abastecimiento del ejército provocarían una disminución en el volumen de las reservas de cereal en la Meseta, por lo que el hambre comenzaría a hacerse sentir también al sur de la cordillera Cantábrica, obligando a las autoridades de las zonas más afectadas a requisar el grano que los mercaderes transportaban por sus comarcas para subvenir a las necesidades de la desabastecida población. A las malas cosechas se vendrían a sumar las necesidades del aprovisionamiento de la Real Armada, cuyos agentes recorrerían incesantemente las tierras de Castilla requisando trigo y las recuas precisas para transportarlo a los silos portuarios, agravando con ello la penuria ocasionada por las dificultades naturales. En tales circunstancias, Asturias viviría en el primer semestre del año 1598 un período de hambruna que, no obstante, se lograría paliar en buena medida merced a las gestiones realizadas por el consistorio ovetense que, en representación del Principado de Asturias, solicitaría a la Corona un préstamo de miles de fanegas de trigo de aquella parte del grano que, incautado en Castilla, se remitía a La Coruña para proveer de suministros a la Armada a través de los puertos asturianos, que el rey concedería el 22 de mayo, de modo que, teniendo “consideración a la necesidad de pan que al presente hay en el Principado de Asturias y que por parte de la ciudad de Oviedo nos ha sido hecha relación que todos los pueblos de aquella comarca padecían notable hambre”, serían repartidas 4000 fanegas de trigo destinadas a la Armada Real por parte del corregidor con el auxilio del regimiento de Oviedo. Ahora bien, si gracias a la anterior providencia apenas pudieron atenuarse las consecuencias de la exigua cosecha de 1597, la cosecha
del año siguiente fue todavía peor y, en consecuencia, aún más acusada la miseria del Principado, cuya situación agrícola no es descrita por su corregidor, Diego de Lugo y Solís, quién en sendas cartas enviadas a la Corte, respectivamente, el 5 y 6 de agosto de dicho año en respuesta a una Real Cédula por la que le solicitaba que investigase sobre cómo iba la cosecha de cereales, señala que la cosecha era pésima debido a la excesiva pluviosidad y a los fuertes temporales padecidos, a pesar de las rogativas y de las procesiones celebradas en el momento de realizar la sementera y durante el crecimiento del grano, habiendo quedado inhabilitadas para la siembra de trigo, escanda, centeno o panizo más de la mitad de las tierras cultivables, de manera que, mientras en las vegas había perecido la mayoría de las semillas, en las comarcas a mayor altitud no se había recolectado casi nada, indicando a su vez que aquel panorama desolador se agravaría más todavía debido a que los vecinos Asturias aún tenían que devolver las fanegas que el rey les había prestado el año precedente, para concluir con la advertencia de que “aunque la necesidad del dicho año pasado y falta de pan que en él hubo fue la mayor que jamás se vio en esta tierra, ha de ser mayor la falta de este presente año.”. Los efectos de aquella catastrófica situación no tardarían en hacerse sentir y, así, en el mes de octubre de 1598, prácticamente no quedaba grano en la región, mientras que, en esta ocasión, los esfuerzos de los regimientos municipales para reabastecer sus vacíos pósitos serían fútiles, dado que la carestía se había extendido por toda Castilla y ya no se encontraba grano en ningún lado; asimismo, este último año no llegaría a los puertos de la costa asturiana los cargamentos de cereal castellano con destino a los silos de la Real Armada en La Coruña, por lo que no se podría solicitar de nuevo, como se había hecho el año previo, el retraimiento de parte del trigo suministrado a la Armada para paliar los efectos de la hambruna en Asturias